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viernes, noviembre 14, 2008

Gabriel Fuster: La lectura está en los ojos del que mira



Su tarjeta de presentación dice: Ignacio Oropeza, Metagrobologista. Aunque la recepcionista tema preguntar, eso significa entusiasta de los crucigramas. Ignacio empieza a resolverlos cuando un periódico cae en sus manos. El teléfono suena.
Por meras ínfulas, el culto del cruciverbalismo inunda diarios y revistas desde su primera aparición dentro del rotativo New York World en 1913. Durante la Segunda Guerra Mundial, el pasatiempo fue un medio estratégico que usaron los aliados para operar códigos secretos a través del The Daily Telegraph, donde se incluyeron los nombres de puntos de desembarco que fueron parte crucial de la Operación Overlord. Ignacio se inicia modestamente en una plantilla con palabras entrecruzadas, incapaz para la filatelia. Enseguida mira poesía francesa, norteamericana, latinoamericana y así al leer las pistas, brinda consejos al indiferente con un vistazo a la frecuencia de letras. Ahora, para el desarrollo del juego, se proponen dos baterías de definiciones, una horizontal y otra vertical. Igualmente la plantilla está dividida en casillas blancas que corresponden a letras individuales y negras que sirven para separar palabras. La definición de los crucigramas resulta en sí una perogrullada. No obstante, su belleza radica en evitar los errores. El pasajero del tranvía le pregunta al compañero de asiento.
-Oye, a ver si tú sabes ésta: "Órgano sexual femenino", con cuatro letras.
-¿Horizontal o vertical?
-Horizontal.-Ah, entonces es "boca".
-Por supuesto, ¿tendrá un borrador?

Envejecido en la esquina de otro verano, el número sesenta y cuatro, sin tiza para inventar el calor, Ignacio Oropeza revisó los semanarios a la venta, decidido a vestir un pañuelo como en sus buenas épocas, antes de sacar a las muchachas a bailar Swing. Algo en el corazón le indica un colmo con este atisbo del croquis verbal sobre la página final. Por ejemplo, palabra que empieza con jota, de cinco seis letras que significa terreno botánico, vergel. En un delirio de concentración, escribe jardín dentro de los cuadros. Enseguida, busca con ansias el regreso a casa para contárselo a sí mismo.
Allá en el rancho grande, las rosas lucen dispuestas a refocilarse con el mundo, los arboles dan frutos para que tus pasos no rompan la hojarasca, cantan las chicharras en tu cabeza. Uno podría pensar que se trata de la natural consecuencia del cambio de estaciones, excepto por el soplo a tres dientes de león que tiene el patio trasero, las lluvias copiosas no podrían restaurarlo. Sin embargo, Lucía entra corriendo a la sala, gritando: Mira, Ignacio, el jardín ha desparecido.
Los dueños de la cerca al lado pierden la sonrisa, el terreno otrora cultivado con flores y plantas había desparecido. Tal vez la erosión guardó un castigo contra la casona vecina, fuera de nuestro conocimiento. En lugar de los senderos arbolados, quedaban fisuras sobre el negro fango como un paisaje lunar. Las raíces perdieron segmentos de su fuerza ante su grieta, con profundidades de varios metros. Los pensiles con savia adolescente cayeron bajo los filos del escarabajo. El crucigrama en todo caso queda resuelto. Justo para establecer las conexiones secreta.
-¿Y bien? ¿No te parece una casualidad?
-Vamos hacia otra etapa. Lo humano ya está terminado
-Yo prefiero hacer el amor de pie para el álbum de familia.
-Yo estoy quieto. O lo estuve muchos años, hasta que las tarifas de la vida me abandonaron
-Imagino que tienes que volver a tomar tu medicina e irte hasta megadosis, si es posible.
-Lo concedo, aunque los restos de café al fondo de una taza permiten al hombre saber por un instante su suerte.
-No puedo creer eso
-Vamos hacia otra etapa. Debo descifrar las casualidades manoseadas, antes de que queden fuera de control.
-Será nuestro secreto
El teléfono suena.
La ciudad le quita la mitad de sus armas, pero nunca el recodo donde las respuestas han perdido las preguntas. Consigue un nuevo crucigrama en TVNovelas, llevando los murmullos en zigzag entre ambas columnas. Trece vertical, palabra hebrea que significa mandamiento. Seis letras, terminando en va. La palabra es mitzva, dice el conferenciante acatarrado. Mitzva es el nombre del periquito australiano de Lucía. Chiquito, con su silbido pone el despertador de la vanidad y alegra los menesteres domésticos. Con todo, lo tapa por la noche. Nuevamente es casualidad la mañana que encontramos a Mitzva muerta en su jaula, entre sus excrementos y varias plumas sueltas. Pobre animal. Todos lo lloran, hasta los sirvientes. Suena el teléfono, mientras recapacito en las enseñanzas del maestro Locke, quien sostiene que si el conocimiento no se elabora a partir de los sentidos, entonces tiene que venir de algún otro sitio. Probablemente, luego dos agentes del FBI detecten y clasifiquen las huellas olvidadas en el suplemento del periódico al fondo de la jaula. Y vendrán las preguntas. Veinte horizontal, función del acto de dormir, cinco letras. Lucía pierde las casillas antes de la hora de la cena. Tú quedas sorprendido. Preguntas si no es la misma voluntad de Dios. Pero al igual que todo artista o genio, no crees en dios. No crees en Dios porque no necesitas sus designios, mientras concibes los accidentes. Así es el credo del artista de simple. No quedan palabras para dar consuelo.
El teléfono insiste
-Alguien conteste el teléfono, por favor
(…)

-¿Bueno?
La respuesta al cabo de la contestación es el tono intermitente de la comunicación interrumpida, pero Erika Contreras supo que estaba en problemas cuando su celular le mordió la oreja. Una dentellada superficial, no tan dura. Apenas un mordisco con pequeño radio de saliva, si acaso. La inmediata reacción es arrojar el aparato lejos de su persona y traer una gota sangre con el dedo a la vista. La tierra deja de moverse, pero la pantalla del teléfono abre y cierra su geometría perfecta con dos filas de dientes y el agudo filo de una diminuta boca de bebé, aunque suficientes para abrir una herida. En el cubículo vecino, Isabel llama.
-¿Qué sucede?
-Mi celular me acaba de morder la oreja
-No entiendo el chiste
-No es chiste, mi celular tiene dientes y me mordió. Mira
Isabel baja la mirada al sitio donde el sueño se tropieza con su realidad y encuentra el vomito del gato que se tragó una seta venenosa por descuido. El aparato telefónico guarda silencio sobre la yerta ignorancia del escritorio, con su extremo orden y todo el peso que soporta.
-Es un modelo viejo, amiga. Siquiera cómprate un bolso que te haga juego.
- Seguro. ¿Vas a cambiar tu número, según me lo marcas?
-Santo cielo, tienes sangre en la oreja. ¿Con que te lastimaste, amiga?
-Mi celular me mordió
-Un accidente querrás decir, linda. Sin querer, pudiste haberte sacado un ojo.
-No fue accidente, el aparato me mordió
-Te creo y me conforta saber que puedo conseguirme una apasionada noche sexo con el horno de microondas también.
- Debo cambiarme el uniforme ahora. Cuida de contestar una llamada de Kaspar.
-No te preocupes. Un celular es igual a un pedo, amiga. El momento que suena, nadie sabe de quién es.

Riing, ya suena una siguiente ocasión y el tono provoca que el corazón se le encoja, aunque resulta mordaz que este celular ha aumentado su tamaño, probablemente debido al cambio de dieta. Ya no se alimentaba de crédito. La frase esponja gris vino a la mente de la usuaria. Erika continuó teniendo sus succiones de sangre en cada llamada. Por otro lado, la calculadora decidió cambiar de religión y adopta el sistema vigesimal prehispánico. El capricho destroza el trabajo de una semana. Los expertos estudian la situación, pero Erika empieza a olvidar las cosas, como la precisa fecha que su novio la abandonó. Aunque cueste creerlo, ella sabía que se había marchado, porque no pudo encontrarlo más en la ciudad. Tampoco podía precisar las circunstancias precisas de su rompimiento. ¿Fueron las peleas? ¿Las libertades ortográficas en el servicio de mensajes cortos? ¿O fueron los gustos distintos de archivos MP3? En todo caso, ya no lo recordaba.
Palidecen luces y neuronas por el comando no encontrado.
La unión libre acaba como dos baterías muertas.
En la tercera mañana del lunes a partir de incidente, el reloj en la pared empieza a hablar por su cuenta. Erika no alcanza a entender una sola palabra que le dice y su tic tac le provoca dolor de cabeza, como si la oficina fuera invadida con tambores de taiko. Por otro lado, el sistema de ventilación requiere largas sesiones de aromaterapia, luego mantenimiento no ha cumplido su palabra. Agobiada, Erika decide regresar al teléfono convencional, pues ahora teme la radiación electromagnética que provoca la contaminación de millones de equipos en uso.
Rápido, pretende que estás al teléfono
Ahora, ¿Qué gesto haces con tu mano? ¿Supones que tu pulgar y tu meñique extendidos son eficaz contraseña para luchar contra las tarifas de larga distancia? Si es así, alto. Estas equivocado. Dicho ademán no tiene sentido. Tu mano no es el teléfono, como tampoco es la cacerola de la cocina por sostener una pluma imaginaria para firmar un papel imaginario delante del mesero, ni los cartuchos de dinamita para indicar la satisfacción de un villano del cine mudo, retorciéndote los dedos bajo el siniestro bigote de la baba.
Alto, ahora inténtalo de nuevo.
En el peor de lo casos, tu mano desprograma la hielera para que se calienten las cervezas.
Raymond Kurzweil, inventor, describe en su obra Spiritual Machines que la actual tecnología dará paso a una época en la que se producirá una inexorable fusión entre máquinas y personas. Lo cierto es que el paradigma amaneció en la plaza desierta de la ciudad como un cuerpo astronómico, para desaparecer de igual modo sobre el vitral de callejones quebradizos.
-Prefiero llamarte Kaspar Hauser
-Alguien dijo que Kaspar Hauser era un incomunicado, cuyo zulo se encontraba bajo tierra y fue desconocido incluso a su captor
-¿Acaso no guardan juntos un asunto de pantomima?
-No, no nací con vocación de frijol.
-Monstruo gótico o semilla, nunca encontraré a alguien como tú
-Por tu bien, espero que no
-Ven, acuéstate, no pienses más en tu buzón de voz. Mi cicatriz se está secando con la ayuda del sol.
-No quiero, Erika. Finalmente, encaro el hecho que somos incompatibles. Pero basta de palabras, voy a demostrártelo.
Erika mira su teléfono móvil hundirse al fondo de la pecera, pequeña piraña. Ella ignora que lo que mal empieza, mal termina, especialmente ante una competencia feroz. Las pulgas del perro están tan bien organizadas, que si llega una nueva, la mandan a la cola. Impotente, ya mira el Motorola DynaTac ahogarse. La actual tecnología dará paso a una época en la que se producirá una inexorable fusión entre máquinas y personas, pero la mano no es el amante.
El asunto de la masturbación ha terminado.
Entonces escucha el chasqueo de labios a sus espaldas. La televisión se pasa la lengua y guiña un ojo. El cuento es ex libris, por ejemplo
(…)

Había una vez una princesa tan atroz
que su cuento termina en el renglón dos.
Primer Acto.
(…)

-¿Su majestad me ha convocado?
-Así es, leal paje, necesito de tus brazos y lomos aptos para vender lo usado
-Ay, tengo un secreto del Capitán y cien soldados conspirando contra su soberano
-Lo sé, pero decido que sobre mi sepulcro no se derrame el llanto
-Milord, yo prometo arrojar su espada en el fondo del lago
-Vamos, no hace falta que me vengas con halagos, me basta con el mago.
-Ay, Dios salve y preserve a la corona, antes de que pierda mi trabajo
-Y yo un caballo, debiendo encerrar el corazón mis propios establos
- En las invernales horas, ya cobijarán los cascos al tropel de los vasallos
-¡Himnos! Las cosas siempre tienen un ser vital: en negro y blanco
-Rey Leonardo, su alteza es un enano. Colorín colorado

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