Texto de presentación al libro de Sergio Ugalde, La Poética del Cimarrón, en el Centro Cultural de Boca del Río, Ver. el 29 de octubre, 2008
Una de las cosas que más llaman la atención en el libro que esta noche presenta Sergio Ugalde, es hacia donde el autor orienta geográficamente la visión de su ensayo: la isla Martinica: un territorio de apenas 500 mil habitantes, una superficie de 1,100 km cuadrados, y alineada en el Mar Caribe con otras islas igualmente pequeñas: Antigua, Guadalupe, Dominica, Santa Lucía, Barbados, San Vicente.
¿Qué ha sucedido en este pequeño espacio de nuestro planeta que permita al autor hacer que sus lectores se sientan atraídos hacia la lectura del libro?. Se trata creo (y es el mérito mayor de estas páginas) de un asunto de conciencia, dicho en otras palabras, de humana enseñanza para estar enterados y no repetir hechos realmente vergonzosos para la humanidad. Obviamente, La poética del Cimarrón, no es un tratado de ética ni encierra discurso moral alguno; no obstante, Sergio Ugalde, con gran exactitud en su planteamiento histórico, no deja de conmover a quien pasa sus ojos por algunas escenas realmente apabullantes para quien lee.
Como si fuera un abanico, Sergio abre a nosotros el panorama de un mundo realmente infrahumano, y al que muchas veces hemos sido y seguimos siendo indiferentes. Se trata en este libro de un “enfrentamiento” físico, histórico, ideológico, entre dos culturas, dos tipos de color de piel, dos formas de pensar: en primer lugar, los nativos de la Martinica que se ven colonizados hacia el siglo XVII por la horda francesa, y luego (casi exterminada esta ración productiva indígena) los negros que son arrancados de su raíz africana para ser embarcados y enraizarlos como esclavos a los pies de los señores feudales de la Francia europea apostados en la isla.
Ya desde el traslado mismo de los negros hacia la Maritinica, se puede medir la bestialidad con la que serán tratados al arribar a su “destino”; barcos negreros que a decir de Mirabeau (citado por Sergio), bautizó con el nombre de “prisiones flotantes: el negrero cruje por todas partes, su vientre se convulsiona, la horrible tenia de su cargamento roe los intestinos fétidos del extraño niño de pecho de los mares”, Estas y otras afirmaciones –dice Sergio—“adquieren un carácter siniestro cuando se tiene en cuenta que la misión de la Iglesia, o la justificación de la colonización, es la civilización de los pueblos 'salvajes'”. Este tipo de visa divina influye definitivamente en la no conciencia del blanco con respecto al trato de un semejante: el blanco se siente autorizado por Dios para tomar por encargo a este puñado de bárbaros.
¿Cuál podría ser entonces el arma por parte del negro para enfrentar esta triple situación (físico-histórica-ideológica) que lo oprime? Es aquí donde se halla el otro lado atractivo de La poética del Cimarrón: el descubrimiento que Sergio hace de la literatura (la poesía, teatro y ensayo) de Aimé Césaire (fallecido el pasado 17 de abril, 2008 a los 94 años de edad) como una escritura que condensa la sensibilidad de toda una cultura. “La peregrinación fantasmal de esos miles de moribundos que se ven pasar por la obra de Césaire nos remite inmediatamente a la historia de la trata, a la esclavitud humana y a las condiciones miserables de la existencia de los negros en las Antillas Francesas. Cuando reflexioné sobre esto, advertí que ahí se encontraba una de las razones por las cuales la explicación puramente estético-conceptual de esta literatura me parecía asfixiante. Sin embargo, inmediatamente me pregunté: ¿la dimensión histórica, social y política de su obra explicaría mi asombro inicial? Lo dudo. El acercamiento histórico-social permitiría ver más claras las pasiones y referencias del autor, pero la historia no hace la obra. Mi dilema era el siguiente: no quería reducir la poesía a la historia, pero tampoco quería verla aislada de ella. En todo caso, ni purismo estético ni sociologismo esquemático”.
Creo que aquí cabe preguntar: ¿Logra Sergio Ugalde llevar a cabo su tesis original? ¡Por supuesto! Y de tal manera, que el libro se lee, primeramente, de un solo jalón –da tiempo para re-leerlo y entonces disfrutar e (insisto) hacer un poco de conciencia.
El autor rastrea en la historia de las Antillas, desde lo que él llama “el indígena ausente”, la casi exterminación de los mismos como mano de obra gratuita, hasta la llegada de los negros africanos a la Martinica; objetos-negros quienes llegan a “relevar” al indígena agotado. Pero, tanto el indígena como el negro no dejan de ser humanos: existe en ellos siempre la idea ancestral de escapar de quienes los aprisiona. De ahí el apelativo de “cimarrón”, que de acuerdo a un consenso casi general, es aquel que escapa “en busca de libertad fuera de los dominios del amo”.
¿En dónde encaja, pues, la poética cimarrona de Aimé Césaire si éste nace a las luces primeras del siglo XX? Bueno, si bien el poeta no escapa a una esclavitud literal, si lo hace bajo un contexto en el que “Para 1924 ya casi habían pasado cien años desde que Francia había abolido la esclavitud; sin embargo, en la mentalidad del colono blanco y en las memorias de la población negra permanecían latentes tres siglos de esclavitud… El negro, atado a las estructuras coloniales, era sinónimo de inferioridad.”
En estos terrenos Césaire se ahoga y se asfixia en su isla. Se siente enclaustrado a una realidad que lo desborda y de la cual (a la manera del cimarrón literal) desea huir. Y lo hace. Paradójicamente, en 1934 el poeta huye a París, a lo que parece ser fuente de la eterna esclavitud. Mas no todo es malo para Césaire, quien en la metrópoli se encuentra con las grandes ideologías imperantes de la época (Marx, Nietzsche y Freud); además de hallarse con otro destino que avivarán su inquietud por aquello que más tarde bautizará bajo el nombre de negritud: me refiero a su encuentro con otros escritores negros como Léopold Sédar Senghor y León Contran Damas: “el encuentro con estos poetas significó para Cásaire, en esencia, el descubrimiento de la cultura africana…Se reconoció, en el espejo de sus amigos, como parte integrante de una cultura viva”
Fruto de este encuentro es la fundación de la revista “L’Etudiant Noir” y, sobre y ante todo, la conciencia de regreso a su país natal, el África; y, junto con ello, una poesía que –como lo pone Sergio Ugalde--- “trata de encontrar todo lo que la historia borró de los negros”, y con ello, “un intento de lograr una unidad con su pueblo y su origen”.
Es de aquí que emergen poemas como éste que dice, en uno muy famoso titulado “Y los perros callaban”
”Ellos los perros / ellos, los hombres de los belfos sangrantes, de los ojos de acero /Asesinos, asesinos, asesinos”.
Para quienes hemos tenido el privilegio de encontrarnos con las páginas de Cuaderno de retorno al país natal (1939), resulta toda una revelación el libro que presentamos en esta noche. En Césaire, la poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado. Su leyenda, de dimensión universal, está constituida no sólo por su emblemática producción literaria sino su constante presencia en las luchas sociales de su pequeño país por forjar una conciencia civil en favor de las ideas anticoloniales, en busca siempre de la más legítima identidad de los pueblos africanos, ya en su territorio original, ya trasplantados a nuestro contienente, como fuerza de trabajo esclava.
Ugalde utiliza como símbolo “El infierno de Dante” para conducirnos de la mano de Césaire, en el descenso por cada uno de los círculos del venero. En el descenso lo primero que el poeta antillano encuentra es la imagen del colonizador, del que, paradójicamente, y (como una respuesta aún más inteligente a la postura del cacique) pide piedad para ellos, porque el proceso de civilizar –dice-- es un proceso de embrutecimiento: la colonia desciviliza al colonizador, lo embrutece en el sentido propio del término, lo “degrada”. En segundo lugar (interesante) Césaire halla que el enemigo del negro es el propio negro sin conciencia histórica. Se topa igualmente con aquellos que se conforman simplemente con “no estar hechos a la imagen de Dios sino del diablo”, pues esta negación se propone como una negación a la colonia.
Cuando a Césaire se le pregunta si es poeta, dramaturgo, ensayista, éste contesta: “Soy fundamentalmente un hombre de palabra” : si el esclavo se siente feliz en su fuga, “la palabra, en boca y pluma del poeta –apunta Ugalde--, pasa a ser esa asociación y referencia, el poeta desborda su lirismo en la página, como el cimarrón su libertad en el bosque”.
Después de esta fuga de corte intelectual por parte de Césaire, Ugalde se auto-interroga: ¿Cómo se manifiesta y qué es lo peculiar en la libertad poética cesairiana?. Y contesta: la imagen y el ritmo: “Lo primero que estremece nuestros sentidos cuando nos acercamos a la poesía de Césaire es la exuberante y sobrecogedora creación de imágenes”. Pero estas imágenes poéticas no son aquellas que por su connotación subliman el alma o hacen que el lector suspire bajo la llama de símbolos conmovedores. Hay en la poesía de Césaire un cúmulo de imágenes incomodas para los acostumbrados a la belleza; de lo que se trata es de cantar con imágenes aparentemente repugnantes. “Cantamos las flores venenosas / que estallan en praderas furibundas; / los cielos de amor cortados de embolia; / las mañanas epilépticas.”
De acuerdo a Ugalde son estas imágenes, la fuerza y la cólera con las que Césaire expresa su reivindicación como negro del Caribe. Además: con la elevación de estas imágenes, Césaire subvierte el idioma francés, el cual le resulta indiferente. Para muestra, un botón: “Aquí el desfile de los risibles y escrofulosos bubones, los engordes de microbios muy extraños, los venenos sin alixitéreo conocido, las sanies de llagas muy antiguas”.
La fuerza, la sorpresa, la contundencia y lo distinto de estas imágenes provienen de la gran capacidad del poeta para acoplar en el francés la experiencia vivida en un momento y espacio específicos: una realidad que contradice el mundo amado por el blanco.
A lo largo de su obra literaria, el héroe césariano es un hombre trágico; uno que acepta su destino de protesta sin por ello concebirse como un mesías: sus acciones no están orientadas por los milagros sino por el lenguaje. Con la palabra, el poeta alcanza su liberación.
“y no te sorprendas si por la noche gimo más hondamente o si mis manos /estrangulan más sordamente / es el olor de viejas penas que hacia mi dolor negro y rojo en escolopendra / alarga la cabeza, y con una insistencia en el hocico aún blanda y desmañada / busca más adentro mi corazón / de nada me sirve entonces apretarle contra el tuyo y perderme en la espesura de tus brazos / que acaba por encontrarlo / y muy gravemente, de manera siempre nueva / lo lame amorosamente / hasta que brota salvaje la primera sangre / bajo las bruscas garras /desplegadas del desastre.
Sergio Ugalde, La Poética del Cimarrón, Ed. Tierra Adentro, 2007
Sergio Ugalde nació en la ciudad de México. Realizó estudios de licenciatura en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM., y es doctor en Literatura Hispánica por el Colegio de México. En 1998 obtuvo el primer lugar en el XXX Concurso Literario de la revista “Punto de Partida”, en poesía. Ha colaborado con artículos y reseñas en “Nueva Revista de Filología Hispánica”, “Periódico de Poesía”, “Tierra Adentro”, y en el libro “El hacha en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI”
¿Qué ha sucedido en este pequeño espacio de nuestro planeta que permita al autor hacer que sus lectores se sientan atraídos hacia la lectura del libro?. Se trata creo (y es el mérito mayor de estas páginas) de un asunto de conciencia, dicho en otras palabras, de humana enseñanza para estar enterados y no repetir hechos realmente vergonzosos para la humanidad. Obviamente, La poética del Cimarrón, no es un tratado de ética ni encierra discurso moral alguno; no obstante, Sergio Ugalde, con gran exactitud en su planteamiento histórico, no deja de conmover a quien pasa sus ojos por algunas escenas realmente apabullantes para quien lee.
Como si fuera un abanico, Sergio abre a nosotros el panorama de un mundo realmente infrahumano, y al que muchas veces hemos sido y seguimos siendo indiferentes. Se trata en este libro de un “enfrentamiento” físico, histórico, ideológico, entre dos culturas, dos tipos de color de piel, dos formas de pensar: en primer lugar, los nativos de la Martinica que se ven colonizados hacia el siglo XVII por la horda francesa, y luego (casi exterminada esta ración productiva indígena) los negros que son arrancados de su raíz africana para ser embarcados y enraizarlos como esclavos a los pies de los señores feudales de la Francia europea apostados en la isla.
Ya desde el traslado mismo de los negros hacia la Maritinica, se puede medir la bestialidad con la que serán tratados al arribar a su “destino”; barcos negreros que a decir de Mirabeau (citado por Sergio), bautizó con el nombre de “prisiones flotantes: el negrero cruje por todas partes, su vientre se convulsiona, la horrible tenia de su cargamento roe los intestinos fétidos del extraño niño de pecho de los mares”, Estas y otras afirmaciones –dice Sergio—“adquieren un carácter siniestro cuando se tiene en cuenta que la misión de la Iglesia, o la justificación de la colonización, es la civilización de los pueblos 'salvajes'”. Este tipo de visa divina influye definitivamente en la no conciencia del blanco con respecto al trato de un semejante: el blanco se siente autorizado por Dios para tomar por encargo a este puñado de bárbaros.
¿Cuál podría ser entonces el arma por parte del negro para enfrentar esta triple situación (físico-histórica-ideológica) que lo oprime? Es aquí donde se halla el otro lado atractivo de La poética del Cimarrón: el descubrimiento que Sergio hace de la literatura (la poesía, teatro y ensayo) de Aimé Césaire (fallecido el pasado 17 de abril, 2008 a los 94 años de edad) como una escritura que condensa la sensibilidad de toda una cultura. “La peregrinación fantasmal de esos miles de moribundos que se ven pasar por la obra de Césaire nos remite inmediatamente a la historia de la trata, a la esclavitud humana y a las condiciones miserables de la existencia de los negros en las Antillas Francesas. Cuando reflexioné sobre esto, advertí que ahí se encontraba una de las razones por las cuales la explicación puramente estético-conceptual de esta literatura me parecía asfixiante. Sin embargo, inmediatamente me pregunté: ¿la dimensión histórica, social y política de su obra explicaría mi asombro inicial? Lo dudo. El acercamiento histórico-social permitiría ver más claras las pasiones y referencias del autor, pero la historia no hace la obra. Mi dilema era el siguiente: no quería reducir la poesía a la historia, pero tampoco quería verla aislada de ella. En todo caso, ni purismo estético ni sociologismo esquemático”.
Creo que aquí cabe preguntar: ¿Logra Sergio Ugalde llevar a cabo su tesis original? ¡Por supuesto! Y de tal manera, que el libro se lee, primeramente, de un solo jalón –da tiempo para re-leerlo y entonces disfrutar e (insisto) hacer un poco de conciencia.
El autor rastrea en la historia de las Antillas, desde lo que él llama “el indígena ausente”, la casi exterminación de los mismos como mano de obra gratuita, hasta la llegada de los negros africanos a la Martinica; objetos-negros quienes llegan a “relevar” al indígena agotado. Pero, tanto el indígena como el negro no dejan de ser humanos: existe en ellos siempre la idea ancestral de escapar de quienes los aprisiona. De ahí el apelativo de “cimarrón”, que de acuerdo a un consenso casi general, es aquel que escapa “en busca de libertad fuera de los dominios del amo”.
¿En dónde encaja, pues, la poética cimarrona de Aimé Césaire si éste nace a las luces primeras del siglo XX? Bueno, si bien el poeta no escapa a una esclavitud literal, si lo hace bajo un contexto en el que “Para 1924 ya casi habían pasado cien años desde que Francia había abolido la esclavitud; sin embargo, en la mentalidad del colono blanco y en las memorias de la población negra permanecían latentes tres siglos de esclavitud… El negro, atado a las estructuras coloniales, era sinónimo de inferioridad.”
En estos terrenos Césaire se ahoga y se asfixia en su isla. Se siente enclaustrado a una realidad que lo desborda y de la cual (a la manera del cimarrón literal) desea huir. Y lo hace. Paradójicamente, en 1934 el poeta huye a París, a lo que parece ser fuente de la eterna esclavitud. Mas no todo es malo para Césaire, quien en la metrópoli se encuentra con las grandes ideologías imperantes de la época (Marx, Nietzsche y Freud); además de hallarse con otro destino que avivarán su inquietud por aquello que más tarde bautizará bajo el nombre de negritud: me refiero a su encuentro con otros escritores negros como Léopold Sédar Senghor y León Contran Damas: “el encuentro con estos poetas significó para Cásaire, en esencia, el descubrimiento de la cultura africana…Se reconoció, en el espejo de sus amigos, como parte integrante de una cultura viva”
Fruto de este encuentro es la fundación de la revista “L’Etudiant Noir” y, sobre y ante todo, la conciencia de regreso a su país natal, el África; y, junto con ello, una poesía que –como lo pone Sergio Ugalde--- “trata de encontrar todo lo que la historia borró de los negros”, y con ello, “un intento de lograr una unidad con su pueblo y su origen”.
Es de aquí que emergen poemas como éste que dice, en uno muy famoso titulado “Y los perros callaban”
”Ellos los perros / ellos, los hombres de los belfos sangrantes, de los ojos de acero /Asesinos, asesinos, asesinos”.
Para quienes hemos tenido el privilegio de encontrarnos con las páginas de Cuaderno de retorno al país natal (1939), resulta toda una revelación el libro que presentamos en esta noche. En Césaire, la poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado. Su leyenda, de dimensión universal, está constituida no sólo por su emblemática producción literaria sino su constante presencia en las luchas sociales de su pequeño país por forjar una conciencia civil en favor de las ideas anticoloniales, en busca siempre de la más legítima identidad de los pueblos africanos, ya en su territorio original, ya trasplantados a nuestro contienente, como fuerza de trabajo esclava.
Ugalde utiliza como símbolo “El infierno de Dante” para conducirnos de la mano de Césaire, en el descenso por cada uno de los círculos del venero. En el descenso lo primero que el poeta antillano encuentra es la imagen del colonizador, del que, paradójicamente, y (como una respuesta aún más inteligente a la postura del cacique) pide piedad para ellos, porque el proceso de civilizar –dice-- es un proceso de embrutecimiento: la colonia desciviliza al colonizador, lo embrutece en el sentido propio del término, lo “degrada”. En segundo lugar (interesante) Césaire halla que el enemigo del negro es el propio negro sin conciencia histórica. Se topa igualmente con aquellos que se conforman simplemente con “no estar hechos a la imagen de Dios sino del diablo”, pues esta negación se propone como una negación a la colonia.
Cuando a Césaire se le pregunta si es poeta, dramaturgo, ensayista, éste contesta: “Soy fundamentalmente un hombre de palabra” : si el esclavo se siente feliz en su fuga, “la palabra, en boca y pluma del poeta –apunta Ugalde--, pasa a ser esa asociación y referencia, el poeta desborda su lirismo en la página, como el cimarrón su libertad en el bosque”.
Después de esta fuga de corte intelectual por parte de Césaire, Ugalde se auto-interroga: ¿Cómo se manifiesta y qué es lo peculiar en la libertad poética cesairiana?. Y contesta: la imagen y el ritmo: “Lo primero que estremece nuestros sentidos cuando nos acercamos a la poesía de Césaire es la exuberante y sobrecogedora creación de imágenes”. Pero estas imágenes poéticas no son aquellas que por su connotación subliman el alma o hacen que el lector suspire bajo la llama de símbolos conmovedores. Hay en la poesía de Césaire un cúmulo de imágenes incomodas para los acostumbrados a la belleza; de lo que se trata es de cantar con imágenes aparentemente repugnantes. “Cantamos las flores venenosas / que estallan en praderas furibundas; / los cielos de amor cortados de embolia; / las mañanas epilépticas.”
De acuerdo a Ugalde son estas imágenes, la fuerza y la cólera con las que Césaire expresa su reivindicación como negro del Caribe. Además: con la elevación de estas imágenes, Césaire subvierte el idioma francés, el cual le resulta indiferente. Para muestra, un botón: “Aquí el desfile de los risibles y escrofulosos bubones, los engordes de microbios muy extraños, los venenos sin alixitéreo conocido, las sanies de llagas muy antiguas”.
La fuerza, la sorpresa, la contundencia y lo distinto de estas imágenes provienen de la gran capacidad del poeta para acoplar en el francés la experiencia vivida en un momento y espacio específicos: una realidad que contradice el mundo amado por el blanco.
A lo largo de su obra literaria, el héroe césariano es un hombre trágico; uno que acepta su destino de protesta sin por ello concebirse como un mesías: sus acciones no están orientadas por los milagros sino por el lenguaje. Con la palabra, el poeta alcanza su liberación.
“y no te sorprendas si por la noche gimo más hondamente o si mis manos /estrangulan más sordamente / es el olor de viejas penas que hacia mi dolor negro y rojo en escolopendra / alarga la cabeza, y con una insistencia en el hocico aún blanda y desmañada / busca más adentro mi corazón / de nada me sirve entonces apretarle contra el tuyo y perderme en la espesura de tus brazos / que acaba por encontrarlo / y muy gravemente, de manera siempre nueva / lo lame amorosamente / hasta que brota salvaje la primera sangre / bajo las bruscas garras /desplegadas del desastre.
Sergio Ugalde, La Poética del Cimarrón, Ed. Tierra Adentro, 2007
Sergio Ugalde nació en la ciudad de México. Realizó estudios de licenciatura en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM., y es doctor en Literatura Hispánica por el Colegio de México. En 1998 obtuvo el primer lugar en el XXX Concurso Literario de la revista “Punto de Partida”, en poesía. Ha colaborado con artículos y reseñas en “Nueva Revista de Filología Hispánica”, “Periódico de Poesía”, “Tierra Adentro”, y en el libro “El hacha en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI”
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