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lunes, mayo 21, 2007

Genaro Aguirre: Recuento de un esteta chino



Hace unos días en el puerto tuvimos la ocasión ver la cinta La lmaldición de la flor dorada, ultima de las cintas del director chino Zhang Yimou, misma que cierra la trilogía que hace algunos años iniciara con la película El Héroe (2002) y más tarde continuara con La casa de los cuchillos voladores (2005), cintas que le abrieran los caminos para llegar al gran público occidental.
Si algo había mostrado en las dos primeras entregas, era un espectáculo visual conjugado con un relato que revisaba parte de la historia mítica de la cultura asiática, gracias a la recreación estilizada de un par de relatos que maravillaron a espectadores poco acostumbrados a degustar historia en las que la calidad del relato se combinaba con el arte marcial desbordado en coreografías casi épicas entre protagonistas y antagonistas. Así, junto a los efectos especiales, las coreografías de fantasía, acudíamos a la mágica propuesta de un director que terminó por sorprender a quines le hemos venido siguiendo la pista desde hace por lo menos un par de décadas.
En este contexto, la entrega de la última de la saga, puede estar mucho más cerca a los terrenos de lo privado e intimista de sus cintas anteriores, que de la majestuosa propuesta de las dos primeras películas de esto que terminó siendo un tríptico en donde asomarse al universo mítico chino.
Y si no, habría que echar una revisada a su primera cinta, La historia de Quiu Ju ( ) en la que retrata una historia de dignidad femenina, cuando una mujer emprende un viaje a la ciudad, tras la agresión que su esposo viviera, cuando el jefe de la aldea lo golpea en los testículos. El vía crucis vernacular que enfrentará esta mujer, es el viaje dignificante de una esposa que reclama justicia por lo que considera una agresión a la masculinidad de su hombre.
En la siguiente película, y con la que Zhang Yimou comienza a llamar la atención en Europa, vuelve a un contexto campesino para asomarse a los entretelones de un amor clandestino, entre una joven mujer que fuera obligada a casarse con un hombre viejo, para más tarde enamorarse de uno de los sobrinos. Igual que en la anterior, en esta, el tratamiento y la mirada desde la perspectiva femenina, comienza a ser un hilo conducto en la cinematografía de este director que conformó lo que entonces se definió con Directores de la tercera generación de cineastas chinos.
Para 1999, Yimou ya plenamente reconocido en festivales internacionales como Berlín, Venecia, Cannes entre otros tantos, volvería a las andadas con una obra que lo consolidaría como un paisajista de la cultura china, al explorar en la cinta Ni uno menos los alcances de la solidaridad y el compromiso temprano, cuando una niña de 13 años tiene que hacerse responsable del cuidado de un grupo de estudiantes de primaria cuando el profesor tiene que ausentarse por un problema familiar. En esta película, el director, vuelve a contrastar lo que ha representado para este país asiático la experiencia de modernidad propia de las ciudades frente a la experiencia milenaria de una nación que en la tierra ha encontrado el lugar de privilegio para construir su matriz cultural.
Y si en Ni uno menos la preocupación de Zhang Yimou por asomarse a la modernidad que poco a poco enfrentaba al pasado chino, en Camino a casa, aprovecha la muerte para reflexionar lo que le ha significado a las nuevas generaciones de hombres exitosos, reconocer que sobre la piel sigue habiendo un pasado labrado. Así, el protagonista ante la petición de su madre para que su difunto esposo sea enterrado de acuerdo a las costumbres ancestrales, recuerda la bella historia de amor que los unió, para terminar reconociendo que valió la pena el regreso a la aldea que lo vieja partir hacía mucho tiempo.
Así pues, en estas cintas que es fácil encontrar en el mercado del video, quien lo desee puede encontrarse con una forma distinta de contar historias, y en las que sin duda hallará la ocasión para entretenerse, pero sobre todo para comprender que la vida también puede ser otra. Que quizá todo depende de nosotros mismos.

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