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jueves, abril 11, 2013

Lourdes Franyuti: Horario de Verano

 

Horario de verano
Lourdes Franyuti
 

                        El tiempo, como aliado y enemigo lo he visto actuar en repetidas ocasiones… en el atardecer, en el ruido desesperado las campanas agitadas en lo  alto de la catedral, en la neblina densa y baja de las montañas, en el timbre agudo de un despertador sincronizado con el alba. En este último caso, es el enemigo quien llama, quien me avisa entre sueños que el día comenzará y,  con ello, me convertiré en otro ser.

                        ¿Qué clase de mujer seré? Alguien de más edad, con más secretos para   guardar, y con tantas ilusiones encerradas dentro de un corazón  sin otra fuerza para enterrar el pasado bajo el presente en exactamente sesenta minutos. Si analizo el tiempo trascurrido, me tardaré en adelantar la manecilla del reloj con sólo girar, sin más esfuerzo, la perilla hacia la derecha: concluyo lo haré, en un parpadeo,  para matar en fragmentos, una larga hora de vida rutinaria echada a cuestas. 
                       Sin reflexionar a fondo, pienso en las cosas atadas a mi esfuerzo robado; ocuparlo para dormir, para charlar en alguna reunión, para leer, o bien, para meditar en  lo realizado el día de hoy. 
                       Concluyo que mi tiempo no ha sido bien aprovechado. La duda se forma en mi mente como una nube gris, deforme y espesa: una simple hora de mi vida, ¿en qué la cambiaría? 
                        Faltan apenas escasos minutos para que el sábado se convierta en domingo apresurado. Abrazo el reloj, cierro los ojos y trato de hablar conmigo misma, gritando a la cuenta de tres, qué es lo que más me hubiera gustado hacer en estos treinta y ocho años, a mi parecer, bien vividos y se me ocurre una sola idea…
                        Me tardo en responder, las palabras no salen con voz, al contrario, se quedan mudas, provocándome una gran ansiedad, una angustia contenida que me inquieta y que a la vez me sorprende. Me pongo de pie con tal impotencia que me dirijo al balcón de mi recámara. Es casi de madrugada y las estrellas se asoman para ayudarme. Las observo y empiezo a contarlas. No me alcanzaría el tiempo para saber cuántas son en total, así que concluyo que el infinito se acerca a la respuesta correcta. 

                        Hablo en voz alta nuevamente y sale de mi boca la palabra infinito. Enumero tantos sueños, muchos de ellos convertidos en infinitas utopías: mundos idealizados y a la vez, alternativos a la realidad que vivo… Si tan solo uno de mis sueños se hiciera posible en esta hora robada, podría decir que avancé, pero si analizo a conciencia el razonamiento, una vez cumplido el sueño, ese mundo idealizado y sublime pudiera no rebasar mis expectativas y frustrarme ante tal decepción.  

                        Regreso a la mesa donde coloco el reloj – despertador, lo tomo en mis manos y dudo en adelantar el minutero o dejarlo así. Es la hora de decidir por mí misma o bien, si el tiempo lo hará por mí… Respiro hondo, le doy la bienvenida a la madrugada y espero a que mi reloj biológico haga su trabajo: que sea él quien cambie mi horario de verano.

 

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