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martes, mayo 26, 2009

Roberto Blaga: Poemas hallados en el fango


POEMAS HALLADOS EN EL FANGO

I

Corrijo:

Al permitir que mi ser
se desollara por ti,
(en esto que algunos suponen pasión
en vez de error al azar,
más desatino del álgebra,
la falla de un cálculo infortunado)


no fue para mí
sino un atentado
contra el opio de mi propia sinrazón empecinada

I I

Si recapitulo acerca de lo insólito
sé que te amé al desgarro,
tuve más de un revés sin buscarlo
y fui para ti
la suma de lo abstracto:
un dios sin dios ni buenas nuevas…

Yo sé que mi talento de hereje
no podrá zafarse nunca
de tal descubrimiento


III

Es inquietante,
mas todo sucede
alrededor de tu presencia:
el dolor y la punzada
la venda y el fracaso
la sílaba y la palabra

Todo lo demás no existe,
sólo se recuerdan los daños:

sería inútil acordarse aquí de cuáles
y cuántos


IV

¿Habrás prohibido el amor
por una inclinación a lo que escribo?
Si es así
debería yo quemar
toda palabra de mi vocabulario,
incluso tu nombre, la palabra soledad
el acento que le falta,
la ye final que te supone

Y ya saciado,
no volverme a prohibir jamás
lo que uno vez
ya amé con locura


V

El absurdo dicta que
el amor debería ser una guerra,
en la que nadie sale vencido

Cada combate lo libra uno
contra sí mismo
Esto tendría como fin el demostrarnos
que el no ser amado
es un poco de mala suerte:
no saber amar,
una verdadera desgracia


VI

Al inicio, este poema no avanza
Se atasca ¿Qué puedo decirte?
Sólo la pasión, sólo la sangre
son capaces de levantar ésta y otra sílaba
No como un recurso
Más bien, un accidente que me libera
de la más oscura de mis
convicciones



VII
He gastado
un buen número de cuadernos
para escribir de ti
y amarte sin medida

Quienes me miran dirán
que todo esto no tiene sentido

No obstante,
han aprendido de mí
que es una forma tolerable
de emplearme en tareas
menos inútiles


VIII

Amar
como yo te he amado, no dura
Acosado por el cansancio,
expulsado de un reino ajeno,
colgado de pies y de tendones,
todo suceso pertenece al delirio

Sería inconcebible
que uno resistiera
─sólo por ser compañero de pasiones─
cuando ni siquiera se es
cómplice del fracaso

Alfonso Reyes: Notas sobre la inteligencia


Notas sobre la inteligencia americana"
1. Mis observaciones se limitan a lo que se llama la América Latina. La necesidad de abreviar me obliga a ser ligero, confuso y exagerado hasta la caricatura. Sólo me corresponde provocar o desatar una conversación, sin pretender agotar el planteo de los problemas que se me ofrecen, y mucho menos aportar soluciones. Tengo la impresión de que, con el pretexto de América, no hago más que rozar al paso algunos temas universales.
2. Hablar de civilización americana sería, en el caso, inoportuno; ello nos conduciría hacia las regiones arqueológicas que caen fuera de nuestro asunto. Hablar de cultura americana sería algo equívoco; ello nos haría pensar solamente en una rama del árbol de Europa trasplantada al suelo americano. En cambio, podemos hablar de la inteligencia americana, su visión de la vida y su acción en la vida. Esto nos permitirá definir, aunque sea provisionalmente, el matiz de América.
3. Nuestro drama tiene un escenario, un coro y un personaje. Por escenario no quiero ahora entender un espacio, sino más bien un tiempo, un tiempo en el sentido casi musical de la palabra: un compás, un ritmo. Llegada tarde al banquete de la civilización europea, América vive saltando etapas, apresurando el paso y corriendo de una forma en otra, sin haber dado tiempo a que madure del todo la forma precedente. A veces, el salto es osado y la nueva forma tiene el aire de un alimento retirado del fuego antes de alcanzar su plena cocción. La tradición ha pesado menos, y esto explica la audacia. Pero falta todavía saber si el ritmo europeo—que procuramos alcanzar a grandes zancadas, no pudiendo emparejarlo a su paso medio—, es el único "tempo" histórico posible, y nadie ha demostrado todavía que una cierta aceleración del proceso sea contra natura. Tal es el secreto de nuestra historia, de nuestra política, de nuestra vida, presididas por una consigna de improvisación. El coro: las poblaciones americanas se reclutan, principalmente, entre los antiguos elementos autóctonos, las masas ibéricas de conquistadores, misioneros y colonos, y las ulteriores aportaciones de inmigrantes europeos en general. Hay choques de sangres, problemas de mestizaje, esfuerzos de adaptación y absorción. Según las regiones, domina el tinte indio, el ibérico, el gris del mestizo, el blanco de la inmigración europea general, y aun las vastas manchas del africano traído en otros siglos a nuestro suelo por las antiguas administraciones coloniales. La gama admite todos los tonos. La laboriosa entraña de América va poco a poco mezclando esta sustancia heterogénea, y hoy por hoy, existe ya una humanidad americana característica, existe un espíritu americano. El actor o personaje, para nuestro argumento, viene aquí a ser la inteligencia.
4. La inteligencia americana va operando sobre una serie de disyuntivas. Cincuenta años después de la conquista española, es decir a primera generación, encontramos ya en México un modo de ser americano; bajo las influencias del nuevo ambiente, la nueva instalación económica, los roces con la sensibilidad del indio y el instinto de propiedad que nace de la ocupación anterior, aparece entre los mismos españoles de México un sentimiento de aristocracia indiana, que se entiende ya muy mal con el impulso arribista de los españoles recién venidos. Abundan al efecto los testimonios literarios, ya en la poesía satírica y popular de la época, ya en las observaciones sutiles de los sabios peninsulares, como Juan de Cárdenas (médico español radicado en México). La critica literaria ha centrado este fenómeno, como en su foco luminoso, en la figura del dramaturgo mexicano don Juan Ruiz de Alarcón, quien a través de Corneille—que la pasó a Molière—tuvo la suerte de influir en la fórmula del moderno teatro de costumbres de Francia. Y lo que digo de México, por serme más familiar y conocido, podría decirse en mayor o menor grado del resto de nuestra América. En este resquemor incipiente latía ya el anhelo secular de las independencias americanas. Segunda disyuntiva: no bien se logran las independencias, cuando aparece el inevitable conflicto entre americanistas e hispanistas, entre los que cargan el acento en la nueva realidad, y los que lo cargan en la antigua tradición. Sarmiento es, sobre todo, americanista. Bello es, sobre todo, hispanista. En México se recuerda cierta polémica entre el indio Ignacio Ramírez y el español Emilio Castelar que gira en torno a iguales motivos. Esta polémica muchas veces se tradujo en un duelo entre liberales y conservadores. La emancipación era tan reciente que ni el padre ni el hijo sabían todavía conllevarla de buen entendimiento. Tercera disyuntiva: un polo está en Europa y otro en los Estados Unidos. De ambos recibimos inspiraciones. Nuestras utopías constitucionales combinan la filosofía política de Francia con el federalismo presidencial de los Estados Unidos. Las sirenas de Europa y las de Norteamérica cantan a la vez para nosotros. De un modo general, la inteligencia de nuestra América (sin negar por ello afinidades con las individualidades más selectas de la otra América), parece que encuentra en Europa una visión de lo humano más universal, más básica, más conforme con su propio sentir. Aparte de recelos históricos, por suerte cada vez menos justificados y que no se deben tocar aquí, no nos es simpática la tendencia hacia las segregaciones étnicas. Para no salir del mundo sajón, nos contenta la naturalidad con que un Chesterton, un Bernard Shaw, contemplan a los pueblos de todos los climas, concediéndoles igual autenticidad humana. Lo mismo hace Gide en el Congo. No nos agrada considerar a ningún tipo humano como mera curiosidad o caso exótico divertido, porque ésta no es la base de la verdadera simpatía moral. Ya los primeros mentores de nuestra América, los misioneros, corderos de corazón de león, gente de terrible independencia, abrazaban con amor a los indios, prometiéndoles el mismo cielo que a ellos les era prometido. Ya los primeros conquistadores fundaban la igualdad en sus arrebatos de mestizaje; así, en las Antillas, Miguel Díaz y su Cacica, a quienes encontramos en las páginas de Juan de Castellanos; así aquel soldado, un tal Guerrero, que sin este rasgo sería oscuro, el cual se negó a seguir a los españoles de Cortés, porque estaba bien hallado entre indios y, como en el viejo romance español, "tenía mujer hermosa e hijos como una flor". Así, en el Brasil, los célebres João Ramalho y el Caramurú, que fascinaron a las indias de San Vicente y de Bahía. El mismo conquistador Cortés entra en el secreto de su conquista al descansar sobre el seno de Doña Marina; acaso allí aprende a enamorarse de su presa como nunca supieron hacerlo otros capitanes de corazón más frío (el César de las Galias), y empieza a dar albergue en su alma a ciertas ambiciones de autonomismo que, a puerta cerrada y en familia, había de comunicar a sus hijos, más tarde atormentados por conspirar contra la metrópoli española. La Iberia Imperial, más que administrarnos, no hacía otra cosa que irse desangrando sobre América. Por acá, en nuestras tierras, así seguimos considerando la vida, en sangría abierta y generosa.
5. Tales son el escenario, el coro, el personaje. He dicho las principales disyuntivas de la conducta. Hablé de cierta consigna de improvisación, y tengo ahora que explicarme. La inteligencia americana es necesariamente menos especializada que la europea. Nuestra estructura social así lo requiere. El escritor tiene aquí mayor vinculación social, desempeña generalmente varios oficios, raro es que logre ser un escritor puro, es casi siempre un escritor "más" otra cosa u otras cosas. Tal situación ofrece ventajas y desventajas. Las desventajas: llamada a la acción, la inteligencia descubre que el orden de la acción es el orden de la transacción, y en esto hay sufrimiento. Estorbada por las continuas urgencias, la producción intelectual es esporádica, la mente anda distraída. Las ventajas resultan de la misma condición del mundo contemporáneo. En la crisis, en el vuelco que a todos nos sacude hoy en día y que necesita del esfuerzo de todos, y singularmente de la inteligencia (a menos que nos resignáramos a dejar que sólo la ignorancia y la desesperación concurran a trazar los nuevos cuadros humanos), la inteligencia americana está más avezada al aire de la calle; entre nosotros no hay, no puede haber torres de marfil. Esta nueva disyuntiva de ventajas v desventajas admite también una síntesis, un equilibrio que se resuelve en una peculiar manera de entender el trabajo intelectual como servicio público y como deber civilizador. Naturalmente que esto no anula, por fortuna, las posibilidades del paréntesis, del lujo del ocio literario puro, fuente en la que hay que volver a bañarse con una saludable frecuencia. Mientras que, en Europa, el paréntesis pudo ser lo normal. Nace el escritor europeo en el piso más alto de la Torre Eiffel. Un esfuerzo de pocos metros y ya campea sobre las cimas mentales. Nace el escritor americano como en la región del fuego central. Después de un colosal esfuerzo, en que muchas veces le ayuda una vitalidad exacerbada que casi se parece al genio, apenas logra asomarse a la sobrehaz de la tierra. Oh, colegas de Europa: bajo tal o cual mediocre americano se esconde a menudo un almacén de virtudes que merece ciertamente vuestra simpatía y vuestro estudio. Estimadlo, si os place, bajo el ángulo de aquella profesión superior a todas las otras que decían Guyau y José Enrique Rodó: la profesión general de hombre. Bajo esta luz, no hay riesgo de que la ciencia se desvincule de los conjuntos, enfrascada en sus conquistas aisladas de un milímetro por un lado y otro milímetro por otro, peligro cuyas consecuencias tan lúcidamente nos describía Jules Romains en su discurso inaugural del PEN Club. En este peculiar matiz americano tampoco hay amenaza de desvinculaciones con respecto a Europa. Muy al contrario, presiento que la inteligencia americana está llamada a desempeñar la más noble función complementaria: la de ir estableciendo síntesis, aunque sean necesariamente provisionales; la de ir aplicando prontamente los resultados, verificando el valor de la teoría en la carne viva de la acción. Por este camino, si la economía de Europa ya necesita de nosotros, también acabará por necesitarnos la misma inteligencia de Europa.
6. Para esta hermosa armonía que preveo, la inteligencia americana aporta una facilidad singular, porque nuestra mentalidad, a la vez que tan arraigada a nuestras tierras como ya lo he dicho, es naturalmente internacionalista. Esto se explica, no sólo porque nuestra América ofrezca condiciones para ser el crisol de aquella futura "raza cósmica" que Vasconcelos ha soñado, sino también porque hemos tenido que ir a buscar nuestros instrumentos culturales en los grandes centros europeos, acostumbrándonos así a manejar las nociones extranjeras como si fueran cosa propia. En tanto que el europeo no ha necesitado de asomarse a América para construir su sistema del mundo, el americano estudia, conoce y practica a Europa desde la escuela primaria. De aquí una pintoresca consecuencia que señalo sin vanidad ni encono: en la balanza de los errores de detalle o incomprensiones parciales de los libros europeos que tratan de América y de los libros americanos que tratan de Europa, el saldo nos es favorable. Entre los escritores americanos es ya un secreto profesional el que la literatura europea equivoque frecuentemente las citas en nuestra lengua, la ortografía de nuestros nombres, nuestra geografía, etc. Nuestro nacionalismo connatural, apoyado felizmente en la hermandad histórica que a tantas repúblicas nos une, determina en la inteligencia americana una innegable inclinación pacifista. Ella atraviesa y vence cada vez con mano más experta los conflictos armados y, en el orden internacional, se deja sentir hasta entre los grupos más contaminados por cierta belicosidad política a la moda. Ella facilitará el gracioso injerto con el idealismo pacifista que inspira a las más altas mentalidades norteamericanas. Nuestra América debe vivir como si se preparase siempre a realizar el sueño que su descubrimiento provocó entre los pensadores de Europa: el sueño de la utopía, de la república feliz, que prestaba singular calor a las páginas de Montaigne, cuando se acercaba a contemplar las sorpresas y las maravillas del nuevo mundo.
7. En las nuevas literaturas americanas es bien perceptible un empeño de autoctonismo que merece todo nuestro respeto, sobre todo cuando no se queda en el fácil rasgo del color local, sino que procura echar la sonda hasta el seno de las realidades psicológicas. Este ardor de pubertad rectifica aquella tristeza hereditaria, aquella mala conciencia con que nuestros mayores contemplaban el mundo, sintiéndose hijos del gran pecado original, de la capitis diminutio de ser americanos. Me permito aprovechar aquí unas paginas que escribí hace seis años:
La inmediata generación que nos precede, todavía se creía nacida dentro de la cárcel de varias fatalidades concéntricas. Los más pesimistas sentían así: en primer lugar, la primera gran fatalidad, que consistía desde luego en ser humanos, conforme a la sentencia del antiguo Sileno recogida por Calderón:
Porque el delito mayordel hombre es haber nacido.
Dentro de éste, venía el segundo círculo, que consistía en haber llegado muy tarde a un mundo viejo. Aún no se apagaban los ecos de aquel romanticismo que el cubano Juan Clemente Zenea compendia en dos versos:
Mis tiempos son los de la antigua Roma,y mis hermanos con la Grecia han muerto.
En el mundo de nuestras letras, un anacronismo sentimental dominaba a la gente media. Era el tercer círculo, encima de las desgracias de ser humano y ser moderno, la muy específica de ser americano; es decir, nacido y arraigado en un suelo que no era el foco actual de la civilización, sino una sucursal del mundo. Para usar una palabra de nuestra Victoria Ocampo, los abuelos se sentían "propietarios de un alma sin pasaporte". Y ya que se era americano, otro handicap en la carrera de la vida era el ser latino o, en suma, de formación cultural latina. Era la época del A quoi tient 1a supériorité des Anglo-Saxons? Era la época de la sumisión al presente estado de las cosas, sin esperanzas de cambio definitivo ni fe en la redención. Solo se oían las arengas de Rodó, nobles y candorosas. Ya que se pertenecía al orbe latino, nueva fatalidad dentro de él pertenecer al orbe hispánico. El viejo león hacía tiempo que andaba decaído. España parecía estar de vuelta de sus anteriores grandezas, escéptica y desvalida. Se había puesto el sol en sus dominios. Y, para colmo, el hispanoamericano no se entendía con España, como sucedía hasta hace poco, hasta antes del presente dolor de España, que a todos nos hiere. Dentro del mundo hispánico, todavía veníamos a ser dialecto, derivación, cosa secundaria, sucursal otra vez: lo hispano-americano, nombre que se ata con guioncito como con cadena. Dentro de lo hispanoamericano, los que me quedan cerca todavía se lamentaban de haber nacido en la zona cargada de indio: el indio, entones, era un fardo, y no todavía un altivo deber y una fuerte esperanza. Dentro de esta región, los que todavía más cerca me quedan tenían motivos para afligirse de haber nacido en la temerosa vecindad de una nación pujante y pletórica, sentimiento ahora transformado en el inapreciable honor de representar el frente de una raza. De todos estos fantasmas que el viento se ha ido llevando o la luz del día ha ido redibujando hasta convertirlos, cuando menos, en realidades aceptables, algo queda todavía por los rincones de América, y hay que perseguirlo abriendo las ventanas de par en par y llamando a la superstición por su nombre, que es la manera de ahuyentarla. Pero, en sustancia, todo ello está ya rectificado.
8. Sentadas las anteriores premisas y tras este examen de causa, me atrevo a asumir un estilo de alegato jurídico. Hace tiempo que entre España y nosotros existe un sentimiento de nivelación y de igualdad. Y ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que me escucha: reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros.
(Sur, Buenos Aires, septiembre de 1936)

Octavio Paz: Máscaras Mexicanas


Corazón apasionadodisimula tu tristeza.Canción popular
Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: "al buen entendedor pocas palabras". En suma, entre la realidad y su persona se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo.
El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los que se "abren" son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El "rajado" es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su "rajada", herida que jamás cicatriza.
El hermetismo es un recurso de nuestro recelo y desconfianza. Muestra que instintivamente consideramos peligroso al medio que nos rodea. Esta reacción se justifica si se piensa en lo que ha sido nuestra historia y en el carácter de la sociedad que hemos creado. La dureza y la hostilidad del ambiente —y esa amenaza, escondida e indefinible, que siempre flota en el aire— nos obligan a cerrarnos al exterior, como esas plantas de la meseta que acumulan sus jugos tras una cáscara espinosa. Pero esta conducta, legítima en su origen, se ha convertido en un mecanismo que funciona solo, automáticamente. Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, pues no sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados. Y además, nuestra integridad masculina corre tanto peligro ante la benevolencia como ante la hostilidad. Toda abertura de nuestro ser entraña una disminución de nuestra hombría.
Nuestras relaciones con los otros hombres también están teñidas de recelo. Cada vez que el mexicano se confía a un amigo o a un conocido, cada vez que se "abre", abdica. Y teme que el desprecio del confidente siga a su entrega. Por eso la confidencia deshonra y es tan peligrosa para el que la hace como para el que la escucha; no nos ahogamos en la fuente que nos refleja, como Narciso, sino que la cegamos. Nuestra cólera no se nutre nada más del temor de ser utilizados por nuestros confidentes —temor general a todos los hombres— sino de la vergüenza de haber renunciado a nuestra soledad. El que se confía, se enajena; "me he vendido con Fulano", decimos cuando nos confiamos a alguien que no lo merece. Esto es, nos hemos "rajado", alguien ha penetrado en el castillo fuerte. La distancia entre hombre y hombre, creadora del mutuo respeto y la mutua seguridad, ha desaparecido. No solamente estamos a merced del intruso, sino que hemos abdicado.
Todas esas expresiones revelan que el mexicano considera la vida como lucha, concepción que no lo distingue del resto de los hombres modernos. El ideal de hombría para los otros pueblos consiste en una abierta y agresiva disposición al combate; nosotros acentuamos el carácter defensivo, listos a repeler el ataque. El "macho" es un ser hermético, encerrado en sí mismo, capaz de guardarse y guardar lo que se le confía. La hombría se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los impactos del mundo exterior. El estoicismo es la más alta de nuestras virtudes guerreras y políticas. Nuestra historia está llena de frases y episodios que revelan la indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro. Desde niños nos enseñan a sufrir con dignidad las derrotas, concepción que no carece de grandeza. Y si no todos somos estoicos e impasibles —como Juárez y Cuauhtémoc— al menos procuramos ser resignados, pacientes y sufridos. La resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad.
La preeminencia de lo cerrado frente a lo abierto no se manifiesta sólo como impasibilidad y desconfianza, ironía y recelo, sino como el amor a la forma. Ésta contiene y encierra a la intimidad, impide sus excesos, reprime sus explosiones, la separa y aísla, la preserva. La doble influencia indígena y española se conjugan en nuestra predilección por la ceremonia, las fórmulas y el orden. EL mexicano, contra lo que supone una superficial interpretación de nuestra historia, aspira a crear un mundo ordenado conforme a principios claros. La agitación y encono de nuestras luchas políticas prueba hasta que punto las nociones jurídicas juegan un papel importante en nuestra vida pública. Y en la de todos los días el mexicano es un hombre que se esfuerza por ser formal y que muy fácilmente se convierte en formulista. Y es explicable. El orden —jurídico, social, religioso o artístico— constituye una esfera segura y estable. En su ámbito basta con ajustarse a los modelos y principios que regulan la vida; nadie, para manifestarse, necesita recurrir a la continua invención que exige una sociedad libre. Quizá nuestro tradicionalismo —que es una de las constantes de nuestro ser y lo que le da coherencia y antigüedad a nuestro pueblo— parte del amor que profesamos a la forma.
Las complicaciones rituales de la cortesía, la persistencia del humanismo clásico, el gusto por las formas cerradas en la poesía (el soneto y la décima por ejemplo), nuestro amor por la geometría en las artes decorativas, por el dibujo y la composición en la pintura, la pobreza de nuestro romanticismo frente a la excelencia de nuestro arte barroco, el formalismo de nuestras instituciones políticas y, en fin, la peligrosa inclinación que mostramos por la fórmulas —sociales, morales y burocráticas—, son otras tantas excepciones de esta tendencia de nuestro carácter. El mexicano no sólo no se abre; tampoco se derrama.
A veces las formas nos ahogan. Durante el siglo pasado los liberales vanamente intentaron someter la realidad del país a la camisa de fuerza de la Constitución de 1857. Los resultados fueron la Dictadura de Porfirio Díaz y la Revolución de 1857. En cierto sentido la historia de México, como la de cada mexicano, consiste en una lucha entre las formas y fórmulas en que se pretende encerrar a nuestro ser y las explosiones con que nuestra espontaneidad se venga. Poca veces la forma ha sido una creación original, un equilibrio alcanzado no a expensas sino gracias a la expresión de nuestros instintos y quereres. Nuestras formas jurídicas y morales, por el contrario, mutilan con frecuencia a nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales.
La preferencia por la forma, inclusive vacía de su contenido, se manifiesta a lo largo de la historia de nuestro arte, desde la época precortesiana hasta nuestros días. Antonio Castro Leal, en su excelente estudio sobre Juan Ruiz de Alarcón, muestra cómo la reserva frente al romanticismo —que es, por definición, expansivo y abierto— se expresa ya en el siglo XVIII, esto es, antes de que siquiera tuviésemos conciencia de nacionalidad. Tenían razón los contemporáneos de Juan Ruiz de Alarcón al acusarlo de entrometido, aunque más bien hablasen de la deformidad de su cuerpo que de la singularidad de su obra. En efecto, la porción más característica de su teatro niega al de sus contemporáneos españoles. Y su negación contiene, en cifra, la que México ha opuesto siempre a España. El teatro de Alarcón es una respuesta a la vitalidad española, afirmativa y deslumbrante en esa época, y que se expresa a través de un gran Sí a la historia y a las pasiones. Lope exalta el amor, lo heroico, lo sobrehumano, lo increíble; Alarcón opone a estas virtudes desmesuradas otras más sutiles y burguesas: la dignidad, la cortesía, el estoicismo melancólico, un pudor sonriente. Los problemas morales interesan poco a Lope, que ama la acción, como todos sus contemporáneos. Más tarde Calderón mostrará el mismo desdén por la psicología; los conflictos morales y las oscilaciones, caídas y cambios del alma humana sólo son metáforas que transparentan un drama teológico cuyos dos personajes son el pecado original y la Gracia divina. En las comedias más representativas de Alarcón, en cambio, el cielo cuenta poco, tan poco como el viento pasional que arrebata a los personajes lopescos. El hombre, nos dice el mexicano, es un compuesto y el mal y el bien se mezclan sutilmente en su alma. En lugar de proceder por síntesis, utiliza el análisis: el héroe se vuelve problema, En varias comedias se plantea la cuestión de la mentira; ¿hasta qué punto el mentiroso de veras miente, de veras se propone engañar?; ¿no es él la primera víctima de sus engaños y no es a sí mismo a quien engaña? El mentiroso se miente a sí mismo: tiene miedo de sí. Al plantearse el problema de la autenticidad, Alarcón anticipa uno de los temas constantes de reflexión del mexicano, que más tarde recogerá Rodolfo Usigli en El gesticulador.
En el mundo de Alarcón no triunfan la pasión ni la Gracia; todo se subordina a lo razonable; sus arquetipos son los de la moral que sonríe y perdona. Al substituir los valores vitales y románticos de Lope por los abstractos de una moral universal y razonable, ¿no se evade, no nos escamotea su propio ser? Su negación, como la de México, no afirma nuestra singularidad frente a la de los españoles. Los valores que postula Alarcón pertenecen a todos los hombres y son una herencia grecorromana tanto como una profecía de la moral que impondrá el mundo burgués. No expresan nuestra espontaneidad, ni resuelven nuestros conflictos; son formas que no hemos creado ni sufrido, máscaras. Sólo hasta nuestros días hemos sido capaces de enfrentar al Sí español un Sí mexicano y no una afirmación intelectual, vacía de nuestras peculiaridades. La Revolución mexicana, al descubrir las artes populares, dio origen a la pintura moderna; al descubrir el lenguaje de los mexicanos, creó la nueva poesía.
Si en la política y el arte el mexicano aspira a crear mundos cerrados, en la esfera de las relaciones cotidianas procura que imperen el pudor, el recato y la reserva ceremoniosa. El pudor, que nace de la vergüenza ante la desnudez propia o ajena, es un reflejo casi físico entre nosotros. Nada más alejado de esta actitud que el miedo al cuerpo, característico de la vida norteamericana. No nos da miedo ni vergüenza nuestro cuerpo; lo afrontamos con naturalidad y lo vivimos con cierta plenitud —a la inversa de lo que ocurre con los puritanos. Para nosotros el cuerpo existe; da gravedad y límites a nuestro ser. Lo sufrimos y gozamos; no es un traje que estamos acostumbrados a habitar, ni algo ajeno a nosotros: somos nuestro cuerpo. Pero las miradas extrañas nos sobresaltan, porque el cuerpo no vela la intimidad, sino la descubre. El pudor, así, tiene un carácter defensivo, como la muralla china de la cortesía o las cercas de los órganos y cactus que separan en el campo a los jacales de los campesinos. Y por eso la virtud que más estimamos en las mujeres es el recato, como en los hombres la reserva. Ellas también deben defender su intimidad.
Sin duda en nuestra concepción del recato femenino interviene la vanidad masculina del señor —que hemos heredado de indios y españoles. Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa sólo pasivamente, en tanto que "depositaria" de ciertos valores. Prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría.
En otros países estas funciones se realizan a la luz pública y con brillo. En algunos se reverencia a las prostitutas o a las vírgenes; en otros, se premia a las madres; en casi todos, se adula y respeta a la gran señora. Nosotros preferimos ocultar esas gracias y virtudes. El secreto debe acompañar a la mujer. Pero la mujer no sólo debe ocultarse sino que, además, debe ofrecer cierta impasibilidad sonriente al mundo exterior. Ante el escarceo erótico, debe ser "decente"; ante la adversidad, "sufrida". En ambos casos su respuesta no es instintiva ni personal, sino conforme a un modelo genérico. Y ese modelo, como en el caso del "macho", tiende a subrayar los aspectos defensivos y pasivos, en una gama que va desde el pudor y la "decencia" hasta el estoicismo, la resignación y la impasibilidad.
La herencia hispanoárabe no explica completamente esta conducta. La actitud de los españoles frente a las mujeres es muy simple y se expresa, con brutalidad y concisión, en dos refranes: "la mujer en la casa y con la pata rota" y "entre santa y santo, pared de cal y canto". La mujer es una fiera doméstica, lujuriosa y pecadora de nacimiento, a quien hay que someter con el palo y conducir con el "freno de la religión". De ahí que muchos españoles consideren a las extranjeras —y especialmente a las que pertenecen a países de raza o religión diversas a las suyas— como presa fácil. Para los mexicanos la mujer es un ser obscuro, secreto y pasivo. No se le atribuyen malos instintos: se pretende que ni siquiera los tiene. Mejor dicho, no son suyos sino de la especie; la mujer encarna la voluntad de la vida, que es por esencia impersonal. Ser ella misma, dueña de su deseo, su pasión o su capricho, es ser infiel a sí misma. Bastante más libre y pagano que el español —como heredero de las grandes religiones naturalistas precolombinas— el mexicano no condena al mundo natural. Tampoco el amor sexual está teñido de luto y horror, como en España. La peligrosidad no radica en el instinto sino en asumirlo personalmente. Reaparece así la idea de pasividad: tendida o erguida, vestida o desnuda, la mujer nunca es ella misma. Manifestación indiferenciada de la vida, es el canal del apetito cósmico. En ese sentido, no tiene deseos propios.
Las norteamericanas proclaman también la ausencia de instintos y deseos, pero la raíz de su pretensión es distinta y hasta contraria. La norteamericana oculta o niega ciertas partes de su cuerpo —y, con más frecuencia, de su psiquis: son inmorales y, por lo tanto, no existen. Al negarse, se reprime su espontaneidad. La mexicana simplemente no tiene voluntad. Su cuerpo duerme y sólo se enciende si alguien lo despierta. Nunca es pregunta, sino respuesta, materia fácil y vibrante que la imaginación y la sensualidad masculina esculpen. Frente a la actividad que despliegan las otras mujeres, que desean cautivar a los hombres a través de la agilidad de su espíritu o del movimiento de su cuerpo, la mexicana opone un cierto hieratismo, un reposo hecho al mismo tiempo de espera y desdén. El hombre revolotea a su alrededor, la festeja, la canta, hace caracolear su caballo o su imaginación. Ella se vela en el recato y la inmovilidad. Es un ídolo. Como todos los ídolos, es dueña de fuerzas magnéticas, cuya efectividad y poder crecen a medida que el foco emisor es más pasivo y secreto. Analogía cósmica: la mujer no busca, atrae. Y el centro de su atracción es su sexo, oculto, pasivo. Inmóvil sol secreto.
Esta concepción —bastante falsa si se piensa que la mexicana es muy sensible e inquieta— no la convierte en mero objeto, en cosa. La mujer mexicana, como todas las otras, es un símbolo que representa la estabilidad y continuidad de la raza. A su significación cósmica se alía la social: en la vida diaria su función consiste en hacer imperar la ley y el orden, la piedad y la dulzura. Todos cuidamos que nadie "falte al respeto a las señoras", noción universal, sin duda, pero que en México se lleva hasta sus últimas consecuencias. Gracias a ella se suavizan muchas de las asperezas de nuestras relaciones de "hombre a hombre". Naturalmente habría que preguntar a las mexicanas su opinión; ese "respeto" es a veces una hipócrita manera de sujetarlas e impedirles que se expresen. Quizá muchas preferirían ser tratadas con menos "respeto" (que, por lo demás, se les concede solamente en público) y con más libertad y autenticidad. Esto es, como seres humanos y no como símbolos o funciones. Pero, ¿cómo vamos a consentir que ellas se expresen, si toda nuestra vida tiende a paralizarse en una máscara que oculte nuestra identidad?
Ni la modestia propia, ni la vigilancia social, hacen invulnerable a la mujer. Tanto por la fatalidad de su anatomía "abierta" como por su situación social —depositaria de la honra, a la española— está expuesta a toda clase de peligros, contra los que nada pueden la moral personal ni la protección masculina. El mal radica en ella misma; por naturaleza es un ser "rajado", abierto. Más, en virtud de un mecanismo de compensación fácilmente explicable, se hace virtud de su flaqueza original y se crea el mito de la "sufrida mujer mexicana". El ídolo —siempre vulnerable, siempre en trance de convertirse en ser humano— se transforma en víctima endurecida e insensible al sufrimiento, encallecida a fuerza de sufrir. (Una persona "sufrida" es menos sensible al dolor que las que apenas si han sido tocadas por la adversidad.) Por obra del sufrimiento, las mujeres se vuelven como los hombres: invulnerables, impasibles y estoicas.
Se dirá que al transformar en virtud algo que debería ser motivo de vergüenza, sólo pretendemos descargar nuestra conciencia y encubrir con una imagen una realidad atroz. Es cierto, pero también lo es que al atribuir a la mujer la misma invulnerabilidad a que aspiramos, recubrimos con una inmunidad moral su fatalidad anatómica, abierta al exterior. Gracias al sufrimiento, y a su capacidad para resistirlo sin protesta, la mujer trasciende su condición y adquiere los mismos atributos del hombre.
Es curioso advertir que la imagen de la "mala mujer" casi siempre se presenta acompañada de la idea de actividad. A la inversa de la "abnegada madre", de la "novia que espera" y del ídolo hermético, seres estáticos, la "mala" va y viene, busca a los hombres, los abandona. Por un mecanismo análogo al descrito más arriba, su extrema movilidad la vuelve invulnerable. Actividad e impudicia se alían en ella y acaban por petrificar su alma. La "mala" es dura, impía, independiente, como el "macho". Por caminos distintos, ella también transciende su fisiología y se cierra al mundo.
Es significativo, por otra parte, que el homosexualismo masculino sea considerado con cierta indulgencia, por lo que toca al agente activo. El pasivo, al contrario, es un ser degrado y abyecto. El juego de los "albures" —esto es, el combate verbal hecho de alusiones obscenas y de doble sentido, que tanto se practica en la ciudad de México— transparenta esta ambigua concepción. Cada uno de los interlocutores, a través de trampas verbales y de ingeniosas combinaciones lingüísticas, procura anonadar a su adversario; el vencido es el que no puede contestar, el que se traga las palabras de su enemigo. Y esas palabras están teñidas de alusiones sexualmente agresivas: el perdidoso (sic) es poseído, violado, por el otro. Sobre él caen las burlas y escarnios de los espectadores. Así pues, el homosexualismo masculino es tolerado, a condición de que se trate de una violación del agente pasivo. Como en el caso de las relaciones heterosexuales, lo importante es "no abrirse" y, simultáneamente, rajar, herir al contrario.
Me parece que todas estas actitudes, por diversas que sean sus raíces, confirman el carácter "cerrado" de nuestras reacciones frente al mundo o frente a nuestros semejantes. Pero no nos bastan los mecanismos de preservación y defensa. La simulación, que no acude a nuestra pasividad sino que exige una invención activa y que se recrea a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales. Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue a nuestras mentiras de las groseras invenciones de otros pueblos, La mentira es un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser. Por eso es estéril su denuncia.
El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega el momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. De tejido de invenciones para deslumbrar al prójimo, la simulación se trueca en una forma superior, por artística, de la realidad. Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente, nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser. Simulando, nos acercamos a nuestro modelo y a veces el gesticulador, como ha visto con hondura Usigli, se funde con sus gestos, los hace auténticos. La muerte del profesor Rubio lo convierte en lo que deseaba ser: el general Rubio, un revolucionario sincero y un hombre capaz de impulsar y purificar a la Revolución estancada. En la obra de Usigli el profesor Rubio se inventa a sí mismo y se transforma en general; su mentira es tan verdadera que Navarro, el corrompido, no tiene más remedio que volver a matar en él a su antiguo jefe, el general Rubio. Mata en él la verdad de la Revolución.
Si por el camino de la mentira podemos llegar a la autenticidad, un exceso de sinceridad puede conducirnos a formas más refinadas de la mentira. Cuando nos enamoramos nos "abrimos", mostramos nuestra intimidad, ya que una vieja tradición quiere que el que sufre de amor exhiba sus heridas ante la que ama. Pero al descubrir sus llagas de amor, el enamorado transforma su ser en una imagen, en un objeto que entrega a la contemplación de la mujer —y de sí mismo. Al mostrarse, invita a que lo contemplen con los mismos ojos piadosos con que él se contempla. La mirada ajena ya no lo desnuda: lo recubre de piedad. Y al presentarse como espectáculo y pretender que se le mire con los mismos ojos con que él se ve, se evade del juego erótico, pone a salvo su verdadero ser, lo substituye por una imagen. Substrae su intimidad, que se refugia en sus ojos, esos ojos que son nada más contemplación y piedad de sí mismo. Se vuelve su imagen y la mirada que lo contempla.
En todos los tiempos y en todos los climas, las relaciones humanas —y especialmente las amorosas— corren el riesgo de volverse equívocas. Narcisismo y masoquismo no son tendencias exclusivas del mexicano. Pero es notable la frecuencia con que canciones populares, refranes y conductas cotidianas aluden al amor como falsedad y mentira. Casi siempre eludimos los riesgos de una relación desnuda a través de una exageración, en su origen sincera, de nuestros sentimientos. Asimismo, es revelador cómo el carácter combativo del erotismo se acentúa entre nosotros y se encona. El amor es una tentativa de penetrar en otro ser, pero sólo puede realizarse a condición de que la entrega sea mutua. En todas partes es difícil este abandono de sí mismo; pocos coinciden en la entrega y más pocos aún logran trascender esa etapa posesiva y gozar del amor como lo que realmente es: un perpetuo descubrimiento, una inmersión en las aguas de la realidad y una recreación constante. Nosotros concebimos el amor como conquista y como lucha. No se trata tanto de penetrar la realidad, a través de un cuerpo, como de violarla. De ahí que la imagen del amante afortunado —herencia, acaso, del Don Juan español— se confunda con la del hombre que se vale de sus sentimientos —reales o inventados— para obtener a la mujer.
La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone como su piel la serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable —y espuria— de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.
Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacerse invisible, pasar desapercibido, sin renunciar a su ser. El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí mismo. Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga; no se queja, sonríe; hasta cuando canta —si no estalla y se abre el pecho— lo hace entre dientes y a media voz, disimulando su cantar:
Y es tanta la tiraníade esta disimulaciónque aunque de raros anhelosse me hincha el corazón,tengo miradas de retoy voz de resignación.
Quizá el disimulo nació durante la Colonia. Indios y mestizos tenían, como en el poema de Reyes, que cantar quedo, pues "entre dientes mal se oyen las palabras de rebelión". El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura. Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir: "Disimule usted, señor". Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos.
En sus formas radicales el disimulo llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda blanca en que se apoya por la tarde, con la tierra obscura en que se tiende a mediodía, con el silencio que lo rodea. Se disimula tanto su humana singularidad que acaba por abolirla y se vuelve piedra, pirú, muro, silencio: espacio. No quiero decir que comulgue con el Todo, a la manera panteísta, ni que en un árbol aprehenda todos los árboles, sino que efectivamente, esto es, de una manera concreta y particular, se confunde con un objeto determinado.
Roger Caillois observa que el mimetismo no implica siempre una tentativa de protección contra las amenazas virtuales que pululan en el mundo externo. A veces los insectos "se hacen los muertos" o imitan las formas de la materia en descomposición, fascinados por la muerte, por la inercia del espacio. Esta fascinación —fuerza de gravedad, diría yo, de la vida— es común a todos los seres y el hecho de que se exprese como mimetismo confirma que no debemos considerar a éste exclusivamente como un recurso del instinto vital para escapar del peligro y la muerte.
Defensa frente al exterior o fascinación ante la muerte, el mimetismo no consiste tanto en cambiar de naturaleza como de apariencia. Es revelador que la apariencia escogida sea la muerte o la del espacio inerte, en reposo. Extenderse, confundirse con el espacio, ser espacio, es una manera de rehusarse a las apariencias, pero también es una manera de ser sólo Apariencia. El mexicano tiene tanto horror a las apariencias, como amor le profesan sus demagogos y dirigentes. Por eso se disimula su propio existir hasta confundirse con los objetos que lo rodean. Y así, por medio de las apariencias, se vuelve sólo Apariencia. Aparenta ser otra cosa e incluso prefiere la apariencia de la muerte o del no ser antes que abrir su intimidad y cambiar. La disimulación mimética, en fin, es una de tantas manifestaciones de nuestro hermetismo. Si el gesticulador acude al disfraz, los demás queremos pasar desapercibidos. En ambos casos ocultamos nuestro ser. Y a veces lo negamos. Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: "¿Quién anda por ahí?". Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: "No es nadie señor, soy yo".
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre, Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad. el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. En nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los campos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la historia.
Nota informativa
"Máscaras mexicanas", forma parte del libro El laberinto de la soledad, cuya primera publicación la realizó la editorial Cuadernos Americanos, en 1950. La ficha bibliográfica de esa primera edición es:
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Ediciones Cuadernos Americanos, México, 1950.
Dicha edición se término de imprimir el día 15 de febrero de 1950, en los talleres de la Editorial Cultura, en la ciudad de México.
La transcripción actual se realizó del volumen III de las Obras completas, editadas por el Fondo de Cultura Económica en México. La ficha bibliográfica de esta edición es:
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. (El peregrino en su patria. Historia y política de México), en OC, v. III, (segunda reimpresión de la segunda edición), Círculo de Lectores/Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 61-72.

Roberto Blaga: Dispersiones




I
La capacidad de amar
va más allá de mi entendimiento,
del azul y de tus ojos

Eres tú quien
me hace renunciar
pero también quien
me impide decidir
en este preciso momento

II
No sé cuándo llegó tu amor
Tal vez estaba desde siempre
Mucho antes de abrir heridas
lastimar labios, romper mandíbulas

Ya estaba,
y tu llegada me sumió en ese estupor
del cual es difícil recuperarse


III
Schadenfreude
quiere decir alegría-maligna
Un contrasentido
pues para ti el amor

se equipara a la ternura

pero uno lo percibe como un fulgor
en forma de navaja

IV
El día que escuché
por primera vez tu nombre
pensé en el absoluto,
en designar así mi mundo,
y perforar con él mi cerebro

Lo oí tantas veces después
que ─comprendí─
me había equivocado de ser
de nombre, de palabra:
incité mi presunción
al punto del fracaso

V
Tu nombre es mi sustento
Te llamo, te repito,
me ahogo en tu palabra

lo llevo de un extremo a otro

Lo malo es que existen
muchos infinitos
en los cuales
no puedo ni musitar tu nombre

VI
Para conquistarte
siempre pienso en lo peor:
Me envuelvo en tus banderas
Me cubro en tus caricias
Me hago uno y me divido

Es claro que esto sólo funciona
en regiones donde el yo
no depende del estrago

VII
Vestigios y despojos
de tu amor perdido
pueblan la sangre y lastiman el oído

Fe de amor hasta los huesos
Esto confirma mi estancia en el asilo:
incapaz de vislumbrar más claridad,
repto por tu cuerpo
(...)
tu piel es un milagro
que la amargura destruye

Genaro Aguirre Aguilar: Manzanero y esa sutil manera de seguir vigente



Manzanero y esa sutil manera de seguir vigente


Si revisamos el diccionario enciclopédico Larusse para saber la definición de la palabra “reinventar”, veremos que la define como “volver a inventar”; de lo que desprendo la posibilidad de entender que las revisiones sobre su propia obra hechas por Armando Manzanero, serían una suerte de acto para repensarse así mismo y con ello volver a ser, pero con algunas variaciones.
Decimos esto porque si en México hay alguien que ha sabido mantenerse vigente y en el gusto de las viejas y nuevas generaciones es el autor de “Contigo aprendí”, pues desde finales de los 90 ha venido aprovechando las coyunturas de su carrera para seguir estando presente en la industria musical. Si ya con la canción que compusiera para la telenovela “Nada personal” de TV Azteca volvió a las andadas al colocar en la lista de éxitos esta canción interpretada por Lisset, más tarde ocurriría lo mismo con la interpretación que de la canción “Por debajo de la mesa” hiciera Luis Miguel.
A partir de aquel entonces, ha tenido ocasión de producir un par de discos de duetos con gente como Miguel Bosé, con Alejandro Sanz e incluso el tristemente celebre Nicho Hinojosa. Más tarde vendría disco y gira junto a Susana Zabaleta, no sin haberlo hecho antes con Tania Libertad, para llegar recientemente al colectivo discográfico: “Las mujeres de Manzanero”.
Total, que vendría un año más y con el la reinvención de sí mismo, pues al mercado llegaría lo que ha llamado Manzanero Big Band Jazz de México, una obra que recopila parte de sus composiciones más significativas, además de las versiones que hace de viejas canciones del folclor musical mexicano que, revestidas de una sonoridad jazzística, resulta un suculento manjar para los odios de quienes andan en la búsqueda de otras propuestas.
Y es que si ya antes Iraida Noriega había mostrado que el color de los viejos boleros cuando suenan a blues o a cierto dejo de Nueva Orleans son una delicia, algo como lo que habíamos experimentado también con el homenaje que a Consuelo Velásquez hiciera Cecilia Toussain hace unos tres años, hoy Manzanero se reapropia de su música para conducir al escucha a través del recuerdo pero sobre todo, por los deliciosos senderos a donde conduce el exquisito sonido de una banda de jazz.
Sin dudar, Armando Manzanero (para muchos quien en su momento pudo haber llenado la ausencia que dejara con su fallecimiento Álvaro Carrillo, aunque él mismo ha llegado a decir que no quedaba de otra a la industria musial), es uno de los grandes compositores mexicanos, en esa misma tradición popular en donde podemos encontrar a Tomás Méndez, Guicho Cisneros, Gonzalo Curiel, Manuel Esperón, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Roberto Cantoral. La gran diferencia es que ha sabido permanecer vigente, campechaneando (aunque sea yucateco) una veintena de canciones que pertenecen al catálogo de la memoria musical de México, si bien es cierto, su obra es mucho más extensa que esas.
Lo que también llama la atención de este nuevo disco, es que pone en su voz letras que él no ha compuesto, pues sabedor de la tesitura de su voz y la vitalidad que puede darle una gran banda, hace de las canciones “Cómo fue”, “Bonita”, “Viajera” y “Sorpresa”, un deleite al escuchar los trombones como latidos en la noche, mientras una trompeta se desvela acompañada del rasgueo de la escobetilla sobre los tambores, para coronar el agasajo con las propiedades melódicas de un soñoliento piano, que por momentos se deja hacer con las voces de Ingrid y Jenny Beaujean o Salvador Tercero.
No queda más que dejarse llevar por este compositor yucateco, que cuando no es por una cuestión de amores o porque la hace de jurado en algún reality show o bien por contar con la participación de una gran estrella en su programa de TV, lo cierto es que siempre da que hablar, una extraña manera de seguir vigente en estos tiempos de anemia artística.

Cristina Caballero: Romance moderno de sol asonante



Hora extraña.
No es
el fin del mundo
sino el atardecer.

Gabriel Zaid

ROMANCE MODERNO
DE SOL ASONANTE


Luz diurna que encegueces
¿cómo habré de tomarme este café
con la boca clausurada ?

todos se preparan en silencio
y salen a batalla
con sus armas orientales
su uniforme negro
con guardianes inocentes
juguetones

la fuente reverbera
piedra y agua danzarinas
rugido alentador de dríadas
y náyades

fenecen hojas indolentes
al calor de un astro fijo
la orquídea se demora
tras la sombra de una vieja palma
que de tiempo en tiempo
adolece de ese terco algodoncillo

entre hojas
se refleja el gris asfalto
laten voces
lejanas
perezosas

Apolo cae
sin descanso
dueño de las plagas
y la cura

yo respiro
disfruto del venero

sentada en una banca
veo el puente
los nenúfares flotando
el arroyo
inmóvil

cruzan por el pasto
siluetas de actias luna
de monarcas
y de abejas

traigo aún el cubrebocas

cerdo
ave
humano

¿quiénes somos?
¿por qué nos dejan infestar así la Tierra?

germen euroasiático
o nativo
medra en mi terror nocturno

lo que tengo
no me pertenece
la soberbia contra dios
merece tal castigo
recita fanatismos el taxista
antes de dejarme en este oasis

H1N1
publicaron tu genoma
en Science 2005

¿habrán sido capaces?
la gente se pregunta

¿y la epidemia de 1918?
no hemos olvidado
no pudimos

havlmos novolngua

tqm
kuidat
ai tvs

como eskribiran n l futuro?

rorkual asul
dromdario
rino dl alva
aurora voral
cutzalan
coyot ambrinto?

spacio kuvico
las ltras q m nciran
s volvran tras algun dia?

¿pronto tambin
dschavls?

los lirios amarillos
qu sran sin palavra
q los nomvr?

lirios aun
aunq los llamn flors
solo flors?

a dond iran los sonidos
q s pirdan n l timpo?

qisa la maqina infinita
tin sd d nustra snsia
l alito q salga d nos
ira alimntar
gigants antropofagos

srmos almas nsradas
n los lstrigons
y n los siclops

las palavras
nustro alinto
llos tragaran
tan kodisiosos

y avrmos d povlar
junto a llos
kada una
d todas sus malditas islas

Alicia Dorantes: Rosa Estela Olvera Jiménez



¿Usted podría asegurar que pese a ser mexicana, Rosa es una mujer inteligente?
Allison Wetzel, fiscal del caso…


Cuando asisto al cine y me encuentro con una sala semivacía, pienso: posiblemente la película me guste. Este fue el caso de “Mi vida dentro”, dirigida por la joven cineasta mexicana Lucía Gajá ¿De qué trata esta película, mejor dicho, este documental? Cuenta parte de la vida de una joven de escasos 17 años de edad, oriunda de Ecatepec, Estado de México, quien siguiendo “El sueño americano”, cruzó clandestinamente el río Bravo y llegó al estado de Texas. Los primeros años de su estancia en la ciudad de Austin, parecieron sonríele: Rosa Estela se enamoró, contrajo matrimonio con un chico de Guanajuato indocumentado como ella, concibió a su primera hijita y al poco tiempo se embarazó por segunda ocasión.
Faltando sólo cuatro meses para dar a luz, sobreviene un desafortunado accidente y la vida de la joven cambia radicalmente ¿Su trabajo hasta ese día? El de niñera. Cuidaba niños cuyas madres tenían que salir a trabajar para ganarse el diario sustento. El pequeño Brian de menos de dos años, estaba a su cuidado desde pequeñito. Ese día un parpadeo, un descuido, y el niño se asfixia con una bola de papel. La angustiada mujer solicitó ayuda. Los vecinos intentaron reanimarlo sin éxito. Un paramédico del 911, le dio respiración artificial, hasta descubrir que Brian había tragado una cierta cantidad de papel y que en lugar de serle extraído oportunamente, los intentos por salvarlo le introdujeron aún más el material en la laringe complicando la situación y ocasionándole finalmente la muerte. Esa misma noche a Rosa Estela Olvera Jiménez, la detiene la policía, es encarcelada y dos años más tarde, llevada a su juicio… Se dicta la sentencia.
Dice el periodista Carlos Bonfil: “Rosa Estela Olvera Jiménez es apenas un nombre más, entre los casi cinco millones de mujeres de origen mexicano que viven hoy en Estados Unidos y de las cuales, 1679 son casos penales. Su historia resume de modo dramático la capacidad de daño que es capaz de infligir un sistema judicial discriminatorio sobre una indocumentada”. Muchas mujeres cumplen largas condenas y por desconocer el inglés, ignoran la cantidad de años a las que fueron sentenciadas, como lo expresa ante la cámara, una de las reclusas entrevistadas en dicho documental: “Yo sabía que me habían dado 20 años, pero luego vi en un papel que me habían dado 50”. Estas mujeres, culpables o no, son víctimas de racismo, discriminación y violencia dentro de las cárceles de Estados Unidos.
El documental inicia con una entrevista a Rosa, quien en su celda estrecha y con palabras sencillas relata cómo es “su vida dentro”; la rutina del penal, las escasas pertenencias que le autorizan conservar: las cartas de su madre y de algunos familiares, las fotos de sus hijitos. Nada más. Las escenas se suceden rápidamente. No hay más actores que los de la vida real.
En la corte, la fiscal Allison Wetzel, mujer blanca, esbelta de porte distinguido, se muestra implacable durante el juicio. Su actitud refleja que para ella no hay discusión posible: la acusada actuó con premeditación y crueldad “y todos los niños de Estados Unidos están en peligro potencial en caso de que monstruos como Rosa queden exonerados”. Cuando interroga a un testigo y le pregunta ¿Usted podría asegurar que pese a ser mexicana, Rosa es una mujer inteligente?, nadie en la corte impugna la pregunta, es como si estuvieran sordos, como si fueran cómplices de Wetzel, o como “si semejantes palabras flotaran en el aire y pudieran dispersarse sin herir a nadie. La única persona que podría comprenderlas es Rosa, la aludida, pero ella no habla inglés, idioma en el que se la ha injuriado” dice Juan Manuel Badillo, periodista de El Economista. El abogado defensor Leonard Martínez, de ascendencia mexicana refuta con astucia los argumentos de la inculpación de Rosa, dice: “la muerte del pequeño, según las evidencias disponibles, sólo pudo ser accidental”. A la joven mexicana desde el comienzo del juicio se le ha hecho ver como culpable ¿Por qué? Muy sencillo: por tratarse de una persona indocumentada, poco instruida e ignorante de las leyes de aquel país. Esa fragilidad urbana es la que la hace desde el comienzo del juicio: “culpable hasta no probar que es inocente”, totalmente opuesto a “inocente hasta no demostrar su culpabilidad”, como se valora a los norteamericanos.
Por otra parte, el sistema trató de evitar cualquier demanda contra los paramédicos quienes deseando salvar la vida de Brian, emplearon métodos contraproducentes y aceleraron la muerte del pequeño. De nada sirven las evidencias que los vecinos y amigos de Rosa, brindan para mostrar “su carácter benévolo y apacible”. En el juicio apabulla su condición de ilegal, su origen y procedencia. En un momento del juicio el defensor Martínez, dice irónico: “bastante inteligente para ser mexicana”, mofándose del prejuicio racial de la fiscal. “La saña con que se procede en el juicio y la evidente parcialidad de los miembros del jurado, son apenas un botón de muestra del trato discriminatorio con que se topan los inmigrantes latinos en los tribunales de Estados Unidos” agrega Carlos Bonfil.
¿Cómo nació la idea de Lucía Gajá, de realizar este bien logrado documental? En realidad, ella quería mostrar al mundo, la vida despiadada que llevan las más de mil seiscientas mujeres mexicanas recluidas en prisiones norteamericanas. Cuenta la cineasta que llegar a las prisioneras, fue una empresa difícil, casi imposible, ya que incluso en más de una ocasión las autoridades estadounidenses negaron la existencia de mexicanas en sus cárceles. Cuando Gajá conoció el caso de Rosa, enfocó toda su capacidad de trabajo en ella. Me sorprende como obtuvo los permisos para ingresar no sólo hasta la celda impecablemente limpia, inconcebiblemente inhumana, donde la joven ve pasar su malograda existencia, sino a las salas del juzgado e incluso grabar el injusto juicio.
Sí, Mi vida dentro se filma en el interior de un penal texano y presenta un resumen de las sesiones que conducen a ese veredicto perverso. “Gajá maneja con destreza los tiempos narrativos, el contraste de puntos de vista y la actitud de la acusada, que en dos años transita de una indefensión completa a una firmeza de carácter que sólo la dulzura de su trato atenúa. Separada de su hija mayor y del bebé que nació estando ella en la cárcel, incomunicada como un delincuente peligroso, humillada y reducida a contemplar la marcha del tiempo, Rosa Olvera Jiménez sólo puede expresar a los 26 años de edad, su desesperanza radical y la constatación de la vida destrozada. Sobre la pantalla se inscriben esporádicamente sus estados de ánimo, su desamparo, su sensación de derrota y toda la melancolía la resume en un lamento: “Me hubiera gustado conocer el mar”. Ahora, en esa prisión no tiene derecho a ver a sus familiares, ni a sus hijos; tampoco a la visita conyugal. Tan sólo puede hacer una llamada cada seis meses, de apenas cinco minutos. Harán una revisión de su caso… ya está programada para el año 2035… treinta años después de recibir la sentencia. El documental provoca sentimientos encontrados, pero sobre todos ellos, se yergue la indignación…
Después de la brutal sentencia, Gajá entrevista a algunos de los personajes involucrados en el drama. Sí es un drama… Un drama de la vida real. Drama para la madre Brian, el niño muerto. Drama para Rosa quien pasará el resto de sus días en una cárcel de máxima seguridad, para sus niños que ni siquiera la conocen; drama para su familia. Drama para las y los mexicanos que como Rosa, son víctimas de la carencias de trabajo en sus pueblos natales y sucumben al “sueño americano”… Érika Licea, la fotógrafa, captó una a una las escenas, los rostros; las lágrimas silenciosas e inútiles de Rosa. Entrevistado el defensor, expresa: “Aún cuando se probara una culpabilidad, cualquier anglosajón de clase media se habría beneficiado de atenuantes y de una condena reducida, y no habría soportado la delirante sentencia a 99 años de reclusión, más diez mil dólares de multa, que en 2005 se dictó contra la mexicana Rosa Olvera Jiménez”.
El documental sigue la cronología de los hechos, por lo que la tensión y la angustia crecen en los espectadores y de manera paralela despiertan su indignación. Comenta Gajá: “Ninguna película cambia las cosas de la vida, sólo las hace públicas, las pone en la mesa para reflexionar”. Juan Manuel Badillo, concluye: “Mi vida dentro” es una de esas películas que sacude y que invita no a la reflexión, sino quizá a una postura activa y contestataria frente a lo abominable de la justicia implacable que sólo se aplica a aquellos incapaces de defenderse”. Ojalá que este documental lo vieran quienes tienen en su manos crear empleos dignos para nuestros connacionales, pero también, todos aquellos desposeídos que sueñan “con el sueño americano”.



Alicia Dorantes adorantesc@hotmail.com

Leticia López Figueroa: Estrella de televisión



ESTRELLA DE TELEVISION SUCUMBE A ENFERMEDAD

ESTRELLA DE TELEVISION SUCUMBE A ENFERMEDAD

Los síntomas incluyen: aumento de secreción nasal, tos, fiebre alta, malestar general, falta de apetito, dolor en las articulaciones, vómitos, diarrea y, en casos de mala evolución, pérdida de la consciencia y la muerte.
Se ha recomendado a la población que acuda al hospital lo antes posible, de presentarse tal cuadro. Ciertamente, la alerta por el brote epidémico ha ayudado mucho para evitar una violenta propagación del virus, pero la zoonosis es una calidad de mal infeccioso que abarca tiña, sarna, carbunco, rabia, peste, fiebre Q, leptospirosis, leishmaniasis, brucelosis, gripe aviar, triquinosis y hantavirus, además de la gripe porcina, luego el paciente nuevo que ingresa de emergencia muestra una incapacidad para sostenerse con sus propias fuerzas, la piel verde, los ojos saltones, la lengua seca como si pedazo de felpa, un tic nervioso y vientre prominente que sugiere clara exacerbación de la enfermedad.
Durante el traslado a terapia intensiva, el personal de enfermería ha dado cuenta que se trata de una personalidad de la televisión. Algunos esperan conseguir un autógrafo, pero el actor se muestra sumamente agotado y quebrantado en su salud. Los días que le siguen, la mutación de la cepa revierte la recuperación del paciente, pues su tratamiento está plagado de problemas de relaciones públicas y todo tipo de retrasos por volver a enseñar los números, el abecedario y la diferencia entre “cerca” y “lejos”.
Tú piensas que no hay nada más contagioso que un chisme. Afuera, se dice que el artista delira debido a las complicaciones pulmonares severas, que musita apenas cercano del vahído: “Señorita Cerda, mi muñequita de peluche”. Después de eso, no le quedan más fuerzas al célebre actor para seguir resistiendo su achaque, tieso y deletreado.
Adentro, los médicos no pueden hacer mayor cosa tampoco.
La influenza porcina cobra su primera víctima del mundo de la farándula.
Descanse en paz, Kermit Muppet

lunes, mayo 18, 2009

Ignacio García: HASTA LA VISTA, MARIO



HASTA LA VISTA. MARIO
Ignacio García

Cuando Raymond Radiguet, un joven poeta de apenas 15 años de edad y verso prometedor, murió debido a una tuberculosis absurda, Jean Cocteau se encargó entonces del discurso en su funeral y comenzó con estas palabras: “Cuando un hombre muere, es una pena; en este caso, la pena es doble pues quien ha muerto, es un poeta”.
Podemos fundirnos con estas palabras de Cocteau y decir lo mismo a esta hora en que el escritor y poeta uruguayo, Mario Benedetti ha partido dejando entre nosotros una lección de conciencia y de amor cotidianos. Observador agudo de las cosas que a diario suceden, supo plasmar en sus cuentos, novelas y poemas, no sólo la trampa de los grandes emporios y la banca internacional, pero, igualmente el conflicto menos perceptible para uno: el del amor y sus consecuencias; el de el hombre de sentimientos, vivo, vibrante y que no puede quedar callado ni en uno ni en otro bando de la existencia humana. ¿Cómo traducía Mario eso amaneceres (no pocas veces amargos y silenciosos? ¿Con más silencio? No. De él es esa frase que dice: “El des-amor es la metáfora de la muerte”, y por ello se empeñó siempre en amar aún lo abandonado, sin perder la esperanza de que su “decir” diera la explicación correcta a lo naturalmente sucedido para quien ama. Como cuando nos dice: “Corazón coraza / Porque te tengo y no/ porque te pienso/ porque la noche está de ojos abiertos/ porque la noche pasa y digo amor/ porque has venido a recoger tu imagen / y eres mejor que todas tus imágenes / porque eres linda desde el pie hasta el alma / porque eres buena desde el alma a mí / porque te escondes dulce en el orgullo / pequeña y dulce / corazón coraza / porque eres mía / porque no eres mía/ porque te miro y muero/ y peor que muero/ si no te miro amor
si no te miro”. Mario fue el escritor de la cotidianidad. Nada escapaba a su pluma. Lo mismo plasmaba de lo sucedido en la cocina, que en las grandes marchas contra la dictadura de su país.

Nacido en Uruguay el
14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, Uruguay fue bautizado con cinco nombres, siguiendo sus costumbres italianas; si bien el eligió el nombre de la poesía para identificarse y hacer que el Benedetti sonara en la conciencia de los hombres que desean ser libres..
Entre
1938 a 1941 residió casi continuamente en Buenos Aires, Argentina, en donde (1945) se integró al equipo de redacción del semanario Marcha, donde permaneció hasta 1974, año en que fue clausurado por el gobierno de Juan María Bordaberry.
Desde sus semanrios como Marginalia, Número (una de las revistas literarias más destacadas de la época), Benedetti participa activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los
Estados Unidos. Es su primera acción como militante. Ese mismo año obtuvo el Premio del Ministerio de Instrucción Pública por su primera compilación de cuentos, Esta mañana. Mario Benedetti fue ganador del galardón en repetidas ocasiones, hasta 1958, cuando renunció sistemáticamente a él por discrepancias con su reglamentación.
Escribe crítica de cine en
La Tribuna Popular. En Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el encuentro sobre Rubén Darío y viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores. Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual" y se vuelve Miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas. En 1968 funda y dirige el Centro de Investigaciones literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se mantendría hasta 1971.
Junto a miembros del
Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Benedetti fue representante del Movimiento 26 de Marzo en la Mesa Ejecutiva del Frente Amplio desde 1971 a 1973, sin embargo, esta alternativa se vio frustrada por la fuerza (¿de qué otra forma, señores dictadores?). Además es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, de Montevideo.
Publica Crónica del 71, compuesto en su mayoría de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha, así como de un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del
Frente Amplio. También publica Los poemas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos.
Tras el Golpe de Estado del 27 de junio de 1973 renuncia a su cargo en la universidad, pese a ser elegido para integrar el claustro. Por sus posiciones políticas debe abandonar Uruguay, partiendo al exilio en Buenos Aires, Argentina. Posteriormente se exiliaría en Perú, donde es detenido, deportado y amnistiado, para luego instalarse en Cuba, en el año 1976. Al año siguiente, Benedetti recalaría en Madrid, España. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y de su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando de las madres de ambos.
La versión cinematográfica de La Tregua, dirigida por
Sergio Renán, fue nominada a la cuadragésimo séptima versión de los Premios Óscar en 1974, a la mejor película extranjera; finalmente el premio, entregado en la ceremonia del 8 de abril de 1975, se lo adjudicó la película italiana Amarcord.
En
1976 vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las Américas. El año 1980 se traslada a Palma de Mallorca. Dos años más tarde inicia su colaboración semanal en las páginas de Opinión del diario El País. El mismo año el Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela. En 1983 traslada su residencia a Madrid.
Regreso al Uruguay. Vuelve a Uruguay en marzo de 1983, iniciando el autodenominado período de des-exilio, motivo de muchas de sus obras. Es nombrado Miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que va a dar continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974.
En
1985 el cantautor Joan Manuel Serrat graba el disco El sur también existe sobre poemas de Benedetti, contando con su colaboración personal.
En
1986 recibe el Premio Jristo Botev de Bulgaria, por su obra poética y ensayística. En 1987 es galardonado en Bruselas con el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional por su novela Primavera con una esquina rota. En 1989 es condecorado con la Medalla Haydeé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba.

Benedetti recibió, el
30 de noviembre de 1996, el Premio Morosoli de Plata de Literatura, entregado por la Fundación Lolita Rubial, de Minas, Uruguay. En la ocasión, Benedetti fue destacado por su obra narrativa. El mismo año, junto a otros cincuenta escritores, fue distinguido por el Estado de Chile con la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral.
En
mayo de 1997 fue investido con el título Doctor honoris causa por la Universidad de Alicante y unos días más tarde, el 11 de junio, fue también investido por la Universidad de Valladolid. El 30 de septiembre del mismo año fue galardonado con el Premio León Felipe, en mención a los valores cívicos del escritor. Además fue investido en diciembre como Doctor honoris causa en Ciencias Filológicas de la Universidad de La Habana.
El
31 de mayo de 1999 fue galardonado con el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, dotado de 6.000.000 . La Fundación Cultural y Científica Iberoamericana José Martí le concedió el 29 de marzo de 2001 el I Premio Iberoamericano José Martí. El 19 de noviembre de 2002 fue nombrado Ciudadano ilustre por la Intendencia de Montevideo, en una ceremonia encabezada por el intendente Mariano Arana.
En
2004 se le concedió el Premio Etnosur. En 2004 se presentó por primera vez en Roma, Italia, un documental sobre la vida y la poesía de Mario Benedetti, titulado "Mario Benedetti y otras sorpresas". El documental, que fue escrito y dirigido por Alessandra Mosca, y protagonizado por Benedetti, fue patrocinado por la Embajada de Uruguay en Italia. El documental participó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en el XIX Festival del Cinema Latinoamericano di Trieste y en el Festival Internacional de Cine de Santo Domingo.
En
2005, Mario Benedetti presentó el poemario Adioses y bienvenidas. El 7 de junio de 2005 se adjudicó el XIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, consistente en 48.000 y la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. El premio, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, es un reconocimiento a la labor de personalidades destacadas en el ámbito de la creación literaria o científica, tanto en idioma español como portugués.
Mario Benedetti repartía su tiempo entre sus residencias de
Uruguay y España, atendiendo a sus múltiples obligaciones y compromisos. Después del fallecimiento de su esposa Luz López, el 13 de abril de 2006 víctima de la enfermedad de Alzheimer, Benedetti se trasladó definitivamente a su residencia en el barrio Centro de Montevideo, Uruguay. Con motivo de su traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca personal en Madrid, al Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante
El 18 de diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, Benedetti recibió de manos de Hugo Chávez la "Condecoración Francisco de Miranda", la más alta distinción que otorga el gobierno venezolano por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos. Ese mismo año recibió la Orden de Saurí, Primera Clase, por servicios prestados a la literatura. La Orden de Saurí es la condecoración más alta de El Salvador. En los últimos diez años, debido al asma y por recomendación médica, el escritor alternaba su residencia en España y en Uruguay, tratando de evitar el frío, pero al agravarse su estado de salud permaneció en Montevideo. La muerte de su esposa Luz López en 2006, luego de seis décadas de matrimonio, fue un duro golpe para Benedetti que, según confesó, sobrellevó escribiendo. En uno de sus últimos libros, titulado Canciones del que no canta, alude a su historia personal. "No fue una vida fácil, francamente", ha dicho Benedetti, quien con su pluma marcó a
Tras tan larga lista de actuaciones y premios, podría decirse de Benedetti mucho más…Lo que nos dejó en su poesía es ese “poder decir más”. Poeta de cepa tanto guerrera como triste y melacólica, Mario se deja decir: "Unas veces me siento / como pobre colina / y otras como montaña / de cumbres repetidas / Unas veces me siento como un acantilado y en otras como un cielo azul pero lejano./ A veces uno es manantial entre rocas / y otras veces un árbol /con las últimas hojas. / Pero hoy me siento apenas como laguna insomne / con un embarcadero / ya sin embarcaciones / una laguna verdeinmóvil y paciente / conforme con sus algas / sus musgos y sus peces, / sereno en mi confianza confiando en que una tarde / te acerques y te mires, te mires al mirarme.
Poeta de letra profunda y a la vez de ésas que llegan al corazón quién sabe cómo, sus letras fueron interpretadas por varios cantantes como Milanés, Serrat, Nacha Guevara, Virolo, y otros que ahora escapan a mi mente.
Finalmente, si hubiera que sintetizar (imposible) la vida de un hombre: sus variantes, sentimientos, ideología, nobleza y entrega hacia los otros antes que a sí mismo; tendríamos que elegir un poema y esto es demasiado difícil…Pero no tanto. Tal éste que dejamos para saludar a Mario en su partida, hable más de lo que uno puede decir de su figura, de su trayectoria vertical y su siempre empecinamiento de tomar la pluma, para decirle al oprimido, al sin patria, al exiliado, pero también al herido, angustiado y al sin esperanza, las siguientes palabras.


Hagamos un trato
Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo.

(de una canción de Carlos Puebla)

Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.

Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.

Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.

No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.