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martes, diciembre 08, 2009

José Emilio Pacheco: Premio y Poemas

De acuerdo a rumores tras-del-patio, se citaba (a manera de pesadilla y descalabro) que el Premio Cervantes bien podría ser entregado al "despacho literario" de Isabel Allende. No fue así. El Premio ha sido otorgado a José Emilio Pacheco, a quien no hace mucho se le había concedido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Y, como alguien lo dijera: Hablar de la obra completa de José Emilio Pacheco es como tratar de abarcar con un abrazo todo un bosque. Prácticamente ningún género se le ha resistido a este autor, ni en la literatura pura ni en la aplicada, según la distinción clásica que hacía Alfonso Reyes. Y precisamente como Reyes, Pacheco es un escritor todoterreno, un polígrafo virtuoso
Una de las mejores formas de allegarnos una vez más al poeta, es (en este caso y breve espacio)reproduciendo esta nube de poemas, que no por nube dejan de fulgurar en lo más alto de la poesía universal.

A Quien Pueda Interesar

Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida



Alta Traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.



El Reposo Del Fuego

(Don de Heraclito)
Pero el agua recorre los cristales
musgosarnente :
ignora que se altera,
lejos del sueño, todo lo existente.
Y el reposo del fuego es tomar forma
con su pleno poder de transformarse.
fuego del aire y soledad del fuego.
al incendiar el aire que es de fuego.
Fuego es el mundo que se extingue y prende
para durar (fue siempre) eternamente.
Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan:
Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.
Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.
No estabas, no estar
áspero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana



Contraelegía

Mi único tema es lo que ya no está
Y mi obsesión se llama lo perdido
Mi punzante estribillo es nunca más
Y sin embargo amo este cambio perpetuo
este variar segundo tras segundo
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.

Dylan Thomas: Cómo se llega a ser poeta



DYLAN THOMAS
CÓMO SE LLEGA A SER POETA


Con evidente exceso de confianza, me ha invitado un editor a escribir sobre este asunto.
¡Tantos otros asuntos como podía haberme sugerido! Los enredos de las escenas de seduc­ción en el teatro Watts-Dunton, Charles Mor­gan, mi personaje favorito de ficción, Mr. T. S. Eliot y la crisis del dolar, la influencia de Lau­rel en Hardy y de Hardy en Laurel... Como escribe Fowler en su Diccionario de Uso del Inglés, «cuántas palabras no se podrían decir de todas esas cosas si tales fueran mis temas de ensayo». Pero, contrariado artesano, volveré a mi tema original.
Ya de entrada, y a modo de nota supuesta­mente informativa, quiero aclarar que yo no considero la Poesía como un Arte ni Oficio, ni como la expresión rítmica y verbal de una necesidad o premura espirituales, sino simple­mente como el medio para un fin social, siendo dicho fin la consecución de un estado en socie­dad lo bastante sólido como para justificar que el poeta tienda a eliminar o se deshaga de ciertos amaneramientos, fundamentales en un primer período, en el habla, la indumen­taria y la conducta. Para justificar también ingresos económicos que satisfagan sus necesidades más apremiantes, de no haber sido aquél víctima ya del Mal de los Poetas o del Gran Basurero (Londres). Para justificar, en fin, una seguridad permanente ante el temor de tener que seguir escribiendo. No pretendo preguntarme si la poesía es cosa buena en sí misma, pregunta sin respuesta posible, sino tan sólo si puede convertirse en un buen ne­gocio.
Para empezar, presentaré al lector, aña­diendo comentarios que acaso vengan a resul­tar en ocasiones innecesarios, unos cuantos tipos de poetas que se han hecho con cierta autoridad social o financiera.
Primeramente están, aunque no sigamos un orden según la importancia, los poetas funcio­narios, a quienes se ha concedido el certificado de «líricos». Dichos poetas pueden a su vez subdividirse en dos clases diferentes según su aspecto físico. Está el poeta delgadito, de as­pecto más que imberbe, labios descaradamente sensuales y tan tentadores como un ponedero para una gallina, desprovisto de toda masculinidad, ojos empequeñecidos y enrojecidos por sus lecturas francesas –pues el francés es len­gua que no comprende–, instalado en un ático provinciano en su etapa de repelente juventud, la voz como uña de ratón raspando papel de estaño, nariz transparente e incoloro aliento. Y está también el poeta de gran papada y poblada pelambrera, fumador de pipa y de nariz peluda, de ojos penetrantes donde se refleja toda la sabiduría de Sussex, con el olor de los perros que detesta prendido en sus añosas ves­timentas, con la voz de un culto Airedale que ha aprendido a pronunciar las vocales en cur­sos por correspondencia, y amigo íntimo de Chesterton, a quien nunca llegó a conocer.
Veamos ahora de qué forma ha alcanzado nuestro hombre esa envidiable y actual posi­ción de Poeta que ha hecho rentable la Poesía.
Después de ingresar como funcionario en la Administración a una edad en que muchos de nuestros jóvenes poetas se refugian en la Radio, equivalente del Mar en nuestros días, queda en un principio sepultado bajo mon­tañas de papeles que, en años futuros, ha de despreciar, con mordacidad no exenta de re­torcida ironía, en su En torno a mis carpetas y anaqueles. Transcurridos unos años, empieza a asomarse por entre los archivos y expedien­tes donde vive su vida ordenadita y ratonil, y aquí picotea una miga de queso y allí una pizca de excrementos, valiéndose de sus pulgares sucios de tinta. Su oído, misteriosamente sen­sible, reconoce ya familiarmente el susurro de las hojas de los cartapacios. Y aprende muy pronto que un poema en la revista de los fun­cionarios es, si no un peldaño más, al menos un lametón en la dirección más adecuada. Y entonces escribe un poema. Y un poema, desde luego, sobre la Naturaleza. En él se confiesa el deseo de escapar de la aburrida rutina y de abrazar la nada sofisticada vida del labrador. Desea, pero sin escándalo, despertar con las aves. Manifiesta su opinión de que a su pe­queña fuerza más convendría la reja de un arado que la misma pluma que blande. Decoroso panteísta, se identifica con los riachue­los, los monótonos molinos, los rosados culitos de las lecheras, con las bermejas mejillas de los cazadores de ratas, con los zagales y los puercos, con el bisbiseo de los corrales y con las camuesas. Tienen sus poemas el aroma del campo, la campiña y las flores, el aroma de las axilas de Triptolomeo, de los graneros, henares y hogueras, y, sobre todo, el aroma de maizal. Se publica el poema. Bastará citar un breve extracto lírico de su comienzo:

The roaring street is hushed!
Hushed, do I say?
The wing of a bird has hrushed.
Time’s cobweds away.
Still, still as death, the air
over the grey stones!
And over the grey thoroughfare
I hear sweet tones!
A blackbird open its bill.
–A blackbird, aye!–
And sing its liquid fill
from the London sky. *
* _
La calle estruendosa ha quedado en silencio
¿Silencio, digo?
El aleteo de un pájaro ha sacudido
las telarañas del Tiempo.
Plácido, plácido cual la muerte, el aire
sobre las piedras grises.
Y sobre la calle gris
dulces tonos siento.
Abre su pico un mirlo.
¡Un mirlo, ay!
Y derrama su líquida carga
desde los cielos de Londres.

Poco después de la publicación, recibe en un pasillo el saludo asentidor de Hotchkiss, de la «Inland Revenue», poeta a su vez de fin de semana, ya acreditado con dos pequeños volúmenes, media pulgada en el Quién es quién de la Poesía o en el Calendario Newbolt, ca­sado con una mujer de cuello anguloso y de­rrotado flequillo, propietario de un coche que siempre le lleva («le lleva», porque el coche se diría que anda solo) a Sussex –al modo en que el caballo de un reverendo trotaría im­pensadamente hasta las puertas de una taber­na–, y acreditado también con una monogra­fía, aún sin terminar, sobre la influencia de Blunden en la literatura religiosa.
Hotchkiss, en un almuerzo con Sowerby, de la Customs, a su vez figura literaria de cierta importancia que cuenta con una colum­na semanal en el Will o’ Lincoln’s Weekly y que tiene su nombre en el catálogo editorial de Obras Maestras del Club Quincenal (pre­cios reducidos para escritores y descuento del setenta y cinco por ciento en las obras com­pletas de Mary Webb para Navidad), comenta como al azar: «Sowerby, tiene usted en su de­partamento a un tipo bastante prometedor. El joven Cribbe. He estado leyendo parte de su Deseo de la garza...»
Y el nombre de Cribbe corre ya por los más fétidos círculos literarios.
A continuación se le pide su contribución, con un pequeño conjunto de poemas, para la antología de Hotchkiss, Gaitas nuevas que So­werby elogia –«un extraño don para la frase inolvidable»– en su Will o’ Lincoln’s. Cribbe envía copias de la antología, firmadas todas ellas laboriosamente: «Al más grande poeta de Inglaterra, en homenaje», dedicatoria repe­tida para los veinte poetas más insoportables del país. Alguno de estos delicados presentes reciben la correspondiente respuesta agradecida. Sir Tom Knight, interrumpiendo breve y aturdidamente sus momentos de contempla­ción y retiro en un inolvidable y único fin de semana, encuentra un momento para mandar­le unos garabatos escritos de su mano en papel timbrado con blasones. «Apreciado señor Crib­be –escribe sir Tom–, en mucho estimo su pequeño homenaje. Su poema Nocturno de los lirios puede compararse a cualquier Shanks. Siga, siga. Hay lugar para usted en este Olim­po.» Y aunque el poema de Cribbe no sea en realidad el Nocturno de los lirios, sino Al es­cuchar a Delius en el cementerio, la cosa no le molesta y archiva la carta después de qui­tarle de un soplido la caspa que traía, y siente en seguida la quemazón de reunir todos sus poemas para hacer con ellos, ¡misericordia!, un libro. El huso y el jilguero, dedicado «a Clem Sowerby, jardinero de verdes dedos en el Jardín de las Hespérides».
Aparece el libro. Se da cuenta de él, favo­rablemente, en Middlesex. Y Sowerby, dema­siado modesto como para hacer la reseña des­pués de dedicatoria tan gratificante, lo reseña, eso sí, con nombre supuesto. «Este joven poe­ta –escribe– no es, afortunadamente, tan "modernista" como para rendir reverencia a la iluminadora fuente de su inspiración. Crib­be llegará lejos.»
Y Cribbe va en busca de sus editores. Se le extiende un contrato: Stitch & Time se com­prometen a publicar su próximo libro a con­dición de hacerse con la opción de los derechos de sus próximas nueve novelas. Cribbe se avie­ne también a leer ocasionalmente manuscritos que le envíe la editorial, y vuelve a casa pro­visto de un paquete que contiene un libro sobre El desarrollo del movimiento oxoniense en Finlandia de un tal Costwold Major, tres tragedias en verso blanco que tienen a María Estuardo por protagonista, y una novela que lleva por título Mañana, Jennifer.
Hasta ese contrato, nunca había pensado Cribbe en escribir una novela. Pero sin desa­nimarse ante el hecho de no saber distinguir a la gente –el mundo es para él una amorfa masa indiferenciada, con la excepción de algu­nas celebridades y de sus jefes en el departa­mento, pues nada de lo que pueda decir o hacer la gente le interesa si no se relaciona con su carrera literaria–, no desanimándole tampoco lo limitado de su invención, compa­rable a la de una ardilla o una rueda de mo­lino, se sienta en una silla, se remanga la ca­misa, se afloja el cuello, aprieta bien la pipa y se pone a estudiar fervorosamente la mejor manera de alcanzar un éxito comercial sin te­ner talento alguno. Pronto llega a la conclu­sión de que las ventas rápidas y las famas efímeras sólo llegan de la mano de novelas fuertes con títulos tales como Dispuesto a todo o Los dados de la muerte, de novelas prole­tarias que tratan de la conversión al materia­lismo dialéctico de chicos de la calle, con títu­los del tipo de Lluvia roja para ti, Alf, o de novelas como Melodía en Jauja, con un obscuro protagonista ligeramente cojo llamado Dirk Conway y la historia de su amor con dos mu­jeres, la lasciva Ursula Mountclare y la peque­ña y tímida Fay Waters. Y en seguida descu­bre, en las orgullosas revistas de circulación mensual, que las ventas menos importantes resultarán de novelas como El zodíaco interior, de G. H. Q. Bidet, despiadado análisis de los conflictos ideológicos que surgen entre Philip Armour, físico impotente de fama internacio­nal, Tristram Wolf, escultor bisexual, y la vir­ginal, exótica y dinámica esposa de Philip, Ti­tania, profesora de Economía de los Balcanes, y estudio de cómo personajes tan altamente sensibilizados –con el perfume de la era post-sartriana– se relacionan mientras comparten un trabajo por el bien de la Existencia, en una clínica de la Unesco.
Nada de bobadas. Cribbe comprende, poco después de iniciar una exploración con teodo­lito y máscara antigás por las más densas pá­ginas de Foyle, que lo que hay que escribir es una novela que se venda con facilidad y sin sensacionalismo en provincias y capitales y que trate, casualmente, del nacimiento, educación, vaivenes económicos, matrimonios, separacio­nes y muertes de cinco generaciones de una familia algodonera del Lancashire. Esta novela, advierte en seguida, debe tener la forma de una trilogía y cada una de sus partes ha de llevar un título eficaz y frío, algo así como La urdimbre, La trama y El camino. Y se pone a trabajar. De las reseñas de la primera novela de Cribbe, pueden seleccionarse párrafos tales como: «Una caracterización excelente unida a una perfecta habilidad narrativa», «Una his­toria llena de acontecimientos», «el lector llega a conocer a George Steadiman, a su esposa Muriel, al viejo Tobías Matlock (personaje de­licioso) y a todos los habitantes de la Casa Loom como si se tratara de miembros de la propia familia», «la austeridad de los Northcotes se apodera del lector», «tan inglesa como la lluvia de Manchester», «Cribbe es un autén­tico monstruo», «un relato con la clase de Phyllis Bottome». A partir del éxito, Cribbe se asocia a un club de escritores y se convierte en solicitado conferenciante, y llega incluso a hacer con regularidad críticas en las revistas (El resplandor de la prosa), elogiando una de cada dos novelas que se le envían e invitando a cenar al Club Servile, en el que ha sido acep­tado recientemente, a uno de cada tres escri­tores jóvenes que conoce.
Cuando por fin aparece la trilogía comple­ta, Cribbe sube como la espuma, pasa a formar parte del comité del Club de escritores, asiste a los funerales que se celebran en honor de los hombres de letras muertos en el transcurso de los últimos cincuenta años, rescinde su viejo contrato, saca una nueva novela que es selec­cionada por un Club de lectores para su oferta mensual, y se le ofrece, en la casa Stitch & Time, un puesto de «consejero» que acepta, abandona la Administración, se compra una casa de campo en los alrededores de Londres («¿No te parece increíble que esté a sólo trein­ta millas de Londres? Mira, un somorgujo crestado». Y pasa volando un estornino) y... una secretaria con la que acaba casándose por sus dotes táctiles, ¿Poesía? Acaso de vez en cuando un soneto para el Sunday Times. Ocasionalmente un librito de versos («Fue mi pri­mer amor, sabes»). Pero ya no le preocupa más, por más que fuera ella quien le condu­jera hasta donde ahora se encuentra. ¡Lo ha conseguido!
Y ahora, vengamos a contemplar por un momento otra clase de poeta, muy diferente, a quien llamaremos Cedric. Si se quiere seguir los pasos de Cedric –cosa que le haría feliz y por la que no llamaría jamás a un policía de no ser el sargento terrible y siniestro de Mecklenburg Square, que parece un Greco–, debe nacerse en la sordidez de la clase media o debe asistirse a una de las escuelas propias de esa clase (escuela que, claro está, debe odiarse, pues resulta esencial ser un incomprendido desde el comienzo), y llegar a la universidad con una reputación sólida ya de futuro poeta y, a ser posible, con un aspecto que oscile en­tre el de oficial de la Guardia y el de querida de un fotógrafo de sociedad. Se me puede preguntar ahora que cómo es posible llegar con esa reputación ya firme de «poeta digno de observación». (La observación de poetas va camino de ser tan popular como la observación de pájaros. Y parece razonable suponer que llegará el día en que el estado se decida a com­prar las oficinas de El Poetastro para conver­tirlas en parque nacional.) Pues bien, dicha pregunta escapa a los límites de estas más que elementales notas mías, y es que, además, debe asumirse que todo aquel que opta por abrazar la carrera poética sabe perfectamente cómo jugar esa baza en caso necesario. Se requiere también que el tutor universitario de Cedric resulte ser íntimo amigo del director de su an­tiguo colegio. En fin, ya tenemos ahí a Cedric, conocido por unas cuantas mentes privilegia­das en gracia a sus sensibles poemas de ramas doradas, frondas preciosas, ambrosía del pri­mer beso discreto en las barrocas cavernas lu­nares (uno de los roperos del colegio), en los umbrales de la fama y el mundo rendido de admiración a sus pies como una fila de baila­rinas genuflexas.
Si la acción transcurriera en los años vein­te, el primer libro de poemas de Cedric, publi­cado mientras estudiaba todavía en la univer­sidad, podría muy bien titularse Laúdes y áspides. Tendría la nostalgia de una vida que nunca existió. Expresaría un hastío existencial. (Vio en cierta ocasión el mundo por la ven­tanilla de un tren y le pareció irreal.) Sería una mezcla discretamente chillona, un pastel astutamente evocativo elaborado con ciruelas arrancadas del árbol de los Sitwells y compa­ñía, un invernáculo dulcemente cacofónico de exótica horticultura y curiosidades cómico-eró­ticas, de donde he extraído estas líneas típicas:

A cornucopia of phalluses
cascade on the vermilion palaces
in arabesques and syrup rigadoons.
Quince-breasted Circes of the zenanas
do catch this rain of cherry-wigged bananas
and saraband beneath the raspberry moons. *
* _
Una cornucopia de falos
se derrama torrencial sobre bermellones palacios
en arabescos y almibarinos rigodones.
Circes de amembrillados pechos de los serra­llos
se apoderan de este diluvio de plátanos de tonos cereza
y danzan la zarabanda bajo lunas de frambuesa.

Y tras una trifulca con las autoridades aca­démicas, se pierde en los Registros nostálgicos, y ya es todo un hombre.
Si la acción ocurriera durante los treinta, el libro podría llamarse Paros, Yo te aviso, y podría ofrecer dos tipos de versos. Bien un verso largo, lánguido y descuidado en el ritmo, abruptamente quebrado y con imágenes de conciencia social:

After the incessant means-test of conspiratorial winter
scrutinizing the tragic history of each robbed branch,
look! the triumphant bourgeoning!
spring gay as a workers' procession
to the newly opened gymnasium!
Look! the full employment of the blossoms! *
* _
Tras la inspección constante del conspiratorio in­vierno
escrutador de la trágica historia de cada rama robada
¡ved el retoñar triunfante,
la primavera feliz cual procesión de obreros
hasta el gimnasio recién abierto!
¡Ved el pleno empleo de la flor!

O bien una composición atrevida atestada de lenguaje callejero y coloquial, con retazos de canciones, algo de la música rítmica de Kipling y cierta recargada tristeza.

We're sitting pretty
in the appalling city.
I know where we're going
I don't know where from but.
Take it from me, boy;
you are my cup of tea, boy;
we're sitting on a big black bomb. *
* _
¡Qué bien estamos
en la espantosa ciudad.
Sé adonde vamos
pero no sé de dónde venimos.
Vente conmigo, amigo;
sólo te quiero a ti, amigo;
estamos encima de una gran bomba negra.

¡Conciencia social! Ese es el lema. Y mien­tras se toma un café, confiesa que quiere pa­sarse unas largas vacaciones en «un sitio vivo de verdad» («Adrián es la única persona que sabe hacer café en esta isla brutal». «Oye, Rodney, ¿dónde compras estos deliciosos pastelitos de color rosa?» «Es un secreto.» «Venga, dime dónde. Y te digo yo cómo se prepara esa receta que el coronel de Basil se trajo de Ceilán, sólo lleva tres libras de mantequilla y una cáscara de mango»). «Sí, un sitio auténtica­mente vivo. O sea, vivo, ¿no? Como el Valle de Rhondda o así. O sea, es que a mí aquello de verdad que me atrae, o sea que te quedas allí como sin hacer nada, ¿no? ¡Libros, libros! Lo que importa es la gente. O sea, hay que conocer a los mineros.» Y se marcha con Regie a pasar unas largas vacaciones en Bonn. A lo cual ha de seguir un librito de escritos político-viajeros que le convierten ya en pro­mesa que años más tarde pasa a consagrarse y llega a desempeñar el puesto de secretario literario de la CIAM (Consejo Internacional de las Artes del Mañana).
Si Cedric escribiera en los años cuarenta, lo más probable es que se sintiera atrapado y sin salida en una especie de apocalíptico rebozo, y que su primer libro se titulase Ma­crocosmo de lágrimas o Heliogábalo en Pen­tecostés. Cedric puede entonces mezclar sus metáforas y tópicos como fangoso engrudo y empapar los símbolos de que se sirve con ran­cia leche de burra para que así gane el con­junto en viscosa verborrea.
Después, Londres y las reseñas. Reseñas, claro está, de obras de otros poetas. Es tarea sencilla si se hace mal y aunque al principio no lo parezca, acaba por resultar siempre muy gananciosa. El vocabulario que un autor cons­cientemente deshonesto de reseñas de poesía contemporánea debe de aprender es muy limi­tado. Corriente, en primer lugar, y luego, im­pacto, efecto, conciencia, zeitgeist, esfera de influencia, Audeniano, último Yeats, período de transición, constructivismo, ingeniosamen­te salpicado, contribución, interminable, la dra­mática y breve despedida de toda la obra de un poeta adulto y responsable. Hay unas cuan­tas reglas fundamentales que deben ser obser­vadas: cuando se escribe una reseña, de por ejemplo, dos libros de versos absolutamente distintos, póngase el uno frente al otro como si se hubieran escrito los dos para un mismo concurso. He aquí una ilustración del mecanismo tan valioso y tan evitador de innecesarios derroches: «Tras los comentarios poéticos del Sr. A, tan sutiles y bien trenzados que se di­rían epigramas, la narrativa heroica, prolija y sonora del Sr. B adquiere una resonancia ex­trañamente hueca si consideramos la riqueza de sus textos y la vibrante orquestación de los mismos.» Hay que decidirse con sumo cuidado a admirar apasionadamente a un poeta determinado, guste o no su poesía. Todo se va a cargar a su cuenta, se le va a convertir en un segundo yo, va a ser patentado, se va a llegar con él hasta la tumba. Su nombre ha de citarse gratuitamente en todas las reseñas: «E. es, por desgracia, un poeta excesivamente dado al rosicler (y no como Héctor Whistle)». «Al leer la admirable, si bien en ocasiones pedes­tre, traducción de D., echamos de menos ese templado ardor y esa consumada capacidad de Hector Whistle.» Téngase cuidado con la elección del poeta, no vaya uno a convertirse en cazador furtivo. Se impone la siguiente pre­gunta previa: «¿Es Hector Whistle pichón de otra escopeta?»
Léanse todas las demás reseñas de los libros que se han de reseñar antes de pronunciarse sobre ellos una sola palabra. Cítense fragmen­tos de poemas sólo en caso de urgencia, pues una reseña debe siempre de versar sobre quien la hace y nunca sobre el poeta. Cuidado con censurar a un mal poeta rico, a no ser que se trate de uno notoriamente malo, ya difunto o exiliado en América, pues no se suele tardar en acceder desde las reseñas poéticas a la direc­ción de quién sabe qué revista, y muy bien pudiera suceder que ese mismo mal poeta rico fuera su mecenas.
Volviendo a Cedric, supongamos que, como resultado de una comparación por él estable­cida entre la poesía de un joven adinerado y la poesía de Auden –en detrimento de éste–, se ha hecho con la dirección de una nueva pu­blicación literaria. (También puede haberse hecho con nueva vivienda. En caso contrario, debiera insistir en que la nueva publicación necesita locales más cómodos, y trasladar su sede a ellos.) El primer problema con que Ce­dric se enfrenta es el de cómo llamarla. No es tarea fácil, ya que la mayoría de los nombres desprovistos de significación –elemento esen­cial para el éxito del nuevo proyecto– han sido agotados ya. Horizonte, Polémica, Vendimia, Carabela, Semilla, Transición, Nuevo reino, Foco, Panorama, Acento, Apocalipsis, Arena, Circo, Cronos, Avisos, Viento y Lluvia. Sí, en efecto, ya han sido usados todos. Pero la mente de Cedric se devana incesantemente: Vacío, Volcán, Limbo, La piedra miliar, Necesidad, Erupción, Útero, Sismógrafo, Vulcano, Cogni­ción, Cisma, Datos, Fuego... y al fin, Clarobscuro, ya está. Lo demás es muy sencillo: sim­plemente editar.
Vayamos ahora muy someramente con otros métodos para convertir la poesía en empresa de alto rendimiento.
El Desmadre provinciano o el sistema de Viva-Rimbaud-y-a-por-ellos. Yo francamente no lo recomiendo mucho, pues son necesarias de­terminadas condiciones. Antes de aparecer avasalladoramente en un centro de actividad literaria –o sea el bar adecuado, en los primeros años, las casas adecuadas después, y finalmente los clubs adecuados– ha de tenerse detrás un cuerpo (la cabeza no es precisa) de versos fe­roces e incomprensibles. (Como ya he dicho antes, no es mi empeño describir cómo se lo­gran estos éxtasis gauchistas y verbosos. Hart Crane descubrió un buen día que escuchar bo­rracho a Sibelius le hacía ponerse a escribir hasta ya no poder más. Un amigo mío que ha padecido violentas jaquecas desde los ocho años, encuentra tan sencillo escribir así que tiene que hacerse nudos en el pañuelo para acordarse de que hay que parar de vez en cuan­do. Hay muchos métodos y siempre hay un camino si existe el deseo de un ligero delirio.) En fin, este poeta necesita estar en posesión de la constitución y la sed de un caballo que sólo se alimentara de sal, el pellejo de un hipo­pótamo, ilimitada energía, prodigioso engrei­miento, falta absoluta de escrúpulos y –más importante que nada, nunca estará de más in­sistir sobre este punto– una casa lejos de la capital adonde regresar cuando se deprima.
Me temo que tendré que pasar muy por alto otros tipos de mi clasificación.
Del poeta que tan sólo escribe porque quie­re escribir, a quien publicar o dejar de publi­car no le preocupa en absoluto, y que puede enfrentarse tranquilamente con la pobreza y el anonimato, de ése pocas cosas de valor pue­do decir. Este no es un hombre de negocios. La posteridad no es rentable.
Anotemos también otra clase de poesía, altamente no recomendada:
Poemas para tarjetas de felicitación: am­plio mercado, ganancias mínimas.
Poemas para las cajas de galletas: muy variable.
Poemas para niños: pueden acabar con el autor y con los niños.
Necrológicas en verso: es difícil competir con los valores tradicionales.
Poesía como forma de chantaje (por abu­rrimiento): peligroso. La víctima puede contraatacar con la lectura de su tragedia incom­pleta, «El termo», sobre la vida de san Ber­nardo.
Y finalmente: Poemas en las paredes de los retretes. La compensación es puramente psico­lógica.


Muchas gracias.

jueves, julio 05, 2007

Flavio Ramón Mendoza Fragoso: Poemas






El autor habita en su amada tierra Santiago Tuxtla, Ver. Es director de la Peña Literaria de ese lugar y autor de Reminiscencias, poemas de amor, erotismo, soledad y muerte (Conaculta, 2005)


AMOR

Amor mío
amor
amor de lluvia y sombra
amor tierno
intenso
cercano...
...mira a tu izquierda donde estoy.

Amor de cuatro ríos
de cuatro estaciones
de cuatro décadas
..--trébol radiante de luz--
...ven a mi prado
...a mis cansados brazos.

En este frío papel
dibujo un banco solitario
--corazín salado--
...¿dónde estás?

¿Es la línea de la tierra curva?
¿Es la curva llanto?
¿Es el llanto muerte?
Desde mi puerto
--anclado--
te demando
...te urjo
te espero.

Amor-tierra
...amor fuego
amor-anhelo
...amor mío
amor.



¿ ?

Es este dolor de cabeza
este escudo de poeta
estos irritados ojos
esta noche sin ti.

Es esta vida
--brutal película--
esta continua búsqueda
este no saber quién soy.
Es este té de hierbabuena
estos mis cansados huesos
este no saber dónde ni qué.
Es este asco, ¿cloroformo?
esta cruda decadencia absurda
este dolor
--preámbulo de muerte--
mi muerte
es este no saber cuándo ni quien.

Es...la realidad infame.

miércoles, mayo 30, 2007

Ignacio García: Des-Ilación



DES-ILACIÓN

1
¿Quién se muere entre las sílabas
De este poema desmañado y triste,
Cicuta de mano que a veneno
Teje la soledad a puntadas
Y oculta entre labio y labio
Otra sílaba

Hecha del mismo barro?

2
Hebra y amor no parecen tener puntas
Para así jalar y ver dónde terminan
La sangre y el cordón
Pasión y furia
El canto al desamor
Y el sueño sin reposo

3
Había en tal sueño esa artimaña
Un reposo sin tu presencia
Y en esa nada, una palabra
Indescifrable y triste
Azul en su contexto

Y ahí más luz, intempestiva y ciega
Y al fondo de esa luz
El arte de tu ausencia

lunes, abril 30, 2007

Raúl Gómez Argüello: El amor


Al principio sólo existía la noche, un pájaro de alas negras, y el viento.

La noche copula con el viento y de esta unión se forma un huevo de plata, del que nace Eros con alas de oro.

Al salir Eros "reveló" y trajo a la luz todo lo que permanecía escondido en el huevo de plata -es decir-"el mundo entero.

La nada, la oscuridad había dado paso al todo, a la luz primera responsable de toda creación.

Es así que en Eros -el amor-se encuentra el origen y nacimiento de todas las cosas las cuales están en un movimiento constante.

Pero en este movimiento siempre hay al mismo tiempo una lucha de" contrarios".

El amor es al mismo tiempo el desequilibrio y el equilibrio en un solo fluir.

El amor es ahora arrebatamiento, ahora sabiduría, ahora explosión que arrasa, ahora apaciguamiento, ahora despojamiento y humor cambiante.

El amor se esconde en muchas fases, por lo que el amor puede originar entonces destrucción.

El amor tiene alas de oro.

O mejor dicho el amor tiene alas de fuego.

Nos remitiremos ahora a otro reino, a uno muy pequeño, más individual, nuestro reino interior, en el que nosotros somos los únicos monarcas.

En este reino existen leyes no escritas -la razón-es el reino del amor con el que hemos sido creados y con el que actuamos cada momento, nuestro impulso nuestro único motivo, nuestro único fin, es nuestro pequeño huevo de plata en donde tenemos alas de oro.

Y así es como somos en esencia parte integral de Eros, inseparable.

Es en este punto en nuestra naturaleza del ser donde corremos a los brazos de un amor pasajero. Es ahí donde muere-la razón- en la llama de Eros.

El amor encarna todo de lo que hemos sido dotados para percibir el tiempo y el espacio.

El mundo en su único y verdadero reino "el interior" cerramos los ojos y tenemos la noche, esa enorme ave de alas negras, y en nuestra respiración -el viento-.

Más que ser ciego, el amor enceguece, como destrucción y creación como muerte y nacimiento de todo lo que ha sido y será, para que al final nos demos cuenta que siempre estamos en el mismo punto de partida, que no hay principio ni término, sólo vida.

Mary Carmen Gerardo: El hombre "X"



Fuiste mi gran amor
porque no llegamos a nada,
a la vida en común,
a las profundidades de la menstruación
del hastío, del intercambio de humores
en el bochorno del verano…
Enoch Cancino


Para DDM, pues en tus iniciales se anuncia la nada.

EL sol de la angustia es la conciencia extrema de todo aquello que nos rodea, la traición estaba ahí agazapada con la desconfianza, todo se reúne para aceptarlo o rechazarlo. Los suburbios están plagados de Ángeles que nos reconfortan de la desgracia diaria y nos contemplan en silencio cuando somos felices. El hombre debe procurar no verse en toda su naturaleza, ese espejo termina produciendo miedo, consciente de sus flaquezas puede hundirse en la depresión. ( Ciorán)
En las mañanas no tengo más que recordar mi fantasía para poder verte a los ojos, de frente, eres mi hombre perfecto, porque habitas en este mundo lúdico donde el cuestionamiento no existe.


Cada quien tiene su modo y su sitio, El hombre es el único que no sólo es tal como el se concibe, sino tal como el se quiere, el primer principio del existencialismo nos abre la ventana para respirar un nuevo aire, el de nosotros, siempre reinventados.
Y pensé que con volver a bailar alrededor de la luna seria suficiente para olvidarte, pero me equivoque, auque reuní a 12 mujeres y las obligue a rezar junto conmigo, el conjuro plantado en la arena sigue presente.


Albert Camus se refirió al amor como la debilidad de reivindicar para uno mismo, aquello que deseo compartir “Amor consciente y orgulloso de compartirlo con toda una raza, nacida del sol y del mar, viva y sápida que extrae su grandeza de su sencillez y que, de pie sobre las olas, dirige su sonrisa luciente de sus cielos.”


Te veo todos los días cruzando el pasillo, cruzo la mirada, miro de reojo, el instante fugaz cuando percibes mí presencia, el aroma está en el aire. Nunca tienes necesidad de la humedad, las palmeras secas adornan las calles del malecón. Nunca tienes necesidad en llevarte mi olor: “Él existe para llenarte de agua, resbalarse entre tus piernas y tirar la basura al centro del mundo”.
La mujer cuando es arrojada al abismo del silencio, del olvido, tiene la dignidad de la tierra, es consciente de proyectarse hacia el porvenir, la mujer junto con el hombre se elige, pero nunca como en la deidad del adiós.


“Es demasiado para mí, la ternura es una cadena, una bestia que devora. Es un hambriento”. Siento la tempestad que bebes entera, recoges el polvo de los huecos, hay pelusas sobre tus dedos. Acabo poniendo una veladora en las noches, para espantar las ternuras con saliva.

El hombre es responsable de su pasión, quema los escritos dentro del sexo y anida el famoso punto G, en una casa más cómoda, la mente; en ella no hay excusas, el placer es continuo.


Esta es mi postura y la digo a los cuatro vientos, con la misma fuerza con que nunca pude decirte que te quería: Elijo no olvidarte, seguir atada a tu recuerdo, en la obsesión de reproducir tu imagen, besare otras bocas y como nunca, volveré a elegir, Ser. La existencia precede a la esencia, tu nombre no será el olvido, tu nombre sólo es la ausencia

martes, abril 24, 2007

Antonio Gamoneda: Poemas




Reciente ganador del Premio Cervantes de Literatura, Antonio Gamoneda (poesta español nacido en Oviedo, 1931) convierte la poesía suya en un vehículo de consuelo: ; dirá el poeta: "Sabes que el poeta es un ser impúdico. Si yo tuviera verdadero respeto a todas esas cosas, tendría que practicar el silencio, que es lo que he practicado durante mucho tiempo. En ese sentido, la escritura es una forma de indignidad. Lo que pasa es que la asumo también, entro en el juego trivial y terrible de convertir lo más serio de mi existencia y de la de los que están a mi lado en un objeto para el placer, porque el poema, con independencia de lo que diga, incluso el poema que habla del sufrimiento más atroz, es un objeto para el placer; y añado: la memoria del sufrimiento o el sufrimiento mismo generan la necesidad de consolación. Y esa consolación está en el placer que produce la materialización, la conversión de eso en un objeto de otra especie, en un objeto con otra función añadida que lo hace más tolerable. Para mí la poesía es, en última instancia, consolación".

Presentamos aquí algunos de sus poemas

Hierven bajo las túnicas de la ira;
hierven los números y los ácidos
depositados en su espíritu.
Veo el mercurio en las pupilas, líquidos
negros, la fertilidad
de los cuchillos y las sombras; veo
los agujeros y los párpados.
Siento la herida musical, el llanto
multiplicado por el viento, el sol
en la pared de los agonizantes.
Ésta es la soledad de mil cabezas,
la gárgola que aúlla, la gallina
desesperada.
Al fin, surten las fuentes
sangre, vértigo, luz, acero, lágrimas.



El miedo entra en la blancura; aún
sus alas hienden la serenidad
y disciernen la sal y la ceniza.
Lívidas hélices y, en el espesor,
lentitud de los pájaros, augurios
en las venas azules de las aguas.
Ah pétalos temibles, semejantes
a las escamas puras de la cólera.
Ah pena corporal, amor herido,
animal de la luz, pueblo abrasado.



Salen los cuerpos del abismo, ascienden
como azufre solar; su resplandor
atraviesa las aguas.
Hay profecías incesantes. Ved
la transparencia de los signos
y las palomas torturadas.
Éste es el día en que los caballos aprendieron a llorar,
el día horrible y natural de España.
El animal de sombra
enloquece en las pértigas del alba.



INCANDESCENCIA Y RUINAS

I
Yo invoco la cabeza
más sagrada que exista
debajo de la nieve.
Mi corazón azul
canta purificado por el silencio.


II
Vándalo de pureza,
hostígame. Si hablas,
yo bajaré mis labios
hasta el agua salvaje.
De aquella gruta donde
abrasa la frescura,
ha de surgir un rey
sucio de profecías.
Oh corazón que ves
en toda oscuridad,
cuándo estaremos ciegos
en luz, cuándo hablarás,
habitante del fuego.


III
Un perro milagroso
come en mi corazón.
Ceremonia salvaje:
mi dolor se incorpora
al perro enamorado.


IV
En la cavidad que sabes,
suena una voz. Lengua fría,
tú, que silbas en la noche,
metal vivo de palabras,
dime, loco ruiseñor
del invierno, dime, tú,
que quizá participas
de una materia luminosa,
a quién anuncias ya
además de a la muerte.


V
Anticanto de amor,
quién te beberá, quién
pondrá la boca en esta
espuma prohibida.
Quién, qué dios, qué
enloquecidas alas
podrán venir, amar
aquí.
Donde no hay nada.


PROPONGO MI CABEZA ATORMENTADA

Propongo mi cabeza atormentada
por la sed y la tumba. Yo quería
despedir un sonido de alegría;
quizá sueno a materia desollada.
Me justifico en el dolor. No hay nada;
yo no encuentro en mis huesos cobardía.
En mi canto se invierte la agonía;
es un caso de luz incorporada.
Propongo mi cabeza por si hubiera
necesidad de soportar un rayo.
No hablo por mí solo. Digo, juro
que la belleza es necesaria. Muera
lo que deba morir; lo que me callo.
No toques, Dios, mi corazón impuro

KC Baker Fields: Llamada Perdida


LLAMADA PERDIDA (segundo intento)


Convergencia. La tinta cae sobre un paraíso prestado
La lluvia en la extensión total del mar
Alguno de los dos desdobla el arco iris
Poème au-delà du jour

Idem. Llega tu perfume salvaje y circular
Así dicta el reloj y se extingue la fotografía del presente
para develar los aparadores de las tiendas
Por la noche soy estrella sin luz propia

Ad lib. Alguien llora en la calle
sobre charco y lodo y licor y saliva canina
Cada vez que confieso haber dormido
de los rincones salen vagabundos

Et alia. Hoy podría darte las gracias
y lavarte las manos y besarte los pies
a la altura de las nervaduras de una hoja dorada
hasta que reduzca a humo la memoria

Ultimátum. No existen los miércoles
Qué semana tan triste; no podría ser peor
que saberte siempre lejos y sin embargo
desayunar juntos vía correo o el teléfono
Voux au-delà de frontière

viernes, marzo 16, 2007

Zoyre Hernández Che: Tres poemas


Me hundo con el brillo arrogante de una navaja.

..............................................................Estoy adentro.

Desde la profundidad de mi sangre
Lanzo la red de palabras
Que tejió mi histeria.

.......................................................... Son la promesa.

Las palabras son otra forma de esperarte.



Tienen ganas de ser oscuridad

La oscuridad es la libertad de la ceguera.
Me muevo sólo por el instinto de mi lengua,
avanzo con la lentitud de una sombra.

En la oscuridad
los espejos aguzan la mirada,
enfrente de nosotras
miran y gimen,
quieren ser el animal
que trepa por tu espalda.


Cántaro.

Sólo el humo hace visible el cuerpo de la luz.

La realidad es un juego de espejos,
todo lo visto dentro de ellos es un fantasma.

Sólo el humo hace visible el cuerpo de la luz.

Tengo miedo,
quiero huir del humo
de la nitidez fantasmal de mi imagen
no quiero reconocer
las afiladas agujas
que tengo como huesos,
no quiero reconocer mi cuerpo
como un cántaro fresco sudando sangre.

lunes, enero 08, 2007

Historia de poesía


Historia de poesía porteña

Foto: Mujer Porteña de Manuel Salinas Arellano, de su exposición virtual Huellas de luz
En 1991 se llevó a cabo el II Encuentro de escritores del puerto. Para entonces, existía también el Taller de Poesía en la Casa Salvador Díaz Mirón, y a ella acudían gente como Mary Carmen Gerardo, Marisol Robles, Juan Joaquín Pérez-Tejada, Jesús Garrido y Jorge Utrera. Como resultado de aquel taller, las dos poetas primero mencionadas, armaron sendas plaquettes (que hoy son ya historia) bajo el sello de "los rollos de el malandrín".

Por su parte, Pérez-Tejada, si bien leyó en aquella ocasión sus poemas, esperó a que Conaculta lo publicara con "Los refranes del jaranero", y luego a ganar el premio de poesía en un certamen convocado con motivo del 50 aniversario de la Universidad Veracruzana.

Presentamos aquí dos poemas de cada uno de ellos, sólo para que la historia y la nostalgia no nos suelten de la mano.


MARISOL ROBLES

(de su libro Sombras de luna)


IV


Palpo el liso

de mis sábanas

Me asfixia

Escapo

cabalgando fantasías

Entre sueños

una virgen muere



XX


Despojada

de sueños

cavo

mi tumba

dejo

en vientre de tierra

eclipses de pieles

signos gastados

de luna


Nadie adivina a Hades

poseerme entre cenizas

A lo lejos

se oye

una canción

de cuna



MARY CARMEN GERARDO

(de su libro Vía sin vuelta)


Hablas

el movimiento de tu boca

paralelo al tráfico

me cimbra con su ruido

Ven...

aleja los escollos

reposa en mi vientre

tu miedo de niño


Muerde el hueco de mi piel

y olvida el mundo



Te escucho

Engullo cada sílaba

gestada en el dolor


Bajo la sombra de un café

del zumbido de otras conversaciones

desdoblo mis manos

aprieto tu incertidumbre


JUAN JOAQUIN PÉREZ-TEJADA

(de su libro La casa de la pereza)


La novia del mar


I


El velo transpartente permite entrever sus facciones

Gala de aire y sal

Un deseo escrito por acuarelas

maquilla su feminidad

mascarón de carabelas rimas

El mar ya pisa tierra firme

Un arpa de olas interpreta los himnos compuestos

por el airón real


II


El mar se enamora de ti

porque arder es su significado

cordillera sin trama

porque la montaña mira al océano

con los ojos de la asfixia

semejanza fluvial de valles y playas

tu altura al mar lo llena de equilibrio

Eres tierra adentro

lo imponderable