VIVERO
Alcanzando los anales del portento, la familia López de Santa Anna y sus viveros de orquídeas se establecen como una Quinta respetable y acaudalada en la comarca veracruzana desde que los vecinos de los alrededores tienen el recuerdo, el cual resulta tres veces más largo de la cuenta debido al alto índice de mortandad de la época, pero estamos en la Era de la Razón, cuando la Revolución Francesa al otro lado del mar anunció con mucha anticipación el despertar de las tendencias liberales, luego las novelas vendidas como invenciones románticas hasta Madame de La Fayette, asumen el riesgo de ser leídas por el mercado a mitad del siglo diecinueve como otra historia pública auténtica con adulterio, celos y crimen. No importa, la Quinta poseía una vasta extensión de tierra y, pocos lo saben, parte de su secreto familiar era escapar de puntillas en las noches, cuando todo el mundo duerme, para mover las cercas un poco fuera de sus límites. Esta es una radical medida que por siglos ha operado como la regla dorada entre filósofos y legistas: aquel que posee el oro, pone las reglas. La familia López de Santa Anna radicaba en mismo corazón que rondan los fríos paisajes sobre las estribaciones orientales del Cofre de Perote y suponiendo que por un momento burlamos a la ciencia médica y nuestro músculo es colocado al centro del cuerpo y no ligeramente inclinado hacia un lado en relación a las cabezas, puesto que a partir que el corazón tiembla arrinconado como los escarabajos borrachos de cognac, los aristócratas se acostumbraron a perderlas bajo la guillotina. Por supuesto, había competencia por los vivísimos hormigueros y el aire a la salida de todas las aldeas en el resto del mundo, a menudo causa de los cambios de banderas, pero el último heredero de la finca nunca pudo casarse y tener descendientes porque, tristemente, debió perder los testículos en una de estas revoluciones. Por fortuna, su hermana, además de estúpida, era fea, por lo que no le fue posible desposarse con otro estúpido y por lo consiguiente quedó a cargo de su hermano lisiado hasta su muerte. Durante el novenario de la abnegada hermana, Anastasio Gutiérrez de Lebrón, su sobrino, hijo del único pariente del cacique lo suficientemente astuto para haber embarazado a la sirvienta de raza mulata, se mudó a la granja de El Lencero para hacerse cuidado del pariente rico. En el siguiente viaje a la capital, Anastasio trajo consigo a su esposa y dos hijas con una maraña de venas filiales y el militar retirado les cobró inmediato afecto, principalmente hacia las niñas, a quienes gustaba simular un caballito de la Grande Armée, montándolas en sus rodillas. Especialmente cuando las delicadas criaturas del aire alcanzaron la pubertad. El anciano estaba tan encariñado con esta gente que da la sangre del cordero al cumplimiento de su testamento con todas sus propiedades, incluyendo el inmueble de la Quinta, los caballos, los sirvientes, los muebles, las vajillas, los cuadros y hasta su extensa colección de preseas y artefactos vinculados al inmortal espíritu de Napoleón Bonaparte.
Al caso, la madre de las niñas no era la primera esposa de Anastasio Gutiérrez de Lebrón. La primera mujer que disolviera sus anillos de casados había muerto mucho tiempo atrás y dejaba un hijo huérfano, aunque los eventos no se dieron en ese orden. Tal hijo creció bajo el nombre Jacinto Gutiérrez de Lebrón. Él era un mal recuerdo para echar en cara y ponerse una inyección para adquirir la viruela, que a su vez se desposó con una mujer llamada Remedios. Ambos contrayentes procrearon un hijo varón, quedando sellado el destino de las pequeñas Gutiérrez de Lebrón por grotesca biología. Legalmente, tanto Anastasio como su agonizante tío estaban compelidos a redirigir su herencia al pequeño Valentín por los dictados de la primogenitura.
Al final, el general Erasmo Antonio López de Santa Anna murió y fue enterrado con honores, con la Rosa Amarilla de Texas en el pecho, la cual mantuvo muchos años lejos del marchitamiento bajo una campana de cristal al lado de su cama. Furia color de amor, amarillo color de olvido. Un año después, Anastasio yace en su lecho de muerte y llama a Jacinto a su lado.
-Siéntate, por favor
Jacinto se acomoda en la única silla del cuarto
-Esa no, la otra
Jacinto mira la silla invisible y decide permanecer de pie.
-Casi siempre estuve de viaje, hijo –carraspea Anastasio – Cualquier cosa que pase, me van a extrañar mucho mi esposa y tus dos hermanas. Es que el mundo de acá es distinto, pero no tanto para despedirme correctamente.
-No hace falta que te tapes con las manos –advierte Jacinto, poniendo fuera del alcance el revólver de cinco disparos –Di las palabras sin despegar los labios, nada más moviendo los ojos, sin alzar la voz. Así nos podemos entender, porque las pistolas son muy ruidosas.
-En algunos ordenamientos jurídicos ha existido un desigual tratamiento de los derechos y deberes de los hijos, reservando un mayor papel al primogénito de cara a la sucesión de su padre.
- Un plato de lentejas es suficiente en el proceso.
-Hijo, es mi postrer deseo que tú hagas uso de los derechos que el tío Erasmo Antonio puso a mi nombre y las completas posesiones que son transmitidas a tu potestad sin que existan mayores meritos para merecerlas que mi deceso inminente, y que proveas un donativo a tu madrastra y tus medias hermanas, a quienes el caprichoso destino les ha negado su fortuna, en este lado que la gente no ve, aunque quisiera seguir platicando, pero llega la parca y ¡argggh!
Antes de completar la frase, Anastasio expira. El médico asistente califica su muerte como prematura debido a las complicaciones de la sintaxis y acelerada gramática de esta última voluntad. No obstante, Jacinto jura honrar el deseo póstumo de su padre y regresa a comentarle a su esposa que ha destinado una pensión de 10 mil pesos a cada una de sus hermanas y su madrastra.
-¡Maldito hombre cruel! – Ella exclama -¿Has llegado a este punto de la vida con tan pequeña idea de los vericuetos que se imponen a las mujeres opulentas por parte de caballeros sin escrúpulos? ¿Eres tan ciego para contemplar la posibilidad de que tal engrandecimiento en la fortuna de tus hermanas solo las conducirá a la perdición? Para hacer la prueba, compra un bloque de hielo, dos medidas de sal y par de baldes viejos y pregunta con el fabricante de helados.
-¡Cielos! ¡No, mujer!
-Bien, hubiera tenido que voltear muchísimo para al menos mirarlas de reojo. ¿Qué mejor manera de cuidar tus hermanas que preservando sus inocentes almas de los instrumentos del diablo y dejando todas esas complicaciones financieras a nosotros? Cuando los caballeros se acerquen a cortejarlas, ellas tendrán la certeza que lo harán por un genuino deseo carnal y nunca el diseño de una vida mejor. La gente rica son igualmente gente pobre, pero con dinero.
-Muy cierto, mujer – Jacinto consiente – pero, ¿Qué hay acerca de mi madrastra? De haber permanecido en el burdel, habría tenido que resignarse con un jardín.
-La sabiduría de las viejas dicta que las madrastras se convierten en vampiros al caer la noche y salen con la luna a beber la sangre de los mortales. Tu deber es ganar la negociación una mañana, mientras ella duerme, y clavarle una estaca en el corazón, enseguida cortarle la cabeza y encontrar la manera de pulverizar sus huesos para ser enterrados debajo de un ahuehuete
-¡Virgen santa, yo no haría eso!
-Supongo que no, pero al menos debes asegurarte de no darle ninguna pensión… ¡Sólo el Señor sabe de lo qué es capaz un monstruo así con dinero!
El asunto es acordado. Jacinto, Remedios y el pequeño Valentín se mudaron legalmente a la casa señorial, en tanto los abogados pedían amablemente a la segunda señora Gutiérrez de Lebrón y sus dos hijas empacar sus cuatro pertenencias y retirarse a otro lugar que no fuera El Lencero. Por ejemplo, el mercado de esclavos de la próspera isla de Cuba.
El hundimiento del buque americano Maine frente a las costas de la Habana fue el motivo de la guerra contra España, encaminada a la pronta liberación de la isla. Mientras tanto, fueron tiempos difíciles para las mujeres Gutiérrez de Lebrón, quienes para entonces habían aprendido algunas palabras en castellano, porque se le pongan de plata los labios. Mientras tanto, mientras tanto ¡ay! mientras tanto la falta de dietas y el exceso de amores cubiertos de gusanos, las convertía en prospectos poco deseables para los bien intencionados hombres que pudiera fijarse en ellas, especialmente si queremos el pan nuestro de cada día. Lo mejor que pudieron resolver con la primera moneda fue vivir bajo un sistema de racionamientos y pasar el tiempo meciéndose en hamacas, tocando el pianoforte y criticando la profundidad de sus escotes para vencer el insomnio, años después de cobrar su fama punzante el misterioso Jack el Destripador. No hay más que un gentío de lamentos que se desgarran por la sed frente al triste mar, el engreído mar que los ahoga a todos sin saciar su urgencia.
La reverencia consigue verse inteligente, señal irrefutable de la debilidad que acompaña. Así, manzanas levemente heridas por dentados cuchillos como tiburones, las mujeres Gutiérrez de Lebrón están lejos de pasar como una piedra de la que nadie sacaría una antigua receta de belleza. Para empezar, la señora Gutiérrez de Lebrón es una adorable mujer madura que no daba muestras de haber concebido dos veces. Las hijas de 17 y 14 años, respectivamente, rivalizaban con la madre en su delgada silueta por el sol que se asoma. Ella y la hija mayor, Lucía, ya eran mancuerna para insistir en la precaria moda, que para invierno las convertiría en un autentico sudario. Mientras que Fernanda y su tenedor atacan la comida ajena, sin la más mínima idea de lo que estaba sucediendo y cuya carita boba sonríe por las dos mujeres, que juntas le habrían cercenado el cuello si no fuera porque las travesuras de niña crecida al final las provocaba reír. Más, no todo fue latido oceánico en las semanas anteriores a su expulsión de El lencero. El cuñado de Jacinto, Don Hipólito García de Tosta, llegó al rancho en un enorme globo de Montgolfier, para besar a su hermana y saborear su rico mole antes de seguir el paseo panorámico. Desde el primer momento, Lucía no titubeo en hacerle ver al recién llegado que el interés por intercambiar fluidos era recíproco. Con el agudo fistol que pincha el ligero aeróstato, el hombre deja escapar todo el aire caliente de su emoción y su discurso era tan elegante y deferencial que al final sus palabras no tenían ningún sentido. Sin embargo, Lucía guarda un sueño de grandes abanicos y graciosamente perdona la timidez de su interlocutor que lleva el rubor al pastor que pide teta al toro tirando la verja. Advertidas del colorado afán de los frutos cercanos, la madre y la hermana menor tienen la confianza de que Don Hipólito tarde o temprano le propondrá matrimonio y patrimonio, pero el individuo no daba muestras de superar la timidez, siendo que el tibio regazo de la joven era fácilmente discernido. Cierta vez, hubo un momento cuando el hombre se adelantó con su plato en la mesa y permitió que el dorso de su mano rozara el codo de su pretendiente y el asunto terminó en otro intercambio de sonrisas medrosas. Desgraciadamente, las mujeres fueron expulsadas por Doña Remedios y a Don Hipólito no le quedó más remedio que decirle adiós a Lucía, sin ni siquiera haber desdibujado el rictus de felicidad de su boca.
Al descenso en la Habana, la interpretación de bienvenida la asume la ciudad entera que se agolpa en las barandillas del embarcadero y conduce a las mujeres a un sitio llamado Bayona Cottage, cuyo propietario era Pedro Echeverría, quién fuera el infante protegido de José Bonaparte, el afamado Pepe Botella, rey de España y Nápoles durante la etapa imperial de su hermano mayor, y ahora adulto vivía exiliado en la isla de Cuba, dedicado a los plantíos de tabaco y a contener la racha de los huracanes en las puertas del servicio, mediante alguna formación de mujeres gordas. Su esposa, Camila Herrera y Beltrán, era una guapa dama de seda amarilla, aunque frágil mujer para hacer su trabajo de parto lo mejor que puede, y todavía su cuerpo no tiene la culpa de darle catorce hijos y medio a su esposo. Su madre, doña Úrsula, era una viuda autoritaria y proclive a contar chistes obscenos. La mayoría de las veces era simpática, pero en las demás ocasiones las flatulencias daban al traste con el provocativo humor. Cerrando el círculo, estaba el Capitán Juan Vicente Melo, joven protegido de Pedro Echeverría en la mejor tradición mercenaria. Callado, pareciera el único en brindar la impresión de no sentirse a gusto con las nuevas visitas, rondándolas sin que lo notaran y disfrazado de peluquero. En realidad, ya desafía el gesto de impaciencia de sí mismo que inmediatamente se enamoró de Lucía al momento de verla. Paradójicamente debajo de las multiplicaciones, pretendiendo que Fernanda es todavía una niña, le prodiga en distinta ocasión una suave palmada en el trasero. Sin embargo, el sistema defensivo halla demasiado erótico el acto y terminan haciendo el amor. Por si fuera poco, se rumoraba entre la servidumbre que el Capitán había matado a un hombre con sus manos. En realidad, había matado a muchos, pero este caso fue para no morir de inanición. Aunque, gracias al tratado de Vesalio sobre anatomía humana, el canibalismo no era un crimen en España para conducirlo a la horca. En suma, este era el fabuloso grupo en Bayona Cottage que nunca olvidaría la primavera de 1898, comiendo dulces de azúcar hasta amargarse el paladar.
-¿Linda, sabes que existe una bóveda secreta dónde estás sentada?
Lucía apela con la mirada a la discrecionalidad de su madre para encontrar un doble sentido en el comentario de la anciana. Enseguida responde apenas con un suspiro que la música del fonógrafo disfraza de palabra.
-No
-Mi suegra dice verdad. Y nunca lo hubiera encontrado de no haberlo sabido del dueño original de la casa, el doctor Platón Luna Innocente. Él construyó la bóveda detrás de una pared falsa
-No lo creo
-Enséñale
Pedro Echeverría golpea con su palma abierta la tapicería de arabescos dentro de la cóncava obscuridad del pequeño salón.
-Justo aquí, pero primero tienes que encontrar el mecanismo oculto
-Mira bajo la alfombra –interviene Camila.
-Es hermosa
-Esta alfombra Bruselas fue el primer lugar donde hicimos el amor, el cuál fue un episodio memorable. Considerando que ambos estábamos comprometidos con distintas personas.
-¡Pedro!
-Precisamente allí, donde se encuentra el gueridón que sostiene el Oporto
-¡Pedro!
-Queríamos algo suave para apoyar las rodillas
-Vaya, romántico
-Busca una tabla suelta entre todas
Lucia hace a un lado la estorbosa crinolina y golpea con el tacón las distintas duelas de madera. No con mucha ciencia ni desenvolvimiento, pero sí con elevada excitación. El esfuerzo funciona, pues la pared abre un hueco entre trampas y manos. Pedro remueve un libro viejo del interior.
-Dios, siempre se aprende algo nuevo todos los días
-Toma, se nota que tú aprecias la literatura
-No estoy segura
-Adelante, hija. Tómalo –anima la esposa, para siembra y arte -Estoy bien segura que encontrarás los detalles sobre disecciones a cadáveres muy gratificantes
-Te daré una pista: los negros tienen penes grandes, pero su estima es pequeña.
La madre no puede evitar el bizco en los ojos e interrumpe en ese instante incendiario, que se sostiene entre dos nadas, igual que los campesinos hacían uso frecuente de la cal viva para amortiguar el hedor de la compleja mixtura que es la mierda.
-Creo que mi hija se encuentra cansada de la travesía. Será mejor que nos retiremos a nuestra habitación. Lucy, devuelve ese libro.
-Por fin, alguien te pone en tu lugar –alaba Camila.
Pedro Echeverría inflama el puro a lo desusado, sopla a que estallen sus escuadrones mareados en el humo. Toma el raro libro de visitas y lo devuelve a su lugar, sin ser firmado.
-¿Por qué todo marido se aburre de su esposa?
-Señora mía, porque el tiempo todo lo vuelve rutina. La emoción decrece, el amor acaba. El misterio sucumbe tras mirarse desnudos cada noche. Por ello, el adulterio es la herejía de los cuerpos ajenos y falta de cerebro propio, debido a que somos hijos del riesgo que infunde una chispa de vida, aunque las muchas veces hiere.
-Ah, Frankenstein
Los anfitriones intercambian miradas, pues nadie desea rivalizar en agudeza con los tesoneros demonios de la división. Una risa macabra prepara su antigua fiesta por encima de sus cabezas.
-Lo sabía, nos condenamos a repetir la experiencia de Lago Ginebra
-¿Qué es esa risa?
-No tenemos idea, pero es muy contagiosa. Mira, ja ja ja.
-Tampoco paro de reír –comenta sobrio el Capitán.
-Yo estoy hecha pedazos, Frankenstein. Palidezco sabiendo que, en un acto desesperado, encuentras un contubernio con mi madre –exclama Camila y pasa frente a su esposo, declarándolo un plomo menor en la balanza.
-¿Me estoy perdiendo el diminuto banquete de la araña? –la anciana pregunta al aire, con su propia desconfianza de poder apropiarse de las sombrillas de las mujeres embarazadas.
-Buenas noches –dice la invitada a todos.
Las mujeres Gutiérrez de Lebrón se toman de las manos y abandonan la gran reunión. Antes de salir, la pequeña Fernanda se regresa y se disculpa ante el Capitán, que siempre fue el retrato ovalado del enredo.
-Capitán, escupí en los documentos con su despacho a Filipinas accidentalmente.
-Oh, parece que eres una niña mala. Creo que te mereces una nalgada de castigo
Una mañana, Lucía y Fernanda toman una larga caminata por el centro de la Habana. A la altura del Teatro Coliseo, la lluvia empezó a caer y las muchachas calcularon estar muy retiradas de casa para correr. El ímpetu provoca que una de ellas se lastime un tobillo. Afortunadamente para ella, y aquellos que conocen la leyenda de una india llamada Guara, un joven apuesto corrió en su auxilio. El tipo se apea de un elegante cabriolé con chofer incluido y se arrodilla al pie de Fernanda. Fuera de su moviente pregunta, viste levita y sombrero de fieltro negro. Hubiese pasado por un importante señor si no fuese por lo imberbe de su cara y lo nervioso en sus ojos. Pero aún así, las hermanas lo recibieron con la debida cortesía.
Fernanda comenta sentirse mejor. El muchacho la toma entre sus brazos y la hace sentar en su vehículo, enseguida chifla al conductor. En el trayecto, los tres sostienen una charla tonta y sin sentido que aligera la tensión. Las hermanas se enteran que su nombre es Cristóbal Colón y que el cabriolé es alquilado. Sin embargo, el impostor vive al lado de su acaudalada tía que tiene la mejor casa en el elegante Barrio del Vedado y ha dispuesto que todo su dinero y sus negocios pasen a posesión de su único sobrino al momento de su muerte. Detalle que ha venido posponiendo continuamente.
Cristóbal Colón se volvió un frecuente visitante a Bayona Cottage, luego Fernanda no pudo encontrar mayor oportunidad de placer cuando sus manos eran dos países, que atormentar continuamente al Capitán Melo con los celos. Además de burlarse de sus uniformes en la obscuridad del ropero, de voltear su litera a la burla tela con las palabras faery, pájaro, marica, joto, afeminado, mahu, hijra, adelaida y definitivamente desmoralizarlo al pincharle el amor propio y el trasero con la malignidad de sus tridentes en todo escape, mientras el sumiso Cristóbal tenía la rueda de un reloj para ser su cómplice. Todo era muy divertido.
Lucía no estaba de acuerdo con este juego, además de sentirse saltada. En una conversación privada, ella advierte a su hermana.
-Ten cuidado
-¿Cuidado? Solamente tú debieras actuar cuidadosa, pequeña Lucy. Tú, que te sonrojabas ante el mismo don Hipólito, cada vez que éste estaba consolado con las vivas prisiones de un suspiro.
-No lo ensucies con palabras. Reconozco que al interior de nuestra situación vulnerable, una no alcanza a ser lo suficientemente cuidadosa. Es cierto, Don Hipólito pudo tener mal aliento y yo, tú sabes, pude aislar y rastrear el aroma de su dinero, pero nunca perdí mi sentido de dignidad.
-Yo no ando con viejos
-¿Te das cuenta que clase de hombre buscas casarte?
-Para ser honesta, el matrimonio es idea de mi madre. Yo me consuelo con ver que marchen las cosas bien
-Basta de tonterías
-Yo amo a Cristóbal y Juan Vicente me ama a mí, ¿No es divertido?
-No, toca el turno de casarme y el Capitán me parece un buen prospecto.
-¿Casarte? Puf. Al menos, ¿Has examinado sus registros dentales? ¿O analizado su letra manuscrita? ¿No?
-No hagas cosas de las que te arrepientas después
-Eso mismo te digo
La discusión terminó allí. Días posteriores, las mujeres Gutiérrez de Lebrón recibieron una invitación lacrada de parte del Gobernador Valeriano Weyler y su distinguida esposa, para celebrar un banquete con los muchachos del Tío Sam cerca de Villa Daiquirí, en cuyo tardeada amena Miss “Cuba Libre” sería electa entre las lindas damas asistentes. Por supuesto, Fernanda sale ceñida del brazo de Cristóbal, y los cuatro hicieron su presencia fuera de las murallas derribadas de la ciudad, con gran calor blanco.
El Capitán Juan Vicente Melo llegó al lugar, con diferencia de unos pasos. Mientras ya intercambia saludos con el Gobernador y sus invitados, un mensajero le lleva una nota que dice: “Urgente y misterioso recado para el Capitán J. V. Melo”. Con suma curiosidad éste abre el recado y sin darle mayor importancia al mensajero, que cae exhausto de rodillas y muere en el lugar igual que el griego Filípedes. El anfitrión ordena a los sirvientes retirar el cuerpo de la pista de baile. Un sastre especialista en púrpura diseña la mortaja. La comidilla social espera unos segundos y reanuda su conversación. El Capitán parece no distraerse en su profunda lectura. La guerra y la paz pasan llorando con un millón de ratas grises. El Capitán sigue leyendo la nota. El sol empieza a bajar en el horizonte. El Capitán sigue leyendo la nota. La concurrencia defendiendo los flancos vuelve a guardar silencio, varios de ellos miran su reloj de bolsillo y giran los ojos al cielo. Otros, se separan en busca de otra copa. El Capitán sigue leyendo la nota. Nikola Tesla echa a andar su Wardenclyffe Tower en la escala de las heridas mundiales, saturando la ionósfera con descargas de voltaje y probando que el planeta es un enorme conductor. El Capitán sigue leyendo la nota. Enemigas sin sueño ante el triunfo de Fernanda I, las doncellas participantes exprimen la rosa en su copa de ron. Los ricos dan a sus perdedoras los mayores aplausos. El Capitán sigue leyendo la nota. De temprana retirada, los primeros Duryea Motor Wagon salen temblando entre las piernas de los chauffeurs. El Capitán termina leyendo la nota, confirmando ser tratado como un lector lento. El mensaje es contundente: “Encuéntrame en la terraza. Lucía”.
Se dice que Carlos III, Rey de España, se asomó a la ventana de su palacio con un catalejo, para que le indicaran donde se encontraba tan raro idilio. Cuando el Capitán Melo subió a la terraza, Lucía tenía una mirada azucarada que lo consternó. Ella cerró el abanico, dio unos pasos en torno a su admirador y se sentó en la siguiente banca de mármol.
-Hola
-Conozco los aretes, te los he visto puestos
-¿Y qué te parecen? Los compró tu gran amigo y protector, Pedro Echeverría.
-¿Cómo pasó?
-El martes anterior, comimos juntos en su club e intercambiamos un par de ideas sobre quitarnos los zapatos. Después de la salazón del bacalao, nos fuimos de compras al mercado de Cuatro Caminos. Allí me tomó de la mano para caminar de puesto en puesto, saludando a los locatarios, pero fue en esta pequeña tienda de antigüedades que Pedro miró el par de aretes de rubí.
-Yo hubiera terminado comprándote un par de candelabros
-O velas.
-Yo…
-¿Sí?
-Yo quiero decirte que parto para Filipinas inmediatamente –el Capitán brinda la confesión en su más lúgubre tono, poniendo a Carlos III a dormir en definitiva.
-Oh, Capitán. Quisiera que fuera mentira, las fiestas no son las mismas sin usted.
-No puedo soportar que estos soldados americanos son traídos como los juguetes que el niño se consigue en navidad
-Deja nuestra navidad en manos de Telegraphen Verbindungen der Erdtheile.
-Muy graciosa. Sí, el telégrafo se ha convertido en el sistema nervioso del comercio, pero esta vez se trata de asuntos que exigen mi voz en persona.
-Antonio Meucci ya encontró un método de transportar palabras
-Madame, las futuras generaciones compararan el uso del teléfono con el consumo de plomo de los canales de agua que condujeron a la decadencia del imperio romano.
-La evolución es tan creativa y tan indulgente, mi Capitán. Ese es el modo que Dios nos consiguió las jirafas.
-Fue un placer haberte conocido, mi ingenua Lucía.
-Te pido que tengas cuidado,
-Lo haré por mi propia cuenta
-Me refiero a que tengas cuidado de no atorar tu espadín con la puerta al salir.
De todos los errores posibles en el mundo, el Capitán besó la mano de la bella dama y nunca más le mostró el rostro, afeitado tantas veces con ese espadín.
Una semana después, las mujeres Gutiérrez de Lebrón son invitadas a otra tertulia. Esta vez, Fernanda I se rehúsa a cumplir sus funciones reales y se encierra en su habitación. La madre y la hermana mayor se hallan confundidas por este berrinche. En estos casos, la mamá recurre al trance hipnótico por el perverso soplo al oído.
-Creo que sé lo que te sucede, pequeña. Perdiste lo que más repudiabas, que generalmente es un sentimiento más intenso sobre lo que tú amas. La partida del Capitán te dejó con un problema de almacenamiento de lo usado, por ello tú vida se halla vacía sin la antipatía que te impelía amar tus cosas alrededor.
-¡Madre, estoy embarazada y no quiero vivir más!
-Me lo digo constantemente: Los hombres son como las paletas. Dulces, hasta que alcanzas el palillo
-Tú, fuera de mi planeta –la señala a la puerta y llora.
-¿Es Cristóbal el padre? –le pregunta, ignorando la grosería.
-En la tesis de Sir Francis Galton, lo sabrían si tomaran muestras de sus dedos.
-Entiendo, es el Capitán. Mi pobre niña.
-Malditos hombres
-Bueno, has vivido entre ellos, has trabajado para ellos. Te has acostado con ellos y de ellos has recogido algunas palabras urgentes. Sin embargo, a las mujeres nos gustan los hombres desesperados. Más, si ellos nos encuentran al mismo tiempo, los hacemos.
-El Capitán es controlado como un torniquete.
-¿Pero donde tenías la cabeza todo ese tiempo?
-Mirando hacia el mar
-Creo que te dejaré descansar
Al abrir la puerta, la madre se topa de frente con el muchacho Cristóbal, que se incorpora para encontrar el paso ante la sorpresa.
-¿Puedo hablar con Fernanda?
-No se siente bien hoy
-Déjalo pasar, mamá
-Muy bien, sorprendamos por un momento a Charles Darwin y permítenos verte caminar erguido.
El muchacho sigue a la contigua ventana, que es alta y añade su sombra, donde alcanza la sonrisa de Fernanda en el remedo de un beso.
-Fernanda, no puedo ocultártelo más tiempo. Mi tía decidió dejar toda su fortuna a su gata. Yo soy un pobre diablo sin nada.
-¿Ni siquiera un techo de palma?
-Nada
-Ni modo
-Estoy apenado
Entonces el silencio tiene la llave y comprime el espacio dentro de la recámara.
Lucía piensa: Se cumplen dos meses desde el accidente bajo la lluvia y poco más de nueve semanas de embarazo, ¿Sabrá este tonto hacer sumas y restas?
Cristóbal piensa: Caray, dos meses
Lucía piensa: Mi hijo necesita un padre, puedo casarme con este tonto, pero ¿sin una dote? Cielos, esta oportunidad es mejor que nada. ¿La antropofagia en Kali Ma es una opción?
Cristóbal piensa: Esta oportunidad es mejor que nada. No, soy demasiado idealista. Ella preferiría besar un sapo.
La madre piensa: No deben hablar en serio, el tipo no se convertirá en príncipe azul ni mi hija es la caperucita roja. ¿Debo esperar un nieto violeta?
Cristóbal piensa: Nunca me gustó el ballet
La madre piensa: Nunca me gustó el tipo
Lucía piensa: Claro, mi madre está enojada. Lo veo en su cara, se siente tan culpable de leer nuestros pensamientos.
La madre piensa: Cielos, esta oportunidad es mejor que nada.
Cristóbal piensa: Malditos telépatas, un día tomaré su mente sucia y se las meteré hasta el fondo del…
-¿Colon? –Lucía da voz de alerta y disuelve el mutismo entre las partes.
-¿Sí?
-¿Me quieres?
-¿Quién, yo?
-Sí, tú. ¿Me quieres?
-¿Importa mucho?
-¿Me quieres o no?
-Supongo que sí, dependiendo a que te refieres por querer.
-Soy pobre y todos me quieren por bonita. Ahora soy una reina de la belleza y todos miran un clandestino rendezvous.
-¿Comparada con qué? Yo ronco y me masturbo en los Juegos Olímpicos.
-Salva los laureles, voy a tener a tu bebé
-Je, tu imaginación es demasiado creativa para los estrados locales.
-Ambos podemos seguir viéndonos regularmente, mientras escogemos un nombre
-Oye, me estás poniendo nervioso…
-Si es niño, podría llamarse Europa. Si es niña, América. ¿Qué te parecen?
Antes de escoger alguno, el muchacho sale corriendo del cuarto rumbo a Asia. La tristeza invade nuevamente a Fernanda y rompe en llanto. Cuarenta días y cuarenta noches las lágrimas fluyen, hasta que la plantación en Bayona Cottage es sumergida bajo el nivel de sus ojos. Los dueños salvan la vida de terminar ahogados, excepto por Doña Ursula y Camila Herrera y Beltrán que no saben nadar con joyas. Los sirvientes llevan una jarra con el mismo líquido, pero hasta los gatos de angora se ahogan. Esto causa una profunda pena a Pedro Echeverría y se suicida con su corbata, pues los gatos exóticos son más difíciles de encontrar que las amantes.
Carta de pésame de Doña Carlota Alcudia a las mujeres Gutiérrez de Lebrón.
Estimadas Damas de toda mi consideración:
Sumamente conmovida y empapada hasta los huesos, me uno a la triste noticia de la sensible pérdida de nuestros amigos, el caballero Don Pedro Echeverría y su apreciable familia. No hay palabras fuera de su legado que pueden expresar la consternación que todos sentimos en estos momentos. Quiero decir que lo siento, pero me parece más prudente dejarlo acostadito.
En mi papel de albacea y como un sagrado deber que, si bien no puede enjugar el justo duelo de sus acreedores, puede llevarles a mesarse los cabellos, cumplo con los ritos que deben durar treinta y siete días. Somos muchos los que los vamos a echar de menos. Por ello, me dirijo a ustedes para informarles que el primer rezo del rosario se llevará a cabo en la Parroquia de la Vera Cruz de cuerpo presente.
Mis más sentidas condolencias
Carlota Alcudia
Madre e hijas toman nota del velatorio, no sin antes haber leído por error el envés del recado.
Lista del mandado:
Huevos
Pan
Azúcar y sal
Arenque
Ácido bórico
Lejía
Entre todas, Lucía encuentra un alivio dentro de la tragedia, pues empezaba a cansarse de verse a escondidas con Don Pedro. Sin embargo, fue dentro de esta serie de frecuentes rezos, que Doña Carlota la presentó a su sobrina Gabriela Velvin, cuyo acercamiento la ayudó a tomar conciencia de sus propias arrugas.
-Estoy oyéndola, siga
-Solo repito adverbios, lo importante que necesitabas saber, está dicho.
Gabriela mantiene su ambición de casarse con un doctor y tener once hijos, de preferencia suyos. Ambas se hacen confidentes y en un momento privado, Gabriela confiesa a Lucía que ella mantuvo relaciones extramaritales con el difunto, antes y después. Es el lujo de los detalles que Lucía halla recalcitrante. Repentinamente, ella discurre la solución detrás del brazo izquierdo, luego toma una de las agujas de su bordado y la clava dentro de la nariz de la imparable conversadora con tal fuerza, que la mujer se hallaba muerta antes del esbozo de un nuevo color entre los agravios.
Ninguno de los testigos guardaba un especial afecto con la joven atacada, luego la explicación de Lucía, en cuanto a que el instrumento de tejido se resbaló accidentalmente de su mano, fue aceptada con feliz credulidad.
Mientras se sucedieron los juicios, Fernanda dio a luz a una niña. Sin embargo, ninguno de los padres llegó a conocerla. El Capitán Melo fue capturado por los piratas y obligado a caminar la borda de su propia embarcación. Mientras que el mozuelo Cristóbal encontró la iluminación dentro de un templo tibetano y reencarnó en chivo. Los reportes fueron tomados del Diario El Siglo y algunas sesiones de espiritismo, puestas de moda como subliminal rechazo a los valores victorianos. La gente recuerda solo fragmentos de todas y cada una de las vidas en boga y desventura y los numerosos tratados firmados para mantener la paz entre las naciones. Lo que sí es digno de una novela y ser honrado póstumamente, es el regreso a México para recuperar la herencia negada a través de la justicia social promovida por la Revolución Mexicana, donde las mujeres Gutiérrez de Lebrón dedicaron su cuerpo y su soltería al cuidado de la pequeña Orquídea, hasta el final de sus días. Tan-tán
Alcanzando los anales del portento, la familia López de Santa Anna y sus viveros de orquídeas se establecen como una Quinta respetable y acaudalada en la comarca veracruzana desde que los vecinos de los alrededores tienen el recuerdo, el cual resulta tres veces más largo de la cuenta debido al alto índice de mortandad de la época, pero estamos en la Era de la Razón, cuando la Revolución Francesa al otro lado del mar anunció con mucha anticipación el despertar de las tendencias liberales, luego las novelas vendidas como invenciones románticas hasta Madame de La Fayette, asumen el riesgo de ser leídas por el mercado a mitad del siglo diecinueve como otra historia pública auténtica con adulterio, celos y crimen. No importa, la Quinta poseía una vasta extensión de tierra y, pocos lo saben, parte de su secreto familiar era escapar de puntillas en las noches, cuando todo el mundo duerme, para mover las cercas un poco fuera de sus límites. Esta es una radical medida que por siglos ha operado como la regla dorada entre filósofos y legistas: aquel que posee el oro, pone las reglas. La familia López de Santa Anna radicaba en mismo corazón que rondan los fríos paisajes sobre las estribaciones orientales del Cofre de Perote y suponiendo que por un momento burlamos a la ciencia médica y nuestro músculo es colocado al centro del cuerpo y no ligeramente inclinado hacia un lado en relación a las cabezas, puesto que a partir que el corazón tiembla arrinconado como los escarabajos borrachos de cognac, los aristócratas se acostumbraron a perderlas bajo la guillotina. Por supuesto, había competencia por los vivísimos hormigueros y el aire a la salida de todas las aldeas en el resto del mundo, a menudo causa de los cambios de banderas, pero el último heredero de la finca nunca pudo casarse y tener descendientes porque, tristemente, debió perder los testículos en una de estas revoluciones. Por fortuna, su hermana, además de estúpida, era fea, por lo que no le fue posible desposarse con otro estúpido y por lo consiguiente quedó a cargo de su hermano lisiado hasta su muerte. Durante el novenario de la abnegada hermana, Anastasio Gutiérrez de Lebrón, su sobrino, hijo del único pariente del cacique lo suficientemente astuto para haber embarazado a la sirvienta de raza mulata, se mudó a la granja de El Lencero para hacerse cuidado del pariente rico. En el siguiente viaje a la capital, Anastasio trajo consigo a su esposa y dos hijas con una maraña de venas filiales y el militar retirado les cobró inmediato afecto, principalmente hacia las niñas, a quienes gustaba simular un caballito de la Grande Armée, montándolas en sus rodillas. Especialmente cuando las delicadas criaturas del aire alcanzaron la pubertad. El anciano estaba tan encariñado con esta gente que da la sangre del cordero al cumplimiento de su testamento con todas sus propiedades, incluyendo el inmueble de la Quinta, los caballos, los sirvientes, los muebles, las vajillas, los cuadros y hasta su extensa colección de preseas y artefactos vinculados al inmortal espíritu de Napoleón Bonaparte.
Al caso, la madre de las niñas no era la primera esposa de Anastasio Gutiérrez de Lebrón. La primera mujer que disolviera sus anillos de casados había muerto mucho tiempo atrás y dejaba un hijo huérfano, aunque los eventos no se dieron en ese orden. Tal hijo creció bajo el nombre Jacinto Gutiérrez de Lebrón. Él era un mal recuerdo para echar en cara y ponerse una inyección para adquirir la viruela, que a su vez se desposó con una mujer llamada Remedios. Ambos contrayentes procrearon un hijo varón, quedando sellado el destino de las pequeñas Gutiérrez de Lebrón por grotesca biología. Legalmente, tanto Anastasio como su agonizante tío estaban compelidos a redirigir su herencia al pequeño Valentín por los dictados de la primogenitura.
Al final, el general Erasmo Antonio López de Santa Anna murió y fue enterrado con honores, con la Rosa Amarilla de Texas en el pecho, la cual mantuvo muchos años lejos del marchitamiento bajo una campana de cristal al lado de su cama. Furia color de amor, amarillo color de olvido. Un año después, Anastasio yace en su lecho de muerte y llama a Jacinto a su lado.
-Siéntate, por favor
Jacinto se acomoda en la única silla del cuarto
-Esa no, la otra
Jacinto mira la silla invisible y decide permanecer de pie.
-Casi siempre estuve de viaje, hijo –carraspea Anastasio – Cualquier cosa que pase, me van a extrañar mucho mi esposa y tus dos hermanas. Es que el mundo de acá es distinto, pero no tanto para despedirme correctamente.
-No hace falta que te tapes con las manos –advierte Jacinto, poniendo fuera del alcance el revólver de cinco disparos –Di las palabras sin despegar los labios, nada más moviendo los ojos, sin alzar la voz. Así nos podemos entender, porque las pistolas son muy ruidosas.
-En algunos ordenamientos jurídicos ha existido un desigual tratamiento de los derechos y deberes de los hijos, reservando un mayor papel al primogénito de cara a la sucesión de su padre.
- Un plato de lentejas es suficiente en el proceso.
-Hijo, es mi postrer deseo que tú hagas uso de los derechos que el tío Erasmo Antonio puso a mi nombre y las completas posesiones que son transmitidas a tu potestad sin que existan mayores meritos para merecerlas que mi deceso inminente, y que proveas un donativo a tu madrastra y tus medias hermanas, a quienes el caprichoso destino les ha negado su fortuna, en este lado que la gente no ve, aunque quisiera seguir platicando, pero llega la parca y ¡argggh!
Antes de completar la frase, Anastasio expira. El médico asistente califica su muerte como prematura debido a las complicaciones de la sintaxis y acelerada gramática de esta última voluntad. No obstante, Jacinto jura honrar el deseo póstumo de su padre y regresa a comentarle a su esposa que ha destinado una pensión de 10 mil pesos a cada una de sus hermanas y su madrastra.
-¡Maldito hombre cruel! – Ella exclama -¿Has llegado a este punto de la vida con tan pequeña idea de los vericuetos que se imponen a las mujeres opulentas por parte de caballeros sin escrúpulos? ¿Eres tan ciego para contemplar la posibilidad de que tal engrandecimiento en la fortuna de tus hermanas solo las conducirá a la perdición? Para hacer la prueba, compra un bloque de hielo, dos medidas de sal y par de baldes viejos y pregunta con el fabricante de helados.
-¡Cielos! ¡No, mujer!
-Bien, hubiera tenido que voltear muchísimo para al menos mirarlas de reojo. ¿Qué mejor manera de cuidar tus hermanas que preservando sus inocentes almas de los instrumentos del diablo y dejando todas esas complicaciones financieras a nosotros? Cuando los caballeros se acerquen a cortejarlas, ellas tendrán la certeza que lo harán por un genuino deseo carnal y nunca el diseño de una vida mejor. La gente rica son igualmente gente pobre, pero con dinero.
-Muy cierto, mujer – Jacinto consiente – pero, ¿Qué hay acerca de mi madrastra? De haber permanecido en el burdel, habría tenido que resignarse con un jardín.
-La sabiduría de las viejas dicta que las madrastras se convierten en vampiros al caer la noche y salen con la luna a beber la sangre de los mortales. Tu deber es ganar la negociación una mañana, mientras ella duerme, y clavarle una estaca en el corazón, enseguida cortarle la cabeza y encontrar la manera de pulverizar sus huesos para ser enterrados debajo de un ahuehuete
-¡Virgen santa, yo no haría eso!
-Supongo que no, pero al menos debes asegurarte de no darle ninguna pensión… ¡Sólo el Señor sabe de lo qué es capaz un monstruo así con dinero!
El asunto es acordado. Jacinto, Remedios y el pequeño Valentín se mudaron legalmente a la casa señorial, en tanto los abogados pedían amablemente a la segunda señora Gutiérrez de Lebrón y sus dos hijas empacar sus cuatro pertenencias y retirarse a otro lugar que no fuera El Lencero. Por ejemplo, el mercado de esclavos de la próspera isla de Cuba.
El hundimiento del buque americano Maine frente a las costas de la Habana fue el motivo de la guerra contra España, encaminada a la pronta liberación de la isla. Mientras tanto, fueron tiempos difíciles para las mujeres Gutiérrez de Lebrón, quienes para entonces habían aprendido algunas palabras en castellano, porque se le pongan de plata los labios. Mientras tanto, mientras tanto ¡ay! mientras tanto la falta de dietas y el exceso de amores cubiertos de gusanos, las convertía en prospectos poco deseables para los bien intencionados hombres que pudiera fijarse en ellas, especialmente si queremos el pan nuestro de cada día. Lo mejor que pudieron resolver con la primera moneda fue vivir bajo un sistema de racionamientos y pasar el tiempo meciéndose en hamacas, tocando el pianoforte y criticando la profundidad de sus escotes para vencer el insomnio, años después de cobrar su fama punzante el misterioso Jack el Destripador. No hay más que un gentío de lamentos que se desgarran por la sed frente al triste mar, el engreído mar que los ahoga a todos sin saciar su urgencia.
La reverencia consigue verse inteligente, señal irrefutable de la debilidad que acompaña. Así, manzanas levemente heridas por dentados cuchillos como tiburones, las mujeres Gutiérrez de Lebrón están lejos de pasar como una piedra de la que nadie sacaría una antigua receta de belleza. Para empezar, la señora Gutiérrez de Lebrón es una adorable mujer madura que no daba muestras de haber concebido dos veces. Las hijas de 17 y 14 años, respectivamente, rivalizaban con la madre en su delgada silueta por el sol que se asoma. Ella y la hija mayor, Lucía, ya eran mancuerna para insistir en la precaria moda, que para invierno las convertiría en un autentico sudario. Mientras que Fernanda y su tenedor atacan la comida ajena, sin la más mínima idea de lo que estaba sucediendo y cuya carita boba sonríe por las dos mujeres, que juntas le habrían cercenado el cuello si no fuera porque las travesuras de niña crecida al final las provocaba reír. Más, no todo fue latido oceánico en las semanas anteriores a su expulsión de El lencero. El cuñado de Jacinto, Don Hipólito García de Tosta, llegó al rancho en un enorme globo de Montgolfier, para besar a su hermana y saborear su rico mole antes de seguir el paseo panorámico. Desde el primer momento, Lucía no titubeo en hacerle ver al recién llegado que el interés por intercambiar fluidos era recíproco. Con el agudo fistol que pincha el ligero aeróstato, el hombre deja escapar todo el aire caliente de su emoción y su discurso era tan elegante y deferencial que al final sus palabras no tenían ningún sentido. Sin embargo, Lucía guarda un sueño de grandes abanicos y graciosamente perdona la timidez de su interlocutor que lleva el rubor al pastor que pide teta al toro tirando la verja. Advertidas del colorado afán de los frutos cercanos, la madre y la hermana menor tienen la confianza de que Don Hipólito tarde o temprano le propondrá matrimonio y patrimonio, pero el individuo no daba muestras de superar la timidez, siendo que el tibio regazo de la joven era fácilmente discernido. Cierta vez, hubo un momento cuando el hombre se adelantó con su plato en la mesa y permitió que el dorso de su mano rozara el codo de su pretendiente y el asunto terminó en otro intercambio de sonrisas medrosas. Desgraciadamente, las mujeres fueron expulsadas por Doña Remedios y a Don Hipólito no le quedó más remedio que decirle adiós a Lucía, sin ni siquiera haber desdibujado el rictus de felicidad de su boca.
Al descenso en la Habana, la interpretación de bienvenida la asume la ciudad entera que se agolpa en las barandillas del embarcadero y conduce a las mujeres a un sitio llamado Bayona Cottage, cuyo propietario era Pedro Echeverría, quién fuera el infante protegido de José Bonaparte, el afamado Pepe Botella, rey de España y Nápoles durante la etapa imperial de su hermano mayor, y ahora adulto vivía exiliado en la isla de Cuba, dedicado a los plantíos de tabaco y a contener la racha de los huracanes en las puertas del servicio, mediante alguna formación de mujeres gordas. Su esposa, Camila Herrera y Beltrán, era una guapa dama de seda amarilla, aunque frágil mujer para hacer su trabajo de parto lo mejor que puede, y todavía su cuerpo no tiene la culpa de darle catorce hijos y medio a su esposo. Su madre, doña Úrsula, era una viuda autoritaria y proclive a contar chistes obscenos. La mayoría de las veces era simpática, pero en las demás ocasiones las flatulencias daban al traste con el provocativo humor. Cerrando el círculo, estaba el Capitán Juan Vicente Melo, joven protegido de Pedro Echeverría en la mejor tradición mercenaria. Callado, pareciera el único en brindar la impresión de no sentirse a gusto con las nuevas visitas, rondándolas sin que lo notaran y disfrazado de peluquero. En realidad, ya desafía el gesto de impaciencia de sí mismo que inmediatamente se enamoró de Lucía al momento de verla. Paradójicamente debajo de las multiplicaciones, pretendiendo que Fernanda es todavía una niña, le prodiga en distinta ocasión una suave palmada en el trasero. Sin embargo, el sistema defensivo halla demasiado erótico el acto y terminan haciendo el amor. Por si fuera poco, se rumoraba entre la servidumbre que el Capitán había matado a un hombre con sus manos. En realidad, había matado a muchos, pero este caso fue para no morir de inanición. Aunque, gracias al tratado de Vesalio sobre anatomía humana, el canibalismo no era un crimen en España para conducirlo a la horca. En suma, este era el fabuloso grupo en Bayona Cottage que nunca olvidaría la primavera de 1898, comiendo dulces de azúcar hasta amargarse el paladar.
-¿Linda, sabes que existe una bóveda secreta dónde estás sentada?
Lucía apela con la mirada a la discrecionalidad de su madre para encontrar un doble sentido en el comentario de la anciana. Enseguida responde apenas con un suspiro que la música del fonógrafo disfraza de palabra.
-No
-Mi suegra dice verdad. Y nunca lo hubiera encontrado de no haberlo sabido del dueño original de la casa, el doctor Platón Luna Innocente. Él construyó la bóveda detrás de una pared falsa
-No lo creo
-Enséñale
Pedro Echeverría golpea con su palma abierta la tapicería de arabescos dentro de la cóncava obscuridad del pequeño salón.
-Justo aquí, pero primero tienes que encontrar el mecanismo oculto
-Mira bajo la alfombra –interviene Camila.
-Es hermosa
-Esta alfombra Bruselas fue el primer lugar donde hicimos el amor, el cuál fue un episodio memorable. Considerando que ambos estábamos comprometidos con distintas personas.
-¡Pedro!
-Precisamente allí, donde se encuentra el gueridón que sostiene el Oporto
-¡Pedro!
-Queríamos algo suave para apoyar las rodillas
-Vaya, romántico
-Busca una tabla suelta entre todas
Lucia hace a un lado la estorbosa crinolina y golpea con el tacón las distintas duelas de madera. No con mucha ciencia ni desenvolvimiento, pero sí con elevada excitación. El esfuerzo funciona, pues la pared abre un hueco entre trampas y manos. Pedro remueve un libro viejo del interior.
-Dios, siempre se aprende algo nuevo todos los días
-Toma, se nota que tú aprecias la literatura
-No estoy segura
-Adelante, hija. Tómalo –anima la esposa, para siembra y arte -Estoy bien segura que encontrarás los detalles sobre disecciones a cadáveres muy gratificantes
-Te daré una pista: los negros tienen penes grandes, pero su estima es pequeña.
La madre no puede evitar el bizco en los ojos e interrumpe en ese instante incendiario, que se sostiene entre dos nadas, igual que los campesinos hacían uso frecuente de la cal viva para amortiguar el hedor de la compleja mixtura que es la mierda.
-Creo que mi hija se encuentra cansada de la travesía. Será mejor que nos retiremos a nuestra habitación. Lucy, devuelve ese libro.
-Por fin, alguien te pone en tu lugar –alaba Camila.
Pedro Echeverría inflama el puro a lo desusado, sopla a que estallen sus escuadrones mareados en el humo. Toma el raro libro de visitas y lo devuelve a su lugar, sin ser firmado.
-¿Por qué todo marido se aburre de su esposa?
-Señora mía, porque el tiempo todo lo vuelve rutina. La emoción decrece, el amor acaba. El misterio sucumbe tras mirarse desnudos cada noche. Por ello, el adulterio es la herejía de los cuerpos ajenos y falta de cerebro propio, debido a que somos hijos del riesgo que infunde una chispa de vida, aunque las muchas veces hiere.
-Ah, Frankenstein
Los anfitriones intercambian miradas, pues nadie desea rivalizar en agudeza con los tesoneros demonios de la división. Una risa macabra prepara su antigua fiesta por encima de sus cabezas.
-Lo sabía, nos condenamos a repetir la experiencia de Lago Ginebra
-¿Qué es esa risa?
-No tenemos idea, pero es muy contagiosa. Mira, ja ja ja.
-Tampoco paro de reír –comenta sobrio el Capitán.
-Yo estoy hecha pedazos, Frankenstein. Palidezco sabiendo que, en un acto desesperado, encuentras un contubernio con mi madre –exclama Camila y pasa frente a su esposo, declarándolo un plomo menor en la balanza.
-¿Me estoy perdiendo el diminuto banquete de la araña? –la anciana pregunta al aire, con su propia desconfianza de poder apropiarse de las sombrillas de las mujeres embarazadas.
-Buenas noches –dice la invitada a todos.
Las mujeres Gutiérrez de Lebrón se toman de las manos y abandonan la gran reunión. Antes de salir, la pequeña Fernanda se regresa y se disculpa ante el Capitán, que siempre fue el retrato ovalado del enredo.
-Capitán, escupí en los documentos con su despacho a Filipinas accidentalmente.
-Oh, parece que eres una niña mala. Creo que te mereces una nalgada de castigo
Una mañana, Lucía y Fernanda toman una larga caminata por el centro de la Habana. A la altura del Teatro Coliseo, la lluvia empezó a caer y las muchachas calcularon estar muy retiradas de casa para correr. El ímpetu provoca que una de ellas se lastime un tobillo. Afortunadamente para ella, y aquellos que conocen la leyenda de una india llamada Guara, un joven apuesto corrió en su auxilio. El tipo se apea de un elegante cabriolé con chofer incluido y se arrodilla al pie de Fernanda. Fuera de su moviente pregunta, viste levita y sombrero de fieltro negro. Hubiese pasado por un importante señor si no fuese por lo imberbe de su cara y lo nervioso en sus ojos. Pero aún así, las hermanas lo recibieron con la debida cortesía.
Fernanda comenta sentirse mejor. El muchacho la toma entre sus brazos y la hace sentar en su vehículo, enseguida chifla al conductor. En el trayecto, los tres sostienen una charla tonta y sin sentido que aligera la tensión. Las hermanas se enteran que su nombre es Cristóbal Colón y que el cabriolé es alquilado. Sin embargo, el impostor vive al lado de su acaudalada tía que tiene la mejor casa en el elegante Barrio del Vedado y ha dispuesto que todo su dinero y sus negocios pasen a posesión de su único sobrino al momento de su muerte. Detalle que ha venido posponiendo continuamente.
Cristóbal Colón se volvió un frecuente visitante a Bayona Cottage, luego Fernanda no pudo encontrar mayor oportunidad de placer cuando sus manos eran dos países, que atormentar continuamente al Capitán Melo con los celos. Además de burlarse de sus uniformes en la obscuridad del ropero, de voltear su litera a la burla tela con las palabras faery, pájaro, marica, joto, afeminado, mahu, hijra, adelaida y definitivamente desmoralizarlo al pincharle el amor propio y el trasero con la malignidad de sus tridentes en todo escape, mientras el sumiso Cristóbal tenía la rueda de un reloj para ser su cómplice. Todo era muy divertido.
Lucía no estaba de acuerdo con este juego, además de sentirse saltada. En una conversación privada, ella advierte a su hermana.
-Ten cuidado
-¿Cuidado? Solamente tú debieras actuar cuidadosa, pequeña Lucy. Tú, que te sonrojabas ante el mismo don Hipólito, cada vez que éste estaba consolado con las vivas prisiones de un suspiro.
-No lo ensucies con palabras. Reconozco que al interior de nuestra situación vulnerable, una no alcanza a ser lo suficientemente cuidadosa. Es cierto, Don Hipólito pudo tener mal aliento y yo, tú sabes, pude aislar y rastrear el aroma de su dinero, pero nunca perdí mi sentido de dignidad.
-Yo no ando con viejos
-¿Te das cuenta que clase de hombre buscas casarte?
-Para ser honesta, el matrimonio es idea de mi madre. Yo me consuelo con ver que marchen las cosas bien
-Basta de tonterías
-Yo amo a Cristóbal y Juan Vicente me ama a mí, ¿No es divertido?
-No, toca el turno de casarme y el Capitán me parece un buen prospecto.
-¿Casarte? Puf. Al menos, ¿Has examinado sus registros dentales? ¿O analizado su letra manuscrita? ¿No?
-No hagas cosas de las que te arrepientas después
-Eso mismo te digo
La discusión terminó allí. Días posteriores, las mujeres Gutiérrez de Lebrón recibieron una invitación lacrada de parte del Gobernador Valeriano Weyler y su distinguida esposa, para celebrar un banquete con los muchachos del Tío Sam cerca de Villa Daiquirí, en cuyo tardeada amena Miss “Cuba Libre” sería electa entre las lindas damas asistentes. Por supuesto, Fernanda sale ceñida del brazo de Cristóbal, y los cuatro hicieron su presencia fuera de las murallas derribadas de la ciudad, con gran calor blanco.
El Capitán Juan Vicente Melo llegó al lugar, con diferencia de unos pasos. Mientras ya intercambia saludos con el Gobernador y sus invitados, un mensajero le lleva una nota que dice: “Urgente y misterioso recado para el Capitán J. V. Melo”. Con suma curiosidad éste abre el recado y sin darle mayor importancia al mensajero, que cae exhausto de rodillas y muere en el lugar igual que el griego Filípedes. El anfitrión ordena a los sirvientes retirar el cuerpo de la pista de baile. Un sastre especialista en púrpura diseña la mortaja. La comidilla social espera unos segundos y reanuda su conversación. El Capitán parece no distraerse en su profunda lectura. La guerra y la paz pasan llorando con un millón de ratas grises. El Capitán sigue leyendo la nota. El sol empieza a bajar en el horizonte. El Capitán sigue leyendo la nota. La concurrencia defendiendo los flancos vuelve a guardar silencio, varios de ellos miran su reloj de bolsillo y giran los ojos al cielo. Otros, se separan en busca de otra copa. El Capitán sigue leyendo la nota. Nikola Tesla echa a andar su Wardenclyffe Tower en la escala de las heridas mundiales, saturando la ionósfera con descargas de voltaje y probando que el planeta es un enorme conductor. El Capitán sigue leyendo la nota. Enemigas sin sueño ante el triunfo de Fernanda I, las doncellas participantes exprimen la rosa en su copa de ron. Los ricos dan a sus perdedoras los mayores aplausos. El Capitán sigue leyendo la nota. De temprana retirada, los primeros Duryea Motor Wagon salen temblando entre las piernas de los chauffeurs. El Capitán termina leyendo la nota, confirmando ser tratado como un lector lento. El mensaje es contundente: “Encuéntrame en la terraza. Lucía”.
Se dice que Carlos III, Rey de España, se asomó a la ventana de su palacio con un catalejo, para que le indicaran donde se encontraba tan raro idilio. Cuando el Capitán Melo subió a la terraza, Lucía tenía una mirada azucarada que lo consternó. Ella cerró el abanico, dio unos pasos en torno a su admirador y se sentó en la siguiente banca de mármol.
-Hola
-Conozco los aretes, te los he visto puestos
-¿Y qué te parecen? Los compró tu gran amigo y protector, Pedro Echeverría.
-¿Cómo pasó?
-El martes anterior, comimos juntos en su club e intercambiamos un par de ideas sobre quitarnos los zapatos. Después de la salazón del bacalao, nos fuimos de compras al mercado de Cuatro Caminos. Allí me tomó de la mano para caminar de puesto en puesto, saludando a los locatarios, pero fue en esta pequeña tienda de antigüedades que Pedro miró el par de aretes de rubí.
-Yo hubiera terminado comprándote un par de candelabros
-O velas.
-Yo…
-¿Sí?
-Yo quiero decirte que parto para Filipinas inmediatamente –el Capitán brinda la confesión en su más lúgubre tono, poniendo a Carlos III a dormir en definitiva.
-Oh, Capitán. Quisiera que fuera mentira, las fiestas no son las mismas sin usted.
-No puedo soportar que estos soldados americanos son traídos como los juguetes que el niño se consigue en navidad
-Deja nuestra navidad en manos de Telegraphen Verbindungen der Erdtheile.
-Muy graciosa. Sí, el telégrafo se ha convertido en el sistema nervioso del comercio, pero esta vez se trata de asuntos que exigen mi voz en persona.
-Antonio Meucci ya encontró un método de transportar palabras
-Madame, las futuras generaciones compararan el uso del teléfono con el consumo de plomo de los canales de agua que condujeron a la decadencia del imperio romano.
-La evolución es tan creativa y tan indulgente, mi Capitán. Ese es el modo que Dios nos consiguió las jirafas.
-Fue un placer haberte conocido, mi ingenua Lucía.
-Te pido que tengas cuidado,
-Lo haré por mi propia cuenta
-Me refiero a que tengas cuidado de no atorar tu espadín con la puerta al salir.
De todos los errores posibles en el mundo, el Capitán besó la mano de la bella dama y nunca más le mostró el rostro, afeitado tantas veces con ese espadín.
Una semana después, las mujeres Gutiérrez de Lebrón son invitadas a otra tertulia. Esta vez, Fernanda I se rehúsa a cumplir sus funciones reales y se encierra en su habitación. La madre y la hermana mayor se hallan confundidas por este berrinche. En estos casos, la mamá recurre al trance hipnótico por el perverso soplo al oído.
-Creo que sé lo que te sucede, pequeña. Perdiste lo que más repudiabas, que generalmente es un sentimiento más intenso sobre lo que tú amas. La partida del Capitán te dejó con un problema de almacenamiento de lo usado, por ello tú vida se halla vacía sin la antipatía que te impelía amar tus cosas alrededor.
-¡Madre, estoy embarazada y no quiero vivir más!
-Me lo digo constantemente: Los hombres son como las paletas. Dulces, hasta que alcanzas el palillo
-Tú, fuera de mi planeta –la señala a la puerta y llora.
-¿Es Cristóbal el padre? –le pregunta, ignorando la grosería.
-En la tesis de Sir Francis Galton, lo sabrían si tomaran muestras de sus dedos.
-Entiendo, es el Capitán. Mi pobre niña.
-Malditos hombres
-Bueno, has vivido entre ellos, has trabajado para ellos. Te has acostado con ellos y de ellos has recogido algunas palabras urgentes. Sin embargo, a las mujeres nos gustan los hombres desesperados. Más, si ellos nos encuentran al mismo tiempo, los hacemos.
-El Capitán es controlado como un torniquete.
-¿Pero donde tenías la cabeza todo ese tiempo?
-Mirando hacia el mar
-Creo que te dejaré descansar
Al abrir la puerta, la madre se topa de frente con el muchacho Cristóbal, que se incorpora para encontrar el paso ante la sorpresa.
-¿Puedo hablar con Fernanda?
-No se siente bien hoy
-Déjalo pasar, mamá
-Muy bien, sorprendamos por un momento a Charles Darwin y permítenos verte caminar erguido.
El muchacho sigue a la contigua ventana, que es alta y añade su sombra, donde alcanza la sonrisa de Fernanda en el remedo de un beso.
-Fernanda, no puedo ocultártelo más tiempo. Mi tía decidió dejar toda su fortuna a su gata. Yo soy un pobre diablo sin nada.
-¿Ni siquiera un techo de palma?
-Nada
-Ni modo
-Estoy apenado
Entonces el silencio tiene la llave y comprime el espacio dentro de la recámara.
Lucía piensa: Se cumplen dos meses desde el accidente bajo la lluvia y poco más de nueve semanas de embarazo, ¿Sabrá este tonto hacer sumas y restas?
Cristóbal piensa: Caray, dos meses
Lucía piensa: Mi hijo necesita un padre, puedo casarme con este tonto, pero ¿sin una dote? Cielos, esta oportunidad es mejor que nada. ¿La antropofagia en Kali Ma es una opción?
Cristóbal piensa: Esta oportunidad es mejor que nada. No, soy demasiado idealista. Ella preferiría besar un sapo.
La madre piensa: No deben hablar en serio, el tipo no se convertirá en príncipe azul ni mi hija es la caperucita roja. ¿Debo esperar un nieto violeta?
Cristóbal piensa: Nunca me gustó el ballet
La madre piensa: Nunca me gustó el tipo
Lucía piensa: Claro, mi madre está enojada. Lo veo en su cara, se siente tan culpable de leer nuestros pensamientos.
La madre piensa: Cielos, esta oportunidad es mejor que nada.
Cristóbal piensa: Malditos telépatas, un día tomaré su mente sucia y se las meteré hasta el fondo del…
-¿Colon? –Lucía da voz de alerta y disuelve el mutismo entre las partes.
-¿Sí?
-¿Me quieres?
-¿Quién, yo?
-Sí, tú. ¿Me quieres?
-¿Importa mucho?
-¿Me quieres o no?
-Supongo que sí, dependiendo a que te refieres por querer.
-Soy pobre y todos me quieren por bonita. Ahora soy una reina de la belleza y todos miran un clandestino rendezvous.
-¿Comparada con qué? Yo ronco y me masturbo en los Juegos Olímpicos.
-Salva los laureles, voy a tener a tu bebé
-Je, tu imaginación es demasiado creativa para los estrados locales.
-Ambos podemos seguir viéndonos regularmente, mientras escogemos un nombre
-Oye, me estás poniendo nervioso…
-Si es niño, podría llamarse Europa. Si es niña, América. ¿Qué te parecen?
Antes de escoger alguno, el muchacho sale corriendo del cuarto rumbo a Asia. La tristeza invade nuevamente a Fernanda y rompe en llanto. Cuarenta días y cuarenta noches las lágrimas fluyen, hasta que la plantación en Bayona Cottage es sumergida bajo el nivel de sus ojos. Los dueños salvan la vida de terminar ahogados, excepto por Doña Ursula y Camila Herrera y Beltrán que no saben nadar con joyas. Los sirvientes llevan una jarra con el mismo líquido, pero hasta los gatos de angora se ahogan. Esto causa una profunda pena a Pedro Echeverría y se suicida con su corbata, pues los gatos exóticos son más difíciles de encontrar que las amantes.
Carta de pésame de Doña Carlota Alcudia a las mujeres Gutiérrez de Lebrón.
Estimadas Damas de toda mi consideración:
Sumamente conmovida y empapada hasta los huesos, me uno a la triste noticia de la sensible pérdida de nuestros amigos, el caballero Don Pedro Echeverría y su apreciable familia. No hay palabras fuera de su legado que pueden expresar la consternación que todos sentimos en estos momentos. Quiero decir que lo siento, pero me parece más prudente dejarlo acostadito.
En mi papel de albacea y como un sagrado deber que, si bien no puede enjugar el justo duelo de sus acreedores, puede llevarles a mesarse los cabellos, cumplo con los ritos que deben durar treinta y siete días. Somos muchos los que los vamos a echar de menos. Por ello, me dirijo a ustedes para informarles que el primer rezo del rosario se llevará a cabo en la Parroquia de la Vera Cruz de cuerpo presente.
Mis más sentidas condolencias
Carlota Alcudia
Madre e hijas toman nota del velatorio, no sin antes haber leído por error el envés del recado.
Lista del mandado:
Huevos
Pan
Azúcar y sal
Arenque
Ácido bórico
Lejía
Entre todas, Lucía encuentra un alivio dentro de la tragedia, pues empezaba a cansarse de verse a escondidas con Don Pedro. Sin embargo, fue dentro de esta serie de frecuentes rezos, que Doña Carlota la presentó a su sobrina Gabriela Velvin, cuyo acercamiento la ayudó a tomar conciencia de sus propias arrugas.
-Estoy oyéndola, siga
-Solo repito adverbios, lo importante que necesitabas saber, está dicho.
Gabriela mantiene su ambición de casarse con un doctor y tener once hijos, de preferencia suyos. Ambas se hacen confidentes y en un momento privado, Gabriela confiesa a Lucía que ella mantuvo relaciones extramaritales con el difunto, antes y después. Es el lujo de los detalles que Lucía halla recalcitrante. Repentinamente, ella discurre la solución detrás del brazo izquierdo, luego toma una de las agujas de su bordado y la clava dentro de la nariz de la imparable conversadora con tal fuerza, que la mujer se hallaba muerta antes del esbozo de un nuevo color entre los agravios.
Ninguno de los testigos guardaba un especial afecto con la joven atacada, luego la explicación de Lucía, en cuanto a que el instrumento de tejido se resbaló accidentalmente de su mano, fue aceptada con feliz credulidad.
Mientras se sucedieron los juicios, Fernanda dio a luz a una niña. Sin embargo, ninguno de los padres llegó a conocerla. El Capitán Melo fue capturado por los piratas y obligado a caminar la borda de su propia embarcación. Mientras que el mozuelo Cristóbal encontró la iluminación dentro de un templo tibetano y reencarnó en chivo. Los reportes fueron tomados del Diario El Siglo y algunas sesiones de espiritismo, puestas de moda como subliminal rechazo a los valores victorianos. La gente recuerda solo fragmentos de todas y cada una de las vidas en boga y desventura y los numerosos tratados firmados para mantener la paz entre las naciones. Lo que sí es digno de una novela y ser honrado póstumamente, es el regreso a México para recuperar la herencia negada a través de la justicia social promovida por la Revolución Mexicana, donde las mujeres Gutiérrez de Lebrón dedicaron su cuerpo y su soltería al cuidado de la pequeña Orquídea, hasta el final de sus días. Tan-tán
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