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martes, enero 26, 2010

Marcel Schowb: La estrella de madera



Como lo prometimos --y a cita al azar de Aranda Luna en el número pasado, con la pregunta de si en los libros digitales (e-reader) habría obras tan hermosas como esta de Schowb-- entregamos a nuestros lectores este cuento que no sólo aleja el insomnio sino que lo vuelve sueño irreparable. (I.G.)

Marcel Schowb
LA ESTRELLA DE MADERA

I

Alain era el nieto de una vieja carbonera del bosque.
En ese antiguo bosque había más claros que caminos: había también prados redondos protegidos por altos robles; lagos de helechos inmóviles sobre los que planeaban ramajes frágiles y frescos como dedos de mujer; familias de árboles graves como pilastras, que se reunían para murmurar durante siglos las deliberaciones de sus hojas; estrechas ventanas de ramas que se abrían sobre un océano de verdor donde temblaban largas sombras perfumadas y los círculos de oro blanco del sol; islas encantadas de brezales rosas y ríos de aulagas; enrejados de resplandores y de tinieblas, grandes espacios naturales en donde surgían, todos temblorosos, los jóvenes pinos y los robles pueriles; camas de agujas rojizas en las que las horcaduras musgosas de los viejos árboles parecían hundirse a media pierna, nidos de ardillas y guaridas de víboras; mil estremecimientos de insectos y trinos de pájaros. Cuando hacía calor, zumbaba como un gigantesco hormiguero; y retenía, después de la lluvia, una lluvia propia, lenta, sombría, pertinaz, que caía de sus cimas y ahogaba sus hojas muertas. Tenía su respiración y su sueño; a veces roncaba, a veces callaba, mudo, sorprendido, vigilante, sin un roce de serpiente, sin un trino de curruca. ¿Qué esperaba? Nadie lo sabía. Tenía su voluntad y sus gustos: lanzaba rectas y veloces líneas de abedules, que caían como flechas; luego le daba miedo, y se detenía en un rincón, estremecido, bajo un bosquecillo de álamos temblones. También llegaba a poner un pie en el lindero, casi en la llanura, pero de inmediato retrocedía, y volvía al frío horror de sus más altos y profundos oquedales, a su centro nocturno. Toleraba la vida de los animales, y no parecía tomarla en cuenta; pero sus troncos inflexibles, resistentes, como relámpagos solidificados que brotaban de la tierra, eran hostiles a los hombres.Sin embargo, no odiaba en lo absoluto a Alain: le ocultaba el cielo. Durante mucho tiempo el niño no conoció otra luz que un turbio y lechoso verdor del aire; y, al llegar la noche, veía la carbonera motearse de puntos rojos. El misericordioso viejo bosque no le había permitido mirar todo lo que el cielo nocturno arrastra de oro y plata. Así vivía al lado de una buena mujer cuyo rostro, surcado como una corteza, se había quedado fijo en las inmutables líneas del reposo de la vida. Le ayudaba a cortar las ramas, a apilarlas en las carboneras, a cubrir los montones de tierra y de turba, a vigilar el fuego, que tiene que ser suave y lento, a clasificar los trozos para hacer las negras pilas, a llenar los sacos de los porteadores a los que apenas se les veía la cara entre las tinieblas de las hojas. A cambio de eso tenía el privilegio de escuchar al mediodía el parloteo de los ramajes y de los animales; de dormir bajo los helechos cuando hacía calor; de soñar que su abuela era un roble torcido, o que la vieja haya que siempre miraba la puerta de la choza iba a arrodillarse y venir a tomar la sopa; de observar en la tierra la huida constante de la inasible moneda del sol; de reflexionar que los hombres, su abuela y él no eran verdes y negros como el bosque y el carbón; de mirar hervir la marmita y acechar el instante de su mejor aroma; de hacer gorgotear su cántaro de cerámica en el agua de la charca que estaba atrapada entre tres rocas redondas; de ver surgir un lagarto al pie de un olmo como un retoño luminoso, ondulante y fluido, y, en el hueco de la espalda del mismo olmo, también podía ver hincharse el fuego carnoso de un champiñón.
Tales fueron los años de Alain en el bosque, entre el dormir soñador de los días, y el soñar adormilado de las noches; y ya había cumplido diez.Un día de otoño se desató una gran tormenta. Todos los oquedales gruñían y jadeaban; dardos rutilantes de lluvia se hundían una y otra vez en la maraña de las ramas; las ráfagas aullaban y se arremolinaban en torno de las cabezas canas de los robles; la joven albura gemía, la vieja se lamentaba; se oían las quejas del viejo corazón de los árboles y hubo algunos que fueron heridos de muerte y cayeron allí mismo, arrastrando fragmentos de su copa. La verde carne del bosque yacía acuchillada con sus heridas abiertas, y por esas dolorosas aberturas penetraba en sus entrañas de sombra empavorecida la luz horrible del cielo.Esa noche el niño vio una cosa sorprendente. La tempestad se había alejado y todo volvía a quedar mudo. Se sentía una especie de gloria apacible luego de un largo combate. Cuando Alain fue con su escudilla por agua a la charca de la roca, entrevió destellos que titilaban, temblaban, parecían reír en el rústico espejo con una risa helada. Primero pensó que eran puntos de fuego como los que brillaban en las carboneras; pero éstos no quemaban los dedos, huían de su mano al tratar de cogerlos, se balanceaban de un lado a otro, luego volvían obstinadamente a cintilar en el mismo lugar. Eran fuegos fríos y burlones. Y Alain veía flotar entre ellos la imagen de su rostro y la imagen de sus manos. Entonces volvió sus ojos hacia lo alto.
A través de una gran herida oscura del follaje, distinguió el vacío radiante del cielo. El bosque ya no lo protegía más, y sintió cierta vergüenza de su desnudez. Pues desde el fondo de ese vasto claro azulado tan lejano, una multitud de ojitos implacables relucían, pupilas muy penetrantes, guiños que centelleaban, todo un picoteo de rayos. Así, Alain conoció las estrellas, y desde ese momento las deseó.
Corrió al lado de su abuela, que atizaba pensativamente la carbonera. Y cuando le preguntó por qué la charca de la roca reflejaba tantos puntos brillantes que temblaban entre los árboles, su abuela le dijo:
–Alain, son las hermosas estrellas del cielo. El cielo está encima del bosque y los que viven en la llanura lo ven siempre. Y todas las noches Dios enciende en él sus estrellas.–Dios enciende en él sus estrellas... –repitió el niño–. ¿Y yo, abuela, podría encender estrellas?La anciana mujer le puso en la cabeza su mano dura y cuarteada. Era como si uno de los robles hubiese tenido piedad de Alain y lo acariciara con su resistente corteza.
–Eres demasiado pequeño. Somos demasiado pequeños
–dijo–. Sólo Dios sabe encender sus estrellas en la noche.
Y el niño repitió:
–Sólo Dios sabe encender sus estrellas en la noche...

II

A partir de entonces las diarias alegrías de Alain fueron menos apacibles. El parloteo del bosque dejó de parecerle inocente. Ya no se sentía protegido bajo el abrigo de las hojas aserradas de los helechos. La móvil dispersión del sol en los musgos lo dejó asombrado. Se cansó de vivir en la sombra verde y oscura. Deseó otra luz que no fuera el tornasol de los lagartos, el sombrío tapiz de los hongos, y el enrojecimiento del carbón en los hornos. Antes de dormirse iba a contemplar en la charca la innumerable risa crepitante del cielo. Toda la fuerza de sus deseos lo transportaba más allá de las tinieblas cerradas de las hayas, de los robles, de los olmos, detrás de los cuales había más hayas, robles y olmos, y todavía más árboles, y oquedales sin fin. Y las palabras de la anciana habían herido su orgullo:
–Sólo Dios sabe encender sus estrellas en la noche.
¿Y yo? –pensaba Alain–. Si fuera a la llanura, si estuviera bajo ese cielo que está por encima de los árboles, ¿no podría también encender mis estrellas? ¡Oh, iré!, iré.
Ya nada le gustaba en el recinto del bosque, que lo asediaba como un ejército inmóvil, lo aprisionaba como una cárcel rígida cuyos árboles guardianes se multiplicaban para detenerlo, extendían sus brazos inflexibles, se alzaban amenazantes, enormes, terribles y mudos, armados de contrafuertes nudosos, de barricadas hendidas, de manos gigantescas y enemigas. Al proteger celosamente su corazón tenebroso, el bosque parecía hostil a todo lo que no fuera él mismo. Pronto sanaron todas las heridas de la tempestad, se cerraron las crueles heridas por donde penetraba la luz y de nuevo durmió el sueño de su profundidad. Y la charca de la roca volvió a ser oscura, y la cara del rústico espejo no reflejó más la risa luminosa del cielo.
Pero en el sueño del niño las estrellas reían siempre.
Una noche escapó de la choza mientras su abuela dormía. Llevaba en una alforja pan y un trozo de queso duro. Las carboneras lucían apaciblemente un resplandor sofocado. ¡Qué tristes parecían esos puntos rojos comparados con los vivaces destellos del cielo! Los robles, en la noche, no eran sino sombras ciegas que tendían sus largas manos tanteando. Estaban dormidos, como su abuela, pero dormían de pie. Eran tantos que se turnaban para hacer guardia. No se oía su respiración mientras dormían. Seguirían así, en silencio, hasta el primer rocío del alba. Mas cuando el viento matinal hiciera murmurar las hojas, Alain ya habría escapado a su vigilancia. Todos los pájaros piarían y piarían para avisarles, pero Alain ya se habría deslizado entre sus brazos. No podrían seguirlo, porque tenían horror a la llanura. De nada les serviría amenazarlo de lejos, como una fila de gigantes negros: no sabían ni gritar ni caminar; todo lo que hacían era amontonarse, apretarse, multiplicarse, crecer, extenderse desmesuradamente, hendirse, lanzar mil tentáculos inmóviles, hacer avanzar de pronto grandes cabezas y espantosas mazas. Pero en el lindero de la llanura su poder se extinguía, y un hechizo los detenía de repente como si la luz los hubiera dejado estupefactos, deslumbrados.
Cuando Alain llegó a la llanura, se atrevió a volver la mirada. Los gigantes negros, reunidos como el ejército de la noche, parecían mirarlo tristemente.Luego Alain alzó los ojos. En el cielo lo esperaba un milagro. Se hubiera dicho que había florecido con flores de fuego. Por todas partes se estremecía de destellos. Algunos huían, se hundían, estaban a punto de desaparecer, y de golpe volvían, crecían, ardían al rojo vivo, palidecían, azuleaban, se borraban, flotaban un poco, se dispersaban en tres, cuatro, cinco rastros de flamas, luego se reunían, se fundían, y, condensados, no eran más que un punto que estallaba. Otros tenían una insoportable agudeza, atravesaban los ojos con un aguijón, después se volvían suaves, se llenaban de bruma, se extendían, se volvían manchas claras, vacilaban, desaparecían en el vacío, y, reapareciendo en ese mismo instante, perforaban el aire con su estilete puro. Y otros se acomodaban en líneas, construían figuras, se disponían en siluetas en las que Alain veía casas, ventanas, carrozas; y repentinamente la esquina del techo cintilaba, después el dintel de la puerta, la empuñadura del timón, el centro de la rueda; luego todo se apagaba; luego los puntos centelleaban de nuevo, pero con resplandores desiguales, de modo que las formas que apenas había visto se confundían.
El niño tendía las manos hacia el fondo de la noche.
Trataba de agarrar esas luces pálidas, de modelarlas para que formaran figuras, curioso por saber cómo ardían y si había allá arriba grandes hornos de carbón azul moteados de flamas.
Entonces miró la llanura. Era larga, plana y desnuda, informe hasta el horizonte, poco móvil por su vegetación baja. Terminaba con un río lento, del que no se distinguían los bordes. Era un poco más blanco que la llanura.
Alain caminó hacia el río para volver a ver las estrellas. Allí parecían correr, volverse líquidas e inciertas, doblarse, redondearse, velarse bajo una onda oscura y a veces dividirse en una multitud de cortas líneas espejeantes. Iban con el curso del agua, se perdían en los remolinos y morían, ahogadas por grandes macizos de hierbas.
Durante toda esa noche Alain caminó bordeando el río. Dos o tres soplos de la alborada envolvieron las estrellas en un sudario gris claro, estriado de oro y de rosa. Al pie de un esbelto arbolillo en el que temblaban hojas de plata, Alain se sentó, algo cansado; mordisqueó su pan y bebió agua de la corriente. Siguió caminando el día entero. Por la noche durmió en una hondonada de la orilla. Y a la mañana siguiente retomó su camino.
Y he aquí que vio alargarse el río y a la llanura perder su color. El aire se volvía húmedo y salado. Los pies se hundían en la arena. Un murmullo prodigioso llenaba el horizonte. Pájaros blancos revoloteaban dando chillidos roncos y lastimeros. El agua amarilleaba y verdecía, se hinchaba y desbordaba la cuenca. Las riberas descendían y desaparecían. Pronto, Alain ya no vio sino una gran extensión arenosa, atravesada a lo lejos por una larga raya oscura. El río parecía ya no avanzar más: lo detenía una barra de espuma contra la cual luchaban todas sus breves olas. Luego se abrió y se hizo inmenso; inundó la llanura de arena y se dilató hasta el cielo.
Alain estaba rodeado de un extraño tumulto. A su alrededor cruzaban cardos de las dunas con carrizos amarillos. El viento barría su rostro. El agua se elevaba en hinchazones regulares festonadas de blanco: largas curvaturas huecas que venían una y otra vez a devorar la playa con sus fauces glaucas. Vomitaban en la arena una baba de burbujas, de conchitas perforadas y pulidas, de espesas flores viscosas, de cuernos relucientes, dentados, cosas transparentes y blandas singularmente animadas, misteriosos restos misteriosamente gastados. El mugido de todas esas fauces glaucas era dulce y desolado.No gemían como los grandes árboles, pero parecían quejarse en otro lenguaje. También ellas debían de ser impenetrables y celosas, pues hacían rodar su sombra púrpura ocultándose de la luz.
Alain corrió por la orilla y dejó que la espuma mojara sus pies. Anochecía. Por un instante pareció que flotaban en el horizonte estelas rojas sobre un crepúsculo líquido. Luego la noche surgida del agua, al final del mar, se hizo imperiosa, ahogó las bocas aullantes del abismo con sus oscuros torbellinos. Y las estrellas salpicaron el cielo del océano.
Pero el océano no fue espejo de las estrellas. A semejanza del bosque, protegía de ellas su corazón de tinieblas con la eterna agitación de sus olas. Se veían saltar lejos de esa inmensidad ondulante cimas coronadas de cabelleras de agua que la mano del océano retiraba enseguida.
Montañas fluidas se apilaban y se fundían al mismo tiempo. Cabalgatas de olas galopaban furiosas, luego se abatían in-visibles. Filas infinitas de guerreros con melenas movedizas avanzaban a la carga implacablemente y zozobraban en el campo de batalla bajo la fluctuación de una interminable mortaja.A la vuelta de un acantilado el niño vio errar una luz. Se acercó. Un corro de niños daba vueltas en la playa, y uno de ellos blandía una antorcha. Se inclinaban en la arena donde vienen a morir los grandes labios del agua. Alain se confundió entre ellos. Miraban sobre la playa lo que el mar acababa de traer. Eran seres rayados, de colores inciertos, rosados, violáceos, manchados de bermellón, ocelados de azul, y cuyas heridas exhalaban un fuego pálido. Parecían extrañas palmas de las manos, alrededor de las cuales se crispaban dedos adelgazados; manos errantes, muertas tiempo atrás, arrojadas por el abismo que envolvía el misterio de sus cuerpos, hojas carnosas y animadas, hechas de carne marina; bestias astrales vivientes y móviles en el fondo de un cielo oscuro.–¡Estrellas de mar! ¡Estrellas de mar! –gritaban los niños.
–¡Oh! –exclamó Alain–, ¡estrellas!
El niño que tenía la antorcha se inclinó hacia Alain.
–Escucha –le dijo–, la historia de las estrellas. La noche en que nació Nuestro Señor, el Señor de los niños, nació en el cielo una estrella nueva. Era enorme y azul. Lo seguía a dondequiera que iba, y lo amaba. Cuando los malvados vinieron a matarlo, lloró sangre. Pero cuando él murió, al cabo de tres días, ella murió también. Cayó al mar y se ahogó. Y entonces muchas otras estrellas se ahogaron de tristeza en el mar. Y el mar tuvo piedad de ellas y no las despojó de sus colores. Y viene muy suavemente todas las noches a entregárnoslas, para que las guardemos en memoria de Nuestro Señor.–¡Oh! –dijo Alain–, ¿y no podría yo volver a encenderlas?
–Están muertas –respondió el niño de la antorcha– desde la muerte de Nuestro Señor.
Entonces Alain agachó la cabeza, se dio vuelta, y salió del pequeño círculo de luz; pues lo que buscaba no era de ninguna manera una estrella ahogada, una estrella muerta, apagada para siempre. Quería, como sólo Dios es capaz de hacerlo, encender una estrella y hacerla vivir, gozar de su luz, admirarla y verla elevarse en el aire, lejos de las tinieblas del bosque, que oculta las estrellas, lejos de las profundidades del océano, que las ahoga. Otros niños podían recoger las estrellas muertas, guardarlas y amarlas. Esas no eran para Alain. ¿Dónde hallaría la suya? No lo sabía; pero estaba seguro de que la encontraría. Sería algo hermosísimo. La encendería, y ella le pertenecería, y tal vez iría tras él por todas partes, como la grande y azul que seguía a Nuestro Señor. Dios, que tenía tantas estrellas, tendría la bondad de regalar ésa al pequeño Alain. La deseaba con tanta fuerza. ¡Y qué sorpresa para su abuela, cuando regresara! Todo el horrible bosque se iluminaría hasta lo más recóndito. "¡Dios no es el único que enciende sus estrellas!, gritaría Alain. También está mi estrella. Sólo Alain la enciende aquí, para que la luz se haga en medio de los viejos árboles. ¡Mi estrella! ¡Mi estrella de fuego!"
El resplandor cintilante de la antorcha erró por aquí y por allá en la playa, se volvió rojizo bajo la llovizna; las sombras de los niños se disolvieron en la noche. Alain volvió a quedarse solo. Una lluvia fina lo envolvió y lo dejó transido de frío, tejió entre el cielo y él su red de gotitas. El lamento de las olas lo acompañó; a veces murmullo, a veces ulular, y en ocasiones una fuerte ola detonada contra el acantilado se pulverizaba, estallaba por todas partes, o se proyectaba en la negrura del aire como un espectro de espuma. Luego la queja se hizo igual y monótona como los suspiros regulares de un enfermo; hubo una especie de dulce tumulto aéreo, balbuciente y confuso; luego Alain entró en el silencio...

III

Y pasaron los días y las noches, las estrellas se levantaron y se acostaron; pero Alain no había encontrado la suya.
Llegó a un país inhóspito. La hierba fuera de estación amarilleaba tristemente en los extensos prados; las hojas de las viñas enrojecían en las cepas antes que los racimos acres y apretados. Filas regulares de álamos recorrían la llanura. Las colinas se elevaban con lentitud, recortadas contra los campos pálidos, algunas veces con la mancha sombría de un bosquecillo de robles. Otras, escarpadas, se coronaban con un círculo de árboles negros. Las grandes planicies se erizaban con macizos amenazantes. En ese lugar, el verde indolente de un grupo de pinos parecía un signo de felicidad.
A través de esa árida comarca erraba un arroyo claro y pedregoso. Brotaba suavemente de una colina, la mitad de su lecho quedaba seco en los primeros viñedos, y se dividía en brazos que iban a acariciar los cimientos de antiguas casas de madera con los contramarcos de las ventanas enguirnaldados. Era tan transparente que los lomos de las percas, los lucios y los pejes se distinguían como una tropa inmóvil. Los guijarros emergían al filo del agua y Alain veía gatos que pescaban de noche entre las dos orillas.
Y más lejos, donde el arroyo se volvía río, había un pueblecito asentado en los bajos ribazos, con menudas casas puntiagudas coronadas por techos acanalados en ojiva, con una multitud de ventanas minúsculas apretujadas y enrejadas, con atalayas en los tejados pintadas de azul y amarillo, y un viejo puente de madera, y un monasterio, parecido a una bruma bermeja y encrestada, donde San Jorge, armado de sangre, hundía su lanza en las fauces de un dragón de cerámica roja.El río, largo, luminoso y verde, rodeaba la ciudad como un malecón, entre montañas nevadas en la lejanía y las muy pequeñas colinas del pueblecito donde las calles trepaban con sus grandes letreros de colores; la calle del Yelmo, y la calle de la Corona , y la calle de los Cisnes, y la del Hombre Salvaje, cerca del Mercado de Pescado y del León de Piedra que vomitaba su chorro de agua pura como un arco de cristal.Allí había honestas posadas donde muchachas de gordas mejillas vertían vino claro en jarras de estaño, donde colgaban de las paredes las vestiduras y mucetas dejadas en prenda; además del Hostal de la Ciudad , donde se hospedaban los burgueses con capa de paño, camisa de lino crudo, y anillo de oro en el segundo dedo, haciendo justicia y pronta ejecución de los malhechores. Alrededor de la casa del consejo municipal había estrechas calles apacibles con escritorios públicos provistos de pergaminos y plumillas; mujeres plácidas, con ojos azules y húmedos, con el rostro gastado por la ternura y doble papada, vestidas con una túnica transparente, en ocasiones con la boca velada por una banda de tela fina; muchachas con vestidos blancos, hendidos en los codos, con ceñidores color cereza, y largos cabellos como copos de lana; niños pelirrojos de pálidos labios.Alain pasó bajo una bóveda achaparrada: por ella se entraba a la plaza del Mercado Viejo. La rodeaban casitas acurrucadas como viejas alrededor de un fuego invernal, ovilladas bajo su caperuza de pizarras e hinchadas de escamas a la manera de los cuellos de dragón. La iglesia de la parroquia, negra de monstruos con barba de espuma, daba a una torre cuadrada que se afilaba como la punta de un estilete. A su lado quedaba la barbería, repleta de ventanas grasosas, redondas como burbujas, con postigos verdes donde se veían, pintadas en rojo, las tijeras y la lanceta. En medio de la plaza estaba el pozo de brocal carcomido, rematado por su domo de herrería. Niños descalzos corrían por ahí. Algunos jugaban a la rayuela en las baldosas; uno pequeño y gordo lloraba silenciosamente, con la boca embarrada de melaza, y dos chiquillas se jalaban los cabellos. Alain hubiera querido hablarles; pero huían y lo miraban de reojo, sin responder.Cayó el sereno entre un aire levemente neblinoso. Ya se veían brillar las velas que se reflejaban en los gruesos vidrios como círculos rojos. Las puertas se cerraban; se oían los chasquidos de los postigos y el rechinido de los cerrojos. El plato de estaño que colgaba a la puerta del hostal tintineaba con su asa de hierro. Desde el vestíbulo entreabierto Alain vio el resplandor de la chimenea, aspiró el aroma del asado, oyó correr el vino; pero no se atrevió a entrar. Una voz gruñona de mujer gritó que ya era hora de cerrar todo. Alain se deslizó hacia un callejón.Todos los puestos habían sido retirados. Ya no había abrigo contra el frío. El bosque ofrecía el hueco de las horquetas de sus árboles; el río prestaba los repliegues de sus riberas, la llanura el surco entre las espigas, el mar los recodos de sus acantilados; el mismo inhóspito campo no negaba su zanja bajo el seto; pero la hosca y refunfuñona ciudad, estrechamente apiñada y cerrada, no ofrecía nada a los pequeños errantes.Y se hizo espesamente negra y curiosamente erizada con sus colores cambiantes, sus callejones sin salida, donde cruzaban los pilares, se hundían tablones oblicuos, corrían arroyos enlazados. Tendía de improviso dos guardacantones con cadenas, las redes de una verja, grandes cerraduras en las murallas; una casa cortaba el paso con su torrecilla, la otra lo aplastaba con su alero, la tercera abarcaba la calle con su vientre. La ciudad se había vuelto una ronda inmóvil de piedra y madera, armada con herrerías. Todo era negro, poco hospitalario y silencioso. Alain avanzó, retrocedió, se perdió, caminó en círculo y volvió a encontrarse en la plaza del Mercado Viejo. Las velas se habían apagado y todas las ventanas habían vuelto a meterse en sus carapachos. Ya no vio más que un resplandor vacilante, en un tragaluz oval cerca de la punta de la torre cuadrada.Se entraba a la torre por la abertura de un basamento, que no estaba cerrada; la escalera llegaba casi hasta la puerta. Alain se animó, y subió por una estrecha y rápida espiral. A medio camino crepitaba en un nicho del muro un pabilo que ardía suavemente, flotando en un mechero de cobre. Al llegar arriba, Alain se quedó inmóvil ante una extraña puertecita incrustada de clavos de bronce, y contuvo el aliento. Oía por intervalos la voz aguda de un anciano que pronunciaba frases entrecortadas. Y de pronto su corazón se desbocó, y creyó que se ahogaba, pues la vieja voz chillona hablaba de las estrellas. Alain pegó la oreja a la cerradura esculpida en hierro y escuchó.–Estrellas funestas y malvadas –decía la voz– por la noche, la hora y aquel que pregunta. Escribe: Sirio velado de sangre; la Osa Mayor oscura; la Osa Menor nublada. La Estrella Polar radiante y marcial. Puerta superior: en esta noche de martes, Marte rojo e incendiado en la octava casa, casa de Escorpión, signo de muerte, y de muerte por fuego: batalla, matanza, carnicería, flamas devoradoras. En esta hora decimotercera, Marte, dañino por naturaleza, está en conjunción con Saturno en la casa del espanto. Calamidad; muerte; raíz fatal de toda empresa. El hierro se funde con el plomo en medio del fuego. Hierro forjado para destruir; plomo en fusión. Marte se une a Saturno. El rojo penetra en el negro. Incendio en la noche. Alarma durante el sueño. Tintineos de hierro y choques de masas de plomo. Aspecto contrario, puesto que el Toro entra por la Puerta Inferior y el Escorpión por la Superior. Júpiter en la segunda casa se opone a Marte en la octava. Ruina de toda riqueza y de toda gloria. El Corazón del Cielo permanece estéril y vacío. Así, el fogoso Marte domina indiscutiblemente sobre los edificios y la vida que posee Saturno. Incendio de la ciudad; muerte por llamas. Terror y conflagración. A la decimotercera hora de esta noche de martes, Dios aparta los ojos de sus estrellas y libra las almas al fuego.En el momento en que la vieja voz dictaba esas palabras la puerta se abrió, abatida a puñetazos y patadas: la pequeña silueta de Alain se recortó en el umbral, erguida y furiosa, y el niño, irritado, gritó:–¡Miente! Dios no abandona a sus estrellas. ¡Sólo Dios sabe encender sus estrellas en la noche!Un anciano vestido con una túnica de marta cibelina alzó su rostro inclinado sobre un astrolabio construido en forma de esfera armilar, y sus ojos enrojecidos parpadearon como los de una vieja ave nocturna sorprendida en su nido. A sus pies, un niño pálido y flaco que escribía en un pergamino dejó caer la pluma de sus dedos. La flama de los dos grandes cirios se alargó y se desvió por la corriente de aire. El viejo tendió el brazo, y su mano apareció en la bocamanga forrada de piel como una osamenta desnuda.–Niño bárbaro e incrédulo –dijo– ¡cuán grande es tu negra ignorancia! Escucha: este otro niño te instruirá por su boca. Háblale de la naturaleza de las estrellas.Y el niño flaco recitó:–Las estrellas están fijas en la bóveda de cristal y giran con tal rapidez sobre su pivote de diamante que se inflaman por su mismo movimiento y torbellino. Dios no es sino el primer motor de los orbes y la causa de la revolución de los siete cielos; pero luego del movimiento inicial el cielo de las constelaciones no obedece más que a sus propias leyes y gobierna según su voluntad los sucesos en la tierra y los destinos de los hombres. Tal es la doctrina de Aristóteles y de la Santa Iglesia.–¡Mientes! –exclamó de nuevo Alain–: Dios conoce a todas sus estrellas y las ama. Me ha permitido verlas a pesar de los grandes árboles del bosque que tapaban el cielo; y ha hecho que floten para mí a lo largo del río, y las ha hecho bailar alegres encima del campo. También vi a las que se ahogaron en el tiempo de la muerte de Nuestro Señor; y pronto me mostrará la mía y...–Niño, Dios te mostrará la tuya. ¡Así sea! –dijo el anciano.Pero Alain no pudo saber si hablaba en serio, pues un soplo de viento repentino invadió la celda y las dos llamas de los cirios cayeron como flores bocabajo, azulearon y murieron. Alain encontró la escalera tanteando la muralla; y como se sentía lleno de audacia, y también para castigar al vejete mentiroso, arrancó el cuenco de cobre con su mecha ardiente y se lo llevó.Toda la plaza estaba negra de noche, y la torre cuadrada pareció hundirse y desaparecer en cuanto Alain la dejó. Volvió a encontrar el pasaje de la bóveda con la luz de su lámpara y entró en él. Allí los sombreros puntiagudos de los tejados no se recortaban contra el cielo. Las tinieblas se alargaban y la sombra superior parecía como barnizada de blancura. El firmamento nocturno estaba envuelto en un enrejado de estrellas, recorrido por hilos de aire con nudos centelleantes, cubierto por una redecilla de fuego claro. Alain volvió la mirada hacia la gran red radiante. Las estrellas seguían riendo con su risa de escarcha. Seguramente no sentían piedad por él. No lo conocían, porque había permanecido demasiado tiempo rodeado por el espeso horror del bosque. Se reían de él, altas y deslumbrantes, porque era pequeño y no tenía más que una lámpara vacilante y que humeaba. También se reían del viejo mentiroso, que pretendía conocerlas, y de sus dos cirios apagados. Alain volvió a mirarlas. ¿Se reían para burlarse, o reían de placer? También bailaban. Debían de estar alegres. ¿No sabían que el pequeño Alain encendería una de ellas, como el mismo Dios? Seguramente Dios las había puesto al corriente. ¿Cuál sería la suya? Había tantas. Tal vez una noche se revelaría, descendería junto a él, y no tendría más que tomarla como un fruto. O si no la dejaba tocarla, volaría delante de él con sus alas de fuego. Y reiría con él, y él reiría con la misma risa de ella, y todo el viejo bosque quedaría sembrado de lucecitas que no serían más que risas.Ahora Alain estaba en el viejo puente que temblaba sobre sus pilares esculpidos. Entre las gruesas vigas de su piso se veía correr el agua, y por la mitad había una atalaya toda cubierta de pizarras pintadas de azul y amarillo. El vigilante debía estar en el cuartito; pero no estaba. Felizmente para Alain, pues probablemente no lo hubiera dejado pasar con su lámpara. Alain no se atrevió a alumbrar el hueco negro de la atalaya y caminó más rápido. Más allá del puente estaban las casas más humildes del villorrio, que no tenían escudos heráldicos de colores, ni monstruos con garras para sostener los contrafuertes de las ventanas, ni fauces de dragones como gárgolas, ni serpientes que se enlazaran en los dinteles de las puertas, ni soles en relieve gesticulantes y desdorados, sobre los aguilones.Ni siquiera tenían camisas de tejas desnudas o de pizarras grises; simplemente estaban hechas de tablones labrados a escuadra. Alain alzaba su lámpara para distinguir el camino. De súbito, se detuvo, y comenzó a temblar. Había una estrella ante él, apenas por encima de su cabeza.Era una estrella oscura, a decir verdad, por ser de madera. Tenía seis rayos cruzados sobre otros seis, de modo que era perfecta. Estaba clavada al final de una tablilla estrecha que atravesaba la calle. Alain la alumbró y la miró con detenimiento. Ya estaba vieja y agrietada. Sin duda había esperado mucho tiempo; Dios la había olvidado en un rincón de esa aldea; o bien la había dejado allí sin decir nada, sabiendo que Alain la encontraría. Alain se acercó a la casa. Era pobre, no tenía ningún postigo, y, a través de las ventanas bajas, vio muchos curiosos personajes de madera. Estaban alineados en una repisa, como si miraran hacia afuera; sus ropas eran duras y rectas; sus labios se apretaban en una línea; sus ojos eran redondos y sin brillo, y tenían las manos cruzadas. También había un buey y un asno, con las patas tiesas y abiertas, y una cruz donde parecía estar clavada una figura lastimera, y una cuna que tenía colgada arriba una estrella, parecida a la que estaba en la calle.Y Alain supo que al fin la había encontrado. Esta estrella estaba hecha con la madera del bosque, y esperaba que la encendieran. Había esperado a Alain. Acercó su lámpara y la flama roja lamió la estrella que crepitó. Surgieron pequeñas lágrimas azules: luego hubo un trazo ígneo; un chasquido, y empezó a arder, se volvió una bola de fuego, resplandeciente. Entonces Alain batió palmas gritando:–¡Mi estrella!, ¡mi estrella de fuego!Y hubo movimiento en la casa; se abrieron ventanas en lo alto, Alain vio cabecitas estupefactas con largos cabellos, muchos niños en camisa de dormir, que se habían despertado y salieron a ver. Alain corrió a la puerta y entró en la casa. Gritaba:–¡Niños, vengan a ver mi estrella!, ¡mi estrella de fuego! ¡Alain encendió su estrella en la noche!Sin embargo la estrella flameante creció muy rápido, derramó una estela de chispas; inmediatamente los tablones secos se inflamaron; el techo de la choza enrojeció de golpe y todo el tejadillo fue una cortina de fuego. Se oyó un grito de terror, vagas llamadas, luego quejas agudas. Y el incendio se volvió formidable. Hubo un derrumbe; grandes ascuas aparecieron entre el humo; fue un horrible abigarramiento de rojo y negro; al final se formó una especie de hueco como un pozo en el que se precipitó un montón de enormes brasas ardientes.Y el jadeo siniestro de una campana de alarma comenzó a repicar.En ese momento, el viejo de la torre cuadrada vio despertar en el Corazón del Cielo, que es la Casa de la Gloria , una nueva estrella roja.



En 1897, buscando la tranquilidad del campo, Schwob se instala en Valvins, a poca distancia de la casa de Stéphane Mallarmé, quien se muestra entusiasta y solícito con su amigo. Ahí escribió gran parte del último cuento que publicó en vida, La estrella de madera. El cuento apareció en Cosmopolis, la misma revista en la que, un mes antes, Mallarmé había publicado su poema más famoso: “Un coup de dés jamais n'abolira le hasard”


Marcel Schwob, La estrella de madera, Fractal n° 6, julio-septiembre, 1997Traducción de Una Pérez-Ruiz

lunes, enero 25, 2010

Jaime G. Velázquez: Sobre Octavio Paz e hija




Se acabó Octavio Paz
Jaime G. Velázquez

Muy activo para algunos asuntos, como la promoción incansable de su figura, su apoyo a Luis Echeverría en los años setenta, su alianza con el PAN en los años ochenta, y su rompimiento con Carlos Fuentes, su pupilo, Octavio Paz decidió no intervenir en casos que alteraran sus planes, como ocurrió con sus decisiones familiares u otras, como el cambio de la asociación civil que auspiciaba la revista político-literaria Vuelta. Al cambiar a sociedad anónima, los escritores amigos de Paz perdieron importancia en las decisiones y en la liquidación de la misma, tras la muerte del poeta empresario. Este movimiento favoreció al promotor del cambio, Enrique Krauze, quien obtuvo alrededor del treinta por ciento de dicha sociedad, a la que había agregado a un ejecutivo de un banco de Estados Unidos, con la aquiescencia de su patrón.
Ante el artículo de Columba Vértiz publicado en Proceso y la carta de Lilian Vérine Péters, dada a conocer en el mismo semanario (y que aquí reproducimos), nos enteramos de la situación en que vive la “hija de dos pilares de la cultura mexicana”, Helena Paz Garro. Propongo que los escritores de México apoyemos la apertura de una cuenta bancaria que ayude a la manutención de Helena Paz, de setenta años de edad, y que hagamos un boicot contra las obras de su padre: que nadie lea ni recomiende los libros de este personaje, que fue abogado y diplomático, por su conducta moralmente reprobable al no prever el futuro que viviría su hija, al quedarse sin padres, sin marido y sin hijos, y sin, al parecer, parientes que se hicieran cargo de ella. Sostengo que la mayoría de edad de los hijos no opera como un divorcio del padre o de la madre hacia ellos, sobre todo en ciertos casos, como pueden ser la invalidez para el trabajo y la soltería.
Respecto a las regalías por las ventas de los libros de Elena Garro, debemos hacer un llamado a la SOGEM para que ayuden a Helena Paz en la administración de su legado y de la promoción y venta de la primera parte de su propio libro de memorias, ya que no puede hacerlo ella misma. Y, como dice Vérine Péters, debemos vigilar e impedir que “algún vival meta mano”. He aquí la misiva mencionada.

Revista PROCESO
Una carta de Lilian Vérine Péters

Sobre Helena Paz Garro
Señor Director:

Acabo de leer en la revista Proceso que me llegó la semana antepasada el artículo de Columba Vértiz de la Fuente sobre la terrible situación que vive Helena Paz Garro. Abandonada de todos, explotada y deprimida, sola en una casa de viejitos que no es medicalizada. Siendo hija de dos pilares de la cultura mexicana, debería tener protección de nuestro gobierno, al menos una beca como las que se dan a muchos vividores que no hacen nada.
Me pregunto, ¿quién cobra los derechos de autor de Octavio Paz y Elena Garro? ¿Qué se hizo con el dinero del Premio Nobel…? Creo que eso le pertenece por derecho a la hija primero.
En su artículo, Columba dice que Helenita sólo recibe los intereses de una cuenta de Inbursa en cetes, de 3 millones, eso da la cuenta de mil 200 pesos, más o menos, al mes; ella no puede vivir con eso, tampoco sus gatos y perros.
Yo tengo también 27 gatos y 11 perros, y 72 años, antes tenía albergue animal y me ayudó la señorita María Helena Hoyos, consiguió que me dieran precio especial para los alimentos, pero eso acabó cuando ella dejó la dirección del Zoológico, todavía se lo agradezco…
A mí, si me quitan mis animales, entró en depresión. Mi marido y yo los queremos muchísimo, y es lo que le sucede a Helenita, ella piensa que ellos están abandonados, sin comida ni arena para sus necesidades; a sus perros que sufren sin ella, y eso la tiene muy mal, lo sé porque es lo mismo que me sucedería a mí. Hay que felicitar a las personas que cuidan animales y no tienen niños, ya somos demasiados en este planeta Tierra y somos la causa de las catástrofes actuales, y futuras. Si además de eso la golpean y la maltratan, es terrible.
Hay que preguntar a la viuda de Octavio Paz, mi paisana francesa, cómo tratamos a los animales en nuestro país. Son adorados y muy bien tratados, mejor que Helenita…
Yo no soy rica, trabajé 22 años en la Alianza Francesa y en el Servicio Cultural de la Embajada Francesa IFAL, pero a la hora del retiro, no habían liquidado gran parte del Seguro Social y la cantidad que me dieron es de risa, por eso sigo dando clases a domicilio, y con los 4 mil pesos del IMSS, y lo que me da mi esposo, la hago.
Ya sabemos que nosotros, los franceses somos bastante codos, eso fue el caso y no hay milagros, la señorita Helenita necesita al menos 50 mil pesos al mes para sobrevivir en su propia casa con sus animales, y por lo menos dos personas que la ayuden y la cuiden, a ella y a sus entenados de cuatro patas.
Por otra parte, ella debería tener una pensión del servicio exterior porque trabajó en la embajada mexicana en París durante años.
Estoy muy apenada por ella y quisiera que se hiciera algo, aunque ella tiene derechos sobre la herencia de sus padres, pero no se puede defender sola. Propongo que algún abogado eficiente tome su caso y logre protección y ayuda económica para ella y defienda sus derechos, sin permitir que algún vival meta mano.
Agradezco su atención y espero que pueda dar un espacio para su publicación, a ver si otras personas reaccionan ante esta injusticia y me hablan, para juntarnos y actuar.

Prof. Lilian Vérine Péters
Ale Rosal 53
Tetelpan, México, D.F.
C.P. 01700
Tel. 5585 2019
Ignacio García
UNA RE-FLEXIÓN

Me cuesta trabajo digerir el asunto de Helena Paz Garro por lo siguiente:

1. Como es ya la moda, el asunto mediático del caso Helena, toma relevancia sólo porque ella es hija del famoso poeta, Premio Nobel de Literatura; no nos damos cuenta que así como ella existen cientos de personas, incluidas artistas, en la misma o peor condición, pero sin la ventaja de arrastrar fama alguna detrás de ellas.
2. El pretexto de que la fortuna dejada por Paz le pertenecería a Helena, pues el poeta jamás se divorció de Elena Garro (la madre) , más bien parece el síndrome de la espera existencial basada en la apuesta con los años: “un día de estos heredo, y me rallo”. Muy a pesar del problema de salud que tiene del habla, la entrevista, que aquí se recomienda, refiere que Helena no estuvo del todo sola ni careció de oportunidades de forjarse un camino propio mediante el trabajo esforzado; tuvo buenos contactos tanto en USA como en Europa; unos que ya uno quisiera tener para que le dieran un poco de chamba extra.
3. Que a los 70 y tantos, no se tenga un proyecto de vida para pasar los últimos años, parece más defecto que virtud (sobre todo si se habla de apostar a la fortuna). Porque ni Paz es el primero que no piensa en dejar lo suyo a sus familiares, ni Helena será la penúltima que se queda como el chino. Sólo recordemos a tanto hombre que hoy, ya retirado, inició sin “nada” su vida, se aplicó en lo suyo y hoy cosecha lo que sembró.
4. La fotografía de Helena, sentada en una silla (parece de ruedas) y rodeada de gatos, parece destinada a la compasión del público: “Miren cómo me encuentro por culpa de mi padre”. Una imagen haitiana en estos instantes anularía de un dedazo esa intención mediática para llamar la atención de lo que en vida productiva no se hizo. Y miren que los pobres haitianos no tienen a quien echarle la culpa de su desgracia.
5. Si de crear un fondo para Helena, cuyo padre, quien fuera abogado, escritor, embajador y todo lo demás, no le dejó nada; llevaría a otra campaña para crear otras fundaciones; ya no para hijas de famosos, sino para otros que por un accidente, enfermedad incurable, despojo, fraude, injusticia, están en condiciones peores a las de Helena… Aquí, por ejemplo, no oí a nadie que quisiera por lo menos rentarle un cuarto a Norico para que éste pasara una noche de sueño tranquilo. Claro, Norico sólo era conocido por el NOTIVER y las grandiosas caricaturas de Guechy.
6. Finalmente. La lacrimógena carta de Lilian Vérine a PROCESO, sobre la actual condición de quien, repito, parece se puso a esperar las ganancias del Premio Nobel sin más allá que hacer eso: "esperar", parece absurda. Su sugerencia de que “Helenita necesita por lo menos 50 mil pesos al mes", suena a chiste de Woody Allen. Esa cantidad es la que se lleva al año (si no es que menos dinero y más tiempo) cualquiera de nuestros promotores en el IVEC y otras casas de cultura; es lo que un maestro de primaria necesita para medio vivir (casi 3000 pesos mensuales x 12). Es, repito, una verdadera jalada…El pretexto es peor: “es que tiene muchos gatos” –y miren que yo amo a los felinos tanto como Cortázar o Borges. Pedir para que Helenita pueda vestirse “totalmente Palacio” y bolsas de 10 kilos de CAT CHOW para sus decenas de gatos, es una fregadera. Que le pregunten aquí a nuestros artistas cómo le hacen para vivir con a veces menos de esos 1,300 pesos mensuales que Helenita recibe de intereses por una cuenta bancaria. Y los nuestros viven, y lo hacen alegremente (basta dividir 1300 entre 20 que es lo que cuesta una Caguama)
7. Si Octavio Paz no se comportó a la altura moral que se exige de un poeta de su talla, repito, no es el primero ni el último (vuelvo a recomendar LOS INTELECTUALES de Paul Johnson). No juzgo si lo que Paz hizo está bien o mal –no puedo adivinar (salvo intuir acerca del affair Bioy Casares con Elena Garro) qué llevó al poeta a pensar la forma en que la persona que fuera, iba a gastar su dinero. Paz no es el único, ya lo dije. Recordemos de los berrinches de la familia de Paul Getty, cuya fortuna fue a dar a manos de un museo y no a la de toda una tribu ansiosa de que ya muriera, y desordenada áún sin el dinero en las manos. Para acabar. La justicia le otorgó el derecho a Paz de realizar LEGALMENTE lo que más le convenía con su fortuna. Que la perspectiva ética entre ahora en función para tratar de anular lo grandioso de su obra poética y ensayística, es ya asunto de los grandes maestros griegos.
NOTA: Al lector podría interesarle asimismo:


Edagar Allan Poe: Sobre su propia tumba




Cuando Edgar Allan Poe murió el 10 de octubre de 1849, a los 40 años de edad, su fallecimiento no se hizo público, por lo que sólo 10 personas acudieron a darle su último adiós. No obstante desde una madrugada del 19 de Enero de 1949, en el cementerio de Baltimore; con absoluta solemnidad, los guardianes del cementerio abrieron sus puertas a un misterioso visitante encapuchado atravesaba tumbas y mausoleos como una sombra.

De abrigo negro, desde aquel año, el misterioso personaje acudó sin falta a la tumba del autor de EL CUERVO, para cumplir con el rito de dejar sobre su tumba tres rosas rojas y media botella de cognac en el día de su cumpleaños. Nadie sabe porqué el encapuchado eligió esos elementos para colocarlos en la tumba del (según Borges) autor verdadero de la Novela Policiaca...En 1993 el misterioso personaje dejo una nota con la frase : "La antorcha será traspasada".
Y así fue. Cuando se cumplían 190 años del nacimiento de Poe (1809-1849), otro hombre vestido de negro atravesó el pórtico del cementerio y volvió a repetir el ritual, pero ésta vez en la tumba apareció, acompañando a las rosas y el cognac, una carta donde se informaba de la muerte de aquel pionero admirador y la voluntad de su heredero de continuar la tradición.

Hasta el día de hoy, 160 años desde la muerte de Poe cuyas últimas palabras fueron "...que Dios ayude a mi pobre alma...", nadie sabe quienes fueron los personajes en cuestión.
Por razones aún desconocidas, parece ser que el 2009 (60 años después de iniciado el rito) éste cesó. La madrugada de este 19 de enero ya no apareció el misterioso personaje en la tumba de Edgar Allan Poe. Como un acto de no-olvido Cynthia Pelayo, de Chicago, depositó las tres rosas y la media botella de coñac en la tumba del poeta.
He aquí la nota completa. Agradecemos al artista Manuel Salinas el habernos hecho llegar esta nota tan importante como sensible. (I.G.)

Uno de los rituales más antiguos que se rendían al célebre escritor y poeta estadunidense Edgar Allan Poe parece haber llegado a su fin, cuando el pasado martes 19, día en que se conmemoraban los 201 años de su nacimiento, nadie llegó al cementerio de Baltimore para dejar sobre su tumba un tributo que no había fallado en 60 años: tres rosas y media botella de coñac.
La ausencia del misterioso admirador, conocido como Poe’s toaster (el que brinda por Poe, en español), provocó una reacción de tristeza y desconcierto entre las personas que se dieron cita desde las primeras horas de la madrugada frente a la lápida, quienes de todas formas cantaron Happy birthday al autor y recitaron varias veces fragmentos de El cuervo.
“Estaba muy molesto. Esta vez no había indicios de que él vaya a aparecer”, dijo Jeff Jerome, curador de la Casa de Edgar Allan Poe, informó este jueves la edición de Internet del diario The Baltimore Sun.
Según Jerome, el “brindador” llegaba siempre entre la medianoche y las cinco y media de la madrugada, se arrodillaba frente a la tumba y ponía sus manos sobre ella, en una ceremonia corta y sencilla, pero “muy conmovedora”.
Sin embargo, cuando pasaron de las 5:30 am y nadie apareció para dejar las tradicionales rosas y la media botella de coñac, no le quedó más remedio que informar de la ausencia a las personas que hicieron guardia en los alrededores del cementerio. Y ahí mismo comenzaron también las especulaciones sobre una misteriosa tradición que la gente de Baltimore adora.

Identidad por conocer

“Todo mundo tiene sus teorías sobre lo que pasó. Alguien dijo: ‘tal vez sólo tiene gripa’, o tuvo un accidente en el automóvil”, relató Jerome, en alusión al motivo por el que había faltado el admirador secreto de Poe. Otra posibilidad que se manejó es que, al ser 2009 el año del bicentenario del natalicio del escritor, el personaje misterioso decidió que esa fecha era la más simbólica para cerrar el ciclo de homenajes.
Uno de los temas que más curiosidad han despertado, además de la propia ausencia, es la identidad del toaster. El nombre que se mencionó con más insistencia fue el de David Franks, de 61 años de edad, conocido poeta de la zona que tenía fama de bromista y que falleció la semana pasada.
Además de él, se habló también de un anciano de 92 años y de un padre de familia y sus hijos, quienes querían adjudicarse la autoría del personaje, aunque después se comprobó la falsedad de sus declaraciones.
En uno de los comentarios a la nota del Baltimore Sun, un lector afirmó que el admirador en realidad era una mujer: Ruth Lilly, quien habría muerto el 30 de diciembre de 2009. “Deberíamos sentirnos honrados de haberla tenido con nosotros por 94 años. Ella es la verdadera Santa Patrona de la Poesía. Descanse en paz, señora Lilly. ¡Qué maravillosa tradición inició!”
Sin embargo, parece que lo más atractivo del toaster es, justamente, que su identidad nunca sea conocida.
Jeff Savoye, de la Asociación en Recuerdo de Poe, dijo haberse cruzado un día con una figura vestida de negro que caminaba hacia él, con el rostro cubierto.
“Si hubiera descubierto el misterio, la ira de la población caería sobre mí”, dijo Savoye, quien afirmó que por cada curioso en busca del dato correcto, hay 20 personas más que le dirían “Ni te atrevas”, en referencia a la protección del ritual.
Como sea, Jeff Jerome anunció que piensa esperar a que el o la visitante de la tumba de Poe aparezca, al menos hasta 2012. “Si después de dos años no lo hace, creo que podemos asumir con seguridad que el tributo ha terminado”.

Fuente: Periódico La JornadaViernes 22 de enero de 2010, p. 5

NOTA: Escritor de alrededor de 60 cuentos, el lector hallara aquí en CIUDAD SEVA, un buen número de ellos. Esperemos los disfruten. Además:

jueves, enero 21, 2010

Ignacio García: He aquí los e-reader

Ignacio García
HE AQUÍ LOS e-reader

Muchas veces, en este mismo blog, se ha tratado acerca de la posibilidad de un aparato digital que se constituyera, no en un solo libro-textual, sino en un “volumen” que pudiera albergar (en ese único espacio el equivalente no sòlo a un libro normal de 300 grs. de peso) sino una multitud de libros. Ha habido polémicas aquí y allá sobre si esto significaba la muerte del libro tradicional, de si se iba a sentir el mismo placer cuando se leyera en una tablilla en vez de la tersura del papel, etc.
Bien. El año pasado varias compañías han lanzado ya su versión del lector digital. Entre los muchos que ya salieron al mercado (en un precio que fluctúa entre los 250 y 500 dólares) se halla el promocionado por Amazone, el Kindle, además otros dispositivos similares, como el Sony Reader. Las plaquetas lectoras son capaces, hasta ahora, de almacenar desde 1500 hasta 3000 libros –y va en aumento; es decir, una verdadera biblioteca almacenada en un dispositivo del tamaño de un libro de bolsillo. Se dirá que la nostalgia se impondrá, pero lo mismo se decía de las vitrolas, de las Smith-Corona, de las plumas de ave con envase de tinta y otros aparatos que pronto las generaciones olvidaron para “nacer” de frente con una nueva tecnología que les ha sido "común" y nada sorprendente.


Tal vez lo mejor: Al inicio, los comerciantes libreros piensan en la venta de libros tipo best-seller (el término es relativo pues hasta Corin Tellado lo ha sido); para de ahí pasar a libros de tipo técnico y científico que los estudiantes puedan utilizar en las aulas, amén de trasladar, mediante la técnica infra-rojo los apuntes que el tutor de la clase carga en su mini-lap, palm, celular u otro instrumento Similar --de hecho no sé si el doctor homónimo se atreva a vender este producto en sus farmacias.
En realidad, esta técnica de transferencia de datos ya es posible en universidades de USA, Europa y no pocas de Latinoamérica. Otra de las grandes ventajas que se le mirana los e-reader (no dudo que surjan los colaterales) es el ahorro de papel y otros insumos que derivan del maltrato a nuestro entorno ecológico... Tenemos nuestras dudas en ese sentido: No sea que el invento vaya a salir con sus afecciones al ambiente como lo han provocado las baterías y los celulares. En fin.

Lo más sorprendente del Kindle (un ejemplo) es la manera en que los datos son transferidos. No se necesita de ningún tipo de programa, conexión, cables ni computadora.. El Kindle Amazon posee una conexión como la de un teléfono celular que permite al usuario poder comprar libros on-line o bajar algunos que ya se tienen por ahí, gracias a los sitios web que los distribuyen de manera gratuita.Con un dispositivo como este, de tecnología abierta, una red wireless suministrada por el Estado y una biblioteca gigantesca y gratuita sería una verdadera revolución en la educación de cualquier país, principalmente, donde se lee poco, como en México que apenas si alcanza 1 y medio ibros leídos anualmente por habitante. El e-reader, naturalmente, no hará que se lea más: su lanzamiento parece enfocarse a personas que ya leen y desean ahora organizar una biblioteca de bolsillo que le brinde conocimiento, información, placer y una forma sencilla de acceder a los libros que desea sin andar de estante en estante buscando sus volúmenes. Pues este es otro de los puntos a favor del e-reader: la fácil localización de un ejemplar por medio de un índice, ya sea por título, autor, palabra clave, etc.; además de permitir un seguimiento de “dónde me quedé y cuál(es) fueron los últimos libros que leí"; permitirá, además, correlacionar información y elaborar bosquejos de textos mezclados.

Sabemos que existen respetables opositores y quienes promueven este nuevo invento que, a primera vista, parece inquisidor. Por ejemplo Javier Aranda Luna opina:
Los nuevos componentes digitales no nos han alfabetizado musicalmente al grado que las estaciones de música “clásica” prácticamente han desaparecido del cuadrante y los ritmos gruperos son la constante de nuestro paisaje musical. Las computadoras no han mejorado nuestra capacidad de redacción y a veces, muchas, ni siquiera la ortografía. Por eso dudo que las nuevas tecnologías electrónicas en materia de lectura den lugar a una nueva Ilustración o siquiera sirvan para disminuir significativamente nuestro analfabetismo a secas o por lo menos el funcional.
Además sería un riesgo dejar que se concentre en las manos de un fenicio o de varios esa babel que la humanidad ha formado a través de los libros. ¿Cuáles serían los libros disponibles? Los clásicos, sin duda, pero, también, los montones de
bestsellers que son en buena parte basura. ¿Y quién nos garantiza que estarán en sus catálogos autores como Hugo Hiriart o Heimito von Doderer, cuentos como La estrella de madera
(1), los versos caligráficos de Tablada o los blasfemos diarios de Anais Nin o León Bloy? ¿Cabrían aunque no fueran bestsellers?. (2)

Otro comentario interesante proviene de Joaquín Ma. Aguirre Romero, quien en uno de sus párrafos de EL FUTURO DE EL LIBRO (3), afirma:
La introducción de la edición electrónica o digital no es un fenómeno nuevo, de hecho está ampliamente integrada en los procesos productivos editoriales. Sin embargo, siempre ha sido considerada como un estado pre-editorial. Es decir, como una tecnología destinada a colaborar en la producción del objeto libro en sus estados primarios. Electrónica es la fase de producción del original que escriben los autores en sus procesadores de textos o que encargan a terceros para su remisión a las empresas editoriales, y electrónicos son los tratamientos que se hacen en los pasos previos de preparación de ese material para su envío a las imprentas. Estos aspectos los hemos desarrollado recientemente en la ponencia Sistemas de gestión y producción editoriales en línea y sus aplicaciones en el ámbito universitario
. La mayoría de los libros que hoy se producen, ya lo hemos señalado con anterioridad en otros lugares, son digitales antes de convertirse en papel. Fue esta realidad la que indujo a Nicholas Negroponte a pedir que se entregara una copia informática de todos los libros que se depositaran en la Biblioteca del Congreso norteamericana. Negroponte pensaba en una biblioteca digital universal, en un centro al que se pudiera acceder desde cualquier punto del globo a los textos existentes.
El sistema de digitalización está introducido en el corazón del sistema productivo editorial. Los problemas surgen cuando se intenta entrar en los otros ámbitos del sistema basado en los libros. Queremos centrarnos aquí en los aspectos culturales, dejando de lado otros importantes (propiedad intelectual, elementos comerciales, etc.) que se están debatiendo en otros foros.
Cuando se identifica la información con el soporte que la contiene, las modificaciones materiales se contemplan como agresiones culturales. En un sentido general, la información busca fluir por los medios y soportes que permiten una mayor economía. El libro impreso también fue atacado en su momento por los defensores de un sistema cultural más cerrado. Sin embargo, la imprenta consiguió salir adelante gracias a que, entre otros factores, permitía una circulación social más rápida y barata de la información. Los beneficios del sistema de impresión mecánica no se impusieron inmediatamente; durante mucho tiempo convivieron las dos formas de producción, manuscrita e impresa, repartiéndose diferentes terrenos. Las sociedades manejan una gran cantidad de tecnologías comunicativas simultáneamente. Estos distintos medios y soportes se emplean en función de su uso social. Empleamos la escritura manual para la comunicación personal, mientras que se utiliza el ordenador para elaborar documentos más oficiales (comerciales, laborales, etc.); entendemos que ciertas informaciones pueden darse por teléfono, mientras que otras requieren la presencia cara a cara; en unos momentos podemos utilizar el fax y en otros la carta certificada. Es decir, existen muchas formas de comunicación conviviendo y utilizándose en función de la naturaleza de la información.

Por cierto, ya hace algunos años Umberto Eco daba una conferencia acerca del tema... Por puro antecedente de cómo la tecnología excede a veces a nuestra visión nostálgica, presentamos en este mismo número el ensayo del autor de El nombre de la rosa; un artículo titulado DE INTERNET A GUTENBERG. (4)

Pero quien tiene la última palabra es el lector. En tanto esto pasa, uno se sigue deleitando re-leyendo el Ulises de James Joyce publicado en dos tomos deshojables de Brugera. No deja de serme grato el no saber a veces dónde dejé el condenado libro, en qué página me quedé y si me perdí de algo al no subrayar los pasajes más importantes del texto. No obstante, un aroma singular e inimitable a hojas enmohecidas que disfruté desde mi infancia, me conducen al sitio donde se halla lo que parece ser símbolo de una nostalgia íntima; por lo menos hasta que como ocurrió con Borges o el mismo Joyce, mis ojos ya no alcancen las letras, y tenga que recurrir a lo aburrido de los audio-libros: allí sí, ya me fregué.



(1) Por pura coincidencia, y buscando qué leer, di con La estrella de madera, texto que menciona Aranda Luna. Prometemos publicar este hermoso cuento de Schowb en nuestra próxima entrega.
(2) Fuente: La Jornada
(3) Joaquín Mª Aguirre Romeroaguirre@eucmax.sim.ucm.esDepartamento de Filología Española IIIFacultad de Ciencias de la Información - Universidad Complutense de Madrid
(4) Halla este link AQUÍ

Franz Kafka: Carta a Max Brod



CARTA DE FRANZ KAFKA A MAX BROD

Sanatorio naturista Jungborn en el Harz22 VII 1912

Mi muy querido Max, ¿jugamos una vez más al juego de los niños infelices? Uno señala al otro y recita su antiguo verso. Tu opinión actual sobre ti mismo es un capricho filosófico, mi mala opinión sobre mí mismo no es una mala opinión trivial. En esta opinión quizá se halle mi única virtud, después de haberla delimitado adecuadamente en el transcurso de mi vida, es aquello en lo que jamás, jamás he tenido que dudar, me da un orden para mí mismo y me tranquiliza suficientemente, a mí, que me rindo de inmediato ante la falta de claridad. Estamos suficientemente cerca uno de otro como para poder ver los entresijos en la argumentación de la opinión del otro. Yo incluso he llegado a detalles y ellos me han alegrado más de lo que tú aprobarías -¿de qué otro modo podría seguir sosteniendo la pluma en mano? Nunca he sido de aquellos que sacan adelante alguna cosa a cualquier precio. Pero precisamente de eso se trata.Lo que he escrito fue hecho en un baño tibio, no he vivido el infierno eterno de los verdaderos escritores, a excepción de unos pocos arrebatos que puedo ignorar en mi juicio, a pesar de su fuerza quizá infinita, debido a su escasa frecuencia y a la debilidad con que se manifestaron.También aquí escribo, muy poco desde luego, me lamento de mí mismo y también me alegro; éste es el modo en que las mujeres piadosas rezan a Dios, pero en las historias bíblicas se deberá pasar mucho tiempo antes de que pueda mostrar lo que ahora te escribo a ti, y aunque sólo sea por mí. Está elaborado sobre la base de pequeñas piezas más bien alineadas que entrelazadas; durante mucho tiempo seguirá por un camino recto, antes de llegar a formar el círculo deseado, y en aquel instante, en función del cual trabajo, las cosas no resultarán en absoluto más fáciles, mucho más probable es que, habiendo sido inseguro, pierda la cabeza. Por esto, será algo de lo que se podrá hablar solamente cuando concluya la primera versión.¿No hiciste mecanografiar el Arche? ¡Esto si que lo ha golpeado! Y yo no le escribo y no le escribo. Por favor, diles a la Srta. T. y a Weltsch y, si es posible, a los Baum que los quiero a todos y que el cariño no tiene nada que ver con escribir cartas. Dile de tal forma que sea acogido mejor y más amablemente que tres cartas reales. Si quieres, puedes hacerlo.En nuestra historia común me ha alegrado únicamente, aparte de algunos detalles, el estar sentado junto a ti los domingos (haciendo excepción, desde luego, de los ataques de desesperación) y esta alegría me seduciría de inmediato a continuar el trabajo. Pero tú tienes cosas más importantes que hacer, aunque sólo fuera el Ulises.Carezco de todo talento organizativo y por eso ni siquiera soy capaz de inventar un título para el anuario. Pero no olvides que en la invención los títulos mediocres o incluso malos alcanzan un buen prestigio por influencias probablemente caprichosas de la realidad.¡No digas nada contra la sociabilidad! También vine aquí por la gente y estoy satisfecho de que al menos en esto no me haya equivocado. ¡Cómo vivo en Praga! Esta necesidad que tengo de la gente y que se transforma en temor tan pronto se satisface, sólo está a gusto durante las vacaciones; sin duda que he cambiado un poco. Por otra parte, no leíste con atención mi horario, hasta las 8 escribo poco, pero después de las 8 nada, aunque es cuando más libre me siento. Escribiría más sobre esto si no hubiera pasado todo el día tan tontamente con juegos de balón y de naipes y sentado y recostado en el prado. ¡No hago excursiones! El mayor peligro es que ni siquiera veré el fragmento. ¡Si supieras cómo transcurre este corto tiempo! ¡Si fluyera con tanta claridad como el agua, pero se escurre como el aceite!El sábado por la tarde me iré de aquí (pero hasta entonces me gustaría mucho recibir una tarjeta tuya), me quedaré el domingo en Dresde y llegaré por la noche a Praga. No iré por Weimar únicamente por una debilidad que vislumbro a distancia. Recibí una pequeña carta suya con saludos de propia mano de la madre y tres fotografías. En las tres se la ve en distintas posiciones, en relación con las fotografías anteriores son incomparablemente nítidas y ¡es bella!. Y yo iré a Dresde fingiendo obligación y visitaré el jardín zoológico ¡que es donde debiera estar!


Franz [Franz Kafka, Cartas a Max Brod (1904-1924), traducción de Pablo Diener-Ojeda para Grijalbo Mondadori] Fuente: DDOOSS

Umberto Eco: De Internet a Gutenberg




Umberto Eco
DE INTERNET A GUTENBERG

Conferencia pronunciada por Umberto Eco el 12 de noviembre de 1996 en la Academia Italiana de estudios avanzados en EE.UU.

Cuenta Platón en Fedro que cuando Hermes, presunto inventor de la escritura, presentó su invención al Faraón Thamus, este elogió la nueva técnica que permitía al género humano recordar lo que de otra forma se habría olvidado. Pero el Faraón no se sintió satisfecho. "Mi hábil Theut, le dijo, la memoria es un gran don que debe ser mantenido con continuo ejercicio. Con tu invención la gente ya no se sentirá obligada a ejercitar la memoria. No se recordarán las cosas gracias a su esfuerzo sino por la potencia de un dispositivo externo".
Podemos entender la preocupación del Faraón. La escritura, como cada nuevo dispositivo tecnológico, puede debilitar las capacidades humanas que sustituye, así como los automóviles nos hacen menos preparados para caminar. Escribir era peligroso porque debilitaba los poderes de la mente, ofreciendo a los hombres un alma petrificada, una caricatura de la mente, una memoria mineral.
El texto de Platón es naturalmente irónico. Platón expresaba sus ideas sobre la escritura, pero fingía que el discurso fuese de Sócrates, a quién no le gustó nunca la escritura. (Y de hecho nunca publicó nada y murió en el medio de luchas académicas). En nuestros días nadie tiene estas preocupaciones, por dos sencillas razones.
En primer lugar sabemos que los libros no son instrumentos que piensen por nosotros, al contrario, nos estimulan nuevas ideas. Sólo después de la invención de la escritura fue posible escribir una obra maestra sobre el recuerdo que nace espontáneo, como A la búsqueda del tiempo perdido de Proust.
En segundo lugar, si antes la gente debía ejercitar la memoria para recordar las cosas, después de la invención de la escritura el ejercicio de la memoria sirve para recordar lo que está escrito en los libros. Los libros estimulan y refuerzan la memoria, no la narcotizan.
De todos modos el Faraón estaba manifestando un miedo eterno: el miedo de que las nuevas adquisiciones tecnológicas puedan eliminar cosas que consideramos preciosas, provechosas, cosas que representan para nosotros valores en sí mismos y con un profundo sentido espiritual. Es como si el Faraón hubiera señalado con el dedo primero una superficie escrita, después una imagen ideal de la memoria humana y hubiera dicho: "Esto acabará contigo".
Más de mil años después Victor Hugo en "Notre Dame de Paris" nos presenta a un sacerdote, Claude Frollo que señala con su dedo primero un libro, luego las torres y las imágenes de su amada catedral diciendo: "Esto acabará con ella". (El libro acabará con la Catedral, el alfabeto acabará con las imágenes). La historia de Notre Dame de Paris se desarrolla en el siglo XV, poco después de la invención de la imprenta. Antes de eso los manuscritos estaban reservados a una estrecha élite de instruidos. Para enseñar a las masas las historias de la Biblia, la vida de Cristo y de los Santos, los principios de la moral, los sucesos de la historia del país, y las más elementales nociones de geografía y de historia natural, los pueblos desconocidos y las virtudes de las hierbas y de las piedras, los únicos instrumentos eran los proporcionados por las imágenes de la catedral. Una catedral medieval era como un programa de televisión permanente e inmutable que proporcionaba al pueblo las nociones indispensables para la vida cotidiana y para la salvación del alma. Los libros habrían distraído a la gente de los valores más importantes, fomentado el aprendizaje de nociones no esenciales, la libre interpretación de las Escrituras y una curiosidad insana.
En los años sesenta Marshall McLuhan escribió "La Galaxia Gutenberg" donde anunciaba que el modo de pensar lineal, que había nacido con la creación de la imprenta, estaba a punto de ser sustituido por un modo más global de percibir y de pensar, a través de las imágenes de la televisión o de otros dispositivos electrónicos. Si no McLuhan, ciertamente muchos de sus lectores señalaron con el dedo primero hacia la Discoteca de Manhattan, luego hacia el libro impreso y dijeron : "ésta acabará contigo".
Los media han necesitado un cierto tiempo para hacer que se verificase la idea de que el desarrollo de nuestra civilización se estaba orientando hacia las imágenes lo que comportaba un declive de la literatura. Hoy esta idea aparece en todas las revistas. Lo más curioso es que los media empezaron a celebrar la decadencia de la literatura y el poder arrollador de las imágenes en el preciso momento en que en la escena mundial aparecía el Ordenador.
Ciertamente el ordenador es un instrumento con el que se pueden producir y modificar imágenes; es cierto también que las órdenes se dan por medio de iconos, pero es cierto también que el ordenador se ha convertido antes que nada en un instrumento alfabético. Sobre la pantalla se deslizan palabras, líneas, y para manejar un ordenador se necesita saber leer y escribir. La nueva generación está preparada para leer y escribir a una velocidad increíble. Un profesor de universidad de viejo estilo es incapaz de leer la pantalla de un ordenador tan velozmente como un muchacho. Ese mismo muchacho, si quiere programar su ordenador, debe conocer o aprender procedimientos y algoritmos y debe teclear palabras y números en el teclado a gran velocidad. En un cierto sentido se puede decir que el ordenador marca el retorno a la Galaxia Gutenberg. Las personas que pasan noches enteras en interminables conversaciones están procesando palabras. Si la pantalla de la TV puede ser considerada una especie de ventana a través de la que uno puede observar el mundo entero en forma de imágenes, la pantalla del ordenador es un libro ideal en el que se pueden leer cosas del mundo en forma de palabras y páginas. El ordenador clásico proporcionaba una especie de comunicación escrita lineal. La pantalla mostraba líneas escritas. Era un libro de lectura fácil. Pero ahora existen los hipertextos.
Un libro se lee de izquierda a derecha en forma lineal. Se puede, obviamente, dar saltos a través de las páginas: cuando uno llega a la página 300 puede retroceder y releer la página 10, pero esto implica un trabajo, un trabajo físico. Por el contrario un hipertexto es una red de muchas dimensiones en el que cada punto o nodo puede estar potencialmente conectado con cualquier otro nodo. Hemos llegado así al último capitulo de la historia "esto acabará con aquello".
Se ha dicho frecuentemente que en un próximo futuro el CD-Rom hipertextual reemplazará al libro. Con los disquetes hipertextuales se supone que los libros se quedarán obsoletos. Si además se considera que el hipertexto casi siempre es también un multimedia, el hipertexto en el futuro reemplazará no sólo al libro sino al vídeo y a otros soportes. Debemos preguntarnos ahora si esta perspectiva es real y no sólo ciencia ficción.
Al igual que la distinción que hemos dibujado entre comunicación visual y alfabética esto no es en absoluto un asunto simple. Mostraré una lista de problemas y de posibles futuros escenarios. Incluso después de la invención del libro impreso, éste no ha sido nunca el medio único para adquirir información. Había cuadros, estampas populares, la enseñanza oral, etc. No obstante, se puede afirmar que el libro era el instrumento más importante para transmitir información científica y noticias sobre hechos históricos. En este sentido era el instrumento más importante usado en la escuela.
Con la difusión de otros medios de masa, del cine a la televisión, algo cambió. Hace algunos años la única forma de aprender una lengua, a parte de viajar al extranjero, era estudiarla en un libro. Ahora nuestros hijos frecuentemente conocen una lengua aprendiéndola de discos, de películas en versión original, o descifrando las instrucciones escritas en un bote de bebida. Lo mismo ocurre con la información geográfica. En mi adolescencia conocí países exóticos no a través de los libros de texto sino leyendo libros de aventuras como los de Verne. Mis hijos han aprendido en seguida mucho más que yo de la televisión y del cine. Se puede aprender muy bien la historia del Imperio Romano a través de las películas si estas son históricamente correctas. La verdadera responsabilidad de Hollywood no es el haber enfrentado sus películas a los libros de Tácito o Gibbon, sino haber impuesto una versión escandalística y novelera de la Historia. Un buen programa educativo en televisión, por no hablar de los CD-Rom, puede explicar la genética mejor que un libro.
Hoy el concepto de literatura comprende muchos media. Una política ilustrada de la literatura debe tener en cuenta las posibilidades que ofrecen todos los media. La educación debe considerar todos los media. La responsabilidad y el reparto de tareas deben estar bien equilibrados. Si para aprender una lengua las casettes son mejores que los libros, tengamos en cuenta las casettes. Si la presentación de Chopin, a través del folleto de un compacto, ayuda a la gente a entender a Chopin, no hay que preocuparse porque ninguno compre los cinco volúmenes de una historia de la música. Incluso aunque fuese cierto que hoy la comunicación visual destruye la comunicación escrita, la cuestión no sería enfrentar comunicación escrita a oral. El problema es cómo mejorar ambas.
En la Edad Media la comunicación visual era para la masa más importante que la escritura. Pero la catedral de Chartes no era culturalmente menos importante que la Imago Mundi de Honorio de Autun. Las catedrales eran la TV de la época y la diferencia con nuestra actual televisión es que los directores de las TV medievales leían buenos libros, tenían mucha imaginación, y trabajaban para el beneficio público, o al menos para el que ellos consideraban tal. El verdadero problema está en otra parte. La comunicación verbal debe equilibrarse con la comunicación visual y sobre todo con la comunicación escrita por una razón precisa.
Una vez un estudioso de semiótica, Sol Worth, escribió "Las imágenes no pueden decir - no somos -". Puedo decir con palabras "El unicornio no existe" pero si muestro una imagen del unicornio, el unicornio está allí. Más aún, el unicornio que yo veo ¿es un unicornio o el unicornio?, es decir, ¿representa un unicornio preciso o el unicornio general? Este problema no es tan ficticio como parece, y muchísimas páginas han sido escritas por lógicos y semióticos sobre la diferencia entre expresiones como un joven, este joven, todos los jóvenes, y la juventud como idea general. Estas distinciones no son fáciles de representar con imágenes.
Nelson Goodman en su Lenguaje del Arte se pregunta si un cuadro que representa una mujer es la representación de la Mujer en general, el retrato de una mujer dada, el ejemplo de las características generales de una mujer o si es equivalente a la afirmación una mujer me esta mirando. Se puede decir que en un póster o en un libro ilustrado los textos al pie de las imágenes ayudan a entenderlas. Pero me gustaría recordar algo sobre el dispositivo retórico llamado ejemplo, en que Aristóteles dedicó tantas páginas. Para convencer a alguno sobre un asunto, la vía más convincente es el método inductivo. Presento muchos casos y después derivo que, probablemente, éstos son la manifestación de una regla general. Supongamos que trato de demostrar que los perros son animales afectuosos y que aman a sus dueños. Presento muchas situaciones en las que los perros son afectuosos y útiles y después sugiero que debe existir una regla general por la que todo animal que pertenezca a la especie canina es amigo del hombre. Pero supongamos que yo quiera sostener que los perros son animales peligrosos. Puedo hacerlo trayendo el ejemplo: "Una vez un perro mató a su dueño..." Se entiende fácilmente que un caso no prueba nada, pero si el ejemplo es impactante puedo, de manera subrepticia, sugerir que los perros pueden ser peligrosos, y una vez convencidos de esto, puedo extrapolar una ley general de un único caso y concluir "esto significa que uno no se puede fiar de los perros". Con el uso retórico del ejemplo paso de un perro a todos los perros. Con una mente crítica se puede comprender que he manipulado una expresión verbal (“un perro fue malo”) para transformarla en otra (“todos los perros son malos”) que significa otra cosa. Pero si el ejemplo es una imagen en vez de un discurso, la reacción crítica es mucho más difícil. Si muestro la dolorosa imagen de un perro que muerde a su dueño resulta mucho más difícil aclararse entre la imagen particular y la general. Las imágenes tienen, por así decir, una especie de poder platónico: trasforman ideas individuales en generales. De este modo, por medio de una formación y una comunicación estrictamente visual es más fácil realizar estrategias persuasivas y reducir el espíritu crítico.
Si leo sobre el periódico que un hombre ha dicho "queremos que el Sr. X sea presidente" se que está expresando la opinión de un individuo concreto. Pero si veo por la TV a un hombre que grita con entusiasmo "Queremos que el Sr. X sea presidente" es más fácil confundir el deseo particular de un individuo con un ejemplo de voluntad general. Frecuentemente pienso que en nuestras sociedades los ciudadanos estarán muy pronto divididos, si no lo están ya, en dos categorías: aquellos que son capaces sólo de ver la TV, que reciben imágenes y definiciones preconstituidas del mundo, sin capacidad crítica de elegir entre las informaciones recibidas, y aquellos que saben usar un ordenador y, por tanto, tienen la capacidad de seleccionar y elaborar información. Esto nos devolverá a la división cultural existente en el tiempo de Claude Frollo, entre quien sabe leer manuscritos y se sitúa de manera crítica ante las cuestiones religiosas, científicas y religiosas, y quien sólo sabe aprender a través de las imágenes de la catedral, seleccionadas y producidas por los maestros, los pocos instruidos. Un escritor de ciencia ficción podría escribir mucho sobre un futuro en el que la mayoría de los proletarios recibirá sólo comunicaciones visuales de una élite de ordenadores - instruidos.
Existen dos tipos de libros: los que se leen y los que se consultan. Los libros para leer (novelas, tratados filosóficos, análisis sociológicos, etc.) se leen normalmente de un modo que llamo el método de la historia policiaca. Se comienza por la primera página donde el autor comunica que se ha cometido un crimen, se sigue el recorrido de la investigación hasta el final, y entonces descubrimos que el asesino es el mayordomo. El final del libro es el final de la experiencia de lectura. Téngase en cuenta que lo mismo ocurre si se lee, por ejemplo el discurso del método de Descartes. El autor quiere que se abra el libro por la primera página para seguir una serie de cuestiones formuladas por él, para ver como llega a algunas conclusiones finales. Un estudioso, que ya conozca este libro, puede ciertamente leerlo saltando de una página a otra, tratando de aislar una posible relación entre una afirmación del primer capítulo y una del último... Un estudioso puede dedicarse a aislar cada aparición de la palabra Jerusalén en la obra inacabada de Tomás de Aquino, saltando miles de páginas para focalizar su atención sólo en los pasajes en los que habla de Jerusalén. Pero tal forma de lectura sería considerada extraña para un profano.
Existen también libros de consulta, como manuales y enciclopedias. A veces es necesario leer un manual de principio al fin, pero cuando se conoce el asunto suficientemente, podemos consultarlo seleccionado algunos capítulos o pasajes. Cuando estudiaba bachillerato debía leer íntegramente, en modo secuencial, mi libro de matemáticas; hoy si tengo necesidad de una definición precisa de logaritmo, simplemente lo consulto. Lo conservo en la estantería de mi biblioteca no para leerlo todo los días, sino sólo para cogerlo, quizás cada diez años, y consultar algún asunto. Las enciclopedias han sido concebidas para ser consultadas y no leídas de la primera a la última página. Normalmente se toma un volumen determinado de una enciclopedia para saber o recordar cuándo murió Napoleón o la fórmula del ácido sulfúrico.
Los estudiosos usan la enciclopedia de un modo más sofisticado. Por ejemplo si quiero saber si fue posible que Napoleón se encontrase con Kant, debo coger el volumen de la K y el volumen de la N de mi enciclopedia. Así descubro que Napoleón nació en 1769 y murió en el 1821, Kant nació en 1724 y murió en el 1804, cuando Napoleón era ya Emperador. Su encuentro no es imposible. Debo probablemente consultar una biografía de Kant, o de Napoleón. Pero en una biografía breve de Napoleón, que conoció tantas personas en su vida, este posible encuentro puede no aparecer. Sin embargo en una biografía de Kant debería ser recordado. En seguida debo hojear muchos libros de mi biblioteca, debo tomar apuntes para confrontar los datos obtenidos , etc. En seguida todo esto me cuesta un gravoso trabajo físico. Con un hipertexto, sin embargo, puedo navegar a través de toda la enciclopedia. Puedo establecer relación entre un evento registrado al principio y eventos similares diseminados por el texto. Puedo comparar el principio y el fin. Puedo pedir la lista de todas las palabras que empiezan por A, puedo pedir todas las circunstancias en las que Napoleón esta relacionado con Kant. Puedo comparar sus fechas de nacimiento y muerte. Resumiendo, puedo llevar mi trabajo a término en pocos segundos.
Los hipertextos con seguridad dejarán obsoletas las enciclopedias y los manuales. En pocos CD-Rom, probablemente en uno solo, será posible memorizar más información que en toda la Enciclopedia Británica. Con la ventaja de que se pueden buscar relaciones cruzadas e informaciones de manera no lineal. El conjunto formado por el disco compacto y el ordenador ocupa un quito del espacio de una enciclopedia que, además, no puede ser transportada ni actualizada fácilmente. Los metros y metros de estantería ocupados actualmente en mi casa, como en cualquier biblioteca pública, por enciclopedias podrán ser liberados y no hay motivo para dolerse por ello.
¿Pero puede ser sustituido un libro por un disco hipertextual? La cuestión comprende, en efecto, dos tipos de problemas diferentes y puede reescribirse en dos preguntas distintas. En primer lugar, una de naturaleza práctica: ¿Puede un soporte electrónico sustituir un libro de leer? En segundo lugar una pregunta de naturaleza teórica y estética: ¿Puede un CD-Rom hipertextual y multimedial transformar la naturaleza misma de un libro para leer, como una novela, o colección de poesías?
Permítase que responda a la primera pregunta. Los libros continúan siendo indispensables, no sólo para la literatura, sino en todas las circunstancias en las que se necesita leer con calma, no sólo para obtener informaciones, sino para razonar sobre lo que se lee. La pantalla del ordenador no es lo mismo que un libro. Pensemos cómo se aprende a usar un nuevo programa de ordenador. Normalmente el programa es capaz de mostrar en la pantalla las instrucciones que nos resultan necesarias. Pero, en general, el usuario que quiera aprender el programa o imprime las instrucciones y las lee como si hubiesen sido escritas en un libro, o se compra un manual. Permítaseme decir que, en la actualidad, las ayudas de los ordenadores están claramente escritas por idiotas irresponsables que hablan solo para sí mismos, mientras que los manuales están escritos por personas capaces.
Es posible diseñar un programa basado en imágenes que explique muy bien como imprimir y encuadernar un libro, pero para obtener información sobre como escribir y usar un programa de ordenador es necesario un manual impreso... Después de haber pasado 12 horas tecleando en un ordenador, mis ojos se convierten en pelotas de tenis, y me entran ganas de sentarme en un cómodo sillón a leer un periódico o quizás unos poemas. Creo que los ordenadores están difundiendo una nueva forma de literatura, pero no son capaces de satisfacer todas las inquietudes intelectuales que estimulan. En los momentos de optimismo imagino una generación del ordenador, que obligada a leer en el vídeo tome conciencia de la lectura pero que, en un determinado momento, se sienta insatisfecha y busque un modo distinto y más relajante de leer.
Durante un congreso sobre el futuro del libro que tuvo lugar en la Universidad de San Marino, cuyas Actas han sido publicadas por Brepols, Regis Debray afirmó que el hecho de que la civilización hebraica haya sido una civilización basada en un libro, no es independiente del hecho de que haya sido una civilización nómada. Creo que ésta es una observación muy importante. Los egipcios podían esculpir sus documentos sobre obeliscos de piedra. Moisés no. Un rollo de pergamino, si se pretende atravesar el Mar Rojo, es sin duda un instrumento más práctico para recoger la sabiduría y la historia de un pueblo. De cualquier modo, otra cultura nómada, la árabe, se ha basado también en un libro y ha primado lo escrito sobre las imágenes.
Pero los libros tienen también otra ventaja sobre los ordenadores, aunque estén impresos sobre el moderno papel ácido, que dura sólo 70 años, duran mucho más que los soportes magnéticos. Además no sufren por la falta de energía eléctrica. Y son más resistentes a los golpes. Hasta ahora, por tanto, los libros representan la forma más económica, flexible y práctica para transportar información a bajo costo. La información computarizada viaja antes que nosotros, mientras que los libros viajan con nosotros y a nuestra velocidad. Si naufragamos en una isla desierta un libro nos resultará útil, y sin embargo no tendremos la posibilidad de conectar un enchufe en ningún sitio y aunque nuestro ordenador tenga baterías solares, no lo podremos leer fácilmente tumbados en una hamaca.
Los libros son todavía, por tanto, los mejores amigos para un náufrago o para el "Día después". Un libro de lectura puede ser transformado en un CD-Rom por motivos de investigación. Un estudioso puede estar interesado en saber cuantas veces aparece la palabra "bueno" en el Paraíso Perdido. De cualquier manera hoy existen nuevas poéticas hipertextuales que sostienen que un libro de leer puede ser transformado en un hipertexto. Empezamos a desplazarnos hacia el problema número dos, que ya no es un problema práctico: se refiere a la naturaleza misma del proceso de lectura. Concebido de un modo hipertextual, incluso una narración policíaca puede ser estructurada de un modo abierto, de manera que sea el mismo lector el que pueda seleccionar un determinado recorrido, lo que significa construir una propia historia personal y, quizás, decidir que el asesino sea el detective y no el mayordomo. Esta idea no es en absoluto nueva. Antes de la invención del ordenador, poetas y narradores han imaginado textos completamente abiertos, que el lector podia reescribir de muchas maneras. Esta era la idea de Le Livre, que después exaltó Mallarmé; Joyce pensó en Finnegans Wake como en un texto escrito por un lector ideal, afligido por un insomnio ideal. En los años sesenta Max Saporta escribió y publicó una novela cuyas páginas podían ser cambiadas de sitio para componer historias distintas. Nanni Balestrini memorizó, en uno de los primeros ordenadores, una lista inconexa de versos, que la máquina agrupó de distintos modos para componer poemas diferentes. Raymond Queneau inventó un algoritmo gracias al cual era posible componer a partir de un conjunto limitado de líneas billones de poemas. Muchos músicos contemporáneos han compuesto partituras móviles, de modo que, manipulando sus elementos, puedan componerse distintas representaciones musicales.
Como se comprenderá, también aquí estamos tratando dos órdenes distintos de problemas. El primero corresponde a la idea de un texto físicamente móvil. Un texto de este tipo da la impresión de proporcionar al lector una absoluta libertad, pero ésta es sólo una impresión, una ilusión de libertad.
El único instrumento que permite producir textos infinitos existe ya desde hace milenios, y es el alfabeto; con un limitado número de letras se pueden escribir, de hecho, infinitos textos y eso es exactamente lo que se ha estado haciendo desde Homero hasta nuestros días. Un texto que presenta, no letras o palabras, sino una secuencia preestablecida de palabras o de páginas no nos deja libres para inventar todo lo que quisiéramos. Se es libre sólo de moverse por un número limitado de recorridos textuales, pero, como lector, siempre tengo esta libertad, incluso cuando leo una historia policíaca tradicional, nadie me impide imaginar un desenlace distinto. Dado un cuento en el que dos enamorados mueren, yo, como lector, puedo o llorar por su destino o imaginar un final diverso, en el que ellos sobreviven y viven felices para siempre.
En un cierto sentido, como lector, me siento más libre con un texto físicamente terminado, sobre el que se puede reflexionar incluso durante años, que con un texto móvil, donde sólo se permiten algunas manipulaciones. Esta posibilidad nos lleva a un segundo problema relativo a un texto que esta físicamente terminado y limitado, pero que puede ser interpretado de una manera infinita, o al menos de muchas maneras distintas . En efecto, este ha sido siempre el objetivo de todos los poetas y narradores. No obstante, un texto que admita muchas interpretaciones, no es un texto que acepte todas las interpretaciones.
Creo que nos debemos enfrentar con al menos tres tipos de ideas con respecto a los hipertextos. En primer lugar, debemos hacer una atenta distinción entre sistemas y textos. Un sistema, por ejemplo un sistema lingüístico, es el conjunto de las potencialidades puestas en evidencia por un lenguaje natural dado. Cada argumento lingüístico puede ser interpretado en términos de dato lingüístico o semiótico, una palabra mediante una definición, un evento mediante un ejemplo, una especie natural con una imagen, etc. El sistema es quizás finito, pero ilimitado. Se entra en un movimiento perpetuo en espiral. En este sentido todos los libros concebibles se hallan en un buen diccionario y una buena gramática. Si se sabe usar el Webster, se es capaz de escribir tanto el "Paraíso Perdido" como el "Ulises". Ciertamente, concebido de esta manera, un hipertexto puede transformar a cada lector en un autor. Demos el mismo sistema hipertextual a Shakespeare y a un escolar y ambos tendrán la misma posibilidad de producir Romeo y Julieta.
No obstante, un texto no es un sistema lingüístico o enciclopédico. Un texto dado reduce las infinitas posibilidades de un sistema a fin de constituir un universo cerrado. Finnegans Wake es ciertamente abierto a varias interpretaciones, pero es seguro que no nos demostrará jamás el teorema de Fermat, ni nos dará una biografía completa de Woody Allen. Esto parece banal, pero el error de base de los deconstruccionistas irresponsables ha sido precisamente creer que con un texto se puede hacer todo lo que se quiera, lo que es descaradamente falso. Un hipertexto textual es finito y limitado, aunque esté abierto a preguntas numerosas y originales. Un hipertexto puede funcionar bien con los sistemas, pero no funciona con los textos. Los sistemas son limitados pero infinitos, los textos son limitados y finitos, aunque puedan admitir un alto número de interpretaciones (pero no admiten cualquiera).
Hay también una tercera posibilidad. Se pueden diseñar hipertextos que sean ilimitados e infinitos. Cada usuario puede añadir algo y es posible realizar una especie de historia interminable. Llegados a este punto, desaparece la clásica noción de autor y se pasa a disponer de un nuevo modo de implementar la creatividad. No puedo dejar de aplaudir una posibilidad tal, siendo yo el autor de Opera Aperta. Sin embargo, existe una diferencia entre el hecho de transformar en acto la actividad de producir textos y la existencia de textos ya producidos. Se creará una nueva cultura en la que será diferente producir infinidad de textos e interpretar textos determinados y terminados. Algo parecido ocurre en nuestra actual cultura, en la que se juzga de modo diverso una grabación de la Quinta Sinfonía y una nueva actuación de la New Orleans Jam Session. Se está produciendo un movimiento hacia una sociedad más libre, en la que la libre creación coexistirá con la interpretación textual. Esto me gusta. No se debe decir, no obstante, que hemos sustituido una cosa vieja por otra nueva, ya que, gracias a Dios, poseemos ambas. El zapping televisivo es un tipo de actividad que no tiene nada que ver con ver una película. Un dispositivo hipertextual que permite inventar nuevos textos, no tiene nada que ver con la habilidad de interpretar textos ya existentes.
Hay otra posible confusión sobre otras dos cuestiones: ¿los ordenadores dejarán obsoletos a los libros? ¿los ordenadores convertirán en obsoletos los materiales escritos o impresos? Supongamos que los ordenadores provoquen la desaparición de los libros, esto no significará la desaparición de materiales impresos. El ordenador crea nuevos modos de producción y de difusión de material impreso. Para corregir un texto, si no se trata de una breve carta, se necesita imprimirlo, corregirlo, corregirlo de nuevo en el ordenador e imprimirlo de nuevo. No creo que nadie sea capaz de escribir un texto de centenares de páginas y de corregirlo, sin imprimirlo al menos una vez. Señalamos antes que es sólo una pía ilusión la idea de que los ordenadores, y especialmente los procesadores de textos, hayan contribuido a salvar árboles. Por el contrario los ordenadores fomentan la producción de material impreso. Podemos imaginarnos una cultura en la que no existan los libros y, en consecuencia, la que la gente vaya de una parte a otra con toneladas de páginas sueltas. Esto crearía grandes dificultades y nuevos problemas para las bibliotecas. Los hombres tienen necesidad de comunicarse entre ellos. En las comunidades antiguas lo hacían mediante palabras y en sociedades más complejas han intentado hacerlo mediante la imprenta. De la mayor parte de los libros presentes en las librerías podría afirmarse que son productos de la vanidad, aunque hayan sido publicados por la Universidad. Con la tecnología del ordenador estamos entrando en una nueva Era del Samisdazt, ya que podremos comunicarnos directamente sin la mediación de empresas editoras. Hay muchas personas que no buscan publicar algo, sino comunicar algo a los demás. Esto, que se hace hoy mediante el correo electrónico e Internet, resultará una gran ventaja para los libros, la civilización del libro y el comercio del libro. Observemos las librerías; hay demasiados libros; yo mismo recibo demasiados libros cada semana. Si la red de ordenadores redujese la cantidad de libros publicados, eso sería un gran progreso cultural.
Una de las objeciones más comunes contra la literatura del ordenador es que los jóvenes se habitúan a hablar con fórmulas breves y crípticas: Dir, HELP, DISKCOPY, ERROR 67, etc. Colecciono libros raros y me divierto leyendo los títulos de los libros del siglo XVII, que ocupan una página y a veces más, como los títulos de las películas de Lina Wertmuller. Las introducciones de estos libros, que llenan muchas páginas, comienzan con elaboradas fórmulas de cortesía y loas dirigidas a un destinatario ideal, normalmente un emperador o un papa, y continúan, durante páginas y páginas, en un estilo barroco, explicando los objetivos y las virtudes del texto que sigue. Si un escritor barroco leyese un libro moderno se disgustaría al encontrar introducciones, de una sola página, que trazan brevemente el contenido del libro, agradecen a quien ha aportado su trabajo, explican que el libro ha sido posible gracias al amor y la comprensión de la mujer o del marido, y agradecen a la secretaria por haber tecleado pacientemente el manuscrito. Se entiende perfectamente que estas pocas líneas son signo de un duro trabajo: centenares de noches empleadas subrayando fotocopias, innumerables hamburguesas comidas a toda prisa... Podemos imaginar que, en un futuro próximo, se encontrarán líneas del tipo: "W/c, Smith, Rockefeller" que significará: "gracias a mi mujer y a mi hijo; este libro ha sido pacientemente revisado por el Prof. Smith, y hecho posible gracias a la Fundación Rockefeller". Una introducción así resultará tan elocuente como una barroca. Es un problema de retórica y de práctica de una retórica dada. Creo que en el futuro los mensajes de amor apasionados serán enviados en forma de breves instrucciones en lenguaje Basic, formulados en terminos de sentencias "If ...then", de manera que se obtengan, como tras un Input, mensajes del estilo "Te amo y por eso no puedo vivir contigo" (bello verso escrito por Emily Dickinson). Por otra parte, lo mejor de la literatura manierista inglesa está escrito en una especie de lenguaje de programación "2B OR /NOT 2B".
Existe una curiosa idea según la cual cuanto más se expresa con las palabras más profundo y perspicaz se es. Mallarmé decía que es suficiente decir "flor" para evocar un universo de perfumes, imágenes y sentimientos. En la poesía, por el contrario, frecuentemente se dicen más cosas con menos palabras. Tres líneas de Pascal dicen más cosas que trescientas páginas de un largo y aburrido tratado de moral y metafísica. La búsqueda de una nueva literatura viva no debería tener en cuenta la idea de cantidad preinformática. Los enemigos de la literatura se esconden en otro lugar.
Hasta ahora hemos tratado de demostrar que la llegada de nuevos intrumentos tecnológicos no deja necesariamente obsoletos los viejos. El automóvil es más veloz que la bicicleta, pero los coches no han dejado obsoletas las bicicletas, por el contrario, gracias a los avances tecnológicos, son ahora mejores. La idea de que una nueva tecnología elimina una precedente es demasiado simplificadora. Tras la invención de Daguerre los pintores ya no se sintieron obligados a trabajar como artesanos, cuya función era reproducir la realidad tal y como nos parece que la vemos. Hay una entera tradición de la pintura moderna que no podría existir sin un modelo fotográfico. Por ejemplo, en el hiperrealismo, la realidad es vista a través del ojo del pintor como se hace a través del ojo fotográfico. Ciertamente la llegada del cine y del comic ha liberado a la literatura de alguno de sus papeles tradicionales, pero la literatura postmoderna, si es que existe, se debe a la influencia de los comics y del cine. Por la misma razón hoy ya no son necesarios los trabajosísimos retratos pintados por artistas modestos y puedo enviar a mi novia una foto brillante y fiel. Pero tales cambios en la función social de la pintura no ha vuelto obsoleto el pintar. Los retratos hoy no asumen la tarea práctica de representar a una persona, ya que esto se puede hacer mejor y de manera menos costosa por medio de la fotografía, sino que se realizan para exaltar importantes personajes, por ello comprar y mostrar un retrato ha adquirido el valor de status symbol. Podemos, por tanto, afirmar que nunca en la historia de la cultura una cosa ha eliminado otra de manera simple. He citado a McLuhan, según el cual la Galaxia Visual sustituyó a la Galaxia Gutenberg. Pocas décadas más tardes se ha visto que eso no era cierto. McLuhan dijo que vivíamos en una nueva comunidad electrónica.
Es cierto que vivimos en una comunidad electrónica, que es verdaderamente global, pero no es un aldea, si por aldea entendemos una comunidad en la que los hombre interactúan unos con otros. Los problemas de una comunidad electrónica son los siguientes:
-Soledad. El nuevo ciudadano de esta comunidad es libre de inventar nuevos textos y de borrar la tradicional división entre autor y lector, pero existe el riesgo de que, a pesar de estar en contacto con el mundo entero a través de la red galáctica, se sienta solo...
-Exceso de información, incapacidad de elegir y discriminar. Suelo decir que en el ejemplar dominical del New York Times es posible encontrar todo lo que se necesite. En sus quinientas páginas se encuentra todo lo que uno quiera saber, tanto sobre los acontecimientos de la última semana, como sobre lo que se espera para la siguiente, pero para leerlo todo no basta una semana entera. ¿Hay diferencia entre un periódico que dice cosas que no se pueden leer y un periódico que no dice nada, como el Pravda? A pesar de eso el lector del NYT puede orientarse entre la reseña de las novedades editoriales, las páginas dedicadas a la TV, los anuncios inmobiliarios, etc. El usuario de Internet no tiene la misma posibilidad. No se está en grado de seleccionar, al menos de un vistazo, entre una fuente fiable y una absurda.
Se necesita una nueva forma de destreza crítica, una facultad todavía desconocida para seleccionar la información brevemente, con un nuevo sentido común. Lo que se necesita es una nueva forma de educación. Permítaseme decir que en esta perspectiva los libros tendrán un gran papel. Al igual que se necesita un libro impreso para navegar por Internet, se necesitan libros impresos para afrontar críticamente la World Wide Web.
Terminaré con un elogio al mundo, limitado y finito, que nos proporcionan los libros. Supongamos que estamos leyendo Guerra y Paz: deseamos desesperadamente que Natacha no acepte la corte que le hace el miserable y canalla de Anatoli; deseamos que esa maravillosa persona que es el príncipe Andrei no muera y que él y Natacha puedan vivir juntos para siempre. Si Guerra y Paz fuese en un hipertexto en un CD-Rom interactivo, podríamos reescribir nuestra historia, de acuerdo con nuestros deseos. Podríamos inventar innumerables Guerra y Paz, donde Pierre Besuchov consigue matar a Napoleón, o a nuestro gusto, donde Napoleón vence al general Kutusov. Desgraciadamente, con un libro no podemos. Debemos ser conscientes de las leyes del Hecho y convencernos de que no podemos cambiar el destino. Una historia hipertextual e interactiva nos permitiría practicar libertad y creatividad y espero que este tipo de actividad se practique en el futuro. Pero Guerra y Paz, tal y como está escrita, no nos pone de frente a las ilimitadas posibilidades de la Libertad, sino con las leyes severas de la Necesidad. Para ser personas libres tenemos que aprender esta lección sobre la vida y sobre la muerte, y sólo un libro puede darnos tal sabio conocimiento.

Traducción de Francisco Martín y Charo Rivarés