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lunes, septiembre 24, 2012

Lourdes Franyuti: Vino Tinto


 
Vino tinto

Lourdes Franyuti.

 
                  Tinto el vino y de gran reserva. Copa y decantador que invitan, más que al placer, al gusto de disfrutar un sabor dulce y seco. El Pacífico es la combinación perfecta para descansar este fin de semana largo y caluroso. Sentada debajo de la palapa, admiro la cadencia con que rompen las olas en la playa, con un escenario de medio sol desdibujándose lentamente dentro del mar. Escucho a lo lejos música algo extraña, rítmica y sensual. Algún evento se realiza en las terrazas del hotel donde estoy hospedada.
                   El camarero toma el decantador y sirve la tercera copa de vino, colocando ante mí, una ensalada de camarones típica de la región. La palapa es perfecta para admirar el atardecer: dos camastros y una mesa central que invita al descanso, a la meditación y al deseo.
                   El traje de baño que llevo puesto se conserva aún húmedo. Hace unas horas jugueteaba con el agua salada y la espuma. El océano cobra a los bañistas la ocupación de su espacio, ofreciendo a su vez, fuerza, marea alta y respeto a quién desafía su ímpetu. Distingo en la playa la silueta de un hombre alto y corpulento. Me reincorporo en el camastro y dudo si es quién imagino. Desde aquí podría jurar que se trata de Emilio. Lleno mi copa con el dulce vino y lo sigo, mojando y enterrando mis pies en la arena. Mi corazón se acelera a medida que apresuro el paso. Dos años se han cumplido ya desde la fecha del divorcio. Me resistía a firmar; indirectamente fui yo la culpable del rompimiento. El trabajo no permitió dedicarle mi vida entera.
                   Lo abordo y me sonríe… No puedo expresar palabra alguna. Sólo es mi embelesamiento el que salta y él lo percibe. Me vuelve a sonreír y sigue su camino. Es impresionante el parecido que guarda con Emilio. Tomo el vino de un jalón y regreso a la palapa absorta en mis pensamientos. La luna es quién manda ahora. Su poder se refleja en el mar y me invita a seguir su estela. Sirvo más vino, coloco la copa sobre la arena y me quito el blusón, lo aviento en el camastro y a su vez, levanto mi copa. Camino hacia la orilla y me meto al mar. Aprecio el tamaño de las olas por la blancura de la espuma.
                   El agua me tapa el cuerpo hasta la cintura; siento una fuerza brutal en mi espalda. Son las olas que rompen y hacen vibrar cada célula de mi cuerpo. La copa sigue en mi mano; al parecer se ha mezclado el vino con agua de sal. No me sabe ya tan dulce. Un relajamiento invade mi ser; el traje de baño se desata debido al golpeteo de las olas. No me doy cuenta que ya no lo traigo puesto. Estoy desnuda y mi único cómplice es el cielo estrellado. Lo miro y el recuerdo de Emilio renace en mí: su olor, su ardiente voz y sus brazos fuertes apretándome hacia él, haciéndome suya, llegando al éxtasis del deseo más puro que puede existir entre un hombre y una mujer. Acaricio mi cintura llegando más abajo. Parezco una marioneta colgada de una constelación. El cielo sigue estrellado y no da lugar a formación de nubarrones. Es pleno verano y la temperatura rebasa los cuarenta grados.
                  Una ola choca intempestivamente contra mi espalda; hace que pierda el equilibrio. Suelto la copa y trato de nadar hacia la orilla. Ahora distingo la espuma en color rojo intenso, simulando pasión y erotismo. Volteo y encuentro la copa en la orilla. La recojo llena de espuma de mar, la llevo a mis labios y disfruto el dulce, seco y enigmático sabor de vino tinto.

 

                  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bella pieza literaria, breve, con la presencia de todos los sentidos para evocar la experiencia poética.
Voz de mujer.
Saludos.
Manuel Salinas.