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viernes, abril 17, 2009

Daniela Rodríguez Ramos: ¿DÓNDE ESTÁN LOS REGALOS?




GRADO: SECUNDARIA.

¿Dónde están los regalos?.
Daniela Ramírez Ramos.

La fecha más esperada por todo niño había llegado. Ésa época en la que el alma de los hombres se ablanda y deja entrar la magia y fantasía a sus corazones; esa época en la que el ambiente se llena de paz y armonía, esa fecha en la que padres apresurados suben y bajan, bajan y suben de un lado a otro sin parar, comprando los esperados obsequios para sus pequeñines.

Sí mi querido lector, esa fecha tan esperada es la Navidad.

Déjame contarte aquella Navidad que recuerdo con el más mínimo detalle, ya que fue cuando resolví un caso de suma importancia, la historia comienza así…

-¡Hoy es Navidad, hoy es Navidad!- Ésas fueron las primeras palabras que pronuncié al despertarme. Estaba sumamente emocionado, puesto que ese día abriría mis obsequios. Bajé las escaleras con extremada cautela, con el fin de que mis padres escucharan mis pasos, pues las reglas eran que los regalos serían abiertos al anochecer, cuando tíos primos y abuelos estuviesen reunidos, sólo que mi curiosidad era mayor, como en todo niño de ocho años.

¡Había logrado mi objetivo!. Justo cuando me disponía a abrir la puerta de la sala, en donde se encontraba el pino de Navidad, junto con esos hermosos regalos esperando mi llegada, mi madre apareció.

-¡Ajá!, te atrapé Marco Antonio, pequeño escurridizo- dijo con una amplia sonrisa. -¿A dónde crees que vas?.
-¿Yo?. Pues iba por… -dudé un poco –por un vaso de agua, ¡sí, eso es!. Por un vaso de agua.
-¿A quién tratas de engañar, pequeñín? –Preguntó sonriente- Sé que ibas a ver tus obsequios.
-De acuerdo, de acuerdo, me descubriste –dije sin ninguna salida-. ¿Cómo es que lo sabes todo?- Pregunté asombrado.

Después de que mi plan no funcionó, sólo quedaba esperar y esperar hasta que por fin llegara la hora. Toda mi familia reunida, lista para entrar a la sala donde los regalos esperaban ser abiertos. Estaba tan entusiasmado que nada podía arruinarme esa Navidad. Entramos con unas enormes sonrisas en nuestros rostros, pero éstas se desvanecieron por completo cuando nuestras miradas se dirigieron bajo el pino de Navidad.

-¡No puede ser! –grité. ¿Dónde están los obsequios?.
-¿Cómo es posible? –preguntó mi mamá. Todos los regalos deberían estar bajo el pino.
-¡Queremos nuestros regalos!. Refunfuñaron los gemelos. Sus nombres eran Joel y Ricardo de nueve años de edad, por desgracia éramos primos, aunque aquí entre nos aún espero que mi familia acepte hacerse un examen de sangre. Para mí solo eran unos niños latosos, presumidos y egoístas que en cada Navidad se adueñaban de mis juguetes sin tan siquiera pedirlos prestados.

-¡Esto es una calamidad!. –dijo mi tía Carlota con su voz chillona –Lo que faltaba, un robo entre la familia –concluyó.

Mi tía Carlota era hermana de mi papá, no se parecían en nada. Mi tía era una señora amargada, a quién no le gustaba en lo absoluto la Navidad, tenía una enorme nariz puntiaguda, ojos separados y su vestimenta lucía del siglo pasado. En cambio, mi padre era un hombre gentil, amable y desde luego con un gran espíritu navideño.

-¿Un robo? –preguntó incrédulo mi tío Federico con su voz fuerte e imponente -¡Es inaceptable!. Gritó moviendo la cabeza en señal de negación. Mi tío Federico era un señor bien parecido, por dondequiera que se le viese, siempre vestía de traje. Él era estricto y rígido, además detestaba los juguetes por alguna extraña razón, la cual nunca tuve el valor de preguntar. Mi tío Federico era hermano de mi padre, con lo cual, lo único que tenían en común era el apellido, pues mi mamá era la persona más gentil que jamás he conocido con esa cálida voz que reconforta al instante. Mi tío, era además padre de Joel y Ricardo.

-¿Ahora qué haremos? –preguntó la tierna voz de mi abuela materna. Ella era sin lugar a dudas la clase de persona a la que puedes recurrir para compartir una exquisita taza de chocolate caliente y platicarle de las aventuras que te hayan sucedido.

-Investigar, hasta hallar el culpable- Mencionó mi abuelo materno en tono policíaco. Como siempre, tratando de hacer reír a sus nietos con chistes o bromas.

-¡Claro! Tienes razón camarada –Respondió mi abuelo paterno, encendiendo su pipa como todo un detective. Mi abuelo Miguel era igualito a Matías, el padre de mi mamá, pues los dos contaban con un grandioso sentido del humor. Miguel era una persona como ninguna otra, no se dejaba vencer, en especial desde que mi abuela había fallecido.

-Ustedes nunca se cansan- Comentó mi mamá sonriente.

Emocionado por lo que mis abuelos habían dicho, pensé en que yo también podría ayudar como todo un detective, así que le pregunté a mi madre:

-Mamá ¿puedo ayudar a mis abuelos en este caso detectivesco?.

Llegué al comedor desanimado, sin aun haber resuelto el misterio de los regalos, en ese preciso instante observé a todos en la mesa ¡faltaba un miembro importante de la familia!. No me había percatado por estar pensando en el robo. Ahora todo encajaba a la perfección, la escalera, el recibo, ¡hasta las sábanas!. Instantáneamente llevé a todos a la sala para explicarles con lujo de detalle lo sucedido.

¡Damas y caballeros!. He logrado resolver el misterio que nos ha perturbado. Ya sé quién es el culpable.
Todos se miraban unos a otros sorprendidos por tal anuncio.
¡Pista número uno!- Continué. Dos sábanas faltantes. Pista número dos, la escalera en el patio y pista número tres- hice una pausa como todo detective a punto de desenmascarara al culpable –un recibo de la compra de un traje de Santa Claus, talla 36. Así que el culpable es… -me detuve, observé a mi madre nerviosa, sus manos sudaban hasta que no pudo más y gritó:

-¡Para, para! –Se dirigió hacia mí –Muy bien hijo, has resuelto el misterio. ¡Felicidades!.
Los demás no lograban entender lo que sucedía.

-¡Amor, ya puedes bajar!. –Gritó.

De inmediato se escuchó un ruido proveniente de la chimenea, ¡era mi papá!. Como lo había sospechado. Ahora todos lo entendían. Mi padre era el supuesto ladrón de regalos. Primero él había envuelto todos los regalos con las dos sábanas que faltaban, después había subido por la escalera a la chimenea, para así bajar por ésta y sorprendernos vestido de Santa Claus, el misterio se había aclarado por completo.

En el momento en que papá bajó con todos los regalos, mis abuelos empezaron a reír, todos estaban sumamente sorprendidos y felices ante tal acontecimiento y por primera vez vi a mis tíos sonrientes.

-¡Qué buen detalle, papá, gracias! –Le dije mientras lo envolvía con mis brazos -¡Ésta es sin ninguna duda la mejor Navidad!. –Hice una pausa. Aunque te descubrí.

-Afirmativo hijo, eres un niño muy inteligente. Te quiero con todo mi corazón.

Así pasó esa formidable Navidad que nunca olvidaré. Llena de misterio, regalos y, lo más importante, llena de la familia. Parece que apenas fue ayer, pero ya han pasado setenta años, setenta preciosos y hermosos años. Bueno, querido amigo, ajalá haya sido de tu agrado y no me queda más que desearte una muy ¡Feliz Navidad!.

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