LA
MUJER DE ESPALDAS
Lilia
Ramírez
Orizaba,
Ver.
Té de crisantemo en la barra para disminuir la
tensión nerviosa. La gabardina baila sobre la pierna derecha con ese tic de tap
que lanza al aire tacón y punta sobre el descansa pie del banco próximo. La
cita es a las 6 de la tarde y dispone de tiempo. La edición vespertina del New York Times en la charola del
servicio atrae su mirada, estira su brazo y lo toma. Lo ojea. Se entretiene con
la sección deportiva que dedica sus páginas a los $ 125 000 US que los Yankees
han pagado por la contratación de "Babe" Ruth, el "Sultán del
home run". Suspira desconsolado. Si él dispusiera de esa suma, no estaría
esperando, como lo hace ahora, una cita para conseguir un mediocre papel de
bailarín.
Sigue pasando su mirada sobre las páginas con la actitud
de quien mata el tiempo y se resigna a hacer algo que deberá hacer, tarde o
temprano. Ahora sus ojos recorren la
sección de cultura, una simple lista de actividades de ocio que llenan los
espacios culturales de la Gran Manzana. Mira por encima de las hojas sin ver y,
de repente, algo atrapa su atención: un anuncio sobre que esa tarde será inaugurada
una exposición de su pintor favorito: Edward
Hopper, en el Armory Show. Consulta su pulso, le gustaría asistir, el arte
pictórico le atrae sobremanera, de no haber sido bailarín, hubiera sido pintor.
Piensa en la cita.
Algo le perturba cuando piensa en las 6 p.m. Mira de
nuevo por encima del periódico, esta vez presta atención al ambiente del local.
Atónito, contempla la perspectiva visual que le ofrece el establecimiento SUEY,
(mezcla de cafetería europea con sabores orientales) desde el sitio que ocupa
en la barra. Detiene bruscamente el movimiento sobre el descansapies. Lo que sus
ojos ven por encima de las hojas del diario, es una réplica viva del cuadro que
reproduce el vespertino anunciando la exposición de Hopper: la joven triste, la
mujer de espaldas, la pareja al fondo, el sol de la tarde llenando el ambiente
de luces y sombras. Vuelve a contemplar el cuadro en el impreso, y uno a uno
enumera los objetos: las lámparas, la tetera sobre la blancura de las mesas,
los tazones chinos, los cuatro personajes, dos de los cuales contagian su
tristeza a los demás comensales. La mujer del fondo luce contenta. No puede mirar
el rostro de la mujer de espaldas, pero lo imagina. Advierte entonces que hay
un elemento que hace la diferencia, y eso le da un respiro momentáneo. En el
salón de té real, falta la gabardina, pues él aún la tiene sobre su pierna.
En ese momento, la mujer de espaldas voltea y, tal
como él había intuido, una sonrisa ilumina su cara al mismo tiempo que lo
invita a colocar el abrigo en el perchero, junto a la ventana por la que entra
la luminosidad del cuadro. Le embarga entonces una desazón, mira el reloj y no
se explica cómo pueden ser ya, las 6 de la tarde en punto. La mujer triste,
entristece más, alcanza a verla de reojo. Sin embargo, su atención la atrae el
grupo de personas que, como en todas las algarabías de las inauguraciones, alza
sus copas y brinda.
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