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domingo, mayo 17, 2009

Ignacio García: Atisbos de lucidez






Conocí a Julio Sanz a través de un amigo mutuo, el artista y fotógrafo: Alberto Contreras (hoy lamentablemente desaparecido). Hacía unos dos años que Beto me había solicitado (también por recomendación del ubicuo Arturo Talavera) le escribiera yo un texto para una exposición fotográfica que haría a lo largo del país. Lo hice, y como gesto inmerecido fui objeto de una fotografía magnífica de parte de él y titulada "Lluvia bajo Xalapa"

Como a Beto, cuando Sáenz me vino a ver, le advertí que si sus fotos no me "llegaban" (conmovían) me iba a ser difícil comenzar a escribir siquiera con la letra "A". Trajo su portafolios, y grande fue mi sorpresa al presenciar la sensibilidad e inteligencia con que este otro artista trata el desnudo erótico. Fotos y fotos, que le llevaron cerca de cuatro años de arduo trabajo, llenas de una de esas cualidades que hacen vibrar a uno; y no por la belleza del cuerpo femenino solamente, sino porque Sáenz supo ir más allá de la pura piel y mostrar el interior (su yo transfigurado) y lograr verdaderas piezas de arte en cada una de sus fotografías. Le dije que sí y el texto estuvo (influido por esa sutileza del alma de Julio) en unos momentos. La exhibición, hecha en la FOTOTECA del puerto, fue todo un éxito. En mi memoria quedó grabado el trabajo de un artista auténtico.

Eso fue hará unos dos años. Julio se perdió. Nos extraviamos en nuestros mutuos quehaceres y dejamos de vernos. El artista hizo un viaje a Jerusalén y visitó lugares que yo sólo conozco por referencia de mi lectura de la Biblia... En fin.

Hace unos diez días recibí un correo electrónico de él. Aparte de saludar y externar el gusto de volverse a poner en contacto conmigo, me contactaba porque (humuildad y agradecimiento de verdadero artista) no olvidaba aquel texto que le había yo escrito y deseaba recompensarme con uno de los cuadros presentados en aquella noche. Hicimos una cita, y más que pronto me hallé frente a su MAC con el fin de elegir la foto que más me gustara y llevarla a casa.

Pasaron por mis ojos unas veinte imágenes. La mente iba, más que eligiendo, desechando las fotos no deseadas... Así, hasta que, finalmente, permanecieron dos a manera de duda dentro de mi cabeza. Le pedí me mostrara esas dos cuadros una vez más, y por fin, la zozobra desapareció. Escogí la que el lector puede ver repetidas veces en la película que he puesto a la cabeza de este artículo. Ahí se puede presenciar, de cualquier forma que se cuelgue, que la foto es cuatro imágenes en una, sin ambigüedad alguna.


Cuando Julio vió qué foto había yo elegido, me tiró una sonrisa cómplice. ¿Por qué precisamente esa foto? A él, esa imagen era la que más tiempo le había llevado; y no sólo por la modelo, el paisaje, la escenografía, sino porque era una preconcepción del mismo artista. Me explico: Julio ya tenía en mente una imagen que fuera cuatro imágenes a la vez. Su yo, su self, no estaban ya a la búsqueda de una serie de shots en posiciones diversas, para luego elegir la mejor, sino que hurgaba en una que su mente le demandaba como un sólo tiro para matar con él cuatro aves en blanco y negro con un solo misil salido de su cámara... Así me lo explicó, palabras más, palabras menos.

Pero ¿Y yo? Vino la pregunta ¿Por quér había elegido precisamente esa imagen? O bien era yo un (que no lo soy para nada) amplio conocedor del arte de la lente, o le había adivinado al artista sus pre-intenciones y me traía conmigo no sólo un cuadro sino también su idea-interior. Mi respuesta fue muy simple: al trabjar mi mente y ver cada una de las imágenes, ésta me trajo, del frontal al tálamo, el recuerdo del Sísifo de mi admirado escritor argelino Albert Camus.

En resumen, Sísifo es un personaje de la mitología griega que es castigado por los dioses por atreverse a dar agua a la ciudad de Corinto. Su castigo, una vez llegado a los infiernos, es uno de esos inimaginables pero que el hombre común y corriente conoce muy bien: cargar una roca hasta la cima de una montaña, y una vez estando allí, dejarla caer, hacerla descender de la montaña, y re-iniciar su "trabajo"... Así, eternamente. ¿No parece esta pena mitológica a la carrera del obrero moderno que semana tras semana, día tras día, se levanta, sube su roca con esfuerzo desdoblado...para a final de semana alcanzar una "raya" que desparece al instante?. El agobio continúa por las noches, la tarde, el día: es decir, tanto Sísifo como el hombre se hallan frente a lo que Camus denomina "el trabajo inútil, sin esperanza: absurdo".

No obstante, Sísifo es un héroe en sentido doble: primero por su desafío a los dioses y su fraternidad con los demás hombres; y luego por haber alcanzado un estado de lucidez que lo lleva a librarse (así sea por instantes) de ese trabajo absurdo. Cierto, la roca pegada al cuerpo está adecuada, hecha, imaginada, para que la fuerza del hombre logre "apenas" cumplir con su tarea. La piedra forma parte de él: es su extensión y su prótesis. La imagen primera [pido al lector repita la imagen de arriba cuantas veces sea necesario] en la foto de Sanz, ofrece esa situación: sostener la piedra (subirla con el máximo esfuerzo) con una mano, en tanto que la otra mano extendida, no deja de palpar la misma roca: la fusión es peculiar, pues si bien la piedra va apenas en ascenso, ya el hombre, la mujer palpan que su destino no posee salida alguna: de allí que se tenga siempre, metida en la mente, el cuerpo de la roca: el absurdo subir-descender, el castigo sea con una mejilla o con la otra (veáse imagen 4-vertical).

Hay un instante, un momento que Camus llama "el de la lucidez" en el que Sísifo es consciente de su situación absurda. Si bien sabe que su pena contempla ambos pómulos, intuye que hay una fracción de tiempo en la que puede librarse y ser feliz (veáse imagen 2-horizontal). Ese instante se presenta al héroe absurdo a la hora de su descenso; en el que camina hacia la sima ya sin su roca. El mérito de este atisvo de conciencia permite a Sísifo contemplar, en tanto desciende, la bravura del mar, el bandazo de las arboledas, el vuelo de gaviotas, el ronquido de chalanes y murmullo de esquifes con voces que cantan acercándose a tierra, y sobre todo, ese silbo suave de viento que le repite que en "ese instante", SOLO EN ÉL, no lleva la roca consigo y puede entonces rebelarse y ser feliz.

Si existen hombres aún vencidos por su destino absurdo, es porque sueñan, viven, comen, beben y porcrean, palpando con ambas manos y al mismo instante su roca-absurda. No existe para ellos un instante de libertad...La mente está cautiva durante el descenso a esa obsesión que le dicta: te espera tu roca... vale madre el paisaje y lo que la existencia te ofrece fuera de su cuerpo estólido, monolítico. Pero el hombre rebelde (el que sí devora esos momentos de descenso gosozo) llega a la conclusión que Camus traduce como: "La lucha de la roca hacia la cumbre, basta para llenar el corazón de un hombre..." (veáse foto horizontal-4).

Salí de la casa-estudio de Julio con una sola idea: ¿Cómo colgar en mi pequeño cuarto la foto? ¿En qué posición exhibir la imagen de este artista admirable? Debo confesar que aún no coloco el cuadro: sigue cubierto con el papel que Julio le puso para protegerlo. De vez en cuando (como si se tratara de un episodio esquizofrénico) creo mirar que la imagen se descubre sola. Yo me le quedo mirando y trato de decifrar el cómo asir en la pared una imagen que son cuatro a la vez, y, sobre todo, no deja mi indecisión de agradecer el tiempo, la paciencia y, sobre todo, el genio de Julio Sanz para obtener este tesoro que mide un poco más que la habitación donde duermo, e imagino también escuchar la voz del propio Camus, diciendo:

Tengo por cierta esta absurdidad que regula mis relaciones con la vida, si penetro en este espectáculo del mundo, debo sacrificar toda certeza y esperanza, y debo mirarla de frente para poder mantener mi conducta y continuarla con todas sus consecuencias.

Gracias Julio.

1 comentario:

cristina caballero dijo...

Qué regalo del artista¡ En especial porque la fotografía logra un impacto increíble. Y no dudo que por ella se pueda entrar a un reino entre el sueño y la vigilia. Gracias, querido Maestro por compartir su mundo -está de más decir que el interior, pues no hay ningún otro-... Por ese mundo tan lúcido, lo llamarán "loco" de vez en cuando, supongo. Una vez le oí mencionar el mito de Sísifo, me parece que para usted ha sido una luz en el camino de sombras de esta tierra. Y el ensayo hace que me pregunte por primera vez, cuál ha sido mi luz ¿o tal vez, no conservé ninguna para tiempos oscuros? Que esté siempre bien, feliz y en paz