Felipe Calderón y el sargento Chiricuto
Cuando era yo niño (no hace mucho, por cierto) el diario que leía mi padre, traía los domingos tiras cómicas, y entre ellas la de uno llamado El sargento Chiricuto: corto de estatura, regordete y medio tonto. He olvidado casi todos los cartones, excepto uno en el que el oficial superior a Chiricuto le ordena vigilar el cuartel desde las alturas para casos de peligro. Chiricuto (güevón que se las gasta) no pone atención; sí su superior quien a lo lejos divisa una polvareda, arroja los catalejos al sargento de marras y le pide distinga si, dentro de esa nube de polvo, quienes vienen marchando son “amigos” o “enemigos”. Chiricuto, falto de inteligencia como es él, contesta con una lógica que hoy ya nos viene siendo (apenas llegados los 100 días de mandato presidencial) muy popular; dice el aludido: “¡Capitán, capitán, son amigos!" El capitán, más dado a las razones que a las contestaciones a lo pendejo, pregunta a Chiricuto: “¿Por qué dices que son amigos?”. El tontuelo sargento contesta: “Porque vienen juntos, mi capitán”.
Así, Felipe Calderón (siglas FECAL) sigue haciendo honor a sus ídems. Sabedor que es ilegítimo entre nosotros y jefe de estado de medio-pelo entre otros gobernantes, no sólo de Europa y USA sino incluso de Latinoamérica, ha presenciado la venida de su homólogo (por lo ilegítimo también; remember Florida) George W. Bush, y como viene junto con una tropa de halcones que lo protegen, ha contestado que son “amigos nuestros” porque vienen agrupados; ¿Para qué? Para cometer arbitrariedad y media en nuestro propio suelo (a menos que ya le hayan vendido ese pedazo de tierra a los gringos y uno no lo sepa), cerrar calles en nuestro propio país, cortar comunicaciones libres, maltratar a nuestros ciudadanos y hasta exigir cómo se debe vestir (si de corbata porque el sargento Felipe la usa, o de guayabera porque al chiricuto estatal se le ocurrió pasear por las bellezas naturales de las que sólo turistas extranjeros pueden disfrutar.
En medio de toda esta visión “amiguera” con el imperio que le viene a decir lo mismo que se le dijo al tarado de Fox, Calderón no se conforma. Él también, usurpador que es de un poder apoyado desde la White House, se parapeta detrás de su ejército (del nuestro también si la Constitución no miente). En sus recorridos por la República, Calderón la hace de mini-Bush y lleva a sus halcones para que "no le vaya a pasar algo". Pero a los halcones hay que alimentarlos. La ilegitimidad tiene rostro de miedo y de inseguridad. Así es que lo primero que hay que hacer es ganar, no del triunfo en las urnas, sino el apoyo de quien tiene las armas en caso de que esa ilegitimidad se vea aún más vulnerada y decaída de lo que ya se le mira.
De esta manera, Calderón, con el sagrado corazón de Jesús en la mano ─persignado que suele ser y de doble ética como ya se le estima desde que fue enseñado a confesarse cada domingo─ ha aprendido sin mayor dificultad al clero en eso de proteger a los pederastas y violadores que viven dentro de sus atrios. Imitando, con gesto y mitra los dichos del cardenal Rivera cuando se le interroga de la pocilga que guarda en las cámaras sexuales de la Iglesia, Calderón también defiende a los “suyos”, a sus soldados, a sus guardavidas, y los convierte en intocables, inocentes pobres corderitos.
Cuando era yo niño (no hace mucho, por cierto) el diario que leía mi padre, traía los domingos tiras cómicas, y entre ellas la de uno llamado El sargento Chiricuto: corto de estatura, regordete y medio tonto. He olvidado casi todos los cartones, excepto uno en el que el oficial superior a Chiricuto le ordena vigilar el cuartel desde las alturas para casos de peligro. Chiricuto (güevón que se las gasta) no pone atención; sí su superior quien a lo lejos divisa una polvareda, arroja los catalejos al sargento de marras y le pide distinga si, dentro de esa nube de polvo, quienes vienen marchando son “amigos” o “enemigos”. Chiricuto, falto de inteligencia como es él, contesta con una lógica que hoy ya nos viene siendo (apenas llegados los 100 días de mandato presidencial) muy popular; dice el aludido: “¡Capitán, capitán, son amigos!" El capitán, más dado a las razones que a las contestaciones a lo pendejo, pregunta a Chiricuto: “¿Por qué dices que son amigos?”. El tontuelo sargento contesta: “Porque vienen juntos, mi capitán”.
Así, Felipe Calderón (siglas FECAL) sigue haciendo honor a sus ídems. Sabedor que es ilegítimo entre nosotros y jefe de estado de medio-pelo entre otros gobernantes, no sólo de Europa y USA sino incluso de Latinoamérica, ha presenciado la venida de su homólogo (por lo ilegítimo también; remember Florida) George W. Bush, y como viene junto con una tropa de halcones que lo protegen, ha contestado que son “amigos nuestros” porque vienen agrupados; ¿Para qué? Para cometer arbitrariedad y media en nuestro propio suelo (a menos que ya le hayan vendido ese pedazo de tierra a los gringos y uno no lo sepa), cerrar calles en nuestro propio país, cortar comunicaciones libres, maltratar a nuestros ciudadanos y hasta exigir cómo se debe vestir (si de corbata porque el sargento Felipe la usa, o de guayabera porque al chiricuto estatal se le ocurrió pasear por las bellezas naturales de las que sólo turistas extranjeros pueden disfrutar.
En medio de toda esta visión “amiguera” con el imperio que le viene a decir lo mismo que se le dijo al tarado de Fox, Calderón no se conforma. Él también, usurpador que es de un poder apoyado desde la White House, se parapeta detrás de su ejército (del nuestro también si la Constitución no miente). En sus recorridos por la República, Calderón la hace de mini-Bush y lleva a sus halcones para que "no le vaya a pasar algo". Pero a los halcones hay que alimentarlos. La ilegitimidad tiene rostro de miedo y de inseguridad. Así es que lo primero que hay que hacer es ganar, no del triunfo en las urnas, sino el apoyo de quien tiene las armas en caso de que esa ilegitimidad se vea aún más vulnerada y decaída de lo que ya se le mira.
De esta manera, Calderón, con el sagrado corazón de Jesús en la mano ─persignado que suele ser y de doble ética como ya se le estima desde que fue enseñado a confesarse cada domingo─ ha aprendido sin mayor dificultad al clero en eso de proteger a los pederastas y violadores que viven dentro de sus atrios. Imitando, con gesto y mitra los dichos del cardenal Rivera cuando se le interroga de la pocilga que guarda en las cámaras sexuales de la Iglesia, Calderón también defiende a los “suyos”, a sus soldados, a sus guardavidas, y los convierte en intocables, inocentes pobres corderitos.
Ante la evidencia médico forense que hasta un simio (vaya, que hasta Chiricuto daría por irrebatible), Calderón niega rotundamente que el caso de la señora de 72 años de edad, de nombre Ernestina Ascensión Rosario, y perteneciente a la población de Soledad Atzompa haya sido producto de una violación: ya no digamos por parte de miembros del ejército quienes mataron a la anciana, sino simplemente el presidente espurio ha declarado que “tiene información" de que la anciana murió de una gastritis crónica (¿????). ¡Vaya ignorancia!
No cabe duda que vamos de mal en peor. Que la mentira y el engaño --que inicio por lo ilegítimo-- va a prevalecer, ya ni siquiera con la astucia e inteligencia que tenían o han tenido otros engañadores, sino con la cruda realidad y tamaños de un presidente que, catalejos de por medio, sólo sabe distinguir a los amigos por razón de que “vienen juntos”. O peor: están junto a él para salvaguardar la usurpación que le cobija.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario