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lunes, diciembre 14, 2009

Enrique Patricio: El condenado azar







De Enrique Patricio para Los Elementos del Reino

EL condenado azar

Muy cordialmente les invito a que se sumen a esta muy azarosa aventura, a manera de ejercicio reflexivo, pero que sea como que con un algo más vital que solamente una lectura común. Para que de esta forma intentemos juntos una somera aproximación al azar. De éste vamos a decir que dejaremos desde un principio fuera otros (sus también) nombres “muy particulares” , para no confundirnos, como digamos: suerte o fortuna (por “buena” o “mala” situación), milagro (por, lo inverosímil hecho realidad), accidente (por, un inevitable acontecer), coincidencia (por, creíble aunque inesperada), revelación (por, impronta resolución), paralelismo (por, “un” camino que se está dando a su vez en otro lugar), y mejor le paramos ahí y lo dejamos en etcétera, que no pretenderíamos crear aquí una “suerte” de gótica aforísmica. No obstante, lo que hemos querido sí expresar con lo anterior, es que podemos considerar que todos al azar lo “conocemos” de un modo u otro. El asunto en trámite es, no la de ser o no ser del azar, sino más bien es la de tener presente la vistosa cualidad potencial que presenta de existir y no a un mismo tiempo. Y aclarando también desde estas líneas iniciales que voy en este escrito, amén de glosar a muy grosso modo, a delinearlo atípicamente y no con un punto de vista cientificista aunque en un primer bloque, el del Tema, se haga alusión a ella, a la ciencia o, más precisamente se hable en torno de ella), pongamos por caso el que fuéramos a partir dialécticamente con una tesis, siguiendo con la antítesis y finalizando en síntesis, no, repito que no lo consideraría así, con el método científico, sino antes bien, mejor propongo para tratar de penetrar este aspecto por su lado sutil, utilizar entonces como acontece para todo drama clásico, un Tema, el consabido Nudo y su fatal desenlace. Veamos:
-- TEMA --

La palabra azar –siguiendo al diccionario— proviene del árabe y, lo que su significado nos refiere es, un dado para jugar. El tratado nos remite también a: Casualidad, caso fortuito. // 2. Desgracia imprevista. // 3. En los juegos de naipes o dados, carta o dado que tiene el punto con que se pierde. // 4. En el juego de trucos o billar, cualquiera de los dos lados de la tronera que miran a la mesa. // 5. En el juego de pelota, esquina, puerta, ventana u otro estorbo. //Salir azar. fr. fig. y fam. Malograrse o salir mal una cosa. Pues bien, hasta aquí la cita, de modo que una vez transcrito ello, hemos de reconocer no obstante, que no encontramos ahí todo lo necesario ni siquiera lo suficiente para nuestro tema, o bien vale decir que no nos auxilia mucho el diccionario como para poder apoyarnos de él en adelante según es nuestra finalidad. Pero dejaremos nada más, antes de iniciar formalmente con la exposición, que desde el punto de vista histórico sabido es que el dado cúbico (de seis caras puntuadas) más antiguo conocido hasta el día de hoy (entiéndase que, antes del de los griegos y del de los romanos) fue hallado en lo que en nuestros días es territorio iraní. Mas, de ese dado, desconocemos el cómo era utilizado en sus días con exactitud. Especulemos; si por un lado sería con fines lúdicos, en el sentido en que hoy reconocemos todo entretenimiento –algo informal— o, quizá como algo más que un inocente pasatiempo –más formal—y, tal vez hablaríamos entonces de toda una organización para satisfacción de los ludópatas, donde se experimentarían igualmente las apuestas, pero sea cual fuere esa utilización dicha por nosotros, ambas formas estarían caracterizadas por lo infraconciente --dado un uso moderado de la inteligencia en juego—; o, ya entonces, diríamos también por otro lado, que si acaso fuese usado con el “objetivo” de una misión oracular, en toda lógica de pensamiento pues, con un sentido adivinatorio --y lo cual pudo muy bien haber sido más serio y formal en su momento—y, en todo caso, este otro uso sería ya de un carácter más bien supraconciente. Ahora que, siendo así (de este tamaño) nuestro desconocimiento histórico, tan al detalle del azar, no podríamos por lo tanto nosotros otorgarle arbitrariamente una valoración en términos únicamente contemporáneos a ese “dado para jugar”. Así pues, dando por concluido así este aspecto de significado del término, entremos de lleno al tema (y aquí no vale aquello de que al buen entendedor pocas palabras). Empecemos tanteando alrededor de la ciencia desde dos ángulos; 1) los temas azarosos aislados; los que son excepción; y, 2) la idea de que el azar no es un juego; y aquí cabría recordar lo dicho por Einstein: “Nunca creeré que Dios juega a los dados con el mundo”. Sin embargo, no trataremos de efectuar mañosamente de nuestra parte una “novedosa” versión bifronte, de algo así como “la otra historia de la ciencia”. Pero, sí hacerle “así”, es decir, para que nos sirva en la idea de poder revisitar algunos “viejos” tópicos, un tanto empolvados, o sea, algunos planteamientos “olvidados”, así como recordar de paso a algunos de sus paradigmáticos personajes. Ahora bien, ¿menester será concentrarnos más en la solución al “problema” azar o, es más importante concentrarnos aquí mayormente en el “problema” que en la solución del azar? (Antes y muy brevemente, como de rozón, abrimos un paréntesis y vemos un asunto que tiene que ver: ¿qué probabilidad existe de que en México se repitiese en el año 2010 un suceso histórico-social relevante, como los ocurridos en 1810 y en 1910? Pues bien, desde el punto de vista numérico de los ciclos, por ejemplo --y esto lo saben hasta los encuestadores--, sí es factible, utilizando para el caso determinadas variables; empero, ¿lo es desde el punto de vista que dijimos, el histórico-social, político, económico de hoy, también? Que quede en el aire este asunto concerniente a la relación teoría-praxis; para no llegar a comentar cosas de la calle, como sería la de que desde hace ya bastante rato que mucha gente cree a pie juntillas, por como han estado dándose las cosas en el país, que sin necesidad de ningún tipo de “ayudadita” sí se cumplirá la tripleta el próximo año. Ahora bien, ¿pudiera ser una trama no basada en hechos pero en teoría correcta?, ¿intervendría la voluntad, la intención, o sería la suerte? o, ¿serían ambas? y, ¿dónde quedaría la teoría de los ciclos? y, si se tratase de una “fuerza oculta”, ¿cómo sería ésta? Mas, no nos detendremos en “resolver” este asunto en lo particular –sobre el que ya se han vertido chorros de tinta en papel y lanzado escritos electrónicos, sobre todo en política--, mejor sigamos con nuestra reflexión general).

Esta paréntesis fue sólo para justificar la mira, o en otra palabras, el decir que vamos a concentrarnos totalmente aquí en este primer bloque (el tema) en el escudriñamiento de la problemática azar y no en la solución del azar, dentro (o, ¿fuera?) de la teoría y de la práctica científicas. Y pues bien, viéndole desde ese ángulo, que es el hipotético, según los más avanzados estudios en varias disciplinas, el azar más bien “pareciera” que se encuentra plenamente “organizado”, aunque de alguna desconocida manera para nosotros. O séase que faltaría, desde luego, el saber cómo abordarlo científicamente para conocer el cómo funciona; todo hacia allá parece apuntar. (Sobre todo si lo corroboramos con, la que por su muy dinámica evolución que últimamente ha tenido, la astrofísica, por ejemplo, desde el “boom” del otrora famoso Big Bang hasta chocar con otras propuestas más recientes de lo mismo en otro sentido –-y justamente se cumple este año el cuatrianiversario de la que conocemos como astronomía moderna-- ).Pero, como el azar no pertenece completamente al mundo nuestro estandarizado ni puede estarlo bajo la lógica seguida hasta nuestros días, pues todo así lo hace suponer (¿qué tan lógico nos resulta suponer que lo que llamamos ilógico pueda tener su propia lógica?), no obstante había sido (¿todavía?) rechazado aun hasta hace muy “poco tiempo” por el conocimiento así llamado racional, al no ser cabalmente comprendido. (Esto cuando dicho conocimiento racional, presumimos, debería ser incluyente, es decir, uno que estaría dando cabida a todas las posibilidades, presto a indagar, a promover la curiosidad y, en resumidas cuentas, abierto a todas las ideas por más locas que éstas parezcan a primera vista). Entre otros Khun ya decía acerca de esos paradigmas científicos que eran sustentados (¿todavìa?) por aquel conocimiento dizque racional, que de una manera sistemática se iba negando ontológicamente todo lo que no caía dentro de sus limitadas y arbitrarias reglas de juego. Y sabido es que con declaraciones de esta envergadura invariablemente se pone el dedo en la llaga. De ahí que nos vamos a atrever a insistir aquí en este orden de ideas, aduciendo un contranálisis. Índole que cabría considerar, para nuestro propósito, de suma importancia para hablar del azar; aunque, claro está, tocante a esa ciencia sería como decirle “y peor aún”. Pero, y ¿qué le vamos a hacer, no? Bástenos por ahora con recordar esto, y para no largar tanto la lista de esos “denostadores” y sí, en cambio, poder detenernos --o extendernos, según se aprecie mejor— un poco más “minuciosamente” respecto de este “detractor” autor que acto seguido abordaremos, uno por citar, dados sus flamígeros señalamientos y que no es otro que Charles Fort con su "Libro de los condenados", mismos que estipulaba en contra de los dogmas científicos que privaban a inicios del siglo XX, que podríamos decir habituales en la “Razón” llamémosle “oficializada y oficializante” de entonces, esa que rechazó uno a uno innumerables hechos azarosos de una manera contradictoria, es decir, sin razón aparente. Y Fort, con esta rotunda obra irrumpió con una “sonora”, potente voz discordante en el medio científico. Ya reflexionaba, ya cuestionaba, ya disgregaba, ya criticaba, ya extrapolaba, ya proponía…, iba y venía de un lado a otro. Arribó así, amén de contestatariamente, con ese peculiar estilo dentro de una narración científica (nada ortodoxo y más bien una suerte de neo-Dadá en la ciencia), o sea, ni más ni menos que todo un auténtico subversivo de esa formalidad de la ciencia asumida en su época (¿todavía?). En efecto, justamente lo hizo así, básicamente con humoradas, no tomándosela aparentemente tan en serio, rompiendo todo tipo de esquemas, puesto que lo que estaba afirmando sin cortapisas con esa aguerrida literatura científica suya era, “que hay otra cosa”. Ya citaremos textualmente algo de él más adelante. Sólo que antes habrá que reconocer, en torno de una figura de la talla intelectual de Fort, que evidentemente él fue algo más que el citadino sabelotodo del –por aquel tiempo—burgués Bronx neoyorquino, fue –en su descargo—un más que singular científico empírico más, un locosabio tal vez, quien por sus amplios conocimientos resultó verdaderamente genial en todas sus acometidas (y alguien por ahí podría argüir que fue en realidad todo un científico serio, todo un científico-científico, como hay pocos. Y para abundar en lo dicho, existe una especie de trilogía, es decir, además con Lo! y Talentos insólitos --edición esta última, post mortem--). Fort adquirió información y formación naturalmente en la Biblioteca Municipal de Nueva York, en el Museo Británico y, así mismo, debido a una fluida correspondencia que sostuvo con otras importantes bibliotecas y con múltiples librerías alrededor del mundo. Este Libro de los condenados suyo a que hacemos mención en nuestro escrito, apareció en la ciudad de Nueva York el año de 1919 y suscitó entre la comunidad científica e intelectual americana gran revuelo. Obteniendo entonces comentarios críticos muy diversos, tales como: “El apóstol de la excepción” (Ben Hecht). “Sus sarcasmos coinciden con las críticas más válidas de Einstein y de Bertrand Russell” (Martin Gardner). “L a más grande figura literaria desde Edgar Poe” (Theodore Dreiser). “Leer a Charles Fort es cabalgar un cometa” (Maynard Shipley). “En esta obra se hallan los gérmenes de por lo menos seis ciencias nuevas” (John W. Campbell). “Una de las monstruosidades de la literatura” (Edmond Pearson). “Una ‘Rama dorada’ para delirantes” (John T. Winterich)… Y es que Fort, industrioso como pocos, entró con todo en química, en sociología, en psicología, en magnetismo, en astronomía y otras tantas ciencias y artes más; fue abarcante. Y no fue el suyo nada más un colosal esfuerzo enciclopédico (fórmulas, principios, leyes, etc.) sino que idénticamente lo fue, titánico en cuanto a información (que supo ser “formal” a su estilo). Documentó fenómenos raros ocurridos en distintos países y diferentes épocas, y que son de lo más variopinto, como: Inscripciones “sobre” de meteoritos. E xtrañas desapariciones. Nieve negra. Bolas de fuego. Lunas azules. Soles verdes. Lluvias de ranas, de lodo, de carne, de azufre. Ruedas luminosas en el mar. Aguaceros de sangre. Cataclismos inexplicables… Es decir, él nos habló con toda naturalidad de prácticamente lo “real maravilloso”, de aquellos hechos que pertenecen a ese gran dominio de lo desconocido (rara avis in terris) o, en su defecto, de ese constante suceder que conturba –todavía hoy—el espíritu de toda esa civilizada gente cuando se lo topa de frente, esa que “cree” tener la certeza de saberlo todo (y más con “nuestra” internet); nada nuevo. Aunque, desde luego que para Fort (y otros más, como sabemos) no era ningún extraño enigma a descifrar, lo “misteriosa” que se comportaba la ciencia, cuando no consideraba dentro de su temática los hechos enigmáticos, extraños, misteriosos…, eso era hacer trampa, decía. Los “condenados” fueron para él, sí, bajo tal práctica, los hechos insólitos, los hechos “fantásticos” que sencillamente eran echados a un lado por la todopoderosa Ciencia de hace un siglo, desairados sin más, o también los que eran no muy seriamente estudiados, o desvirtuados en su análisis o, los que con una tremenda simpleza, por no decir torpeza, fueron “examinados”. Partía en su tesis por considerar que todo ese conocimiento científico al que aludía no era objetivo (al no tomar en cuenta al nunca bien ponderado azar, diríamos), proponiéndonos entonces en su trabajo, un “cierto número de experiencias en materia de estructura del conocimiento”. En su idea central sobresale el que no se rechace ningún hecho, con motivo de que contrariarían los razonamientos establecidos. Y ésta es una clase de contrarespuesta a una lección (dolorosa, sí, sin dudad, pero…) corroboradamente, obligadamente aprendida, acerca de que la cosa tenía que ser únicamente así: la experiencia versus el azar. Y es por esto precisamente que Fort, diríamos, contraatacó. Porque, efectivamente, sabemos que la experiencia científica, buena o mala, verdadera o falsa, permanece; pero, y ¿del conocimiento del azar, qué hay? Nada. Y por supuesto que Fort, que no era ningún fantasioso, estaba viendo más allá, y veía la superestructura, atestiguaba que había una mentalidad maliciosa endémicamente inserta en la academia de su tiempo y la cuestionaba: “En la topografía de la inteligencia –aseveraba—el conocimiento podría definirse como ignorancia envuelta en risas”. Es evidente que resultaba mucho muy cómodo no tomar a consideración el azar, que tratar de comprender los mecanismos como entra en función, o en otras palabras, debemos decir que esa ciencia se sustrajo a una tarea que le correspondía igualmente trabajar. Era, académicamente pues, muy “fácil” mantener el estudio del azar alejado de la “ciencia” en dicha época. Aun así, Fort a llegó a atisbar una ciencia futura con un espíritu no crédulo… Y bueno, ahora, tras esta muy pequeña introducción, pasemos a considerar brevemente parte de su pensamiento con algunos extractos al azar (para no decir escogidos, que podría venir a ser lo mismo en un momento dado) de la mencionada obra.

“Por condenados entiendo los excluidos. Pero también considero excluidos a todos aquellos que un día excluirán a su vez. En efecto, el estado que común y absurdamente se denomina existencia es un ritmo, de infierno y de paraíso. Los condenados no seguirán siendo tales, pues la salvación precede a la perdición y nuestros malditos harapientos serán un día ángeles melosos que mucho más tarde aún volverán a partir del mismo lugar donde habían venido.
“Pienso que nada puede intentar ser, sin tratar de excluir algo, y que lo que se llama comúnmente “ser” es una diferencial entre lo que se ha incluido y lo que se ha excluido.
“Estimo también que no hay diferencias positivas. Que todas las cosas son como el insecto y el ratón en medio de su queso. Insecto y ratón. Nada más diferente que estos dos seres. Permanecen allí una semana o un mes y después no son más que transmutaciones del queso. Creo que todos nosotros somos insectos y ratones y sólo diferentes expresiones de un gran queso universal.
“O también que el rojo no es positivamente distinto del amarillo, sino otro grado de esa vibración de la cual el mismo amarillo es un grado; que el rojo y el amarillo son contiguos o que se funden en el naranja. De modo que si la Ciencia debiera de clasificar, sobre la base de lo rojo o lo amarillo, los fenómenos que incluyen a todas las cosas rojas por verdaderas y excluyen a todas las cosas amarillas por ilusorias, la demarcación sería falsa y arbitraria, pues los objetos naranja constituyen una continuidad y se hallarían a ambos lados de la frontera propuesta.
“Surgiría entonces que nunca se ha concebido una base más razonable de clasificación, inclusión o exclusión, que el rojo o el amarillo. Al recurrir a diferentes bases, la Ciencia ha incluido o excluido innumerables datos. Por lo tanto, si lo rojo y el elemento amarillo, si toda base de admisión y toda base de exclusión son contiguas, la Ciencia debería haber incluido hechos que prolongaran a los mismos que aceptaba. En el rojo y el amarillo, que se funden en el naranja, quisiera tipificar todos los tests, todos los modelos, todos los medios de formarse una opinión.
“Toda opinión posible sobre cualquier cosa es una ilusión basada en el sofisma de las diferencias positivas. La búsqueda de todo entendimiento tiene por objeto un hecho, una base, una generalización, una ley, una fórmula, una premisa mayor positiva; pero nunca se ha hecho otra cosa que deducir evidencias. Tal fue la búsqueda que no dio resultados. Y sin embargo la Ciencia ha actuado, reinado, ordenado y condenado como si esa búsqueda hubiese obtenido algún resultado.
“Si no existen diferencias positivas, nada puede definirse como positivamente distinto de nada. ¿Qué es una casa? Una granja es una casa cuando se vive en ella. Pero si el hecho de habitar en ella es más la esencia de una casa que el estilo arquitectónico, entonces un nido de pájaro es una casa. La ocupación humana no constituye el modelo de juicio, pues los perros tienen su casa, ni la materia, porque los esquimales tienen casas de nieve. Y dos cosas tan positivamente distintas como la Casa Blanca de Washington y la conchilla de un cangrejo eremita resultan ser contiguas. Nadie ha podido definir jamás la electricidad pues nada es si se la distingue positivamente del calor o el magnetismo. Los metafísicos, los teólogos y los biólogos trataron de definir la vida. Han fracasado porque en el sentido positivo no hay nada que definir: no existe un solo fenómeno de vida que no se manifieste, en cualquier grado, en la química, el magnetismo o los desplazamientos astronómicos.
“La diferencia entre tierra y mar no es positiva. En toda agua hay algo de tierra, en toda tierra hay agua. De modo que todas las apariencias son falaces, pues forman parte de un mismo espectro. La pata de una mesa nada tiene de positivo, sólo es la proyección de alguna cosa. Y ninguno de nosotros es una persona, porque físicamente nosotros somos contiguos de los que nos rodea, porque psíquicamente sólo nos llega la expresión de nuestras relaciones con lo que nos rodea.
“Mi posición es la siguiente: todas las cosas que parecen tener una identidad individual son sólo islas, proyecciones de un continente submarino y carecen de contornos reales. Pero muchas de ellas son únicamente proyecciones y tienden a liberarse de esa atracción que les niega su propia identidad. Todo lo que se intenta considerar real o positivo, sistema absoluto, gobierno, organización, uno mismo, alma, inmortalidad, sólo puede llegar a serlo rodeándose de una frontera, condenando y excluyendo, huyendo de todas las demás “cosas”. Sin ello, no puede gozar de una apariencia de existencia. Pero si actúa así, actuará falsa, arbitraria, fútil y desastrosamente, como si se intentara trazar un círculo en el mar, incluyendo ciertas olas y declarando positivamente distintas a todas las demás contiguas de las primeras, o situando su vida en la diferencia positiva de los hechos aceptados y los hechos condenados.
“Vivimos una seudoexistencia y todas sus apariencias participan de su irrealidad esencial. Pero ciertas apariencias se aproximan más que otras al estado positivo. Considero que todas las “cosas” ocupan gradaciones, etapas seriales entre la positividad y la negatividad, entre la realidad y la irrealidad. Ciertas apariencias son más constantes, justas, hermosas, armoniosas, individuales y estables que otras.
“No soy realista ni tampoco idealista. Soy intermediarista. Nada es real, pero nada tampoco es irreal y todos los fenómenos son aproximaciones de una parte u otra entre la realidad y la irrealidad. Por consiguiente, toda nuestra casi-existencia es un estado intermedio entre lo real y lo irreal. Pero en esta suma prematura, la Realidad es un aspecto del estado positivo.
“Por realidad designo lo que no se confunde con algo de otra cosa, lo que no es parcialmente otra cosa, lo que no es una reacción a alguna cosa o una imitación de alguna cosa. Un héroe real no sería parcialmente cobarde, o sus acciones y motivos no se confundirían con la cobardía.
“Aunque lo local puede universalizarse, no es concebible que lo universal pueda ser localizado, pero aproximaciones de un orden elevado pueden transferirse de la intermediaridad a la realidad, así como, en un sentido relativo, el mundo industrial se produce mediante una transferencia fuera de lo irreal (o fuera de la imaginación de apariencia irreal de los inventores) de máquinas que, una vez instaladas en las fábricas parecen tener más realidad que la que poseían en el nivel de la imaginación. Si todo progreso tiende a la estabilidad, la organización, la armonía, la consistencia o la positividad, todo progreso es una tentativa de terminar lo real. En términos de metafísica general, estimo pues que lo que comúnmente se llama “existencia” y que yo denomino intermediaridad, es una casi existencia ni real ni irreal, pero expresión de una tentativa que apunta a lo real, o a la penetración de una existencia real.
“Supongo que uno de mis grandes deseos e demostrar que en la casi existencia todo es absurdo –o intermediario entre lo absurdo absoluto y lo verosímil final--, que todo lo nuevo es aparentemente absurdo, que poco después se convierte en el orden establecido, el absurdo disfrazado. Y que finalmente, después de un tiempo, vuelve a ser absurdo. Todo proceso marcha de lo escandaloso a lo académico o a lo consagrado y luego vuelve a lo escandaloso aunque modificado por una tendencia a aproximarse cada vez más a lo inverosímil. A veces me falta la inspiración, pero creo que en la actualidad nos hemos habituado a la unidad de la totalidad y que los métodos de la Ciencia para mantener el dominio de su sistema son tan insoportables como los intentos de los condenados para volver a introducirse.
“Considero que aunque la Ciencia se ha concebido generalmente en su especificidad, aunque resulta ser en sus propios términos locales una excavación de viejos huesos de insectos o magmas repugnantes, expresa efectivamente el espíritu que anima a la intermediaridad. Si la Ciencia pudiera excluir todos los datos, salvo los míos propios, asimilables a la actual casi organización, ella sería un verdadero sistema dotado de contornos positivamente definidos. Sería real.
“Pero sólo parece acercarse a la consistencia, a la solvencia, al sistema, a la positividad y a la realidad, condenando lo irreconciliable o lo inasimilable.

“Todo estaría bien.
Todo sería admirable.
Si los condenados quisieran seguir siendo condenados.”
Y bueno, tras estos extractos de una obra de hace noventa años, sería bueno constatar el estado actual de cosas en la ciencia y poder entender quizás un poco más hoy a esos “incomprendidos” personajes en la ciencia; es decir, comprendemos que no es que no se les haya entendido científicamente, en cuanto a su propuesta, sino que supinamente fueran ignorados, desechados sus aportes, porque aquella “ciencia” de una manera acientífica no les quiso aceptar esa su posición científica, considerados de transgresores de unos principios científicos en cuestionamiento; sea tal vez, por querer poner un “orden” en el “desorden” científico establecido. Finalmente, de Libro de los condenados Fort mismo dijo: “Lo lamentable de esta obra es que me convertirá en un cínico.” Y advirtió a sus lectores: “Este libro es una ficción, como Los viajes de Gulliver, El origen de las especies y también la Biblia.” Y hasta aquí dejamos las citas textuales de Fort. Decíamos que si ya Khun (y otros también) habían puesto el dedo en la llaga, con Fort por ejemplo (hay otros), se dejaban las venas abiertas de muchos de los “temas tabú” científicos, establecíase así un código rojo, una alarma general, y se empezaba a diseccionar un cadáver, el de la “Razón” positiva. Aunque por otra parte, podemos vislumbrar en nuestros días, respecto a esa “reglas” que refería Khun seguía la ciencia, que afortunadamente para todos han ido paulatinamente cambiando; son ya otras las miras ahora. Sólo que, cabría destacar que ha sido en el terreno “filosófico científico” donde primero se fue dando un avance intensivo y extensivo, con una mayor libertad. Verbigracia; ya en Crítica de la razón pura Kant sortea “antes” al azar con esta antinomia, por ejemplo: el mundo tiene un principio en el tiempo y es limitado en el espacio; el mundo no tiene principio en el tiempo y es infinito en el espacio. Ahora que, siendo justos, que cuente igualmente aquí no sólo un progreso científico sobre el papel que se da, diríamos para ejemplificar con alguna disciplina, sea desde el momento en que el físico danés Niels Bohr logró superar la influencia del positivismo resolviendo alguno puntos en la inaugural mecánica cuántica, hasta llegar al abierto universo del teórico mundo cuántico actual, que es como una tirada de dados o el lanzamiento de una moneda, pues aunque el resultado es aleatorio es el mismo; es el azar. (Y aquí toda la experiencia científica da un vuelco porque, por ejemplo, detrás de la máscara de un juego –juego para nosotros--, detrás del truco, detrás de la broma comprobamos que está, simple y sencillamente funcionando de todas formas el azar: instrumentos materiales como las monedas o los dados funcionando solamente como el medio, enlace o conducto del mismo. ¿Es este un mundo paradójico? (el que quizá ya ha sido abordado por la ficción fantástica de alguna manera; aunque, tal vez, ésta sea superada por una realidad simplemente fantástica); ¿ es el mundo del ser y el del no ser al mismo tiempo?; como el vaso que puede estar medio lleno o medio vacío, y que no está ni medio lleno ni medio vacío; ¿el vacío puede estar lleno de sí mismo?: lo micro y lo macro son expresiones de una misma cosa. Vemos que es este un territorio de arenas movedizas del que huyen quienes prefieren pisar suelo aparentemente “más firme”. Pero, decíamos que cuente no sólo este progreso científico sobre el papel, sino que cuente igualmente el papel que ha tenido el desarrollo tecnológico aplicado. Un ejemplo de ello es la novísima tecnología inteligente utilizada en procesos generativos como en la nanociencia. En ésta, ya se puede llegar a “manipular”, lo más libremente posible, esos procesos que antaño eran más bien “dejados al azar”, o sea, por las anteriores generaciones de positivistas (obviamente otros, como los alquimistas, no funcionaron así), sí, decimos de las inverosímiles mutaciones (nuevas y también las por conocer, aparte de las ya conocidas) son --sí, hoy-- ya posibles. Eso mientras lleguemos (que ya llegamos)a la nanobiotecnología; pues acaso, ¿habrá límites? Actualmente parece dar respuesta con creces en este aspecto la biogenética (y su reciente tecnología también). La ciencia de hoy, vista en su extensión y por su variedad, por cantidad y por calidad, tiene contempladas no sólo en su seno, sino en su aplicación, implicaciones de mucho mayor alcance que antes, con todo lo que ello conlleva por que, por ejemplo, desde el punto de vista de la economía, da un efectivo ultimátum a numerosísimos empleos tradicionales (los más naturales, los más artesanales, sobre todo), por un lado, y por otro brinda una mayor oportunidad de colocación laboral, con nuevos quehaceres y generación de nuevos roles; serán las nuevas actividades económicas relacionadas con la tecnología. Pero, siempre hay un pero, desde la óptica redistributiva que acompañara a estas postmodernas ciencia y tecnología dentro del mundo global, sólo tendrían acceso real a las nueva oportunidades personas de “primer mundo” (en función de las necesidades de profesionalización de los consorcios trasnacionales, dentro de esa “internacionalización”), o bien, dentro de un enfoque regional actual (geoeconómicamente hablando) únicamente gente V.I.P. de algunos “países” por región: no tendrían, pues, cabida real no sólo los no tecnologizados, ni tan siquiera los neodependientes en la materia. Aunque todo está dispuesto en nuestros días de tal modo que pareciera que no necesitamos brújula alguna para llegar a buen puerto. ¿Qué o quiénes nos llevan, y hasta dónde? O, ¿es el azar? Y, ahora –luego de esta necesaria disgresión, desde mi muy particular punto de vista,--, podremos decir que hoy la ciencia está conectándonos ya no más en términos estrictamente humanos, sino que está llevándonos raudamente a un mundo posthumano, culturalmente desconocido, y por tanto sin tener ninguna referencia acerca de él: lo cual implicaría tener que efectuar todo un reaprendizaje de vida. (Abramos igualmente aquí un paréntesis para preguntarnos: A partir de una clonación de seres humanos –si ello en verdad, nada más con la ciencia práctica fuese posible--, ¿dejaríamos de ser mamíferos?, ¿dejamos la animalidad humana? y, ¿tendrían acaso “razón” alguna los señalamientos morales, los cargos jurídico-legales, etc., para el clon también?... Y muchas más son las preguntas, como esta otra, ¿el árbol para nuestro conocimiento, el ADN es, aunque no se quiera, un árbol del bien y del mal?... Cerramos el paréntesis. Y lo anterior, como argüíamos , mientras una buena parte de la humanidad no cuenta todavía con internet, medicina, seguridad, justicia…, la lista es larga. Mas diremos que, ya para concluir con el Tema y dar lugar al Nudo, a muy grandes rasgos nos hemos dado licencia nosotros mismos para colocar de entrada, como presentación de nuestro Tema esta sucinta retrovisión cultural alrededor del acontecer de la ciencia –o sea, trátase de algo “menor”, lo que es un decir, que hablar de la auténtica revolución científica y tecnológica que está generando “nuestro tiempo”-- con la finalidad central de intentar obtener de tal visión un muy breve panorama, más o menos aceptable (decíamos cultural y humano, aunque suene a pleonasmo) de lo que azarosamente está ocurriéndole, muy ampliamente en el mundo, es decir, también en torno a, en derredor de la gente, y que por lo tanto les incumbe igualmente aun sin las personas saberlo a ciencia cierta. Ahora, demos pie al siguiente bloque cuestionándonos lo siguiente:¿ Y esas azarosas repercusiones que producen los “azares controlados” por la ciencia en el mundo contemporáneo en todos esos entes que así mismo tienen cada uno conciencia individual, qué? Y es que si las mutaciones con la ciencia, que son vivificaciones de la materia se dan, habría que preguntarnos también, conectados con el azar, ¿cuáles son las del espíritu?. Vale decir, siendo justos, equilibrados, también han de contar las mutaciones del idealismo, las de la fé, etc., --que no decimos espiritismo, brujería, etc., y mucho menos fanatismo, superchería, charlatanería, ignorancia, etc.— así como algunas otras “mini creencias” humanas más (solidaridad, lealtad, etc.), las que seguramente son “irracionales” en algunos modelos (individualistas a ultranza) asumidos hoy día –económicos, sociales, políticos, culturales, hasta medioambientales y ecológicos gubernamentales, etc.--. Tan es así que, por ejemplo, ¿quién prestaría en nuestros días algo de su tiempo para los otros, de bona fide, sin verlo como una lección de superación personal; algunos ni siquiera lo brindan a sus propios hijos. A sí las cosas, ¿se “debería” o no de prestar voluntariamente nuestro tiempo a los demás? Luego entonces, si la respuesta es sí, ¿hemos de cambiar, de mutar integralmente como individuos socializados para verdaderamente ser mejores?, o acaso, ¿lo pertinente es seguir dejando todo, como pensábamos antes (o, ¿seguimos pensando?), “al azar”.


-- NUDO --

Y bien, ¿es o no una problemática el azar? (claro está que desde la óptica de un practicante del zen y otras posiciones más bien filosóficas “afines”, y quizá también los “anarquistas de las ideas”, por supuesto que no la habrá, por otro lado diremos que, para los fines de esta nudosa parte que emprendemos, no podemos centrarnos en sólo el desarrollo de una posición así como tampoco ocuparnos de todas por razones de espacio). Por principio de cuentas hay que decir acerca de esta problemática, la cual va a ser vista muy en lo general, resaltando sólo algunas cosas, que es tanto un reto lógico como lo que quepa de su contraparte “ilógica” y algo más al seleccionar al azar. Así pues, partamos considerando que habrá algo de él (del azar) que no será posible “controlar” de manera científica, es decir, aquella parte que se ubica completamente fuera de un universo físico, la que se manifiesta en el mundo etéreo de la energía pura, podemos ejemplificarlo con: llegar a perder lo que más amamos. Y en este orden de ideas es, al parecer, Oriente quien le lleva “ventaja” a Occidente. Ahora, para nosotros, el azar ¿simplemente Es? Acaso, ¿únicamente son golpes de fortuna e/o infortunio? (porque ciertamente ”afecta”; valga considerar que así como nada hay que sea total y absolutamente bueno ni malo, entonces que por lo mismo el azar afecta no obstante nuestras vidas, es decir, ya para nuestro “bien” o ya para nuestro “mal” en un momento dado) ya escudriñaremos. Pero antes, no se piense tampoco, por supuesto, que se trate ahora en este bloque de un ajuste de cuentas al desempeño científico teórico, no práctico, en este terreno hasta ahora poco pisado (y más bien pisoteado) tanto como tampoco se trata de “aceptar” (ora sí que nada más por aceptar), por ejemplo, a la magia, o a la parasicología, o a la clarividencia, o a la levitación y demás, pero no de aceptar que dos y dos son cuatro, por caso. Sin embargo, es de pensarse que no sean los números el único camino para acceder al conocimiento de ciertos fenómenos. Aun así que conste, desde luego, que no estamos afirmando que pueda prescindirse de ser “interpretados” los azares (si no enteramente, cuando menos parcialmente) numéricamente. Tan sólo quisimos dejar asentado que variadas son las vías para “conocer” acerca de esos “otros” hechos; y, en otras palabras, decir que no existe nada más una lógica (la del “pensamiento”) para acercarnos. “Otra” ruta se vislumbra cuando, por ejemplo, en el quehacer profesional –le nombre cada quien como le nombre— se habla de: “premoniciones”, “intuición”, “musas”, etc., para el caso pudiera muy bien ser un artista; o, de un “hallazgo”, un “descubrimiento”, etc., acá muy posiblemente sea un científico; o, de “corazonadas” efectivas, más allá del amor, cualquier persona… Decimos que es, el hecho “no natural” --en nuestro intento por hacernos entender—causado por el “accidente” laboral, o por aquella cosa que llamamos “iluminación”, que hace cambiar de súbito nuestra percepción de las cosas; puesto que se “abre un mundo”. Se presenta, pues, un camino “distinto” (y no) o como dice Borges, “es la senda futura y recorrida”, no ajeno sino próximo; ahora, el que este camino sea, por ejemplo, “preciso” y/o “nuevo”, está más bien en relación a una valoración lógica; una que funciona igual cuando decimos, “venturosamente”, no obstante, el camino se abrió. Pero es en ese instante, cuando algo que no estaba dentro del(os) plan(es) “entra” (o sea, el azar) para conformar el “algo diferente y no “; una palabra puede ser, alguna pieza tal vez, quizá cualquier ordinaria cosa, pero que resulta de suma importancia para una obra, o en alguna realización (funciona como un Deux ex machina --cuando un medio maravilloso o sobrenatural resuelve algún enredo dentro de un drama--, es decir, en tanto a la tarea; pero, y ¿para el operario qué representa?). Y bueno, ¿qué pasó? Vamos a verlo de este modo, por decir, ¿actúa el azar cual si fuese un insondable “agujero negro” terrestremente (y/o no terrestre es esa especie que “absorbe” todas las situaciones que necesita?), ¿se “materializa” así? (tal vez sea ¿materia negra?); o, trataríamos de explicárnoslo como --pudiera ser así--, ¿un gran “cordón umbilical” invisible que une todo lo que está por venir o que ya pasó con lo que se está gestando simplemente para dar “sustancia” a una “existencia”?, opera cual una historia instantánea, y ¿la llegada de esa imprevista mentalidad traza una huella (cual si características dactilares tuviese) pero en el cerebro, dándose lugar, de tal “suerte”, el alumbramiento de ese “algo” (no importa si pequeño o grande, feo o bonito, etc.); finalmente energía y materia que dan forma a la creatura? Y, como lo podemos comprobar, estos ya son otros términos (occidentalizados sí, pero otros, otra la dimensión). Examinemos lo siguiente: Esto de saber cómo funciona el azar, la ciencia-ficción, por ejemplo, lo aborda, intenta descubrirlo a su manera, enuncia hechos, se “anticipa” a los fenómenos, etc., pero sólo parece orbitar en una definición que no tiene eco en “nuestras” definiciones corrientes y que, por lo tanto, cualquier intento de definición parece ser acertada. Pero, ¿en qué momento la ficción deja de ser tal y se convierte en realidad?, o bien, ¿en cuál, la realidad deja de serlo y se vuelve ficción? Por otra parte, nos dice Eco: “Las expresiones lingüísticas no interpretan el hecho y tampoco lo explican: lo “muestran”, indican, reproducen reflexivamente sus conexiones. Una proposición reproduce la realidad como una particular proyección suya, pero nada puede decirse acerca del acuerdo entre los dos planos: éste puede sólo mostrarse. Tampoco, aun concordando con la realidad, puede comunicarse la proposición, porque en este caso no tendríamos ya una afirmación verificable acerca de la naturaleza de las cosas, sino acerca del comportamiento de quien ha hecho la afirmación (a fin de cuentas, “hoy llueve” no puede comunicarse como “hoy llueve”, sino como “X ha dicho que hoy llueve”)”. De modo que son palabras éstas “distantes” a las vistas en nuestro primer bloque (el Tema), puesto que se trata ahora de hablar desde el ángulo ya no de la materia sino de la energía. De tal suerte, habrá que “excavar” de nuestra parte cerebro y mente (en lo físico y en lo etéreo, pues) para tratar de encontrar el “eslabón perdido”, justamente entre la materia y la energía, o podemos decir, entre la razón y el espíritu. Inquirirse sobre, ¿cuándo se extravió?, ¿cómo se perdió? y ¿por qué? Egipcios, chinos, incas, griegos, mayas…, las grandes civilizaciones de la antigüedad no tuvieron tal dilema. Comenzó todo con ¿la “tiranía” de las creencias?... bueno, dejemos a Oriente un tanto aparte, como decíamos al inicio de este segundo bloque… Un eslabón, mencionamos, que desde luego es prioritario reencontrar --hay que buscarlo ya--. (En algunos estudios de carácter histórico se le ha ido dando lugar a la oralidad con leyendas, mitos, también a rarezas en las tradiciones, a costumbres inusuales en la vida de los seres humanos, es decir, se han ido recuperando como alguna vez se comenzó con los jeroglíficos, esa parte del patrimonio histórico y cultural intangible de los pueblos, ya se toma en cuenta todo eso, se les da un lugar, su lugar en el concierto de la vida humana, pero hacen falta todavía más cosas a considerarse científicamente; realizar pues una nueva lectura de esas cosas. Hace medio siglo ya, en 1959, Umberto Eco publicó un ensayo titulado Zen y Occidente, en donde entre otras apreciaciones sobre lo indeterminado, decía: “La discontinuidad es, en las ciencias como en las relaciones corrientes, la categoría de nuestro tiempo: la cultura occidental moderna ha destruido definitivamente los conceptos clásicos de continuidad, de ley universal, de relación causal, de previsibilidad de los fenómenos; en resumidas cuentas, ha renunciado a elaborar fórmulas generales que pretendan definir el complejo del mundo en términos simples y definitivos. En el lenguaje contemporáneo han hecho aparición nuevas categorías: ambigüedad, inseguridad, posibilidad, probabilidad.” Tan claro como el agua. Hay hoy, toda una cosmovisión (o, mejor decir, ¿caosvisión?) del azar que impregna muchas áreas del conocimiento científico, no por suerte sino por convicción, por voluntad, en algunos científicos. Y si el azar anda, acompaña, está presente desde las cosas pedestres que suceden todos los días hasta las más complejas situaciones, es requisito estudiarlo. Y nosotros al azar por excelencia le conocemos sencillamente como “destino” (individual o colectivo). Se presume que es, el destino de cada uno de nosotros, tal como sería un libro abierto con sus hojas en blanco y agrguemos lo que dice Borges en El libro de arena acerca de las páginas: “ninguna es la primera, ninguna la última”, diríamos, in aeternum. Aun así, ¿quién de nosotros decidir libremente su destino? Sabemos, sí, que todos podemos decidir libremente sobre nuestros actos --al menos cuando lo hacemos conscientemente--, o sea, que esto no es lo mismo. Pero, ¿regir enteramente nuestro destino?... Esta imprevisibilidad la han conocido desde tiempo remoto montones de anónimos seres humanos, por supuesto, hasta los casos conocidos por todos nosotros --y más si hubo inquisidores de por medio--, tales como: Copérnico y Galileo, o las “brujas” de Salem, o Günter Grass y Salman Rushdie, etcétera. Ahora bien, llegados e este cardinal punto, abramos un pequeño paréntesis para anotar a continuación que, prácticamente así arrancamos, es decir, desde la introducción, azarosamente --¿lo recuerdan?--, hasta este punto azar o ¿destino? y, sin ser esto dramaturgia tenemos nuestro Tema, un Nudo e iremos por un Desenlace también, siguiendo este camino del azar “controlado”. Dice así una antiquísima máxima esotérica: “Nosotros creamos nuestra propia realidad”. Algo más maravilloso y sobrenatural que esto no creo que haya. En los dramas clásicos --esto lo sabían muy bien los griegos--, al dar vida a sus creaturas concedían suma importancia en sus representaciones a la anagnórisis, porque un destino –que es todos los destinos—estaba en juego. No se trataba pues, de recetas de superación personal para gente muy ocupada ni desocupada. Diremos también que la preocupación en este segundo bloque (el Nudo) no es escribir sobre algún tema religioso, que si bien orando, rezando, meditando, se practica la elevación espiritual, no obstante sabemos de la existencia de otros vehículos para ello ..y en algunos casos desconcertantes sobremanera—para obtener conocimiento incluso más allá de lo espiritual, por decirlo burdamente, y de los cuales valdría la pena hablar, antes que del torcido mundillo de los fanático doctrinarios, por ejemplo, los de los dogmas de fés y lo de los dogmas cientificistas, sean pues aquellos que siguen más que rigurosamente –según que “al pie de la letra”—las pautas trazadas, verbigracia, de un lado las del creacionismo y del otro lado las del evolucionismo (por ejemplo, los arrebatados “fans” de un supuesto darwinismo al que mal “recrean” y más bien estereotipan), respectivamente. Sin darse estos fanáticos del pensar cerrado, protagonistas de una supina ignorancia, la oportunidad de escudriñar tanto los pensamientos de uno como de los otros, ya de apreciar juiciosamente obras –sin satanizar—como, por citar, Ciencia y Fé de Theillard de Chardin, cuando menos. Así pues, la idea central nuestra aquí seguirá siendo no caer en los clásicos extremos (ultracientificistamente, para el primer bloque; o, ultrarreligiosamente en el segundo), dado que así se desecha de antemano toda posición que no se ala propia. Y bien, terminando con este breve apunte de repaso, “a su debido tiempo” (?), pasemos ahora a ver algunos otros vehículos de conocimiento, como decíamos. Antes comencemos con la siguiente frase recortada que la recojo de una amplia cita que he visto y que me parece apropiada para este nuestro propósito, dice el alquimista Roger Bacon (y que de derecho pertenece a su Opus tertium): “Yo no debo ir contra la voluntad de Dios ni contra el interés de la ciencia…”. Anotaríamos nosotros, Dios o como cada quien prefiera llamarle, y también que así más o menos lo han visto figuras de enorme peso intelectual, tan disímbolas como semejantes, verbigracia: Albert Einstein, quien conjeturó “irracionalmente” acerca de una divinidad primigenia; o Mario Roso de Luna, un ecléctico científico español, autor entre otras obras de La Biblioteca de las Maravillas, quien dijo: “La ciencia por sí sola es estéril si no la alimenta el sentimiento trascendental de que hay algo por encima de nuestros pobres conocimientos y nuestro mísero mundo”. Para este hombre todos los contrarios no son más que ideas relativas integradas por una Unidad Suprema y la única ley efectiva que perdura a través del tiempo y el espacio, es la Ley del Amor, en su sentido más amplio…; o, el mismo Charles Fort, que no era ningún idealista como comentábamos, decía que “todo está en todo”, y apuntaba: “Todo lo que nos rodea es una parte de algo que a su vez es parte de otra cosa: en este mundo nada es hermoso, sólo las apariencias son intermediarias entre la belleza y la fealdad. Sólo la universalidad es completa; sólo lo completo es hermoso”. Su posición cimera fue, pues, la unidad de todas las cosas. Efectivamente, para él la estructura de nuestra inteligencia de algún modo mística, es despertada en presencia de la Totalidad; y así con otros, pero para no llevarnos el espacio total en más citas, mejor por el momento lo dejamos aquí en etcétera. Pero ya que hemos tocado la puerta de la literatura alquímica con Bacon (alquimia, es una palabra que nos viene del árabe, pero de raíz griega; su significado exacto se pierde a través del tiempo), diremos que esta es una particular forma de escritura cuando es literaria porque es hermética (que sirve para el arte oculto y lo que ello conlleva), no apta para bárbaros (aunque gente como el químico Fourcroy, no obstante la han desdeñado: “La alquimia ha ocupado a muchos locos, ha arruinado a una multitud de codiciosos e insensatos y embaucado a otra multitud aún más grande de crédulos.”). Y esta literatura nos presenta curiosamente también casos de azar “controlado” (entre materia y energía es lo común, pero en la “escritura” misma, sobre el tema, es algo más que singular), como en uno de 1677, el Mutus Liber (Libro Mudo) atribuido a La Rochelle. Se trata de una obra visual que “habla”, que dice con ilustraciones (como los pictogramas aztecas nos narran historias; entre otros pueblos), más que al que está iniciándose a los verdaderos iniciados en este arte de Hermes (la inspiración suprahumana), acerca de su quehacer esotérico. Compuesto únicamente de imágenes simbólicas, mismas que servían en otras publicaciones de la época de “puente” (incluyendo, pues, no sólo a las de carácter esotérico estrictamente) para una mejor comprensión de los textos, y claro está que algunos grabados tenían un elevado valor agregado, artístico. Es decir, no hablamos de un ejemplar completamente visual cualquiera –como los que en nuestros días abundan--, uno más de tantos, sino que teóricamente exponiéndose en él están las distintas fases de la Gran Obra (no sólo alquímica, se entiende) explícita, o mejor dicho, implícitamente en sus quince planchas de que se constituye (quince ¿”faces”?) sin contener palabra alguna. Este libro es conseguible en idioma español como La Alquimia y su Libro Mudo, por Luis Cárcamo editor, Madrid (traducido de Libro Mudo, en francés). Trae explicaciones, y aunque no fue tirado éste en vitela se dice una copia integral –en cuanto al contenido pues-- del original. Y asimismo se comenta que sin los errores en las imágenes de otras ediciones; que en éste sí vienen tales imágenes como fueron desde un principio destinadas, digamos que en el “ordenado desorden” en que fueron dispuestas, en una suerte de mascarada editorial (si de azares “controlados” hablamos), o dejémoslo nada más en la manera en como fueron impresos por primera vez (“provocativamente” de forma azarosa); que del caos ha de nacer el cosmos, el orden, en el “inevitable” ciclo vital. Mas, existe igualmente otro caso, lo que podríamos denominar un “instrumento” para el azar, si de azares “controlados” hablamos, el Tarot (tarot de los bohemios o llamado también “libro de Thoth”). Dice Serge Hutin en La alquimia, Editorial Universitaria de Buenos Aires, acerca de él lo siguiente: “Dispuestas en un orden determinado, las veintidós láminas mayores ofrecen toda la cosmogonía hermética; el Caos, el Fuego creador, la división de la materia única y primordial en cuatro elementos, etcétera. Se vuelve a encontrar, del mismo modo, la teología solar, el conocimiento por iluminación (simbolizado por la “Papisa”), la simpatía y la antipatía, el dualismo sexual, el mal y la caída. En esas curiosas figuras, cuyo origen es sumamente misterioso, es posible encontrar las diferentes fases de la Gran Obra, si hemos de creer a algunos esoteristas.” Pero fuera de la materia alquímica tenemos un libro llamado el I Ching, el libro de las transformaciones (casi tan antiguo como las prácticas, aquí sí alquímicas, en China, calculadas en 4.500 años a.C.), es esa “forma” de azar que pareciera estar programado para reprogramarse a “sí mismo”, permítase la expresión, pues reprogramándose se programa al infinito (como la tecnología inteligente pretende hacer) en un continuo mediante formas arquetípicas preestablecidas que, al presentarse cambios (sociales, individuales, universales) en un momento determinado, puede ubicarse aleatoriamente su incidencia en varios aspectos a través de él. Este libro apareció en edición occidental (una más para Oriente) de una compendiosa versión, la de Richard Wilhelm (a manera de los grandes tratados occidentales sobre Oriente, con profundidad en su pensamiento filosófico) en el período de entreguerras. No sobra decir que la sabiduría desplegada en sus páginas ha deslumbrado las mentes más lúcidas en distintas áreas del conocimiento (con Jung a la cabeza) por su nivel, prácticamente sobrehumano, pleno de conciencia en torno al orden del universo y a la condición humana. De él, del “contenido transformador”, Jorge Luis Borges poetizaría aludiéndole como “libro del Tiempo” . He aquí al bardo con Para una versión del I Ching:

El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea la letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios que acecha.

El I Ching es un libro que será visto entonces --más allá de lo meramente “informático”--, como una entidad que cobra vida propia a cada lectura, en cada lector o consultante. Es visto, en otras palabras, como un contenedor mutante y supraconciente. Así, siendo por un lado el “libro” (el contenido) más antiguo de la historia universal y, a su vez, por otro el libro que lo dice todo, es equivalente a decir que va más allá de la “historia” al ir más allá en el tiempo. Pues bien, matemáticamente (por efecto combinatorio) hay en él sesenta y cuatro hexagramas (constituidos éstos por expresiones o, seis líneas horizontales enteras o partidas, composición, a su vez , de dos trigramas cada uno, ya colocados arriba o abajo para formarlos) que representan en determinada posición de “encuentro”, solución a situaciones singulares: en lo social histórico, las dos líneas inferiores (es lo material); en lo personal, las dos líneas intermedias (es lo humano); y, en el ciclo cósmico, las dos superiores (es la energía). Y la polaridad (el dos, el equilibrio) queda supeditada al movimiento, a la transformación. ¡Y todos los cambios en un solo bloque de información! ¡increíble! Arrojan pues los hexagramas un cálculo de 4.096 situaciones humanas posibles en total dentro de un contexto y un tiempo histórico determinado (a consultar). Es el hexagrama, visto así, un lenguaje simbólico matemático y su combinación una red informática compleja, al ser este libro en su conjunto un evaluador dinámico que puede internarse en el futuro incluso a partir de las leyes del tiempo y el devenir ahí “instauradas” y comunicadas de esta forma al consultante. Es el azar, y no, no hay indeterminación para una real solución; es su lenguaje, actuando en su propia lógica como para cuando “el rigor ha tejido la madeja”, como dice Borges. Hay, casi casi, leyes ¿fijas? Que estructuran respuestas a los acontecimientos, pues la base son patrones o arquetipos. Y, consultando el “libro del Tiempo”, aclaran cualquier situación “histórica”, en lo social, en lo individual y en lo espiritual. Es justamente en el Gran Tratado o el Tuan Chuan que Wilhem hace uso de un trabajo de exégisis, nos dice allí que antiguos sabios (hace más de cinco mil años, prácticamente la misma cifra que comentábamos para las prácticas alquímicas en el mismo territorio) “penetraron con su pensamiento el orden externo de las cosas hasta el fin, y la ley de su propia interioridad hasta el núcleo más profundo, arribando a la comprensión del destino”, todo esto para ofrecernos como regalo el I Ching, una ¿fuente?, un ¿medio?...; es decir que, éste así concebido, con unas leyes “inalterables” del porvenir queda situado, evidentemente, en lo que es su propio contexto, o sea, más allá del tiempo, pues poseedor es de nexos aparentemente universales o, en resumidas cuentas, se trata simple y sencillamente de una entidad supraconciente (que está viva). De esta manera podemos concluir con El libro de las mutaciones, que el destino es un movimiento sincrónico en el tiempo, que no es lineal y que por lo tanto enlace los efectos tanto del futuro como los del pasado, y relaciona esta conexión con los grandes ciclos del acontecer cósmico. Esta programado para poder “apropiarnos” del destino; en una palabra, ya modernamente hablando, estar en posesión de éste es estar conscientes del Gran Sentido, del Tao; estar conscientes de la armonía (la “auténtica”) y ser Uno con el Universo. Y bueno, hasta aquí “la eterna escritura indescifrable” (Borges dixit). Ahora pasemos, antes de caer por agotamiento tras pergeñar este Nudo azarosamente, directamente al Desenlace.

-- DESENLACE --

Todo el planteamiento anterior no nos conduce por fuerza, pese a que todavía algunos puedan suponer que sí, a considerar de todas maneras en sus carias vertientes, “lógicamente” de un lado a la ciencia y a la tecnología --esto dentro de la globalidad de nuestros días--, y de otro lado, (a no considerar) a esa dimensión desconocida de los hechos fortuitos y lógicamente inexplicables, a lo mudable, a lo irrepetible, etc., o sea, a no quererse sopesar una “lógica ilógica” también. Que las primeras (ciencia y tecnología) --son de quienes vamos primeramente a comentar en este Desenlace, ese primer bloque ya leído—hacen hoy posible que tengamos un uso “controlado” de un azar hasta hace poco tiempo impensables de llevarse a cabo; de poderse tridimensionar algo azaroso para nuestro beneficio. Así lo que mero azar era antes hoy deja de serlo, sin tal vez nosotros darnos cabalmente cuenta de ello, es decir, pensamos (creemos que pensamos) como un hecho incontrovertible, que todo ha sido dado sin azar de por medio, sin tomársele en cuenta para nada. Y aquí cabría rescatar, dentro del campo científico, aquella idea de Popper en torno a que la ciencia progresa si se proponen (aunque algunas parezcan verdaderas locuras) hipótesis y modelos provisionales a verificar, viendo en cuanto a si son ciertos o falsos, mediante argumentos contrastados, sí, pero además hay que considerar –siguiendo su idea—que el principio de4 inducción es incapaz por sí solo de demostrar la veracidad de una ley. Y cabría igualmente observar con atención lo dicho por el filósofo materialista Engels: “Entre la inducción y la deducción existe una relación tan necesariamente estrecha como la que existe entre la síntesis y el análisis. En vez de ensalzar hasta las nubes una a costa de la otra, es necesario darle su lugar a cada una; pero tal cosa se puede lograr únicamente en caso de que no se pierda de vista la relación que existe entre ambas, que se complementan recíprocamente”. Y desde este ángulo de visión además, no se podría ver entonces tan fácil, entre dos teorías científicas por ejemplo, cuál tendría olímpicamente “la razón”, más vale dejar a un lado esos pleitos “racionales” y mejor tratar de encontrar trabajando un punto de intersección (sean la teoría de la relatividad especial y la Mecatrónica o cualesquieras otras). Y lo podemos ver también un poco “más allá”, es decir, tampoco se trataría de cientifizar lo espiritual ni de espiritualizar lo científico, sino de encontrar un punto de unión entre ambos, más que lo contrario, y finalmente un destino común entre materia y energía. Mas, esta búsqueda de puntos intermedios no es aún una realidad “real” del todo en la ciencia de nuestros días –en todavía muchos aspectos ella sigue siendo ortodoxa-- , aunque ya hoy científicos que paso a paso empiezan a cambiar las pautas preestablecidas. No se trató de ver aquí sí en teoría se ha seguido erróneamente un camino, sino más bien de que calibráramos una metodología cualificadora extraña que se ha atribuido la academia para sancionar algunos hechos de nuestra realidad (insistimos sobre “los otros”, lo que fueron injustamente “enjuiciados”, más que con severidad de muy mala fé, y exhibidos como demasiado “imaginativos”, tildados de chiflados y puestos en la lista negra de los malditos, los marginados, los condenados en la academia, tal vez por adelantados a su época; todos ellos científicos de carne y hueso y de gran talento, finalmente).Porque eso de los “juicios sumarios” no ha sido ningún “espejismo”, algo irreal, todo lo contrario (que la ciencia de algún modo también ha sabido actuar puritana y conservadoramente), Ahora que, y no es una justificante, lo que sí sabemos de cierto es que no es tan fácil dar un brinco así inesperado (como los que da todo azar), y en teoría pasar rápidamente de lo previsible a lo imprevisible, de lo determinado a lo indeterminado, etc., en los estudios y de un día para otro. Pero sí es indispensable por una parte, que prevalezca esa nueva mística entre los científicos contemporáneos –esa que ve y va más allá de su nariz—pero que así mismo se privilegie no sólo lo político-económico sino idénticamente lo ético, y por otra parte, igualmente es efectivo comentar que sabemos muy bien que la ciencia debe dejarse de engañar y engañar a los demás, dejar de ser “cómplice” en muchos de los daños causados globalmente; y lo digo no sólo por la aplicación que se hace ya desde hace rato en productos comercializados que contaminan, etc., sino simple y sencillamente por la persistente incapacidad hasta el día de hoy, no para prevenir sino para resolver, para combatir casos y/o cosas como, para ejemplificar: el salvarnos de una catástrofe (ya no provocada, como los desastres tecnológicos que han contribuido en dar al traste al medio ambiente, con un cambio climático, con un ecocidio, sino a lo natural, veámoslo con que cada vez son más y más frecuentes e intensos los huracanes, muchas las inundaciones que traen aparejadas, igualmente hay que contar por cientos los damnificados, heridos y muertos…, y así también se puede hablar acerca de los sismos, los tsunamis, etc.) . Y todo por no concebirse, desde hace mucho tiempo (no haber querido hacerlo) el lenguaje del azar. Y si contamos con que éste es inevitable e ilimitado en su recurrencia, una cultura para la protección civil tiene que comenzar por la ciencia, que no se puede seguir viviendo por siempre haciendo la obra de caridad para los necesitados, para las víctimas siniestradas, porque además a la larga es más que seguro que la gente se acostumbre, se habitúe a verlo ajeno, como si nada, a cualquier desastre de los que ocurren a diario en algún punto del planeta. No obstante, decíamos, es algo bueno el que comiencen a darse cuenta, aunque lentamente los hacedores de las ciencias y de las técnicas, que por sí solas ellas no pueden responder a todo como se ha venido implementando las cosas. Y ello sin estar hablando en términos políticos sino estrictamente de análisis teórico. Son los límites auto impuestos (la camisa de fuerza) por la academia, los que han hecho que permee una intoxicación intelectual entre muchos de sus miembros, y al parecer, por querer racionalizar todo el estado de cosas universales de una sola y muy cuadrada manera. Y llegados a este punto en el terreno científico, sería un obligado, un necesario debe y haber, que ha de realizar la misma ciencia, en donde se requeriría tener muy presente ya no el “tiempo perdido” sino a las múltiples voces que en su momento fueron acalladas sin razón (que al ser de justicia histórica hacerlo es, lo mismo de aprendizaje moral e intelectual). Y muy probablemente el balance final nos arrojaría un resultado fatal, el de que la ciencia no ha evolucionado, en términos reales, favorablemente del todo y en su conjunto porque no lo ha hecho ni sabia ni sanamente con la lógica enteramente positivista. Y es más que factible que, los señalamientos para un viable cambio de rumbo, tras esta preocupante radiografía, digan que no se puede fallar así porque sí, precisamente en contra de ese conocimiento de lo llamado “irracional”. Y un apunte final en cuanto a lo que correspondería al comenta este primer bloque señalado (el Tema) antes de proseguir con lo tocante al segundo, sabemos que hace un buen rato ya –la historia de la ciencia moderna así nos lo confirma—que la razón ha podido ir por un lado y la espiritualidad por otro, habría entonces que pensar seriamente en dejar de una vez por todas esa guerra a muerte declarada entre ambas a estas fechas y buscar mejor los puntos en que se crucen, liberándose las ataduras. Y si no véase que existe un dato curioso que todos conocemos, y es el de que cada vez son más los científicos y técnicos que dan públicamente a conocer sus rasgos espirituales o creencias sin menoscabo o demérito a su labor o interés en la ciencia. Y bueno, de esta manera terminamos nuestros comentarios en lo que atañe a ese primer bloque (el Tema) en este Desenlace. Ahora nos preguntaremos refiriéndonos entonces al Nudo, ¿qué mayor libertad puede haber que la que tiene el azar? En efecto, dentro de nuestra lógica de las cosas el “azar” goza de una total y saludable libertad de movimiento, en tanto que el “no azar” está sujeto por la cientificidad a ser siempre verificado como tal. Aun cuando en el plano espacio-temporal (no hay noticia en contra) puede que no existan realmente el uno sin el otro; que no estén “realmente” separados, que estén interconectados, se pudiera decir así. Entonces, si la aparición del azar es impredecible, y esto lo sabe cualquier estadígrafo, quiere ello decir que solamente es un lenguaje indeterminado expresado o no expresado; pero lo que no se puede medir estadísticamente hablando, lo que la probabilística no nos dice (porque no lo puede saber en esta forma) es, si en una situación acaecida será oportuna o inoportuna su llegada (sea pues, en términos de oportunidad –“la conciencia del tiempo”-- esa su aparición) en un acontecimiento dado. Su presentación es, o creemos que es, directa; mas, al no haber causa-efecto aparente, ese acontecer situacional tuvo un origen indirecto en “realidad” y , sin embargo, incide en ocasiones definitivamente en “una existencia”. Así tenemos que, cuando se llega a perder a quien más se ama, decíamos anteriormente, tenemos que considerar en el planteamiento la bifurcación de caminos, considerar a un azar en tránsito, y entonces pudiesen ser varias las posibilidades a tener presentes: este perder es, ¿cuando se distancia o se aleja lo que más se ama? O, ¿Cuándo somos nosotros quienes nos alejamos? O, ¿Cuándo se llega a odiar lo que más se ama? O incluso, ¿Cuándo se llega a matar por (o lo) que más amamos?... Y así seguiríamos, lo que daría muy probablemente un largo etcétera. Nada sencillo de contabilizar (?), de intentar comprender al infinito. Y he aquí la verdadera problemática del azar (su casi verdadero rostro), representada aquí sólo para una situación determinada (además de no contar con que cada cabeza es un mundo; por lo que no hay de donde agarrarse tan “lógicamente”). Y Borges ha dicho, “la firme trama es de incesante hierro”. Así que, si entendemos por un lado que el ser humano no es una simple “maquinaria relojera” (puesto que tenemos emociones, sentimientos, además de lo cerebral), sino que en su defecto es, como construcción neurobiológica en todo caso, una “máquina” inteligente y mucho más compleja que una supercomputadora de lo más inteligente de cualquier generación hasta hoy; a no ser que estuviesen conectadas a nosotros, y no al revés; y, por otro lado, ya dijimos acerca de lo dicho por Einstein, que no creía que Dios estuviera jugando a los dados con el planeta, ¿cierto?, ¿lo recuerdan?, pues sí, porque si concibiéramos que el azar es un juego, lo tendríamos que considerar sin duda, como un albur muy, pero muy serio. Y si contamos con que el azar es inevitable e ilimitado como ya hemos visto de alguna manera, entonces siempre habrá: con el infortunio, por un lado, quebrantos y sinsabores; y con la fortuna, por otro lado, alegrías y felicidad. Y será en el modo de conducirse en la vida ante ello, donde está la solución. Y en esta azarosa inteligencia podemos decir cosas como ésta; que el ir empeorando como vamos, por ejemplo socialmente hablando, no significa necesariamente ir para atrás, que nunca será suficiente retroceso el empeoramiento, porque éste puede catapultarnos a un gran avance, puede más bien representar la presente situación entonces, una enorme oportunidad que se nos abre para cultivar en muchos de los terrenos no cultivados hasta hoy, como los seres humanos culturales que somos (que valga la redundancia), como homo sapiens- sapiens de a deveras, como la especie que pretendemos conformar, pues. Mas no se piense tampoco nada más en lo cultural, en lo mental, no se intente caer en incongruencia o contradicción, piénsese igual en lo material; por eso es nudo. Veamos un ejemplo de cómo actúa el destino; verbi gratia: los monjes tibetanos lo habían resuelto (lo material) a su manera (y por todos es conocida la forma) y les funcionó una eternidad hasta que el régimen comunista chino los orillaba a trabajar para contribuir en la producción material de la nación, y al negarse y posteriormente exiliarse en otro país, ahora han tenido que comercializarse como lo que actualmente “son” para subsistir, o sea, se han convertido en un producto de consumo más en el gran mercado occidental, con giras por “este mundo” para conferencias, audicionar en vivo ritualmente, ya para programas de televisión, etc. (y sin tener que entrar en política, se entiende por eso que China está, materialmente donde está hoy, y los monjes tibetanos materialmente donde están; y ambos se encuentran en mayor o menor medida, espiritualmente afectados). Y si bien el acto material primario (aunque no sucede sólo en nuestra especie) es económico (puesto que hay que comer, hay que procurarse el alimento), aun así este acto no llena en nuestros días todas nuestras expectativas de vida (de otro lado, por todas partes se bota comida con tal de que suba su precio, por ejemplo). ¿Qué hacer para que se dé un nuevo orden económico internacional que pudiese mover al planeta en otra dirección muy distinta a la actual (ya no más como una economía preocupada en la acumulación neta del capital nada más), que cambiase el modus vivendi, o más bien su modo de operar en toda la población mundial, en torno a una economía verdaderamente de bienestar y ya no más consumista? Al parecer es menester que ese orden no sólo se funde, sino que además se sustente tanto en una ciencia como en una técnica mutantes (como motor de ese cambio económico) y que ya no más la producción esté bajo el yugo tasante del mundo financiero. Los neofactores productivos de esta era “postmoderna” están creando nuevos agentes económicos sustentados en la ciencia y en la técnica precisamente. Y estas incipientes relaciones de producción tecnologizadas podrían conseguir un profundo giro en las relaciones económicas, cuando esas transformaciones igualmente de la ciencia y de la técnica (de darse de una buena manera, porque sabemos que, una investigación se está llevando a cabo sí y sólo sí, cuando ella es redituable en metálico, es decir, que se persiga un resultado final coherente con esa inversión del mercado que le dio impulso y a la que debe de regresar –amén de que sí obtienen todo el presupuesto del mundo para la investigación las disciplinas en boga--; estamos hablando pues, de una lenta aunque progresiva mercantilización, que va invadiendo poco a poco a la ciencia aplicada; esto es para bien, si sirve para el bien común justamente, y sin embargo, también puede ser para mal, si privilegia una mayor concentración económica en base al conocimiento científico y/o bien, a desarrollar fórmulas y prácticas científico-oligopólicas) que se ha ido dando precisamente –esos cambios en la ciencia y en la técnica—por estar en relación directa en estos últimos años a esa planta productiva tecnologizada (exactamente cerramos el círculo) ya instalada (aunque se dice que aún por “instaurarse” legal y éticamente algunas de ellas, como es el caso de los transgénicos, decimos por ser el caso más popularmente conocido), es una relación en espiral entre la ciencia, la tecnología y la economía que tiende a fundirse (ya no se sabe quién jala a quién). De donde tendríamos entonces que de no ocurrir (¿concurrir?) una planeación y una ejecución de modificaciones económicas estructurales importantes a corto y mediano plazos para ello, para beneficiar el desarrollo científico y la nueva planta productiva o a la nueva planta productiva y al desarrollo científico que ya son prácticamente una y la misma cosa. Porque ya no se pueden esperar más crisis recurrente (¿prefabricadas?) bajo el sistema decadentemente imperante de acciones de mercado sobre la producción, que merma, que socava la puesta en marcha de una base productiva global (otro sistema, pues) que permita tener garantizado el alimento a la comunidad mundial (¿o será mejor irnos a colonizar otro planeta?). ¿Surgirá “otro más” neocapitalismo en Occidente? ¿Vendrá una economía social global? (aunque de todos modos es una visión muy corta en verdad, hablar, en términos ideológicos, por todavía un socialismo o un capitalismo). A ciencia cierta no sabemos que ocurra, pero sí sabemos que será necesario un reaprendizaje de vida. Pero aquí la pregunta es, ¿la ciencia y la técnica, desde el punto de vista teórico serían, sin los requeridos cambios económicos más creativas? y, tendrían mucha mayor libertad para investigar? Y las respuestas probables serían, sí, si se tienen en cuenta por una parte, cambios económicos y, por otra, una mayor presencia del azar (“controlado” y no), respectivamente. Y bueno, aquí no cabe aquello que algunos dirían, de que no se debería “culpar” igual en esto a la investigación científica que se hace con exiguos presupuestos estatales en el “mundo en desarrollo”, comparada a la que desarrolla el “primer mundo”; esta última investigación además, por muy abarcante que pretendiera ser, no lo puede todo. Así es, pues como diría Fort: “Las evidencias de culpabilidad son, por ejemplo, evidencias igualmente convincentes de inocencia”; ello es así, si tomamos en cuenta el enfoque de que cada significación es contigua de todas las demás; intermediación pues. De modo que sin querer hallar culpables específicos, todos sin embargo han puesto ya su granito de arena de todas maneras en nuevos edificios científico-económicos, teórico-mercantiles (pero si no llegasen a cambiar las cosas para bien…). Y, pasando a otra cosa, bueno será también, que pasemos a comentar aunque sea vuelo de pájaro, cómo le va en la sociedad de la información nuestra de cada día al internauta letrado, ello ante un constante flujo escritural a gran escala, sin una mayor elaboración textual de lo mínimo establecido en su mayoría, entendido en ese afán de esquematizar tanto nuestro conocimiento de las cosas (… que la gente ya no tiene tiempo para leer) que se vuelve superficial casi todo lo tocado; pues bien, esta clase de usuario culto, estudioso, dentro de la red de redes, para el caso un navegante científico, es parte, sí, pero sólo parte, de la tecnocultura (pues hemos de argüir que ésta no puede aplicar, al menos no en sentido estricto todavía, a todos por igual), y es que así como hay una joven generación completamente tecnocultural ya, en base a la construcción de un mundo de soporte electrónico, también hay esos otros, los que persiguen no ese fin en sí mismo, sino privilegian todavía los contenidos de los temas societarios y de las humanidades, antes que lo meramente informático. Así, no obstante siendo internet una fórmula ideal en nuestros días, pues es el más eficaz vehículo para una mayor y mejor distribución social del conocimiento, hay quienes aún se atreven a elevar una suerte de “condena inquisitorial” al mismo para sus trabajos, cuando el verdadero obstáculo a salvar en todo caso, para plasmar pensamientos críticos y reflexivos por dicho conducto es, precisamente (y esto es a mi entender), el “bajar” urgentemente a la ciencia de su pedestal discursivo casi “declamatorio” en su lógica, para acceder a “humanizar” un incuantificable número de cibernautas. Y en este sentido hablo no únicamente para un periodismo científico que dé cuenta del quehacer que así viene cubriendo (pero ahora digitalizadamente), por caso, sino también y cada vez más urgentemente, debe estar presente idénticamente el cambiar el lenguaje erudito, sesudo (“cerrado a” e “incomunicativo a los demás”) utilizado por el mísmisimo científico (e-book). Y podemos aventurar lo siguiente: de la hoy muy elaborada literatura científica en papel, ésta irá poco a poco apareciendo (como sucede en el post arte con fusiones de géneros y/o también novedosas creaciones) en ella, en esta escritura otras formas “literarias” científicas (o algo semejante) pero en pantalla visual. Piénsese si no, en el empleo de sólo un par de palabras (sólo tal vez dos, o una) que vayan acompañadas por un pseudo dibujo o pseudo diagrama y que prácticamente ello dijera toda una parrafada, una muy completa oración: lo cual sería debido al predominio del lenguaje gráfico imperante. Es evidente, ideogramas quizás –tal como es el idioma japonés—permitirían una mayor extensión en pantalla posibilitando el acceso al discurso en un lenguaje aún más plástico (que todo lenguaje tiene su plasticidad), sintetizado y no. Y, desde luego, éste aparecerá sin arreglo a academia lingüística alguna, puesto que es perteneciente al mundo virtual y sus reglas un lenguaje así. Y especulando un tanto, podríamos decir que serán las interconexiones neurolingüísticas (o ¿intraconexiones?) las que harán posible que un neocreador “sea guiado” en el cultivo del azar cuando, es un decir, se puedan formar por ejemplo, escritores en serie (suponiendo en funcionamiento un amplio campo de su red neuronal para entonces) o, tal vez decir ¿cyborescritores? Serán generaciones futuras que generosamente comprenderán que no era posible en este “bárbaro” mundo nuestro el hacer ocurrir o concurrir azares “controlados” aún bajo un equilibrio materia-energía, virtualizadamente; y para dicha generación fácil de programación. Pero por lo pronto, “volviendo” al presente, diremos que no es indispensable sacar estadísticas ni promedios porcentuales ni nada parecido en cada obra realizada individual o colectivamente, o en un conjunto de quehaceres, por ejemplo artísticos, creativos en general, intentando descifrar el instinto, la intuición, el sentimiento, el sentido común, la intención, etc. (que somos sentido y materia), o sea, referimos al don, el “duende” del azar, el que impera en las estéticas, las poéticas, los postulados, etc., no en las novelas rosa, y sí también en algunos tratados científicos o tecnológicos. Las “sinrazones” haciéndose patentes. ¿Cómo no reconocer la importancia del azar? Este está presente, por ejemplo, tanto en el sueño, como en la astrología, en el arte abstracto, o en los mitos, tanto como en la Poesía (con “p” mayúscula), etc., es decir, son estas algunas expresiones suyas; y es por que en estos casos llegamos a distinguir lo siguiente: que la materia de los sueños, la astrología, el arte abstracto, los mitos, o la de la Poesía, no es otra cosa más que una “materialización” de su lógica. Es más, y ya para concluir, aun la escritura misma de esta reflexión a ello obedece. Fue el azar “controlado” precisamente el que la originó e hizo posible su desarrollo (en otra ocasión, si el azar nos lo permite, hablaremos de él, de cómo opera en la escritura (?)). Aclarando entonces que esta es pues una somera y aleatoria interpretación de él, del azar; en otras palabras, una aproximación nada más, una de tantas que puede haber del mismo “por azares del destino”. Por eso, no se lo tomen lógicamente tan en serio, tómenselo más como un juego, es decir sabiamente, y tampoco se cran nada de todo esto, mejor reflexiónenlo, o sea, hagan un razonamiento espiritualizadamente , pero suponiendo que son ustedes gente espiritualmente razonable, pues recordarán como dijimos al iniciar todo este más bien escudriñamiento, acerca de que participaran como con un algo más vital que solamente con una cerebral y común lectura más.
Por último y ya para rematar diré que este escrito no da la sensación de ser como un vaso, es un vaso; uno que puede estar medio lleno o medio vacío o, puede que no esté ni medio lleno ni medio vacío en su contenido. Sea como sea, cuando menos ilustrativamente azarosa la reflexión –ahora ilógicamente me “creeré” yo—sí lo fue (¿finis coronat opus?).

¿ -FIN- ?

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