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miércoles, mayo 13, 2009

Martha Elsa Durazzo Magaña: JUZGADO




Sentada en una silla ubicada entre la pared y un escritorio estaba en medio del tedio, provocado por las acumuladas horas de espera a que me llamaran para desahogar una audiencia, y el nerviosismo e incertidumbre de si me harían preguntas capciosas y si sabría responder adecuadamente… Mis respuestas podían mover la balanza para que mi amigo perdiera o conservara su casa.
Cansada de nada más mover las pestañas, cambiar la pierna que cruzaba y descruzaba para descansar mis glúteos y rezar para que San Alejo me apartara de responder alguna pen-tontería, determiné que podía optimizar el tiempo y mejorar mi ánimo agudizando mi atención en busca de tema… Suele ocurrir que la liebre, digo, el tema, brinca-surge en cualquier momento. Meditando aquello y no por ello dejando de mover las pestañas y parándome, de vez en vez, ante el riesgo de que mis redondeces terminaran planas y cuadradas, estaba en alerta… Quiero aclarar que tampoco podía alejarme de la silla, porque propiamente era un milagro el que yo disfrutara de tal objeto y no pensaba arriesgarme a perder la que entonces, por escasas, era un tesoro al que algunos propietarios de piernas cansadas miraban con avidez.
La luz de las lámparas en pleno día, una amalgama de perfumes, lociones, aromas humanos, el sonido de los pasos y expedientes al ser cambiados de lugar, el teclear de las máquinas, los zumbidos de los aires acondicionados provocaban ruidos que se mezclaban con las voces de algunos empleados del juzgado, las de los litigantes y partes inmersas en litigios… Aquellas sonoridades, la prolongada espera, los vendedores que entraban y salían, los volovanes, tortas y tacos guardados en los cajones, la tensión de los que esperaban conocer el resultado de su juicio, en fin, las actitudes de unos y otros y hasta mi hacer, seguramente similar al de algunos otros inexpertos como yo que, hasta la coronilla de la espera, dibujaba mi más dulce y paciente sonrisa cuando la secretaria volteaba a mirarme, con tal de que no me agarrara ojeriza, me hicieron suponer que toda aquella atmósfera a Philip Glass podría inspirarle la “Sinfonía de un México renovado”.
En esas reflexiones andaba cuando entró una expendedora de revistas que, con perfecto conocimiento del gusto de sus compradores, extendía a quienes ocupaban los escritorios el TV Novelas, Vanidades, Cosmopolitan, Buenhogar u otras revistas, mismas que, como en un ritual, en silencio recibían e indicaban, con una seña, que regresara por el pago más tarde… Yo, también callada, entendí que los allí presentes colaborábamos, de una manera u otra, con una cantidad u otra, para el pago de sus revistas… Durante horas miré que todo litigante extendía billetes de diversas denominaciones y, al menos, relució uno de quinientos pesos…
La señora secretaria cuyo llamado esperaba y a quien calculé sesenta años era gordita, mantenía ordenado e inmaculado su escritorio, usaba vestido negro de cuello cerrado, mangas a medio brazo y recogía su cabello en un chongo, recibió el Cosmopolitan y TV Novelas .
Confieso que tenía ganas de levantarme y seguir a la repartidora de revistas para comprobar a quién le dejaba el Play Boy, edición especial, que alcancé a mirar…
En las portadas del TV Novelas y Cosmopolitan divisé, antes que la señora las guardara en el último cajón de su escritorio, las fotos de un hombre musculoso en traje de baño y
la de una mujer que mordía una cereza; pensé que probablemente era lo único permitido en su desayuno dietético, porque de tan esbelta parecía inspirada por el Greco.
Al sentir comezón en un pie, me incliné para rascarme y entonces vi que de la ranura del cajón comenzaba a salir algo, alguien… Era el hombre del traje de baño de la portada del TV Novelas, de su mano venía la mujer con todo y cereza que por cierto, goteaba, lo que provocó que su vestido blanco tuviera lunares abstractos colorados…
Las pláticas y el teclear de las máquinas se suspendieron. De golpe se hizo un profundo silencio que pronto se vio interrumpido por una música bailable y la sorpresa de ver subirse a la pareja sobre un escritorio donde le fortachón empezó a danzar con la guapa y delgadísima mujer… La señora, propietaria de las revistas, interrumpió aquel profundo silencio y gritó:
-¡Es mío, es mío, yo compré el TV Novelas! ¡Tú, sinvergüenza, regresa al Cosmopolitan!
En el estupor estábamos cuando el juez, que había salido de su privado, exclamó:
-¡Detengan a la vendedora, de mi Play Boy no ha salido ninguna conejita!
La vendedora lentamente se detuvo, serena y firme contestó:
-¡Hoy no es día del juez, sino de la secretaria!


Boca del Río, Ver. Mayo de 2007.

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