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miércoles, noviembre 09, 2011

Henri Rey‑Flaud: El psicoanálisis en su relación con lo poético y con la filosofía


El psicoanálisis en su relación con lo poético y con la filosofía
Henri Rey‑Flaud

En el año 2000 se realiza en París la reunión de los 'Estados Generales del Psicoanálisis', su convocatoria como su modo de funcionamiento: no a título personal, sino en la inclusión de un texto general creado por una comisión de lectura y sometido posteriormente a discusión, debiéramos escribir diálogo, son tentativas que aprobamos e impulsamos, porque nos hacen sentir la búsqueda de una forma nueva o diferente de las vigentes y acostumbradas (la de los amos y los esclavos o las más postmodernas de: todos esclavos, sin amos ubicables). Tener como objetivo siempre perfectible nunca realizable en su totalidad lo siguiente: "[que se] asegure su independencia tanto de los poderes públicos, como de toda otra colectividad, de modo que pueda mantener su exigencia de indagar y analizar lo que sucede hoy en el Estado, las estructuras de poder, las sociedades, las instituciones, sean cuales fueren. Esta exigencia deberá ejercer la misma vigilancia sobre las propias estructuras de este Instituto de Altos Estudios en Psicoanálisis". 
¿Cómo no estar de acuerdo con aquello que uno preconiza desde hace tanto tiempo? ¿Cómo no estar de acuerdo con lo que sabemos que no se logra ni siquiera intentar (por no ser pensable eficazmente para instalar sus prácticas) y que produce los más crules designios? Insistiremos con el intentar, sabemos que no lo lograremos pero si aceptamos el modificar los medios de presentación y relación algo se producirá que logre nuevos lazos, que quizás y solo quizás, puedan evitar la instalación (y prolongación) de los conocidos despotismos ("... ¿es que será nuestro destino cambiar de tiranos y no abolir la tiranía?"; dicho esto hace cuatrocientos años por Cervantes en el idioma castellano).
¿Cómo no estar de acuerdo con un la propuesta de lugar que plantea que: "La vocación específica del Instituto es el estudio de los procesos psíquicos inconscientes, que imprimen sus determinaciones sobre la vida individual, social y política, que conocemos también por el estudio de la historia, la literatura, las religiones y los pueblos". Claro que para esto tenga consecuencias hay que haber aceptado la hipótesis del inconciente y no la vigencia, debiera escribir regencia, de la conciencia. El inconciente es una hipótesis hasta que uno no encarnó su influencia y no recorrió y recorre sus dimensiones. Digámoslo así: el inconciente no es algo, el inconciente no es 'cosa en el mundo'. El inconciente es lo inconciente que surge en sus formas, junto con sus formaciones y desde allí nos permite plantearlo. Antes no fue ni es, luego no es ni será (paradojas de la no-ontología). Lo inconciente es lo que pone en escena que la regencia de la conciencia es nuestra ilusión permanente hasta que se rompe y se reestablece. Por ello: No entre aquí nadie que no lo haya aceptado. Si no es inútil. Para recorrer las relaciones que mantiene el psicoanálisis con otros campos es necesario haber aceptado ésta hipótesis. Si no es inútil.

Sergio Rocchietti  
Introducción

La cuestión de las relaciones que mantiene el psicoanálisis con la literatura, el arte y la filosofia ya no se plantea en la actualidad en los mismos términos que en el tiempo de Freud. Para el comentarista de la Gradiva, el texto literario y la obra de arte ofrecían al psicoanálisis naciente, considerado en esa época como una hermenéutica de las producciones del inconsciente, un espacio de verificación externa para descubrimientos hechos en el campo de la clínica. En cuanto a la filosofía, siempre será para el clínico que era Freud, un espacio de especulaciones gratuitas ajeno al de su creación. En nuestro contexto histórico, en el que el auge de las neurociencias, junto con la proliferación de las técnicas de adaptación, plantea a nuestra civilización el problema de un nuevo malestar, la relación del psicoanálisis con los campos tradicionales de pensamiento que son la literatura, el arte y filosofía, cuestiona la esencia misma del descubrimiento freudiano y fija las condiciones de su futuro o de su desaparición.
Plantear hoy la cuestión de las relaciones que mantiene el psicoanálisis con la literatura y el arte por un lado, y con la filosofía por el otro obliga a determinar con precisión la naturaleza de esos tres espacios de pensamiento en los que se establecen tres relaciones con la verdad.

 El espacio de lo poético

El campo de lo que los griegos llamaban poiesis (traduzcamos: lo poético) abarca las diversas prácticas de escritura (Hesíodo o Dante), así como el "hacer" (poien) del artista (Bernini o Cézanne). Miguel Ángel o Leonardo, poetas, pintores, escultores, arquitectos, presentan las figuras emblemáticas de ese campo doble en que el trazo del estilete y el del pincel se hacen acto. El acto poético es un hacer cumplido a partir de la nada, una creación ex nihilo. Es lo que enuncia la fórmula de Maurice Blanchot: "Lo que no hace origen en la obra, no hace obra", de la que Marx extrajo el correlato de que "no hay historia del arte". Sin duda, existe una historia de motivos, tradiciones, filiaciones y fuentes, pero lo que se transmite entonces (las grandes escuelas del Renacimiento lo atestiguan) es el aprendizaje de una técnica: las influencias se limitan a ese terreno. El arte de Florencia no continúa el de Bizancio y sus iconos: las obras de Cimabue y del Giotto comienzan y terminan con ellos. El Maestro es aquel a quien no se reemplaza ni se continúa: su último cuadro, su último poema clausura su obra. Así como no tiene un antes, no tiene un después. El acto creador, sin ataduras, tampoco tiene intención ni dirección. En esto responde a la finalidad sin fin que Kant pone en su principio.
El gesto poético constituye así un acontecimiento. Expresa, como dice Maldiney, "el rayo del ser", con la característica que tiene el rayo de fulminar algunas veces: "Apolo me ha herido", escribe Hölderlin para expresar el destino que comparte con Cassandra de Licofrón, cuya palabra es proferida como maldición sobre el mundo. La palabra poéticaamenaza a la comunidad, a las leyes, a la memoria colectiva, a todo lo que funda y cimienta el estar juntos de la ciudad. Como tal, esa palabra, en el sentido propio diabólico, es una figura sublime de la pulsión de muerte.
El pensamiento en acto en el campo de la filosofia, presenta caracteres completamente invertidos con respecto a los de la expresión poética.

La filosofía y la cuestión de la verdad

La filosofía no parte de la nada, como lo poético. Parte de una  voluntad de comprensión del ser (¿son las cosas lo que Yo veo?), de lo Uno (¿qué organiza y ordena lo diverso y lo múltiple?), de las categorías de pensamiento que hacen que esas preguntas puedan formularse. Ese anclaje en lo real se intensifica al arraigarse en la historia. Con Platón, el pensamiento filosófico se desprende del campo poético representado por Heráclito y Parménides. Desde entonces, ha sido (tanto Aristóteles como Hegel lo atestiguan) un largo diálogo con la obra del fundador. El pensamiento filosófico, expresión del lenguaje, y no ya de la palabra, construye así, a través de las generaciones, un discurso dialógico referido a la participación y a la transmisión. Al promulgar una ética del estar juntos, este pensamiento simbólico es así la figura ejemplar de la pulsión de vida.
A pesar de estas diferencias que los oponen término a término, lo poético y lo filosófico se unen en la cuestión de la verdad. Cézarme reivindica para el arte este objeto que suele atribuirse al filósofo: "Os debo la verdad en pintura: os la diré". Giorgio Agambem formaliza esto al escribir que "la poiesis es el hecho de que en ella algo pasa del no-ser al ser, de la ocultación a la plena luz de la obra". Esta frase establece el punto en que los actos del artista y del filósofo se encuentran en la revelación de la verdad, operación que se cumple a través de la "eliminación del olvido", que la lengua griega designa con el juego de palabras entre lethe (el olvido) y alethe (lo verdadero). Por un lado, Platón pone en el principio del pensamiento dialéctico su teoría de la reminiscencia. Por el otro, Hesíodo marca el nacimiento de lo poético, en Occidente, refiriendo su acto a las Musas, las hijas de la Memoria, que recibieron como herencia de su madre el poder de decir "bellas mentiras, pero también, cuando lo desean, palabras de verdad".
El psicoanálisis, que llega más tarde, identifica el lugar simbólico en el que se anudan el olvido y la verdad, determinando el concepto final, todavía hoy dificil de circunscribir, de represión originaria, que le permite mantener un doble diálogo con la filosofía y lo poético.

 El psicoanálisis: lo filosófico al revés

La articulación entre la filosofia y el psicoanálisis sobre esta cuestión bisagra, se cumple a partir de dos posiciones inversas. En el final de La República, el mito de Er relata que las almas, antes de regresar para encarnarse en un nuevo cuerpo, deben atravesar la llanura del olvido (lethe), donde, al beber el agua del río Ameles, perderán la memoria de las cosas verdaderas (alethe) contempladas en el otro mundo. Al revés de este destino trivial, el hombre instruido por la dialéctica, gracias al progreso de la reminiscencia, deberá llegar a ser uno con el no‑olvido para llegar a la verdad. El mito de la Caverna, consignado en el mismo texto, describe la efectuación de ese principio, cuando el prisionero (el hombre cautivo del espacio de las representaciones) es introducido en la verdad grado a grado pasando de las sombras a las imágenes, y luego a los reflejos de las ideas, antes de descubrir las ideas mismas. El trayecto fijado al hombre por la metafisica presenta así la inversión del que es asignado por la metapsicología freudiana al sujeto del lenguaje.

En los comienzos del psicoanálisis, la Carta 52, escrita por Freud el 6 de diciembre de 1896 a su amigo Fliess, inscribe el Mane, Thecel, Phares que le significa al hombre, en el umbral de su existencia, que su introducción en el mundo de la realidad, junto con la constitución de su yo, está sometida a una travesía que es lo contrario de la anabase prescripta al prisionero de Platón. Por cierto, una vez más, el proceso consiste en una serie de transcripciones literales, pero aquí cada nuevo parlamento está afectado por una renuncia a la traducción (Versagung der Übersetzung), que marca en cada momento del devenir subjetivo un nuevo modo de represión originaria, un nuevo grado del olvido. Treinta años más tarde, el ensayo sobre la egación (Verneinung) confirmará que la realidad acontece sobre la pérdida reiterada de lo que el idioma alemán llama, en sentido propio, "percepción de lo verdadero", Wahrnehmung, el rechazo de ese duelo expresado en un negativismo absoluto que determina, nos dice Freud, el destino del psicótico.
De hecho, un examen más fino relativiza el alcance de la inversión reconocida entre ambos espacios de pensamiento. En efecto, la mayéutica socrática y la cura freudianacomparten en el inicio el proyecto común de arrancar al hombre al saber de las apariencias, destituyendo la conciencia de sus ilusiones. Pero a partir de ese punto compartido, ambas disciplinas se separan: la filosofía se dedica a sustituir el falso saber de la doxa por el conocimiento (episteme), mientras que el psicoanálisis deja al hombre frente a un no‑saber. No refiere la verdad del sujeto al ser, sino al des‑ser, apoyado por la representación primordial originariamente reprimida (urverdrängt) para fijar la pulsión y que, al abolir, por vía retrógrada, el universo del sentido, posee la esencia de la libertad. En este punto que marca en Platón al mismo tiempo el umbral de la Caverna y el lugar del acontecimiento (exaiphnes), se separa el psicoanálisis de la metafísica ("hagamos lo que hagamos, decía Freud, no podemos salirnos de este mundo"), para entablar otro diálogo con la cultura.

La primera lección de lo poético: la representación primordial

El discurso poético pone en evidencia la distinción durante mucho tiempo inexpresada en psicoanálisis entre el origen y el comienzo, es decir, entre la prehistoria arcaica del sujeto y su historia marcada por el establecimiento del representante primordial en lugar de la Urvedrängung, fuente de la pulsión. Ese representante constituye, en cuanto a la realidad, el punto de anclaje del sistema representativo y, en cuanto al sujeto, el puro trazo del ideal del yo, sin los atributos del yo ideal, el que el pintor chino ejecuta in initio sobre la tela: "La Pincelada única, escribe el maestro Shitao, es el origen de todas las cosas, la raíz de todos los fenómenos... El fundamento de la regla de la Pincelada Única reside en la ausencia de reglas que engendra a la Regla".
El poeta Philippe Jacottet convalida el estatus de ese trazo que marca el nacimiento de lo simbólico: "Esto es lo que hemos experimentado: que nunca estuvimos más vivos, nunca fuimos más reales, nunca estuvimos tan seguros de nuestra realidad y de la realidad del mundo que cuando alcanzamos ese punto en el que nuestro pensamiento se detiene, mejor dicho, cuando ese lugar imposible nos alcanza" . El autor de Coup de dés llama precisamente a ese lugar imposible, "el Lugar", el único que "tuvo lugar", después de que desaparecieran todos los "chapoteos" que forman la espuma de los días. Por estar vacío y desnudo, el poeta Hölderlin llama "pobre lugar" a ese lugar que, sin embargo, es rico, porque encierra la promesa de todas las flores. También es el lugar, nos dice este poeta, de un "puro florecimiento, que el canto apenas se atreve a revelar". En un intermedio casi poético de Timeo, Platón denomina a ese lugar Chóra (que significa, en griego, espacio vacío), y lo compara con un tamiz que debe clasificar y ordenar lo diverso y lo múltiple, misión que Klee adjudica al punto gris organizador del espacio, "un punto no dimensional, un punto entre las dimensiones y en su intersección, un punto fatídico entre lo que deviene y lo que muere" .
Así, el discurso poético pone en evidencia el estatus de llave maestra de la realidad y del yo del representante originariamente reprimido. Pero, más allá de eso, este discurso establece que ese representante también es la llave que cierra la frontera entre el espacio de la realidad imaginaria donde comienza la historia del sujeto y el mundo arcaico de los orígenes.

 Lo poético y el psicoanálisis: variaciones sobre la roca
Freud descubre esta frontera en los comienzos de su obra, en el ombligo del sueño, indicando que traza el límite entre lo ignorado reprimido (Unbewusste) y lono reconocido olvidado (Unerkannte). Vuelve sobre esta frontera al final de su vida, cuando establece la existencia de un "terreno imposible de cultivar" a través del discurso que marca el punto de tope del trabajo analítico, que la tradición llama roca de castración. Es la misma imagen, cargada del mismo sentido, que designa en Kafka el punto de tope del discurso representativo sobre la roca que lo sostiene, pero que permanece ajena a él. En un relato breve, el autor de La metamorfosis se refiere a las diferentes versiones que han conservado, a través del tiempo, la historia de Prometeo.
La primera versión presenta la leyenda, tal como la conocemos, del Titán encadenado a su roca del Cáucaso, y atacado por águilas que devoran su hígado, que siempre renace. La segunda versión relata que el Titán, para escapar a esos picos asesinos, se hunde en la roca hasta confundirse con ella. "Según la tercera, su traición fue olvidada en el transcurso de los milenios, los dioses olvidaron, las águilas, y él mismo, olvidaron. Según la cuarta, todos se cansaron de lo que ya había perdido su razón de ser, los dioses se cansaron, las águilas se cansaron y, cansada, la herida se cerró". Sobre esto, Kafka concluye‑ "Sólo faltaba la inexplicable roca". Y comenta: "La leyenda intenta explicar lo inexplicable. Como nace de un fondo de verdad, tiene que volver a lo inexplicable". El psicoanalista debe sentirse interpelado por este texto que pone en evidencia el olvido y la repetición del olvido, señala que todo comienzo supone un origen fundador que constituye el "fondo de verdad" del hombre, que estar fuera del discurso constituye la condición de todo discurso, y llega a la máxima final que el psicoanálisis puede hacer suya: "Hay que volver a lo inexplicable". Porque el objeto de la cura no es la trama de las fábulas que los pacientes devanan sobre los divanes hasta cansarse y cansar con ellos al analista, a las águilas y a los dioses. Más allá de las palabras, la inexplicable roca de la Cosa freudiana es lo que constituye la apuesta final del trabajo analítico.


Más allá del espejo, la Cosa

Inmediatamente reaparece la cuestión de saber si esa roca es tan insondable como la presentan Freud y Kafka. Para el psicoanálisis, de hecho, esa barrera permaneció infranqueable durante mucho tiempo, como una baldosa de granito sellada sobre una cripta prohibida, hasta el día en que una arqueóloga de genio, Melanie Klein, se atrevió a avanzar sobre ese no mans land, al abrir para sus alumnos el camino que llevaba a los espacios escondidos donde retozan en la sombra los monstruos que alimentan los terrores arcaicos. El discurso poético, en cambio, siempre mantuvo la figura de ese mundo primitivo, anterior al orden de la ley. La mitología de la Antigüedad fue la primera en encarnar ese universo de los orígenes en la máscara de la Gorgona, "(que) traduce, escribe Jean‑Pierre Vernant, el horror terrorífico de lo totalmente otro, lo indecible, lo impensable, el puro caos (donde) los marcos ordinarios y las clasificaciones comunes aparecen mezclados y sincopados: lo masculino y lo femenino, lo joven y lo viejo, lo bello y lo feo, lo humano y lo bestial, lo celestial y lo infernal, lo alto y lo bajo, lo interior y lo exterior: en una palabra, (donde) todas las categorías se interfieren, se juntan y se confunden". En cuanto a la época moderna, recordemos cuando Goethe le hacía entrever a Fausto los "imperios de la desligazón", confiados a la soberanía de las Madres, cuando Rimbaud produce la visión de un mundo bárbaro que enarbola como emblema un "pabellón de carne cruda", cuando Saint‑John Perse "recuerda el territorio sin nombre, iluminado de horror y vacío de todo sentido", Sylvia Plath presenta su ser en el mundo como "cero abierto sobre la nada", Guyotat y Pollock hacen de sus excreciones corporales originales el material de su creación, en correspondencia con las "formas" salivales y excrementales, cuyo papel determinante mostró Frances Tustin en la introducción de los niños autistas al lenguaje.
Eso ocurre con la palabra poética, soporte de un conocimiento singular de no ser un saber, que va al encuentro de las titubeantes elaboraciones del psicoanálisis desde el lugar de un eterno futuro, como decía Heidegger de Hölderlin.

 Conclusión

De todas estas conjunciones establecidas entre la filosofía, lo poético y el psicoanálisis, resulta que la relación natural entre esos tres espacios es la del diálogo. Ninguno de ellos podría pretender sostener, frente a los otros dos, el discurso de los discursos, ni reivindicar el estatus de ciencia de las ciencias, como lo hizo en su tiempo la teología medieval. En cambio, cada uno desde su lugar permite replantear los interrogantes de los otros dos: Platón con Lacan, Eliot o Bacon con Melanie Klein. En este reencuadre, el psicoanálisis aparece como lo que es: una de las manifestaciones del pensamiento humano, que, en su esfuerzo de Sísifo, tiende hacia la verdad como indiscernible y el acto como indecidible. En el reconocimiento de su objeto en esos dos imposibles, que figuran (lo digo al pasar) entre los temas mayores del pensamiento de Jacques Derrida, quien cerrará esta jornada, el psicoanálisis, confrontado a todas las psicoterapias, jugará su identidad y su destino.


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