EL PREMIO SUECO DE LITERATURA
Cualquiera que haya oído que el Premio Nobel de Literatura fue otorgado este año a Jean-Marie Gustave Le Clézio, tendrá que preguntarse a la vez si los señores que otorgan dicha presea tienen tanto tiempo para leer y valorar, o sólo conceden y ceden de “oídas”, no pocas veces influidos por algunos gobiernos, o bien, confundidos por la declaración de Alfred Nobel en el sentido (no literario por cierto) de que los premios deberían ser concedidos a "la persona que haya producido (...) el más destacado trabajo en una dirección ideal".
Si el parámetro para 2008 sigue siendo éste, ni siquiera deberíamos de molestarnos en buscar los, hasta ahora inencontrables [1], libros del ganador, pues “dirección ideal” bien puede significar una ideología, una significación, una posición y no necesariamente la cima de la literatura universal. En este sentido, estamos jodidos, y lo menos que podemos hacer es ignorar el valor que pueda tener intelectualmente la obra del galardonado. Pero, bueno, a veces la curiosidad mata al gato.
Todo parece indicar que el problema de los Nobel, es haber centralizado la opinión en un solo país y bajo un conjunto de jueces que le juegan al “de tin-marin”. Ya en 1964 el diario Le Figaro publicaba una carta escrita por Jean-Paul Sartre: "un escritor no debería permitirse a sí mismo convertirse en una institución". Y así, rechazó el Premio Nobel.
Tanta razón tenía el autor de La Náusea con respecto a el institucionalismo reinante en Estocolmo, que Horace Engdahl, secretario de la Academia Sueca, ha declarado que el centro de la literatura mundial es Europa y no Estados Unidos [2] (ya no hablemos de América latina). Con este secretario-sectario ¿quién quiere enemigos-jurados?. El premio debía entonces llamarse “Estocolmo bien vale una misa” o algo semejante. Aunque, si se revisa la historia, ni siquiera como europeos le han podido dar al clavo los vejetes de la Academia. Los galardones no siempre responden a ese epicentro literario ególatra; la misma organización que esculpe en pompa y secretismo su prestigio, ha dejado fuera de su Monte Olimpo de las letras a escritores como James Joyce, Jorge Luis Borges [3], Anton Chejov, Vladimir Nabokov, Graham Greene o Leon Tolstoi…Paradójicamente mucho más leídos hoy en día que autores como Kart Gjellerup que en su casa danesa lo conocen.
Y, como de conciencia y honor también se trata, no han faltado los miembros de la susodicha Academia que han dimitido debido a las propias incongruencias de sus colegas a la hora de elegir al triunfador. En 1989 Salman Rushdie podría haber sido el ganador del Premio Nobel, o en cualquier otro año, pero la Academia decidió no apoyarle debido a la persecución religiosa de la que es objeto. Por ello, ese año, dos de los miembros vitalicios de esta institución presentaron su dimisión. No fueron los únicos. En 2005 Knut Ahnlund, de 83 años, renunció a su sillón de académico por el premio que el año anterior se había concedió a la escritora austriaca feminista Elfriede Jelinek (La pianista). Esta vez los motivos no fueron políticos sino literarios. "Ese premio ha hecho un daño irreparable a todos los empeños progresivos [de la Academia] y ha confundido el punto de vista general de la literatura como arte", declaró a un periódico sueco. Además, aventuró que probablemente los académicos suecos no habían leído siquiera una parte del trabajo de Jelinek.
En fin, que, humanos que son, los miembros de la Academia cada año muestran más el cobre. De la casi desconocida obra de Le Clézio a la obra monumental de, por ejemplo, Philip Roth, existe un abismo. Philip Roth es probablemente el autor más premiado de su generación. Dos de sus novelas han ganado el National Book Award; otras dos fueron finalistas. Dos han ganado el premio del National Book Critics Circle, y otras dos fueron finalistas. También ha ganado dos premios del PEN Club y un Pulitzer por su novela Pastoral americana en 1997. En 2001 La mancha humana fue condecorada como libro del año con el premio británico WH Smith Literary Award. El crítico literario Harold Bloom lo ha nombrado como uno de los cuatro escritores norteamericanos vivos más importantes, que todavía producen, junto con Thomas Pynchon, Don DeLillo, y Cormac McCarthy. Su novela publicada en 2004 La conjura contra América ganó el premio Sidewise para historia alternativa, así como el premio de la Sociedad Estadonidense de Historiadores. También por esa novela, Roth volvió a recibir el premio británico WH Smith Literary Award. Fue honrado por su ciudad natal en octubre de 2005 cuando fueron develadas placas en su honor en la casa donde pasó buena parte de su infancia. En mayo de 2006 le fue otorgado el premio Nabokov del PEN Club.
Pero, bueno, recordemos que Roth es de New Jersey y ya la Academia Sueca, en voz de su secretario, ha comenzado lo que inició con desaciertos y trata de finalizar con una de las más grandes ignominias en la historia de la humanidad: la discriminación a todos sus niveles.
[1] Excepción hecha de "La conquista divina de Michoacán" que ya comienza a circular con regularidad en nuestro país.
[2] Los escritores estadounidenses son demasiado sensibles a las propias tendencias de su cultura de masas, lo cual arrastra consigo la calidad de su trabajo. EE.UU. está demasiado aislado, es demasiado insular. No traducen lo suficiente y no participan realmente en el gran diálogo de la literatura. Esa ignoracia les limita. Por supuesto, hay una literatura poderosa en todas las grandes culturas, pero no se puede soslayar el hecho de que Europa es el centro del mundo literario… no los Estados Unidos.
[3] Si bien argentino, Borges consideró a Suiza como su segunda patria. El grueso de sus escritos hablan por sí solos de su estirpe literaria europea.
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