La Traviata, sueño de un amor perdido
Es maravilloso lo que la música nos puede hacer sentir con tan sólo detenernos a escuchar; es mecerse sobre las aguas armoniosas del canto de las cuerdas e instrumentos de viento tan imponentes sobre la cabeza...
Lo curioso es cuando un libro, sus palabras y sus letras no hacen sentir la misma emoción. Nos mecemos sobre letras, puntos y comas, comillas, palabras rebuscadas y capítulos que nos llevan al mundo del autor, tan desconocido.
Es increíble cuando las letras adquieren sus propias armonías. Cuando la armonía adopta un carácter real y tan personal y nos impulsa al mundo que leímos; sentimiento justo al oír la palabra hecha música.
Un sentimiento pasa sobre mí cuando escucho La Traviata. Escuchar La Traviata es escuchar la agonía romántica y perdidamente enamorada de Armand Duval por Marguerite Gautier. Es mecerse en la tristeza de lo perdido y de lo tan deseado, del poco anhelo y el triunfo inexistente; es sentir el dolor a través de las notas. Realmente uno puede mecerse sobre el carácter testarudo y orgulloso de Marguerite acompañado del dolor e impotencia de Armand Duval
La Traviata expone sobre los oídos, la serie de emociones en las que nos sumergimos al leer sobre París, las vivencias cortesanas y oler las notas con aroma a Camelias.
Es darle, con un poco de imaginación y sentido, un carácter a ambas obras. Complemento de artes tan distintos que pueden realmente coexistir cuando llegamos a un mismo punto; a una misma conclusión. Cuando todas la piezas, puntos y comas, puntos y seguidos, corcheas y semicorcheas, encajan perfectamente e ipso facto nos volvemos a encontrar en mar infinito en blanco y negro en el que sólo volvemos a ver formas y trazos, en el que sólo escuchamos llanto y cuerdas. Tan sólo estamos meciéndonos, no pasa más, la mente nos arrulla con su canto y voz, con la voz y vista.
Es maravilloso lo que la música nos puede hacer sentir con tan sólo detenernos a escuchar; es mecerse sobre las aguas armoniosas del canto de las cuerdas e instrumentos de viento tan imponentes sobre la cabeza...
Lo curioso es cuando un libro, sus palabras y sus letras no hacen sentir la misma emoción. Nos mecemos sobre letras, puntos y comas, comillas, palabras rebuscadas y capítulos que nos llevan al mundo del autor, tan desconocido.
Es increíble cuando las letras adquieren sus propias armonías. Cuando la armonía adopta un carácter real y tan personal y nos impulsa al mundo que leímos; sentimiento justo al oír la palabra hecha música.
Un sentimiento pasa sobre mí cuando escucho La Traviata. Escuchar La Traviata es escuchar la agonía romántica y perdidamente enamorada de Armand Duval por Marguerite Gautier. Es mecerse en la tristeza de lo perdido y de lo tan deseado, del poco anhelo y el triunfo inexistente; es sentir el dolor a través de las notas. Realmente uno puede mecerse sobre el carácter testarudo y orgulloso de Marguerite acompañado del dolor e impotencia de Armand Duval
La Traviata expone sobre los oídos, la serie de emociones en las que nos sumergimos al leer sobre París, las vivencias cortesanas y oler las notas con aroma a Camelias.
Es darle, con un poco de imaginación y sentido, un carácter a ambas obras. Complemento de artes tan distintos que pueden realmente coexistir cuando llegamos a un mismo punto; a una misma conclusión. Cuando todas la piezas, puntos y comas, puntos y seguidos, corcheas y semicorcheas, encajan perfectamente e ipso facto nos volvemos a encontrar en mar infinito en blanco y negro en el que sólo volvemos a ver formas y trazos, en el que sólo escuchamos llanto y cuerdas. Tan sólo estamos meciéndonos, no pasa más, la mente nos arrulla con su canto y voz, con la voz y vista.
1 comentario:
muy inyteresante tu alter ego. don alfonso quijano aun te anda buscando
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