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jueves, noviembre 17, 2011

Gabriel Fuster: En el año del Conejo Duracell


EN EL AÑO DEL CONEJO DURACELL
Gabriel Fuster
1975, el año del conejo, según el concéntrico calendario chino, y también el año que la revista Playboy llegó a sacudir mis manos.
La publicación mensual con tal circulación clandestina en mi país, desde que se le tiene considerada otra intromisión cultural comparable a la calabaza de Halloween o Santa Claus, es reconocible a la vista por el logo del conejo con corbata de moño y la chica del centerfold, o sea la fotografía de glamour de una modelo desnuda, queriendo por esto decir que el maquillaje disimula el contenido pornográfico. No obstante la copiosa papelería yacente en las fantasías de Archie y sus amigos, Playboy despierta el interés por la perspectiva liberal de sus artículos y sus entrevistas destacadas a gente de liderazgo, entre científicos, políticos, figuras religiosas, escritores, atletas y caprichosas personalidades del mundo del espectáculo, la verdad es que nadie, entre la edad promedio de 16 años, como yo y el resto de adolescentes que diseñan su primera cópula, las adquiere para leerlas. El momento que mis manos abren el telón de papel, me hallo inmovilizado por el confidencial arco iris de sonrisas verticales. Ah, Marilyn Lange, Playmate del año. El rojo de colorete labial une a Marilyn con la inmortal Marilyn y deja los colores inferiores al ropero, con el sombrero viejo. Marilyn Monroe fue la primera de estas mujeres que toman parte en el poético simbolismo de Hugh Hefner, el severo fundador del mismo nombre del monje Vidyakara en un anuncio de tabaco para pipas, posando al interior de sus páginas centrales con el disfraz de incauto T-bone, simplemente para satisfacer el eructo que forma parte de los pedazos de la noche y del pensamiento extremista de izquierda contemporáneo en el cupo de la guerra fría. Hasta 1975, Miss Octubre fue la primera playmate en autografiar su afiche con el nombre de Jill de Vries, pero toda su esbeltez no implicaba nada a la decadencia capitalista, simplemente poseía un tupido vello púbico. Hey, ¿Acaso ha muerto el romance?
            Justo en las afueras de Matamoros, Tamaulipas, acepto el aventón de un individuo que se detiene con su Volkswagen tipo hatchback de tres puertas, sobre la endecha de mi pulgar aterido apuntando hacia el puente internacional. He estado viajando de aventones desde Veracruz y llevo rumbo hacia la Mansión Playboy, en pos de Jill de Vries peinándose con un compás de geometría. La última vez que probé alimento fue en Altamira, buscando la siguiente ciudad amistosa, hace un día y medio. En la curva de un raudo paisaje, el intacto calor aclarándose en el vaivén de los perros dando la bienvenida con sus ladridos, conseguí una deliciosa cena simplemente tocando a la puerta de la primera casa al pie de la carretera y diciendo a los inquilinos que era capaz de reparar la oxidada Moto Kawasaki F21M, abandonada entre dos árboles. Allí, la madre de todos los mongoles me miró con escepticismo, pero insistí que podía arreglarla y no le costaría un peso. Si la echaba a andar, me conformaba con una comida gratis. Ella pide aprobación al marido, quién se halla buscando por azules y rojos huevos de pascua en la parte trasera, mediante tres silbidos, dos silbidos, un largo silbido hasta verlo asomarse desde la esquina, cubriendo el sol en los ojos con la mano, para observar mi mudo arcángel protector a contraluz y guardándose la saliva en responder que no tiene nada que perder y que ponga manos a la obra.
            Yo no sé de motocicletas más que aquellos hombres que pusieron al primer hombre en la luna, pero he tomado este tipo de retos en más de veinte aparatos descompuestos y siempre se trata de encontrarse un resorte suelto o un alambre desconectado o hacer tantas pruebas con una moneda bajo aquellas leyes del magnetismo, y enseguida funciona. Así que me puse a trabajar. Aquella postura de loto persiguiendo la saltante chispa del satori igual a 736 vatios me hace gruñir durante horas, pero nunca conseguí hacerla arrancar. Era noche y la obediente esposa se acercó a preguntarme mis avances técnicos. Alcancé a responderle que sentía mucho haber martillado la transmisión a quedar peor que pliegues de acordeón y que enseguida me iría por la misma ruta que llegué, al tiempo que recogía sus herramientas y recuperaba mi camisa. Ella me hace la invitación para tomar un bocado al lado de su marido. El asunto era alguna rara posibilidad de demostrar un gesto amable ante la grosera inutilidad del hambre, porque ella sabía que estuve mintiendo todo el tiempo, pero verme sudando en el esfuerzo, valió racionar la sopera en la cocina.
            El limbo es eso: los saltos de lejanía en lejanía, hasta que el cansancio vuelve a dar un codazo en mi costado. El Volkswagen es color blanco y se pone en movimiento con el velocímetro cubierto, como si quisiera que fueran anotadas esas placas ML8ML8, oriundas de Wonderland, Tennessee, por aquellos que deben seguirlo hasta su madriguera. Unos metros adelante, el hombre untado de silencio me coloca una mano en el muslo y pregunta mi edad. Usted y yo no somos amigos todavía y queremos empezar una amistad inquiriendo sobre caminos inexplorados, luego abro la puerta con el coche en movimiento y me alejo con pies en polvorosa y gimiendo el rendimiento temporal del conejo Duracell. Ahora, atendiendo a la paradoja del veloz Aquiles, una tortuga puede ser tan veloz como un tren, especialmente si va a bordo del tren. Ya convertida a indolente regla, la exquisita Jill de Vries estará siempre un paso delante, fuera de alcance. Mi vergüenza, la rendición total ante el dios insignificante de la perdida de la virginidad y la cara caída, en el nivel que entretiene la historia del soldado Teruo Nakamura, descubierto por las fuerzas aéreas indonesias en la isla indonesia de Morotai, treinta años después de finalizada la guerra, carga con sus revistas Playboy a todos las orgías, a todos los puertos, asumiendo que ser un artista del bricolaje o un vagabundo ultrajado hace sentir la justificación de una charla. Hey, ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Bellas de noche inicia el cine de ficheras. La misión Apollo-Soyuz cumple un significativo apretón de manos entre dos naciones, llevando a cabo el esperado acoplamiento de sus naves en órbita. Francisco Franco muere y un terremoto destruye los preciosos templos de Pagan, en Birmania. El año del conejo no es la época de escarbar zanahorias, aunque el problema de tener orejas grandes, provoca oír los diálogos más patéticos: “Disculpe señor, ¿Cómo se cogen los conejos?”. “Mire señora, el conejo empieza correteando a la conejita y cuando ésta ya no puede correr más, la va acorralando y entonces se le acerca por detrás y…”. “No, no me entendió. Me refiero a cómo se cazan”. “Usted disculpe, pero los conejos no se casan, nomás se multiplican”. No sé, haría chistes nuevos sobre el año del conejo, pero no me queda ninguno en la chistera.  

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