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jueves, septiembre 04, 2008

André Glucksmann: La libertad como principal desafío




El homenaje póstumo es un arte que desde siempre me paraliza: es mejor testimoniar lo bueno que se piensa de cualquiera y la admiración que despierta cuando la persona está viva. En lo que concierne a Alexander Solyenitzin, desde hace 35 años -de cuando era vituperado por la izquierda, vilipendiado por los comunistas, perseguido por el Kremlin y despreciado por las autoridades occidentales- rindo homenaje a quien cambió mi vida y transformó el rostro del mundo, al haber nuevamente coronado a la libertad como primer desafío de la condición humana. Contrariamente a todo lo que hoy se dice, él no reveló la existencia del sistema de campos de concentración soviético y de decenas de millones de víctimas. La información ya era de dominio público, a la vista de todos. En cambio, lo que reveló fue la resistencia al Gulag, incluso dentro del Gulag, en tanto el imprescriptible amor a la libertad animaba la disidencia que sacudía a los países comunistas. Era un hombre bueno y fiel; la amistad con la que me honraba no disminuía en las situaciones en las que nuestros desacuerdos -las guerras en Bosnia y en Chechenia- eran públicos.
Cuando el nombre de Putin sea olvidado por todos, su Archipiélago Gulag será leído aún con la misma, intensa fiebre que me sacude aún un tercio de siglo después. ¿Hubo en los años setenta un "efecto Solyenitzin" en Francia? El pequeño grupo parisino que apeló a él para traspasar el "insuperable horizonte" del marxismo (Sartre) ejerció una influencia desmitificadora sobre los movimientos de liberación en Occidente (así como sobre el antifascismo portugués, como me confió Mario Soares, por entonces primer ministro socialista). Cosa más extraña, Solyenitzin contribuyó a liberar la disidencia intelectual, en el este, de las últimas reticencias sobre la alianza, necesaria pero nunca intentada, de los espíritus liberales o ateos con las iglesias o las organizaciones confesionales (Solidarnosc, Bronislaw Geremek y Adam Michnik dieron una magnífica lección de ello).
Alexander Solyenitzin, ese "grano de arena" que poco a poco trabó la máquina totalitaria, hizo caer los muros antes que nada en la cabeza de la gente. Frente a la inhumanidad comunista, las divisiones seculares entre reaccionarios y progresistas, izquierda y derecha, no aparecieron ya como insuperables: a partir de allí se podía estar contra Hitler y contra Stalin, enemigo de los fanatismos profanos tanto como del terrorismo religioso. Diecisiete años después de la publicación del Archipiélago Gulag se hundió el Muro de Berlín y la carta geográfica de Europa fue completamente modificada.



Traducción: Gabriel Zadunaisky (traducción original de Daniela Maggioni)


La libertad como principal desafío


Por André Glucksmann Para LA NACION

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