INTENCIONES
Oscar Wilde
La buenas intenciones pueden tener valor en un sistema ético; pero en arte, no. No basta tenerlas; se ha de realizar la obra.
La decadencia de la mentira
Una observación
Una observación
Diálogo: Personajes: Cirilo y Viviano
Escena: La biblioteca de una casa de campo en Nottinghamshire
Cirilo.— (Entrando de la
terraza a través de la ventana abierta). Querido Viviano, no te encierres
todo el día en la biblioteca. El aire es exquisito. La bruma que vela el bosque
se antoja la purpurina floración del ciruelo. Vamos a reposar sobre la hierba,
a fumar cigarrillos y a disfrutar de la Naturaleza.
Viviano.— ¡A disfrutar de la Naturaleza ! Me alegro
de haber perdido enteramente esa facultad. Dicen que el Arte nos mueve a amar la Naturaleza más de lo
que la amábamos antes; que nos revela sus secretos, y que después de un estudio
cuidadoso de Corot y Constable vemos cosas en ella que anteriormente escapaban
a nuestra observación. Mi propia experiencia es que mientras más estudiamos el
Arte menos nos importa la
Naturaleza. Lo que el Arte realmente nos revela es la falta
de designio de la
Naturaleza , sus curiosas crudezas, su extraordinaria
monotonía, su condición absolutamente incompleta. La Naturaleza tiene buenas
intenciones, por supuesto; pero como Aristóteles dijo alguna vez, no puede
llevarlas a cabo. Cuando miro un paisaje me es inevitable ver todos sus
defectos. Es una fortuna para nosotros, sin embargo, que la Naturaleza sea tan
imperfecta, porque de otro modo careceríamos totalmente de Arte. El Arte es nuestra
animosa protesta, nuestra bizarra tentativa para enseñar a la Naturaleza su propio
lugar. En cuanto a la infinita variedad de la Naturaleza , es un mito.
No se la encuentra en la
Naturaleza. Reside en la imaginación o fantasía o cultivada
ceguera del hombre que la mira.
Cirilo.— Bueno, no necesitas
mirar el paisaje. Puedes tenderte sobre la hierba, fumar y charlar.
Viviano.— Pero es tan
incómoda la Naturaleza.
La hierba es dura, húmeda y está llena de terrones y de
horrorosos insectos negros. Aun el más humilde menestral de Murris es capaz de
fabricarte un asiento más confortable que la Naturaleza toda. La Naturaleza palidece
delante de los muebles de la calle “que de Oxford tomó su nombre” como en una
ocasión lo fraseó vilmente el poeta que tanto admiras. No me quejo. Si la Naturaleza hubiera sido
confortable, la humanidad no hubiera inventado nunca la arquitectura y yo
prefiero las casas al aire libre. Dentro de una casa nos sentimos de las
propias proporciones. Todo está subordinado a nosotros, modelado para nuestro
uso y regalo. El propio egotismo tan necesario para el justo sentido de la
dignidad humana, es enteramente resultado de la vida puertas adentro. Puertas
afuera uno se vuelve abstracto e impersonal. Nuestra individualidad nos
abandona en absoluto. Además, la
Naturaleza es tan indiferente, tan exenta de apreciación.
Cada vez que me paseo aquí en el parque, siento que no soy más para ella que
el ganado que pace en la ladera, o la bardana que florece en el foso. Nada es tan evidente como quela Naturaleza aborrece el
entendimiento. Pensar es la cosa más malsana en el mundo y la gente muere de
ello como de cualquiera otra enfermedad. Afortunadamente, al menos en
Inglaterra, el pensar no es pegadizo. Nuestra espléndida constitución como
pueblo se debe enteramente a nuestra estupidez nacional. Deseo solamente que
nos sea dable conservar este gran baluarte histórico de nuestra felicidad por
muchos años venideros; aunque temo que comenzamos a ser supereducados; por lo
menos, todo el que es incapaz de aprender se ha dedicado a enseñar; esto es
realmente a lo que nuestro entusiasmo por la educación ha llegado. Entretanto
harías bien en volver a tu tediosa e inconfortable Naturaleza y dejarme
corregir mis pruebas.
el ganado que pace en la ladera, o la bardana que florece en el foso. Nada es tan evidente como que
Cirilo.—¡Estás escribiendo
un artículo! Lo cual no cuadra con lo que acabas de decir.
Viviano.—¿Quién ha menester
de ser congruente? El aburrido y el doctrinario, que llevan sus principios al
amargo fin de la acción, a la reductio al absurdum de la
práctica. No yo. Como Emerson, yo escribo sobre la puerta de mi biblioteca la
palabra “Capricho”. Además, mi artículo es la más saludable y valiosa
advertencia. Si reparan en él puede haber un nuevo renacimiento en el arte.
Cirilo.—¿De qué trata?
Viviano.—Me propongo
intitularlo La
Decadencia de la Mentira. Protesta.
Cirilo.—¡Mentir! Pensaba que
nuestros políticos cultivaban este hábito.
Viviano.—Te
aseguro que no. Nunca van más allá de la tergiversación y llevan su
condescendencia hasta probar, discutir, argüir. ¡Cuán diferente es el temple
del verdadero mentiroso con sus francos, impávidos asertos, su soberbia
irresponsabilidad, su sano, natural desdén por toda clase de pruebas! En
resumen, ¿qué es una hermosa mentira? La que es su propia evidencia,
simplemente. Si un hombre carece de imaginación hasta el punto de aducir
evidencias en apoyo de una mentira, más vale que diga de una vez la verdad. No,
los políticos no mienten. Algo se podría alegar respecto del foro. Sus miembros
se embozan con el manto de los sofistas. Sus fingidos ardores e irreal retórica
son deliciosos. Pueden hacer aparecer mejor la peor causa, como si acabaran de
salir de las escuelas Leontinas, y se sabe que han arrancado de rehacios
jurados veredictos de absolución para sus clientes, hasta cuando dichos
clientes, como ocurre a menudo, eran sin duda y a todas luces inocentes. Pero
son suscintos de puro prosaicos, y no se avergüenzan de recurrir a los
precedentes. A pesar de sus esfuerzos se trasmina la verdad. Hasta los
periódicos han degenerado. Son dignos de absoluta confianza. Se siente al
recorrer sus columnas. No ocurre sino lo ilegible. Temo que no pueda decirse
mucho en favor del abogado y del periodista. Además, por lo que yo alego es por
la mentira en el arte. ¿Te leo lo que he escrito? Te hará mucho bien.
Cirilo.—Con mucho gusto, si
me das un cigarrillo. Gracias. Entre paréntesis, ¿a qué revista lo destinas?
Viviano.—A la Revista Retrospectiva.
Creo haberte dicho que los elegidos la han resucitado.
Cirilo.—¿Qué entiendes por
los “elegidos”?
Viviano.—Los Cansados
Hedonistas, naturalmente. Es un club al que pertenezco. Se nos supone llevar
rosas marchitas en el ojal cuando nos reunimos, y tener una especie de culto
por Domiciano. Temo que tú no seas elegible. Te gustan demasiado los placeres
sencillos.
Cirilo.—Me rehusarán por razón
de mi fogosidad supongo.
Viviano.—Probablemente.
Además eres un poquitillo viejo. No admitimos a nadie de la edad usual.
Cirilo.—Me imagino que
estaréis bastante cansados unos de otros.
Viviano.—Lo estamos. Éste es
uno de los objetos del club. Ahora, si me prometes no interrumpir con mucha
frecuencia, te leeré mi artículo.
Cirilo.—Soy todo atención.
Viviano.—(Leyendo con voz
clara y musical.) “La decadencia de la Mentira ”.Una protesta.—Una de las principales
causas que se pueden asignar al carácter curiosamente vulgar de gran parte de
la literatura de nuestra época, es sin duda la decadencia de la mentira como un
arte, una ciencia y un placer social. Los antiguos historiadores nos legaron
deliciosas novelas en forma de hechos; el novelista moderno no nos presenta
hechos aburridos a guisa de novela. Ha hecho su ideal del Libro Azul así
en el método como en el estilo. Tiene su tedioso documento humano y su
miserable pequeño rincón de la creación, en el que observa con el
microscopio. Se le encuentra en la Biblioteca Nacional
o en el Museo Británico leyendo vergonzosamente su asunto. No tiene al menos el
valor de las ideas de los demás, sino insiste en ir por todo directamente a la
vida, y por último, entre enciclopedias y experiencia personal, pone manos a la
obra, después de haber delineado sus tipos de entre el círculo de su familia o
de la lavandera, y de haber adquirido un acopio de información útil de la que
nunca, ni en sus más meditativos momentos, logra emanciparse.
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