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viernes, mayo 08, 2009

Lucinda Altamirano: Juan y Margarita




I
El día esperado llegó. Todo al parecer estaba listo. Los chicos de Zongolica arribaron al puerto, medio centenar de frescos adolescentes dispuestos a conocer, a divertirse pero sobretodo a regalar su música… la que con tan pocos recursos, pero abundante fe , dejan brotar.
Fuimos a recogerlos. Esa mañana del sábado la primavera había decidido mostrarse plenamente. El concierto se llevaría a cabo hasta el domingo temprano, por lo que el resto del día quisimos como anfitriones, llevarlos a la playa.

II
Margarita sintió por primera vez el éxtasis provocado por la atracción y el enamoramiento. Tantas horas compartiendo el mismo lugar... el toque divino que vuelve la rutina en anhelo permanente. Así, los diarios ensayos para la presentación en el Puerto, habían cobrado un nuevo sentido. Las miradas furtivas entre el soplar de la flauta. El contacto mismo de la mirada…esa mirada con la que Juan recorría palmo a palmo su rostro, temeroso de ser descubierto.
El grupo esperaba con ansias el día de la presentación. Les costaba trabajo creer que aquella pasada invitación, llegase a efectuarse: tocar en el Puerto de Veracruz en un recinto especial.


III
Eran tantos, tan felices, brincoteando entre las olas. Algunos no lo conocían, entonces con su majestuosa presencia, el mar tocó suavemente sus pies para darles la bienvenida.
Nos dividimos en grupos pues la responsabilidad de regresarlos sanos y salvos imperaba. Otros más, organizaban las comidas.
Un alboroto repentino, rompió de tajo el momento.



IV
Nuevamente el destino cobijaba su tierno y pasional amor.
El agua encubría el roce de sus manos. Juan no dejaba de admirarla, de desearla. Margarita le había descubierto un sin fin de hermosas y turbadoras sensaciones. Ella, hasta hacia unas semanas, era presa de los mismos sentimientos. Sólo que ahora uno cruel ensombrecía su dicha, la incertidumbre. Por mas que quisiera disfrutar plenamente aquellos momentos, el temido retraso se hacía patente. Se sentía diferente. La mar en calma, Juan no dejaba de juguetear, salpicándola. En complicidad con el aire le decía en voz alta aquellas únicas palabras que sólo nacen de lo profundo. Repentinamente frente a sus ojos Margarita exhaló un grito desgarrador y con dificultad trató de caminar hacia la orilla dejando tras de sí una estela impregnada de dolor.


V
Al fin… un nuevo amanecer. Ese tan esperado. Fuimos depositarios de un arduo y hermoso trabajo cuyo origen elevó su estimación.
Entre los muchachos, plantado en el escenario, Juan desesperado, buscaba en el público, el rostro impávido y transparente de Margarita.




FIN

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