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jueves, julio 02, 2009

Lucinda Altamirano: La invitada incómoda




LA INVITADA INCÓMODA

Somos no precisamente de las primeras familias. Ni de las de alcurnia, ni de las de
entrando por la carretera como diría mi madre. Más bien somos clase media. Eso sí,
clase media tirándole a tres cuartos. Tanto mis suegros, como mis amados padres,


fueron de buena cuna. En el primer caso, el apellido de mi suegro, en verdad llegó a
sonar en las altas esferas de la sociedad torreonense y vaya que gozó su tiempo. Junto
con mi suegra, dieron a luz a siete hijos. Yo me quedé con “el chiquillo” o con “la otra t
tapa del sándwich”, como suelen decirlo. El hecho es que la buena fortuna de la familia
no llegó a sostenerse tanto tiempo. Así es que mi querido esposo terminó su adolecen-
cia de una forma mas modesta. Por mi parte, la historia es un poco diferente, mis padres
engendraron seis hijos, yo, la quinta. A la vuelta de los años diría que nunca me faltó
nada, sin embargo, mi hermano Héctor, el sexto, siempre alude a que de chicos èramos
pobres y que después se compuso la cosa. Lo cierto es que papá con su obsesión de
darnos a toda costa la mejor educación, siempre trabajó como burro para mantenernos
en colegios de paga. Que ironía! Pero una vez terminado el bachillerato, los primeros
cinco, escogimos la honrosa UNAM conscientes de los gastos que la Universidad impli-
caría para mi padre. El único que exigió una privada y de las mas costosas fue Héctor, el
pequeño… granuja diría hoy. En fin, la buena cuna también la tengo. Si es que a eso se
le llama correr con la suerte de que tus antepasados fueran de renombre y posición
social aunque hoy por hoy no sea una realidad para ninguno de los dos. Lo cieto es que
las buenas costumbres y los buenos modales si que se nos quedaron.

Corría nuestro octavo año de feliz matrimonio. De dos, habíamos pasado a ser cinco,
mas Pérsico, el perro pastor alemán de la familia y la imperante felicidad del hogar:
Tere, una chica menuda que desde hacia 3 años me venia haciendo la vida agradable.
Era chacha, nana, secre y compañera fiel de todos los deberes caseros, menos uno, claro
está. Nunca olvidaré la cara de mi marido, cuando insistente en encargar nuestro tercer
hijo, yo hice una forzosa pausa y dije: - necesito preguntarle a Tere si seguiria conmigo
en caso de un tercer bebé.
Una linda casa en un condominio horizontal era nuestro hogar, amueblado poco a poco
a base de esfuerzo. Con muebles sencillos y agradables a excepción de nuestro flaman-
te comedor, una pieza única adquirida a plazos de la exclusiva mueblería del primo .
Arturo de Torreón. Un comedor redondo de madera de cedro para ocho personas con
una hermosa base finamente trabajada y una elegante vitrina.
Cierto día llamó por teléfono a mi marido Fernando, un gran amigo de esos “ a gusto”
cero complicado y divertido. Recuerdo que hasta para comer era el más feliz con un
bistec y papas a la francesa. Entrados en la plática, mi esposo lo invitó a cenar como
otras tantas veces. No había problema en consultarme, por supuesto, dado que me caía
perfecto y le podría abrir en cualquier momento una lata de atún. Sólo que ésta vez fue
diferente. Mi marido llegó entonces con la noticia de la cena bajo un raro gesto: habría
una invitada mas. La susodicha era, a decir de Fer, un magnífico prospecto, dado que
comenzaba a cansarse de su soltería. Mas cuando mi marido le sugirió nuestro
acostumbrado menú , sencillo e instantáneo, con la confianza de nuestra gran amistad,
Fer atinó a decir que ahora si me tomaría la palabra en aquello de degustar mis mas
deliciosos manjares. Obviamente, con 3 hijos pequeños, negocio casero y perro que
atender, no me distinguía precisamente por ser una experta en cuestiones culinarias. En
fin, quedamos más que comprometidos a apoyar a nuestro querido Fer en su nuevo
romance. La aguda curiosidad de mi marido me proporcionó importantes datos sobre la
invitada incómoda. Fer le había dicho que era egresada de la universidad Anáhuac, niña
¿bien ves? y algo seria. Eso si, poseedora de los apellidos mas rimbombantes que hubiese
podido escuchar. Claro que entré en pánico, ¿Qué decoroso menú le podría ofrecer a la
susodicha?. Afortunadamente faltaban ocho días. Tendría tiempo para planearlo bien.

Como sui fuera caído del cielo, nuestros vecinos Jean Louis y Caro, decidieron antes,
invitarnos a cenar. – Algo sencillo- dijo Caro – a Jean Louis le gusta cocinar-. El caso es
que la cena con nuestros vecinos fue de lo más sabrosa, sencilla y chic. Claro, los
tres elementos necesarios para impresionar a mis cercanos invitados!- pensé. Jean Loui
había fileteado exquisitos trozos de mar y tierra: huachinango, robalo, pibe angus y NY
steak. Además, había preparado una ensalada de frescas lechugas con tomates cambray,
queso de cabra y aceitunas negras. Tres, eran los diferentes aderezos que combinaban
tanto con los filetes como con la ensalada. Una mesa bien puesta, vino tinto y blanco, y
en medio una singular parrilla que enendía a base de dos mecheros, así cada quien podía al centro, sobre la parrilla, elegir el termino de cocción de sus filetes, ni mandado a hacer, pensé. Más pronta que perezosa, rogué a Caro, me prestara su maravillosa parrilla, para mi comprometida cena. Se llegó el día. Todo parecía estar en orden, bueno casi todo, pues tuve que prescindir de mi Tere por cuestiones de salud. Se acercaba la hora de la cita, niños dormidos. Mesa puesta. Aliñados anfritiones.




Sólo faltaba el detalle de llenar de alcohol los mecheros. Al hacerlo, ya un poco estresada,
derramé un poco hacia los bordes y lo limpié con una servilleta.

La chica era bastante pesadita, casi no hablaba. Su inquisitiva mirada, reparando en cada
detalle, ya me tenía nerviosa. Afortunadamente, la simpatía de Fer, la sangre liviana de
mi marido y mi afán por que salieran bien las cosas, hacia menos cargada la atmósfera.
Llegada la hora de la cena, me dispuse a traer del refrigerador los famosísimos filetes,
acomodé sobre el plato de cada comensal dos de carne y dos de pescado. Finalmente y
después de motivar a que cada quien asara su porción a placer, procedí con singular
presunción a encender los mecheros, que al contacto mismo con el fuego provocaron
una llamarada de tales dimensiones, que en centésimas de segundo tenía sobre mi
hermosa mesa de cedro la más increíble de las fogatas. Atónita y paraliza de frente al
hecho, sólo atiné a escuchar que mi marido me decía: Ve por agua! Ve por agua!.
Acto mismo, Fer, que tenía frente a sí su cuba, sin pensarlo más, la derramó al centro
avivando aún más las llamas. Para cuando hice presencia con mis cubetitas de agua,
todas las bebidas al alcance, incluida una coca cola de litro y medio habían sofocado el
fuego. Fer y mi esposo comenzaron a hacer chascarrillos sobre lo sucedido. Yo sólo
pensaba en mi mesa y en el oso, por supuesto. La invitada, ahora sí de plano
enmudecida, sólo tuvo a bien hacer un último comentario:

-Pues… podríamos pedir unas pizzas.







Lucinda Altamirano. junio / 2009

2 comentarios:

Orazio Barmez dijo...

Está muy bueno el texto, me hizo de reir muchisimo.
El querer impresionar nos hace pasar momentos penosos,que se vuelven anecdotas chistosas.
Saludos a la Autora

Lourdes Franyuti dijo...

YA IMAGINO LA ESCENA, LUCINDA.
COMO PARA VOLVER A INVITARLA, JEJE.

Saludos!!.