MARC AUGE
LO CERCANO Y EL AFUERA
Presentamos aquí el prólogo al libro de Marc Auge LOS "NO LUGARES" ESPACIOS DEL ANONIMATO (GEDISA Ed. 2000) ; un texto sumamente recomendable para todo aquel lector que busca ubicarse en el mundo y se le multiplican las referencias a las curiosidades locales que deberían retenerlo aun cuando se halla de paso, como si la alusión al tiempo y a los lugares antiguos no fuese hoy sino una manera de mentar el espacio presente.
(Prólogo)
Antes de buscar su auto, Juan Pérez decidió
retirar un poco de dinero del cajero automático. El
aparato aceptó su tarjeta y lo autorizó a retirar mil
ochocientos francos. Juan Pérez apretó el botón
1800. El aparato le pidió un minuto de paciencia,
luego le entregó la suma convenida y le recordó no
olvidarse la tarjeta. "Gracias por su visita", concluyó,
mientras Juan Pérez ordenaba los billetes en su
cartera.
El trayecto fue fácil: el viaje a París por la
autopista All no presenta problemas un domingo
por la mañana. No tuvo que esperar en la entrada,
pagó con su tarjeta de crédito el peaje de Dourdan,
rodeó París por el periférico y llegó al aeropuerto de
Roissy por la Al,
Estacionó en el segundo subsuelo (sección J),
deslizó su tarjeta de estacionamiento en la billetera,
luego se apresuró para ir a registrarse a las
ventanillas de Air France. Con alivio, se sacó de
encima la valija (veinte kilos exactos) y entregó su
boleto a la azafata al tiempo que le pidió un asiento
para fumadores del lado del pasillo. Sonriente y
silenciosa, ella asintió con la cabeza, después de
haber verificado en el ordenador, luego le devolvió
el boleto y la tarjeta de embarque. "Embarque por
la puerta B a las 18 horas", precisó.
El hombre se presentó con anticipación al control
policial para hacer algunas compras en el dutyfree.
Compró una botella de cognac (un recuerdo de
Francia para sus clientes asiáticos) y una caja de
cigarros (para consumo personal). Guardó con cuidado
la factura junto con la tarjeta de crédito.
Durante un momento recorrió con la mirada
los escaparates lujosos —joyas, ropas, perfumes—,
se detuvo en la librería, hojeó algunas
revistas antes de elegir un libro fácil —viajes, aventuras,
espionaje— y luego continuó su paseo sin
ninguna impaciencia.
Saboreaba la impresión de libertad que le
daban a la vez el hecho de haberse liberado del
equipaje y, más íntimamente, la certeza de que sólo
había que esperar el desarrollo de los acontecimientos
ahora que se había puesto "en regla", que
ya había guardado la tarjeta de embarque y había
declarado su identidad. "¡Es nuestro, Roissy!" ¿Acaso
hoy en los lugares superpoblados no era donde se
cruzaban, ignorándose, miles de itinerarios individuales
en los que subsistía algo del incierto encanto
de los solares, de los terrenos baldíos y de las obras
en construcción, de los andenes y de las salas de
espera en donde los pasos se pierden, el encanto de
todos los lugares de la casualidad y del encuentro
en donde se puede experimentar furtivamente la
posibilidad sostenida de la aventura, el sentimiento
de que no queda más que "ver venir"?
El embarque se realizó sin inconvenientes. Los
pasajeros cuya tarjeta de embarque llevaba la letra
Z fueron invitados a presentarse en último término,
y Juan asistió bastante divertido al ligero e
inútil amontonamiento de los X y los Y a la salida
de la sala.
Mientras esperaba el despegue y la distribución
de los diarios, hojeó la revista de la compañía
e imaginó, siguiéndolo con el dedo, el itinerario
posible del viaje: Heraklion, Larnaca, Beirut,
Dharan, Doubai, Bombay, Bangkok, más de nueve
mil kilómetros en un abrir y cerrar de ojos y algunos
nombres que daban que hablar cada tanto en la
actualidad periodística. Echó un vistazo a la tarifa
de a bordo sin impuestos (duty-free price list),
verificó que se aceptaban tarjetas de crédito en los
vuelos transcontinentales, leyó con satisfacción las
ventajas que presentaba la clase business, de la
que podía gozar gracias a la inteligencia y generosidad
de la firma para la que trabajaba ("En Charles
de Gaulle 2 y en Nueva York, los salones Le Club le
permiten distenderse, telefonear, enviar fax o utilizar
un Minitel... Además de una recepción personalizada
y de una atención constante, el nuevo
asiento Espacio 2000 con el que están equipados los
vuelos transcontinentales tiene un diseño más amplio,
con un respaldo y un apoyacabezas regulables
separadamente...")- Prestó alguna atención a los
comandos con sistema digital de su asiento Espacio
2000, luego volvió a sumergirse en los anuncios de
la revista y admiró el perfil aerodinámico de unas
camionetas nuevas, algunas fotos de grandes hoteles
de una cadena internacional, un poco
pomposamente presentados como "los lugares de la
civilización" (El Mammounia de Marrakech "que
fue un palacio antes de ser un palace hotel", el
Metropol de Bruselas "donde siguen muy vivos los
esplendores del siglo XIX") Luego dio con la publicidad
de un auto que tenía el mismo nombre de su
asiento: Renault Espacio: "Un día, la necesidad de
espacio se hace sentir... Nos asalta de repente.
Después, ya no nos abandona. El irresistible deseo
de tener un espacio propio. Un espacio móvil que
nos llevara lejos. Nada haría falta; todo estaría a
mano..." En una palabra, como en el avión. "El
espacio ya está en usted... Nunca se ha estado tan
bien sobre la Tierra como en el Espacio", concluía
graciosamente el anuncio publicitario.
Ya despegaban. Hojeó más rápidamente el
resto, deteniéndose unos segundos en un artículo
sobre "el hipopótamo, señor del río", que comenzaba
con una evocación de África, "cuna de las leyendas"
y "continente de la magia y de los sortilegios",
y echó un vistazo a una crónica sobre Bolonia ("En
cualquier parte se puede estar enamorado, pero en
Bolonia uno se enamora de la ciudad"). Un anuncio
publicitario en inglés de un videomovie japonés
retuvo un instante su atención (Vivid colors, vibrant
sound and non-stop action. Make them yours
foreuer) por el brillo de los colores. Un estribillo de
Trenet le acudía a menudo a la mente desde que,
a media tarde, lo había oído por la radio en la
autopista, y se dijo que la alusión a la "foto, vieja
foto de mi juventud" no tendría, dentro de poco, sentido alguno
para las generaciones futuras. Los colores del
presente para siempre: la cámara congelador. Un
anuncio publicitario de la tarjeta Visa terminó de
tranquilizarlo ("Aceptada en Doubai y en cualquier
lugar adonde viaje. Viaje confiado con su tarjeta
Visa").
Miró distraídamente algunos comentarios de
libros y se detuvo un momento, por interés profesional,
en el que reseñaba una obra titulada
Euromarketing: "La homogeneización de las necesidades
y de los comportamientos de consumo forma
parte de las fuertes tendencias que caracterizan
el nuevo ambiente internacional de la empresa...
A partir del examen de la incidencia del fenómeno
de globalización en la empresa europea, sobre
la validez y el contenido de un euromarketing
y sobre las evoluciones posibles del marketing internacional,
se debaten una gran cantidad de problemas".
Para terminar, el comentario mencionaba
"las condiciones propicias para el desarrollo de un
mix lo más estandarizado posible" y "la arquitectura
de una comunicación europea".
Un poco soñoliento, Juan Pérez dejó la revista.
La inscripción Fasten seat belt se había apagado. Se
ajustó los auriculares, sintonizó el canal 5 y se dejó
invadir por el adagio del concierto N°1 en do mayor
de Joseph Haydn. Durante algunas horas (el tiempo
necesario para sobrevolar el Mediterráneo, el
mar de Arabia y el golfo de Bengala), estaría por fin
solo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario