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viernes, enero 02, 2009

Ignacio García: ORQUÍDEA




ORQUIDEA
(con un memorial de Paganini)


Una tarde plomiza en la sierra
Aquí comienza el fuego,
el breñal de los fuegos y las lenguas,
el incendio que los ojos ven como un tejido de yerba
que entre la tierra abre tus pétalos
y tu vientre virgen asoma delirante

En la punta de tu corona,
luces rendijas sometidas a luz y seda
La obsesión te tenerte, amor de tarde límpida,
Bajo esta débil lux al lado
y el trazo de tu raíz bien hundido entre polen azuloso


ii
Tal vez la flor comparta áridos secretos.
y mis nervios y mis soledades se esfumen
cual historia primitiva

Flor inalcanzable, eres tú toda
Sombra del crepúsculo imposible,
raíz fibrosa a mi cuchillo de madera:
secciones del mundo en una sombra
Nocturnas mariposas pululan por los ojos.
Ardiente, el corazón sube y hunde la punta del cuchillo
Se siente el quemar convulso en ese fuego:
punta descuartizada por relámpagos en la cima del cielo.

El brillo absoluto parecido a tus ojos,
pétalo que es el tumulto en la sangre.
La tierna raíz que a estruendo de la punta
se quiebra en el azul crujir de mis frágiles anhelos.


iii
Las ansias caen sin dolor y convergen donde te encuentras
Así estés lejana, como la estrella comprada en el mercado:
pura albañilería celeste a la que mi alma se arriesga, corte empapado a luz nocturna,
hasta arrancarte, tenerte en mis manos,
llevarte a ella en vasos de ternura
y leños hechos de lo que me sobra de alma…

No va a durar…es demasiado débil…la arrancaste de su tierra,
se marchitará en tus manos, le llaman la Imposible
…”

Estas son las tramas con las que mis manos te procuran
y lucho con lo brutal del cambio:
sólo para que llegue a sus manos, te bese con sus labios
y coloque tu estructura de seda en un jarrón
índigo hasta el cansancio y el olvido.

iv
El doblez de la hoja despliega el primer suspiro de muerte,
--aún en la cima donde el aire helado refrigera
y un inmenso concierto de vértices se congelan
sobre el astro exiliado que ahora eres, flor orquídea.

Un vaso de agua: la visión absoluta del fracaso
cuando una segunda llama de tu cuerpo cae a tierra
y en el absoluto dominio del instante
nadie sabe de plantas ni de estrellas … ni de cómo conservarte

Todos saben de cementerios saturados de huesos,
de raíces marchitas a lo largo del camino:
la ardiente evolución de gérmenes y gametos,
esa geometría de búsqueda en mi espíritu cuya sangre yo daría
por verte erguida hasta que ella
te tenga entre sus manos.

v
Lo duro del sol, luz de luz electrizante,
hace que la raíz ya no sorba agua …sino se duela de dureza
Y uno sabe que no bastan todas las estrellas para hacerte una tienda
donde orquídeas se levantan en sentido inverso y
mueren así para resucitar mañana,
para que mañana sus manos tiernas te acaricien,
y su lipstick energice aún más lo rojo de tu rojo
y ponga a respirar tu azul como un arco perfecto
… ya no cae; es eterno.

El tiempo implacable y arcadas solares derriban más de tus azules
insertan menos sangre y más veneno: ya no difundes sangre
Ni colocas tu cuerpo en reposo o tu sueños en mi barca:
Allí donde ella se encuentra ahora,
y te alcanza con su mano tierna
a dormir bajo su pecho

Ni siquiera las grises nubes llevan tormentas
que acaben de deshojarte y echen tu raíz al polvo de los mares,
y te levanten con rubor nuevo, niña resucitada:
Un sollozo tuyo que al ver la condición orquídea
se inventa un himno silencioso para ahogarme.


vi


Confieso: Todo reflujo e insistencia comienzan en mí.


Muéstrenme la herida de la tierra y se verá la huella de mi espada,
la inserción de la tierra, la el hacha de de mi espíritu,
el sucio el nacimiento de lodo en mis uñas
No puedo mentir y decir que otro fue quien te arrancó de tierra
sólo para ver si lograba conmover con egoísmo;
te arranqué de raíz porque ya no deseo aliento mineral de vida:

dejé morir tus hojas como símbolo de mi cuaderno al fósforo

Cada la muerte tiene el color que cada uno quiere;
el del mar o la ceniza: uno deja allí su fracaso, como el agua sobre las piedras

vii
Llegado a casa, el tronco seco es como mi espada al óxido,
Le prendí fuego y su lumbre
fue un anafre de sal para calentar a los perros…
Una una página más, aliada a mis escombros

Pero, no creas, es necesario que ese fuego comience en mí.
Un fuego que me haga olvidar la gestación de mi fracaso.
Que retornen los sueños solitarios,
y la soledad me arrulle con sus dientes.

Tengo la cabeza vacía y el corazón hecho trizas,
como la embarcación que encalla
en los pantanos, donde otras orquídeas
son fuelle ardiente y hacen buscar en mi garganta
nombres-poemas para bautizar con ellos
la forma en como lo Imposible
se ha marchitado entre mis manos

El olor de la nada, un futuro absurdo, la estrella de la muerte
El corazón ligero y decaído
ya no esperan sino al viento.

Que una orquídea me haga caer en la miseria,
será para mí como encallar a puertas de quien a esta hora
debe haber ya recibido
otros ramos hermosos que la gente embarca con notas que rezan:

No serán orquídeas … pero llegan”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No se preocupe Usted por la orquídea. La frescura de este poema nubla la hermosura de cualquier flor cuidada.

Mil gracias.

Anónimo dijo...

Te felicito, es un espléndido poema. martha elsa durazzo

Anónimo dijo...

Te felicito, es un espléndido poema. martha elsa durazzo

cristina caballero dijo...

caray! usted ha podido hacerme sentir a Paganini como nunca. Y traer a cuento aquello de que cuando arrancamos una flor depende de nuestras intenciones el destino que tendrá. Los orientales dirían que no debemos arrancar ninguna flor, ni siquiera admirarla, sino sólo hacernos consciente de ella. Pero en el Libro del Té hay una anécdota donde un emperador tiene noticias de un campo lleno de una extraña flor, inapreciable. Así que anuncia al dueño del campo que irá a disfrutar de ese espectáculo. Pero cuando llega al lugar, el campo está devastado, todas las flores han sido cortadas; entra enfurecido a la casa de té y se encuentra esperándolo una sóla flor que el campesino ha conservado de las cientos de flores que tenía. Deslumbrante la narración de la vida y muerte de esta orquídea, en aras de algo indecible, y que, aparentemente no podría haber llegado nunca a su destino, y sin embargo lo hizo, ¿cierto?. Qué osadía ir tras ese desencuentro infinito, levar anclas y ondear las velas -sus palabras-, hacia donde nunca llegarán, parafraseando a Neruda. Siento que cada día retorna usted al camino. Con otra voz, más joven, más brillante, incluso festinante. Qué honor haber vivido para leer su poema esta noche, Maestro.