Cuando Aldo -mi hijo- me preguntó si le podía comprar el libro Crepúsculo, no imaginé que tenía relación con un fenómeno al que antes había hecho referencia un colega docente, quien poco tiempo atrás me dijo que estaba por estrenarse una nueva película de vampiros.
¿Si quieres te lo compro?, le respondí, aunque también le señalé que no tenía referencia del tipo del libro, así que no sabía si era bueno o no. “¡Hay papá, si ya leí Navidad en las montañas que es tan aburrida, ya puedo leer cualquier cosa!” No dije nada más que: «Está bien». Pocos días después me encontraba en la librería preguntando por esa obra. Al adquirirla, debo confesar tuve intención de leerla, después de todo hasta el fin de semana se la entregaría a mi hijo y, para entonces, era lunes. No obstante, sólo alcancé a leer la introducción y las primeras 20 páginas, pues con una llamada telefónica me avisó que pasaría antes por él al otro día, pues para la materia de Español tendría que llevar un libro y quería que fuera ese. Le pregunté por qué no llevaba alguno de Shakespeare, después de todo, meses antes me había pedido le comprara los principales títulos. Dijo que no, que quería uno nuevo.
Si bien recordaba a había sido un adolescente renuente a leer los libros de Harry Potter, a sus 13 años había leído en apenas ocho días el libro El Código Da Vinci, por ello no me sorprendió que diez días después ya había concluido la novela de amor vampírico de Stephanie Meyer (1973). Para esto, en esos días en Veracruz estaba por estrenarse la versión cinematográfica de lo que ya se anuncia será una franquicia bastante redituable para la industria cinematográfica. Por supuesto que fuimos a verla, parea que al final comentara que habían hecho una buena selección de actores, pero que el libro le había gustado más. Al preguntar por qué, hizo mención al lugar común cuando se trata de comparar una historia sacada de una novela para llevarla al cine: la imaginación era mejor.
Tras salir, me pidió pasar a la librería a comprar la siguiente entrega, a la que se sumaría en menos de 20 días la tercera y la cuarta: Luna nueva, Eclipse que juntas deben sumar cerca de dos millares de páginas. Algo que no deja de sorprender si recordamos que el promedio de lectura en México es de un libro por persona y entre éstas, son los jóvenes quienes difícilmente adquieren libros.
Para entonces me había dado por enterado del fenómeno lector que esta historia de jóvenes vampiros había causado entre los adolescentes mexicanos (el hecho de aprovechar un viaje a Xalapa para poder encontrar el segundo libro, pues en Veracruz estaba agotado, ya vislumbraba algo de eso): comunidades en línea que discuten, analizan, reelaboran la trama, reinventan genealogías, deciden sobre consumos musicales o bien distribuyen información biográfica sobre la autora (en gloogle en su versión en español se mencionan 886 mil referencias relacionadas con ello, sin descontar lo más de 900 mil sitios en donde hay información sobre la manera de descargar Crepúsculo); lo que hacer ver que la experiencia lectora juvenil se construye desde una referencia totalmente distinta a la condición de soledad desde la cual anteriormente se vivía.
Podremos señalar que forma parte de las estrategias implementadas por la industria editorial y todo lo que tenga relación con tácticas para vender, pero en lo personal quisiera señalar lo que también supone: los chavos leen, y muchos de ellos son nuestros estudiantes. Justo alrededor de esto, hace unos días platicaba con una amiga que trabaja en secundaria, el oficio y la especialización que muestran los adolescentes a propósito de esta serie de obras juveniles, pues desde una alumna que ha realizado análisis o los resúmenes críticos de las cuatro novelas que al español se han traducido, también los fans ha venido desarrollando una metodología personal para indagar en la mitología de estos seres de la noche.
Lo que también comentábamos, es que a los profesores nos falta esa otra sensibilidad para recordar la forma en que aprendimos hábitos lectores. Mientras algunos lo hicieron con Clásicos Ilustrados, con Memín Pingüin o Condorito o la Familia Burrón, otros más los hicimos con Kalimán, El Libro Policíaco, El Libro Vaquero o Lagrimas y Risas; es decir, terminar por reconocer que la cultura popular –como dice Umberto Eco- en la infancia también nos embriagó. Eso sí, no dejaban de ser historietas ilustradas que, comparadas con un mamotreto de 600 páginas que tienen los últimos títulos del serial vampírico de marras, siempre serían “obras menores”.
Así entonces, lo importante es que leen otro tipo de libros de aventuras, detonan formas emergentes de socialización y reconocimiento comunitario; algo que quizá aún falta indagar más por parte de los adultos y los profesores en especial, pues sólo así pudiéramos dimensionar lo que de bueno arroja en el terreno de la informalidad educativa el consumo y hábito hace este tipo de literatura.
¿Si quieres te lo compro?, le respondí, aunque también le señalé que no tenía referencia del tipo del libro, así que no sabía si era bueno o no. “¡Hay papá, si ya leí Navidad en las montañas que es tan aburrida, ya puedo leer cualquier cosa!” No dije nada más que: «Está bien». Pocos días después me encontraba en la librería preguntando por esa obra. Al adquirirla, debo confesar tuve intención de leerla, después de todo hasta el fin de semana se la entregaría a mi hijo y, para entonces, era lunes. No obstante, sólo alcancé a leer la introducción y las primeras 20 páginas, pues con una llamada telefónica me avisó que pasaría antes por él al otro día, pues para la materia de Español tendría que llevar un libro y quería que fuera ese. Le pregunté por qué no llevaba alguno de Shakespeare, después de todo, meses antes me había pedido le comprara los principales títulos. Dijo que no, que quería uno nuevo.
Si bien recordaba a había sido un adolescente renuente a leer los libros de Harry Potter, a sus 13 años había leído en apenas ocho días el libro El Código Da Vinci, por ello no me sorprendió que diez días después ya había concluido la novela de amor vampírico de Stephanie Meyer (1973). Para esto, en esos días en Veracruz estaba por estrenarse la versión cinematográfica de lo que ya se anuncia será una franquicia bastante redituable para la industria cinematográfica. Por supuesto que fuimos a verla, parea que al final comentara que habían hecho una buena selección de actores, pero que el libro le había gustado más. Al preguntar por qué, hizo mención al lugar común cuando se trata de comparar una historia sacada de una novela para llevarla al cine: la imaginación era mejor.
Tras salir, me pidió pasar a la librería a comprar la siguiente entrega, a la que se sumaría en menos de 20 días la tercera y la cuarta: Luna nueva, Eclipse que juntas deben sumar cerca de dos millares de páginas. Algo que no deja de sorprender si recordamos que el promedio de lectura en México es de un libro por persona y entre éstas, son los jóvenes quienes difícilmente adquieren libros.
Para entonces me había dado por enterado del fenómeno lector que esta historia de jóvenes vampiros había causado entre los adolescentes mexicanos (el hecho de aprovechar un viaje a Xalapa para poder encontrar el segundo libro, pues en Veracruz estaba agotado, ya vislumbraba algo de eso): comunidades en línea que discuten, analizan, reelaboran la trama, reinventan genealogías, deciden sobre consumos musicales o bien distribuyen información biográfica sobre la autora (en gloogle en su versión en español se mencionan 886 mil referencias relacionadas con ello, sin descontar lo más de 900 mil sitios en donde hay información sobre la manera de descargar Crepúsculo); lo que hacer ver que la experiencia lectora juvenil se construye desde una referencia totalmente distinta a la condición de soledad desde la cual anteriormente se vivía.
Podremos señalar que forma parte de las estrategias implementadas por la industria editorial y todo lo que tenga relación con tácticas para vender, pero en lo personal quisiera señalar lo que también supone: los chavos leen, y muchos de ellos son nuestros estudiantes. Justo alrededor de esto, hace unos días platicaba con una amiga que trabaja en secundaria, el oficio y la especialización que muestran los adolescentes a propósito de esta serie de obras juveniles, pues desde una alumna que ha realizado análisis o los resúmenes críticos de las cuatro novelas que al español se han traducido, también los fans ha venido desarrollando una metodología personal para indagar en la mitología de estos seres de la noche.
Lo que también comentábamos, es que a los profesores nos falta esa otra sensibilidad para recordar la forma en que aprendimos hábitos lectores. Mientras algunos lo hicieron con Clásicos Ilustrados, con Memín Pingüin o Condorito o la Familia Burrón, otros más los hicimos con Kalimán, El Libro Policíaco, El Libro Vaquero o Lagrimas y Risas; es decir, terminar por reconocer que la cultura popular –como dice Umberto Eco- en la infancia también nos embriagó. Eso sí, no dejaban de ser historietas ilustradas que, comparadas con un mamotreto de 600 páginas que tienen los últimos títulos del serial vampírico de marras, siempre serían “obras menores”.
Así entonces, lo importante es que leen otro tipo de libros de aventuras, detonan formas emergentes de socialización y reconocimiento comunitario; algo que quizá aún falta indagar más por parte de los adultos y los profesores en especial, pues sólo así pudiéramos dimensionar lo que de bueno arroja en el terreno de la informalidad educativa el consumo y hábito hace este tipo de literatura.
4 comentarios:
"Que tenga letras no significa que sea literatura" me dijeron una vez, no se quien sea el autor de dicha frase, pero aunque esta frase se queda corta me recuerda mucho a ese tipo de fenómeno causado por la industrialización de las editoriales.
Antes pensaba que siempre es bueno que las personas lean, aunque sea algo que no les deje alguna enseñanza aparte de las comunes de la lectura habitual (ortografía, técnicas de lectura, imaginación, etc), pero últimamente he visto como lectores que comenzaron hace años con harry potter y siguieron con Paulo Cohelo no han avanzado mucho en su cultura debido a que no se les terminan los libros de ese tipo.
Empiezo a dudar que tanto bueno es el que los jovenes se acerquen por este medio al mundo de le lectura.
Saludos.
ESTOY DE ACUERDO CONTIGO, TONYTO.
Hummm, puede ser. Aunque debo mencionar que los números no me cuadran.
Si la primera entrega de H.P. y la piedra filosofal se publicó en el 97, quienes lo comenzaron a seguir tendrían 15. Es decir, hoy andarian rayando los 30. Curioso, pues quienes leen a Cohelo suelen estar en los umbrales de los 40.
No es todo, conozco miembros del SNI que con todo y su nivel II suelen seguir los pasos de ese autor.
Pero bueno, todo puede ser, como también que alguien que firma con el apellido Fuentes, no garantice la calidad de la obra y menos su disfrute.
Saludos
uhm...
yo leo a pablo cohelo y no tengo 40...
sin embargo..me convirtio en un dilema...
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