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domingo, mayo 03, 2009

Eduardo Durán: Por qué todavía no me compro un DVD


NOTA: Ya consignado en envío por separado a lectores y amigos, deseamos en este blog reiterar lo dicho por nuestro colega Marciano Durán de este texto excelente es de su autoría y no (como alguien lo ha querido hacer pasar) de Eduardo Galeano quien con toda humildad ha aceptado que no es suyo) Aprovechamos para invitarlos a la página de Durán en http://marcianoduran.com.uy
Vaya una disculpa para tan excelente escritor que es Eduardo

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.
¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.
Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algúncolchonero escardando sommiers casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de.......... . años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). Noexistía el plástico ni el nylon.
La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.
De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo' pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.
Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)
Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo. Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita.¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses decomprarlo?En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.
Y guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables.
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver!!. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de bastos'.Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa (broches) y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney.
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.
Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. Ah ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour. Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la bruja me gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

El recuerdo de mi infancia es la misma conservación de la virginidad con trapos y papeles hasta que se descomponía un utensilio en casa, entonces llegaban distintos señores con enorme maleta a arreglarlos y echarlos a andar de nuevo, sin moverlos de su lugar. No importaba las veces que este evento se repitiera, en el resultado las cosas recuperaban los colores rotos y los colores borrosos hasta el próximo sábado y siguiente chasquido. La vida sigue, llega el lunes y mi desarrollo a adulto está ya preparado para adquirir sus propios objetos.Especialmente, tengo el amor como una cajita de música amigada con el matrimonio tradicional y el anticuario. Por desgracia, mi cajita de música ha dado tres veces la hora de descomponerse. Cada una de las ocasiones, las miniaturas apoyadas en el disco de relojería dan por invocar al infierno, dicen su nombre y hacen las maletas. El maligno no les hace caso, pues vigila lo que pasa en Home Depot, la moderna llegada del ORION TIM-02 entre los timbres eléctricos para puerta. Aquí, la palabra perdón es desechable. Los amantes obligan la manivela, el corazón se les agrieta y arde en chispas de un metal herrumbroso de explicaciones. La solución práctica de los tiempos ha sido botar el cepillo de mis promesas a la basura. Gracias a mi asentimiento en el reciclaje, alguien inesperado aparece y se detiene a escuchar el famoso minueto en Sol Mayor de Bach BWV 114 de su halago de corazón, siquiera por mera curiosidad. La vida sigue, llega el jueves. Este magnífico artículo me ha servido para refrendar mi convicción que el amor admite compostura, aunque sea culpa de soledad. Hasta aquí.

GF

Anónimo dijo...

Eduardo Galeano con su maravillosa forma de redactar nos lleva a donde el corazón tiene sus "guardaditos", me parece escucharlo hablar en sudamericano, tan cantadito que arrulla.
y pienso a la frase de mi mamá "todo tiempo pasado, fue mejor" Y lo creo.

cristina caballero dijo...

una de esas lecturas que permanecerán para siempre en mi mesita de noche, como parte de lo que vale la pena leer y volver a leer para no olvidar, principalmente; para recordar que sigo siendo, más allá del estatus de los objetos, e incluso de valores sociales establecidos por "moda"

Peña de Santiago Tuxtla dijo...

Un exquisito, bien aderezado y mejor sazonado texto que -inevitablemente- formará parte de la serie de lecturas semanales que comparto con los educandos de las nuevas generaciones.
Qué mejor manera de plantear soluciones, de protestar acciones deshumanizantes y de proponer soluciones ecológicas.
También es una bella reflexión sobre ética y valores en casa, en la escuela y en la sociedad en general, necesarísima. ¡Que si no!
Vale.
Aprovecho: Saludos Prof. Ignacio.

Peniley Ramírez dijo...

Galeano es mucho mayor que yo, apenas cumplí 22 años, pero en La Habana guardábamos también de todo...hasta el punto de que aún viviendo en Veracruz mi mamá siguió guardando la estilla de jabón al terminar de usarse y después de un tiempo mandaba a Cuba todas las estillas para que mi tía con ellas hirviera las toallas de cuando se meaba mi abuelita.
Yo me recuerdo guardando vasos desechables, cajitas vacías de velas de cumpleaños, y me enorgullece haber tenido una tremenda colección de empaques de dulces y chocolates, dentro de un libro de poemas de Guillén.
Guardé hasta hace dos años mi primer celular, que todos en la escuela le llamaban "ladrillo" y mi libreta de cuando aprendí a leer. Aún tengo la que fue mi primera toalla cuando nací, es blanca, ya desgastadísima y tiene mi nombre bordado con hilo verde. En la casa me dicen que no lo use para que no se maltrate más, pero creo que no sólo perdimos lo "guardado" sino también lo "reusado". Dale, que Galeano como siempre, es idílico y delicioso.

Besos a todas las mamás, en adelanto,

Peni

Nancy Ortiz dijo...

La modernidad ha tornado todas las cosas desechables, “Únicamente lo inútil, lo desagradable, lo venenoso y lo aterrador es lo bastante resistente como para permanecer ahí con el paso del tiempo.”(Bauman)
El texto me gustó mucho, me recordó en cierto sentido mi infancia y a mi padre, hay cosas que no logro entender por qué y para qué las guarda. Una sugerencia, me gustaría que pusieran la fuente del texto, saludos.

Anónimo dijo...

Muy bueno el texto, aunque soy de la opinión de que el "guardar" implica llenarse de objetos innecesarios. Sólo ocupan espacio. Lo mejor es desprenderse de aquéllo que no utilizamos.
Dulcinea.

Martha Elsa Durazzo dijo...

Incuestionablemente me atrapó el ritmo del texto, la atmósfera de Marciano Durán, por su manera de capturar el aliento latinoamericano... Leí y sonreía, mientras se desgranaban sus palabras y mis memorias... Aún tengo cajas de zapatos o de madera con recuerdos... Ese usar y tirar que no es muy nuestro, sino inoculación extranjera. El texto de Marciano, acrecentó mi alerta a la globalización, de cultura, de maneras, de ritmos. Gracias por reproducir sus letras. Martha Elsa Durazzo.