La súbita muerte de Alberto Contreras, fotógrafo, artista y sobre todo amigo, director de la Fototeca de la Ciudad, ha conmovido a todos aquellos que conocieron tanto de su generosidad para quienes le rodeábamos, como su capacidad artística a toda prueba. Dice Jean Cocteau que cuando un hombre muere sucede una gran pérdida; cuando lo hace un artista, un poeta, un creador, la pérdida es más que humana: la humanidad es la que pierde. Así con Alberto quien, si bien fungía sentado a su escritorio, su ansia mayor, la del artista, se halló siempre detrás de la lente de su cámara, de la cual nos dejó imágenes vivas y llenas de asombro; muchas de ellas llenas de ternura, otras descarnadas y fieles a la realidad que le tocó vivir.
Premio al estímulo artístico en 2002, Alberto me visitó un día para pedir le escribiera un prólogo a una cercana exposición que realizaría en varias salas de nuestra entidad como de otros estados vecinos, allá por el 2004. Lo que me llevó como muestra entonces, bastó para ceñir los ojos de sorpresa, de cercanía tangible con la poesía, de hermandad entre un vidente y aquello que se escribe para dar al mundo un rostro distinto.
Le escribí el prólogo. Hice énfasis en ese sentido de fuego oscuro que sus fotos guardaban, de su anhelo por la noche como frazada para protegerse de las sombras, del hilo intemporal que, entre foto y foto, congela el mundo y nos lo devuelve hecho placer lúdico: uno acto de amor que no descansa.
Uno o dos meses después Alberto volvió a presentarse en mi lugar de trabajo. Como agradecimiento a ese prólogo hecho a la carrera, él me obsequió una de sus fotografías titulada Xalapa de Noche. En ella, la silueta de un hombre se cubre de la lluvia con un paraguas cuya bóveda es el rostro hermoso de una mujer con su mascada. Los ojos de esa mujer, de pelo hermoso suelto a pesar de la pañoleta, parecen mirar con insistencia al hombre para llamarlo con pupilas de fuego. Hoy he vuelto a mirar esa fotografía desde la soledad de mi cuarto; he recreado el instante y he visto otra vez a Alberto detrás de esa imagen. Así lo recordaré siempre: su vida será siempre no un no estarse sino un estar en medio de nosotros.
O como él me lo dijo un día: "Cuando digas, te cambio la foto que quieras por un par de tus poesías, y así cada uno recordará siempre al otro". Ya tengo una foto tuya Alberto, te debo un poema, y aquí te lo escribo.
La vida, acostumbra hablar entre dientes:
No tiene agallas para decirnos cuándo
No jala a uno y le dice todo ha terminado
Ni cose nuestros ojos para no ver ya nada
O avisa al perro y al hojalatero
Que ya no te encontraremos más en nuestro camino
Simplemente toma su revólver, su cuchillo
Se hace de la muerte y la anima
A sorber el tuétano de nuestros huesos
La savia de la córnea y sal de nuestras venas
Y así nos lleva
Como a ti, que te has ido sin avisarnos
Pero no te has ido, le hemos pulido garra a la muerte
Hemos hecho un montón de flores
Un carbón de sol y una corona de espinas
Y ahí hemos colocado tus fotografías:
Se ha dado cuenta la vida, vecina de la muerte
Que algo más se requiere
Para arrancarte de nuestra mente
Para hacer que te olvidemos
Y dejemos de abrazarte
2 comentarios:
Tus palabras se volvieron dedos que sutilmente acariciaron !
Cadavez que recuerdo al Beto, pienso en que él estaba en el camino de los grandes,pero de cualquier manera nos dejó mucho aprendizaje...
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