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sábado, octubre 25, 2008

Gabriel Fuster: Capturando a Monsreal, autor intelectual


Texto de presentación al libro LA BANDA DE LOS ENANOS CALVOS de Agustín Monsreal, el 8 de octubre de 2008, con sede en la Centro Cultural de Boca del Río, Ver.


CAPTURANDO A MONSREAL, AUTOR INTELECTUAL.

Muchos escritores –como Víctor Hugo o el propio Cervantes- escribieron trabajos extensos. Yo he disfrutado estos libros voluminosos, especialmente en su adaptación al cine, pero prefiero las historias cortas. Las historias cortas son como los viajes cortos, que también tienen un principio, un sentido y un final, y lo mejor, a caballo corredor, muy corto tiempo. Las historias cortas tratan cualquier cosa que puedes hacer un detalle exorbitante dentro de tu corta vida, aún de cortos alcances. Ruyard Kipling escribió sobre el hombre que pudo ser rey y su corte es precisamente mi juego de palabras.
Las historias cortas no necesariamente son cortas de palabras, pero definitivamente son un alivio de lecturas entre “Ivanhoe” y los siete volúmenes de “En busca del tiempo perdido” o ante cualquier novela de 1,600 páginas con Viktor Shklovsky, quien continúa escribiendo agotadores y fríos viajes sentimentales en la mejor tradición de los narradores rusos. Todo el mundo pide un respiro después de un primer capítulo de prolongada estética sobre el proceso de percepción y comprensión. Cuando estás frente a un primer capítulo monumental de ciento cuatro páginas que sólo incumbe a los rusos o la mera introducción anónima de treinta y cinco páginas sobre “La problemática de fragmentación e integración en los trabajos de prosa de Jean Jouve”, entonces tú necesitas algo para reír, algo para balancear en tu mano contra un par de tomos tan pesados, algo escrito de un modo que no sientas ser un entrometido en medio de una conversación displicente (especialmente si vistes de pantalón corto). Simplemente deseas saber buenas historias cortas.
La otra razón por la que adoro las historias cortas es porque yo las escribo también y las disfrutan mis lectores de corta memoria por corto tiempo.
La línea recta es el camino más corto entre dos puntos, pero no siempre el más atractivo. Por ello, envidio la prosa de Agustín Monsreal, con su preciso acento para cruzar la frontera coloquial y la oportunidad que se le presenta para poner títulos confiados como “La banda de los enanos calvos” o “Los hermanos menores de los pigmeos”, sin que ninguna persona de corta estatura se sienta aludida. Aunque Agustín Monsreal en vivo les disertará mejor sobre el tema.
Espero les guste esta presentación por corta.
No es cierto, la narrativa es un juego nuevo. Más lirismo dentro de lo dramático, luego debemos mayor patetismo a los temas, lo que me provoca leer para ustedes la siguiente comparecencia dentro de la declaración ministerial de última hora, a manera de ficha literaria.
Autodidacta, Agustín Monsreal obtuvo en 1978 el Premio Nacional de Cuento de San Luis Potosí con el libro Los ángeles enfermos. En 1982 fue galardonado en el XIV Certamen Nacional de Periodismo por su columna Tachas del periódico Excélsior. En 1987 obtuvo el Premio Antonio Mediz Bolio con el libro La banda de los enanos calvos. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores en el periodo 1971-72, y de 1994 a 2000 fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Por su trayectoria literaria recibió el Premio Antonio Mediz Bolio en 1996. En 1999 fue distinguido con la Medalla Yucatán, máximo reconocimiento que otorga el gobierno del Estado. En Mérida, su ciudad natal, se instituyó desde 1995 el Premio de Cuento Agustín Monsreal. Entre las obras más recientes de Monsreal se encuentran Las terrazas del purgatorio (1998) y Tercia de ases, editada por el Fondo de Cultura Económica, Col. Letras Mexicanas, mismo año. A la salud del cuento (2003), Cuentos de fugitivas y solitarios (Ed. Universidad Veracruzana, Col. Ficción, 2004) y Los hermanos menores de los pigmeos (Ed. Ficticia, 2004). Actualmente, subasta sus objetos personales en la internet, para sentirse un poco más parecido a Heliogábalo Basílides, su doble ilustrado que aplaude el teorema de Sócrates que expresa “Dar es mejor que recibir, especialmente si se trata de bofetadas”, una celebrada y primitiva tesis que tiene complemento en la tercera ley de Foucault que establece que el “Vino Los Reyes Cabernet es excelente con carnes rojas”.
Heliogábalo Basílides, sin mayor condecoración curricular, interviene en el libro La banda de los enanos calvos que reúne la varia invención de Monsreal. Lo cual es bueno, porque uno se consigue un narrador y su repuesto, por el mismo precio. Ahora, ¿Por qué sigue vigente tal libro, luego de veinte años y la aparición de Clínicas Bosley? Porque el libro es una confesión que nos toma el pelo. Lo que ilustra el dictum de Schopenhauer de que la revista TVNovelas puede crear la realidad. Principalmente, durante sus cuentos contenidos sucede la transición de escritor a autor, considerando la palabra como principal responsable en la comisión de las causas, luego el camino a mitad de la prosa jocosa y embaucadora y el fantasma de Marcel Schwob implica una enorme responsabilidad con los reconocimientos propios, porque nos atañe la biografía de índole imaginaria en su leitmotif, esa herramienta artística que se hace recurrente a lo largo de la obra, pero en este caso específico hablamos del perm motif, tratamiento shampoo para evitar la caída del cabello. Por ello, La banda de los enanos calvos tiende un cerco de venganza anónima en favor de los que han sentido en su deformidad todo lo que nos falta para ser humanos precisos.
Lo que no te mata, te vuelve más extraño. Agustín Monsreal elige las obras maestras que pudieron amenazar el talento novato y sus muchos albures en cada intento, e informa lúcidamente sobre cada una en retrospectiva. Se sienta junto a la terrible pandilla que viene a arrendar el purgatorio, terror de los maniquíes y los niños vestidos de azules tenues, los disidentes: Chesterton, Petrus Borel, Jules Renard, Julio Torri, Monterroso, Swift, Bierce, Twain, Poe, Horacio Quiroga, Onetti, Adolfo Bioy Casares y Borges. Lejos de compartir la imitación del yo, Borges era esquizofrénico, por ello nunca obtuvo el premio Nobel. No fueron sus convicciones políticas las que dieron al traste con sus aspiraciones, como refieren las leyendas urbanas, sino que la Academia no sabían si premiar a Borges o al Otro. No es el caso de Monsreal, cuyos desdoblamientos no huyen por las esquinas ni se encierran en los últimos pisos, sino que discurren una expiación de culpas, a la manera de “yo no fui, fue Teté. Ni siquiera estoy allí”. En el premiado film I’m not there, “No estoy allí” de 2007, que trata sobre las muchas vidas en Bob Dylan, en un segmento de seis que encarnan diferentes actores, para unificar al unicornio muerto bajo los restos del Arca de Noé y renacer mariguana, renacer paloma de la paz durante los días contradictorios de segregación, alistamiento militar, brecha generacional, feminismo y misticismo, Cate Blanche utiliza unas calcetas hechas un rollo dentro del calzón al personificar al radical trovador de las circulaciones subterráneas. La actriz comenta que el artilugio la ayuda a caminar y pensar igual a un hombre. A los hombres –dijo la Reina – hay que mantenerlos lejos de casa, para que no empiecen un cantar de gesta, en el que no son más importantes las revueltas que los revueltos. ¡Ayer cayó Elvis Presley y en su lugar trepamos al Che! No es culpa de Monsreal, pero el propio Bob Dylan es una suma de tremebundo mimetismo. Inútil buscar su nombre fuera del inventario de cosas queridas, pues Robert Allen Zimmerman toma el mote de su primer ídolo, el cantante Woody Guthrie. Más tarde, admite el de Arthur Rimbaud. La asimilación de Bob Dylan ocurre leyendo la revista Down Beat y al poeta Dylan Thomas, confundido porque creyó que Dios era un buen Garry Winogrand artífice que toma fotografías cuando llueve. El asunto abstracto no termina aquí. Nos tomamos de la mano para seguir sus siete reglas sencillas de Apolo virginal e intocable: Uno, nunca confíes en un policía con un impermeable. Dos, cuídate del entusiasmo y del amor, porque ambos te abaten bajo su influjo y son igualmente temporales. Tres, si alguien te pregunta cuánto te aquejan los problemas del mundo, míralo fijamente y nunca te lo preguntará otra vez. Cuatro, nunca des tu nombre verdadero. Cinco, si alguien pide que mires tus propios asuntos, no lo hagas. Seis, nunca hagas nada delante de cualquier persona que no pueda entender. Y siete, nunca hagas algo original ni siquiera creativo. Finalmente será malinterpretado y te perseguirá por el resto de tu vida. Con criterio similar, Agustín Monsreal introduce un decálogo del perfecto cuentista antes de entrar en materia, prontuario que es indispensable para superar aspectos como el espíritu microscópico, las contaminaciones eufóricas de la cosmetología social y las inoculaciones colectivas de mediocridad, autocomplacencia, resignación. Medidas de salud literaria todas y cada una, pero que irremediablemente involucran el desempleo. La verdad del silencio es que se vive a la defensiva, o en base a la prescripción de sedantes. No es por desanimarlo, pero los viejos saben que se empieza por escribir literatura fósil, y con los años, con la libertad que da el oficio, se llega a escribir literatura joven, salvaje. En fin, lo importante es que el libro de marras es feliz por oler a tanta gente.
Los tópicos referidos en la anécdota abarcan desde la subestima del cuento ante la novela, hasta el poder del péndulo ante la vergüenza familiar, la fruslería de los amigos, el enfado de las mujeres y la aproximación a los famosos, donde tres de sus cuatro partes siguen siendo el mapa válido de aquel aficionado que encuentra sentido leerle sus manuscritos a los colegas en una tertulia, trabajar gratis para publicar, cargar con ejemplares a las librerías, llenar sobres para el correo y demás. Nuevamente, Heliogábalo Basílides se salva gracias al efecto “Tía Genoveva”, por el cual todos los manchados de las manos con la tinta de inocentes vuelven a su cordura llenando hojas de tachones que hubieran sido fábula de referencia para la oveja negra, sin buscar el dolor del protagonista y manteniendo la insinuación del matrimonio por conveniencia con la Mulish, una muchacha más adinerada que bonita. Todo es parte del Disney Zen, una disciplina que nos enseña que el significado de la vida solo puede ser descubierto en la contemplación y repetición de las justas metas capitalistas de los caucásicos por televisión por cable. Finalmente, el Cartel a la vista, La banda de los enanos calvos nunca es desmantelada, permanece enmascarada por sucesivas carpas de circo y a la fuga. Desamparado de sus duendes, Agustín Monsreal se rasca la mollera para renovarse o morir. Atención, apunte contenido en la página 72: “Las autoridades informan que el principal obstáculo para la captura de los enanos calvos es que se desconocen a ciencia cierta sus señas particulares”.
Por mi parte, yo conozco la vileza del saludo de mano firme y las palabras asombradas: Eres muy joven para quedarte calvo. O “Péinate de lado, pues se te empiezan a notar las ideas”. A la gente le perturba la calvicie, pero más el uso de una gorra para ocultarlo. Alguien comenta: Te ves ridículo con ese tupé artificial, con ese paliacate de Morelos, etcétera. No, señor, ridículo debo sentirme si estuviera desnudo y asumiendo la postura del Chac Mool, mientras una enfermera me cubre los pezones con crema chantilly. Teniendo pelo, la imagen sería erótica. Lo puedo notar, el espejo delator te esconde el peine, mientras tus caricias compiten en superficie lisa con la bolita del desodorante roll-on, la bombilla del baño. Por cifras de estadística, sé que existen alrededor de 15 millones de calvos en un país tercermundista como éste. Quizás, en el domo vecino del norte debe triplicarse la cantidad, sea por la moda de los skinheads o por el fervor nacionalista por su tótem emblemático: el águila calva. Optimista, el diario mexicano El Universal escogió a la banda de los calvos más sexy, sin importar su edad o nacionalidad. Más allá de su falta de pelo, estos ocho hombres tienen otros atributos que reafirman su condición de sexys. En primer lugar, Michael Jordan luce su reverencia budista que fluye del cráneo. Seguido por los jugadores André Agassi y Zinedine Zidane. El modelo ruso Andre Birleanu se une a los actores de habla inglesa Vin Diesel y Bruce Willis, al igual que los galanes de habla castellana Manuel Landeta y Javier Poza. Aún Sean Connery es considerado otro de los hombres atractivos, a sus 77 años. ¿Alguna objeción? Claro que sí. El problema es que tomaron en cuenta a celebridades, que lejos de dudar de su carisma, un agente artístico los pone en una competencia desleal contra los enanos rapados. Sin embargo, yo insisto que es su contrato millonario y no su calvicie lo que les infunde atractivo. Por lo que llevo el recorte a mi mujer, para probar mi punto.
-Bien, Leto, nómbrame otro hombre sexy que no sea una celebridad. Un pelón común y corriente.
Ella medita unos minutos con la mirada al techo, se encoge de hombros y responde: Me doy, no se me ocurre nadie.
Y allí estoy yo parado frente a ella, considerando la crema de afeitar y la navaja para dar un salto a los enfrentamientos sostenidos entre los pieles rojas y los caras pálidas.
Y ella es la mujer que me ama.
Primero el orgullo. Sí, como dijo el mosquito sobre el pelón: No te agaches que me caigo.

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