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lunes, agosto 23, 2010

Roberto Juarroz: Poemas de "Poesía Vertical"



POESÍA VERTICAL
Roberto Juarroz


1
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.

Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.

Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.

2
Hay palabras que no decimos
y que ponemos sin decirlas en las cosas.

Y las cosas las guardan,
y un día nos contestan con ellas
y nos salvan el mundo,
como un amor secreto
en cuyos dos extremos
hay una sola entrada.

¿No habrá alguna palabra
de esas que no decimos
que hayamos colocado
sin querer en la nada?

3

Hay que caer y no se puede elegir dónde.
Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,
cierta pausa del golpe,
cierta esquina del brazo
que podemos torcer mientras caemos.

Es tan sólo el extremo de un signo,
la punta sin pensar de un pensamiento.
Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos
y la miseria azul de un Dios desierto.

Se trata de doblar algo más que una coma
en un texto que no podemos corregir.

Nota: Los números no corresponden a los originales del libro; se han alterado aquí para facilitar el seguimiento del lector.

Arjun Appadurai: La Aldea Global



LA ALDEA GLOBAL
Arjun Appadurai

Allá lejos y hace tiempo

La modernidad pertenece a esa pequeña familia de teorías que a la vez declaran poseer, y desean para sí, aplicabilidad universal. Lo que es nuevo de la modernidad se desprende de dicha dualidad. Sea lo que sea que el proyecto de la Ilustración haya creado, cuando menos aspiró a producir personas que, en forma consiguiente, hubieren deseado volverse modernos. Este tipo de justificación de sí, y de profecía cumplida de antemano, ha generado un sinnúmero de críticas y ha provocado gran resistencia, tanto a nivel de la teoría como de la vida cotidiana.
En mi juventud en Bombay, mi experiencia de la modernidad fue sobre todo sinestésica y fundamentalmente pre-teórica. Descubrí la imagen y el aroma de la modernidad leyendo Life y catálogos de colegios universitarios estadounidenses en la biblioteca del Servicio de Información de los Estados Unidos, yendo al Cine Eros, a tan sólo cinco cuadras de mi edificio de apartamentos y donde se proyectaban películas de clase B (y algunas de clase A) provenientes de Hollywood. Le rogaba a mi hermano, que al principio de la década del sesenta estaba en la Universidad de Stanford, que en sus visitas me trajera pantalones vaqueros y, en su bolsillo, un poquito del aire de aquel lugar, de aquella época. Fue así que fui perdiendo la Inglaterra que había mamado en mis textos escolares victorianos: en rumores de compañeros de liceo que habían conseguido la beca de la Fundación Rhodes, en libros de Billy Bunter and Biggles que devoraba en forma indiscriminada, lo mismo que a los libros de Richmal Crompton y Enid Blyton. Franny y Zooey, Holden Caulfield y Rabbit Angstrom fueron lentamente erosionando aquella parte de mí que hasta ese momento siempre había sido la Inglaterra eterna. En fin, tales fueron las pequeñas derrotas que explican por qué Inglaterra perdió el Imperio en la Bombay pos-colonial.
En ese entonces no sabía que yo estaba pasando de un tipo de subjetividad poscolonial (dicción anglófona, fantasías de debates en la Oxford Union, miraditas prestadas a la Encounter, un interés patricio en las humanidades) a otro: la del Nuevo Mundo más duro, sexual y adictivo de las reposiciones de Humphrey Bogart, las novelas de Harold Robbins, la revista Time y las ciencias sociales al estilo estadounidense. Para cuando me lancé de lleno a los placeres del cosmopolitismo en Elphinstone College, tenía Todo Lo Necesario –una educación anglófona, una dirección en un barrio de clase alta de Bombay (aun cuando mi familia tenía ingresos de clase media), fuertes conexiones sociales con las personalidades importantes del college, un hermano famoso como ex alumno (hoy fallecido), y hasta una hermana, también en el college, con hermosas amigas. Pero el virus estadounidense ya me había alcanzado. Fue así que comenzó mi travesía, que luego me llevaría a la Universidad Brandeis (en 1967, donde los estudiantes se habían convertido en una incómoda y desequilibrante categoría étnica), y más tarde a la Universidad de Chicago. Hacia 1970, todavía estaba a la deriva, pero más o menos encaminándome hacia las costas de las ciencias sociales estadounidenses, los estudios de las regiones del mundo, y aquella forma triunfal de la Teoría de la Modernización, que en un mundo bipolar todavía era una extensión de la cultura y de la política exterior estadounidense.


El medio es el mensaje


Todas las grandes fuerzas sociales tienen sus precursores, precedentes, análogos y raíces en el pasado. Son estas genealogías múltiples y profundas las que han frustrado las aspiraciones de los modernizadores de diferentes sociedades, en la medida que pretendían sincronizar sus relojes históricos. Argumentaré en favor de un quiebre general en el tenor de las relaciones intersocietales en las últimas décadas. Esta forma de entender el cambio –y en particular, el quiebre– necesita ser explicada y diferenciada de otras teorías anteriores de la transformación radical.
Uno de los legados más problemáticos de las grandes teorías de las ciencias sociales de Occidente (Auguste Comte, Karl Marx, Ferdinand Toennies, Max Weber, Emile Durkheim) es que constantemente ha reforzado la idea de la existencia de un momento muy preciso –llamémosle el momento moderno– que al irrumpir genera un quiebre profundamente dramático y sin precedentes entre el pasado y el presente. Reencarnada luego en la idea de la ruptura entre la tradición y la modernidad, y tipologizada como la diferencia entre las sociedades que son ostensiblemente tradicionales y las ostensiblemente modernas, esta visión ha sido, en repetidas oportunidades, objetada porque distorsiona los significados del cambio y la política de lo pasado. Y sin embargo, es cierto: el mundo en el que vivimos hoy –y en el cual la modernidad está decididamente desbordada, con irregular conciencia de sí, y vivida en forma despareja– por supuesto que supone un quiebre general con todo tipo de pasado. ¿Qué tipo de quiebre es éste, si no es el que identifica y narra la Teoría de la Modernización?
Este trabajo lleva implícita una teoría de la ruptura que adopta los medios de comunicación y los movimientos migratorios (así como a sus interrelaciones) como sus dos principales ángulos desde donde ver y problematizar el cambio, y explora los efectos de ambos fenómenos en el trabajo de la imaginación, este último concebido como un elemento constitutivo principal de la subjetividad moderna. El primer paso de esta argumentación es que los medios de comunicación electrónicos han transformado decisivamente el campo de los medios de comunicación de masas en su conjunto, lo mismo que a los medios de expresión y comunicación tradicionales. Esto no debe interpretarse como una fetichización de lo electrónico, tomado como la única causa o motor de dichas transformaciones. Los medios de comunicación electrónicos transforman el campo de la mediación masiva porque ofrecen nuevos recursos y nuevas disciplinas para la construcción de la imagen de uno mismo y de una imagen del mundo. Esta es, por consiguiente, una argumentación relacional. Los medios electrónicos transforman y reconfiguran un campo o conjunto mayor, donde los medios impresos y las formas orales, visuales y auditivas de comunicación continúan siendo importantes, aun cuando sean alterados interna y sustancialmente por los medios electrónicos. Como resultado de efectos tales como la transmisión de noticias en videos digitales vía computadora; la tensión que surge entre el espacio público del cine y el espacio privado donde uno mira un video; su casi inmediata absorción por el discurso público; o la tendencia a ser asociados con el glamour, el cosmopolitismo y lo nuevo (ya sea en relación a las noticias, la política, la vida doméstica o el mundo del entretenimiento y del espectáculo), los medios electrónicos tienden a cuestionar, subvertir o transformar las formas expresivas vigentes o dominantes en cada contexto particular.
Los medios electrónicos dan un nuevo giro al ambiente social y cultural dentro del cual lo moderno y lo global suelen presentarse como dos caras de una misma moneda. Aunque siempre cargados de un sentido de la distancia que separa al espectador del evento, estos medios de comunicación, de todos modos, ocasionan la transformación del discurso cotidiano. Del mismo modo, los medios electrónicos pasan a ser recursos, disponibles en todo tipo de sociedades y accesibles a todo tipo de personas, para experimentar con la construcción de la identidad y la imagen personal. Esto es así porque permiten que los guiones de las historias de vida posibles se intersecten o coincidan con el encanto de las estrellas de cine y con las tramas fantásticas de las películas sin necesariamente quedar disociados del mundo plausible de los noticieros, los documentales, los periódicos, y otras formas de proyección en blanco y negro. Debido a la pura multiplicidad de las formas que adoptan (el cine, la televisión, los teléfonos, las computadoras) y a la velocidad con que avanzan y se instalan en las rutinas de la vida cotidiana, los medios de comunicación electrónicos proveen recursos y materia prima para hacer de la construcción de la imagen del yo, un proyecto social cotidiano.
Lo mismo que ocurre con la mediación ocurre con el movimiento. Por cierto, las migraciones en masa (ya sean voluntarias como forzadas) no son un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. Pero cuando las yuxtaponemos con la velocidad del flujo de imágenes y sensaciones vehiculizados por los medios de comunicación de masas, tenemos como resultado un nuevo orden de inestabilidad en la producción de las subjetividades modernas. Cuando los trabajadores turcos en Alemania miran películas provenientes de Turquía en sus apartamentos de Berlín, y los coreanos de Filadelfia miran las imágenes de las Olimpíadas de Seúl (1988) que les llegan de Corea vía satélite, y los taximetristas paquistaníes que viven en Chicago escuchan casetes con grabaciones de los sermones pronunciados en las mezquitas de Paquistán o Irán que les envían sus parientes y amigos por correo, lo que vemos son imágenes en movimiento encontrándose con espectadores desterritorializados. Esto da lugar a la creación de esferas públicas en diáspora, fenómeno que hace entrar en cortocircuito las teorías que dependen de la continuidad de la importancia del Estado-nación como el árbitro fundamental de los grandes cambios sociales.
En suma, los medios electrónicos y las migraciones masivas caracterizan al mundo de hoy, no en tanto nuevas fuerzas tecnológicas sino como fuerzas que parecen instigar (y a veces, obligar) al trabajo de la imaginación. Combinados, producen un conjunto de irregularidades específicas, puesto que tanto los espectadores como las imágenes están circulando simultáneamente. Ni esas imágenes ni esos espectadores calzan prolijamente en circuitos o audiencias fácilmente identificables como circunscriptas a espacios nacionales, regionales o locales. Por supuesto, muchos de los espectadores no necesariamente migran. Y por cierto, muchos de los eventos puestos en circulación por los medios de comunicación son, o pueden ser, de carácter meramente local, como ocurre con la televisión por cable en muchas partes de los Estados Unidos. Pero son pocas las películas importantes, los espectáculos televisivos o las transmisiones de noticias que no sean afectadas por otros eventos mediáticos provenientes de afuera o de más lejos. Y también son pocas las personas que en el mundo de hoy no tengan un amigo, un pariente, un vecino, un compañero de trabajo o de estudio que no se haya ido a alguna parte, o que esté de vuelta de algún lado, trayendo consigo historias de otros horizontes y de otras posibilidades. Es en este sentido que podemos decir que las personas y las imágenes se encuentran, de forma impredecible, ajenas a las certidumbres del hogar y del país de origen y ajenas también al cordón sanitario que a veces y selectivamente tienden a su alrededor los medios de comunicación locales o nacionales. Esta relación cambiante e imposible de pronosticar que se establece entre los eventos puestos en circulación por los medios electrónicos, por un lado, y las audiencias migratorias, por otro, define el núcleo del nexo entre lo global y lo moderno.


La imaginación al poder


Los antropólogos han aprendido a concebir las representaciones colectivas como hechos sociales –es decir, viéndolas como trascendiendo la voluntad individual, cargadas con la fuerza de la moral social, y en definitiva como realidades sociales objetivas. Lo que me interesa sugerir aquí es que en las últimas décadas hubo un giro, que se apoya en los cambios tecnológicos ocurridos a lo largo del último siglo, a partir del cual la imaginación también ha pasado a ser un hecho social y colectivo. Estos cambios, a su vez, son la base de la pluralidad de los mundos imaginados.
A la luz de lo anterior podría parecer absurdo sugerir que haya algo nuevo acerca del papel de la imaginación en el mundo contemporáneo. Después de todo nos hemos acostumbrado a pensar que todas las sociedades han producido su propio arte, sus propios mitos y leyendas, expresiones que implicaron un potencial desvanecimiento de la vida social cotidiana. En tales expresiones todas las sociedades demostraron tener la capacidad de trascender y enmarcar su vida social cotidiana recurriendo a mitologías de diversa índole en las que esa vida social era reelaborada e imaginativamente deformada. Por último, en sueños, aun los individuos de las sociedades más simples han encontrado un lugar para reorganizar su vida social, darse el gusto de experimentar sensaciones y estados emocionales prohibidos, y descubrir cosas que se han ido filtrando en su sentido de la vida cotidiana. Más aún, en muchas sociedades humanas, estas expresiones han sido la base de un complejo diálogo entre la imaginación y el ritual, a través del cual, mediante la ironía, la inversión, la intensidad de la ejecución y la labor colectiva a que obligan muchos rituales, la fuerza de las normas sociales cotidianas se fue profundizando. Lo anterior, por cierto, se desprende del tipo de aporte indiscutible que nos ha legado lo mejor de la antropología canónica del último siglo.
Al sugerir que la imaginación en un mundo pos-electrónico juega un papel significativamente nuevo, baso mi argumento en las tres distinciones siguientes. La primera es que hoy la imaginación se ha desprendido del espacio expresivo propio del arte, el mito y el ritual, y ha pasado a formar parte del trabajo mental cotidiano de la gente común y corriente. Es decir, ha penetrado la lógica de la vida cotidiana de la que había sido exitosamente desterrada. Por supuesto, esto tiene sus precedentes en las grandes revoluciones, los grandes cultos y los movimientos mesiánicos de otros tiempos, cuando líderes firmes e influyentes conseguían imponer su visión personal en la vida social, dando nacimiento así a poderosísimos movimientos de cambio social. Hoy, sin embargo, ya no es una cuestión de individuos dotados de cualidades especiales (carismáticos) capaces de inyectar la imaginación en un lugar que no es el suyo. Las personas comunes y corrientes han comenzado a desplegar su imaginación en el ejercicio de sus vidas diarias. Esto se ve en el modo en que mediación y movimiento se contextualizan mutuamente.
Cada vez más gente parece que imaginara a diario la posibilidad de que, en un futuro, ellos o sus hijos vayan a vivir o a trabajar a otros lugares, lejos de donde nacieron. Esta es la resultante del aumento del índice migratorio, tanto a nivel de la vida social nacional como global. Otros son llevados a la fuerza a sus nuevos lugares, como nos lo recuerdan los campos de refugiados en Tailandia, Etiopía, Tamil Nadu o Palestina. Estas personas tienen que mudarse y llevar con ellos la capacidad de imaginar y plantearse otras formas de vida. Finalmente está el caso de aquellas personas que se mudan en busca de trabajo, riquezas y oportunidades a raíz de que sus situaciones se han vuelto intolerables. Por eso, cambiando en algo y ampliando los conceptos de lealtad y partida propuestos por Albert Hirschman, podríamos hablar de diásporas de la esperanza, diásporas del terror y diásporas de la desesperación. Pero en todos los casos, estas diásporas introducen la fuerza de la imaginación, ya sea como memoria o deseo, en la vida de mucha de esta gente, así como en mitografías diferentes a las disciplinas del miedo y el ritual de corte clásico. Aquí la diferencia fundamental es que estas nuevas mitografías pasan a convertirse en estatutos fundacionales de nuevos proyectos sociales, y no son simplemente un contrapunto de las certezas de la vida cotidiana. Para grandes grupos humanos, estas mitografías sustituyen la fuerza glacial del habitus por el ritmo acelerado de la improvisación. En este caso las imágenes, guiones, modelos y narraciones (tanto reales como ficticios) que provienen de los medios de comunicación de masas son lo que establece la diferencia entre la migración en la actualidad y en el pasado. Aquellos que quieren irse, aquellos que ya lo han hecho, aquellos que desean volver, así como también, por último, aquellos que escogen quedarse, rara vez formulan sus planes fuera de la esfera de la radio o latelevisión, los casetes o los videos, la prensa escrita o el teléfono. Para los emigrantes, tanto la política de la adaptación a sus nuevos medios sociales como el estímulo a quedarse o volver son profundamente afectados por un imaginario sostenido por los medios masivos de comunicación, el cual con frecuencia trasciende el territorio nacional.
La segunda distinción es entre la imaginación y la fantasía. A este respecto hay un cuantioso y respetable corpus de trabajos escritos, sobre todos por los críticos de la cultura de masas afiliados a la Escuela de Frankfurt, en alguna medida anticipados por la obra de Max Weber, que ve al mundo moderno encaminado hacia una jaula de hierro, y que predice que la imaginación se verá atrofiada por otra ola de creciente mercantilización, el capitalismo industrial y la generalizada regimentación y secularización del mundo. Los teóricos de la modernización de las últimas tres décadas (de Weber a Daniel Lerner, Alex Inkeles y otros, pasando por Talcott Parsons y Edward Shils) en general han coincidido en ver al mundo moderno como un espacio de decreciente religiosidad (y creciente dominio del pensamiento científico), de menor recreo, juego y divertimento (y creciente regimentación del tiempo libre y el placer) y donde la espontaneidad se halla inhibida en todos los planos. De esta visión de la modernidad participan diversas corrientes, que incluso llegan a asociar a teóricos tan dispares como Norbert Elías y Robert Bell; sin embargo, planteamos que aquí hay un error fundamental. El error se da a dos niveles. Primero, esta visión se basa en un réquiem demasiado prematuro por la muerte de la religión y la consecuente victoria de la ciencia. Por el contrario, existe amplia evidencia, en el surgimiento de nuevas religiosidades, de que la religión no sólo no está muerta, sino que bien puede que sea más consecuente que nunca debido al carácter cambiante e interconectado de la política global actual. A un segundo nivel, también es incorrecto asumir que los medios electrónicos sean el opio de las masas. Tal concepción, que sólo hace muy poco ha comenzado a ser revisada, se basa en la noción de que las artes de reproducción mecánica, en general, condicionaron a la gente común y corriente para el trabajo industrial; y esto es demasiado simplista.
Hay una evidencia creciente de que el consumo de los medios masivos de comunicación a lo largo y ancho del mundo casi siempre provoca resistencia, ironía, selectividad, es decir, produce formas de respuesta y reacción que suponen una agencia. Cuando vemos terroristas que adoptan para sí una imagen tipo Rambo (personaje que a su vez ha dado lugar al surgimiento de un montón de contrapartes y Rambos de diferentes signos en el mundo no-Occidental); cuando vemos amas de casa leyendo novelas de amor o mirando telenovelas como parte de un esfuerzo por construir sus propias vidas; cuando vemos familias musulmanas reunidas a efectos de escuchar la grabación en casete de un discurso de sus líderes; o empleadas domésticas del sur de la India que compran excursiones guiadas al Kashmir; pues bien, estos son todos ejemplos del modo activo en que la gente, a lo largo y a lo ancho del mundo, se apropia de la cultura de masas. Tanto las camisetas estampadas, los carteles publicitarios y los graffitis como el rap, los bailes callejeros o las viviendas de los barrios pobres hechas a partir de desechos, carteles y cartones muestran la manera en que las imágenes puestas a circular por los medios masivos de comunicación son rápidamente reinstaladas en los repertorios locales de la ironía, el enojo, el humor o la resistencia.
Y esto no es simplemente una cuestión de los pueblos del Tercer Mundo que reaccionan frente a los medios de comunicación de masas estadounidenses; lo mismo ocurre cuando la gente responde ante la oferta de los medios de comunicación de masas de sus propios países y localidades. Al menos en este sentido la teoría de los medios de comunicación de masas como opio de los pueblos necesitaría ser tomada con gran escepticismo. Con esto no quiero dar la impresión de que los consumidores son agentes libres, viviendo muy felices en un mundo de shoppings bien vigilados, almuerzos gratis y transacciones rápidas. El consumo en el mundo contemporáneo, es decir, como parte del proceso civilizatorio capitalista, es por lo general una forma de trabajo y obligación. De todos modos, donde hay consumo hay placer, y donde hay placer hay agencia. La libertad, por otro lado, es una mercancía bastante más escurridiza e inalcanzable.
Más aún, la idea de la fantasía, inevitablemente, connota la noción del pensamiento divorciado de los proyectos y los actos, y también tiene un sentido asociado a lo privado y hasta a lo individualista. La imaginación, en cambio, posee un sentido proyectivo, de ser un preludio a algún tipo de expresión, sea estética o de otra índole. La fantasía se puede disipar (puesto que su lógica es casi siempre autotélica), pero la imaginación, sobre todo cuando es colectiva, puede ser el combustible para la acción.

Ivonne Moreno: Luli Ortiz, DECONSTRUIR

LULI ORTIZ: DECONSTRUIR
Ivonne Moreno Uscanga

Al relacionarnos con el vocablo “deconstruir” la lectura nos aproximará a una serie de acciones propias del siglo XX dentro del contexto filosófico europeo y posteriormente al estadounidense, donde las proposiciones se aparejan o significan con sus contrarios.
Deconstruir fue el verbo central de las tesis de Jacques Derrida, quién también escribió un libro sobre arte. Pero este filósofo francés duramente criticado en su natal Francia, retomará este concepto a su vez del filósofo alemán Heidegger, y ello lo hace para enriquecer a la literatura o a las realizaciones estéticas y ponerlos no sólo como fenómenos de comunicación, sino de significación.
Y tal concepción pareciera abarcar la nueva propuesta de Luli Ortiz, realizadora plástica porteña, quién por vez primera presentó una exposición individual en Casa Principal, en el año 2008.
A diferencia de su presentador Luis Rumaggio, en su exhibición más reciente en La GAVA del WTC en la zona conurbada de Veracruz, distamos de su criterio en cuanto a la liberación con el diseño gráfico, en la obra titula Deconstrucción. Por el contrario, consideramos a la obra de Luli, permeada de su profesión.
Luli Ortiz empezó como quien es, una diseñadora gráfica. De tal manera se le invita al IVEC y se presenta con una serie de estampaciones propias de su experiencia en este género y ello no es negativo, sino desafiante.
Hoy en día, las artes plásticas influenciadas por otros campos y disciplinas, ve en crecimiento su hechura y planteamiento.
No puede negar su formación Luli, incluso en su nueva incursión, la escultura en pequeño formato con una notable influencia de abstracción metafísica, asociada por un lado con la pintura de Francis Bacon y en México por la de Arnold Belkin.

Hemos observado con detenimiento la evolución de Luli. Por un lado se arriesga a la pintura de gran formato con experimentaciones en técnica y composición, para posteriormente trabajar en tercera dimensión una serie de composiciones de metal recortado donde su preliminar plástico MAPAS, vacía las ideas convulsionadas y un tanto cuanto neuróticas de la autora sobre sí misma y la sociedad.

La obra de Luli Ortiz gira hoy sobre una pintura construida. No fácil de digerir a simple vista como espectador, pero la trampa de su nombre no puede ubicar en las metáforas y metonimias utilizadas de Derrida, para comprender a los procesos históricos envolventes de los peculios plásticos como vastos terrenos polisémicos para degustar e interpretar.

En la reciente exposición de Luli Ortiz, en el World Trade Center y referenciada como un preámbulo de una exposición de esculturas monumentales en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de Los Palacios, nos lleva a esos caminos de la reconstrucción: el día para crear, la noche para disfrutar o tal vez en el caso de Luli, dicho precepto puede ser a la inversa como levante y ocaso de una mujer en recurrencia de la plástica, para paliar ante sí misma los enconos de la injusticia, la desigualdad y lo amorfo del absurdo cuando no se emplea para crear.
Luli Ortiz, conserva su genuino manifiesto por la vanguardia, cruce de los diseños gráfico e industrial por alcanzar el sendero del arte.

martes, agosto 10, 2010

Carolina Cruz: Ignacio García "Los Elementos del Reino"

Los Elementos del reino
Libro de Ignacio García
Carolina Cruz

La búsqueda de la palabra como complemento existencial ha sido la obsesión que ha marcado la obra poética de Ignacio García, uno de los escritores más completos y destacados del puerto de Veracruz y si a ello aludo es porque hay que reconocer que es además un excelente ensayista, aunque su legado principal es sin duda, la poesía.
Luego de una larga trayectoria en creación, y de publicar al menos unas 20 plaquettes artesanales (de tiraje clandestino, decía mi querido Juan Vicente Melo), la Editora del Gobierno del estado, a cargo del Dr. Félix Báez, reconoció en Ignacio la voz de quizás el poeta más representativo del puerto y publicó el libro “Los elementos del reino”, que reúne obra reciente.
Aunque en “Los elementos del reino” podemos encontrar esas recurrentes de Ignacio a la eterna reyerta con la palabra esquiva, con la pluma, el papel; la presencia del mar que todo lo sacia, la música (blues y jazz), la luz (“La luz es el instante donde uno se abandona para escribir”); en el libro se vislumbra claramente otra de sus constantes: la presencia de Dios, lo que viene a colocar al poeta, entre los pocos mexicanos que trabajan la poesía religiosa, junto a Javier Sicilia y Oscar Wong.
Aunque decir poesía es ya referirse a lo sagrado (cuando la poesía es tomada como aliento de vida, medicina espiritual), en los Elementos Ignacio plasma su experiencia mística, ora en la poesía, alude a la voz interna que llama a la reflexión y a la comunión con la divinidad, quien quiera que ésta sea, dónde uno la encuentre.
En la primera parte de libro, reconocemos la obra y sus constantes. En “Sesión de blues” un homenaje a la música de Charlie Parker, los títulos de los poemas corresponden a los nombres de algunas de sus canciones, nos queda en la boca el aliento de ese sax y la memoria de las dolientes historias. El tema le sirve de excusa para retomar en “Bird of Paradise” a Octavio Paz y parafraseando su famoso poema “Las Palabras”, donde el Poeta se desespera ante ellas y aconseja: “¡Dales vuelta!, cógelas del rabo (chillen, putas)”, Ignacio le escribe, a ella, la palabra:

Me conmueve su transparencia
su vastedad y su inteligencia de niña
Sabe mi nombre
y de mi asombro por ella
y de la sed y deseo que su cuerpo despierta
Yo me resisto, la dejo que chille,
aunque muy bien sé que todavía
nadie la toca.

Tanto en “A las puertas del Jijiin”, como en “Ryoanji” (ambos templos budistas), la “Zen(da) Interior”, y en “Cuatro instantes con “Zhu Zheqin”, Ignacio García ahonda, se esparce en otro elemento del reino: la calma interior, el nirvana: “(…) "en nosotros el infinito avanza a empujones/y nunca termina por quedarse”, o leemos: “y mi paso que nunca va más lejos del primero de mis pasos”, en contraposición a esa inútil insistencia del ser humano de buscar la calma en la marejada.
Podríamos decir que juntas, las cuatro secciones, son el intento que hace el poeta por abandonar la palabra y alcanzar, sin ella, un estado de silencio con un sonido puro. Una búsqueda de la sublimación interna, ese lapso posible demostrado por el Buddha (ahora tan de moda en occidente); cuya doctrina señala la aniquilación del deseo, la eliminación del egocentrismo condicionado por la pasión, la ignorancia, el odio.
En el poema “Punto de Satori”, encontramos una muestra de ese reclamo del elevado estado espiritual:

Entre juncos y estanques
peces y lianas, arena y luz
la respiración alcanza
altos grados de quietud:
el cerebro es un cristal
sin domo ni perfil
Un alto rumor
sin truenos ni relámpagos
llega y se instala
como un cordero sin voz
Lo absoluto tiene que ver
con este instante
que nadie
percibe.

En la segunda parte del libro, “Si al fuego entra la llama”, reconocemos la voz del poeta y sus constantes: la comparación entre el amor y la escritura; el (beso)verso perdido; el apremio por el olvido; la des-hilación y la desilusión ("hebra y amor no parecen tener puntas”), el peso de la tinta en la piel, el desencuentro, la sílaba desnuda, el canto a la mujer amada… todo envuelto en una flama que igual se enciende, es ceniza o no consigue nada.
Las dos últimas partes que componen el libro: “Teorema” y el “Eje en la flama” el poeta plasma la búsqueda del amor a la Palabra; que toma forma de mujer. Una mujer evasiva, rejega, a veces inatrapable.
En palabras del propio Ignacio García, en los “Elementos del reino” el poeta enfrenta el reto de buscar a la palabra/mujer “y cuando la tiene a mano decirle todas sus pasiones humanas, como se las diría a la mujer de sus sueños". Los Elementos, es un largo período de espera a que ella, la Palabra-mujer aparezca y lo transforme a uno, lo posea y sacuda (lo seduzca ¿por qué no?), al grado de no saber el poeta si fue él quien escribió esos versos o ese Otro del que hablan Borges, Breton y tantos otros”.
Así, junto a todo esto el elemento más importante de todo es, por supuesto, la Palabra, más una poesía a la que Ignacio, siempre se inclinó: la sustancia espiritual y la inquietud mística, la búsqueda de Dios a través del verbo, de la mujer, de la música, de la poesía misma. Si bien la temática no cambia a través de su obra, sí hallamos a un poeta más profundo, más reflexivo, más comprensivo de las pasiones humanas.

Umberto Eco: Filosofar en lo femenino


FILOSOFAR EN LO FEMENINO
Humberto Eco

En estas líneas se recorre la historia de la filosofía y los claustros de las grandes
universidades en busca de mujeres filósofas. Y el autor encuentra algunos
nombres, todos olvidados por los hombres filósofos, excepto el de Hipatia, maestra
en Alejandría, en el siglo V .
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La antigua afirmación filosófica de que el hombre es capaz de pensar en el infinito mientras la mujer da sentido a lo finito puede ser leída de diversas maneras: por ejemplo, suponer que como el hombre no sabe hacer niños, se consuela con las paradojas de Zenón.
Pero a partir de la afirmación del género se ha difundido la idea de que si bien la historia (al menos del siglo XX) nos ha hecho conocer grandes poetas y narradoras, y científicas de diversas disciplinas, no nos ha ofrecido mujeres filósofas ni matemáticas.
Desde hace mucho tiempo la distorsión del género ha dado lugar a la convicción de que las mujeres no han sido afines a la pintura, con las únicas excepciones de las conocidas Rosalba Carriera o Artemisia Gentileschi. Sin embargo, la ausencia de mujeres en ese campo era algo
natural, ya que como la pintura se concentraba en los frescos de las iglesias, subir a los andamios con faldas no era algo decente, ni tampoco era tarea de mujeres dirigir un taller con 30 aprendices, ellas a duras penas podían hacer pintura de caballete. Es un poco como decir que los judíos se han destacado en muchas artes pero no en la pintura, hasta que llegó Chagall.
Es cierto que su cultura era eminentemente auditiva y no visual, y que no debían representar la divinidad por medio de imágenes, pero existe una producción visual de indudable interés en muchos manuscritos judíos. El problema es que era muy difícil, durante los siglos en los que el arte figurativo estuvo en manos de la iglesia, que un judío fuera estimulado a pintar madonnas y crucifixiones, y sería como asombrarse de que ningún judío se haya convertido en Papa.
Las crónicas de la Universidad de Bologna citan a profesoras como Bettisia Gozzadini y Novella d’Andrea, que eran tan bellas que debían dar sus lecciones detrás de un velo para no perturbar a los estudiantes, pero ninguna enseñaba filosofía.
En los manuales de filosofía no encontramos mujeres que enseñaran dialéctica o teología. Eloísa, la brillantísima e infeliz estudiante de Abelardo, tuvo que contentarse con ser abadesa. Pero el problema de las abadesas no debe tomarse con ligereza, y a él ha dedicado muchas páginas
una mujer filósofa de nuestro tiempo como María Teresa Fumagalli. Una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad medieval. Un buen manual de filosofía debe consignar entre los protagonistas de la historia del pensamiento a grandes místicas, como Catalina de Siena, por no hablar de
Hildegarda de Bingen, que, en cuanto a visión metafísica y a perspectivas sobre lo infinito, resulta difícil de superar aún en nuestros días.
La objeción de que la mística no es filosofía no tiene fundamento, porque la historia de la filosofía reserva un espacio a grandes místicos como Suso, Tauler o Eckhart. Y decir que gran parte de la mística femenina daba mayor importancia al cuerpo que a las ideas abstractas sería como decir que de los manuales de filosofía habría que hacer desaparecer, entre otros, a Merleau-Ponty.
Las feministas hace tiempo han elegido a su heroína Hipatia, quien, en Alejandría, en el siglo V, era maestra de filosofía platónica y alta matemática. Hipatia se convirtió en un símbolo, pero de su obra prácticamente sólo quedó la leyenda, porque se perdió y también la propia Hipatia, literalmente hecha pedazos por una turba de cristianos enfurecidos, que según algunos historiadores fueron instigados por cierto Cirilo de Alejandría, quien, más tarde aunque no por esto, fue convertido en santo.
¿Pero sólo habrá existido Hipatia? Hace poco más de un mes fue publicado en Francia (en Arléa) un librito, Histoire des femmes philosophes. Según se revela, el autor, Gilles Mónage, vivía en el siglo XVII, era un latinista, preceptor de Madame de Sévigné y de Madame de Lafayette, y su libro, aparecido en 1690, se titulaba originalmente Mulierum philosopharum historia.
Hipatia no estaba nada sola: aunque está principalmente dedicado a la filosofía clásica, el libro de Mónage presenta una serie de figuras apasionantes: Diótima la socráte, Areté la cirenaica, Nicareté la megárica, Iparchia la cínica, Teodora la peripatética (en el sentido filosófico del
término), Leoncia la epicúrea, Temistoclea la pitagórica. Y Mónage, tras examinar textos antiguos y la obra de los Padres de la Iglesia, llegó a citar a más de sesenta y cinco, si bien considerando la idea de filosofía en un sentido bastante amplio.
Si se toma en cuenta que en la sociedad griega la mujer era confinada tras los muros domésticos, que los filósofos preferían entretenerse con jovencitos y que para gozar de pública notoriedad una mujer debía ser cortesana, se comprenderá el enorme esfuerzo que deben haber hecho estas pensadoras para poder afirmarse. Por otra parte, como cortesana, pero de calidad, se recuerda a Aspasia, señalando que era versada en retórica y en filosofía y a quien (según da testimonios Plutarco, Sócrates frecuentaba con gran interés.
Me fui a hojear al menos tres enciclopedias filosóficas y de todos estos nombres (salvo Hipatia) no encontré ningún rastro. No es que no hayan existido mujeres filósofas. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, aunque ojalá después se hayan apropiado de sus ideas.


http://www.lanacion.com.ar/suples/revista/0402/sr_559827.asp

LA NACION 04.01.2004 Página 02 Revista

Elías Caneti: Las voces del hombre son el pan de Dios


Las voces del hombre son el pan de Dios
Elias Caneti

Es curioso cuando un oriental aparece en un inglés. Una vez que me encontré con uno de estos asombrosos ingleses, no hace mucho, pensé que era un error y que el oriental se iba a esfumar otra vez. Pero luego vi que empezaba a crecer y que se iba convirtiendo en algo casi tan importante como un Buda. A un hombre así no le queda otro remedio que creer en la trasmigración de las almas, de qué otra manera si no se las arreglaría en una situación como aquella en la que se encuentra, en Inglaterra.
Como oriental se manifiesta en lo siguiente: está tranquilo en su rincón y no permite que le digan que esta calma es pereza: a través de ella puede uno llegar a una gran sabiduría. Le gusta que las mujeres lo adoren; una nueva mujer que se cruce en su camino le impresiona, aunque conoce ya a muchas otras; una no excluye a otra, y no se recata en absoluto de mostrar su complacencia. Así que se da cuenta de que con ello no va a herir a nadie, suelta pensamientos extraños y destructivos sobre Dios, producto de su sedentarismo, pensamientos que le parecen originales aunque los ha oído en la India; para Inglaterra siguen siendo originales.
Es impreciso; confunde con facilidad nombres, fechas y lugares. Lo sabe y para él es indiferente. Las relaciones están vacías y no significan nada; lo único importante es aquello que considera que es el sentido profundo de una frase. En cambio, los ingleses están enfermos de precisión. La falta de puntualidad es el segundo de los pecados y está inmediatamente después del asesinato; al afeitarse no hay que olvidarse de un sólo pelo; los minutos que debe durar una visita están contados antes de que ésta empiece; la cerca que rodea una propiedad es sagrada; un libro consta de un número determinado de letras; nadie miente. Es fácil imaginarse de qué modo este oriental, con su marcada flema frente a toda exactitud destaca entre sus paisanos ingleses.
También su amabilidad tiene otra coloración. Alaba a todos y a cada uno de los hombres de los que se habla, sin levantar mucho la voz, pero ciertamente, con la exaltación con que lo haría un meridional. La persona más ridícula es extraordinaria, ejemplar y sublime. Al dirigirse a la gente emplea los títulos que éstos podrían desear.
Pero, sin que en realidad sea irónico - carece totalmente de incisividad -, deja entrever la poca importancia que los títulos tienen. Sus ansias de paz eterna están llenas de un sentimiento de pena por el hecho de que pronto ya no va a estar: padece del corazón; y no se avergüenza de hablar de su enfermedad. La manera detallada y exhaustiva de hacerlo traiciona de un modo especial aquella pena. Le gustaría que la gente admirara su corazón enfermo, y la verdad es que es pasmoso porque sigue trabajando «de un modo creativo», escribe. De las actividades humanas, escribir es sin duda la más tranquila, la más adecuada por tanto al oriental, que, con las piernas cruzadas, en una actitud llena de dignidad, deja que esta actividad se vaya produciendo sobre una pequeña tabla, con movimientos pequeños y circulares. Si realmente siguiera estando en Inglaterra, se guardaría de mencionar el hecho de que tiene un corazón, y no digamos un corazón enfermo, y todo lo que escribe lo habría guardado pudorosamente bajo llave.

martes, agosto 03, 2010

Italo Calvino: Asomándose a la abrupta costa




Asomándose desde la Abrupta Costa
Italo Calvino

Me estoy convenciendo de que el mundo quiere decirme algo, mandarme los, avisos, señales. Es desde que estoy en Pëtkwo cuando lo he advertido. Todas las mañanas salgo de la pensión Kudgiwa para mí acostumbrado paseo hasta el puerto. Paso por delante del observatorio meteorológico y pienso en el fin del mundo que se aproxima, más aún, está en marcha desde hace mucho tiempo. Si el fin del mundo se pudiera localizar en un punto concreto, este sería el observatorio meteorológico de Pëtkwo: un cobertizo de palastro que se apoya en cuatro postes de madera un poco tambaleantes y abriga, alineados sobre una repisa, barómetros registradores, higrómetros, termógrafos, con sus rollos de papel graduado que giran con un lento tictac de relojería contra un plumín oscilante. La veleta de un anemómetro en la cima de una alta antena y el rechoncho embudo de un pluviómetro contemplan el frágil equipo del observatorio, que, aislado al borde de un talud en el jardín municipal, contra el cielo grisperla uniforme e inmóvil, parece una trampa para ciclones, un cebo puesto allí para atraer las trombas de aire de los remotos océanos tropicales, ofreciéndose ya como despojo ideal a la furia de los huracanes.



Hay días en los que cada cosa que veo parece cargada de significados: mensajes que me sería difícil comunicar a otros, definir, traducir a palabras, pero que por eso mismo se me presentan como decisivos. Son anuncios o presagios que se refieren a mí y al mundo a un tiempo: y de mí no a los acontecimientos externos de la existencia sino a lo que ocurre dentro, en el fondo; y del mundo no a algún hecho particular sino al modo de ser general de todo. Comprenderéis pues mi dificultad para hablar de ello, salvo por alusiones. Lunes. Hoy he visto una mano asomar por una ventana de la prisión, hacia el mar. Caminaba por el rompeolas del puerto, como es mi costumbre, llegando hasta detrás de la vieja fortaleza. La fortaleza está toda encerrada en sus murallas oblicuas; las ventanas, protegidas por rejas dobles o triples, parecen ciegas. Aún sabiendo que allí están encerrados los presos, siempre he visto la fortaleza como un elemento de la naturaleza inerte del reino mineral. Por eso la aparición de la mano me ha asombrado como si hubiera salido de una roca. La mano estaba en una posición innatural; supongo que las ventanas están situadas en lo alto de las celdas y empotradas en la muralla; el preso debe haber realizado un esfuerzo de acróbata, mejor dicho, de contorsionista, para hacer pasar el brazo entre reja y reja de modo que su mano tremolase en el aire libre. No era una señal de un preso a mí, ni a ningún otro; en cualquier caso, yo no la he tomado por tal; e incluso de momento no pensé para nada en los presos; diré que la mano me pareció blanca y fina, una mano no diferente a las mías, en la cual nada indicaba la tosquedad que uno espera de un presidiario. Para mí ha sido como una señal que venía de la piedra: la piedra quería advertirme de que nuestra sustancia era común y que por ello algo de lo que constituye mi persona perduraría, no se perdería con el fin del mundo: todavía será posible una comunicación en el desierto carente de vida y de todo recuerdo mío. Cuento las primeras impresiones registradas, que son las que importan. Hoy he llegado al mirador bajo el cual se divisa un trocito de playa, allá abajo, desierta ante el mar gris. Los sillones de mimbre de altos respaldos curvados, en cesto, para abrigar del viento, dispuestos en semicírculo, parecían indicar un mundo en el cual el género humano ha desaparecido y las cosas no saben sino hablar de su ausencia. He experimentado una sensación de vértigo, como si no hiciera mas que precipitarme de un mundo a otro y a cada cual llegase poco después de que el fin del mundo se hubiese producido.
He vuelto a pasar por el mirador al cabo de media hora. Desde un sillón que se me presentaba de espalda flameaba una cinta lila. He bajado por el abrupto sendero del promontorio, hasta una terraza donde cambia el ángulo visual: como me esperaba, sentada en el cesto, completamente oculta por las protecciones de mimbre, estaba la señorita Zwida con el sombrero de paja blanca, el álbum de dibujo abierto sobre las rodillas; estaba copiando una concha. No he estado contento de haberla visto; los signos contrarios de esta mañana me aconsejaban entablar conversación; ya hace unos veinte días que la encuentro sola en mis paseos por escollos y dunas, y no deseo sino dirigirle la palabra, e incluso con este propósito bajo de mi pensión cada día, pero cada día algo me disuade.
La señorita Zwida para en el hotel del Lirio Marino; ya había ido a preguntare su nombre al portero; quizá ella lo supo; los veraneantes de esta estación son poquísimos en Pëtkwo; y además los jóvenes podrían contarse con los dedos de una mano; al encontrarme tan a menudo, ella acaso espera que yo un día le dirija un saludo. Las razones que sirven de obstáculo a un posible encuentro entre nosotros son más de una. En primer lugar, la señorita Zwida recoge y dibuja conchas; yo tuve una buena colección de conchas, hace años, cuando era adolescente, pero después lo dejé y lo he olvidado todo: clasificaciones, morfología, distribución geográfica de las diversas especies; una conversación con la señorita Zwida me llevaría inevitablemente a hablar de conchas y no decidirme sobre la actitud a adoptar: si fingir una incompetencia absoluta o bien apelar a una experiencia lejana y que quedó en vagarosa; es la relación con mi vida hechas de cosas no llevadas a término y semiborradas lo que el tema de las conchas me obliga a considerar; de ahí el malestar que acaba por ponerme en fuga.


Agréguese a ello el hecho de que la aplicación con la que esta muchacha se dedica a dibujar conchas indica en ella una búsqueda de la perfección como forma que el mundo puede y por ende debe alcanzar; yo, al contrario, estoy convencido hace tiempo de que la perfección sólo se produce accesoriamente y por azar; por tanto no merece el menor interés, pues la verdadera naturaleza de las cosas sólo se revela en la destrucción; al acercarme a la señorita Zwida debería manifestar cierta apreciación sobre sus dibujos - de calidad finísima, por otra parte, por cuanto he podido ver -, y por lo tanto, al menos en un primer momento, fingir consentimiento a un ideal estético y moral que rechazo; o bien declarar de buenas a primeras mi modo de sentir, a riesgo de herirla.
Tercer obstáculo, mi estado de salud que, aunque muy mejorado por la estancia en el mar prescrita por los médicos, condiciona mi posibilidad de salir y encontrarme con extraños; estoy aún sujeto a crisis intermitentes, y sobre todo al reagudizarse de un fastidioso eczema que me aparta de todo propósito de sociabilidad. intercambio de vez en cuando unas palabras con el meteorólogo, el señor Kauderer, cuando lo encuentro en el observatorio. El señor Kauderer pasa siempre al mediodía, a anotar los datos. Es un hombre largo y enjuto, de cara oscura, un poco como un indio de América. Se adelanta en bicicleta, mirando fijo en sí, como si mantenerse en equilibrio en el sillín requiriese toda su concentración. Apoya la bicicleta en el cobertizo, deshebilla una bolsa colgada de la barra y saca un registro de páginas anchas y cortas. Sube los peldaños de la tarima y marca las cifras proporcionadas por los instrumentos, unas a lápiz, otras con una gruesa estilográfica, sin disminuir por un momento su concentración. Lleva pantalones bombachos bajo un largo gabán; todas sus prendas son grises, o de cuadritos blancos y negros, incluso la gorra de visera. Y sólo cuando ha llevado a término estas operaciones advierte que lo estoy observando y me saludo afablemente.Me he dado cuenta de que la presencia del señor Kuderer es importante para mí: el hecho de que alguien demuestre aún tanto escrúpulo y metódica atención, aunque sé perfectamente que todo es inútil, tiene sobre mí un efecto tranquilizador, acaso porque viene a compensar mi modo de vivir impreciso, que - pese a las conclusiones a las que he llegado – continúo siendo como una culpa. Por eso me paro a mirar al meteorólogo, y hasta a charlar con él, aunque no sea la conversación en sí lo que me interesa. Me habla del tiempo, naturalmente, en circunstanciados términos técnicos, y de los efectos de las variaciones de la presión sobre la salud, pero también de los tiempos inestables en los que vivimos, citando como ejemplos episodios de la vida local o también noticias leídas en los periódicos. En esos momentos revela un carácter menos cerrado de lo que parecía a primera vista, más aún, tiende a enfervorizarse y a volverse locuaz, sobre todo al desaprobar el modo de obrar y de pensar de la mayoría, porque es un hombre inclinado al descontento.

Hoy el señor Kauderer me ha dicho que, teniendo el proyecto de ausentarse unos días, debería encontrar quien lo sustituya en la anotación de los datos, pero no conoce a nadie de quien pueda fiarse. Charlando de esto ha llegado a preguntarme si no me interesaría aprender a leer los instrumentos meteorológicos, en cuyo caso me enseñaría. No le he respondido ni que si ni que no, o al menos no he pretendido darle ninguna respuesta concreta, pero me he encontrado a su lado en la tarima mientras él me explicaba cómo establecer las máximas y las mínimas, la marcha de la presión, la cantidad de precipitaciones, la velocidad de los vientos. En resumen, casi sin darme cuenta, me ha confiado el encargo de hacer sus veces durante los próximos días, empezando mañana a las doce. Aunque mi aceptación haya sido un poco forzada, al no haberme dejado tiempo para reflexionar, ni para dar a entender que no podía decidir así de sopetón, esta obligación no me desagrada.


Martes. Esta mañana he hablado por primera vez con la señorita Zwida. El encargo de anotar los datos meteorológicos ha desempeñado desde luego un papel para hacerme superar mis incertidumbres. En el sentido de que por primera vez en mis días Pëtkwo había algo fijado de antemano a lo cual no podía faltar; por eso, fuera como fuera nuestra conversación, a las doce menos cuarto diría: "Ah, me olvidaba, tengo que darme prisa en ir al observatorio porque es la hora de las anotaciones." Y me despediría, quizá de mala gana, quizá con alivio, pero en cualquier caso con la seguridad de no poder obrar de otro modo. Creo haberlo comprendido confusamente ya ayer, cuando el señor Kauderer me hizo la propuesta, que esta tarea me animaría a hablar con la señorita Zwida: pero sólo ahora tengo la cosa clara, admitiendo que esté clara.

La señorita Zwida estaba dibujando un erizo de mar. Estaba sentada en un taburetito plegable, en el muelle. El erizo estaba patas arriba sobre la roca, abierto; contraía las púas tratando inútilmente de enderezarse. El dibujo de la muchacha era un estudio de la pulpa húmeda del molusco, en su dilatarse y contraerse, pintada en claroscuro, y con un bosquejo denso e hirsuto todo alrededor. La conversación que yo tenía en mente, sobre la forma de las conchas como armonía engañosa, envoltura que esconde la verdadera sustancia de la naturaleza, ya no venía a cuento. Tanto la vista del erizo como el dibujo transmitían sensaciones desagradables y crueles, como una víscera expuesta a las miradas. He pegado la hebra diciendo que no hay nada más difícil que dibujar erizos de mar: tanto la envoltura de púas vista desde arriba, como el molusco tumbado, pese a la simetría radial de su estructura, ofrecen pocos pretextos para una representación lineal. Me ha respondido que le interesaba dibujarlo porque era una imagen que se repetía en sus sueños y que quería librarse de ella. Al despedirme le he preguntado si podíamos vernos mañana por la mañana en el mismo sitio. Ha dicho que mañana tiene otros compromisos; pero que pasado mañana saldrá de nuevo con el álbum de dibujo y me será fácil encontrarla.Mientras comprobaba los barómetros, dos hombres se han acercado al cobertizo. No los había visto nunca; arropados, vestidos de negro, con las solapas levantadas. Me han preguntado si no estaba el señor Kauderer; después, dónde había ido, si sabía su paradero, cuándo volvería. He respondido que no sabía y he preguntado quiénes eran y por qué me lo preguntaban. - Nada, no importa - han dicho, alejándose.



Miércoles. He ido a llevar un ramillete de violetas al hotel para la señorita Zwida. El portero me ha dicho que había salido hace rato. He dado muchas vueltas, esperando encontrarla por azar. En la explanada de la fortaleza estaba la cola de los parientes de los presos: hoy es día de visita en la cárcel. Entre las mujercitas con pañuelos en la cabeza y los niños que lloran he visto a la señorita Zwida. Llevaba el rostro tapado por un velillo negro bajo las alas del sombrero, pero su porte era inconfundible: estaba con la cabeza alta, el cuello erguido y como orgulloso.

En un ángulo de la explanada, como vigilando la cola de la puerta de la cárcel, estaban los dos hombres de negro que me habían interpelado ayer en el observatorio. El erizo, el velillo, los dos desconocidos: el color negro sigue apareciéndoseme en circunstancias tales que atraen mi atención: mensajes que interpreto como una llamada de la noche. Me he dado cuenta de que hace mucho tiempo que tiendo a reducir la presencia de la oscuridad en mi vida. La prohibición de los médico de salir después del ocaso me ha constreñido hace meses a los confines del mundo diurno. Pero no es sólo esto: es que encuentro en la luz del día, el la luminosidad difusa, pálida, casi sin sombras, una oscuridad más espesa que la de la noche.


Miércoles por la noche. Cada tarde paso las primeras horas de oscuridad pergeñando estas páginas que no sé si alguien leerá jamás. El globo de pasta de vidrio de mi habitación en la Pensión Kudgiwa ilumina el fluir de mi escritura quizá demasiado nerviosa para que un futuro lector pueda descifrarla. Quizá este diario salga a la luz muchísimos años después de mi muerte, cuando nuestra lengua haya sufrido quién sabe que transformaciones y algunos de los vocablos y giros usados por mí corrientemente suenen insólitos y de significado incierto. En cualquier caso, quien encuentre este diario tendrá una ventaja segura sobre mí: de una lengua escrita es siempre posible deducir un vocabulario y una gramática, aislar las frases, transcribirlas o parafrasearlas en otra lengua, mientras que yo estoy tratando de leer en la sucesión de las cosas que se me presentan cada día, las intenciones del mundo respecto a mí, y avanzo a tientas, sabiendo que no puede existir ningún vocabulario que traduzca a palabras el peso de oscuras alusiones que se ciernen sobre las cosas. Quisiera que este aletear de presentimientos y dudas llegase a quien me lea, no como un obstáculo accidental para la comprensión de lo que escribo, sino como su sustancia misma; y sí la marcha de mis pensamientos parece huidiza a quien trate de seguirla partiendo de hábitos mentales radicalmente cambiados, lo importante es que le sea transmitido el esfuerzo que estoy realizando para leer entre las líneas de las cosas el sentido evasivo de lo que me espera.



Jueves. Gracias a un permiso especial de la dirección - me ha explicado la señorita Zwida - puedo entrar en la cárcel los días de visita y sentarme en la mesa del locutorio con mis olas de dibujo y el carboncillo. La sencilla humanidad de los parientes de los presos ofrece temas interesantes para estudios del natural. Yo no le había hecho ninguna pregunta, pero al advertir que la había visto ayer en la explanada, se había creído en la obligación de justificar su presencia en aquel lugar. Hubiese preferido que no me dijese nada, porque no siento la menor atracción por los dibujos de figuras humanas y no habría sabido comentárselos si ella me los hubiese enseñado, cosa que no ocurrió. Pensé que acaso esos dibujos estuvieran encerrados en una carpeta especial, que la señorita Zwida dejaba en las oficinas de la cárcel de una vez para otra, dado que ella ayer - lo recordaba bien- no llevaba consigo el inseparable álbum encuadernado ni el estuche de los lápices.

-Si supiera dibujar, me aplicaría solamente a estudiar la forma de los objetos inanimados - dije con cierta perentoriedad, porque quería cambiar de conversación y también porque de veras una inclinación natural me lleva a reconocer mis estados de ánimo en el inmóvil sufrimiento de las cosas.

La señorita Zwida se mostró al punto de acuerdo: el objeto que dibujaría más a gusto, dijo, era una de esas anclitas de cuatro uñas llamadas "rezones", que usan los barcos de pesca. Me señaló algunas al pasar junto a las barcas atracadas en el muelle, y me explicó las dificultades que presentaba dibujar los cuatro ganchos en sus diversas inclinaciones y perspectivas. Comprendí que el objeto encerraba un mensaje para mí y que debía descifrarlo: el ancla, una exhortación a fijarme, a engancharme, a tocar fondo, a poner fin a mi estado fluctuante, a mi mantenerme en la superficie. Pero esta interpretación podía dar paso a dudas: podía también ser una invitación a zarpar, a lanzarme a mar abierto. Algo en la forma del rezón, los cuatro dientes remachados, los cuatro brazos de hierro gastados al arrastrarse contra las rocas del fondo, me prevenían de que cualquier decisión produciría laceraciones y sufrimientos. Para mi alivio quedaba el hecho de que no se trataba de una pesada ancla de alta mar, sino una ágil anclita: no se me pedía, pues que renunciase a la disponibilidad de la juventud, sino sólo que me detuviera un momento, que reflexionase, que sondease la oscuridad de mí mismo.

- Para dibujar a mis anchas ese objeto desde todos los puntos de vista - dijo Zwida - debería poseer uno para tenerlo conmigo y familiarizarme con él. Cree que podría comprarle uno a un pescador?- Se puede pregunta - dije.- ¿Por qué no prueba usted a comprarme uno? No me atrevo a hacerlo yo misma, porque una señorita de la ciudad que se interesa por un tosco utensilio de pescadores suscitaría cierto estupor.

Me vi a mí mismo en el acto de presentarle el rezón de hierro como si fuese un ramo de flores; la imagen en su incongruencia, tenía algo de estridente y feroz. Con certeza se ocultaba en ello un significado que se me escapaba; y prometiéndome meditarlo con calma respondí que sí.Quisiera que el rezón estuviera sujeto a su cuerda de amarre - precisó Zwida. - Puedo pasar horas sin cansarme dibujando un montón de sogas enrolladas. Compre, pues, también una cuerda muy larga: diez, incluso doce metros.


Jueves por la noche. Los médicos me han dado permiso para un uso moderado de bebidas alcohólicas. Para festejar la noticia, a la puesta del sol he entrado en la posada "La Estrella de Suecia", a tomar una taza de ron caliente. En torno al mostrador había pescadores, aduaneros, mozos de cordel. Sobre todas las voces dominaba la de un anciano con uniforme de guardia de la cárcel, que disparataba ebriamente en un mar de chácharas: - Y todos los miércoles la damisela perfumada me da un billete de cien coronas para que la deje sola con el detenido. Y el jueves las cien coronas ya se han ido en cerveza. Y cuando a terminado la hora de la visita la damisela sale con el tufo de la prisión en su traje elegante; y el detenido vuelve a la celda con el perfume de la damisela en sus ropas de presidiario. Y yo me quedo con el olor de la cerveza. La vida no es más que un intercambio de olores.- La vida y también la muerte, puedes jurarlo - terció otro borracho, cuya profesión era, como me enteré enseguida, sepulturero. - Yo con el olor a cerveza trato de quitarme de encima el olor a muerto. Y sólo el olor a muerto te quitará de encima el olor a cerveza, como a todos los bebedores a quienes me toca cavarles la fosa.He tomado este diálogo como una advertencia a estar en guardia: el mundo se va deshaciendo e intenta arrastrarme en su disolución.



Viernes. El pescador se volvió desconfiado de repente: - ¿Y para qué la quiere? ¿Qué hace usted con un rezón? Eran preguntas indiscretas; habría debido responder: "Dibujarlo" pero conocía la renuencia de la señorita Zwida a exhibir su actividad artística en un ambiente que no es capaz de apreciarla; además, la respuesta exacta, por mi parte, habría sido: "Pensarlo, y figurémonos si me iban a entender.- Asuntos míos - respondí. Habíamos empezado a conversar afablemente, dado que nos habíamos conocido ayer por la noche en la posada, pero de improviso nuestro diálogo se había vuelto brusco.- Vaya a una tiendo de efectos navales - cortó en seco el pescador -. Yo mis cosas no las vendo. Con el tendero me sucedió lo mismo: apenas hice mi petición se le ensombreció el rostro. - No podemos vender estas cosas a forasteros - dijo - No queremos problemas con la policía. Y una cuerda de doce metros, encima..., No es que sospeche de usted, pero no sería la primera vez que alguien lanza un rezón hasta las rejas de la cárcel para que se evada un preso...La palabra "evadir" es una de esas que no puedo oír sin abandonarme a un laboreo sin fin de la mente. La búsqueda del ancla en que me he metido parece indicarme la vía de una evasión, acaso de una metamorfosis, de una resurrección. Con un escalofrío alejo del pensamiento de que la prisión sea mi cuerpo mortal y la evasión que me espera sea el apartamiento del alma, el inicio de la vida ultraterrena.



Sábado. Era mi primera salida nocturna tras muchos meses y eso me inspiraba no poca aprensión, sobre todo por los resfriados de cabeza a que estoy sometido, tanto que, antes de salir, me enfundé un pasamontañas y encima un gorro de lana y, todavía, el sombrero de fieltro. Así arropado, y además con una bufanda en torno al cuello y otra entorno a los riñones, el chaquetón de lana, el chaquetón de pelo y el chaquetón de cuero, las botas forradas, podía recobrar cierta seguridad. La noche, como pude comprobar luego, era apacible y serena. Pero seguía sin entender por qué el señor Kauderer necesitaba citarme en el cementerio en plena noche, con un billete misterioso, que me fue entregado con gran secreto. Si había regresado, por qué no podíamos vernos como todos los días? Y si no había regresado, a quién iba a encontrar en el cementerio?

Quien me abrió la puerta fue el sepulturero al que había conocido ya en la posada "La Estrella Sueca". - Busco al señor Kauderer - le dije.

Respondió: - El señor Kauderer no está. Pero como el cementerio es la casa de los que no están, entré.

Avanzaba entre las lápidas cuando me rozó una sombra veloz y crujiente; frenó y bajó del sillín. – ¡Señor Kauderer! - exclamé, maravillado de verlo andar en bicicleta entre las tumbas con el faro apagado.- ¡Chist! - me calló. - Comete usted grandes imprudencias. Cuando le confié el observatorio no suponía que se iba a comprometer en un intento de evasión. Sepa que nosotros somos contrarios a las evasiones individuales. Hay que dar tiempo al tiempo. Tenemos un plan más general que llevar adelante, a más largo plazo.

Al oírle decir "nosotros" con un amplio gesto a su alrededor, pensé que hablaba en nombre de los muertos. Eran los muertos, de quienes el señor Kauderer era evidentemente el portavoz, los que declaraban que no querían aceptarme aún entre ellos. Experimenté un indudable alivio. Por culpa suya tendré que prolongar mi ausencia - agregó. - Mañana o pasado lo llamará el comisario de policía, que lo interrogará a propósito del ancla de rezón. Ándese con ojo para no mezclarme en ese asunto; tenga en cuenta que las preguntas del comisario tenderán todas a hacerle admitir algo referente a mi persona. Usted de mi no sabe nada, salvo que estoy de viaje y no he dicho cuándo volveré. Puede decir que le rogué que me sustituyera en la anotación de los datos unos cuantos días. Por lo demás, a partir de mañana está dispensado de ir al observatorio.- ¡No, eso no! - exclamé, presa de una repentina desesperación, como si en ese momento me diera cuenta de que sólo la comprobación de los instrumentos meteorológicos me ponía en condiciones de señorear las fuerzas del universo y reconocer el ellas un orden.



Domingo. Con la fresca he ido al observatorio meteorológico, he subido a la tarima y me he quedado allí de pie escuchando el tictac de los instrumentos registradores como la música de las esferas celestes. El viento corría por el cielo matutino transportando suaves nubes; las nubes se disponían en festones de cirros, después en cúmulos; hacia las nueve y media hubo un chaparrón y el pluviómetro conservó unos cuantos centilitros; lo siguió un arcoiris parcial, de breve duración; el cielo volvió después a oscurecerse, la plumilla del barógrafo descendió trazando una línea casi vertical; retumbó el trueno y empezó a granizar. Yo desde allá arriba en la cima sentía que tenía en mis manos los escampos y las tormentas, los rayos y la calígine; no como un dios, no, no me crean loco, no me sentía Zeus tonante, sino un poco como un director de orquesta que tiene delante la partitura ya escrita y sabe que los sonidos que sufren los instrumentos responden a un destino cuyo principal custodio y depositario es él. El cobertizo de palastro resonaba como un tambor bajo los chaparrones; el anemómetro remolineaba; aquel universo todo estallidos y saltos era traducible en cifras para alinearlas en mi registro; una calma soberana presidía la trama de los cataclismos.

En ese momento de armonía y plenitud un crujido me hizo bajar la mirada. Acurrucado entre los peldaños de la tarima y los postes de sostén del cobertizo había un hombre barbudo, vestido con una tosca chaqueta de rayas empapada de lluvia. Me miraba con firmes ojos claros.

- Me he evadido - dijo -.

No me traicione. Tendría que ir a avisar a una persona. ¿Quiere? Vive en el hotel del Lirio Marino.

Sentí al punto que en el orden perfecto del universo se había abierto una brecha, un desgarrón irreparable.

Elizabeth George: Memoria



MEMORIA

Elizabeth George


Intrigada por el silencio que se había originado a sus espaldas, lentamente, la mujer comenzó a darse la vuelta. De pronto, una luz brillante cegó sus ojos, dejándola inmóvil, en medio de la calle, como suele sucederle a las presas indefensas. En milésimas de segundo, el estrepitoso rugir de un motor y el chirriar de unos neumáticos le congelaron la sangre y le hicieron ver que no tendría escapatoria. Cuando el coche la derribó, su cuerpo y la misteriosa fotografía que llevaba en sus manos salieron disparados hacia el gélido aire de la noche londinense. Sin duda, se había tratado de un asesinato. Y de una frialdad estremecedora, como pudo constatar poco después la policía, cuando descubrió que el conductor no sólo la había atropellado, sino que había dado marcha atrás para pasar sobre su cuerpo inerte para rematarla.
El problema era que, a partir de ahí, las pistas, más que apuntar hacia un asesino en el presente, parecían perderse en un confuso laberinto de crímenes, mentiras, culpas y castigos que habían rodeado la extraña muerte de una niña, hacía más de dos décadas. Como si se tratara de una máquina del tiempo, el suceso se había encargado de reabrir un lejano misterio que, por errores y debilidades humanas, nunca se había terminado de cerrar. La única verdad, si es que cabía encontrar alguna certeza, tenía que yacer en un antiguo y terrible secreto. Un secreto guardado, oculto y quizá perdido en alguna suerte de su memoria traidora.

Gabriel Fuster: Equipo soñado de Misión Imposible




EQUIPO SOÑADO DE MISIÓN
IMPOSIBLE R.E.M.
Gabriel Fuster

Existen tres tipos de cinéfilos: los villamelones de la copia pirata, el público inteligente, para quienes los festivales son un lujo secundario y la gente con aires de gran conocedor y enorme boca que miró una película diferente a la que viste tú. Por ejemplo, la premiere de “Inception”, escrita y dirigida por Christopher Nolan. Esta película va dedicada al último grupo convertido a mayoría, para atizar su cabeza en llamas (mismo conjunto que en términos de un Dios sentado en la silla de Director, tal benevolencia les provoca que su lengua pagana se convierta en alfombra roja). Dentro del arte de los créditos finales, los retardados mentales tratando de parecer críticos son fáciles de ubicar, se les encuentra en la fila de taquilla inmediatamente detrás de ti y/o a una butaca de distancia, al momento que se apagan las luces y la película va a comenzar. No obstante el cine mudo necesita ser mudo para fracasar, por una condición cine qua non, los malditos abren su gran bocota y en sus comentarios es apreciable que confunden el uso de la palabra “complicado” por “complejo”, la palabra “ambiguo” por “multiplanos”, la palabra “pretencioso” por “provocador” y la palabra “vago” por “abierto a la interpretación”. Socavamos la misma cinta en el vaso de palomitas, pero tu testarudez evita que articulen sus discusiones en perfecta cinergia con el objetivo de un efecto superior que los haga ser conocidos y conocedores, así que han inventado una respuesta multiusos, para hacerte sentir estafado ante las puertas del infierno de la reventa: “No sabes nada, debiste verla doblada”.
La verdad es que si entendí.
Un equipo de ladrones utiliza alguna tecnología y sedativos sin especificar, para conseguir infiltrarse en la mente subconsciente de una víctima señalada y extraer sus secretos, bajo un sueño colectivo creado por un arquitecto. Dentro de un sueño, los mismos perpetradores pueden utilizar la tecnología y los sedativos sin especificar (que son parte del sueño) para incorporarse a un segundo sueño también creado por un arquitecto. Dentro del segundo sueño, pueden repetir el proceso para incorporarse a un tercer sueño. El asunto va entre un remedo de la saga de The Matrix y la técnica narrativa de Scherezada. Usted puede sentir dolor dentro del sueño, pues el dolor es función del cerebro, pero no puede morir (esto le hará despertar en el acto) a menos que la muerte suceda bajo estado de sedación, en este caso el soñador pasa a un estado permanente de limbo. Diez minutos de dormido son el equivalente de una hora dentro de un sueño. Diez minutos dentro de un sueño son una hora en un segundo nivel de sueño. Una hora en un segundo nivel del sueño, son días en un sueño del tercer nivel. Así, un día en la realidad son cincuenta años en el limbo. Usted envejecerá en el limbo, hasta que usted recuerde que se halla soñando, en cuyo punto usted invertirá el paroxismo del absurdo, del asco y el horror sin paralelo, a recobrar su aspecto verdadero de nuevo. Asimismo, el suicidio le aliviará de exponerse angustiosamente, cuando el éxito queda en jaque. Usted puede advertir que se halla soñando usando un amuleto, al que la verdad esencial del cerebro llamará “tótem” para probar su lucidez, pero usted no debe decir a nadie aquello que consiste el truco para su “tótem”, a menos que usted sea el personaje principal purificado por la cachondez en alguien que acaba de conocer. El mentado arquitecto poblará el sueño con las proyecciones de su subconsciente. Al igual que los escépticos de la sofocación humana, estas proyecciones conseguirán trastornarse y responder con violencia si usted contradice las leyes de la física. El arquitecto puede también plagiar a Escher impunemente y crear escaleras sin fin o entornos urbanos cóncavos. Por razones de argumento, algunos modelos han tenido entrenamiento y blindaje psicológico para evitar que su subconsciente sea comprometido. Esto incita a agentes genéricos comenzar a atacar en todas las capas ideales. A la víctima se le puede engañar por un "simulador", alguien capaz de cambiar su aspecto a una cara familiar, sin que entre en sospechas. Para salir cada nivel de sueño, usted necesita un "pellizco". No un pellizco con medio giro de la abuela, sino un "impacto físico que implica una suerte de despabilado en cada nivel hasta ascender a la realidad”. Todavía difícil para verlo con mil variantes, si usted se halla en caída libre en un plano ideal, usted perderá gravedad en el nivel siguiente, pero no en niveles subsecuentes. Ahora bien, la misión de este equipo soñado del espionaje es plantar una idea en su nuevo objetivo, en lugar de sacarla. Si usted piensa que la idea “original” de Nolan es el trabajo de un genio diseñado para desafiar su opinión fuera de intuiciones prodigiosas, como peces en seco, usted es inteligente. Si usted ha visto la película del anime “Paprika” (Al igual que el director Wolfgang Petersen, muy próximo a filmar su propia versión con actores) y piensa que el mito de los sueños y su inagotable capacidad de sorpresa surrealista, se trata nada más y nada menos que un pedo propicio a los cineastas para gastar grandes porciones de dinero en CGI y sellar su espera en el mercado del Blu-ray, usted es bobo, heredero del reino de los cortos. Enhorabuena.