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martes, marzo 17, 2009

Carlos Salas: Darwin y Designio



Poco después de morir Darwin, su hijo Francis reunió los escritos del ilustre científico para publicarlos y honrar su memoria. Darwin es para muchos el mayor naturalista de la historia, pues descubrió que las especies no son estables, sino que evolucionan, y esto se produce porque las condiciones del ambiente cambian. Y las especies que se adaptan a esos cambios, sobreviven, y las que no, dejan de existir.
Por otro lado, Darwin propuso que del mismo modo que las especies evolucionan, los seres humanos también. Sus investigaciones dieron con la idea de que nuestros ancestros eran los monos. Los descubrimientos de sucesivos antecesores del hombre, avalan sus postulados.
Todo ello produjo una quiebra en el pensamiento cristiano aún mayor que la que efectuó el heliocentrismo copernicano. Quizá la tierra no era el centro del universo, pero el hombre seguía siendo una creación de Dios… hasta que llegó Darwin. Tras sus descubrimientos se desató una fogosa polémica que dura hasta nuestros días. En muchas escuelas norteamericanas e incluso británicas no se acepta la teoría de la evolución, y se sigue enseñando que provenimos de Adán y de su costilla, tal como lo relatan las Sagradas Escrituras.
Darwin es usado como una piedra que se tiran unos y otros para demostrar que Dios existe o que es una ilusión.


¿Y qué pensaba Darwin de Dios?
“En todas sus obras, mi padre se mostró reticente en materia de religión, y lo que ha dejado sobre el tema no lo escribió con vistas a su publicación”, dice su hijo Francis en los comentarios a la recopilación de los escritos (Darwin, Autobiografía, Alianza).
Es verdad, a Charles Darwin no le interesaba opinar de este asunto. “Cuáles sean mis propias opiniones, es una cuestión que no importa a nadie más que a mí.” Y añade: “Puedo afirmar que mi criterio fluctúa a menudo […] En mis fluctuaciones más extremas jamás he sido ateo en el sentido de negar la existencia de un Dios. Creo que en términos generales (y cada vez más a medida que me voy haciendo más viejo), aunque no siempre, agnóstico sería la descripción más correcta de mi actitud espiritual.”
Esta cauta actitud de Darwin se debía a que por instinto le repugnaba la idea de herir la sensibilidad de los demás en materias religiosas, según cuenta su hijo Francis. Y también porque Darwin pensaba que no debía publicar nada sobre una idea a la que no hubiera dedicado mucha atención. Y Darwin estudiaba a las especies, no a Dios.
Por cierto, recordemos que los agnósticos son aquellos que creen que la mente humana es incapaz de entender la idea Dios. El agnosticismo (que viene del griego “no conocer”) es seguramente una de las posturas más extendidas hoy entre los no creyentes. Pero el agnosticismo de Darwin partía de la idea de que admitía la existencia de Dios, pero no se podía demostrar.
“Puedo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y maravilloso universo, con estos seres conscientes que somos nosotros, se origine por azar, me parece el principal argumento en favor de la existencia de Dios; pero nunca he sido capaz de concluir si este argumento es realmente válido. Me doy cuenta de que si admitimos una primera causa, la mente aún anhela saber de dónde vino aquélla y cómo se originó.”
Al final una vez más concluía diciendo: “Me parece que la conclusión más segura es que todo el tema está más allá del alcance del intelecto humano; pero el hombre puede actuar con justicia”.
Claro que la teoría de la evolución, ¿era compatible con Dios? Darwin también lo pensó y esto fue lo que escribió un miembro de la familia Darwin a un estudiante alemán que le hacía la misma pregunta: “Él [Charles Darwin] considera que la teoría de la evolución es bastante compatible con la creencia en un Dios; pero usted debe recordar que cada persona tiene un concepto diferente de lo que entiende por Dios”.
Sin embargo, los pasajes más críticos de Darwin sobre la religión habían sido censurados por su propia familia. Y Darwin había reflexionado sobre ello y así lo expuso en su censurada Autobiografía (data de 1876). “Durante estos dos años —escribe— hube de meditar mucho sobre religión.” Y cuenta que entre 1836 y 1839 “había llegado a la conclusión de que no había que dar más crédito al Antiguo Testamento —desde su historia manifiestamente falsa de mundo, con la Torre de Babel, el arco iris como señal, etc., hasta su atribución a Dios de los sentimientos de un tirano vengativo— que a los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro.”
Darwin admitía que era bastante difícil pensar que la maravillosa mente humana procediera de la de “animales inferiores”, “y me veo obligado a acudir a una primera causa, dotada de una mente inteligente, en cierto grado análoga a la del hombre y merezco ser considerado teísta”, pero esa idea con el tiempo y la experiencia “se fue debilitando poco a poco”.
Darwin sabía que él se podía dejar arrastrar por el sentimiento de lo sublime cuando contemplaba una selva tropical, pero al analizar la cantidad de dolor del mundo, se le venía la idea de que eso no era compatible con un Dios benevolente, sino que se trataba de las leyes duras de la naturaleza.
Sin embargo, al final de su vida, a pesar de este escepticismo, reconocía que “el misterio del principio de todas las cosas es insoluble para todos nosotros, y yo al menos debo contentarme con seguir siendo agnóstico”.

Universo inteligente, ¿diseño o azar?
Trampa para cazar jaibas
¿Sabía usted que la carne de jaiba de su aperitivo y su ingenuo coctel de almejas están muy relacionados con el «Diseño Inteligente»? La trampa para esta pesca es un artefacto ingenioso, el acceso para la jaiba es fácil, pero está diseñada de forma que una vez dentro cada ejemplar se alimenta vorazmente y luego le resulta imposible salir por el pequeño orificio de entrada y así queda prisionero junto a otros especímenes.
Los pescadores depositan la carnada en las jaulas, las dejan en el mar y después las sacan repletas de jaibas. Todo esto en las limpias y tranquilas aguas de un mar confortable, casi infinito; aunque paradójicamente, las jaibas estén circunscritas por los límites de la trampa que, por cierto, perciben con sus ojos compuestos y sus diversos apéndices locomotores de decápodo, mejor diseñado aún que su jaula, pero incapaz de evadirla.
Esas jaulas, cuyo uso comercial en las aguas de Sonora, en el Golfo de California, se considera reciente, parecen ahora un recurso lógico, aunque seguramente no fue sencillo diseñarlas. Gracias a ellas hoy se puede industrializar la exquisita carne de este crustáceo.
Artefacto de «complejidad irreductible»
La trampa que usan actualmente los pescadores de Sonora es tosca, de tela de alambre fuerte, oxidable, pero plenamente eficaz. Tiene cuatro accesos externos, dos plantas comunicadas entre sí y lugar para la carnada. Mediante una boya flotante localizan cada trampa, en la que pueden quedar atrapadas hasta cuarenta jaibas. Sin ella, los pescadores deberían ganarse la vida mediante cualquier otra actividad productiva, algo que les financiara el juego de la improbable pesca de jaibas, como algunos hombres de negocios que liberan su estrés en la pesca o caza deportivas.
Se trata de un artefacto de «complejidad irreductible», si nos atenemos a la teoría del Intelligent Design, ID (Diseño Inteligente), que vienen desarrollando los científicos Michael Behe, bioquímico y profesor de la Universidad de Lehigh, Pennsylvania, y el matemático y físico William A. Dembski, del MIT y las Universidades de Chicago y Princeton; precedidos por Phillip E. Jonson, abogado en Berkeley, California, fuerte impulsor del ID.
El artefacto, igual que la trampa para cazar ratones a la que se refiere Behe, nos ayudará a entender, primero, el concepto de complejidad irreductible, y después a descubrir esa compleja estructura natural realizada en el mundo viviente, concretamente en las almejas.
Veremos que a su vez, esa complejidad existente en la naturaleza se resiste a ser explicada por la lógica darwinista: una gradualidad biológica, hecha de pasos ciegos y azarosos, sin proyecto alguno de llegar a una estructura de complejidad superior.
Los mecanismos biológicos que la ID llama de complejidad irreductible reclaman otra explicación que los neodarwinistas -y antes su maestro- no han alcanzando a vislumbrar en su examen del mundo biológico, campo muy limitado en los tiempos del científico británico (segunda mitad del siglo XIX), pero diversísimo al acercarnos y trasponer el umbral del siglo XXI. Si se lo reprocharon a Darwin sus primeros críticos, no se lo podemos perdonar ahora al neodarwinismo.
Evolución y evolucionismo no son lo mismo
Nunca he dudado de la grandeza humana ni de la honestidad científica de Darwin, cualidades que admiro en él. Muy suya es esta ejemplar afirmación: «Si se pudiera demostrar la existencia de cualquier órgano complejo que no se pudo haber formado durante numerosas y leves modificaciones sucesivas, mi teoría se desmoronaría por completo». Además de honesto, valiente.
Antes de ofrecer una investigación personal que responde ahora a aquel lejano reto de Darwin -sin olvidar que su obra El origen de las especies vio la luz en 1858-, debo repetir que no habrá que reportar al darwnismo como falso, sino sólo como insuficiente.
Así lo calificaron aquel biólogo experimental y después filósofo de la naturaleza, Hans Driesch, y toda su generación. Y así estudié yo el darwinismo, a través de Driesch, los hermanos Hertwig, J. von Uexküll...
Esta teoría científica no explica lo que pretende; es decir, el acceso a niveles superiores de organización biológica. Sólo da razón de los «arabescos» de la evolución, como afirma el paleontólogo Schindewolf. En efecto, el darwinismo sólo explica la diversificación en especies biológicas afines y las variaciones dentro de la misma especie, como la ramificación racial en los perros. Pero no da razón del proceso evolutivo ascendente a los niveles superiores de complejidad que se da en los seres vivos. Explica la microevolución, no la macroevolución, conceptos aportados por el genetista de Berkeley Richard Goldschmidt.
A la valiente confesión citada de Darwin, hay que añadir la concesión y el reto de su seguidor Richard Dawkins: «Es muy posible que la evolución no sea siempre gradual. Pero debe ser gradual cuando se usa para explicar el surgimiento de objetos complejos que al parecer tienen un diseño. Como los ojos. Pero si no es gradual en estos casos, deja de tener capacidad explicativa. Sin gradualismo en estos casos regresamos al milagro, que es simplemente un sinónimo de ausencia total de explicación».
Quizá ahora se entiendan mejor algunos principios fundamentales. La evolución es un proceso biológico, es el surgimiento y desarrollo progresivo de las especies, algo que está a la vista, por eso no debemos llamarla evolucionismo, expresión que conlleva algunas gotas de ideología, un ismo, que sugiere que no es ciencia pura.
Evolucionismo son, por ejemplo, algunas explicaciones de la evolución cuando añaden una ideología, como el darwinismo cuando se tiñe de un concepto materialista de la naturaleza que sólo admite la materia y niega el espíritu.
«Al lado de la materia, la energía y la estructura ?leemos en J. von Uexküll?, entra como cuarto factor natural el formador de estructura. Sólo la estructura y todo lo que obedece es mortal. El formador de estructura es independiente de la estructura, y por eso, irreductible y eterno».

La bioquímica y «la caja negra de darwin»
El bioquímico Michael Behe ha expuesto ordenadamente sus ideas en un sugerente libro, La caja negra de Darwin. Por un sistema «irreductiblemente complejo» entiende Behe aquel sistema compuesto por varias piezas armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la eliminación de cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar.
«La bioquímica moderna nos ha permitido, según Behe, llegar hasta los ladrillos con los que están formados todos los seres vivos. Lo anterior equivale a descubrir qué hay en el interior de la "caja negra", poder desvelar los "mecanismos" mediante los cuales dichas "piezas" se relacionan entre sí sosteniendo las distintas funciones que nos presenta nuestra experiencia ordinaria».
Como se aprende en la segunda clase de bioquímica esos ladrillos son los aminoácidos, con los que se forman las proteínas, y éstas son maravillosas máquinas moleculares de admirable complejidad, con funciones bien definidas y cuyo funcionamiento conocemos con detalle.
Los ejemplos que ofrece Behe «permiten concluir que, asombrosamente, ostentan una complejidad irreductible», es decir, inexplicable para el darwinista, aunque pretenda explicarla en su concepción reductiva de una naturaleza en competencia que carece de propósitos. Behe ha estudiado con suficiente detalle diversos ejemplos de sistemas bioquímicos (el cilio o flagelo bacteriano la coagulación de la sangre, la estructura de los distintos subsistemas de una célula eucariota, el sistema de transporte de proteínas, etcétera).
El análisis detallado de estos ejemplos, y el hecho de que se conozca su estructura hasta el nivel molecular, lleva a Behe a afirmar en ellos un evidente diseño. Por diseño entiende «la intervención de un actor inteligente que ha dado forma a dichos sistemas. No se presupone ni quién es el actor ni cuándo ejerció su actividad creativa», explica Santiago Collado.
El diseño de los epitelios vibrátiles
Este es el caso de los epitelios vibrátiles que tapizan el interior del tubo digestivo de los animales. Ese complicado revestimiento es muy sencillo en los invertebrados, concretamente en los moluscos (caracol, almeja, ostra). Se trata de una sola capa de células adosadas entre sí que se llama epitelio monoestratificado.
El estudio del epitelio vibrátil de los invertebrados atrajo la atención de los histólogos desde finales del siglo XIX, en cuanto se desarrollaron las técnicas histológicas para la tinción de los distintos componentes celulares, como la hematoxilina férrica de Heidenhein.
Pronto se advirtió que cada célula vibrátil posee un penacho de cilios en la parte libre y que el movimiento coordinado de esos cilios permite la circulación del alimento desde su ingreso por la boca y, tras su asimilación digestiva por parte del organismo, la expulsión al exterior del residuo fecal.
El sencillo tracto digestivo de los invertebrados necesita también un proceso interior de lubricación por las llamadas células mucosas para el desarrollo de su función. Pero la función de las células vibrátiles es de tal importancia que, sin ellas, no es posible el proceso digestivo.
¿Cuál es la estructura íntima de una célula epitelial vibrátil y cuál la función de cada una de las estructuras elementales que la componen? Pero, ¿acaso tiene partes diferenciadas cada una de las miles de células vibrátiles del intestino de una almeja, por ejemplo, y cada elemento de su fina estructura fibrilar corresponde a una función específica? ¿Y esto, en cada una de los millones de almejas que han vivido y viven, al menos desde el Cretácico, en la inmensidad de nuestros tormentosos y cambiantes mares, testigos de batallas históricas y archivos de codiciables tesoros? Ahí están, a la espera, esas variadas y casi eternas especies de almejas, que ya no son mudas sino elocuentes portavoces vivos de un designio inteligente que pervive en la naturaleza inmortal.
Tuve la oportunidad de ocuparme en este tema de investigación durante mi tesis doctoral sobre histología digestiva del molusco.


Una célula vibrátil de pocas micras vista por dentro
Cada célula epitelial vibrátil -Flimmerzelle de los autores alemanes- posee un largo penacho de cilios, que se mueven armoniosamente como los brazos de una multitud humana que hace «olas» en el estadio deportivo. Cada cilio posee en la base un pequeñobulbo y se inserta en la célula por un gránulo basal, y a su vez continúa en el citoplasma por una pequeña raíz ciliar.
Las raíces ciliares de cada célula convergen entre sí formando un cono que se prolonga en el interior de la célula por la fibra terminal de Apathy. Gracias a sus gránulos basales, cada cilio se mantiene en vibración, como mostró Worley con sus admirables trabajos de microdisección en las células vibrátiles. También observó que al cortar el cono ciliar cesa la coordinación en el movimiento de los cilios. La coordinación biológica en los epitelios vibrátiles fue objeto de estudio de Paul Vignon desde 1901.La membrana celular es muy débil; no podría soportar el trabajo del sistema vibrátil. Cada célula está dotada de un sistema de tonofibrillas que refuerzan la membrana de arriba a abajo. Además, cada célula vibrátil se desprendería del tejido conjuntivo en el que se apoya su base si no existiera un sistema de refuerzo. Variantes de las mismas técnicas argéntico-áuricas, con el uso de unas gotas de piridina, y la ligera elevación de la temperatura en la solución donde se prepara el corte micrométrico, permiten distinguir las diversas partes del cilio y sus raíces, las tonofibrillas y el sistema de fibras conjuntivas que afianzan cada célula al tejido muscular del tracto digestivo.
Diseño inteligente
¿Por qué esa variada y coordinada estructura en cada célula epitelial vibrátil? Todo se muestra como si se tratara de un diseño inteligente, como aquellas trampas utilizadas por los pescadores de Sonora para la jaiba. Nadie pondrá en duda que esa trampa es un diseño inteligente, irreductible a la pretensión de que haya surgido por la agregación casual de pequeños trozos de alambre durante mucho tiempo -«la falacia del tiempo» ha escrito Julián Marías- y que, sin proponérselo nadie, el pescador la encuentra y la utiliza hoy para pescar jaibas, como quien encuentra una rama de árbol de apariencia caprichosa, que nadie diseñó, y la utiliza como remo.
Por otro lado, el método científico permite comprobar que los componentes fibrilares de la célula epitelial ciliada reaccionan de manera diversa al tratamiento de variados métodos, esto revela cómo cada estructura tiene una composición bioquímica distinta, acorde a la función que le corresponde. No es lo mismo accionar o coordinar el movimiento de los cilios que dar tonicidad o consistencia a la célula epitelial para su incansable trabajo, o sujetarla al tubo digestivo del que el epitelio vibrátil es su revestimiento necesario. Se trata de dos realidades inteligentes y coordinadas: las diversas funciones de cada estructura fibrilar y su distinta composición bioquímica.
El tejido epitelial vibrátil parece ser un diseño de complejidad irreductible, de los que Behe llama «diseño en sentido fuerte». No es posible que haya surgido poco a poco y que, por casualidades múltiples, sirva para hacer posible la digestión. Sin las células vibrátiles coordinadas entre sí, tal como son -complejas en su sencillez-, no es posible la digestión y no es posible la vida de ninguna almeja.

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