La conocí recientemente. Tiene escasos tres años. Es menudita, de pelo negro, lacio, desordenado, opaco. Su piel morena ha sido duramente tratada por el frío, el viento de la sierra y los rayos de un sol que alumbra, quema, pero no calienta. De sus mejillas regordetas parece haberse adueñado el astro rey.Vicky y su familia, son parte de los 900 habitantes que conforman “El conejo”, pequeño y pintoresco poblado nacido en las ahora desforestadas faldas del Cofre de Perote. Una noche, luego de cenar, rodeamos una fogata cuyo calor nos abrazó, mitigándonos el frío. El termómetro descendía de los cero grados. Mientras contaban anécdotas, cuentos y chascarrillos, Vicky, apenas protegida por un delgado suéter y calzando unos zapatos consumidos por el agreste terreno donde nació y ha vivido, reía y su risa era limpia y cristalina, como los arroyos que bajan de la sierra.
Sí, me hechiza la risa de los niños. Bulliciosa, tierna, feliz, incontenible. Por las mañanas flota en la neblina como el tintineo de una campana, por las tardes juega con la brisa y su sonido semeja el trino de un pájaro, o la suave música que guardan en el interior de las caracolas.
¡OH! la risa de los niños… Nació para ser libre como el río, como el mar, como la estrella. Como los niños.
Enero 3l del 2009
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