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sábado, febrero 03, 2007

Alicia Dorantes: Platero


Un borriquillo llamado Platero
Por Alicia Dorantes


Ojalá un ángel te preste una de sus plumas
para que escribas lo que ahora lees
Ignacio García

Hace poco tiempo, en algún artículo extraviado por ahí entre los cientos y miles que a diario se escriben, leí que en el pasado mes de diciembre del 2006, se cumplieron 50 años de haber sido galardonado con el premio Nóbel de literatura, el español Juan Ramón Jiménez.


Cuando asisto a alguna reunión con la gente que de escribir y leer saben y me preguntan ¿Qué fue lo primero que leíste? O… ¿Por qué te gusta esa lectura? Encuentro respuesta fácil para la primera pregunta: por lo general contesto que leí “Platero y yo” del ya citado Juan Ramón Jiménez, “El principito” del francés Antoine de Saint-Exupéry y “Corazón, diario de un niño” del italiano Edmundo de Amicis, pero al observar la cara que pone mi interlocutor, recuerdo entonces lo que alguien me dijo en algún momento de mi vida como aficionada a las letras: “que lo que yo escribía era tan dulce… tan dulce… como comer mermelada a cucharadas”. En otras palabras: resultaba empalagoso.


Aquí cabe hacer una aclaración: cuando realicé esas primeras lecturas, cursaba apenas la primaria. Esa podría ser una justificación, pero no. No lo es, ni quiero que lo sea. Ahora muchos años después, sigo pensando que me inicié en el apasionante mundo de la lectura “con el pie derecho” porque a tantos años de distancia, las sigo juzgando bellas, poéticas, enriquecedoras y profundamente humanas. Así es que en el momento en que mis nietos: Aimara, Chuy, Andrea, Fridita o la pequeña Lis, inicien sus lecturas, si la vida me permite estar a su lado, les diré: “Comiencen como tu abuela y jamás se arrepentirán, chiquitines queridos ¿Qué les puede importar si alguien les tilda de “cursis”?.


Creo y seguiré creyendo, que es más agradable hablar de lo bello que de lo desagradable; del amor y no del odio; del perdón mas no de la venganza.


¿Qué son los Premios Nóbel, a quiénes y por qué se los otorgan? Hace algún tiempo me referí al origen de tan apreciados galardones y a la apasionante vida de su fundador y mecenas, el sueco Alfred Bernhard Nóbel. El filántropo escandinavo nació el día 21 de octubre de 1833, en el seno de una familia de ingenieros. Cuando tenía solamente 9 años de edad, su familia se trasladó a vivir a Rusia. Ahí, él y sus hermanos recibieron una esmerada educación en ciencias naturales y humanidades. A lo largo de su existencia patentó más de 350 inventos, pero el más famoso fue la creación de dinamita, que solucionó el grave problema que representaba la inestabilidad de la nitroglicerina, empleada como explosivo para excavar minas y que a partir de ese momento redujo el número de muertes producidas por su manipulación. Posiblemente el estímulo para este invento fue la muerte de amigos cercanos y familiares, incluyendo la de un hermano, como él, ingeniero de minas.


Nóbel falleció el 10 de diciembre de 1896, no sin dejar un testamento universal firmado el 27 de noviembre de 1895, estableciendo con su fortuna un fondo con el que anualmente se premiarían a seres extraordinarios y a sus aportaciones hechas en beneficio de la humanidad. Se calcula que al morir, su fortuna ascendía a unas 33.000.000 de coronas suecas, de las que dejó 100.000 a su familia y con el resto consolidó el fondo para el premio que justificadamente lleva su nombre.
Los diversos campos en los que se conceden estas preseas son: Física y Química cuyas elecciones las hace la Real Academia Sueca de Ciencias; Fisiología y/o Medicina, decidido por el Instituto Karolinska; el de Literatura, seleccionado por la Academia Sueca, la Svenska Akademien, y el de la Paz, elegido por el Comité Nóbel del Parlamento Noruego, sitio en donde además, se hace su entrega. En 1968 el Sveriges Riksbank, o Banco Central de Suecia, creó un sexto premio: el de Economía y cuyo nombre oficial es el de: Premio Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nóbel.


El Premio Nóbel de Literatura, según palabras de su fundador, señala claramente: “Este premio debe entregarse cada año a quien haya producido en el campo de la literatura, la obra más destacada y en la dirección correcta”. Sólo diez, de los 100 autores galardonados con este premio durante el siglo XX, han sido de habla hispana. Ellos son: los españoles José Echegaray y Eizaguirre (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977) y Camilo José Cela (1989); los chilenos Gabriela Mistral (1945, primer literato latinoamericano en recibir el premio) y Pablo Neruda (1971); el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967); el colombiano Gabriel García Márquez (1982) y el mexicano Octavio Paz (1990). Hasta ahora, han sido dos los ganadores que por razones políticas, se han negado a recibir el premio: el poeta y novelista ruso Borís Leonídovich Pasternak, en 1958, autor entre otras obras de doctor Zhivago y Jean-Paul Sartre, filósofo y escritor francés, exponente del existencialismo, en 1964.


Volvamos a Juan Ramón Jiménez. Este letrado hombre nació en Moguer, Huelva, en el año de 1881 y estudió en la Universidad de Sevilla. Rubén Darío, el poeta nicaragüense, miembro destacado del modernismo en la poesía española, tuvo una gran influencia en su formación académica y estilística, así como los románticos franceses quienes acentuaron su inclinación hacia la melancolía. En 1900 publicó sus dos primeros libros de textos: Ninfeas y Almas de violeta. Poco después se instaló en Madrid, viajando con frecuencia a Francia y a Estados Unidos, donde se casó con la que sería su compañera inseparable, la señorita Zenobia Camprubí. En 1936 al estallar la Guerra Civil española, por sus ideas liberales, se vio obligado a abandonar su país. Vivió exiliado en Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico. En 1959 a los 78 años de edad, anciano y enfermo, vivía en esta bella isla del Caribe, cuando recibió la noticia de la concesión del Premio Nóbel.


Su labor poética es vasta. Característica permanente en él, fue el afán constante de superación. Algunas de sus principales obras son: Poesías escogidas (1917), Segunda antología poética (1922), Canción (1936) y Tercera antología (1957). Aunque influido por el modernismo, su mundo idílico recuerda el de Gustavo Adolfo Bécquer. Jiménez nos lega una poesía rica en sensaciones refinadas, espirituales, en las que emplea un lenguaje musical. Con el paso de los años su estilo cada vez más depurado, busca la belleza absoluta de las letras. Muestras de ello son Baladas de Primavera (1910) o La soledad sonora (1911) y Diario de un poeta recién casado (1917), libro que es un himno a la mujer amada.


Sus primeros escritos en prosa se publican poco antes de ser exiliado; algunos de ellos llegan a formar parte del libro al que debe gran parte de su fama: Platero y yo, publicado en 1917, donde el literato “funde fantasía y realismo en las relaciones de un hombre y su asno. Se trata del libro español traducido a tantas lenguas en el mundo, como el mismo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes”. Así es que para mí, en aquellos lejanos días en que amaba tanto a los animales como a la poesía que en ellos existe, enamorarme de la obra resultó sencillo.
Ahora, pasado más de medio siglo, creo que la elección que de la lectura hice a pesar de mi corta edad, fue la adecuada, por ello cuando Aimara, mi nieta mayor me diga antes de dormir:


“Abuela, léeme algo”, iniciaré la lectura:


“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: “¿Platero?” y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal... Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña... pero fuerte y seco por dentro, como de piedra...

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