Esperar lo inesperado.
Entrevista con Fausto Fernández Ponte
Mayo 13/ 2009.
Veracruz, Ver.- Cuando uno encuentra un hombre que retoma la posición de que un periodista debe ser a la vez un líder social, un educador, y un ciudadano, sin duda habrá hallado una advertencia, un indicio de que algo ha cambiado en nuestro entorno, de que algún par de décadas de bytes se nos pasaron, para que estas afirmaciones resulten como raros especímenes salidos de un país de sueños. En un mismo sujeto coincide entonces la concepción política de un Estado devastado, que percibimos pero rara vez conseguimos explicar, con la enorme ilusión de un pueblo que, aún americanizado, se alimenta de su memoria histórica y camina hacia el futuro con nuevos bríos. El oficio periodístico se revela entonces sólo como el pretexto para ahondar en lo que el hombre, en este caso el pensador, reflexiona de sí mismo y de su pueblo. Y la realidad circundante se modifica sustancialmente al ser descrita por sus ojos, que la dibujan clara, sensible y dolorosa, tan humana que nos parece ajena, que asemeja otro país cuyas calles no caminamos a diario.
El periodista, el escritor, el amigo de tantos hombres relevantes de la política y la ciencia mexicana, revela en esta conversación algunas claves para la comprensión de su oficio, para la inserción a un gremio “vulnerable” e indefenso, de una generación cuya tarea diaria se sustenta sobre siglos de suspicacia, descomposición, coraje.
En términos generales, ¿cómo describe la situación actual del periodismo en México?
La situación que prevalece en el periodismo mexicano no es ajena a la descomposición general que yo advierto en el poder político del Estado Mexicano. Cuando digo poder político me refiero a uno de los elementos constitutivos del Estado mexicano o de cualquier otro Estado con arreglo a la teoría general del Estado. Ese elemento constitutivo, sin embargo, no es el más importante. El más importante es el pueblo. Luego entonces, los demás elementos constitutivos, incluyendo el poder político, están subordinados a los intereses del principal, que es el pueblo.
En el pueblo no se advierte esa descomposición, o por lo menos yo no la registro. Lo que sí registro es que la descomposición, para mí muy evidente, se está dando en el poder político, independientemente de que sus personeros sean del PAN, del PRI, del PRD o de cualesquier otro partido político. Y le llega a casi todas las actividades humanas, incluyendo la del periodismo, en todas sus manifestaciones, formas y modalidades.
Así que la inseguridad que padecen los periodistas, que de por sí forman un grupo social o gremio vulnerable de acuerdo con la definición de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), tiene expresiones dramáticas. Éste ha sido un sexenio sangriento en ese sentido y en lo que va de la de la década se ha acentuado también dramáticamente esa situación de inseguridad para el ejercicio de la función profesional o inclusive no profesional. Todo lo que sea una actividad difusora incide en intereses creados, sean cuales sean. Esto le da otra dimensión a lo que entendemos como inseguridad pública.
La administración pública, en este clima que ha descrito en el país, ¿en qué medida es responsable de garantizar la seguridad y la vida de estos periodistas que muchas veces atacan precisamente el poder político con su trabajo, con la difusión que hacen o con la información que revelan?
Cualquier respuesta que salga a partir de esa pregunta nos lleva a reconocer una situación de gravedad, incluso propia de la idiosincracia del poder en cualquier latitud del planeta. Al poder no le gustan históricamente los contrapesos, y el periodismo es un contrapeso en cierta medida ciudadano, ajeno al poder político. El contrapeso está representado en el poder legislativo, pero ése es propio poder político. Es manipulable y de alguna manera hasta neutralizable. Pero el contrapeso ciudadano que representa el ejercicio independiente -y lo subrayo- del periodismo, es uno que al poder político, incluso al poder económico como lo vemos en el caso de la revista Contralínea, definitivamente no le agrada, es una fiscalización.
La pregunta nos lleva precisamente al fondo de este otro problema, que es típico del comportamiento del poder en general. Habría que situar el ejercicio del poder del contrapeso que es el periodismo en otra dimensión para ponerlo, no invulnerable a las reacciones negativas del poder, sino por lo menos en condiciones de defenderse.
¿Y cuál sería esta otra dimensión?
Estamos hablando ya de la estructura y la superestructura en este caso de la sociedad mexicana, es decir, hablando de las instituciones que le dan cohesión a la sociedad y a la cultura en torno a la base económica del país. Quiero decir que los medios de difusión periodística son los mismos que de alguna manera tienen complicidades o están vinculados al poder político.
Eso hace todavía más vulnerables a los periodistas o al ejercicio de la difusión honesta, independiente, porque el peligro que corremos los periodistas no nos viene solamente del poder político sino también del régimen de propiedad de los medios de difusión.
En su columna Asimetrías usted se ha referido en repetidas ocasiones al Estado mexicano como un Estado Fallido, y a los medios de comunicación como un poder fáctico que contribuye a la proliferación y el mantenimiento de este Estado Fallido. ¿Cuál cree que es el papel de este periodista “independiente” dentro de tal Estado?
El periodista para mí es un educador y a la vez un líder social. A partir de esa noción que yo tengo del periodista y del Periodismo, el objetivo de ese ejercicio sería el de liberar al hombre. ¿Cómo lo liberas? Educándolo y ¿cómo lo educas? De alguna manera, despertando su conciencia, la conciencia de su entorno, del contexto dentro del cual actúa y acerca de la realidad circundante. Mientras no hagamos eso, simplemente estamos ayudando a los intereses que atentan contra los intereses de la sociedad a la que presumiblemente los periodistas servimos o debemos servir.
Además, esto cuestiona la forma de organización económica, política y hasta social. En el caso específico de México es muy notorio. La cuestiona porque el poder político está vinculado y tiene extensión también con el poder económico, es decir, los dueños de los medios de difusión. Cuando tú me dices que el poder político tiene comprado a los medios de difusión, yo diría que son los dueños de las estaciones de radio, de televisión y los periódicos quienes han comprado al poder político. Esos dueños son parte en el modelo económico, político y social mexicano, son parte del grupo oligárquico, de la gran élite que domina este país. Por eso el gobierno es plutocrático, sirve a los ricos, sin que esto signifique una desestimación peyorativa de ser rico o no serlo.
Existen dos variables que evidentemente indican un descontento en el pueblo mexicano. El llamado comúnmente “sospechosismo” con respecto las acciones del gobierno y la incredulidad acerca de la información oficial relativa a cualquier tema actual o pasado que provenga directamente del poder político. ¿Cree que este clima ha sido alimentado por el periodismo mexicano actual?
Sin duda, a mi modo de ver. Ahora, el sospechosismo y la incredulidad han sido parte de una idiosincracia de suspicacia histórica del pueblo de México. Con ello me refiero a después de la independencia en 1821, en que ya hubo una consolidación más clara de lo que es el pueblo de México, no sólo en su sentido étnico y cultural sino ya de cosmovisión, filosófico. Nuestro pueblo siempre ha sospechado de los motivos de nuestros gobernantes y esa suspicacia ha sufrido vaivenes por temporadas históricas, con arreglo a experiencias que han llevado precisamente a la Guerra de independencia, a la Guerras de Reforma, a la Revolución Mexicana y a lo que estamos viendo ahora, que no es más que una continuidad de esos esfuerzos libertarios que se iniciaron antes de 1910.
La gran efervescencia que está sucediendo ahora es una continuidad, que alimenta la suspicacia, que se nutre de la experiencia histórica. Hemos estado viendo que nuestros gobernantes no han estado a la altura ni de los retos históricos, ni coyunturales, ni de los desafíos con respecto a nuestro futuro y lo estamos viendo precisamente en estos momentos, que hay un escepticismo generalizado, así que la suspicacia inclusive puede que alimente también el papel histórico de los periodistas, de contrapeso, vigilancia, fiscalización.
¿Tiene hoy el periodista mexicano también la obligación de indagar en las cuestiones sentimentales o espirituales que atañen al público al cual informa?
Definitivamente sí, porque la búsqueda de la verdad trasciende el ámbito institucional. Para discernir y comprender la realidad, además de la metodología que ya existe desde hace muchas generaciones, está la otra parte, que yo llamaría: la búsqueda de la verdad, o de las verdades. Y la búsqueda de la verdad está precisamente en el alma humana. La cultura, si quieres llamarle así. Así que tenemos que asomarnos ahí, levantar las piedras a ver qué hay, mover las ramas de los árboles para descubrir esas verdades.
El periodismo mexicano ha tenido que moldear sus formas para cubrir lo que el gobierno de Felipe Calderón ha llamado “la guerra contra el narcotráfico”. Si bien no ha sido un periodismo bélico, sí ha tenido que ajustarse a la violencia, a la búsqueda de información oficial del gobierno pero también sobre el gobierno. ¿Cómo determinar la barrera que el periodista debe establecer para su trabajo entre la ética periodística y el respeto a la vida privada de aquellos a quienes investiga, incluso si detentan el poder político?
En este sentido los únicos límites son los que fijan los códigos de ética de los propios medios de difusión, de la profesión y la ley. Pero la búsqueda de esa verdad que mencionaba no tiene barreras siempre y cuando se ajuste uno a esos imperativos. Es decir, no voy a indagar sobre tu vida si no tiene relevancia con respecto del interés social, es decir, de la ciudadanía. Ahora, el problema principal que padecemos los periodistas no es tanto la violencia que deviene del narcotráfico sino también de la violencia económica que estamos sufriendo, de la violencia política.
En este momento todos los mexicanos estamos viviendo una situación tal que se manifiesta en lo que yo llamo estado-decepción, decretado además por la presidencia, invocándose paradójicamente los postulados constitucionales para justificar una ilegalidad. En ese estado-decepción todo es válido y posible para el poder político pero no para ciudadanía, de la cual los periodistas formamos parte, y que sentimos que la representamos con fidelidad, honestidad y lealtad, independientemente de cómo uno entiende estos términos con respecto a la sociedad.
Finalmente, ¿cuáles cree que son las oportunidades y amenazas que tienen los estudiantes de Periodismo actualmente en México?
Les aconsejaría, de la manera más humilde, que primero se preparen, no sólo en lo académico, profesional o técnico, sino psicológicamente, para asumir un papel que según mi experiencia registra no se nos prepara: el liderazgo social. Ese mismo liderazgo conlleva responsabilidades y riesgos enormes, que no son diferentes a los que sufre la sociedad en un sentido general. Deben prepararse para lo inesperado, esperar lo inesperado.
Toda crisis, como dicen los chinos, es oportunidad, aunque este es un axioma muy trillado. Nuestra principal oportunidad es la de servir, la de contribuir a liberar al mexicano del mexicano mismo. Ésa es nuestra misión central y una vez que lo logremos, inspirados por cualquier filosofía, ése será el camino de nuestra trascendencia. Ello no significa que uno vaya a ser exitoso bajo cualquier definición de éxito, sino en el sentido de que se contribuye al desarrollo pleno, integral de la sociedad.
Entrevista con Fausto Fernández Ponte
Mayo 13/ 2009.
Veracruz, Ver.- Cuando uno encuentra un hombre que retoma la posición de que un periodista debe ser a la vez un líder social, un educador, y un ciudadano, sin duda habrá hallado una advertencia, un indicio de que algo ha cambiado en nuestro entorno, de que algún par de décadas de bytes se nos pasaron, para que estas afirmaciones resulten como raros especímenes salidos de un país de sueños. En un mismo sujeto coincide entonces la concepción política de un Estado devastado, que percibimos pero rara vez conseguimos explicar, con la enorme ilusión de un pueblo que, aún americanizado, se alimenta de su memoria histórica y camina hacia el futuro con nuevos bríos. El oficio periodístico se revela entonces sólo como el pretexto para ahondar en lo que el hombre, en este caso el pensador, reflexiona de sí mismo y de su pueblo. Y la realidad circundante se modifica sustancialmente al ser descrita por sus ojos, que la dibujan clara, sensible y dolorosa, tan humana que nos parece ajena, que asemeja otro país cuyas calles no caminamos a diario.
El periodista, el escritor, el amigo de tantos hombres relevantes de la política y la ciencia mexicana, revela en esta conversación algunas claves para la comprensión de su oficio, para la inserción a un gremio “vulnerable” e indefenso, de una generación cuya tarea diaria se sustenta sobre siglos de suspicacia, descomposición, coraje.
En términos generales, ¿cómo describe la situación actual del periodismo en México?
La situación que prevalece en el periodismo mexicano no es ajena a la descomposición general que yo advierto en el poder político del Estado Mexicano. Cuando digo poder político me refiero a uno de los elementos constitutivos del Estado mexicano o de cualquier otro Estado con arreglo a la teoría general del Estado. Ese elemento constitutivo, sin embargo, no es el más importante. El más importante es el pueblo. Luego entonces, los demás elementos constitutivos, incluyendo el poder político, están subordinados a los intereses del principal, que es el pueblo.
En el pueblo no se advierte esa descomposición, o por lo menos yo no la registro. Lo que sí registro es que la descomposición, para mí muy evidente, se está dando en el poder político, independientemente de que sus personeros sean del PAN, del PRI, del PRD o de cualesquier otro partido político. Y le llega a casi todas las actividades humanas, incluyendo la del periodismo, en todas sus manifestaciones, formas y modalidades.
Así que la inseguridad que padecen los periodistas, que de por sí forman un grupo social o gremio vulnerable de acuerdo con la definición de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), tiene expresiones dramáticas. Éste ha sido un sexenio sangriento en ese sentido y en lo que va de la de la década se ha acentuado también dramáticamente esa situación de inseguridad para el ejercicio de la función profesional o inclusive no profesional. Todo lo que sea una actividad difusora incide en intereses creados, sean cuales sean. Esto le da otra dimensión a lo que entendemos como inseguridad pública.
La administración pública, en este clima que ha descrito en el país, ¿en qué medida es responsable de garantizar la seguridad y la vida de estos periodistas que muchas veces atacan precisamente el poder político con su trabajo, con la difusión que hacen o con la información que revelan?
Cualquier respuesta que salga a partir de esa pregunta nos lleva a reconocer una situación de gravedad, incluso propia de la idiosincracia del poder en cualquier latitud del planeta. Al poder no le gustan históricamente los contrapesos, y el periodismo es un contrapeso en cierta medida ciudadano, ajeno al poder político. El contrapeso está representado en el poder legislativo, pero ése es propio poder político. Es manipulable y de alguna manera hasta neutralizable. Pero el contrapeso ciudadano que representa el ejercicio independiente -y lo subrayo- del periodismo, es uno que al poder político, incluso al poder económico como lo vemos en el caso de la revista Contralínea, definitivamente no le agrada, es una fiscalización.
La pregunta nos lleva precisamente al fondo de este otro problema, que es típico del comportamiento del poder en general. Habría que situar el ejercicio del poder del contrapeso que es el periodismo en otra dimensión para ponerlo, no invulnerable a las reacciones negativas del poder, sino por lo menos en condiciones de defenderse.
¿Y cuál sería esta otra dimensión?
Estamos hablando ya de la estructura y la superestructura en este caso de la sociedad mexicana, es decir, hablando de las instituciones que le dan cohesión a la sociedad y a la cultura en torno a la base económica del país. Quiero decir que los medios de difusión periodística son los mismos que de alguna manera tienen complicidades o están vinculados al poder político.
Eso hace todavía más vulnerables a los periodistas o al ejercicio de la difusión honesta, independiente, porque el peligro que corremos los periodistas no nos viene solamente del poder político sino también del régimen de propiedad de los medios de difusión.
En su columna Asimetrías usted se ha referido en repetidas ocasiones al Estado mexicano como un Estado Fallido, y a los medios de comunicación como un poder fáctico que contribuye a la proliferación y el mantenimiento de este Estado Fallido. ¿Cuál cree que es el papel de este periodista “independiente” dentro de tal Estado?
El periodista para mí es un educador y a la vez un líder social. A partir de esa noción que yo tengo del periodista y del Periodismo, el objetivo de ese ejercicio sería el de liberar al hombre. ¿Cómo lo liberas? Educándolo y ¿cómo lo educas? De alguna manera, despertando su conciencia, la conciencia de su entorno, del contexto dentro del cual actúa y acerca de la realidad circundante. Mientras no hagamos eso, simplemente estamos ayudando a los intereses que atentan contra los intereses de la sociedad a la que presumiblemente los periodistas servimos o debemos servir.
Además, esto cuestiona la forma de organización económica, política y hasta social. En el caso específico de México es muy notorio. La cuestiona porque el poder político está vinculado y tiene extensión también con el poder económico, es decir, los dueños de los medios de difusión. Cuando tú me dices que el poder político tiene comprado a los medios de difusión, yo diría que son los dueños de las estaciones de radio, de televisión y los periódicos quienes han comprado al poder político. Esos dueños son parte en el modelo económico, político y social mexicano, son parte del grupo oligárquico, de la gran élite que domina este país. Por eso el gobierno es plutocrático, sirve a los ricos, sin que esto signifique una desestimación peyorativa de ser rico o no serlo.
Existen dos variables que evidentemente indican un descontento en el pueblo mexicano. El llamado comúnmente “sospechosismo” con respecto las acciones del gobierno y la incredulidad acerca de la información oficial relativa a cualquier tema actual o pasado que provenga directamente del poder político. ¿Cree que este clima ha sido alimentado por el periodismo mexicano actual?
Sin duda, a mi modo de ver. Ahora, el sospechosismo y la incredulidad han sido parte de una idiosincracia de suspicacia histórica del pueblo de México. Con ello me refiero a después de la independencia en 1821, en que ya hubo una consolidación más clara de lo que es el pueblo de México, no sólo en su sentido étnico y cultural sino ya de cosmovisión, filosófico. Nuestro pueblo siempre ha sospechado de los motivos de nuestros gobernantes y esa suspicacia ha sufrido vaivenes por temporadas históricas, con arreglo a experiencias que han llevado precisamente a la Guerra de independencia, a la Guerras de Reforma, a la Revolución Mexicana y a lo que estamos viendo ahora, que no es más que una continuidad de esos esfuerzos libertarios que se iniciaron antes de 1910.
La gran efervescencia que está sucediendo ahora es una continuidad, que alimenta la suspicacia, que se nutre de la experiencia histórica. Hemos estado viendo que nuestros gobernantes no han estado a la altura ni de los retos históricos, ni coyunturales, ni de los desafíos con respecto a nuestro futuro y lo estamos viendo precisamente en estos momentos, que hay un escepticismo generalizado, así que la suspicacia inclusive puede que alimente también el papel histórico de los periodistas, de contrapeso, vigilancia, fiscalización.
¿Tiene hoy el periodista mexicano también la obligación de indagar en las cuestiones sentimentales o espirituales que atañen al público al cual informa?
Definitivamente sí, porque la búsqueda de la verdad trasciende el ámbito institucional. Para discernir y comprender la realidad, además de la metodología que ya existe desde hace muchas generaciones, está la otra parte, que yo llamaría: la búsqueda de la verdad, o de las verdades. Y la búsqueda de la verdad está precisamente en el alma humana. La cultura, si quieres llamarle así. Así que tenemos que asomarnos ahí, levantar las piedras a ver qué hay, mover las ramas de los árboles para descubrir esas verdades.
El periodismo mexicano ha tenido que moldear sus formas para cubrir lo que el gobierno de Felipe Calderón ha llamado “la guerra contra el narcotráfico”. Si bien no ha sido un periodismo bélico, sí ha tenido que ajustarse a la violencia, a la búsqueda de información oficial del gobierno pero también sobre el gobierno. ¿Cómo determinar la barrera que el periodista debe establecer para su trabajo entre la ética periodística y el respeto a la vida privada de aquellos a quienes investiga, incluso si detentan el poder político?
En este sentido los únicos límites son los que fijan los códigos de ética de los propios medios de difusión, de la profesión y la ley. Pero la búsqueda de esa verdad que mencionaba no tiene barreras siempre y cuando se ajuste uno a esos imperativos. Es decir, no voy a indagar sobre tu vida si no tiene relevancia con respecto del interés social, es decir, de la ciudadanía. Ahora, el problema principal que padecemos los periodistas no es tanto la violencia que deviene del narcotráfico sino también de la violencia económica que estamos sufriendo, de la violencia política.
En este momento todos los mexicanos estamos viviendo una situación tal que se manifiesta en lo que yo llamo estado-decepción, decretado además por la presidencia, invocándose paradójicamente los postulados constitucionales para justificar una ilegalidad. En ese estado-decepción todo es válido y posible para el poder político pero no para ciudadanía, de la cual los periodistas formamos parte, y que sentimos que la representamos con fidelidad, honestidad y lealtad, independientemente de cómo uno entiende estos términos con respecto a la sociedad.
Finalmente, ¿cuáles cree que son las oportunidades y amenazas que tienen los estudiantes de Periodismo actualmente en México?
Les aconsejaría, de la manera más humilde, que primero se preparen, no sólo en lo académico, profesional o técnico, sino psicológicamente, para asumir un papel que según mi experiencia registra no se nos prepara: el liderazgo social. Ese mismo liderazgo conlleva responsabilidades y riesgos enormes, que no son diferentes a los que sufre la sociedad en un sentido general. Deben prepararse para lo inesperado, esperar lo inesperado.
Toda crisis, como dicen los chinos, es oportunidad, aunque este es un axioma muy trillado. Nuestra principal oportunidad es la de servir, la de contribuir a liberar al mexicano del mexicano mismo. Ésa es nuestra misión central y una vez que lo logremos, inspirados por cualquier filosofía, ése será el camino de nuestra trascendencia. Ello no significa que uno vaya a ser exitoso bajo cualquier definición de éxito, sino en el sentido de que se contribuye al desarrollo pleno, integral de la sociedad.
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