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martes, enero 24, 2012

Miguel Ángel Martínez y otros: LA LEY SOPA


Desde hace tiempo se viene hablando de la ley SOPA (Stop Online Piracy Act), un proyecto de ley presentado en octubre del 2011 que tiene como objetivo combatir la descarga ilegal de contenidos con derechos de autor subidos a la red.

¿Que es la Ley SOPA?

Es un proyecto de ley que tiene como objetivo combatir la descarga ilegal de contenidos con derechos de autor subidos a la red; es decir, todas tus series favoritas, las cuales bajas a tu computadora o simplemente ves en línea a través de algún sitio en Internet, incluyendo música y libros electrónicos principalmente, serán sacadas de la red junto con un bloqueo de la web que las aloja.

¿Solo por las descargas ilegales debería preocuparnos la ley SOPA?
En realidad no, esa solo es la parte más superficial del tema. Lo realmente importante son todos los sitios que se pueden bloquear por el tema del copyright que afectarán la base de Internet, la conexión global y comunicación. Aquí tres importantes razones:
  • Menos iniciativas en la red: Al tener a vigilantes SOPA en Internet, muchos ‘startups’ o proyectos no recibirían el apoyo financiero de cualquier tipo de inversión por el temor a ser bloqueados en cualquier momento, lo cual derivaría en la pérdida de capital, tiempo y oportunidades a los emprendedores.
  • Adiós a Facebook, Twitter y redes sociales: Como la ley SOPA tiene la facultad de bloquear cualquier tipo de contenido con copyright subido por usuarios o propietarios del sitio, todas las webs basadas en comunidades y con muchísimo contenido subido por millones, sufriría el bloqueo porque sería inevitable que se alojara contenido con copyright. En otras palabras, se van las redes sociales, se va la comunicación rápida y eficiente (en otros casos simplemente la anularía por ser la única vía) con seres queridos, amigos lejanos e incluso contactos profesionales.

  • Atenta contra la libertad de expresión: Digamos que un reportero ciudadano sube un video a Youtube informando sobre algún tema noticioso o alguien decide subir contenido periodístico de algún lugar lejano para conocer sobre algún hecho terrible, podría ser bloqueado.


  • Si un periodista escribe un artículo que, a pesar de no infringir derechos de autor, enlaza a un video de Youtube o algún sitio web que no es bien visto por SOPA, también sería bloqueado. Los medios tendrían que someterse a una autocensura para evitar problemas, el periodismo ciudadano chocaría contra un muro.

    ¿Esta Ley solo afecta a Estados Unidos?.
    Sí y no. El tema es que gran parte de los sitios web en Internet están alojados en Estados Unidos y cuentan con dominios allí, lo cual los hace sujetos de esta ley. En nuestro país el tema no sería muy diferente por al siguiente razón.

    La ley SOPA no es mala, realmente defiende algo justo. Sin embargo, primero debería especificarse claramente contra qué tipo de contenidos será hecha para evitar conflictos, todo esto si tenemos en cuenta que esta iniciativa ha sido impulsada principalmente por las industrias del cine y la música a través de parlamentarios estadounidenses. ¿Por qué? Porque hace tiempo que están perdiendo dinero debido a la piratería.
    Podrían ofrecer servicios en línea en conjunto, como se hizo con el iTunes de Apple u ofrecer Spotify, sin embargo, el tema es que cada sello discográfico quiere el mayor pedazo del pastel, hecho que no ayuda a la colaboración. Pero ese ya es otro tema. En fin, solo debemos añadir que detrás de esta ley se mueven millones de dólares.

    ANONYMOUS LANZA SU PROPIO MAGAUPLOAD



    Tras el cierre del popular sitio de descargas online Megaupload ejecutado por el FBI el jueves pasado, un sitio creado supuestamente por el colectivo de hacktivistas Anonymous, Anonyupload, fue lanzado como parte de una ofensiva en línea que involucró ataques online a sitios de gobierno y grandes empresas productoras.

    Si bien anonyupload.com todavía no se encuentra en funcionamiento, la página indica que espera iniciar el próximo miércoles, dado que se encuentran en el proceso de habilitar sus propios servidores.

    Este nuevo sitio, que busca ser una alternativa a Megaupload, informó que su infraestructura estará localizada en Rusia, por lo que quedará fuera de la jurisdicción estadounidense.

    También dedica un pequeño agradecimiento al señor “DotCom”, apodo del fundador de Megaupload, el alemán Kim Schmitz, quien fuera aprehendido en Nueva Zelanda el jueves pasado.

    Gracias DotCom por los años de servicio. Esperamos que sea liberado lo más pronto posible. Trata de no hacer tanto dinero la próxima vez, y las cosas estarán bien”, se lee en el sitio.

    De ser cierta la autoría de Anonymous, esta sería la primera vez que lanza una clara ofensiva a las autoridades y grandes compañías que va más allá de ataques cibernéticos.

    Aunque esta acción se sumaría a los golpes directos asestados contra Sony, al publicar toda su discografía para que los usuarios la puedan descargar libremente; así como la publicación de datos personales del director del FBI, Robert Muller, como parte de su "Operación Represalia".

    La ofensiva iniciada tras el cierre de Megaupload incluyó también ataques contra la página del Departamento de Justicia de Estados Unidos y contra el portal de la empresa Universal Music.

    El cierre del sitio de descargas ocurrió un día después de la huelga en internet como muestra de rechazo por las propuestas de ley SOPA y PIPA, lo que derivó en que al menos 19 legisladores estadounidenses retiraran su apoyo a estas propuestas de ley.

    Jean Cocteau: De La corrida del 1 de mayo


    De La corrida del 1 de mayo
    Jean Cocteau

     Íntimo amigo-enemigo de Picasso, el poeta, dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau (1889-1963) visitó España por primera vez en julio de 1953. Venía buscando la fuerza primitiva de un país que le resultaba tan exótico y salvaje como a los viajeros del XIX. No era, escribe, “un lugar poético y pintoresco [...]. Es un poeta”. Salvaje, fascinante y cruel. Como la Fiesta de los toros, que había descubierto gracias a Picasso en el sur de Francia. Seducido por Madrid, Barcelona y Granada, el 1 de mayo de 1954, en la Maestranza sevillana, una figura de la época, Dámaso Gómez, le brindó un toro. Y ese monterazo le inspiró La corrida del 1 de mayo, uno de los libros más encendidos y poéticos jamás escritos sobre la tauromaquia, dedicado precisamente a “Luis Miguel Dominguín y a Luis Escobar, para que me lo traduzca”.

    Una anécdota de la Feria de Sevilla es el resorte que da origen a este texto. El 1 de mayo de 1954, último día de corridas, en las cuales nadie brindó ningún toro, Dámaso Gómez me brindó el suyo. Hasta el día siguiente no me enteré de que Domingo Ortega tenía previsto dedicarme uno de sus animales la víspera, pero no lo hizo por no considerarlo suficientemente digno. éste es el estilo español. Y, por otro lado, Gómez no homenajeaba a un extranjero de marca, sino a un poeta, ponía instintivamente entre las manos de un poeta, con su montera, su estrella de la suerte o de la mala suerte. Temible responsabilidad que no experimenté cuando me brindaron otros dos toros en Barcelona, y que iba a proporcionarme una ola de insólitas sensaciones.

    Para que los lectores que quieran seguirme puedan comprender lo que me sucedió el 1 de mayo de 1954 en la plaza de toros de Sevilla, es indispensable, no sólo presumir de cierto privilegio, sino, al contrario, subrayar una facultad de no-yo que poseo, una aptitud de convertirme en el espectáculo al que asisto, hasta el punto de no existir más que en relación a dicho espectáculo.

    Durante la corrida, que me sugería ideas confusas que no tenía intención de concretar, me encontraba tan fuera de lugar, un asiento en el tendido de piedra, como la toquilla negra del grupo dramático que, sobre mis rodillas, me envolvía como al objeto por medio del cual hacen sus viajes los mediums.

    En un primer momento, sólo fui capaz de distinguir mi malestar al constatar el brusco silencio de un tribunal de cuarenta mil jueces, bajo cuyos ojos, un joven cura, mal informado sobre el sentido de los atributos de su sacerdocio, ponía en manos extranjeras el signo de un culto tan arraigado en el suelo de España como una mandrágora.

    El caso es que la montera de Gómez se convirtió en una cuchilla peligrosa volando por encima de las cabezas y la mía debía ser la del espectador en el tendido que sirviera de diana, el rostro repentinamente aureolado de cuchillos. [...]

    (Se preguntarán sin duda por qué envuelvo mi texto español con tanto celofán. Responderé que es para prevenir al lector contra esa malicia que consiste en colocar bajo la etiqueta de la fantasía a todo aquel que se mueve más allá de las normas. El celofán, cierta cantidad de cajas las unas escondiendo a las otras, es el método japonés, en el que cajita a cajita, llegamos a descubrir un pequeño accesorio de empleo enigmático.)

    La España de Cocteau

    Tan pronto duquesa invisible y monja sentada al órgano tocando Fleuve du Tage, como Pastora, como vestida de enfermera a los pies de mi caa, la Dama Blanca de las arenas movedizas del sueño me retiene en tu falso Mont Saint-Michel, Toledo, aureolado de pálidos rayos.

    Tiene el ojo cansado, esta Castilla mía, y una mancha irisada en él, bajo el sombrío catafalco sobre el que una mano piadosa ha dejado todas las flores de la basura de la aurora, y estrecha un cuervo contra su pecho. Esta joven anciana, la mano en la cadera, a no ser que el brazo serpentee por encima de la cabeza haciendo el gesto de quien peina un viejo sueño -y esa plancha para la ropa que es el Escorial entre las manos de una horrible lavandera. Vuelve a poner su mano en la cadera y mira a través de una persiana de pestañas a ese Tajo sin un pliegue y a esta Castilla calva, otrora cubierta de espesa pelambre.

    Frente a esta alta y altanera muralla en ruinas, cubierta de carteles de la Fiesta y pinta y repinta y embadurnada de sangre bajo un velo de luto, cualquier pluma retrocedería, ya fuera la del águila u otra plantada como una cuchara de oro en la misma cáscara de huevo pasado por agua del cráneo de los grandes de España.

    Mucho me temo que debería cogerla por sus crines, a esta cabeza de mula, y recibir en plena cara sus cuatro cascos antaño plantados en el polvo de un camino donde los botijos derramaban una estrella de sangre cerca de un extraño joven, tumbado, lívido, y como bajo la luz de neón del paje de Orgaz en la dalia de su cuello. Esto me recuerda a aquella terraza, una noche, en el hotel de Algeciras. Veía, más abajo, a los chicos del camino ponerse, a modo de disfraz, el neón de las linternas sobre la cara y jugar a los entierros -llevando un cadáver sobre sus hombros. He visto estas y muchas otras cosas sorprendentes, evadido, no sin pena, en este plum-pudding de Gibraltar cuyas bocas de fuego son las pasas de Corinto. En resumen, las he visto de todos los colores, además del amarillo y del rojo y, especialmente, esa del esparadrapo graciosamente innoble, amordazando con una cruz rosa la boca, España, de tu herida.

    No me atrevía a hurgar en esa papelera llena de hojas muertas todavía húmedas y cáscaras de mejillón y latas de conserva destripadas -levantar a patadas y a palos, un caballo tuerto, medieval, agualdrapado con felpudos de hotel tuerto.

    Y, sin embargo, el Prado da tranquilidad, es una terraza de café donde se saluda a las obras maestras como si fueran famosos consumidores habituales, de mesa en mesa, con sus pintores que no escandalizaron a nadie, mientras que en Francia algunos imitadores de genio sí que lo hicieron. Y la noche de Madrid llena de corros infantiles. Y Barcelona enredada entre la cabellera de Gaudí y las barricas de Jerez donde duerme la sangre ferruginosa de los Reyes. El Escorial, su nicho profundo de reinas muertas, y la mujer barbuda y el catafalco o Montgolfière de los Infantes. Málaga, que nos mira con el ojo egipcio de sus barcas. Granada la pálida, que seca sus ropas a la luz de la luna, una granada semiabierta, sangrando y llorando a su poeta (por la boca de su herida). Y las ropas tendidas y las mandrágoras de ese jardín Theotocopuli, que echa la siesta en su brazo con forma de camino. Y los carabineros de Carmen peinados con un plumero de cuero cocido. Y ese aire que aún tiene Toledo de Cristo de los agravios, de toro que se arrodilla. Y sus postes telegráficos simulando un calvario, y la sangre de los botijos y el anillo de corteza de limón desenrollándose contra su cara fresca y el sueo fúnebre de una Castilla que sólo cierra un ojo por encima de los meandros de ese río en cuyo metal se bañan las espadas.

    Y la reina de todas las Españas, cuyos brazos son cuellos de cisne, Pastora Imperio, de rodillas a los pies de mi lecho agonizante, anudando encantos en un pañuelo que desliza sobre mi almohada, un ojo puesto en mí, el otro en los toreros de pie, en silencio, sombrero en mano, apoyados en las paredes de mi estancia. Y el bello Alberto Puig separando con afectuoso empellón el racimo colgado del cuello de las pequeñas gitanas. Y la tarta de mi cumpleaños, incendiada sesenta veces, traída por los gitanos al club náutico de Barcelona y los parqués del club taconeados hasta el alba como el último coletazo de los peces en el fondo de las barcas.

    ¿Debería abandonarte, España, tan sólo habiéndote abordado?
    No. Me quedo.

    La Feria de Sevilla

    Sevilla ofrece dos aspectos tan contrastados que uno llega a preguntarse, al adentrase en el viejo barrio, si cambiando de lugar no se cambia de tiempo, si el espacio-tiempo está inventando una nueva farsa y si una especie de Pompeya ha resistido al fuego de la tierra y el cielo, a las lavas que fluyen, a las cenizas grises que nos cubren.

    Es cierto que, durante la Feria, una extensa zona de la ciudad nueva es un hervidero de trajes, jinetes y carros más acorde con la antigua ciudad. Fieros centauros de torso inflexible, coronados con el sombrero gris perla o negro, con esas jovencitas a la grupa, enganchadas al rodrigón que es el jinete, y cuya magnificencia altanera recuerda a un remolino de rosas (remolino de rosas contra la pared de los hombres graves, la mano en la cadera). Y la mano derecha igualmente en la cadera, las amazonas con tocas redondas de donde escapa el pañuelo, y las seis mulas con redecilla y penachos multicolores y todos esos pura sangre danzando, y las seguidillas alrededor, y las gitanitas mendigando y llevando bebés más pesados que ellas -bebés que parecen atados a sus cuerpos por la membrana de los monstruos de feria.

    Fuera de la zona de verbena, los automóviles circulan a toda velocidad y transportan en sus tejados esos cestones de flores que son jóvenes mujeres. Pero en la ciudad antigua, nada se mueve, los autos no pasan, circulan algunos simones, salvo por las calles demasiado estrechas.

    El barrio de Santa Cruz tiene de particular que no es una ciudad muerta y que los naranjos no perfuman ruinas. Sus jardines invisibles desbordan por las ventanas de fachadas tan limpias, tan elegantes, tan perfectas que se siente vergöenza. ¿Por qué funesto maleficio ha perdido el hombre esta gracia y este equilibrio? Es probable que la pequeña ciudad antigua y viva, embalsamada y perfumada, sea el reflejo de algunas almas que fueron tan bien construidas como ella, y que la incoherencia de nuestras ciudades modernas denuncie el desconcierto del que somos víctimas.

    Esta fidelidad al estilo de los Infieles, ese carácter reservado de los patios musulmanes, ese aspecto inhabitado de las moradas árabes llenas de gente, donde pudiera parecer tan sólo viviese un chorrito de agua. Una casa velada como las mujeres moriscas, no deja entrever más que los ojos de sus ventanas. Y esas flores saliendo de las ventanas y esas lenguas de fuego y esos bustos de jovencitas gritando auxilio, forman semejante contraste con la indiferencia de la fachada, que no puedo dejar de seguir pensando en esas chicas de la Feria, recorriendo a toda velocidad las calles nocturnas, sentadas, como dije, en el tejado de los automóviles. Parece se hubieran caído de otra época -sin hacerse daño. [...]

    Los tercios

    ¿La singularidad de una corrida no consiste en que incluso su principio es inconcebible? ¿Cómo? Se le exige a un animal que defienda una causa perdida con el pretexto de que no la sabe perdida de antemano. Le crían para ser engañado. Desde que entra en el ruedo la luz le ciega y se pregunta dónde diablos está. El torero ya ha dejado su casulla en uno de los balcones de sombra de la plaza, pero, despojado de este elemento sacerdotal, sigue siendo flor, y nuestras tristes modas no han podido marchitar su traje (vimos la última casulla blanca con rosas escarlata de Manolete en los dominios del célebre rejoneador, alcalde de Jerez, Álvaro Domecq).

    Después, lejos, unos hombres agitan sus capas, hacia las cuales el toro arremete. Estos guiñoles empiezan temprano a gastarle la broma de esconderse en el burladero y a intrigarle con una punta de capa que asoma, como prueba de presencia humana. No estoy soñando, se dice el toro mientras se da media vuelta para encontrar otra capa lejana agitándose.

    (Un apunte: el color de esta capa no tiene ninguna importancia. Basta con que se agite, y la Sociedad Protectora de Animales inglesa pecó de ingenuidad cuando exigió que en las corridas se sustituyese la muleta roja por una muleta verde. Fijémonos si no en cómo los monosabios con camisa roja se desviven, invisibles, alrededor de las maniobras del picador).

    El toro se da de bruces con una segunda burla. La tercera y la cuarta le engañan todavía más, ya que el adversario permanece visible, pero el recuerdo de las cortinas fantasma le empuja contra una tela vacía tras la cual supone que se esconde el hombre, como tras el burladero. Desgracia para el hombre que no se escamotea suficientemente rápido. En Sevilla vi cómo a Miguel ángel, arrodillado, le entraba el pitón por la boca por descubrirse antes de tiempo.

    En esta ocasión, el toro no es engañado; le presentan a un caballo, un verdadero caballo. Carne fresca cubierta por viejas gualdrapas. Un bravo Rocinante. Alguien con quien pelear. Pero la farsa se agrava. Mientras que el toro empitona las gualdrapas gastando fuerzas inocentemente, el picador le hunde nueve centímetros de pica cavando una herida de la que una señora dirá: “Es un agujero para poner las banderillas”. Flores en un florero, simplemente eso.

    La farsa de las banderillas será menos dolorosa, pero las dianas de satén y oro que bailan ante el animal se escamotean después de haberle decorado con un feroz ramo de malvarrosas (salvo si el hombre no salta la barrera con rapidez, porque el adversario empieza a sospechar que se le toma el pelo).

    Observo esta apariencia de piano desbocado, como un fantasma salido de una sustancia alucinógena, piano de cola y candelabros con el atroz teclado del caballo ciego al que se destripa, y que se completa no sólo por los cuernos de un pupitre en forma de lira y por los pequeños pedales, sino por la desmelenada cabellera de una especie de abad Liszt que planta furiosamente las banderillas con sus dedos en un lomo brillante bajo el sonido de una caballuna y atroz risa de una dentadura de viejo marfil.

    Horror. Después de semejante desorden, intento recuperar el control aferrándome al cadáver de una realidad, no mucho más tranquilizadora, que busco entre las figuras distraídas de mis vecinos. Nuestra época de radio, de televisión, de revistas es una escuela de desatención. Nos enseñan a ver sin mirar, a oír sin escuchar.

    El cuerpo arqueado, el pecho desafiante, los escarpines arrastrando por la arena, la muleta baja, como la cola de un traje de boda, el torero arrostra al embajador con un espléndido: “¡Ho, ho, toro!” La bestia, inmóvil, pasmada, escucha. Observa al extraño provocador. En este momento entra en escena el jefe que encandila, el que manda, que habla y que a veces se imagina oír una respuesta (le ocurrió a Joselito, hasta el punto de hacerle huir despavorido), el trámite litúrgico del sacerdote. Comienza la faena -serie de pases en la que el círculo del ruedo se reduce alrededor de la pareja hasta convertirse en un anillo de boda-. El pobre estafado comprenderá la trampa y se someterá como una víctima exigida por el oráculo griego.
    ¿Cómo puede ser que un sortilegio ifigenista no escandalice a nadie? ¿Por qué nuestros nervios son capaces de soportarlo y un pueblo entero lo suscribe? No podría ser si, para emplear una expresión común y oportuna, el pobre animal no “se lo echara todo a la espalda”. No podría ser sin un secreto que sacralizase un crimen en rito y lo hiciera trascender, secreto que me susurró al oído la corrida del 1 de mayo. [...]

    Marcela Aurora Sentíes Amezcua: DOS POEMAS


    Marcela Aurora Sentíes Amezcua: DOS POEMAS

    Dudas

    Quiero quitar de ti
    Todos esos candados 
    Que de pronto te alejan de mí
    Y siempre tenerte  cautivado

    Pensamientos  que te invaden
    Te alejan de mi camino
    ¿Acaso no te das cuenta?
    Estar juntos es nuestro destino

    Ese amor que tú sientes
    Ese amor que yo siento
    Es Inmenso, absoluto, eterno
    Es aire puro,  suave como el viento

    No sientas más ese miedo
     deja de lado las dudas
    deja a tu corazón mirar
    mi mente y alma son tuyas

    Vivo en la expectativa 
    que ese amor de primavera 
    Logre lo que deseamos 
    Estar juntos la vida entera


    Depresión

    Un pensamiento lejano
    Me invade de sufrimiento
    Por qué será que así siento
    ¡Todo esto es tan insano!
     Este mal que en mí se encuentra
    ¿Dios lo puso en mi destino?
    O yo he elegido este camino
    Apenas sin darme cuenta
    Tantas horas cuestionando
    Simplemente sin evitarlo
     Incluso me lleva al letargo
     Y las horas siguen pasando
    Saco fuerzas sin saber de dónde
    Intento distraer mi mente
    Tomo las cosas tranquilamente
    Y el cruel sentimiento se esconde
    Breve es la dulce sensación
    El buen ánimo  poco dura
    Nuevamente pierdo la cordura
    Y comienza la aflicción
     Tal vez lo mejor solución
    Será mi terminar vida
    De una vez cerrar la herida
    Que mata mi corazón

    miércoles, enero 18, 2012

    Martin Luther King Jr.: Yo tengo un sueño


    YO TENGO UN SUEÑO
    Martin Luther King Jr.

    Estoy feliz de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la historia como la mayor demostración por la libertad en la historia de nuestra nación.
    Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la Proclama de Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio.

    Pero 100 años después, debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro todavía no es libre. Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación. Cien años después, el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra.
    Y así hemos venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En un sentido llegamos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaratoria de la Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería el heredero. Esta nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de "Vida, Libertad y la búsqueda de la Felicidad".

    Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto marcado "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Entonces hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.
    También vinimos a este punto para recordarle de Estados Unidos de la feroz urgencia del ahora. Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizadora del gradualismo. Ahora es el tiempo de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial. Ahora es el tiempo de elevar nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad. Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios.
    Sería fatal para la nación el no percatar la urgencia del momento. Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio. Aquellos que piensan que el negro sólo necesita evacuar frustración y que ahora permanecerá contento, tendrán un rudo despertar si la nación regresa a su rutina habitual.
    No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga garantizados sus derechos de ciudadano. Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia.
    Pero hay algo que debo decir a mi gente, que aguarda en el cálido umbral que lleva al palacio de la justicia: en el proceso de ganar nuestro justo lugar no deberemos ser culpables de hechos erróneos. No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en la violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de la resistencia a la fuerza física con la fuerza del alma.
    Esta nueva militancia maravillosa que ha abrazado a la comunidad negra no debe conducir a la desconfianza de los blancos, ya que muchos de nuestros hermanos blancos, como lo demuestra su presencia aquí hoy, se han dado cuenta de que su destino está atado a nuestro destino. Se han dado cuenta de que su libertad está ligada inextricablemente a nuestra libertad. No podemos caminar solos. Y a medida que caminemos, debemos hacernos la promesa de que marcharemos hacia el frente. No podemos volver atrás.
    Existen aquellos que preguntan a quienes apoyan la lucha por derechos civiles: "¿Cuándo quedarán satisfechos?" Nunca estaremos satisfechos en tanto el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados con la fatiga del viaje, no puedan acceder a alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades. No estaremos satisfechos en tanto la movilidad básica del negro sea de un gueto pequeño a uno más grande. Nunca estaremos satisfechos en tanto a nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad por carteles que rezan: "Solamente para blancos". No podemos estar satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un torrente.
    No olvido que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y tribulaciones. Algunos de ustedes apenas salieron de celdas angostas. Algunos de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la redención.
    Vuelvan a Mississippi, vuelvan a Alabama, regresen a Georgia, a Louisiana, a las zonas pobres y guetos de las ciudades norteñas, con la sabiduría de que de alguna forma esta situación puede ser y será cambiada.
    No nos deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano.

    El sueño
    Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales.
    Yo tengo un sueño que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.

    Yo tengo un sueño que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia.

    Yo tengo un sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.
    ¡Yo tengo un sueño hoy!
    Yo tengo un sueño que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en Alabama pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas.
    ¡Yo tengo un sueño hoy!
    Yo tengo un sueño que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada, y toda la carne la verá al unísono.
    Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza.
    Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres.
    Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: "Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la libertad". Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad.
    Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire. Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania! Dejen resonar la libertad desde los picos nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de California. Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia. Dejen resonar la libertad de la montaña Lookout de Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad!
    Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo spiritual negro: "¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!"


      

    Virginia Woolf: La mancha en la pared


     LA MANCHA EN LA PARED
    VIRGINIA WOOLF

    Quizá fue a mediados de enero del presente año cuando levanté la vista y vi por primera vez la mancha en la pared. A fin de concretar el día es preciso recordar lo que una vio. Por esto, ahora, pienso en el fuego, la constante película de luz amarilla sobre la página del libro, los tres crisantemos en el redondeado cuenco de vidrio sobre la repisa de la chimenea. Sí, seguramente era invierno, y acabábamos de tomar el té, por cuanto recuerdo que fumaba un cigarrillo, cuando levanté la vista y vi la mancha en la pared por primera vez. Levanté la vista, a través del humo del cigarrillo, y mi vista se fijó durante unos instantes en los carbones ardiendo, y a la mente me vino aquella vieja fantasía de la bandera roja ondeando en lo alto de la torre del castillo, y pensé en la cabalgata de los caballeros rojos ascendiendo por la ladera de la negra roca. Con cierto alivio por mi parte, la visión de la mancha interrumpió mi fantasía, ya que se trata de una fantasía vieja, mecánica, quizá nacida en mi infancia. La mancha era pequeña y redonda, negra sobre el blanco de la pared, situada seis o siete pulgadas más arriba de la repisa de la chimenea. 

    Con cuánta rapidez se arremolinan nuestros pensamientos alrededor de un objeto nuevo, levantándolo un poco, de la misma manera en que las hormigas transportan una pajilla muy febrilmente, y luego la abandonan... Si aquella mancha era una marca dejada por un clavo, el clavo no pudo ser colocado allí para colgar un cuadro, sino para una miniatura, la miniatura representando a una señora de blancos rizos empolvados, empolvadas mejillas y labios como claveles rojos*. Una falsificación, desde luego, por cuanto la gente que vivía en esta casa antes que nosotros hubiera escogido pinturas así, una vieja pintura para una vieja estancia. Era gente así, gente muy interesante, y si pienso en ella tan a menudo y en tan extraños lugares, ello se debe a que jamás la volveré a ver, ni sabré qué fue de ella. Dejaron esta casa porque querían cambiar el estilo de sus muebles, eso fue lo que él dijo, y estaba, él, en trance de decir que, a su parecer, el arte debe tener ideas detrás, cuando fuimos separados, tal como se queda separado de la vieja dama en trance de verter el té y del joven a punto de golpear la pelota de tenis en el jardín trasero de la villa en el barrio residencial, cuando se pasa rápidamente en tren. 

    Pero, en lo referente a la mancha, realmente no estoy segura. A fin de cuentas, no creo que fuera una marca dejada por un clavo; era demasiado grande, demasiado redondeada. Hubiera podido levantarme, pero si me levantaba y la miraba, había diez probabilidades contra una de que no supiera averiguarlo con certeza; debido a que, cuando se hace una cosa, una nunca sabe cómo ocurrió. Oh, sí, el misterio de la vida, la inexactitud del pensamiento... La ignorancia de la humanidad... Para demostrar cuan poco dominio tenemos sobre nuestras posesiones —cuan accidental es nuestro vivir, después de tanta civilización—, séame permitido enumerar unas pocas cosas entre todas las que perdemos a lo largo de nuestra vida, comenzando por la pérdida que siempre me ha parecido la más misteriosa entre todas: ¿qué gato es capaz de masticar o qué ratón es capaz de roer, tres estuches azul pálido de herramientas para encuadernar libros? Luego vinieron los casos de las jaulas de pájaros, de los aros, de hierro, de los patines metálicos, del recipiente para carbón estilo Reina Ana, del tablero de bagatela, del organillo... todo ello desaparecido, y también las joyas. Ópalos y esmeraldas, enterrados están entre las raíces de los nabos. ¡Qué difícil e irritante asunto es la certeza! Lo increíble es que lleve ropas puestas y esté rodeada de sólidos muebles en este instante. En realidad, si se quiere comparar la vida a algo, debe compararse a que la lancen a una por el túnel del metro a cincuenta millas por hora, para acabar en el otro extremo, sin siquiera una horquilla en el pelo. ¡Que la lancen a una a los pies de Dios totalmente desnuda! ¡Cruzar, rodando los prados de asfódelo igual que los paquetes de papel castaño son lanzados por el tobogán en correos! Con el cabello al viento, como la cola de un caballo de carreras. Sí, esto parece expresar la rapidez de la vida, el perpetuo destrozo y reparación, todo tan al azar, tan sin sentido... 

    Pero después de la vida. El lento arrancar gruesos tallos verdes, de manera que el cáliz de la flor, al inclinarse, no arroje sobre una un diluvio de luz roja y morada. A fin de cuentas, ¿por qué no habría una de nacer allá, tal como nació aquí, indefensa, sin habla, incapaz de centrar la vista, a tientas entre las raíces del césped, entre los dedos de los pies de los Gigantes? Y en lo tocante a decir lo que son árboles, lo que son hombres y mujeres, o si semejantes entes existen, no se estará en condiciones de hacerlo en el curso de cincuenta años aproximadamente. No habrá nada, salvo espacios de luz y de tinieblas, cruzados por recias vallas, y quizá, bastante arriba, manchas en forma de rosa de confuso color —oscuros rosados y azules— que, al paso del tiempo, se harán menos confusas, se convertirán en... No sé en qué. 

    Pero esa mancha en la pared no es un agujero, ni mucho menos. Puede haber sido causada por una sustancia redonda y negra, como un pequeño pétalo de rosa, resto del pasado verano, ya que no soy un ama de casa muy esmerada —y, como demostración, basta mirar, por ejemplo, el polvo en la repisa del hogar, polvo que, según dicen, enterró a Troya tres veces, y sólo algunos fragmentos de cerámica se resistieron a ser aniquilados, lo cual parece cierto. 

    El árbol junto a la ventana golpea muy levemente el vidrio... Quiero pensar tranquilamente, en calma, anchamente, sin ser jamás interrumpida, sin tenerme que levantar jamás del sillón, deslizarme fácilmente de una cosa a otra, sin sensación de hostilidad, de obstáculos. Quiero hundirme más y más, lejos de la superficie, con sus duros y separados hechos. Para tranquilizarme, voy a fijarme en la primera idea que se me ocurra... Shakespeare... Importa tanto como cualquier otro. Un hombre que se sentaba firmemente en un sillón, y contemplaba el fuego, de modo que... un diluvio de ideas caía perpetuamente desde un cielo muy alto sobre su mente. Apoyaba la frente en la palma de la mano, y la gente miraba por la puerta abierta, ya que esta escena ocurre, supuestamente, en una noche de invierno... Pero cuan aburrido es esto, esta novela histórica... No me interesa nada. Me gustaría encontrar unos pensamientos agradables, unos pensamientos que fueran un camino que indirectamente me reportara prestigio, ya que éstos son los pensamientos más agradables, y se encuentran muy a menudo incluso en la mente de la gente de modesto color ratonil, que sinceramente cree que no le gusta oír que les canten alabanzas. No son pensamientos que la alaben a una directamente; esto es lo bueno. Todos ellos son pensamientos como el siguiente: 

    «Entonces entré en el cuarto. Estaban hablando de botánica. Dije que había visto una flor que crecía en un montón de tierra, en el solar de una vieja casa de Kingsway. La semilla, dije, seguramente fue sembrada durante el reinado de Carlos I. ¿Qué flores había en el reinado de Carlos I?» Esta fue mi pregunta. (Pero no recuerdo la contestación.) Altas flores con bolas moradas quizás. Y así sucesivamente. Todo el tiempo no hago más que evocar mi figura en mi mente, amorosamente, furtivamente, sin adorarla a las claras, ya que, si lo hiciera, me reprimiría, e inmediatamente alargaría la mano en busca de un libro para protegerme a mí misma. De hecho, es curioso ver cuan instintivamente una protege de la idolatría a la propia imagen, así como de cualquier otro tratamiento que pudiera ponerla en ridículo, o que la alejara tanto del original que no se pudiera creer en ella. ¿O quizá no sea tan curioso, a fin de cuentas? Desde luego, es asunto de gran importancia. Cuando el espejo se rompe, la imagen desaparece, y la romántica figura, rodeada de un bosque de verdes profundidades, deja de existir, y sólo queda la cascara de aquella persona que es lo que los demás ven, ¡y cuan sofocante, superficial, pelado y abrupto se vuelve el mundo! Un mundo en el que no se puede vivir. Cuando nos miramos los unos a los otros en los autobuses o en los vagones del metro, miramos el espejo; y esto explica la vaguedad y el vidriado brillo de nuestros ojos. Y en el futuro los novelistas se darán más y más clara cuenta de la importancia de estos reflejos, por cuanto, desde luego, no hay un solo reflejo, sino un número infinito de ellos. Estas son las profundidades que explorarán, éstos son los fantasmas que perseguirán, apartándose más y más de la descripción de la realidad, en sus historias, dando por supuesto el conocimiento de ellas, tal como hacían los griegos y quizá Shakespeare... Pero estas generalizaciones carecen de todo valor. Traen a la memoria artículos de fondo, ministros del gobierno; en realidad, toda una clase de cosas que, en la infancia, pensábamos eran la cosa en sí misma, la cosa clásica, la cosa real, de la que una no se podía apartar sin riesgo de una condena sin nombre. No sé por qué razón, las generalizaciones evocan los domingos en Londres, los paseos de la tarde del domingo, los almuerzos del domingo, y también maneras de hablar de los muertos, así como las ropas y las costumbres, como la costumbre de estar todos reunidos en una estancia, sentados, hasta cierta hora, a pesar de que a nadie le gustaba. Para todo había una norma. La norma referente a los manteles, en aquel período determinado, decía que debían ser bordados, con pequeños compartimentos amarillos, como los que se ven en las fotografías de las alfombras que cubren los pasillos de los palacios reales. Los manteles de diferente especie no eran manteles verdaderos. Cuan sorprendente y, al mismo tiempo, cuan maravilloso fue descubrir que esas cosas verdaderas, los almuerzos del domingo, los paseos del domingo, las casas de campo y los manteles no eran totalmente reales, que en el fondo eran medio fantasmales, y que la condena que recaía sobre el que se mostraba incrédulo ante ellas sólo consistía en una sensación de libertad ilegítima. Y me pregunto qué es lo que ahora ocupa el lugar de aquellas cosas, aquellas cosas corrientes, reales. Un hombre quizá debiera ser una mujer; el masculino punto de vista que gobierna nuestro vivir, que ha sentado la norma, que ha establecido la Tabla de Precedencia del Whitaker, que se ha convertido, a mi parecer, después de la guerra, en su mitad fantasmal para los hombres y para las mujeres, que pronto, cabe esperar, será arrojada entre risas al cubo de la basura al que van a parar los fantasmas, los aparadores de caoba, los grabados de Landseer, los dioses y los demonios, etcétera, dejándonos con un ilegítimo sentido de libertad. Si es que la libertad existe... 

    Bajo ciertas luces, la mancha en la pared parece surgir de la pared. No es totalmente circular. No estoy segura, pero parece proyectar una visible sombra, de manera que, si pasara el dedo por esta parte de la pared, el dedo ascendería y descendería sobre un pequeño promontorio, como aquellos que se ven en los South Downs y que son, según se dice, cementerios o castros. De entre una cosa y otra, preferiría que fueran tumbas, por cuanto me gusta la melancolía al igual que a la mayoría de los ingleses, y me parece natural, al término de una paseata, pensar en los huesos enterrados bajo la hierba... Seguramente hay un libro que trata del asunto. Algún anticuario habrá desenterrado esos huesos y les habrá dado nombre... ¿Y qué clase de hombre es un anticuario? Me atrevería a decir que, en su mayoría, son coroneles retirados, al mando de ancianos obreros allí, arriba, que examinan piedras y grumos de tierra, y que entablan correspondencia con los clérigos de la vecindad, lo cual, debido a que abren las cartas a la hora del desayuno, les da sensación de importancia, y la comparación de puntas de flecha exige efectuar viajes a través de los contornos para ir a las poblaciones cabezas de partido, agradable necesidad, tanto para los clérigos como para sus esposas ya entradas en años que desean hacer jalea de ciruela o limpiar el estudio, y tienen muy buenas razones para mantener en estado de perpetua duda la cuestión de si es cementerio o castro, mientras el coronel se siente placenteramente filosófico, al acumular pruebas en uno y otro sentido. Cierto es que, a fin de cuentas, el coronel prefiere creer que se trata de un castro. Y, al ser su tesis contradicha, el coronel pergeña un folleto que se dispone a leer en la reunión trimestral de la sociedad local, cuando la apoplejía le ataca, y su último pensamiento consciente no se centra en su mujer, ni en sus hijos, sino en el castro y en la punta de flecha, que ahora se encuentra en una vitrina del museo de la localidad, juntamente con el pie de una asesina china, un puñado de clavos de los tiempos de Isabel I, gran número de pipas de barro Tudor, una jarra romana y el vaso en que Nelson bebió... algo que no sé. 


    No, no, nada está demostrado, nada se sabe. Y si ahora me levantara, en este mismo instante, y comprobara que la marca en la pared es realmente —¿qué voy a decir?— la cabeza de un viejo y gigantesco clavo, clavado hace doscientos años, que ahora, gracias al paciente desgaste producido por largas generaciones de criadas, ha asomado la cabeza por la capa de pintura, y tiene la primera impresión de la vida moderna, en esta estancia de paredes pintadas de blanco e iluminada por el fuego del hogar, ¿qué ganaría, yo, con ello? ¿Conocimientos? ¿Más posibilidades de elaborar hipótesis? Sentada, soy tan capaz de pensar como en pie. ¿Y qué es el conocimiento? ¿Qué son nuestros hombres eruditos sino los descendientes de brujas y ermitaños que vivían agachados en cuevas y bosques, cociendo hierbas e interrogando a ratones campestres, y consignando el lenguaje de las estrellas? Y además menos honores les rendimos, a medida que nuestras supersticiones menguan, y que nuestro respeto por la belleza y la salud de la mente aumenta... Sí, cabe imaginar un mundo muy agradable. Un mundo tranquilo y amplio, con flores muy rojas y azules en los campos bajo el cielo. Un mundo sin profesores ni especialistas ni caseros con perfil de policía, un mundo que se pudiera cortar con el pensamiento tal como el pez corta el agua con sus aletas, rozando los tallos de los nenúfares, quedando suspendido sobre conglomerados de blancos huevos marinos... De cuanta paz se goza en este fondo, enraizados en el centro del mundo, y mirando hacia lo alto, a través de las aguas grises, con sus bruscos rayos de luz, y con sus reflejos... ¡si no fuera por el Almanaque de Whitaker!, ¡si no fuera por su Tabla de Precedencias! 

    Debo ponerme en pie de un salto y ver por mí misma qué es realmente esta marca en la pared, ¿un clavo, un pétalo de rosa, una grieta en la madera? 

    Y aquí tenemos a la naturaleza jugando una vez más al viejo juego de la autoconservación. La naturaleza se da cuenta de que esta clase de pensamiento no hace más que amenazar con un derroche de energías, incluso con cierta colisión con la realidad, por cuanto, ¿quién se atreverá jamás a alzar un dedo contra la Tabla de Precedencias de Whitaker? Detrás del Arzobispo de Canterbury va el Lord Presidente de la Cámara de los Lores; y el Lord Presidente de la Cámara de los Lores va seguido por el Arzobispo de York. Siempre hay alguien que va detrás de alguien, según la filosofía de Whitaker; y lo más importante es saber quién va detrás de quién. Whitaker sabe, y tú deja, aconseja la naturaleza, que esto te consuele, en vez de enfurecerte; y si no puedes quedar consolada, si tienes que destruir esta hora de paz, piensa en la mancha en la pared.

    Comprendo el juego de la naturaleza, su invitación a actuar, a fin de poner término a todo pensamiento que amenace con excitar o causar dolor. De ahí, supongo, surge nuestro desprecio por los hombres de acción: hombres, presumimos, que no piensan. De todas maneras, nada malo hay en poner punto final a los pensamientos desagradables, por el medio de mirar una mancha en la pared. 

    Realmente, ahora que he fijado la vista en la mancha, tengo la sensación de haberme asido a una tabla en el mar, siento una satisfactoria impresión de realidad que inmediatamente convierte a los dos arzobispos y al Lord Presidente de la Cámara de los Lores en proyecciones de sombras. Aquí hay algo definido, algo real. De la misma manera, al despertar a medianoche de una pesadilla horrorosa, una enciende apresuradamente la luz, y yace pasivamente, adorando la cómoda, adorando la solidez, adorando la realidad, adorando el mundo impersonal que es demostración de una existencia que no es la nuestra. Esto es aquello de lo que una quiere tener certeza... Es agradable pensar en madera. Procede de un árbol; y los árboles crecen, y no sabemos cómo crecen. Crecen durante años y años, sin prestarnos la más leve atención, en prados, en bosques, en las riberas de los ríos... Todo ello cosas en las que a una le gusta pensar. Bajo los árboles, las vacas agitan la cola en las tardes calurosas; los árboles pintan a los ríos tan verdes que, cuando una cerceta se lanza a las aguas, una espera verla salir con las plumas teñidas de verde. Me gusta pensar en los peces, en equilibrio contra la corriente, como una bandera tensada por el viento; y los escarabajos peloteros levantando despacio cúpulas con el barro del río. Me gusta pensar en el árbol en sí mismo: primero la inmediata y seca sensación de ser madera, después su movimiento en la tormenta, después el lento y delicioso correr de la savia. También me gusta pensar en el árbol, alzado en las noches invernales en un campo solitario, con todas sus hojas prietamente enroscadas, sin que nada tierno de él quede expuesto a las balas de hierro de la luna, un mástil desnudo sobre la tierra que cae y cae durante toda la noche. El canto de los pájaros forzosamente ha de tener un sonido muy alto y raro en el mes de junio; y qué sensación de frío causarán las patas de los insectos sobre el árbol, a medida que avanzan trabajosamente por las hendiduras de la corteza, o toman el sol en la delgada y verde cúpula de las hojas, y miran rectamente al frente con sus ojos rojos tallados como diamantes... Una tras otra, las fibras se quiebran bajo la inmensa y fría presión de la tierra, y entonces llega la última tormenta, y las más altas ramas, al caer, penetran de nuevo profundamente en la tierra. A pesar de todo, la vida no ha terminado; quedan millones de pacientes y vigilantes vidas para un árbol, a lo largo y ancho del mundo, en dormitorios, en buques, en pavimentos, en cuartos de estar donde hombres y mujeres se reúnen después de tomar el té y fuman cigarrillos. Rebosa pensamientos de paz, pensamientos felices, este árbol. Me gustaría considerar por separado cada árbol, pero hay un obstáculo que lo impide... ¿Dónde estaba? ¿De qué trataba? ¿Un árbol? ¿Un río? ¿Colinas? ¿El Almanaque de Whitaker? ¿Campos de asfódelo? Nada recuerdo. Todo se mueve, cae, resbala, se desvanece... Hay una vasta conmoción de la materia. Alguien se encuentra en pie junto a mí, y dice: 

    «Salgo a comprar el periódico.» 

    «¿Sí?» 

    «Aunque no vale la pena comprar el periódico... Nunca pasa nada. Maldita guerra; que Dios la maldiga... De todas maneras, no veo por qué hemos de tener un caracol en la pared.» 

    ¡Ah, la mancha en la pared! Era un caracol. 

     En La casa encantada y otros cuentos 
    Traducción de Andrés Bosch 
    Barcelona, Lumen, 2° ed., 1983

    Hindra Ceballos López: El Muro de los graffiti


    EL MURO DE LOS GRAFFITI
    Hindra Ceballos López

    1. La ausencia …se cimbra sin aliento
    sobre el epitafio de un recuerdo.
    En su  voz  crepitan  excesos de vacío 
    traspasa cansancio  aterido,
    ensaya  el olvido y sus versiones
    en busca de sí misma  y su templado  alivio.


    2.- Estrujado de ruido,el silencio agoniza…
    Baja al desconsuelo de pensamientos vanos,
    arrastra  significación autista  entre inventos de necesidad
    y escándalos pautados en paradigma mayor.

    ¡Ay! Si la era escuchara el silencio,
    si pudiéramos entonar himnos con su voz,
    en el oasis del desierto,  entre urbes permisivas,
    el desmayo fatuo ante la verdad erguida*
    daría paso y presencia al individuo esencial
    al hombre con su única vestidura:
    una hoja de parra llamada humildad


    3.-Oculto deseo en la piel,
     de primavera se tiñe y resucita,
    cuando recuerdo que no te he vivido.
    Retorna el invierno y me descubro
    esclava de la viva muerte
    que mantiene al anhelo
    tan lejos de mi caricia,
    tan cerca del miedo

    4.- Voy tras el sonido extraviada del mensaje,
     renuncio a significados ante  la mutación
    de pensamientos  que por mí no esperan
    Tejo guirnaldas a mi frente, con brasas  que carbonizan  agonías…
    Un amor se purifica mientras me disuelvo
    Envejezco
    consciente de que mi sangre
     es la mañana que jamás termina

    5.- Amor,  eres elástico y letal
    Bajo tu arco, el cuerpo se distiende,  
    la flecha  tensa,  fija el blanco:
    mi alma explota.

    6.- La hora se estremece,
      es el momento de compartir  su experiencia
      Tras  insomnios paralelos,
      sobre mundos alternos,  mi océano se deslíe
      Entre llovizna y aguaceros
      se  ungen latentes  semilleros:
      Ellos deslavan  con torrentes mi sendero…
     
    7.-  No transigen,
      no comprenden
      ni hallan gusto  en el mensaje.
      Bestias mudas… ¡Eso son!
      polvoroso estruendo es la voz, 
      que en desesperanza  revuelca el  horror.
      Abuso, droga, vicio que ofrece lustre a sus miserias
      y entonan  alaridos a la sepultura
      donde velamos al  demócrata gobierno
      Y olvidados de intrépido orgullo y valor
       rezamos letanías por un  defensor.
      Dime pueblo,
      ¿Cuánto más esperas para alzar la cabeza 
      y hundir tu voluntad
      hasta el corazón de su ignominia?


    8.-  Recreo mi existencia en tu lejanía…
      Tú, el que me piensa,
      quien mira mis instantes
      inalcanzable cual horizonte…
      Déjame colorear tu cenit,
      permite acunarme en tu nadir

    *Cernuda, Luis. (Si el hombre pudiera decir lo que ama)