LOS TRES COCHINITOS BOSSA NOVA
Un día como cualquier otro en el enorme libro de fantasías, tres cerditos forman una pandilla de rimas infantiles a cambio de arrendar el mundo mágico. La piara duerme en la misma cama y dan cuenta que sus cuerpos son, de una manera extraña, agujeros en el gran sueño de la estancia. Tú también estás callado e inmóvil, pensando que la vida es dura en esto y aquello, hasta descubrir una vez más que vivir del cuento es nuestro oficio.
-Yo construiré mi casa con lianas y paja. Así, terminaré muy pronto y podré ir a tocar mi flauta –dice el primer cerdito. Dejando en claro que no sabe hacer nada más.
-Yo construiré mi casa con leña de los alrededores y barniz. Así, terminaré a la par de mi hermano y podré ir a tocar mi violín –dice el segundo cerdito. Convencido de que no haya que reinventar nada.
-Puercos, ustedes dos pueden jugar y cantar mientras yo apilo ladrillos con mezcla, pero yo estaré seguro en mi casa al final del día en el caso que el lobo feroz toque a mi puerta –regaña el tercer cerdito.
-¿Quién teme al lobo feroz? –exclaman los músicos burlonamente al unísono. Contentos de crecer juntos, aunque alguien entre ellos sea un opulento marrano.
Un golpe de címbalos cambia la escena. Detrás de un árbol surge el lobo, rugiendo de hambre imperfecta y fraguando un plan. Cual visitador del juzgado civil, se encamina a las viviendas terminadas.
-¿Quién es? –pregunta la voz chillona en el interior.
-Soy una pobre oveja perdida. Por favor, permítanme entrar a su guarida.
-No, no, no, lobo feroz. A nadie engañas con ese disfraz y voz de abuelita.
-Entonces, soplaré y soplaré y tu casa derrumbaré…
Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno. En tres ocasiones, la arquitectura es amenazada con una palma invisible que la transforma en ruinas, en chiquero inicial. El simple hecho de levantarse de la silla o soltar un bostezo, puede acabar con el relato en este punto, pero la venganza es un plato que se sirve frío. Ahora, Papá cerdito toca al timbre de la puerta, mientras el lobo se esconde en su casa, a piedra y lodo.
-Sal de tu escondite, o estornudaré y estornudaré y de influenza te contagiaré…
El fin del cuento es breve y penoso, idéntico a la historia de nuestro país.
Un día como cualquier otro en el enorme libro de fantasías, tres cerditos forman una pandilla de rimas infantiles a cambio de arrendar el mundo mágico. La piara duerme en la misma cama y dan cuenta que sus cuerpos son, de una manera extraña, agujeros en el gran sueño de la estancia. Tú también estás callado e inmóvil, pensando que la vida es dura en esto y aquello, hasta descubrir una vez más que vivir del cuento es nuestro oficio.
-Yo construiré mi casa con lianas y paja. Así, terminaré muy pronto y podré ir a tocar mi flauta –dice el primer cerdito. Dejando en claro que no sabe hacer nada más.
-Yo construiré mi casa con leña de los alrededores y barniz. Así, terminaré a la par de mi hermano y podré ir a tocar mi violín –dice el segundo cerdito. Convencido de que no haya que reinventar nada.
-Puercos, ustedes dos pueden jugar y cantar mientras yo apilo ladrillos con mezcla, pero yo estaré seguro en mi casa al final del día en el caso que el lobo feroz toque a mi puerta –regaña el tercer cerdito.
-¿Quién teme al lobo feroz? –exclaman los músicos burlonamente al unísono. Contentos de crecer juntos, aunque alguien entre ellos sea un opulento marrano.
Un golpe de címbalos cambia la escena. Detrás de un árbol surge el lobo, rugiendo de hambre imperfecta y fraguando un plan. Cual visitador del juzgado civil, se encamina a las viviendas terminadas.
-¿Quién es? –pregunta la voz chillona en el interior.
-Soy una pobre oveja perdida. Por favor, permítanme entrar a su guarida.
-No, no, no, lobo feroz. A nadie engañas con ese disfraz y voz de abuelita.
-Entonces, soplaré y soplaré y tu casa derrumbaré…
Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno. En tres ocasiones, la arquitectura es amenazada con una palma invisible que la transforma en ruinas, en chiquero inicial. El simple hecho de levantarse de la silla o soltar un bostezo, puede acabar con el relato en este punto, pero la venganza es un plato que se sirve frío. Ahora, Papá cerdito toca al timbre de la puerta, mientras el lobo se esconde en su casa, a piedra y lodo.
-Sal de tu escondite, o estornudaré y estornudaré y de influenza te contagiaré…
El fin del cuento es breve y penoso, idéntico a la historia de nuestro país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario