Señal de
sol y lluvia.
Lourdes
Franyuti
Vuelvo
a casa. Más de veinte años han pasado desde aquel día. Caos, angustia, llantos
de alegría y de esperanza; tantos recuerdos que sigo escuchando. Cierro los ojos y la imagen del suceso sigue
atrapada en mi mente: un abrigo viejo, botines gastados, un gorro tejido y un
año 1989 casi finalizado en noviembre, fueron mis armas al saltar el Muro,
apodado por todos, Muro de la Vergüenza. Los mismos años de construido el muro
tenía yo, al pasar esa frontera que marcó mi vida, en una lamentable pesadilla
de la que no he vuelto a hablar.
Veintiocho años esperando a que un
milagro se diera… Mi madre y yo
nos separamos de mi padre de un día para otro. Intentos de fuga que pude haber
experimentado, resultaron fallidos. Nuestros vecinos pudieron escapar desde la
ventana del edificio donde vivíamos. Era una pareja joven y su hijo de siete
años, dispuestos a arriesgar su vida. Mi madre en cambio, tendría que llevarme
conmigo siendo yo una niña de meses de nacida; ni lo probamos. Un año más
tarde, vecinos de planta baja cavaron un túnel, pero fueron descubiertos por
soldados del Ejército Nacional Popular y llevados a la calle para asesinarlos
sin piedad.
En este momento, dentro del aeropuerto
de París, observo ahora mi tableta electrónica, cargada de redes sociales,
donde puedo comunicarme con cualquier persona, a cualquier hora y en cualquier
lugar del mundo. Un correo electrónico llega a mi bandeja y lo abro con interés. Se trata de una
invitación a participar en el Aniversario del Levantamiento del Muro, en el Centro de documentación del Muro de Berlín, en la Bernauer Strasse. Medito tal
invitación… Seremos sólo diez los que expondremos nuestras vivencias. Me llama
la atención un nombre: el de aquel vecino de siete años que pudo escapar ileso.
Lo localizo por facebook y se interesa en verme antes del evento. Me hace varias
peguntas: en dónde he vivido, si pude contactar a mi padre en la Alemania
Occidental… Dudo en responder. Mi madre
nunca tuvo la certeza de que el niño hubiera cruzado la muralla con éxito. Le
contesto por cortesía; le comento que he vivido tranquila, en paz, y que lo
veré en la conferencia.
Los días corren y el tan esperado 13 de
agosto llega más pronto de lo que pudiera imaginar. Autoridades, políticos e
invitados especiales saturan el lugar. Levanto mi mirada y trato de adivinar
por medio de la edad, quién podría ser ese niño hecho hombre. Los minutos
transcurren y su nombre no es mencionado en la ceremonia. Salgo del recinto sin
hablar, con la mirada cabizbaja y sin darme cuenta, me dirijo hacia el Memorial
de las “Cruces Blancas”. Un enorme arco iris se dibuja en el cielo. Alzo la
cabeza y distingo tan cerca de mí dentro de una de las cruces, ese nombre tan
buscado y nunca pronunciado; un nombre con apellido y debajo de éste, la fecha
con una pequeña cruz sin fotografía. No logro entender a quién pude haber
contactado a través de la red social, quién puede saber a manera virtual, lo
que pudo haberme ocurrido desde aquel 1989. Sigo mi camino esquivando los
charcos; me quedo con la duda, con el fresco agosto y con esta colorida señal
de sol y lluvia.
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