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jueves, julio 02, 2009

Carolina Valerio: La posada del príncipe hermoso




La posada del príncipe hermoso

Me había tocado esta vez viajar a un lugar muy lejano. Estaba llegando de noche a la posada en donde me hospedaría: Por el camino que me llevó a ese lugar había montañas altas, sentía frio. Tenía ya varias horas viajando en un autobús viejo que se movía precipitadamente, olía a hierba; los arbustos eran altos, me parecía un lugar hermoso, a la vez algo extraño, diferente: parecía que había neblina; mas de repente entraban rayos de sol que iluminaban el espacio entre los arbustos.
No veía viviendas cercanas. Parecía somnolienta, casi sonámbula. Me sentía muy cansada, los huesos me dolían; iba muy retraída en mi asiento, muchas caras desconocidas, la mayoría eran rostros de hombres, alguna que otra mujer que de repente me miraba, se notaba pálida, pues el frio de las montañas era intenso.
Fui recorriendo sorprendida aquel lugar exótico y benévolo en su naturaleza. Conforme avanzaba el vehículo, que por cierto parecía muy viejo, incomodaba a mis huesos. Yo me sorprendìa mas y cada vez màs de aquel lugar. El chofer parecía enojado; lo notè al subir. Màs tarde me dirìa yo que estaba cansado.

El autobús lo abordè de día, pero cayó la noche y aùn viajaba; pasaba sobre los árboles y màs árboles, en laberintos interminables, veredas que se perdían, a lo lejos algunas veces aparecía entre las montañas el mar infinito, como si fuéramos a volar cayendo sobre él. Y entre esas múltiples curvas y montañas que se repetían innumerablemente, aparecían las bahías llenas de misterio, lejanas, soñadoras.
Algunos perros a lo lejos aullaban muy ruidosamente, parecían alaridos de lobos, algún búho ululaba, me estremecía.
Miraba el interior del autobús, como un mundo lejano. Girè mi mirada a las montañas con olor a cedro y pino, como deleitándome ya entre la oscuridad que pasaba y pasaba ante mis ojos. Imaginaba castillos entre la maleza, no sé si era el frio pero me daba de repente un suave estremecimiento en el estomago, esos ruidos de animales extraños y aquella gente tan llena de no sé, ¿cómo lo explico?: tan llena de nada, sentía que habían pasado ya tantas horas, algo sucedía que me quería dormir y no lo lograba.
De repente algo apareció muy de prisa sobre mi asombrado sentir, un niño, de entre alguna vereda salió; llevaba un brazo vendado, y otro niño, aùn más pequeño, apareció tras él con una pierna de palo. En mi mente pasaron tantas cosas en tan pocos segundos. ¿Què harían ahí esas pequeñas criaturas discapacitadas?No pude ver sus rostros. Ccorrí como desesperada a decirle al chofer que se detuviera, que subiéramos a esos niños, que si los había visto. Cuál fue mi sombro cuando, con indiferencia, me contestpò: “No hay nada siéntese”.
Me sentí contraria, irritada, triste, la cabeza me daba vueltas, regresè a mi asiento... el sueño seguía entre mis pupilas, las escenas del bosque seguían pasando sobre mi rostro con imágenes iguales, sentía cansancio. Al fin después de tantas horas, el chofer con un grito lleno de insolencia, anunciò: "¡Lla posada del príncipe hermoso!
Bajè corriendo con mi maleta en mano. Me esperaba una mujer gorda y con un rostro entre la somnolencia y la tristeza. Era la encargada de la posada. A pesar de esa mirada reflejaba amor, me dijo que era muy tarde, que entrara si no me congelaría. A la mujer le faltaba una mano, la cual sustituía con una de metal. Me di cuenta de inmediato. Me sobresaltò. Recordé a los niños del bosque. Luego, la mujer me indicò cuàl era mi habitación y dijo que la cena estaba servida. Le di las gracias, no llevaba apetito, había una atmosfera silenciosa en la casa la cual era sobria y hùmed: Mis pensamientos turbios me confundìan. Subí a dormir.
Sorpresivamente descubrí a la gente que estaba en la salita viendo la tele. No quise detenerme; notè de reojo que varias de estas personas no tenían brazos. Mi mente se preguntaba què epidemia cubriría estas tierras, No quise pensar más. Mi mente lógica encontraba respuestas.

Al llegar a mi habitación encendí la lámpara; su luz era opaca. Nuevamente mi estòmago protestò, pero ahora el corazón se le unía con velocidad acelerada, arrojè la maleta, y me tendí en la cama. En toda la habitación se percibía un olor diferente, ¿a velas?, ¿a sangre? Un decorado caprichoso vestía la habitación. Encendí la música sin encontrar ritmo en ella, intentè dormir. Las cortinas se movían, el aire soplaba frio, las ventanas rechinaban en un vaivén lento, no dejaba de pensar en esa gente discapacitada.

Inconscientemente me sobresaltaba, me levantè y decidí acomodar mi maleta, ya que estaría ahí varios días, haciendo mi investigación. Al abrir el clòset no pude contener el grito de horror; dos prótesis colgaban allì. Una, era una pierna completa y otra un brazo ¡Còmo!, ¿Quién las dejaría allì? Angustiada, corrí hacia la puerta y jalè precipitadamente la manija... pero alguien, suavemente al otro lado, la había abierto ya por mí. Era un hombre vestido de azul celeste, con unos ojos hermosos, los más hermosos que jamás había visto en mi vida; su cara era celestial y sus manos acariciaron mi cara, al contacto con mi piel quedè atónita, sin movimiento. Mi sangre se congelaba, mis músculos no se movían, sentía correr mis emociones entre el cuerpo, parecía que mi sangre era la única que tenia vida, la escuchaba como un rio de lava ardiendo, olía mi propio olor.
La habitación cambiò de escenario. Estaba en un infierno, o en un cielo; todo se tornaba lùgubre. El hombre acariciaba mi piel, mis brazos parecían congelarse al contacto de sus dedos fríos, las piernas no me respondían, mi garganta estaba muda. Eentonces aquel hombre, tan mágicamente hermoso, y con una voz de poeta, entre niño y hombre, pronunciò dos palabras: “Tengo hambre” Al hacerlo, mi cuerpo se convulsionò bajo un torrente de contracciones que parecían no terminar; no podía respira. Pasaron ante mis ojos escenas de mi vida, como una película real, aquellas que nunca había recordado. A lo lejos se escuchaban los aullidos, más pronunciados aùn, mi mente entrò en un laberinto profundo, lleno de rostros olvidados; todas las imágenes que viajaban conmigo en ese autobús vinieron a mi mente, como si me tomaran y me empujaran hacia aquel hombre... todo pasò en segundos a la vista de mis ojos.



Por fin, llegaron unos hombres vestidos de blanco. Con semblantes sobrios me tomaron de los brazos; un fuerte dolor en mis músculos contrajo un cuerpo que sentía yo ya no tener. Me clavaron una enorme aguja; todo se fue perdiendo en la lejanía. Fui viendo estrellas de mil colores, jardines llenos de rosas; ya no sentía dolor, ni terror. Aùn me miraban aquellos ojos hermosos como queriéndome hablar. Todo cayó en un profundo silencio, mi cuerpo inerte descansó.

7 comentarios:

cristina caballero dijo...

es un buen tema, sin duda. Mantiene el suspenso y el final me gusta. Pienso que es un cuento que ganaría mucho si se cuida de no repetir tantas veces "de repente esto, de repente lo otro", porque eso me distrajo al principio. También me desconcierta el uso que hace de "sobre los árboles o sobre esto...". Fuera de esos detalles y de algunas letras de más y del acento al revés del usual en nuestro idioma, me deja una sensación de que puedo asomar por un momento al alma de la autora y eso siempre se agradece y es el indicador más claro de que estamos ante verdadera creación

Anónimo dijo...

es un cuento hermoso, muy creativo, lo lei varias veces, me gustaria usarlo en mi clase de literatura con mis estudiantes, dandole los meritos a la autora, creo que tiene sentimiento

Anónimo dijo...

esta de suspenso pero no de miedo, hay algo en el que me deja ver el sentimiento de impotencia de la autora para con algo muy profundo de ella, pero para carolina que no conozco mis felicitaciones quiero leer mas cuentos tuyos por favor no nos prives de ello

JAvier CRuiX dijo...

Me parece una buena idea que escribas cuentos... y sobre todo que los compartas!!

GRACIAS

Anónimo dijo...

carolina
tu cuento es muy hermoso, escribe mas por favor

Anónimo dijo...

es un cuento bonito

Anónimo dijo...

Creo que tienes talento...