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martes, marzo 06, 2007

Génaro Aguirre: Retazos de una educación sentimental


Retazos de una educación sentimental
Genaro Aguirre Aguilar[1]

Para Daniel y Arturo,
hermanos de sangre y alma

Por supuesto que lo dicho a continuación, es una suerte de compromiso cumplido o deuda saldada con aquellos que -como quien escribe-, hace algunos inviernos tuvieron la ocasión de aprender o enriquecer parte de su imaginario amoroso desde lo que las canciones y los intérpretes de entonces mostraban. Y es que si los recuerdos algo tienen, son los muchos de aquellos lugares a donde podemos acudir apenas rememoramos alguna frase, algún acorde o un sentimiento capaz de llevarnos a remontar la imaginación y desandar los pasos del tiempo.


Hablamos de deuda saldada, porque en un texto publicado en estas mismas páginas, nos atrevimos a hablar de los territorios del amor en la canción contemporánea, pero el énfasis fue en algunas melodías que han sonado últimamente y en las cuales podemos reconocer algunos referentes para acercarnos a las maneras en que las nuevas generaciones pueden dejar entrever elementos de mediación para expresar, vivir o concebir su experiencia amorosa.


De tal suerte, bien vale la pena echar mano del repertorio musical y los recuerdos para comentar sobre aquellos devaneos melódicos que fueron conduciendo los aprendizajes emocionales entre quienes andamos en los 40 años. Sí, los mismos que hoy son profesionistas, pero en particular seres humanos quizá sin el tiempo o la atención o sin la sensibilidad suficiente para entender porqué puede estarse yendo la vida emocional de nuestros jóvenes en canciones que de tan directas o francas, restan cabida a la imaginación virginal, melancólica o cándida que pudimos haber tenido antes.


Porque es cierto, si antes nuestros padres se pudieron emocionar con frases como “voy a apagar la luz para pensar en ti y así dejar volar a mi imaginación, allí donde todo lo puedo, donde no hay imposibles…” de don Armando Manzanero, a nosotros nos tocaría alucinarnos con “No te salgas de mis brazos, sigue echada así en la hierba, quiero andarte paso a paso, recorrerte como hiedra…” del maestro Manuel Alejandro en la voz del entrañable Emmanuel. Así las cosas, la educación sentimental como buen mexicano, ha pasado por las canciones; lo que permite colocar en un lugar privilegiado a muchas de aquellas melodías que formaron parte de una historia emocional, a veces reciclada por la melancolía personal o recordada por algún novel cantante que nunca le dará ese toque que la distinguió en su momento.


Por ello, si tuviéramos que hablar de algunas letras que resultaron significativas, tendríamos que reconocerlas como imprescindibles, no sabemos si para una generación en su conjunto, pero si para algunos que tuvimos la ocasión de tropezarnos con ellas, para viajar trepados en sus metáforas, siempre con el deseo a cuestas de emplearlas durante las escaramuzas nocturnas que volcaban en nervios nuestros devaneos sentimentales. Si el repertorio emocional fue sumando canciones y nombres de intérpretes, hoy revaloradas por darle a la vida nuestra un sentido distinto.


Porque una cosa es cierta: después de escuchar los primeros acordes de una canción como Te llegará una rosa de Alberto Cortés, las maneras de entender la distancia o los amores de lejos, fue otra; como también resultó tras el hallazgo de una canción venida desde el cono sur producto de la imaginería de Elio Roca “Yo quiero dibujarte, con mis manos; yo quiero dibujarte con mi boca, sentir el fuego ardiente de tu piel tan caliente y amarte… locamente…” (Yo quiero dibujarte), por representar la oportunidad de poner en palabras ese sentimiento que hormigueaba en algún lugar de nuestros adolescentes cuerpos.


Por aquellos años, el amor no correspondido resultaba un terreno aun sin explorar ante la ausencia de objetos amorosos, y si bien tarde que temprano llegaríamos a pisar esas geografías, esa no era razón para dejar de sorprenderse en letras como aquella del mejor Julio Iglesias que dice: “Hey, no vayas presumiendo por allí, diciendo que no puedo estar sin ti… tú que sabes de mí. Hey, ya sé que a ti te gusta presumir, decir a los amigos que sin ti, ya no puedo vivir…” (Hey)


O esa sutil manera de reconocer una equivocación en voz de un hombre enamorado en espera de la amada y para la que ha trazado nuevos senderos: “Por si volvieras, por si volvieras, camino abro en las piedras, para que puedas llegar… Y nuestra habitación, la tengo ya preparada, por si volvieras cansada y quieras sentir amor…” (José Luis Rodríguez).


No obstante el gusto por la música popular, llegarían otros días, junto a otras experiencias para que, al calor de la vida universitaria, pasáramos lista a otro tipo de propuesta musical. Llegaría eso que entonces le llamábamos Nueva trova cubana, con los Rodríguez, los Nicola, los Milanés, los Pérez. Al final nos quedaríamos con unas cuantas que redimensionaron nuestros estados emocionales en materia amorosa. Entre un puñado de ellas, mencionaríamos esa joya del erotismo melódico y tan raro en el buen Pablo: “Déjame despertarte con un beso, en la verde mañana que te espera, déjame celebrar la primavera, en el hermoso largo de tu cuerpo. Déjame recorrer ese universo, que conozco sin límite y frontera…” (Principio y final de una verde mañana). Por supuesto que en este nuestro reducto cuenqueño, la flor de los vientos permitió orientarnos para reconocer un tipo de sublimación especial en cada uno de las armonías de un dueto como Mexicanto, quienes con su interpretación de Coincidir, demostraban junto a Sergio Esquivel y su Un tipo como yo, que la masculinidad podía entenderse desde otros ámbitos.
De regreso a la madre patria, los aprendizajes se vendrían como confetis, pues los colores, sabores, cantantes y composiciones, no sólo harían una polifonía donde lo ecléctico andaría los umbrales de la pluralidad en los gustos, esos mismos que terminarían por ser sentido estético en la vida. Con Serrat por delante, su imprescindible obra nos conduciría por otros territorios letrísticos. Con Tu nombre me sabe a hierba o La mujer que yo quiero… “no necesita, bañarse cada noche en agua bendita…”, entre otras muchas, hallamos la ocasión para redimensionar la lengua de Cervantes. Algo que se repetiría con gente como Víctor Manuel con su Soy un corazón tendido al sol. Pero igual tendríamos que reconocer lo que significó encontrarnos con gente como José Luis Perales, tan distinto pero en cuyas letras hubo cabida para comprender que también seguía siendo alentador esa otra parte del quehacer musical. “El amor es llorar cuando nos dice adiós, es buscar un lugar donde escuchar su voz…” (El amor); mientras que el color, la tesitura y la línea melódica de Camilo Sesto, venía a representar una obra capaz de enrojecer al instinto y lo emocional con letras como aquella que dice “que no me falte tu cuerpo jamás (jamás), ni el calor de tu forma de amar (jamás), ni la ternura de tu despertar, que no me falte jamás… (Jamás) Algo que igual nos pasaba con un par de compositores venidos desde la tierra más futbolera del mundo: por una parte Nelson Ned con su “quien eres tú, que de repente apareciste en mi vida, haciendo revivir la ilusión perdida, que hace ya tiempo adormeció dentro de mi…” (Quien eres tú), mientras que por la otra Roberto Carlos, en especial con esa que dice “perdona, no tomes tan en serio lo que dije, solo quería que tú que me entendieras y de repente me descontrolé y grité…” (Perdona)


Pero para variar un poco, del lado mexicano, José José, Dulce, Lupita D’alessio, sugerían un puente posible entre la contundencia conceptual y asertiva emocional en letras como “Casi todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar, y es que amar y querer no es igual, amar es sufrir, querer es gozar…” (Amar y querer) o la valentía confesa de la esposa: “mira, yo no quiero herirte corazón, pero todos mis quejidos y demás, son mentiras, son por miedo, son una farsa, un engaño, sólo eso…” (Heridas) O el advenimiento mesiánico de una mujer dueña de sus deseos en “vieras cuantas ganas tengo de tenerte cerca, dentro de cuatro paredes que no tengas puertas; de amarrarte fuerte con mis brazos pegada a tu aliento, hasta hacerte sentir lo que siento por fuera y por dentro…” (Vieras cuantas ganas tengo)


Y si por esos momentos andábamos en aras de andamiajes plurales, con José Roberto hallábamos profundamente significativa la letra de aquella su canción dedicada a la pequeña amante: “la tarde se ha vestido de colores, la calle es un murmullo y te saluda; ven quiero platicar contigo, abrazándote, sitiándote mía. Sólo te amo a ti, sólo te amo a ti, sólo te amo a ti, mi niña traviesa…” (Mi niña traviesa) O qué decir de aquella canción que en su estribillo decía “Amor de habitación, de cuatro a siete y después adiós, amor de puerta adentro, canción de media voz, amor que por temor, nos callamos los dos, amor entre paredes, se esconde sin razón…” (Amor de habitación) que por aquellos tiempos Napoleón nos entregaba.
Lo tiempos se han venido encima, pero los recuerdos y las emociones siguen allí agazapados para que en ocasiones como estas, podamos rememorar algunas canciones que posiblemente para nuestra generación fueron medulares, por lo que representaron en su educación sentimental; sin duda, hoy entrañables como tantos otros recuerdos, esos que han dado también los años y las oportunidades, pues entrado en los umbrales de la adultez, vino el imprescindible Luis Eduardo Aute y la ocasión para aprender se convirtió en oceáno con cada hallazgo que ha representado escuchar cada uno de sus discos; lo mismo que ha ocurrido con Joaquín Sabina, quien cuando habla de la relación amorosa, encuentra formas líricas casi mágicas para expresar lo que en ocasiones a uno le cuesta más trabajo reconocer o expresar.


Total, que han sido tantas y pudieron ser más, pero no en todas las ciudades o barrios se escucha lo mismo, ni todos hemos ido construyendo nuestros gustos musicales de la misma forma, ni tampoco andado trayectorias para que los aprendizajes emocionales se fragüen de la misma manera, lo que sí es cierto es que continuamos en la búsqueda, que si en la vida pudiera tener un fin, ese sería eterno.


[1] Originalmente este texto fue preparado como una segunda entrega de aquella que sobre la canción romántica contemporánea se entregó a la Gaceta Colón. Ante el reclamo de los compas de generación se hizo esta segunda entrega que, al mismo tiempo, ha dado pie a otro que –próximamente- se presentará, para cerrar lo que terminó siendo un tríptico sobre las sonoridades amorosas a través de tres generaciones

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estaré en espera de la siguiente entrega de las "sonoridades amorosas de tres generaciones", interesante, ayuda a redimensionar el enotorno simbólico sonoro popular pasado y presente. Manolo.

Anónimo dijo...

Sin lugar a dudas, algo de lo que somos es lo que hemos vivido o dejado de vivir y las posibilidades de ambas, son infinitas. En ese sentido el entorno donde nos desarrollamos nos da múltiples motivos para experimentar vivencias y el musical no es la excepción, dejándonos vivencias reales o imaginarias, que finalmente inciden en el ser y su comportamiento, ¿En que grado?,en el que permita cada persona. Y si en algo inciden las canciones, es efectivamente en la forma de expresar lo amoroso. Sólo recordemos la carga amorosa que lleva inherente la ya poca recurrida serenata a la persona amada o la eternamente vigente bohemia para olvidar en el rincón de una cantina. Más que en rosa, en tono azul, la música y las canciones alimentan el alma y lo amoroso alcanza lo sublime cuando se cobija en ella.
El aprendizaje emocional es eterno, como un tren en constante marcha, pero en el caso de lo que nos dejan las canciones, tiene una parada cada vez que las escuchamos, entonamos o recordamos.

Gracias, más que por la dedicatorio, por estar en ti.

Arturo Aguirre Aguilar.

Unknown dijo...

Coincidencias no fortuitas. Escenarios, ambientes, personajes, aconteceres que nos han formado: nuestro origen, con la música de fondo, de frente y de perfil, trascendiéndolo para hacerse permanente. Si, tampoco lo dudo, en nuestro caso la música ha sido elemento fudamental para dar forma a nuestra alma, a lo que nos anima, a lo que nos mueve. Gratificante, emotiva, reflexionante. Gracias