Encuentra a tus autores aquí

miércoles, enero 04, 2012

Lilia Ramíez: La Ecuación de la Existencia

LA ECUACIÓN DE LA EXISTENCIA


Lilia Ramírez

Nueve veces siete. Calcular la edad con una ecuación, fue divertido. Como en los viejos tiempos, obtener un sesenta y tres como resultado, no resultó complicado. Sólo era suficiente elevar al cuadrado al número tres, ese formidable símbolo de la divinidad en el catolicismo. También pudiste manejarlo como producto notable: el cuadrado de la suma de dos números (dos más uno). Así se consolidó el primer factor, nueve. El segundo, el signo siete, enigmático número manifestado mediante el tiempo, la luz y el sonido (los días de la semana, los colores escondidos en la luz solar puestos en evidencia por las gotas de lluvia, las notas musicales). Nueve veces siete, además, suena bíblico. Te agradó mucho. No por las repercusiones religiosas, sino por la carga profética. Genial. La posibilidad, con alta probabilidad, que este ciclo entrante traerá cosas interesantes, fue cobrando fuerza dentro de ti. Pausa. ¿Qué de seductivo puede contener la vida a los sesenta y tres años? Los sueños de la juventud se cumplieron, o no; los hijos, se tuvieron o no. Si los hay, a estas alturas se han marchado tras un sueño propio y, de vez en cuando, te permiten asomarte a ver si duermen o velan, a la tenue luz de la lamparilla de sus llamadas telefónicas, E-mails, video llamadas y visitas de ocasión. Siguen atrancando el dormitorio cual de adolescentes lo hicieron. Defienden su privacidad a toda costa aún cuando te dejen a la intemperie, aún cuando llueva y sientas frío. Quizá abran la puerta -mejor la ventana, pues puedes colarte al interior-; extiendan su desnudo brazo emergiendo de las cobijas, y muestren claramente lo calientitos que están, confortables, arropados en un nido extraño para ti. La ropa de cama y los pijamas revelan varias navidades lejos de ellos. Mientras te ofrecen un cafecito caliente, aromático, endulzado, espumoso, tan cálido que olvidarás, mientras lo ingieres, cómo permaneces al margen de su verdadera vida; algo dentro de ti te advierte de repente no beberlo todo, guardarás algo para tu propia madre, quien, en medio de sus lapsos, cada vez más frecuentes, de senilidad, achaques y quejumbres, puede rescatar alguna lucidez y sostener contigo conversaciones como si fueras aquella joven despreocupada, tan audaz y tan gustosa del álgebra y sus misterios. Por momentos, ella y papá, no pelean, entonces sientes paz durante lo que tarda el tostador de pan en sonar su timbre y aventar las doradas como los malabaristas sus artefactos de juego. Miras bien el asunto, y te parece prodigioso. A tu edad, esa de la ecuación bíblica, no sabes qué es la añoranza por los padres idos o de los sitios donde pasaste la niñez. Muñecas y columpios rotos habitan un patio cuyo nuevo aspecto apenas reconoces. O puede ser que, al heredarlo un miembro político de la familia, el menos indicado pero el más astuto, esté ahora en ruinas. Quizá solo sean referencias mentales hechas de pie sobre una construcción nueva donde han edificado un parque público o condominios de interés social, y sólo te orientas por la línea de los cerros alrededor. Aquí, aquí mismo tu padre tenía sembrado un yambo; el amarillo-rosa de sus pequeñas manzanas con olor a rosa, sutil y agradable, recupera también la infancia con solo evocarlas –igual que las conversaciones atinadas-. Pero no, mamá y papá existen en una realidad más allá de los sueños de juventud, de los sueños de la madre joven que fuiste, y de la madre vieja como ahora estás. Existen más allá de la realidad donde observas a tus nietos aprender a caminar, a llamarte por tu nombre, y pronto, a resolver ecuaciones como la de tu edad. Esa, la que acabas de cumplir. Tus viejos requerirán de otra ecuación, más compleja, más pensada, una fórmula que requerirá, un día, alimentarse de lágrimas y dolor desconocidos, y cuyo resultado será tu orfandad. Vocablo que no te dice nada aún… quizá no llegues a saberlo.

No hay comentarios.: