La magia del siete
No siendo supersticiosa, jamás reparé en ella. El siete es un número común en la cultura de todos los pueblos, de todos los tiempos. Siete son los días de la semana, siete los colores del arco iris, siete las notas musicales, siete los pecados capitales y siete las virtudes que se contraponen a ellos. Siete es un número masculino que como dardo cruza el cielo. En la religión islámica existen siete cielos y en algunas culturas prehispánicas de Mesoamérica, también… Se considera un número perfecto que simboliza la relación de lo divino y lo humano, de lo cual resulta la creación llevada a cabo en siete días. El génesis narra que Dios creó el mundo en seis días y en el séptimo descansó. Para muchos pueblos fue y es, un número mágico.
Lunes, un lunes apacible propio de nuestro benévolo otoño… pienso en ¿por qué llaman lunes el primer día de la semana? Por la Luna, el argentino satélite de la Madre Tierra. El origen de los nombres de cada día de la semana se remonta a las observaciones que los antiguos astrónomos hicieron en el cielo. Notaron que la inmensa mayoría de las estrellas no cambiaban de posición, unas respecto a las otras, durante el año. Sin embargo, siete cuerpos celestes sí lo hacían: el Sol, la Luna y los cinco planetas que podían verse a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno a quienes consideraron como “estrellas móviles”. De tal forma que cada cuerpo celeste, bautizó a un día de la semana: Lunes: por la Luna; Martes, por Marte, dios de la guerra; por Mercurio se llamó al Miércoles, por Júpiter al Jueves, por Venus, la “estrella de la tarde” al Viernes. Saturno confirió su nombre al “Sabbat”, celebración hebrea y ésta lo compartió con nuestro sábado. Domingo deriva de la palabra latina “Dominus”, el Señor Dios.
Martes, el cielo nublado me hace pensar en otra serie de sietes: en “Los Siete Pecados Capitales” clasificación de los vicios mencionados ya en las primeras enseñanzas cristinas para aleccionar a sus seguidores sobre conceptos de moralidad. Hasta la fecha la Iglesia católica romana divide a “los pecados” en dos categorías principales: los menos graves llamado “veniales” que son perdonados fácilmente y los “mortales” que al ser cometidos, destruyen la vida de gracia y crean la amenaza de condenación eterna a menos que sean absueltos mediante el sacramento de la confesión y luego de una perfecta constricción por parte del pecador. En el siglo VI, el Papa Gregorio I o Gregorio el Magno, los ordenó en: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia, soberbia. Dante Alighieri los describe genialmente en su obra cumbre: la Divina Comedia y así los siete pecados no sólo invaden el mundo de los humanos, sino también el de las Bellas Artes: pintura, escultura, arquitectura, literatura, música danza, y cine, también llamado el séptimo arte.
Miércoles ¿vendrá el otoño de nuevo? El otoño ha llegado y sus suaves vientos desprenden las caducas hojas de los árboles. Los días son cortos cediendo sus horas a la oscura noche. He meditado y recordado que cada pecado capital o mortal tiene un opuesto correspondiente en las llamadas siete virtudes. Cada una de estas virtudes, forma parte del catecismo y sirven para que el creyente sepa cómo afrontar la tentación de cometer alguno de los siete graves pecados, ya que siendo adversos, sirven como un antídoto al pecado. Estas son: la humildad en contra el pecado de soberbia; la generosidad, se contrapone a la avaricia; la castidad a la lujuria; la paciencia, a la ira; la templanza contra el pecado de gula, la caridad, contra la envidia y la diligencia contra la pereza.
Jueves, desde lejos se miran las humildes barcas de los pescadores. El viento del Norte les ha impedido salir en pos del sustento familiar. Ese viento del Norte que trae suspendidas en sus ráfagas, dejos de nostalgia. Recuerdo las enseñanzas de mi abuela, Mane. Me hablaba de esto y de mucho más. Me conversaba acerca de los siete dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Hoy día, atravesamos una crisis tal, que sin importar la fe que profesemos, ni al Dios que adoremos, recordar estas arcaicas enseñanzas, nos reconfortan y dotan de paz espiritual...
Viernes: sin gana alguna de dejar el tibio lecho me dispongo ir al trabajo ¿Por qué hoy no siento el deseo que correr hacia él, como tantas otras veces? ¿Será la edad? El gran escritor inglés William Shakespeare dividió en siete las edades del hombre: la dulce infancia, la inquieta niñez, la inestable adolescencia; la adultez, edad del amor carnal, la dorada edad madura, la apacible edad avanzada y la triste senilidad. Sin clasificarme aún, inconscientemente salto de la cama como si con ello, quisiera volver a la etapa previa de mi vida…
Sábado: prorrumpió otra vez aquel sentimiento de añoranza. Lo desecho de inmediato. El sábado es día de alegría. Día de fiesta. Pienso en la música, en la que nace de un violín de siete cuerdas o en un piano de brillante teclado en donde los sonidos que emiten blancas y negras, se agrupan de siete en siete; en un oboe, o quizá en un arpa: sus voces son tan diferentes, como extraordinariamente bellas, pero su alfabeto sólo posee siete letras que llamamos notas: do, re, mi, fa, sol, la, si… sin embargo, armonizadas son capaces de inundar el universo y me agrada pensar, que de conmover al corazón más endurecido. Las siete notas musicales en los días lluvia, cuando el arcoíris nace en señal de paz, recorren su curva silueta mientras brincan de color en color que también son siete, los que podemos ver. Colores hermanados y respetuosos del orden establecido: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo o añil y violeta.
Domingo, las tempranas campanadas nos recuerdan que es el día del Señor y eso sin querer trae a mi memoria las siete frases pronunciadas por Jesús mientras agonizaba en la cruz: 1. Padre perdónales porque no saben lo que hacen. 2. Dirigiéndose a Dimas, “el buen ladrón”, le señaló: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. 3. Habló a su madre y a su apóstol más joven: a Juan, quienes permanecían al pie de la cruz y dijo: “Mujer he aquí a tu hijo, hijo he ahí a tu madre. Cuentan que cuando la persecución de los romanos a los cristianos se hizo más encarnada, Juan llevó a María a Éfeso, hoy Turquía, y ahí, en una casucha de piedra mirando el mar y custodiada por… María envejeció y murió al lado de Juan. 4. Sabiendo que su fin se acercaba, levantó el rostro ensangrentado y clamando al cielo pronunció: “Elí, Elí, lema sa bactaní”, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 5. “Tengo sed” clamó el moribundo y con sorna por parte de los soldados romanos acercaron a sus labios resecos una esponja embebida en vinagre. Fue todo lo que tuvo. 6. Levantando los ojos al cielo, profirió: “Ya todo se ha consumado”. 7. Sus última y dolidas palabras las dirigió a su Padre celestial: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y expiró. Cuentan que las tinieblas invadieron al Gólgota, conocido por ellos como “El cerro de la calavera”, lugar donde los científicos modernos calculan que al menos unas 3000 crucifixiones, se llevaron a cabo.
Un justo había muerto.
Era un viernes, que ahora, llamamos Santo…
No siendo supersticiosa, jamás reparé en ella. El siete es un número común en la cultura de todos los pueblos, de todos los tiempos. Siete son los días de la semana, siete los colores del arco iris, siete las notas musicales, siete los pecados capitales y siete las virtudes que se contraponen a ellos. Siete es un número masculino que como dardo cruza el cielo. En la religión islámica existen siete cielos y en algunas culturas prehispánicas de Mesoamérica, también… Se considera un número perfecto que simboliza la relación de lo divino y lo humano, de lo cual resulta la creación llevada a cabo en siete días. El génesis narra que Dios creó el mundo en seis días y en el séptimo descansó. Para muchos pueblos fue y es, un número mágico.
Lunes, un lunes apacible propio de nuestro benévolo otoño… pienso en ¿por qué llaman lunes el primer día de la semana? Por la Luna, el argentino satélite de la Madre Tierra. El origen de los nombres de cada día de la semana se remonta a las observaciones que los antiguos astrónomos hicieron en el cielo. Notaron que la inmensa mayoría de las estrellas no cambiaban de posición, unas respecto a las otras, durante el año. Sin embargo, siete cuerpos celestes sí lo hacían: el Sol, la Luna y los cinco planetas que podían verse a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno a quienes consideraron como “estrellas móviles”. De tal forma que cada cuerpo celeste, bautizó a un día de la semana: Lunes: por la Luna; Martes, por Marte, dios de la guerra; por Mercurio se llamó al Miércoles, por Júpiter al Jueves, por Venus, la “estrella de la tarde” al Viernes. Saturno confirió su nombre al “Sabbat”, celebración hebrea y ésta lo compartió con nuestro sábado. Domingo deriva de la palabra latina “Dominus”, el Señor Dios.
Martes, el cielo nublado me hace pensar en otra serie de sietes: en “Los Siete Pecados Capitales” clasificación de los vicios mencionados ya en las primeras enseñanzas cristinas para aleccionar a sus seguidores sobre conceptos de moralidad. Hasta la fecha la Iglesia católica romana divide a “los pecados” en dos categorías principales: los menos graves llamado “veniales” que son perdonados fácilmente y los “mortales” que al ser cometidos, destruyen la vida de gracia y crean la amenaza de condenación eterna a menos que sean absueltos mediante el sacramento de la confesión y luego de una perfecta constricción por parte del pecador. En el siglo VI, el Papa Gregorio I o Gregorio el Magno, los ordenó en: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia, soberbia. Dante Alighieri los describe genialmente en su obra cumbre: la Divina Comedia y así los siete pecados no sólo invaden el mundo de los humanos, sino también el de las Bellas Artes: pintura, escultura, arquitectura, literatura, música danza, y cine, también llamado el séptimo arte.
Miércoles ¿vendrá el otoño de nuevo? El otoño ha llegado y sus suaves vientos desprenden las caducas hojas de los árboles. Los días son cortos cediendo sus horas a la oscura noche. He meditado y recordado que cada pecado capital o mortal tiene un opuesto correspondiente en las llamadas siete virtudes. Cada una de estas virtudes, forma parte del catecismo y sirven para que el creyente sepa cómo afrontar la tentación de cometer alguno de los siete graves pecados, ya que siendo adversos, sirven como un antídoto al pecado. Estas son: la humildad en contra el pecado de soberbia; la generosidad, se contrapone a la avaricia; la castidad a la lujuria; la paciencia, a la ira; la templanza contra el pecado de gula, la caridad, contra la envidia y la diligencia contra la pereza.
Jueves, desde lejos se miran las humildes barcas de los pescadores. El viento del Norte les ha impedido salir en pos del sustento familiar. Ese viento del Norte que trae suspendidas en sus ráfagas, dejos de nostalgia. Recuerdo las enseñanzas de mi abuela, Mane. Me hablaba de esto y de mucho más. Me conversaba acerca de los siete dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Hoy día, atravesamos una crisis tal, que sin importar la fe que profesemos, ni al Dios que adoremos, recordar estas arcaicas enseñanzas, nos reconfortan y dotan de paz espiritual...
Viernes: sin gana alguna de dejar el tibio lecho me dispongo ir al trabajo ¿Por qué hoy no siento el deseo que correr hacia él, como tantas otras veces? ¿Será la edad? El gran escritor inglés William Shakespeare dividió en siete las edades del hombre: la dulce infancia, la inquieta niñez, la inestable adolescencia; la adultez, edad del amor carnal, la dorada edad madura, la apacible edad avanzada y la triste senilidad. Sin clasificarme aún, inconscientemente salto de la cama como si con ello, quisiera volver a la etapa previa de mi vida…
Sábado: prorrumpió otra vez aquel sentimiento de añoranza. Lo desecho de inmediato. El sábado es día de alegría. Día de fiesta. Pienso en la música, en la que nace de un violín de siete cuerdas o en un piano de brillante teclado en donde los sonidos que emiten blancas y negras, se agrupan de siete en siete; en un oboe, o quizá en un arpa: sus voces son tan diferentes, como extraordinariamente bellas, pero su alfabeto sólo posee siete letras que llamamos notas: do, re, mi, fa, sol, la, si… sin embargo, armonizadas son capaces de inundar el universo y me agrada pensar, que de conmover al corazón más endurecido. Las siete notas musicales en los días lluvia, cuando el arcoíris nace en señal de paz, recorren su curva silueta mientras brincan de color en color que también son siete, los que podemos ver. Colores hermanados y respetuosos del orden establecido: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo o añil y violeta.
Domingo, las tempranas campanadas nos recuerdan que es el día del Señor y eso sin querer trae a mi memoria las siete frases pronunciadas por Jesús mientras agonizaba en la cruz: 1. Padre perdónales porque no saben lo que hacen. 2. Dirigiéndose a Dimas, “el buen ladrón”, le señaló: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. 3. Habló a su madre y a su apóstol más joven: a Juan, quienes permanecían al pie de la cruz y dijo: “Mujer he aquí a tu hijo, hijo he ahí a tu madre. Cuentan que cuando la persecución de los romanos a los cristianos se hizo más encarnada, Juan llevó a María a Éfeso, hoy Turquía, y ahí, en una casucha de piedra mirando el mar y custodiada por… María envejeció y murió al lado de Juan. 4. Sabiendo que su fin se acercaba, levantó el rostro ensangrentado y clamando al cielo pronunció: “Elí, Elí, lema sa bactaní”, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 5. “Tengo sed” clamó el moribundo y con sorna por parte de los soldados romanos acercaron a sus labios resecos una esponja embebida en vinagre. Fue todo lo que tuvo. 6. Levantando los ojos al cielo, profirió: “Ya todo se ha consumado”. 7. Sus última y dolidas palabras las dirigió a su Padre celestial: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y expiró. Cuentan que las tinieblas invadieron al Gólgota, conocido por ellos como “El cerro de la calavera”, lugar donde los científicos modernos calculan que al menos unas 3000 crucifixiones, se llevaron a cabo.
Un justo había muerto.
Era un viernes, que ahora, llamamos Santo…
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