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martes, abril 24, 2012

Siete Años de tinta fermentada




Gracias a todos ustedes cumplimos siete años con la pluma en ristre, y a la espera de la próxima página en blanco.

Los Elementos del Reino

Federico García Lorca: POEMAS



Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

Federico García Lorca



LA COGIDA Y LA MUERTE


 

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana

a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida

a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y sólo muerte

a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones

a las cinco de la tarde.

Y el óxido sembró cristal y níquel

a las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo

a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada

a las cinco de la tarde.

Comenzaron los sones del bordón

a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo

a las cinco de la tarde.

En las esquinas grupos de silencio

a las cinco de la tarde.

¡Y el toro, solo corazón arriba!

a las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando

a las cinco de la tarde,

cuando la plaza se cubrió de yodo

a las cinco de la tarde,

la muerte puso huevos en la herida

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama

a las cinco de la tarde.

Huesos y flautas suenan en su oído

a las cinco de la tarde.

El toro ya mugía por su frente

a las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía

a las cinco de la tarde.

A lo lejos ya viene la gangrena

a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles

a las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles

a las cinco de la tarde,

y el gentío rompía las ventanas

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

¡Ay qué terribles cinco de la tarde!

¡Eran las cinco en todos los relojes!

¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

*



LA SANGRE DERRAMADA



¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,

que no quiero ver la sangre

de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par,

caballo de nubes quietas,

y la plaza gris del sueño

con sauces en las barreras

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.

¡Avisad a los jazmines

con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo

pasaba su triste lengua

sobre un hocico de sangres

derramadas en la arena,

y los toros de Guisando,

casi muerte y casi piedra,

mugieron como dos siglos

hartos de pisar la tierra.

No.

¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio

con toda su muerte a cuestas.

Buscaba el amanecer,

y el amanecer no era.

Busca su perfil seguro,

y el sueño lo desorienta.

Buscaba su hermoso cuerpo

y encontró su sangre abierta.

¡No me digáis que la vea!

No quiero sentir el chorro

cada vez con menos fuerza;

ese chorro que ilumina

los tendidos y se vuelca

sobre la pana y el cuero

de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!

¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos

cuando vio los cuernos cerca,

pero las madres terribles

levantaron la cabeza.

Y a través de las ganaderías,

hubo un aire de voces secretas

que gritaban a toros celestes,

mayorales de pálida niebla.

No hubo príncipe en Sevilla

que comparársele pueda,

ni espada como su espada,

ni corazón tan de veras.

Como un río de leones

su maravillosa fuerza,

y como un torso de mármol

su dibujada prudencia.

Aire de Roma andaluza

le doraba la cabeza

donde su risa era un nardo

de sal y de inteligencia.

¡Qué gran torero en la plaza!

¡Qué gran serrano en la sierra!

¡Qué blando con las espigas!

¡Qué duro con las espuelas!

¡Qué tierno con el rocío!

¡Qué deslumbrante en la feria!

¡Qué tremendo con las últimas

banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.

Ya los musgos y la hierba

abren con dedos seguros

la flor de su calavera.

Y su sangre ya viene cantando:

cantando por marismas y praderas,

resbalando por cuernos ateridos

vacilando sin alma por la niebla,

tropezando con miles de pezuñas

como una larga, oscura, triste lengua,

para formar un charco de agonía

junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!

¡Oh negro toro de pena!

¡Oh sangre dura de Ignacio!

¡Oh ruiseñor de sus venas!

No.

¡Que no quiero verla!

Que no hay cáliz que la contenga,

que no hay golondrinas que se la beban,

no hay escarcha de luz que la enfríe,

no hay canto ni diluvio de azucenas,

no hay cristal que la cubra de plata.

No.

¡Yo no quiero verla!

*

CUERPO PRESENTE

La piedra es una frente donde los sueños gimen

sin tener agua curva ni cipreses helados.

La piedra es una espalda para llevar al tiempo

con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas

levantando sus tiernos brazos acribillados,

para no ser cazadas por la piedra tendida

que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,

esqueletos de alondras y lobos de penumbra;

pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,

sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.

Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:

la muerte le ha cubierto de pálidos azufres

y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.

El aire como loco deja su pecho hundido,

y el Amor, empapado con lágrimas de nieve

se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.

Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,

con una forma clara que tuvo ruiseñores

y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!

Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,

ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:

aquí no quiero más que los ojos redondos

para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.

Los que doman caballos y dominan los ríos;

los hombres que les suena el esqueleto y cantan

con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.

Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.

Yo quiero que me enseñen dónde está la salida

para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río

que tenga dulces nieblas y profundas orillas,

para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda

sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna

que finge cuando niña doliente res inmóvil;

que se pierda en la noche sin canto de los peces

y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos

para que se acostumbre con la muerte que lleva.

Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.

Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!











 
 


 








 





 




 


Ivonne Moreno Uscanga:


De Toros y Toreros

Carlos Cano: Fotografía
Daniel Noriega: Pintura
Moisés Avendaño: Escultura





Por Ivonne Moreno Uscanga



Los patrones culturales fundamentados en ritos y celebraciones son múltiples en cuanto a la riqueza de prácticas y polisemia de contenidos. Los toros fueron dentro de varias etnias del Mediterráneo, como la cretense y la ibérica, manifestaciones de tributo y de ideología alusiva a la fuerza. Esta como ablución a la naturaleza , así como pasión en lo referente a sexualidad humana, convergente con los dioses.

La mitología griega se encargó de tejer una de las más vesánicas historias acerca de la existencia de un hombre-toro, el MINOTAURO. Quimera producto de las relaciones amorosas entre Pasifae y un toro blanco enviado a la misma por Poseidón,  como trama seductiva y de castigo a Minos rey de Creta, quién lo encerró en un laberinto creado por Dédalo.

Cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas se entregaban al Minotauro en señal de saciedad, hasta la aparición de Teseo, cuya protección otorgada por Ariadna, a través de una bola de cordel, amparó al héroe para el exterminio de lo simbolizado: brutalidad y los bajos instintos en el género humano.

Otro aspecto también de la historiografía micénica ubica al toro en estigma de lucha y vigorosidad. El arte de la isla de Creta muestra en hermosos murales a mujeres-toreras, con los senos desnudos, en acciones lúdicas plasmadas de un fuerte erotismo. Asimismo los ibéricos realzan en imponentes esculturas de piedras, donde los toros se tornan en esa pendiente de rudeza y valor. Años posteriores al cristianismo conceptualizarán al toro alado como emblema del apóstol Lucas y el siglo XVIII, la costumbre de la rejonería y la fiesta brava en España cimientan los inicios de la tauromaquia. Pretexto plástico para el genio universal Francisco Goya, aragonés inmortalizador de la eclosión de las luces y el enfrentamiento entre el toro y el hombre como un acto cruento de dolor, sangre y muerte.

Pablo Picasso avala en su vasta producción artística al toro como el cruce entre las crisis interiores del hombre: la idiosincrasia y lo inteligible buscando resolver en la inmediatez de la piel y los sentidos a la ponderación de la creatividad humana. De este modo hallamos los antecedentes de un animal cuya caracterización cristaliza en una dicotomía existencial, la de la fantasía plástica y la de la conservación y protección de su especie. En la primera categoría, se plasma el ingenio y dinamismo de 3 propuestas de realizadores plásticos veracruzanos cuya composición en técnicas distintas nos posibilitan a reencontrarnos con ese pasado mágico, hoy exhibido para ustedes en el 25 aniversario del IVEC:

Carlos Cano: su lente y propuesta resultan tendientes a la tecnología por un lado y la candidez de lo figurativo por otro. Sin descuidar su objetivo por lo “grato” y tocado por la columna ancestral de Veracruz, se asoma a vetas perpendiculares de la cotidianeidad, sin soslayar la cultura local: la belleza de la entidad y su gente. No obstante en ésta ocasión, hace un paréntesis plástico y aborda al toro en primer plano, importándole la fauna como sentencia de vida. Carlos Cano expone la grafía del animal, por la gala de su condición. En sus composiciones, la demostración de los campos ópticos giran por medio del imponente animal, algunas veces brioso, otras muerto, otras como moderno torero- minotauro, en su propuesta se lee, “sin toro no hay corrida, ni poesía ni tarde, ni plaza”.

Daniel Noriega, resulta más apegado a la transición mítica hombre-toro. Su discurso es pendular entre la tendencia híbrida, no obstante la figura predomina ante lo abstracto. Para el pintor la singularidad del sentir bravío, es contienda implicada en la jerga y contacto de dos fuerzas: el animal y  el observador. La propuesta de Noriega se enviste de una tregua suspicaz, polivalente a la tipología taurina, pero siempre impregnada de cierta lascivia, con coyunturas de repliegues sensuales y deseosos, sus enunciados plásticos cargados de consecuencias carnales instintivas son espacios aprovechables para su imaginación con las cuales él podrá desplazar por medio de empastes y oleos, propósitos de enorme ímpetu. Los amarillos, negros, grises, rojos para Noriega son las recurrencias a una latencia: la líbido ante la razón. La composición de Noriega sin embargo no está exenta de la religiosidad de la ronda del torero, antes de enfrentarse contra el toro, santiguarse antes de salir para cerrar el rito: brindarse a la muerte, con pasional cordura.

Moisés Avendaño, presenta el conjunto de obra más conciliador, de la cual controversia: toro-fiesta de luces, decrepitud-gloria, sufrimiento-clímax, tan celebrada en sociedades como la española y la nuestra. La carga emotiva de Avendaño se centra en el sello particular de su personalidad: la constancia. La tenacidad en la obra del escultor es loable y se comprende en lenguaje notorio de la materia prima con al cual se connota, la madera. La propuesta de Moisés además de sutil es vertiginosa. El trabajo de la talla y los golpes del marro, distinguen la mesura de un expositor preocupado por  la ubicuidad.

 Avendaño  también juega con los terrenos figurativos y abstractos en la medida de la concatenación de su objeto plástico, en este caso la liturgia del hombre y el toro, la plaza y la ululación del público sediento de espectáculo y simultáneamente ignorante de lo verdaderamente vencedor. Avendaño se entrega en un proceso de prestidigitador, pone balanza a las faenas del torero, las verónicas, las bullangueras, los volapiés, los pases a elegancia de buenos capotes para exteriorizar, en rimas de alto lirismo y gubia, enunciados de alto impacto propositivo.

El acercamiento al universo de la tauromaquia por parte de Carlos Cano, Daniel Noriega y Moisés Avendaño es original y valida desde la perspectiva de su fundamentación plástica, metodológica y documental. Los tres toman en cuenta los factores indispensables para invitarnos a la fotografía, pintura y escultura con la finalidad de incluirnos como degustadores  y parte de su lúdica, al incluirse ellos mismos como toreros, como si se mimetizaran en las elegías y versos de Federico García Lorca; en la prosa de Ernest Hemingway y en  la música  de Agustín Lara.

Cano-Noriega – Avendaño  ayer  :  Al toro por los cuernos , hoy  DE  TOROS Y TOREROS