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jueves, septiembre 04, 2008

Ignacio Valente: Solyenitzin: escritor y profeta




El autor de El archipiélago Gulag, premio Nobel recientemente fallecido, fue una de las voces más destacadas de la narrativa rusa y un defensor de los valores humanistas ante la pobreza espiritual de las sociedades occidentales
Si tres décadas atrás me hubieran adelantado que Alexander Solyenitzin moriría por estas fechas subvalorado y sumido en el olvido, me habría costado creerlo. Solyenitzin: el que abrió los ojos a Occidente sobre los horrores de la Rusia soviética mientras vivía en medio de ellos; el exiliado que, ya entre nosotros, denunció la vaciedad espiritual de nuestras sociedades libres; el ensayista lúcido y valiente, el narrador que escribió novelas de la calidad y grandeza de Pabellón de cancerosos ... Este escritor, al final, había llegado a ser una presencia incómoda a uno y otro lado del antiguo telón de acero. En Europa se estimó reaccionaria su crítica del liberalismo y en Rusia seguía siendo un marginal. Cuando retornó a su patria "libre", ya sin su corona de héroe, encontró menos cristianismo renaciente y más capitalismo mafioso del que hubiera querido. En los medios literarios, la falta de innovación formal de su narrativa -su realismo tradicional- le quitó adhesiones y agregó una nueva nota arcaizante a su imagen pública. La denuncia de la asfixiante opresión del comunismo es un motivo recurrente de la obra de Solyenitzin, si bien opera de modo distinto en sus ensayos, cartas abiertas y discursos, que en su narrativa, donde el asunto es menos temático y frontal. Hoy, caído el imperio soviético y con él la filosofía marxista, nos resultan fuera de contexto sus afirmaciones: "La esencia del comunismo está enteramente más allá de los límites de la comprensión humana", en cuanto misterio del mal profundo. Fue necesario el testimonio biográfico y documental de El archipiélago Gulag (1973 a 1976) para sacudir la modorra de Occidente de cara a esa terrible red de campos de concentración del terror soviético. Nuestro hombre, que había sido condenado a trabajos forzados durante ocho años en 1954, escribiría que los prisioneros más valerosos e indomables de esas catacumbas ya no vuelven al mundo exterior: "Jamás se les muestra nuevamente al mundo, porque contarían relatos tales que la mente humana no puede aceptar". Diría también: "Yo he estado dentro de la panza roja y ardiente del dragón. No fue capaz de digerirme. He venido a ustedes cual un testigo de cómo es estar dentro". Sin embargo, tras su llegada a Occidente -expulsado de Rusia en 1973-, su aclamación como un auténtico héroe en las universidades, en la prensa y en la opinión pública no duró mucho, pues él no tardó en hacer pública su desilusión de nuestras democracias llenas de demagogia, del materialismo práctico de los intereses económicos, de la tiranía de las modas, la irresponsabilidad periodística, la confusión espiritual, el reino del hedonismo y la pornografía. Esto era Occidente: "Una vez que se proclamó y aceptó que por encima del hombre no hay ningún Ser Supremo, y que el hombre es la gloria que corona el universo, las necesidades del hombre, sus deseos -y en verdad sus debilidades- fueron considerados como los supremos imperativos del universo". En 1994 volvió a Rusia, que a partir del dolor de tantas décadas no había producido, entonces ni hoy, una forma más alta de vida, como esperaba él, sino que se había contagiado algunas de las peores lacras de Occidente. En los relatos de Solyenitzin no hay ningún personaje que hable con la voz o las ideas del autor. El único privilegio lo tiene la voz de los que sufren: es el dolor en sus múltiples formas -y sin color ideológico- el que habla. Es cierto que la narrativa de Solyenitzin no incorpora experimentación formal, ni siquiera innovación. ...l escribe como si no hubieran existido James Joyce, Virginia Woolf, William Faulkner. El suyo es un sobrio realismo tradicional, muy ruso, que a veces podemos llamar realismo poético, o moral, o ambas cosas. Pero ésta no es una desventaja. También en Occidente admiramos a autores del mismo corte tradicional, como François Mauriac, Evelyn Waugh, William Golding o Heinrich Böll. Este último parece el más semejante a él, por el estilo y por el designio de entretejer los protagonismos personales con hechos históricos colectivos. Ambos son maestros en este difícil arte, que es patente en Pabellón de cancerosos y temático en la vasta tetralogía titulada La rueda roja , su panorámica obra final de intención histórica. Otro gran novelista de lenguaje tradicional, y también maestro en aquel arte del entrelazamiento, es su compatriota Boris Pasternak, premio Nobel a su vez, y autor de la memorable novela El doctor Zhivago , quien parece su precedente más inmediato. Solyenitzin escribió muchos cuentos cortos, de variable calidad. En castellano conocimos al menos dos recopilaciones: Cuentos en miniatura y La casa de Matriona , que plantean el conflicto entre las razones del corazón y de la conciencia personal, cargadas de un intenso valor moral, y los anónimos imperativos del sistema soviético, con su opaca inhumanidad. El Solyenitzin de los relatos cortos no se ha dirigido a los grandes centros urbanos del poder, sino a los rincones marginales de la provincia rusa, donde la tensión no excede la escala doméstica y donde se revelan algunos motivos muy caros a nuestro autor, como la belleza de la existencia agreste y la simplicidad de las vidas mínimas, ambas consideradas una reserva moral frente a la impersonalidad de la técnica y a los turbios mecanismos del poder político. Es ilustrativo el comentario que cierra una de sus miniaturas, a propósito de la sensación de paz que desprenden los campos rusos: "La gente fue siempre codiciosa y a menudo mala. Pero el tañido de las campanas de las iglesias resonaba sobre campos, aldeas y bosques, e impulsaba a abandonar las pequeñas preocupaciones terrestres y a pensar un momento en la eternidad. Ese tañido, conservado hoy únicamente en melodías antiguas, levantaba a las gentes, las ayudaba a erguirse en dos pies y no caer... en cuatro patas". Pabellón de cancerosos Su primera novela, Un día en la vida de Iván Denisovich (1962), pudo ser publicada en su patria (no las demás) sólo porque sorprendió al régimen en un breve momento de apertura. El título de la segunda, El primer círculo (1968), evoca una imagen del "Infierno" de La divina comedia . Pero su gran novela es la que siguió, Pabellón de cancerosos (1968), no superada por los posteriores tomos de su tetralogía: Agosto 1914 , Octubre 1916 , Marzo 1917 y Abril 1917 , donde la historia de la época, investigada por el autor con admirable prolijidad, inclina demasiado el relato hacia la documentación, por la cual la ciencia histórica le es tributaria. Con razón su gran novela ha dado la vuelta al mundo. Se trata de un hospital del cáncer, donde se debaten enfermos, enfermeros y médicos, en una remota provincia asiática de la Unión Soviética. El título y el medio ambiente pueden dar la impresión de algo muy sórdido, y algunas páginas hacen agobiante el encierro entre esos muros de enfermedad y muerte, donde los vivos salen sólo para revivir escenas de persecución o de presidio siberiano. Pero lo admirable reside en que el tono es la ternura, servida por destellos de poesía y por cierta ingenuidad en la observación, de una pureza muy rusa. Aquí se movilizan las pasiones inmemoriales de la condición humana, a través de las interminables conversaciones de los enfermos. La más central de ellas gira en torno al título de un cuento de Tolstoi, que uno de los cancerosos lee y comenta a los demás: ¿Por qué viven los hombres? Allí se mide la impotencia del materialismo dialéctico, histórico y práctico ante el misterio de la muerte personal. El hombre comunista sólo dispone de frágiles fórmulas: "¡Fuera los desvaríos idealistas!" "Estamos hechos para la felicidad." "¡Tú formas parte del grupo!" "El hombre vive de causas comunes." Sin duda, razona Kostoglotov, el personaje central (que no es un héroe), pero eso sólo ocurre mientras uno está vivo. En estas páginas se mide el valor de ciertos caracteres de la Rusia soviética por la manera de enfrentar la muerte próxima. En el pabellón hay rebeldes y hay conformistas, pero están demasiado llenos de pasión o de oprobio para que en ellos se ilumine el sentido de la existencia. Sin embargo -típico en Solyenitzin-, entre ellos se deslizan personajes secundarios dotados de una sabiduría vital, de una extraña reserva de bondad, o incluso del sentido cristiano de la vida, como Estefanía "con su cómico calendario, con aquel Dios que tenía sin cesar a flor de labios, con esa sonrisa radiante que no la abandonaba en el más lúgubre de los hospitales". En un mundo donde se aprende, antes de leer y escribir, que la religión es el opio del pueblo, los únicos hombres capaces de aportar luz a la gran pregunta son esos seres marginales ligados a la fe cristiana. No hay moraleja. Pero Solyenitzin no es un escritor neutral -¿quién lo es?-, y no puede negarse que su lenta y tardía conversión (o quizá reconversión) al cristianismo vino a revelarse, en último término y retrospectivamente, como la clave de su azarosa vida y de su entera obra literaria.




Sábado 23 de agosto de 2008 Publicado en la Edición impresa Por Ignacio Valente El Mercurio

André Glucksmann: La libertad como principal desafío




El homenaje póstumo es un arte que desde siempre me paraliza: es mejor testimoniar lo bueno que se piensa de cualquiera y la admiración que despierta cuando la persona está viva. En lo que concierne a Alexander Solyenitzin, desde hace 35 años -de cuando era vituperado por la izquierda, vilipendiado por los comunistas, perseguido por el Kremlin y despreciado por las autoridades occidentales- rindo homenaje a quien cambió mi vida y transformó el rostro del mundo, al haber nuevamente coronado a la libertad como primer desafío de la condición humana. Contrariamente a todo lo que hoy se dice, él no reveló la existencia del sistema de campos de concentración soviético y de decenas de millones de víctimas. La información ya era de dominio público, a la vista de todos. En cambio, lo que reveló fue la resistencia al Gulag, incluso dentro del Gulag, en tanto el imprescriptible amor a la libertad animaba la disidencia que sacudía a los países comunistas. Era un hombre bueno y fiel; la amistad con la que me honraba no disminuía en las situaciones en las que nuestros desacuerdos -las guerras en Bosnia y en Chechenia- eran públicos.
Cuando el nombre de Putin sea olvidado por todos, su Archipiélago Gulag será leído aún con la misma, intensa fiebre que me sacude aún un tercio de siglo después. ¿Hubo en los años setenta un "efecto Solyenitzin" en Francia? El pequeño grupo parisino que apeló a él para traspasar el "insuperable horizonte" del marxismo (Sartre) ejerció una influencia desmitificadora sobre los movimientos de liberación en Occidente (así como sobre el antifascismo portugués, como me confió Mario Soares, por entonces primer ministro socialista). Cosa más extraña, Solyenitzin contribuyó a liberar la disidencia intelectual, en el este, de las últimas reticencias sobre la alianza, necesaria pero nunca intentada, de los espíritus liberales o ateos con las iglesias o las organizaciones confesionales (Solidarnosc, Bronislaw Geremek y Adam Michnik dieron una magnífica lección de ello).
Alexander Solyenitzin, ese "grano de arena" que poco a poco trabó la máquina totalitaria, hizo caer los muros antes que nada en la cabeza de la gente. Frente a la inhumanidad comunista, las divisiones seculares entre reaccionarios y progresistas, izquierda y derecha, no aparecieron ya como insuperables: a partir de allí se podía estar contra Hitler y contra Stalin, enemigo de los fanatismos profanos tanto como del terrorismo religioso. Diecisiete años después de la publicación del Archipiélago Gulag se hundió el Muro de Berlín y la carta geográfica de Europa fue completamente modificada.



Traducción: Gabriel Zadunaisky (traducción original de Daniela Maggioni)


La libertad como principal desafío


Por André Glucksmann Para LA NACION

Juan Carlos Gòmez: El Castor



Sartre llamaba a Simone de Beauvoir “el Castor”, debido a su intensa dedicación a las labores intelectuales: “usted trabaja tanto como un pequeño castor”Pues bien, nuestro Castor es una gombrowiczida escritora y periodista nacida en Quilmes que trabaja como el pequeño castor del que habla Sartre y con la que tengo relaciones tormentosas, y esto porque no le gustan los motes que les pongo a los hombres de letras y a los ProtoseresPublicó en Archivos del Sur media docena de gombrowiczidas hasta que empezó a chocar con lo que podríamos llamar mi falta de tacto.“Debo precisar aquí, que según mis juicios de aquella época, lo que se llama falta de tacto era, en el arte, un factor altamente creativo, consideraba que un artista que temía cometer una incorrección, producir un disgusto, no valía gran cosa, y que no debían someterse a las formas mundanas quienes creaban la forma. Así pues, me daba perfecta cuenta de que lo que escribía era inconveniente y que por esta razón lo había escrito”De la lectura irreflexiva de este párrafo, como las que hacía Don Quijote de las novelas de caballería, saqué la conclusión apresurada de que si me ocupaba de disgustar a los demás y no me sometía a las reglas de las buenos modales, siguiendo el ejemplo de lo que hacía mi maestro, me pondría en camino del mundo de los hombres de letras.Algunas dificultades que me han aparecido con los lectores y, muy especialmente, con los editores, me han hecho pensar que no siempre alcanzamos nuestros propósitos por decir cosas inconvenientes, y que no siempre los maestros tienen razón.A pesar de que Gombrowicz se había convertido en un maestro en el arte de producir conflictos y de caer en desgracia, también tenía otros proyectos como también los tengo yo aunque no lo parezca.El Castor fue durante un tiempo alumna dilecta del Vate Marxista y de Revólver a la Orden y ésta pudiera ser otra razón por la que terminó mirándome con disgusto, pero todo el mundo sabe que sus maestros también son sarcásticos.
“Agrego que el único contacto que tuve con César Aira, fue cuando yo dirigía la revista La Caja y le pedí un artículo que rechacé. Me envió un relato filosófico de una simplicidad que me pareció infantil y que debía valer por su firma. La ideología de la revista era antifirma, no porque las firmas no valieran sino porque no valían por sí mismas. Me dijeron que Aira se sorprendió, actitud que sabe disponer con frecuencia. Es un hombre que sabe cómo, dónde, y especialmente cuándo sorprenderse”El Castor mantiene la madriguera que ha construido en Archivos del Sur con materiales nobles y respetables y no todos los gombrowiczidas, debo reconocerlo, pueden pasar por el control de calidad de estos materiales.A pesar de todo cuando nadie la ve a ella también le gusta reírse de algunas de mis majaderías razón por la que nuestra relación anduvo sobre ruedas hasta el momento en el que se le ocurrió escribir un dossier sobre Gombrowicz.“Si sabía al principio, cuando empecé a publicar tus notas, que tenías tanto material de Gombrowicz te hubiera propuesto hacer un dossier sobre él. Tal vez podamos hacerlo”A pesar de los contratiempos que se me habían presentado con el Ladrón de Gallinas al que también se le había ocurrido escribir un dossier sobre Gombrowicz para la revista “k”, y no por las zozobras que sufre la familia del mismo nombre en los tiempos que corren, sino porque soy un individualista incurable al que no le gusta trabajar en equipo, alenté al Castor a que llevara adelante el proyecto.“(...) pero no encuentro el mensaje que me enviaste con una especie de diccionario donde hay sobrenombres, así que cuando escribís en ese código no entiendo nada (...) decime algo, ¿todos saben los sobrenombres? (...) no creo que vaya a publicar los apodos (...) Te envío una entrevista que le hice a Tomás Abraham hace unos años y que está publicada en la revista, ahí habla de Gombrowicz, no sé si la leíste (...) Yo fui alumna de Tomás Abraham y de Ricardo Piglia, hice seminarios con los dos, en la Universidad de Buenos Aires y en el Centro Cultural Rojas (...) Sí, tenía idea de poner la entrevista en el dossier”
Empecé a sentir que el Castor con una intensa dedicación a sus labores empezaba a roerme la garganta, así que decidí detenerla con el fragmento de un gombrowiczidas.“Uno de los integrantes de los nueve magníficos, motejado Revólver a la Orden, filósofo, escritor y numen del Esperpento, tiene un apodo muy adecuado a los servicios que presta. En efecto, el periodismo lo suele consultar sobre los asuntos más variados, días atrás respondía por radio a una consulta que le hacían sobre la veracidad de la medición del índice de inflación que hacía el gobierno. La respuesta fue paradojal, como lo suelen ser las de este pensador profesional, la medición podía no ser verdadera pero teníamos que estar a ella para evitar que nos sobrevinieran tiempos apocalípticosEste miembro del club de gombrowiczidas tuvo una intervención rutilante en la pasada Feria del libro. Con su carácter categórico y versátil, que ejercita todos los jueves desde hace veinte años en una aquelarre filosófico que tiene un apartado llamado Gombrowicz, presentaba un libro sobre la pasada crisis argentina en la que cayeron en picada el principio de autoridad y la economía”“Se paseó con erudición por las ideas del pasado y del presente, afirmó que el negocio de la filosofía permanecía más o menos sin variantes desde hacía algunos años, dijo que Heidegger no era tan nazi como la gente creía pero sí era un cagón, y manifestó que había estado de acuerdo con el actual presidente de la Argentina hasta el momento en que se declaró un adalid de los derechos humanos al tiempo que le daba entrada a los años setenta como si hubieran sido el mismísimo siglo de Pericles.Hasta aquí, nada de especial, los conductores del programa radial y el filósofo se despidieron cordialmente. Sin embargo, a los pocos minutos la radio pasó el comentario grabado de una oyente: –Soy Mercedes de Castelar, por qué no le dicen a ese filósofo que se vaya a la remil puta madre que lo parió”Me pareció que con esta declaración bastante drástica el Castor me iba a soltar la garganta, pero las cosas no ocurrieron así.
“(...) Igualmente tengo material para publicar el dossier con todo lo que me enviaste, la entrevista a Tomás Abraham, y seguramente algo más. Deberían haberlo invitado para el centenario de Gombrowicz (...)”El Castor incansable seguía construyendo, pasa por alto lo que le estaba escribiendo sobre Revólver a la Orden y nos hace el cargo de que no lo habíamos invitado a las jornadas del centenario, entonces le mandé el fragmento de otro gombrowiczidas a ver si podía pararla.“El Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y me daba golpes en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda de la Feria del Libro en el año del centenario, no le entraba en la cabeza cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para los ponentes polacos: el Pequeño K y la Vaca y, en fin, para todos los polacos que vivían en la Argentina. El Pato Criollo, que se le había retobado personalmente al Zorro, me sugirió que, perdido por perdido, lo invitara a Revólver a la Orden, un filósofo escritor que se animaba a hablar de cualquier cosa, pero no me atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con seguridad, tenía la intención de introducir en la mesa un participante que, por distinguiese del resto, podía despacharse con cualquier extravagancia”Pero el Castor quería terminar rápidamente la madriguera del dossier y seguía juntado troncos.“(...) Pensando en el dossier sobre Gombrowicz quisiera saber si podrías enviarme aunque sea un fragmento escaneado de alguna carta de Gombrowicz, para publicarlo en él, donde se vea la letra y la escritura de él. Puede ser media página si querés (...)”Y es aquí donde nace una tragedia sobre la que recién ahora nos estamos reponiendo. El Castor eligió una carta y yo elegí una distinta para darle más color al ambiente, era una carta que se había vuelto famosa por una razón de la que doy cuenta en un gombrowiczidas al que di en llamar “Bastante Tarado”, y sobre el que le pedí que lo publicara junto a las dos cartas.
“(...) En el año del centenario de Gombrowicz el diario “Clarín” publicó, en el suplemento literario, seis ‘Cartas Memorables’: de Jorge Luis Borges a Estela Canto; de Franz Kafka a Milena; de Witold Gombrowicz a Juan Carlos Gómez; de Cristóbal Colón a su Alteza el Rey de España; de Hannah Arendt a Mary MacCarthy; de Charles Baudelaire a su madre”“Las más rutilantes de estas seis cartas son la de Gombrowicz y la de Baudelaire. Vamos a transcribir un fragmento de la de Baudelaire: ‘Y no obstante, en las circunstancias terribles en que me encuentro, estoy convencido de que uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos de matarnos mutuamente. Después de mi muerte, tú no podrás seguir viviendo, eso está claro. Yo soy el único motivo que te hace vivir. Después de tu muerte, sobre todo si murieses a causa de un choque causado por mí, me mataría, eso es indudable’ (...)”“En cuanto a la que me escribió a mí podría decirse que es todo lo contrario de lo que Baudelaire le escribió a la madre: ‘Yo le estoy suplicando, Goma, desde que dejé las costa sudamericanas que no me mande certificadas. Bueno, su última, además de ser certificada expres, es la más estúpida que hasta la fecha recibí. 1º ¿Acaso no sabe que Ferdy ha sido editada en Italia hace 4 años? 2º Se imagina, tontamente, que no he recibido su penúltima con la carta yugoslava y ¡da la casualidad que la recibí! 3º No venga haciendo líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite todo, no sea pavo 4º Como si fuera poco Vd., en vez de mandarme noticias, trata, según parece, en 5 carillas de enseñarme la filosofía de Sartre. ¡Jua, jua, jua! Lo de que el dolor o el placer cobran valor dentro de la perspectiva del existente, de su mundo, de su situación, de su finalidad, de su futuro, de su proyecto, esto lo sabe cualquier niño. Lo que no saben algunos adultos recién iniciados es que en Sartre (como en todo cartesianismo) el ser se funda en la conciencia, es decir, que si Vd. es consciente de este vaso, el vaso es (aunque no procuraría ni placer, ni dolor). Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente que la existencia no es una relación suelta, tranquila, sino una relación convulsa –y no una libertad (igual en que sentido) sino una tensión. Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor con una tranquilidad doctoral típica de los cartesianos. No comprendió ni el cuerpo, ni el dolor. Por lo tanto le sugiero Goma amistosamente que les diga a todos los amigos que lo considero a Vd. bastante tarado. Salú’ (...)”
En este gombrowiczidas nombré por sus apodos a un grupito de hombres de letras argentinos de la flor y nata.“Ya sabemos que los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas. De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico Metafísico, el Pato Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es un impostor”El Castor no pudo digerir estos inocentes apodos y quiso resolver el problema a su manera. Como si la publicación del dossier fuera un entidad de orden superior y todo lo demás fueran detalles, con sus dientes afilados me agarró como si fuese una ramita y corrió a terminar con sus labores.“(...) Publicaré las cartas y te agradezco muchísimo que me las hayas enviado. Pero este gombrowiczidas no me parece adecuado publicarlo en el dossier. No quisiera ofender a nadie de los escritores aunque sea con apodos (...)”Al Castor se le había ido la mano, se estaba comportando de una manera arrogante, pero se encontró con un tronco que no pudo roer.“(...) Sobre qué material mío vas a publicar nos tenemos que poner de acuerdo. Vos tenés una línea editorial que a lo mejor no le va bien mi estilo. Si no publicás tal como está el gombrowiczidas al que di en llamar “Bastante Tarado”, no te autorizo a que publiqués las copias de los dos originales de las dos cartas de Gombrowicz que te mandé (...)”Aquí se terminó todo, el dossier, la publicación de gombrowiczidas en Archivos del Sur y el contacto, recién unos meses después hicimos las paces.“Yo creo que ha llegado la hora de que hagamos las paces, vos te has portado bien conmigo así que no debo quedarme callado, te voy a decir un par de cosas.Soy una persona inteligente pero no soy una persona seria y tampoco soy muy respetuoso que digamos, por lo menos no soy serio y respetuoso como lo sos vos. Lamento que ése haya sido el motivo por el cual fracasó el armado de tu dossier sobre Gombrowicz, pero así es la vida.A mí me basta con que vos de vez en cuando leás uno que otro gombrowiczidas y disfrutés con la lectura de alguno de ellos, a escondidas siempre podés echarte una cana al aire”“Todo aclarado. Como no nos conocemos personalmente es más difícil la comunicación.Como vos decís, yo soy una persona respetuosa, trato de cumplir mis compromisos y cuando no puedo hacerlo, lo digo.Quedamos en paz (...)”

Henri Michaux: TRES POEMAS



NOSOTROS

En nuestra vida, nada fue recto
Recto para nosotros
En nuestra vida, nada se consumó hasta el fondo
Hasta el fondo como para nosotros

Pero tomar el vacío entre mis manos
Cazar la liebre, cazar al oso
Golpear valientemente al oso
Ser despojado de todo, haciendo transpirar nuestro propio corazón
Arrojado al desierto, obligado a reunir su ganado,
un hueso por aquí, un diente por allá, a lo lejos un cuerno
Eso es para nosotros

Y decir que las siete vacas gordas nacen en este momento
Nacen, pero nosotros no las ordeñaremos
Los cuatro caballos alados acaban de nacer
Han nacido, sólo sueñan con volar
Nos da pena retenerlos. Llegarán casi hasta las estrellas esos animales
Pero no nos transportarán a nosotros
Para nosotros los caminos de topo, de alacrán
Además, hemos llegado a las puertas de la Ciudad,
De la ciudad-importante
Estamos ahí, no hay duda. Es ella. Es ella de verdad.
Todo lo que sufrimos para llegar… y para partir
Desatarse con lentitud, fraudulentamente, los brazos en la espalda…

Pero no somos nosotros los que entraremos
Son jóvenes qué-me-miras todos verdes, muy altivos quienes entrarán
Pero nosotros no entraremos
Tampoco iremos más allá. ¡Stop! No más allá
Entrar, cantar, triunfar, no, no, no es para nosotros.


SOY GONG



En el canto de mi cólera hay un huevo,
Y en ese huevo está mi padre, mi madre, mis hijos
Y en todo eso hay alegrías y tristezas mezcladas, y vida
Intensas tormentas me han socorrido,
Hermoso sol que me contrariaste
Hay odio en mí, fuente de antigua data,
Y ya decidiremos después sobre la belleza.
En efecto, no me volví duro sino por láminas
Si supieran cuan blando he quedado en el fondo;
Soy gong, y guata y canto nevado,
Lo digo y estoy seguro

LOS INACABADOS

Rostro que no dice, que no ríe
que no dice ni sí ni no
Monstruo.
Sombra.
Rostro que tiende
que va
que pasa,
que lentamente hacia nosotros brota
rostro perdido…

Juan Joaquìn Pèreztejada: Una deriva para Sophie Calle I





En la Biblioteca de Alejandría,
Aristarco argumentó que la tierra giraba alrededor del Sol,
Aratóstenes calculó las circunferencias de la Tierra,
Herophilus afirmó que el cerebro controlaba el cuerpo,
Euclides describió los elementos de la geometría

En la Biblioteca Venustiano Carranza de Veracruz,
Entre sus lecturas de Efraín Huerta y T. S Elliot
no aspiraba a mucho:
se refrescó ante un ventilador,
pensó en María o Helena,
y escribió notas para su libro de versos.

Cuando se relaja,
y piensa en un lugar cómodo y seguro donde estar,
imagina los espacios amplios y claros,
las largas mesas con sillas de color café
y los estantes verdes de la biblioteca municipal;
donde podría acompañar a Sophie Calle,
si un día ella le pidiera que la llevara
al lugar que nunca olvidaría si pudiera dejar el Puerto.


Una deriva para Sophie Calle II


Es curioso que su apellido sea calle en español.
Aceptaría su invitación, por supuesto:
llevarla al lugar que nunca olvidaría si se fuera del puerto.
Ella escribiría en su cuaderno de notas:
“Este es el Bulevar de Veracruz
donde la gente viene a correr en la mañanas y en las tardes,
como lo hice cuando adolescente también.
Entonces he de haber tenido 16 o 17 años, quizá menos.
Corrí hasta los veintitantos. Luego, salía a caminarlo.
De vez en cuando paseo por ahí.
Así pensé y luego escribí muchos poemas:
Viendo el mar mientras trotaba.
Viendo la Isla de Sacrificios.
Viendo salir el sol.
Desde muy temprano me iba, a veces, antes de las seis.
Corría hasta la estatua de Ávila Camacho y regresaba caminando.
Comenzaba en Juan Enríquez,
un poco antes de donde está el acuario nuevo”.
Lo extrañaría mucho si me fuera, le diría, sin mirarla,
con los ojos en la nostalgia de las olas y el horizonte.

Una deriva para Sophie Calle III


Aquí estaba el viejo acuario,
diría él con su voz gruesa de tristeza.
Mi papá nos traía a ver los cocodrilos y las tortugas
los sábados por la tarde.
Luego, caminábamos por el muro de la bahía,
hasta el faro. La bocana le llaman.
Había esos poliedros enormes de cemento con tres picos a los lados.
En una ocasión mi hermano menor se sintió mal.
Mi papá lo cargó de regreso y luego tuvieron que llevarlo de emergencia
al hospital porque tenía apendicitis.
Si él tenía tres años, yo he de haber tenido 7.
En otra, una tía se lanzó a nadar,
cuando salió, se enterró en los pies las puntas de los erizos que se pegan al muro.
Un día acompañé a mi compadre Carlos
para tirar las cenizas de su abuela o de una tía suya, no recuerdo bien.
Todavía no éramos compadres sino adolescentes, se reiría.
En alguna ocasión vine con Helena y otras con alguna novia.
No tenía ningún sentido hacer estas caminatas.
Sólo pasear para construir un recuerdo.
Con los ojos deseosos de lágrimas la miraría
cómo si le preguntara, como muchos lo hacían,
¿Por qué cree que esto sea importante?
Y al tiempo que preguntaba, sin hacerlo, iba sabiendo la respuesta.


Una deriva para Sophie Calle IV

En este parque ecológico estaba el antiguo estadio de béisbol
donde vi jugar al Águila de Veracruz
y donde también jugaron fútbol los Tiburones Rojos.
En la esquina de Azueta se paraba el 20 de noviembre,
el camión de donde se bajaba la niña que me gustaba.
Ella como yo estudiábamos por las tardes en el Franklin, el instituto de inglés.
Como en la vieja canción de Juan Gabriel que cantaba Roberto Jordán
nunca se dio cuenta que cuando pasaba me le quedaba viendo.
Y como el mal bateador que siempre fui
dejaba pasar la bola buena con el bat al hombro.
Tenemos fotos de los lugares que visitamos
cuando salimos de viaje a descansar.
Para los lugares que recorremos a diario,
para los sitos que están cerca de nosotros,
para los espacios que compartimos cada día;
para ellos, sólo guardamos las imágenes de la memoria.

Una deriva para Sophie Calle V

Vamos, le diría él.
Saldrían de la casa de sus padres rumbo al centro.
Caminarían toda la avenida 20 de noviembre.
Y le platicaría, para que ella escribiera luego o tomara notas en ese momento:
Por aquí caminé desde los catorce años.
He pasado caminando esta calle y Avenida Independencia toda mi vida.
Bueno, desde que era adolescente. Desde que tenía catorce años.
¿Por qué camino al centro?
Para visitar las tiendas de discos y las librerías.
Que por otra parte no están bien surtidas ni hay muchas.
A veces también iba al cine al Variedades o Plaza Cinema.
Más grande, para ir al Instituto de Cultura.
Primero a los talleres que se impartían allí. Luego, a trabajar.
Después de caminar en un ir y venir sin mucho sentido,
viendo discos, leyendo libros de pie, tratando de decirme por cuál de ellos llevarme,
habría algunos que nunca compraría,
cansado, me regresaba en un Díaz Mirón.
Sigo haciendo el recorrido para ir a la fototeca y los museos, aunque sigan siendo pocos.
Esta caminata es vital para mí. Ir allá, fuera de aquí.
Es eso, voy buscando lo que está en la otra parte.
La vida ha estado tan cerca siempre que se puede llegar caminando a ella.
Hasta ahora que te lo digo me doy cuenta.


Una deriva para Sophie Calle VI

Le diría, mira, es aquí donde trabajé.
Una de las mejores cosas que me han pasado en la vida es haber tenido una oficina en las
Atarazanas. Donde había una librería y un café. Allí podía pasarme las tardes
leyendo o escribiendo. Después, pasadas las siete, me iba a ver libros (que también lo hacía
en los tiempos muertos) o llegaban los amigos y se ponían a tocar la guitarra, cotorrear
o chismear. Fue en ese tiempo cuando publiqué mi primer libro y gané el concurso por el
que me publicarían el segundo.
Poco tiempo después quitaron la librería y el café con ella. Ahora creo que sirve como casa
de cultura, o sea, no de mucho.
Yo creo que aquí acabaría la caminata o deriva como le dices.
No sabría adónde más llevarte.
No se me ocurre ningún otro lado o he comenzado a olvidarlos.
Ella le tomaría una última foto
o escribiría una última nota.
Gracias, Juan, le diría y se darían un abrazo para despedirse.
Gracias a ti Sophie, lo he disfrutado mucho. Agregaría él, para terminar el poema.


Apuntes de Sophie Calle

La cámara fotográfica no puede emular al corazón,
por eso necesito las palabras de las personas sencillas,
para completar las imágenes. Y aún así, sé que queda tanto afuera,
en lo que no se dice, en lo que no se registra.
Cualquier arte es parcial. No se puede aprehender la vida.
Hay más vida en las anécdotas de las personas comunes y corrientes que en la imaginación
desmedida.
Hay menos arte en quienes creyéndose artistas, o intentando serlo, no ponen atención en
este punto final.
Combinar la ficción con la realidad es un juego divertido.

Nota: Sophie Calle (París, 1953)
Sophie Calle es un
escritora francés, fotógrafa, artista de instalación y conceptual. Calle's work is distinguished by its use of arbitrary sets of constraints, and evokes the French literary movement of the 1960s known as Oulipo . El trabajo de Calle se distingue por su uso arbitrario juego de limitaciones, y evoca el movimiento literario francés de la década de 1960 conocida como Oulipo. Her work frequently depicts human vulnerability, and examines identity and intimacy. Su obra a menudo representa la vulnerabilidad humana, y se examina la identidad y la intimidad. She is recognized for her detective-like ability to follow strangers and investigate their private lives. Ella es reconocida por su gusto de detective y esta habilidad para seguir extraños e investigar su vida privada. Her photographic work often includes panels of text of her own writing. Su obra a menudo incluye paneles de texto de su propia escritura.
La vida de Calle palpita con sus trabajos. Su particular forma de ver el mundo es un regalo para la curiosidad, generalmente un tanto anquilosada, y una batalla perdida para nuestro atrevimiento. Pienso que aburrida o asustada de cómo se plantea la sociedad el concepto de cotidianeidad, Sophie Calle intenta escapar y a veces lo consigue.
1980: El Bronx. "En esta pieza, juego con la idea de gente que vive en un sitio del que la mayoría sabe que nunca saldrá, así que resultó interesante preguntarles cuál sería el sitio que jamás olvidarían si algún día pudieran dejar el Bronx. No el sitio que más les gusta, sino el que nunca olvidarían."