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lunes, octubre 31, 2011

Otto Dörr Zegers: La muerte en la poesía de Rilke

LA MUERTE Y EL SUICIDIO EN
LA POESÍA DE R. M. RILKE
Otto Dörr Zegers

 El suicidio significa interrumpir violentamente ese proceso natural que es el morir. La muerte es el fin de la vida, pero no al modo de un terminar cualquiera, como termina un camino o una melodía, por cuanto la muerte pertenece a la vida. No hay vida sin muerte, porque ésta nos da, entre otras cosas, la posibilidad del tiempo. El tiempo se constituye desde la finitud, desde la muerte, y su carácter central es la transitoriedad. Y, como dice Heidegger (1), “la muerte es la más propia (auténtica) posibilidad de la existencia...Es (justamente) el ser-relativamente-a-lamuerte el que abre a la existencia su más propio poder-ser.”

Este concepto de la muerte como parte esencial de la vida ya lo encontramos en el principio Stirb-Werde de Goethe (2), que podría traducirse como “morir para llegar a ser” y también en todo el pensamiento dialéctico de Hegel (3). Recordemos ese famoso pasaje de la Introducción a laFenomenología del Espíritu: “El botón desaparece con el surgimiento de la flor y se podría decir que aquél es negado por ésta; del mismo modo el fruto transforma a la flor en una falsa existencia de la planta, pues aparece en lugar de la flor como la verdadera planta...”, etc.

Dicho con otras palabras, la muerte del botón significa la vida de la flor, la muerte de la flor significa la vida del fruto y así sucesivamente. Vida y muerte se entrelazan inextricablemente. Habría algo así como una muerte inmanente a la vida y que sería como su elemento transformador, eso que permite, en un sentido dialéctico, el paso a una nueva síntesis.

Algo semejante encontramos en uno de los poetas que más se ha preocupado del tema de la muerte: Rainer Maria Rilke. En una carta del 13 de noviembre de 1925 a su editor en polaco, Wietold Hulewicz (4), —quien le había preguntado sobre el sentido último de las Elegías del Duino, uno de los grandes monumentos de la poesía universal— Rilke escribe: “...Las elegías conducen a la demostración de que esta vida, así suspendida sobre el abismo, es imposible.

En las elegías... la vida se hace otra vez cosas tienen que ser comprendidas y transformadas por nosotros... ¿Transformarlas?, sí, porque nuestra tarea es ésta, impregnarnos de esta tierra provisional y caduca tan profundamente, tan dolientemente, tan apasionadamente, que su esencia resurja otra vez en nosotros, invisible. Somos las abejas de lo invisible… Las elegías nos muestran a nosotros en esta tarea, en la tarea de este constante transformar lo amado, visible y tangible, en la oscilación y la agitación invisibles de nuestra naturaleza; y esto va a introducir nuevas formas de vibración en... el universo… (op. cit., p. 374 ss.).

Nos hemos detenido un momento en este impresionante texto de Rilke y escrito, como toda carta, “al correr de la pluma”, porque creemos encontrar en él no sólo una visión positiva de la muerte, sino, y sobre todo, una suerte de llamado a una misión de vida que sería ineludible: el amar las cosas y, a través de la palabra, eternizarlas. Para las citas de los textos poéticos emplearemos una traducción del alemán hecha recientemente por nosotros (5). Y así el poeta nos dice en la Novena Elegía (6):

“...y estas cosas
que viven de la muerte comprenden que
tú las elogies; ellas, las fugaces,
confían en que nosotros, los más efímeros,
seamos capaces de salvarlas.
¡Ellas quieren que las transformemos del
todo en un corazón invisible
—oh infinitamente— en nosotros!, quienquiera
que seamos al final...”

 Y las cosas están ahí esperando que nosotros, los humanos, procedamos a transformarlas, a hacerlas invisibles, pero no sólo a la casa, el cántaro o el manantial, como dice el poeta un poco antes, al descubrir que nuestra primera misión en la tierra es el dar un nombre a las cosas, sino a todas las cosas, más aún, a la tierra entera, algo que manifiesta expresamente en el verso siguiente:

“Tierra, ¿no es esto lo que tú quieres: resurgir
en nosotros invisible?
 ¿No es tu sueño ser invisible alguna vez?
¡Tierra! ¡Invisible! ¿cuál, si no metamorfosis,
es tu apremiante misión?...”

Con esta hermosa misión el hombre puede ir tranquilo al encuentro de la muerte, que, por lo demás, sólo él conoce. Es cierto que este conocimiento es la fuente última de la angustia —dolorosa emoción que lo acompaña durante casi toda su existencia— pero puede que constituya también su mayor grandeza. Ni los animales ni los ángeles conocen la muerte. “El animal libre (de la muerte) / tiene tras sí su ocaso / y ante sí a Dios y, cuando camina, entonces / lo hace hacia la eternidad, así como manan las fuentes”, como dice el poeta en la Octava Elegía.

Mientras los ángeles tampoco saben de ella, porque viven “en el torbellino de su (permanente) retorno a sí mismos” (Segunda Elegía). ¿Qué puede ocurrir para que alguien no espere
su muerte propia y destruya con su acto suicida la armonía de la vida y de la muerte? Una
posibilidad es pensar que el suicida olvida que el dolor es “nuestro follaje / invernal y perenne,
nuestro verdor oscuro del sentido, / una de las estaciones del año secreto, mas no sólo tiempo,
/ sino lugar, poblado, campamento, suelo, residencia”. Es decir, el dolor lo es todo y es tan consubstancial a la vida humana, que es de las pocas cosas que legítimamente podemos
llevarnos al más allá. Rilke expresa maravillosamente este pensamiento en la Novena Elegía,
cuando dice:

“...¿qué se lleva uno hacia el más allá?
No el mirar, aquí
lentamente aprendido, y nada de lo que
aquí ocurrió. Nada.
Pero sí los dolores. Sobre todo la pesadumbre,
también la larga experiencia del amor: es decir,
todo lo inefable...”

 Posible... (pues) la aceptación de la vida y de la muerte se nos muestra como una misma cosa... la muerte es el lado de la vida apartado y no iluminado por nosotros. Tenemos que hacer el intento de alcanzar la máxima conciencia de nuestra existencia, la que está domiciliada en ambos ámbitos ilimitados y se nutre de ambos inagotablemente...

 “No hay ni un allende ni un aquende, sino la gran unidad en la cual también habitan los seres que lo superan, los ángeles...”.

Y más adelante, en la misma carta, explica con mayor detalle lo que quiere decir con su concepto de la unidad de la vida y de la muerte:

 “...Nosotros, los de aquí y ahora, no estamos ni un momento satisfechos en este mundo temporal, pero tampoco estamos atados a él, sino que pasamos permanentemente hacia el mundo anterior, hacia nuestro origen, como también hacia el mundo ulterior, el de aquellos que vendrán después de nosotros. En aquel máximo ‘mundo abierto’ existen todos... (Aquí) no me estoy refiriendo (estrictamente) al sentido cristiano... Con una conciencia puramente terrena, profundamente terrena, beatamente terrena, hay que introducir lo aquí visto y tocado en un círculo más amplio, en el más amplio posible. No en un ‘más allá’, cuya sombra oscurece la tierra, sino en una totalidad, en lo entero...”.

 Por último, el poeta le explica a su editor cuál es, mientras vivimos, nuestra relación con el resto de las cosas de este mundo, que comparten con nosotros la provisionalidad, pero que desconocen la muerte: “La naturaleza, las cosas de nuestro trato cotidiano y de nuestro uso son, mientras estamos aquí en la tierra, nuestra propiedad y nuestra amistad; ellas son consabidoras de nuestra alegría y de nuestra miseria y ya fueron los confidentes de nuestros antepasados. Así, no sólo no hay que descalificar y degradar lo de aquí, sino que precisamente por su provisionalidad... estas apariencias y estas Nuestra misión es salvar las cosas a través de la palabra, darles un sentido, eternizarlas.

 Pero de todo lo que hemos vivido en esta tierra, lo único que podemos llevarnos hacia el más allá, para que así nos acompañe eternamente, es para el poeta un extraño bagaje, compuesto sólo de dos elementos: el sufrimiento y el amor. El acto de suicidarse significa entonces desconocer el valor del sufrimiento y el sentido del amor. Rilke se refirió

expresamente al tema del suicidio en el Réquiem para el Poeta Wolf von Kalckreuth (7). Intentaremos resumir algunas de lasideas sobre el tema que se desprenden de este maravilloso poema. No se conocen las razones que tuvo el joven poeta para suicidarse, pero Rilke le reprocha a lo largo de todo el réquiem el que no haya sido capaz de perseverar, esperando que le llegase su propia muerte. Porque Rilke no estaba en contra de la muerte de los jóvenes; por el contrario, en la muerte prematura del héroe y en el profundo misterio que encierra la muerte infantil él cree encontrar un camino legítimo para el hombre elegido. Pero el suicidio lo perturba profundamente. El primer reproche que le hace a Kalckreuth es el no haber reconocido en la tierra la posibilidad de la alegría, la que a veces se esconde detrás de los dolores; más aún, en el momento menos pensado el sufrimiento se invierte, dando paso al consuelo y aún a la felicidad:

 Lo que no esperaste fue que el peso se hiciese del todo insoportable: es entonces cuando éste
se invierte de repente y es tan pesado por ser tan verdadero. Ves, éste fue quizás tu momento más cercano; tal vez él se acomodaba la guirnalda en el cabello ante la puerta que tú le cerraste bruscamente.”

Luego de una serie de consideraciones sobre lo poco que sabemos sobre el misterio de la existencia y cómo no debemos adelantarnos a darle una interpretación definitiva, como la que resulta de un acto como el suicidio, el poeta se conduele de que no haya habido alguien en las cercanías del joven suicida que le hubiese podido hacer cambiar su decisión:

Si una mujer hubiese puesto su mano ligera sobre el comienzo aún delicado de esta ira; si hubiera habido alguien, que estando ocupado, ocupado en lo más íntimo, te hubiese encontrado quedamente cuando tú, mudo, saliste a consumar la acción; si tu camino hubiera conducido cerca de un taller despierto, donde hay hombres martillando, donde el día se realiza simplemente...”

 Ahora, dada su muerte prematura, muy pocas cosas dejó el joven conde: sólo algunos poemas imperfectos (“somos espectadores sólo de los poemas que hacia abajo traen / las palabras que tú escogiste”), pero en ellos Rilke reconoce al menos dos virtudes: una es la inspiración, venida casi directamente del mundo angélico (“a menudo un comienzo se te imponía como un todo / un comienzo que tú repetías como una orden”); la otra es que el joven poeta, a través de sus poemas llegó a “ver”, a “reconocer la renuncia y en la muerte tu progreso”. Aquí Rilke acepta por primera vez la posibilidad de que la muerte del joven poeta haya tenido un sentido.

Hacia el final del réquiem Rilke trata de definir en apretadas palabras lo que debe ser la esencia de la vida poética. Ésta debe alimentarse fundamentalmente de los siguientes ingredientes (“tres formas abiertas”): los sentimientos verdaderos, el mirar (que mira y ve, pero que “no desea nada”) y “la muerte trabajada”, esa muerte propia que tanto nos necesita. La verdadera poesía debe ser un trabajo de la propia vida y de la propia muerte y yo agregaría que quizás toda vida humana, no sólo la vida poética, debería consistir en lo mismo.

El poeta adolescente no dejó brotar la vida, con todo lo que ella puede regalarnos, pero tampoco fue capaz de esperar su propia muerte. Y entonces Rilke retoma el tema de la esencia de la poesía, anunciado ya en las Cartas de un joven poeta, diciendo que éstos, en lugar de quejarse, deberían “decir” (cosas esenciales), que en lugar de juzgar tanto sus sentimientos deberían “darles forma”; que deberían, por último, transformarse ellos mismos en palabras (“como el cantero de una catedral / que con obstinación se convierte en la serenidad de la piedra”).

Y esto habría sido la salvación del Conde Kalckreuth, pero él no la vio, a pesar de haberla tenido en sus manos. Habría bastado que hubiera comprendido la esencia de la poesía. Pero ahora todo esto son palabras vanas. No sea que el adolescente al escucharlas se avergüence entre los muertos y que las lamentaciones de los vivos agraven sus sentimientos de culpa. Y el réquiem termina con una recomendación a asumir el destino con todas sus consecuencias, incluyendo los errores, pues: “¿Quién habla de victorias? El resistir lo es todo”.

El tema que nos ha reunido es “El fin de la vida”. Y el fin de la vida es la muerte en un doble sentido: como término de nuestra existencia en este mundo, pero al mismo tiempo, como lo que le da el sentido. En el libro Cartas a una amiga  veneciana (8) Rilke afirma: “Hay que aprender a morir. En eso consiste la vida, en preparar con tiempo la obra maestra de una muerte noble y suprema, una muerte en la que el azar no tome parte, una muerte consumada, feliz y entusiasta como sólo los santos supieron concebirla...”.

 No sé si estas reflexiones puedan servir de algo a quien ya se encuentra con una enfermedad terminal en las proximidades de la muerte, pero quizás si la lucidez de este gran poeta nos pueda ayudar a nosotros, a los médicos llamados a asistir a estos enfermos; pues, aun cuando todavía no seamos “terminales”, desde que fuimos conscientes de lo que significa nuestra profesión, hemos tenido que acostumbrarnos a la idea de que pertenece esencialmente a nuestra condición humana el vivir desahuciados.

 Referencias:

1. Heidegger M. Sein und Zeit [1927]. Tübingen: Max Niemayer Verlag; 1963.
2. Goethe JF. Werke Briefe und Gespräche. Gedenkausgabe Band XVII: Naturwissenschaftliche
Schriften. Zürich und Stuttgart: Artemis Verlag; 1966.
3. Hegel G F. Phänomenologie des Geistes. Hamburg: Felix Meiner Verlag; 1952.
4. Rilke RM. Briefe 2. Band [1919-1926]. Frankfurt am Main: Insel Verlag; 1999.
5. Dörr-Zegers, O. Traducción, Prólogo, Notas y Comentarios. En: Rilke RM. Diez elegías,tres réquiem y una canción de amor. Madrid: Editorial Visor. En prensa.
6. Rilke R M. Duineser Elegien. In: Sämtliche Werke. Band I. Frankfurt am Main: Insel Verlag; 1955.
7. Rilke R M. Requiem für Wolf Graf von Kalckreuth. In: Sämtliche Werke. Band I. Frankfurt am Main: Insel Verlag; 1955.
8. Rilke R M. Cartas a una amiga veneciana. Madrid: Hiperión; 1993

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