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viernes, noviembre 14, 2008

Francisco Magaña: Notas para un acercamiento




Sí. Me exalto.
Permítame que me pierda yo también.


Pascal Quingnard, en El Lector

En la escritura se cumplen al menos dos objetivos: por una parte, usar el lenguaje como medio de comunicación, en un primer sentido, pero además, como medio de deslumbramiento; el otro extremo implica un tributo a las miradas interna y externa, esto es, un conocimiento y un reconocimiento alejados de la primera capa superficial. Ambos elementos hacen que el discurso narrativo se distinga desde las primeras líneas, alcance su autonomía, su brillo propio.
El cuento, qué duda cabe, es el vehículo idóneo para destacar escenas, gestos que dicen más que las palabras, ambientes que creíamos olvidados, sueños, recuerdos y premoniciones. También la novela, por supuesto, acepta esas presencias y más, pero mucho más de ellas congrega en sí para cumplirse. Sólo que el cuento actúa siempre contra el tiempo. La descripción ornamental, necesaria en obras de aliento largo, va en demérito de la intensidad, ese requisito imprescindible en el género. Si el autor se demora y regocija en sus hallazgos, corre el riesgo de perder el impulso y la tensión y distraer la atención del lector.
En este su primer libro, Algo me dice tu silencio (Cuadernos del Baluarte, 2007; Instituto Veracruzano de la Cultura; 78 p.), Lucía Deblock (México, 1966) aplica con rigor y destreza estos conceptos bosquejados, y en el que concede lugar de privilegio al acto de narrar y al gozo de hacerlo con una prosa nítida, en un discurso que ha sopesado cada adjetivo y con una visión de establecer una correspondencia plena con el lector. No por ello sus finales, una vez que éste ha llegado hasta allí, le exigen su participación. Si en las líneas que cierran los cuentos se encuentra un planteamiento, es decir, la consideración de un texto pensado, estructurado con ese específico propósito, el arranque de los mismos no desdeña la creencia de García Márquez de que de este instante depende todo.
Y en Algo me dice tu silencio este se cumple con objetividad. Las primeras palabras son testimonio de una reflexión. No puede uno detenerse cuando comienza leyendo: “despierto en medio de la oscuridad. Unos ojos amarillos y luminosos me enfrentan acusadores; señalan las cinco treinta y ocho. Tengo la boca amarga, seca y una sensación opresiva que no se debe a la oscuridad o la noche. Me quedo quieta, paralizada de miedo” (de “Anoche”, página 7); o “Ese día Paulino despertó agitado. Soñó con Jerónimo, el hermano muerto, quien siguiendo el sendero de su madre, se suicidó. Él no creía en los que volvían de la muerte, pero ese sueño lo hizo sentirse menos solo” (de “Mare liberum”, página 22); o “de pronto estaban sentadas frente a frente. Natalia entretenía sus dedos rugosos en la línea del mantel de cuadrillé azul; por su parte, la mujer buscaba partículas de polvo inexistentes sobre el brazo de la silla. El sol se enmarañó en el piso, formando incongruentes figuras de luz y sombra; el pesado silencio absorbía de inmediato las risas de los niños en la calle. Natalia supuso que ambas esperaban con la misma ansiedad el sonido de la tetera sobre la estufa” (de “No podemos seguir así”, página 37).
Si una de las más recientes novelas de Cormac McCarthy se titula Aquí no hay lugar para los viejos, de este libro de Lucía Deblock, integrado por ocho cuentos que se caracterizan y unifican entre otros puntos por su impecable factura, por el equilibrado manejo de la prosa y por la contundencia de sus finales, podemos afirmar que aquí no hay lugar para complacencias. No hay lugar para salidas fáciles, no hay lugar para la improvisación.
Algo me dice tu silencio establece una serie de relaciones entre sus historias, que no es arriesgado decir que se pude leer como un registro de textos que a su vez, presentan los capítulos tenuemente sugeridos de una novela. Aquí, aunque parezca mentira, no hay cuentos: sus historias, crudas como la realidad, se encargan de abrirnos los ojos, de irnos cercando, de dejarnos sin alternativas y con un hálito de tristeza en el cuerpo, de incomodidad, de desaliento, esto es, con la plena sensación de que la autora ha cumplido su cometido. Qué bueno que así sea. Qué bueno que la voz que cuenta no nos dé respiro ni se conceda el dudoso don de callar ciertos hechos que ha logrado asentar con precisión. Creo que fue René Char quien dijo que un libro que no logre enturbiarnos la razón, no merece haber sido escrito. Ello nos asegura que Algo me dice tu silencio es un libro que no ha sido escrito en balde.

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