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lunes, enero 20, 2014

Raúl Arteaga: POLILLA




POLILLA

Raúl Arteaga

Seguro de su vocación, Víctor de María cursa estudios de actuación. Su entrega es absoluta; devora la teoría, estudia y lee cuanto texto le recomiendan, busca bibliografía nacional y extranjera, elabora fichas, resúmenes de libros, ensayos, entrevistas de actores, guionistas y escenógrafos. Le animan ciertos maestros que él ha marcado como excelentes y sabios ordenados en el trabajo; curtidos por la experiencia de su camino por los escenarios, por las tablas de pequeños y grandes teatros. Otros maestros y sus compañeros lo catalogan como ratón empanzonado por comer hojas y hojas que después caga sin digerir.
Víctor María ejerce dos cualidades: una voluntad férrea; una vez tomada una decisión, no escatima en tiempo, trabajo, dedicación, sin importar sacrificios él logra, casi invariablemente, su objetivo. La otra, fundamental, consiste en olvidar malos recuerdos, experiencias desagradables, menospreciar (olvidar) sus limitaciones, carencias y miedos. Su grado de autoestima es infinito y su vida será trascendental basada en la idea del hombre libre, purificado, sin prejuicios, culpas, remordimientos, exento de miedos. ¡Sí! Los miedos son el peor lastre de la humanidad. Miedo a la vida, al éxito, a la muerte. Los miedos, se decía, son habitaciones malignas, sin salida; en ellos el hombre se esconde justificando sus derrotas, sus odios contra los otros y contra sí mismo, por el simple error de vivir. Odio a la riqueza, a la pobreza. El odio es natural en el ser humano. Por ello Víctor de María se amaba. Él encarna la perfección intelectual, su espíritu superior lo protege e impulsa, lo hace diferente. Tampoco descuida su cuerpo, se mantiene en forma cargando pesas, corre diez kilómetros diarios y su alimentación es nutritiva y natural. Desde luego no toma alcohol, ni fuma, la masturbación es aberrante, habita en las mentes viciosas y holgazanas; mentes mediocres esclavas del deseo.
Una tarde, antes del crepúsculo impreciso, entre primavera y verano, de cielo estrecho devorado por nubes grises, sin lluvia y un sol opaco y perezoso que avienta sombras lentas, Víctor María se concentra para su ejercicio de introspección y meditación profunda. Desnudo entra al enorme ropero, herencia de generaciones. Deberá permanecer de pie, realizar ejercicios respiratorios hasta alcanzar el desprenderse de su cuerpo y poner la mente en blanco. Con los ojos cerrados olfatea perfumes rancios. De pie, con los brazos cruzados, se ajusta al estrecho espacio. La respiración es sorda. Por segundos se impone el silencio. Oye ruidos pequeñitos, casi mudos. Primero arriba, luego a los lados. Los ruidos crecen, se concentra más; de su mente sale la voz “Estás castigado, reza, arrepiéntete, eres malo, por eso te metemos aquí para que las polillas te coman vivo si no pides perdón a tus padres”. Comienza a rezar en voz baja, luego más fuerte, a gritos --¡Por favor perdónenme, ya no, por favor, por piedad sáquenme…perdón!—Siente un polvillo fino sobre su cabeza, las polillas vienen por él. La puerta del ropero se abre. Su padre lo saca de los cabellos. “Eres un cobarde chillón” Su madre lo abraza. Él toma las tijeras y las entierra en el cuello del hombre. De inmediato ataca a la mujer: “No volverá a suceder; arderán junto con las polillas. Prendió fuego a su casa y se marchó a su clase.



lunes, enero 13, 2014

Alicia Dorantes: LOS DONES


ALICIA DORANTES

Los Dones

«Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja,
es la inocente voluntad de toda biografía.»
J.L.Borges

Leo y releo… Es este un magnífico poema que cala hasta el alma más endurecida. Lo escribió un hombre; un genio de la literatura universal: me refiero a Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, que, nacido en Buenos Aires, Argentina, el día 24 de agosto de 1899, falleció en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986: tenía al morir, 87 años. Es, sin lugar a dudas, uno de los autores más brillantes de la literatura española del siglo XX. Sí. En sus textos Borges ofrece la exquisitez y finura de su lenguaje, sus vastos conocimientos, el universo inagotable de ideas, y/o de la belleza de su poesía. Su obra honra a la lengua española.
         Sin duda alguna, fue en su momento un personaje por demás polémico, cuyas posturas políticas le impidieron recibir el Premio Nobel de Literatura, aunque fue merecedor de él, durante casi treinta años… Este hombre de letras perdió a los 55 años de edad, uno de los dones más preciados con que cuenta el ser humano: la vista. Queda ciego. A partir de entonces, sólo escribe con los ojos del corazón. He aquí fragmentos de una poesía que él titulara “Los dones”, lo escribió siendo director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y siendo ya invidente; he aquí unos fragmentos:

Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños / a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños / los insensatos párrafos que ceden
De hambre y de sed (narra una historia griega) / muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines / de esta alta y honda biblioteca ciega.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca / exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una biblioteca.

Los textos, la poesía y la tragedia de Jorge Luis Borges, me recuerdan dos tragedias igualmente intensas; dolorosas: una, la de un coloso de la música; la de Ludwig von Beethoven, quien naciera en Bonn, Alemania, en el año de 1770, en el seno de una familia de origen flamenco, y que murió en Viena, en 1827. A pesar de mis escasos conocimientos musicales, pienso que Beethoven fue y es el mayor titán del romanticismo musical.
Su padre, alcohólico empedernido, ante las evidentes cualidades para la música que demostraba el pequeño, intentó hacer de él un segundo Mozart, aunque con escaso éxito ya que, la verdadera vocación musical del genio de Bonn, comenzó a manifestarse en realidad a los nueve años de edad, cuando conoció y entró en contacto con el organista Christian Gottlob Neefe, que se convirtió en su maestro y guía. Él fue, quien le introdujo en al conocimiento y estudio de Juan Sebastián Bach, músico al que Beethoven siempre profesaría una honda devoción.
De muy joven Ludwig ingresa en 1783 como miembro de la orquesta de la corte de Bonn. En 1787, realizó su primer viaje a Viena con el propósito de recibir clases de Mozart. Sin embargo, la enfermedad y el posterior deceso de su madre, le obligaron a regresar a su ciudad natal pocas semanas después. En 1792 Beethoven viaja otra vez a la capital austriaca para trabajar con Haydn y Antonio Salieri, dándose a conocer con gran éxito, como compositor y pianista en 1795.
Sin embargo, su carrera como intérprete quedó bruscamente interrumpida a consecuencia de la sordera que comenzó a aquejarlo desde los 26 años de edad y que a partir de 1815 le privó por completo de la audición. A pesar de que los últimos años de la vida de Beethoven estuvieron marcados por la soledad, su bien conocido mal humor, y una creciente depresión emocional, continuó su labor de composición, e incluso fue la época en que escribió sus obras más impresionantes.
La Sinfonía nº 9 Op. 125 en re menor es la última sinfonía completa escrita por él y una de las obras más trascendentales en la música clásica. Su último movimiento es un final coral poco usual en su época, convertido hoy, en símbolo de libertad. La adaptación de la sinfonía, realizada por el también músico alemán, Herbert von Karajan en 1972, se toma como el himno de la Unión Europea. Es la única composición musical de la historia, que ha sido declarada “Patrimonio de la humanidad” por la Unesco. En el cuarto y último movimiento, el poema escrito por su amigo Friedrich Schiller, en noviembre de 1785, conocido hasta nuestros días como “Oda a la alegría”, se adueña de escenarios, públicos y corazones, alrededor del mundo. Es este sólo un breve fragmento del coro:

¡Abrazaos millones de seres! / ¡Este beso al mundo entero!
 Hermanos, sobre la bóveda estrellada /  Debe habitar un Padre amante.
¿Mundo presientes al Creador? / Búscalo por encima de las estrellas!
 ¡Allí debe estar su morada!

Y la tragedia de Beethoven y el anterior poema  me llevan a otra tragedia más: a la de Pierre Auguste Renoir, nacido en Limoges, Francia, el 25 de febrero de 1841. Fue uno de los más célebres pintores franceses. Los que de esto saben, dicen que resulta complicado clasificar su estilo: inicialmente perteneció a la escuela impresionista, pero se separó de ella rápidamente por su interés en la pintura de cuerpos femeninos, más que los paisajes en sí. Vale la pena recordar que: «el impresionismo fue un movimiento pictórico que surge en Barbizón, Francia a finales del siglo XIX, en contra de las fórmulas artísticas, rígidas, impuestas por la Academia Francesa de Bellas Artes, que fijaba los modelos a seguir y patrocinaba sólo a las exposiciones oficiales  en el Salón parisino.»
La paleta de Renoir ostentó una vibrante y luminosa gama de colores, que hicieron de él un impresionista muy especial. Algunas de sus obras, como: "El palco", "El columpio", "El Moulin de la Galette", y "Bañistas", son las más representativas. Pierre-Auguste Renoir pintó a lo largo de más de sesenta años. Fue un artista prolífico que deja una obra considerable de más de 4.000 pinturas, siendo éste, un número superior a las obras de Manet, Cézanne y Degas… juntas.
Sin embargo, a partir de 1900, Renoir sufrió crisis graves y repetitivas de reumatismo articular deformante. Con el nacimiento de su tercer hijo en 1901 su pintura toma un nuevo matiz. En ocasiones pinta en compañía de la niñera, quien luego se convertirá en modelo para sus obras.
Al morir su esposa Aline en 1915, Renoir, ya en silla de ruedas, continúa pintando para ahogar su pena. Es tan grande el dolor de sus alteradas manos, y tan grande la deformidad de las mismas, que tienen que amarrarle los pinceles a esas manos marchitas, casi sin vida, que a pesar de todo, aún plasman vida en cada lienzo que tocan. Pierre-Auguste Renoir moriría el 3 de diciembre de 1919, luego de visitar por última vez el Museo de Louvre donde se exponían sus pinturas. Fue una pulmonía fulminante, quien le robó su frágil y deteriorada existencia. Tres días más tarde yacía en Essoyes junto a Aline, su amada esposa.
He aquí tres historias. Tres ironías crueles de la vida: Borges, escritor… queda ciego. Beethoven, músico y compositor… pierde la capacidad de escuchar. A Renoir, pintor excelso, el reumatismo le roba el movimiento de sus manos, creadoras de arte…Si; la vida es paradójica.  O quizá, profundamente envidiosa y cruel.
Alicia Dorantes