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martes, mayo 03, 2011

Ernesto Sabato: HASTA LUEGO ...

El escritor Ernesto Sábato, Premio Cervantes de Literatura y uno de los grandes autores argentinos del siglo XX, que quería ser recordado como "un cascarrabias pero buen tipo", murió el sábado a los 99 años en su casa de Santos Lugares, provincia de Buenos Aires.
"Hace pocas horas murió mi padre, sé que todos ustedes comparten la tristeza que sentimos en la familia. Porque mi padre no nos pertenecía sólo a nosotros", dijo su hijo, el cineasta Mario Sábato.
"Mi padre dijo: 'Cuando me muera quiero que me velen acá, para que la gente del barrio pueda acompañarme en este viaje final y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias pero en el fondo un buen tipo", recordó Mario Sábato, con la voz quebrada, en la puerta de la casa de su padre.


Cuando lo conocí casi fue una catástrofe. El tenía una pequeña máquina de escribir de color gris adosada a su escritorio. No estaba sobre el escritorio, sino un poquito mas abajo, ajustada al mueble por dos barritas de metal.

Me senté, y el sillón estaba un poco vencido, y casi me caí hacia atrás, pero levantando mucho las piernas hacia adelante. Golpeé su máquina, que no se cayó ni se rompió gracias al cielo. Pero la golpeé con la punta del zapato. Me gritó : "¡Usted es un demente!" Enmudecí.    

Pero enseguida le dije como si yo estuviera realmente loco. "No, lo que pasa es que quería comentar con usted un verso de Homero Manzi...." Vi que detrás de los anteojos se le iluminaron los ojos. Y entonces me animé, y recité el verso: "El último organito se perderá en la nada, y el alma del suburbio se quedará sin voz" "¿No le parece que es verdad?".    

Esperó un instante y enseguida me dijo, exagerando ya, y mostrando la generosidad que siempre tuvo conmigo: "Usted va a ser escritor". Y yo partí como predestinado y agradecido.     

Me acompañaba un periodista amigo. Escribíamos juntos, en tiempos de la dictadura, un libro que nunca salió. Se iba a llamar "Reportaje a la Conciencia Crítica Nacional". Entrevistábamos a personas que criticaban al Proceso. Sabato lo hacía.

Es cierto lo de aquel famoso almuerzo con Videla, al que también fue Borges. Es verdad, sí. Pero también es verdad que Ernesto fue de los primeros en denunciar las desapariciones y toda aquella locura.     

Tenía un mueble, en ese estudio vidriado, que daba al fondo arbolado de su casa. Un armarito vertical con cajoncitos blancos. Adentro de uno guardaba un sobre, con los artículos tempranos publicados por él en diversos diarios del mundo, escribiendo sobre la tragedia que se desarrollaba. Recuerdo que los tenía guardados en un sobre papel madera con una etiqueta blanca en la que se leía: "Para mi defensa".     
Lo visité durante años. A veces me llamaba a las 6 de la mañana y con voz imperativa me invitaba a su casa, o, mas bien, me ordenaba visitarlo : "Tengo algo terrible que discutir ya con usted". Allí iba yo. En general, se trataba de considerar conmigo alguna afección que él creía percibir en su perro Roque, un ovejero paciente y fiel, o simplemente; nada y sólo conversar. Y nada más.

El Nunca Más, la Biblia de los Derechos Humanos. Por Norma Morandini

Las nuevas generaciones actualizan las preguntas que increpan a la Historia y se agregan al repertorio que ya existe como legado. De modo que el libro "NUNCA MAS" debe ser visto como lo que es: un documento histórico, casi la Biblia de lo que nos pasó. De la misma manera que la Biblia no se rescribe sino que se reinterpreta al calor y el color de las contingencias, es que debiéramos ser respetuosos con aquellos que vencieron su propio miedo y, cuando pocos en el país se animaban siquiera a querer saber, abrieron esa caja de Pandora para que se desparramaran entre nosotros todos los males del mundo.
"Descendí a los infiernos", decía Ernesto Sabato en todos los idiomas.
Fue el "NUNCA MAS" el que sirvió como base para acusar en un juicio sumario a las Juntas Militares, pero sobre todo fue el informe que desmontó el sistema de terror que hizo de la desaparición de personas una estrategia deliberada para evitar las pruebas a la hora de los juicios en los tribunales. Cuando, en realidad, la ausencia de cadáveres ya es la prueba irrefutable de que en nuestro país la represión fue clandestina. Una verdad que cumple con la sentencia de la filósofa alemana Hannah Arendt:
"Las verdades históricas no son verdades en sentido propio, y por más probadas que estén, tanto su facticidad como su demostración son contingentes: la demostración sigue siendo de naturaleza histórica. Las verdades históricas son sólo verdaderas, es decir, universalmente convincentes y vinculantes si son confirmadas por las verdades de la razón. De este modo, ha de ser la razón la que ha de decidir sobre la necesidad de una revelación, y por ende sobre la historia".
Qué razón existe para modificar el prólogo del "NUNCA MAS" cuando, en realidad, la necesidad histórica nos exige corregir la cultura autoritaria legada por el terror e incorporar como cultura una verdad sencilla e irrefutable: el único que puede violar los derechos humanos es aquel que debe garantizarlos. O sea: el Estado.
Si la política es una fusión de la sociedad que expresa la acción, el pensamiento y el discurso, la revisión del pasado se hizo en los tribunales, casi a espaldas de la restauración democrática. Cuando las palabras políticas han sido vaciadas porque no expresan a la sociedad y por eso se muestran inservibles, suelen pedirse prestadas a otros ámbitos de lo humano. Y la religión es siempre una gran tentación. Nada revela mejor la impotencia política frente a las monstruosidades que comenzaban a ver la luz que la metáfora bíblica, los dos demonios con los que fue simplificada la estrategia de pacificación del primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín. Un falso enunciado que desvirtuó la revisión del pasado de terror y marcó el inicio de la brecha entre la política y la sociedad, porque, hoy lo sabemos, el gran cadáver que nos dejo la dictadura fue la política.
El mismo Estado que ocultó la información burocrática de la represión, en la restauración democrática no oficializó una memoria colectiva. De la misma forma que la tortura no hizo diferencias partidarias ni ideológicas, la democracia debiera cobijar bajo un mismo paraguas a los que fueron haciendo el camino de la libertad, que es plural y no se mide por el número de muertos de cada partido. La insurgencia guerrillera cometió delitos que el Estado debiera haber castigado garantizando juicios justos y no convirtiéndose en verdugo. El demonio es sólo uno: la violencia como forma de resolver las diferencias. Y si la guerra fue tan cara a la insurgencia guerrillera como a los jerarcas militares, la equiparación lleva a otro equívoco, suponer que hay guerras limpias, justas o sucias. El pasado quedó en manos de la justicia, pero se eludió el debate político sobre las causas del desquicio. Y eso es lo que falta. No modificar un documento histórico que ya en su prólogo advierte sobre las condiciones políticas de esa época. Si aún el pasado provoca ira o temor, por qué borrar en un texto lo que es, en sí misma, una prueba de la presión militar sobre el primer gobierno civil. Las nuevas generaciones corrigen la historia, como vemos hoy, que se han puesto en duda los textos que educaron a varias generaciones de argentinos por haber sido textos hechos a la medida de los vencedores, con próceres congelados en el bronce.
Modificar el prólogo del "NUNCA MAS" es como reinventar el Génesis de la democracia, sin la generosidad histórica que merecen aquellos que hicieron lo que se podía frente a un poder militar humillado pero amenazante. A pesar de esas limitaciones, sentaron en el banco de los acusados a los jerarcas de la ultima dictadura. Eso es el "NUNCA MAS": un testimonio de ese esfuerzo y coraje, un documento testimonial de la peor época de la historia contemporánea.
*Norma Morandini es escritora-periodista, senadora por Córdoba.  Texto escrito como fundamento para rechazar la modificación del prólogo del NUNCA MAS en 2006, Tercer Aniversario del Golpe Militar de 1976
El proyecto de repudio fue firmado. Además, por los diputados Claudio Lozano, Emilio Garcia Mendez y Pedro Azcoiti.

Profeta a la medida de su tiempo
Como aquellos mensajeros bíblicos, el fuego de sus palabras desnudaba la hipocresía.

POR JUSTO LAGUNA - EX OBISPO

 

Hace unos años comparé al escritor Ernesto Sabato con los profetas bíblicos. La sorpresa de quienes escuchaban me obligó a recordarles su significado primigenio. Dije que no cometieran el error de limitar la excepcionalidad de los profetas a la adivinanza del futuro. Este don era el menos importante y ni siquiera quedó registrado en la obra de muchos profetas.     

Quienes formularon anuncios sobre el porvenir, lo hicieron en relación a hechos distantes, siempre vinculados con premios y castigos a la conducta social o la promesa de una conclusión feliz del drama cósmico: no se referían a episodios individuales o de corta proyección como suelen hacerlo brujos y adivinos de toda laya.     

El cristianismo focalizó con mayor énfasis los versículos que anunciaban al Mesías, para hacer comprensible la misión de Jesús y enhebrar firmemente la Torá con el flamante Evangelio, pero no cercenó de los profetas su dimensión ejemplar, ética e iluminadora.

Los profetas constituyeron un fenómeno sin paralelo en el mundo antiguo. Eran personalidades originales y vigorosas que irrumpían en la sociedad como un ventarrón, con el propósito de transmitir mensajes de alto voltaje público. Su lengua producía desconcierto porque emitía conceptos de una claridad y fuerza extraordinarias. Denunciaban inequidades y corregían perversiones. Ponían en riesgo la propia vida, porque no se arredraban ni ante el poder del Palacio ni del Templo. Afirmaban que por su boca hablaba el mismo Dios y, en efecto, sus mensajes daban la impresión de haber sido generados en un ámbito sobrenatural, sagrado. Se dirigían con idéntica eficacia tanto a una multitud de siervos como a un grupo de príncipes o una columna de sacerdotes. Jamás incurrían en dobleces ni engañifas; eran frontales, descarnados. El fuego de sus palabras desnudaba la hipocresía, la codicia, la arrogancia, la injusticia, el abuso. Hacían temblar la espada y el altar. Nada menos. No exigían recompensa. Luego de cumplida su misión se retraían a los oscuros sitios de los que habían brotado. Algunos se marchaban al desierto, donde podían reestablecer su vínculo con la inmensidad de donde provienen todas las cosas.

En aquella ocasión opiné que Sabato tenía rasgos que lo emparentaban con esos profetas. En efecto, no le importaba adivinar el futuro, sino esclarecer el presente. Escribió y habló en momentos difíciles, bajo riesgo de su vida, con el mismo estilo que cuando imperaba mayor seguridad. Denunció la miseria de ciertos hombres y tuvo generosidad al reconocer la virtud de otros. No ha cedido a las seducciones de la izquierda sectaria ni a la derecha insensible. En vez, ha roturado el surco hondo de un discurso propio, reconocible, límpido, en el que demolía los disparates de ambos extremos. También se parecía a los profetas porque mostró probidad en la confección de sus textos. No era un escritor caudaloso, porque eligió callar cuando no tenía algo preciso y rotundo para decir. Ha publicado sólo cuando sus escritos le parecieron maduros para la difusión. Igual que los profetas, sólo se manifestó cuando la voz interior le exigió salir de su persona y llegar a los demás. En los interregnos callaba, sumido en la calidez de su casa suburbana Santos Lugares, como si fuese una colina bíblica desde donde podía reconectarse con la inmensidad. Don Ernesto Sabato, qué duda cabe, se ha convertido en un referente moral de la última mitad del siglo XX.


La fuerza vital del pesimismo



30/04/11 - 13:34
Por Eduardo Longoni
Fueron casi tres años de encuentros con la excusa de fotografiarlo. Fueron cientos, tal vez miles, las imágenes que capturé de Sabato con mi cámara. Sin embargo, hay una imagen que siempre se reiteraba. Cuando llegaba a su casa, casi de madrugada, Sabato estaba sentado siempre en la misma silla, tomándose la cabeza, casi dañándose la frente con sus manos, una luz tenue empezaba a chorrearle la espalda y el silencio era apenas quebrado por un ligero quejido: era una imagen casi fantasmal. Para mí, ése era Sabato en estado natural. Y desde allí partían los otros, el del humor negro, el pesimista rezongón, el escritor que se desangraba en cada página o el pintor que rasgaba la tela casi con furia.    

Sabato era uno de esos tipos que transitan por la vida en carne viva, un tipo cotidianamente frágil, al que un llamado telefónico de un vecino con un problema trivial le amargaba el resto del día. Pero en rigor, cuando se ponía en movimiento tenía una fuerza arrolladora. En esos tiempos, durante nuestras recorridas periódicas por Santos Lugares, por la Boca y Barracas o por el Parque Lezama, su nostalgia le cerraba casi la garganta. Lo emocionaba volver a aquellos sitios, después de años. Parecía ilusionarse con la posibilidad de que desde atrás de algún árbol o lo que quedaba de la estatua de Ceres, lo sorprendieran de nuevo Alejandra y Martín. Aquellos deliciosos y torturados personajes de sus novelas, que formaron parte de sus fantasías y de sus más atroces pesadillas. Y cuando parecía definitivamente quebrado, desde su faceta más trágica renacía de nuevo.    

Con Sabato me di cuenta de la fuerza vital del pesimismo, leerlo o hablar con él daba la posibilidad de tocar fondo, pero se trataba de ese fondo que se convierte en punto de partida, no en final; en vida, no en muerte.

BIBLIOGRAFÍA DE SABATO

11 - 10:25
Novelas

El túnel (1948)
Sobre héroes y tumbas (1961)
Abaddón el exterminador (1974)

Ensayos

Uno y el universo (1945, junto a Ben Molar y Julio de Caro)
Hombres y engranajes (1951)
Heterodoxia (1953)
El caso Sabato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu (1956)
El otro rostro del peronismo (1956)
El escritor y sus fantasmas (1963)
Tango, discusión y clave (1963)
Romance de la muerte de Juan Lavalle. Cantar de Gesta (1966)
Significado de Pedro Henríquez Ureña (1967)
Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968)
La cultura en la encrucijada nacional (1973)
Diálogos con Jorge Luis Borges (1976)
Apologías y rechazos (1979)
Los libros y su misión en la liberación e integración de la América Latina (1979)
Entre la letra y la sangre (1988)
Antes del Fin (1998)
La Resistencia (2000)
España en los diarios de mi vejez (2004)

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