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martes, septiembre 07, 2010

Gabriel Fuster: MI PELEA (a.k.a. MEIN BRONKAMPF)

(Texto leído en La República, sitio de reunión DOMUS XX, para leer textos sin censura, y que se halla en Arista en la esq. de la Plazuela de La Campana)

MI PELEA (a.k.a. MEIN BRONKAMPF)
(Cuentos Cortos)
Gabriel Fuster


1
Vida de superdotado.

Tal y como sucede en los lugares que se reconocen solemnes con una placa grabada de bronce, mi estigmatización en frente y manos de un sobrante crucificado llegó siendo un párvulo del cuarto año de primaria, dentro de un colegio religioso, teniendo a los niños como querubines incautos. Colegio mixto, fijado por Dios, quién reconoce tu pregunta pendiente más aprisa que tu brazo alzado. Las horas regladas para la salmodia de la tabla del cuatro y del siete, desde el primer salón hasta el último. Empero, si a cada cosa que hay, un santo compete, el Instituto Rougier hace a un lado los menesteres escolares y suena la gran bocina del homenaje a su patrono fundador, mediante una semana de festejos y misas. Mi maestra, la madre María Teresa López, indica que guardemos un pensamiento, no para la futura primavera, que es de otros, sino para los cuadernos de rayas que las hojas viven y las hace diferentes a los pétalos en la rosa de los vasos funerarios de alabastro. Del gozo más sol que una buena calificación en Ciencias Naturales. Por supuesto, tal gozo es uno y si es nuestro, no lo damos como copia a los otros, por contemplar nuestro gozo. El caso de la ofrenda votiva al homenajeado, sin duda abstrusa al nivel de los niños con las primeras preguntas del sueño, es la tarea de un embalsamamiento pío, de ahincado pío, pío. Félix de Jesús Rougier fue un sacerdote católico, fundador de varios institutos de vida religiosa, sobre el ritmo antiguo que hay en pies descalzos de posición de misionero. Ser y ser lo que se alcanza. Quede dicha guirnalda de pasatiempos infantiles, no obstante, libre de las espesuras de la comparación con la labor en segundo plano de Marcial Maciel, de posición de misionero un poco más en el futuro del presente del juego de enseñar y chupar, pues dentro de cada monaguillo siempre hay un chiquito. Medallas religiosas para el pensamiento ganador. La fiesta de su granado reaviva la competencia hasta se hace engrudo para los mismos ornamentos. En el castigo de las planas repetidas, quiero gozar las letras. Así que se me ocurre dedicar mi pensamiento en verso. Yo no tenía una idea precisa de lo que se trataba escribir un poema, ni siquiera sospechaba que hacerme aplicado, por nupcias calladas con la linda muchacha, la dulce Polly del Toboso, sentada en el pupitre de adelante, mi digno producto entraba en fusión de molde con el Padre Rougier que ha satisfecho a sus exégetas, puesto que sus últimas palabras, antes de expirar, fueron: “Con María todo, sin ella nada”. Nadie sospecha qué tuvo en mente a su fiel mucama. Un verso repite el endeble recurso de morder el aire dentro del infinitivo: “Al Padre Félix Rougier / un aplauso con placer / pues nos dio a conocer / un buen ejemplo con su proceder”. Asimismo, el siguiente verso es una brisa fresca, aunque el atrio abandonado crea un chiflido: “Su amor a la Virgen pura / fue como una locura / desde que era una criatura / la invocaba con ternura”. ¿Qué queda de la página ostentosa? Poca cosa, pero en el dominio de la literatura, tal vez aporto algo mariposa: “Tuvo muchas aventuras / y sufrió torturas con valor / por eso subió a las alturas / muy cerquita del Señor”. Damas y caballeros, mi primer poema escrito, tres coplas de arte menor contando con 9 años de edad, casi diez. Más tarde, hubiera sido otro trabajo intelectual como servicio público. Juega y simplemente, no tengas nada en las manos. Ni siquiera un recuerdo en el alma, que cuando te pongan bajo los mármoles del Partenón, al soltar las flores, nada te caerá.
Un mes después, la madre Margarita Iturbide Macouzet, la directora del plantel, interrumpió en el salón de la madre Teresa para hacer un anuncio, de cara a los alumnos. “¿Adivinen quién es el niño más listo del plantel?”, preguntó y antes de provocar un balbuceo de luz, ella mismo respondió su pregunta. “Gabrielito Fuster”.
Yo, sentado en mi banca al final de la séptima fila, recibo todas las miradas.
No le doy mayor importancia al comentario, pero en días posteriores al anuncio y su sismógrafo que saltaba hecho añicos, cuando ya no pudo registrar las convulsiones que trae encarnar mucho de lo mejor de nuestro complejo de inferioridad, provocan que la Madre Superiora y la Madre Teresa lleguen a un acuerdo entre sí y me conviertan en un papalote que sí hace verano en la poesía, acordados el corazón y el cerebro.
La estrategia es ser acusado ante el Papa y confinarme en Castel Gandolfo, pero no, los muchos martirios seguirán reclamando pruebas y otras pruebas. Por lo consiguiente, se me priva de la hora del recreo y se me pone a elaborar “calaveras”, con motivo del Día de los fieles difuntos.
Yo admito que la primera vez fue un accidente afortunado, e inmediatamente instalo la discordia con la comunión de los Santos, acusando que no existen obras de constante celo inmortal, ni siquiera el cuerpo místico de la vida eterna. Con el tiempo, se nos van muriendo hasta los muertos.
-Tú puedes hacerlo –presiona la monja.
Mentira, el arte no se hace con buenas intenciones, se esclarece a tientas con ideas significativas. A regañadientes termino dieciséis “calaveras” y entonces me es asignada una nueva encomienda. No me tomó mucho tiempo darme cuenta que no volví a tener un recreo ese año lectivo ni el siguiente, al contrario del resto de mis compañeritos de cociente intelectual dentro de la normalidad.
-Ya terminé 100 sonetos con estrambote. Ahora quiero salir a recreo
-No, ahora escribe una novela
Hallando al niño genio, cursando el sexto año de primaria, los representantes de la Secretaría de Educación Pública traían nuevos test psicométricos dentro de sus maletines. Suponemos que era el modo intrínseco de justificar su sueldo y asilo bajo el gobierno de Luis Echeverría, en aquellos intelectuales huyendo de las dictaduras sudamericanas. No sé. Ante la mirada de todos, un clip gigante entra agitado y se enreda con una diestra de escasa suerte. Más aprisa, se sacude el polvo en el palpo breve y delata su olvido con un ojo de reprimenda: “¡Chin, los papeles!”. Se regresa.
Por principio, el mayor problema de una prueba de conocimientos es librarla de la tontería que la caracteriza. Los resultados nunca imponen rangos de calidad. Los que así se estiman, son jactancia de las escuelas, pues, en el año de 1972, funcionan las escuelas particulares, como la mía, donde enseñan madres y otros saberes de provecho. Y existen las escuelas de gobierno, donde se especulaba que era el refugio de los reprobados e indisciplinados. Lo cierto es que los estudiantes de las escuelas públicas eran los más privilegiados, pues los sacaban en excursiones de grupo al museo o a la playa. Los más listos eran premiados con un viaje por la ruta insurgente. Yo replicaba, negando mi origen en la Escuela Cantonal.
-¿No supone usted que la inteligencia es rasgo privativo de la gente blanca, Madre Patria?
-Creo que una tarde de castigo en el salón de piano te hará respetar mis hábitos negros.
-¿Por qué? No puede hacer eso, quiero decir, cuando las clases terminan, el inmueble técnicamente deja de ser una escuela. Es solo un edificio más y, por lo tanto, no puede obligarme a permanecer dentro de sus instalaciones en contra de mi voluntad. Veamos qué opina mi Papá cuando se entere.
-Eso nos produce a Dios y a mí la misma consternación.
Desde entonces, el lugar se reconoce solemnemente con una placa grabada de bronce, por el niño que escapó de los días sin recreo, saltando la barda.

2
La razón por la que odio que miren por encima de mi hombro
.


Lo que vio un contemplador competente en el siglo XVII, respecto del Kantonsschule, es muy distinto de lo que yo veo. La campana anuncia el final del día. Los alumnos vuelven traumatizados a sus casas, con el pensamiento que mañana vendrá otro día más de atender a clases, y luego otro día y otro día y otro día, y así hasta que aprenden a contender su pelea con el sonido de la campana. Por lo pronto, los desfiles del uniforme de guerra cambian las rodillas raspadas por los pantalones largos, donde la fila entraba por la puerta hendida. Las estaciones se hacen y el sexto de Primaria cumplido.
Primer año de secundaria. Me olvidé por donde entré, siguiendo al gracioso que renquea al cargar la mochila. Es por allí, el aula guardando la formación de Stonehenge. En el pizarrón persiste un dibujo que no se arruga desde Altamira, pero no me hace envejecer lo suficiente, para seguir vistiendo un calzón informal del mundo del juego, aunque con una variante más larga llamada “bermudas”. Mis ojos ubican su lugar escogido, detrás de las espaldas con el paracaídas cerrado. Viejas preguntas se abren, otras frases de difícil sombra para apresarme en la hoja de examen. Los nuevos maestros fijan un día especial para ello, pero no lo considero lógico, quiero decir, ¿Cómo suponen que aprenda algo, de alguien que hace más preguntas que yo? Mentira, mentira, se ha comprobado que el aire instaura una ronda de vigilancia con el onanismo de adolescentes. Después de ofrecer sus respetos, uno olvida lo aprendido el día anterior. La razón por la que odio que miren por encima de mi hombro.
Desde que te conoces con un ojo entreabierto al onanismo, sueñas menos. Sin embargo, yo me divertí de lo lindo en esa época de secundaria y bachillerato, escribiendo una docena de canciones sin música ni vergüenza del instante y diseñando las hojas manuscritas como aviones de papel que se unen al encristalado de aves desconocidas, hasta el día que entra al salón el profesor de álgebra elemental. Antes de ese momento brutal, yo suponía que las letras estaban en un lado y los números en otro. Oficio de poeta. Yo sabía toda la aritmética que era necesaria saber, lo mismo que sumar, restar, multiplicar, dividir. Aún hacer quebrados, cortando raciones de pizza. El tipo demuestra que las letras también sirven para hacer operaciones numéricas.
-Muy bien, ¿Cuántos dobleces contiene un avión de papel? ¿Qué distancia recorre? –pregunta Hans Fritz.
Si alguien se pregunta donde retoman su actividad criminal los miembros de ODESSA, es como profesores encubiertos en el Centro de Estudios Cristóbal Colón. Actualmente, nadie sabe el paradero del terrorista Osama Bin Laden tampoco. El tipo ha estado a la vista de todos, permaneciendo a salvo en la portada del célebre libro de Aurelio Baldor, mientras espera llegar a ser más famoso que Mahoma.
Hans Fritz amaba el algebra y los algoritmos. Se notaba por el modo que dibujaba un triangulo y hablaba por largas horas respecto a su base y altura, los ángulos dentro de sus vértices, de sus tres caras, de sus esquinas tocando otros polígonos. Imagino que él halla el Vril dentro de la figura. La substancia antediluviana que permitió a los nazis desarrollar la tecnología de aviación avanzada para alunizar en 1942 y establecer bases secretas en la Luna. Mientras tanto, el teorema de Pitágoras establece que “el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los dos catetos”. “¿Por qué?”, es mi constante pregón al profesor Fritz, pero éste se encuentra tan embelesado en despejar valores, que nomás le falta ponerse a bailar solo.
Lo eficaz es servirse de una calculadora.
En la fiesta de la geometría, vengo a olvidarme de las clases de Español. De hecho, me pregunto cuándo vamos a prescindir de dicha materia. Digo, es estúpido aprender español cuando uno ya lo habla. Al igual que la gente lo habla incansablemente, alrededor mío. El colmo es acuciar las excelencias de una sílaba para obtener una calificación final, siendo el aporte más importante al habla su tremenda variedad de insultos, de todo tipo, todo lugar y todo sexo.
-Tienes un redondo cero, niño genio.
¿Está pedo o qué? ¿Cómo que cero? ¿Qué mi español es tan malo que no me entienda el vendedor de los volovanes? Chinga tu madre, con toda tu puta gramática.
-No, las funciones sintácticas del adverbio son las de complemento circunstancial de la flexión verbal, cuya homonimia estructural es diferente de aquellas siendo núcleo de sintagma adjetivo o atributo del adjetivo y las de cuantificador, grado o complemento adyacente de otro adverbio. Además, tus faltas ortográficas son aberrantes. Por ejemplo, chulo se escribe con ache.
-La gente que conozco no se fijan en detalles. Se dan a entender mediante señas y algo de carcajadas. Y si tienen necesidad de escribirle a alguien, ellos compran una tarjeta de felicitación y la firman.
-Hay gente que se hace autodidacta con tal de averiguar cuál es la primera vocal. Ahora, ponte de rodillas y di ¡Aaaaah!
De igual manera aberrante, ahí tenemos las clases de Lógica.
Si alguien se pregunta donde encubren su actividad criminal los Pederastas de Cristo, es como profesores de tiempo completo en el Centro de Estudios Cristóbal Colón. La materia de Lógica la imparte el Profesor Ignacio Domínguez, quién al mismo tiempo es el temido director de Bachillerato. Se trata de un tipo adusto, entrado en canas. Un cigarrillo siempre al final del brazo que rompe el asentimiento. Más respeto conmigo, dice, relamiéndose el fuego de un bien llevado susto por esa voz alzada cuando el colegio era militarizado, pero yo descubrí que era pura careta. Y les diré por qué.
Un día, las dos terceras partes que abunda el sector masculino de mi salón, es reportado en conjunto durante la clase de Psicología. Una hora más tarde, los castigados forman un grupo compacto dentro de la oficina del director. De pie, humillando la mirada, veintidós alumnos pagan la broma jugada al Padre Constantino, de rociar su asiento con polvo pica-pica, mientras la voz más grave, con un timbre muy obscuro que le caracteriza en el rango de Lugarteniente de los participios, condena nuestra irresponsabilidad.
-Son una vergüenza para sus padres. Al interior del aula, raros son los honores y respeto al esfuerzo que hacen por tenerlos aquí. ¿Saben qué? ¡Lárguense de mi vista! ¡Voy a pensar con detenimiento qué castigo les pongo después!
La puerta de salida parece perder su cuerpo mismo, cuando el tropel de niños sale tan velozmente, que lucen lento. Todos están contentos de pudrirse.
-Fuster, quédate un momento.
Al instante, yo imagino que una carta de expulsión será escrita con tinta simpática. Por largos minutos, el Profesor Domínguez me observa a través de sus lentes metálicos como un pintor dibuja su autorretrato, soñado ya por todas las estatuas.
-¿Por qué te juntas con gente inferior? –rompe el silencio, a no ser juez o fiscal.
-Me siento solo. No hay espacio en este mundo para un niño con un coeficiente intelectual de 220.
-Ay, Fuster, Fuster…
El hombre se levanta de su escritorio y lo rodea. Camina los doce lados del interior y me pasa la manga larga de su guayabera sobre los hombros, enredado en su diáfano monologo. Todo es inesperado y permanente como el mar.
-Hijo, yo tengo tantos planes que te son propicios y pienso que deberíamos vernos como los mejores amigos –alude un tono amable, vigilándome por el rabillo del ojo.
El espanto que sintió el antropoide al dejar de reptar vale por lo que siento por vértigo, cuando su mano me agarra la entrepierna por sorpresa. Debí tener una mueca terrible, donde el pervertido se aparta de golpe y me expulsa de su oficina, entre aspavientos. Así, no se oye el movimiento de mis trancos, aunque mi escapatoria rompe la barrera del sonido.
“¡Pinche puto! ¡Pinche puto!”, es mi sentencia resentida. Tal vez guarde su secreto, tal vez sea el grito del vendedor de naranjas en la esquina: “¡Naranjas! ¡Naranjas!”.
De regreso al paralelepípedo con Hans Fritz. Una mañana, el Oberführer puso un examen. Cuatro ejercicios a resolver en cincuenta y cinco minutos. Apenas contesto uno, desarrollándolo en doce hojas sueltas. La copiosa papelería pasa de un cuadrado diagonal a un tangrama chino, pero basta para colmar las más desmesuradas apetencias de un investigador serio. Cuatro días después, Hans Fritz entrega resultados. El número 2 de calificación adorna la hoja de enfrente con vivo rojo, seguido de la apretada escritura con su puño y letra del modesto comentario “respuesta correcta”.
-Quisiera que me explique mi calificación, señor.
-Estás reprobado
-Me doy cuenta, pero su anotación me desconcierta
-Quiere decir que la solución es correcta, pero el borrador tres veces escrito y abandonado me permite suponer artimañas ulteriores.
-¿Por qué?
-Simple envidia. He seguido paso a paso tus apuntes llenos de sorpresas y concluyo que eres un niño genio
-Gracias
-Por otro lado, no tenías necesidad de malgastar una hoja extra para desarrollarlo, si tan solo hubieras leído tu libro de Baldor.
-No me gusta leer el libro. Además, me percaté que el tutorial de la geometría utiliza el conocimiento secreto de los bosques para levantar un campamento, que aprendí de los scouts. En este sentido, mi condecoración de caballero Águila avala el entrenamiento para agudizar la orientación mediante las estrellas, que lo aburre en mi examen.
-No, si acaso hubieras memorizado las ecuaciones del libro, hubieras entregado un resultado limpio como todos. Me pusiste a trabajar de más, Fuster.
-En ningún momento copié mi respuesta.
-Estoy seguro de ello. No desaproveches ese cerebro tuyo. Mira al futuro.
-Sí
-¿Qué deseas del futuro?
-No mucho
-¿No eres ambicioso?
-No
-Tienes razón, podrías ser abogado
Guardo silencio, pero presiento que todo este asunto no termina. Al año siguiente, toca la traza para la asignatura de Cálculo, que según los egipcios unía todas las cosas. Allí, está Hans Fritz abriéndose paso entre las integrales y las diferenciales. La pregunta necesaria es ¿Qué libro vamos a tomar para este curso? Sin mediar explicaciones, Fritz escribe “Newton” en el pizarrón, pero al girar el cuerpo con dirección a mi pupitre, da una advertencia general, mientras se sacude el polvo del gis con dos aplausos.
-El compañero Fuster no necesita de alguno.

3
La inteligencia es militar.


En 1987, Jaime Velásquez llega a la vida cultural del puerto. A partir de ese momento, da indicaciones precisas sobre la manera de abandonar la invisibilidad que encarna mucho la provincia. Pronto fuimos sus amigos, con gran entendimiento de su parte para disculpar nuestro ocio artístico al nivel del mar. Lo veíamos con frecuencia en la casa museo Salvador Díaz Mirón, siendo que vive en varios libros al mismo tiempo. Cordial como nadie sabe serlo más generosamente con los que escriben un epigrama rapidísimo, recomienda que las cuartillas contengan 60 golpes por línea y 26 líneas de extensión. Inéditos sentidos se derivan en premios literarios a partir que le escuchamos.
Jaime Velásquez comprobó que pertenecemos a algo más que una circunscrita geografía y por eso señala las misteriosas cien puertas de la ciudad. Al personificar el funcionario aprisionado, observa que los pensadores del Ateneo Veracruzano no son de la familia de los artistas bohemios, de Grupo RAC y la Mesa Redonda Panamericana de Veracruz. Los primeros se comprometen con su espacio, al punto de sufrir claustrofobia y las aciagas consecuencias de los siete durmientes de Éfeso. Los segundos no quieren estar encerrados en el mismo cuarto, al lado de sus cerebros. El puerto requiere mucho más que tal simplificación en grupos. El primer cambio es la adición de otro astrolabio, esférico y blanco, lleno de consecuencias como un huevo suspendido por dedos curiosos. Cabe otra esperanza, la de apresurar la batucada en la siguiente carnavalada.
Seguro, escribir es un verbo transitivo y al exterior de la Casa Museo, hay una circulación de escribanos, periodistas, secretarias y estudiantes como pululan moscas y mosquitos. Para el buen Jaime es hora de convocarlos por su peso cualitativo y su novedad, a que confluyan en un taller literario.
Y esto se logra, sobre términos muy fijos de percepción: La mesa se hacía grande y alegre con otros escritores. En plena literatura, se juntan narradores, poetas y ensayistas críticos, excepto los dramaturgos. ¡Ah, dramaturgos! ¡Ellos viajan por el mundo entero y todo lo que prefieren observar, es un espejo! ¡Maldita sea, no! Sin darnos cuenta o complacidos por el canibalismo local, los talleres literarios fallan al catar y descubrir las obras del ingenio y necesidad prometeica. Nuestra pluma, que la entendemos mortífera, la arrojamos como un dardo al colega y se corrompe la creación para acendrar lo propio. ¿Cómo explicarse de otro modo el alejamiento eventual de los participantes, cada sábado?
-No me gusta –dice Arturo García Niño, quién encabeza el secreto de la humillación primera en la mesa de cuento.
-A mí me gustan todos los relatos de Fuster, aunque me gusta más él -contradice el compañero Feliciano Aguayo del Hoyo, quien nunca tiene una reprimenda para nadie.
Bueno, por algo echaron abajo la iglesia de Sartre. Depende de quién es la subjetividad. El “me gusta” de Octavio Paz no es el mismo “me gusta” de la señora López, lo que propicia que la Metafísica de Aristóteles parezca un tatetí malintencionado. Afortunadamente, yo presumo la mención honorifica que me dio Paz, desde la ocasión que presidio el jurado del primer concurso de Haiku en español.
Así, el primer sábado de actividad, corresponden 32 integrantes por igual, a las tres mesas de trabajo. El sábado siguiente, los participantes dentro de la mesa de cuento, se dan cuenta que es puro cuento y la concurrencia disminuye a la mitad, para desertar luego a las filas de Poesía, con Nacho García, o las filas de Ensayo, con Manuel Salinas. Una semana después, el entusiasmo en decadencia apenas junta a cinco participantes, en la siguiente reunión. Al final del mes, ya no es la mesa de cuento sino la mesa de disección, pues quedaba yo, quien aguantó la repulsión del instructor el resto del año, a pesar de una entrega inédita, cada clase. Se me dice que mi punto de vista no tiene ni pies ni cabeza. Yo insisto que se me puede leer como a Cortázar, abriendo sus obras por cualquier parte. Nuevamente soy reducido a escarabajo pelotero. No, la resistencia a los obstáculos estimula el vuelo, como el aire a la paloma de Da Vinci. Al final, consigo 52 cuentos poderosos, suficientes para publicar mi primer libro.
-Necesitas muchas lecturas
-Seguro, mi credencial de elector me quita las trabas.
-Gracias, no me quedan muchos genios con los que puedo hablar idioteces y que no me dé pena.
-En la primaria, solía leer mucho y deprisa, culpa de saber el alfabeto con demasiada anticipación a Plaza Sésamo. Todo esto, esperando por la programación del Canal 5, vía repetidora en Las Lajas. Entonces, un curso de alfabetización precedía al horario de las caricaturas. Así, al entrar en primer grado, mi excusa atenuó el rigor con la Señorita Ortiz, una solterona de 65 años, cuyo método de enseñanza era muy estricto. Todos los días, ella dibujaba una letra del abecedario con un grueso plumón negro en tu cuaderno y te pedía que repasaras el signo gráfico con un dedo. El preciso día que nos disponíamos a aprender la letra M, la maestra cayó muerta a mitad del salón debido a su avanzada edad y las clases se suspendieron indefinidamente. En consecuencia, el grupo fue incapaz de aprender la segunda mitad del alfabeto, resultando un misterio todo lo que existe después de la letra M. Por ello, palabras como Renacimiento, Reforma, Revolución, provoca que no tenga una idea de lo que muchas lecturas están hablando. A partir del cuarto grado, el descubrimiento de las niñas me ha ocupado en otros menesteres menos teóricos.
-Entiendo. Sin embargo, tu cuento del hombre que vive dentro de un cajero automático me parece carente de relato, es decir, de sentido común. El tipo de originalidad que abomino.
-Se me ocurre un giro inesperado: el hombre se muda a una ballena.
-Chécatelo que no lo haya usado Maupassant o Borges.
Todos estos testimonios facetados, por supuesto, nos preparan para la necesaria predica de la primera publicación. Esto significa que tú has trascendido del terreno de la patraña a la realidad. Patraña es la vida donde un observador no precavido, termina secuestrado por un ovni y llevado lejos. Realidad es saber que todo lo que se sumerge, vuelve a salir a flote.
Si, luego de 28 años entreteniendo a tus amigos con aventuras imaginarias a cinco sonrisas, luego de 28 años engañando a tus familiares que padeces trastorno de Asperger, luego de 28 años de postergar tus antojos, mientras aumentan tus obligaciones, ¿Es necesario demorar tu primer libro palpable? O puesto en palabras de Juana de Arco, cuando le fue dada autoridad sobre el ejercito del Rey: “¡Ooh La La!”.
Mi primer libro se tituló “Salmón”. Contiene 15 cuentos que bien pueden pasar por actualizaciones de las mejores leyendas de la región, como son los túneles secretos de Veracruz y la casa de la condesa de Malibrán, los mitos de la Mulata de Córdoba, Chucho el roto, el perro prieto, el Callejón del diamante y la guía astrológica de Los Flammers. Asimismo, mis lectores encuentran que salmón es el animalito que nada contra corriente. Nada más cierto que un chiste privado. El titulo es, a fin de cuentas, el nombre de una calle donde debió haber terminado un asunto a tiempo. Y los cuentos son amenazas a la musa. Chingada madre, toda vez revelado el secreto, el telón de fondo no me hace sentir mejor, pues suficiente evidencia material da paso para que los vecinos de Costa de Oro se vean compelidos a demandarme por daños y perjuicios ante el Juzgado segundo. Cosa que no tiene sentido jurídico porque yo no tengo dinero ni bienes propios para embargar y los mejores abogados estarían perdonando la burla intentado demandar a Gabriel Fuster, padre. Aunque se le invite a que salga de su coma. Hoy, estoy a mano con la vida y el lugar común del libro se cumple: Tirar la hueva es mi debilidad, como indica tan claramente el pasaje de erudición al principio de la lectura, que en gran porcentaje de sus versiones, siempre es algo positivo.
Otro ejemplo, “La Banda de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta” es el octavo disco de estudio de la banda inglesa de Los Beatles. En lugar de un ejercicio de psicodelia y habitual rock and roll, John Lennon y Paul McCartney basaron sus canciones en la inspiración que hallaron con los objetos mundanos a su alcance: Una caja de Corn Flakes, un poster de circo que databa del siglo XIX, noticias sueltas de un periódico y pegadas en un collage, un dibujo infantil con crayolas, un paseo con tu perro. Y sin embargo, la crítica cita el disco como una obra maestra y clasifica sus selecciones entre los apotegmas más influyentes de todos los tiempos. Por si fuera poco, la mafia mediática va proclamando su deseo de llevarlo al cine, bajo el título “El gabinete del Doctor Pepper”. Una lata es una lata es una lata. Finalmente, un filósofo oriental es capaz de suspender el pensamiento y callar largo rato, sin meter las manos.
Eso, sí es ser inteligente.

4
Yo, mi propio enemigo.


Para el momento que empecé a publicar regularmente, la literatura cambió de manos. Octavio Paz obtuvo el Premio Nobel y la Piedra del Sol cunde en su arrebatada riqueza poética. Quien intentase repetir formas precolombinas hubiese sido tomado por minúsculo académico, como el alto número de personas que mueren aplastadas por un piano.
Mi segundo libro se tituló “Tú también estás feo” y trataba sobre una selección de poemas. Verán, en ese tiempo proliferaban los poetas. Con la bendición de Sabines, cualquier simple desvelado era llamado poeta. Nombres como Jesús Garrido, Fernando Ruiz Granados, Juan Joaquín Pereztejada, lo hicieron un poco mejor, empezaron a bajar a balonazos los poemas. Mientras tanto, yo solía reservar los lugares elevados para poner las antenas de televisión y me decía a mi mismo: “Mi mismo, ¿será un poema lo que tengo en la punta de la lengua ahora?”
En la vida cotidiana, Guillermo Samperio presidía la CNL del Instituto Nacional de Bellas Artes y Jaime Velásquez impresiona al amigo procedente de la capital, aportando los nombres de la fama provinciana. Ciertamente, lo que se dice entre poetas siempre está alterado. Por discreción de Guillermo Samperio, que fue la discreción misma del cuarto tarro de cerveza, seis escritores de Veracruz somos invitados a dar un recital en la Sala Manuel M. Ponce.
Yo volé a México, por mi cuenta.
Antes, hice una visita relámpago a Librería Gandhi.
Allí tuve mi segunda aproximación con la élite de Estocolmo. Mientras hacía fila para pagar mis libros, delante de mí tomaba su turno un individuo con fachas de vaquero de rodeo, que de no tener ese color local, hubiera pasado por un árabe sin la vista de los camellos, lo mismo que Mahoma. Los libros que estaba adquiriendo eran más lujos que los míos. Al instante que el tipo giró cuarenta y cinco grados, su rostro se me hizo familiar. Mi cabeza me grita: “¡Es García Márquez!”. Pero yo contradigo: “No puede ser, amigo. Nadie le tira un pedo”. Mientras se llevaba a cabo esta discusión bizantina, un par de chicas se acercaron a Gabo, para pedirle su autógrafo. Yo me pude percatar que el tipo se puso a dibujar florecitas en lugar de firmar una dedicatoria. Mi yo interno insiste: “¡Pídele un autógrafo también!”. Pero la voz de mi conciencia se impone: “Negativo, no lo voy a hacer creer, si bien le expreso mi simpatía por ser tocayo. Además, yo soy el invitado de honor”. En postdata, el tipo sale de la tienda y se va en un auto coupé convertible, color plata, evitando atropellar a Narciso ciego por unos centímetros.
En la Sala Manuel M. Ponce donde habría de llevarse a cabo el recital, la asistencia es buena. Recapacito que no estoy en Veracruz.
Yo visto de traje y corbata. Me veo bien. Luzco como un poeta profesional y Samperio me presenta: “Damas y caballeros, me enorgullece presentarles a un nuevo valor en ascenso, a un poeta vanguardista en la mejor tradición de Maples Arce, con ustedes Gabriel Fuster”.
Las 128 personas en la sala, aplauden.
Yo inicio mi lectura, que supone un programa de cuarenta minutos y un par de geometrías mentales, para balbucirla toda en escasos ocho minutos. No hay más aplausos. Por supuesto, ni siquiera dejé espacio entre las islas de silabas a la deriva para los aplausos. Mientras recitaba mis poemas, el pobre auditorio no pudo reconocer un solo verso porque en realidad estaba dando un discurso. Una cancioncilla frente a los huracanes hubiera resistido más. En el lenguaje de los centauros, no me quedan sino medias palabras, tales como: “Gracias y buenas noches”.
Doblando la esquina, me encaminé al Samborn´s más cercano y me senté a cavilar.
Guillermo Samperio se presenta al lugar. Al tenerlo a mi lado, yo cruzo mu brazos sobre el pecho y sin darle la cara le explico, antes de que pudiera decirme cualquier cosa.
-Maestro, estoy muy apenado por lo que pasó esta noche y lamento haberlo dejado mal a usted y decepcionado al amigo Jaime. Me niego a aceptar una beca por parte de la coordinación que usted dirige.
-Me parece muy bien, porque eres una cagada
-Tan pronto le pida el dinero a mi papá, se lo haré llegar para compensar el boleto de avión y el hospedaje que generosamente recibí. Ante la deuda de honor que cubre la bienvenida al hogar, regreso a la universidad a terminar mis estudios de abogado.
-Olvídate del dinero. Siento mayor pena que tu papá tenga un hijo tan pendejo.
-Nuevamente le agradezco la oportunidad brindada y le juro que nunca más sabrá de mí, voy a desaparecer de las letras.
-¿Me harías un favor antes de desaparecer?
-Seguro, maestro
-Cuando regreses a Veracruz, busca Gabriel Fuster y dile que se presente a dar lectura a sus poemas. No entiendo porque te mando en su lugar. Como dice Kafka, si la cucaracha ya no puede caminar, ¿Necesariamente le das un raid? ¿Quién conoce la mente de los poetas? Ahora, lárgate y tráeme a Gabriel Fuster de vuelta.
En lugar de tomar un taxi al aeropuerto, me regreso a Bellas Artes.
Subo las escaleras diseñadas por Adamo Boari y Federico Mariscal. El público permanece en el mismo lugar, sentado. Nadie me presta atención, cada cual ante su reloj.
Guillermo Samperio anuncia: “Damas y caballeros, Gabriel Fuster”
Así nomas, Gabriel Fuster. Nada de poeta, edificio verbal, torre de canto y signos premonitorios, pararrayos de la doctrina y las convenciones vigentes. Ni obelisco de la inteligencia, influyente Becario del Fondo Nacional, ruega por nosotros. El orgullo se lastima. ¿Gabriel Fuster a secas? Yo podía haberlo dicho mejor, luego empiezo a protestar camino al micrófono.
-¿Qué pasó con la parte de poeta vanguardista en la mejor tradición de Maples Arce?
Y la gente se recobra de su letargo porque supone que es parte de una improvisación dramática. A lo que Guillermo añade: “No hace falta, a menos que la telepatía haya pasado de moda”.
La sala rompe a carcajadas.
Comúnmente, esto significaría el fracaso para cualquier escritor común, pero para mí significó establecer una separación entre los dos enemigos dentro de mi cabeza y empecé a leer mis poemas, como parte de la multitud.
En la transitada Avenida Hidalgo, un coupé convertible frena de golpe. “¡Hey, eres tú, de nuevo!”, exclama el conductor con facha de Coronel que no tiene quien le escriba en cien años de soledad. Antes de que pueda soltarle un bostezo, él baja la vista a mi paquete de libros y apunta con su dedo. “Te compro tres ejemplares, si prometes nunca más publicar otro”.
El pinche mandando al paje. Mándalo a freír espárragos.
Según el texto de Historia Anglorum, el Rey Canuto ordena que el mar retroceda y en respuesta sufre un baño. Culto al Yo, imperialismo de lo privado, ética del retraimiento, dictadura de la subjetividad. Sí, cuatro excusas para mirar las cosas desde otro lugar. Demasiado tarde, tuvieron que darse cuenta que Mein Bronkampf del todo no es humana.

2 comentarios:

Belasko dijo...

Fuster es de los imprescindibles porteños de voz universal, dotado de gran memoria surrealista, descargando gran sinapsis en nuestro ser.

LuzdelAlba Belasko
París

Anónimo dijo...

FELICIDADES GABRIEL POR TU TRAYECTORIA LITERARIA.
LEI EN EL PERIODICO LA RESEÑA DE LA PUBLICACION DE POLO CLUB.

POR CIERTO, YA ESTAN A LA VENTA LAS PLACAS DE COBRE PARA EXALUMNOS EN EL ROUGIER. ANIMATE A COMPRAR UNA.

SALUDOS.
LOURDES FRANYUTI.