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lunes, julio 12, 2010

Ignacio García: Me vestí de silencio




ME VESTÍ DE SILENCIO
Ignacio García

Fue hace ya más de dos décadas que en el Taller de Literatura, instalado en la Casa Salvador Díaz Mirón, en una de las mesas, nos hacinábamos quienes escribíamos poesía para compartir nuestros versos, visiones, sueños, imaginerías y demás. La mayoría de los asistentes éramos jóvenes y Antonia Martínez Woolf (Toñita, para todos) parecía desentonar tanto en su apariencia como estilo para plasmar sus versos. Pero eso era solamente hasta que atravesaba el umbral de la Casa; siempre con sus carpetas bajo el brazo, una sonrisa radiante y el ánimo siempre dispuesto para aprender más de otros, leer sus propios poemas (lo que le extasiaba) o sugerir alguna tarea (ya atrapada por ella) para la próxima semana.

La poesía absorbía a Toña. El estar allí era su deleite; el ausentarse, un regresar a su rutina y urdir línea tras línea algún verso, su modo de vivir, describir el mundo, asirlo, evitar que desapareciera, para aparecerse siempre el próximo sábado con nuevos y variados versos. Llegada a la mesa, esperaba con paciencia su turno para leer. Venía luego ese tono pausado, rítmico, lejano, casi vacío, y sobre todas las cosas, fabricado de silencios –lo que en poesía parece ser irónico.

Le fascinaba hablar del silencio citadino, de la ausencia de ruido en casa, el tañir de las campanas que nadie oía; era como decir a quienes la escuchábamos: “expresen lo que siento sin palabras / den figura a mi espíritu / y digan como soy en el silencio

Por alguna u otra razón (bueno, sí hubo una razón de esas burocráticas: “por falta de presupuesto”, aun cuando a los coordinadores ni se nos pagaba) el Taller cerró y dejé de frecuentar a Toña. Esporádicamente la leía yo en PALOMAS MENSAJERAS; siempre con ese tono silencioso que acostumbraba, como si su consigna de vivir, fuera ese verso de Alberto Escudero que dice: “La vida es lo contrario del silencio,/ pero el silencio es uno de los elementos de la vida”. Al acabar de leerla en esas páginas, quedaba en mí la sensación de haberla oído decir: “El mensaje de estas palomas no son las letras no es el vuelo, es el silencio…”
Hace unos dos meses, recibí un llamado de Clara Loyo, su hermana, junto con un anexo que contenía una decena de poemas que deseaban publicar, pero no sin antes –le había dicho Toña—les diera yo el visto bueno (todo un honor). Los poemas habían sido escritos en esos últimos días cuando Toña comenzó a decirse ella misma que ya no tenía qué decir (si bien, en su interior, ella sabía –a la manera de Borges—que la poesía es un laberinto infinito).

Al leer este puñado de poemas me di cuenta que el universo de Toña había invertido de lugar, de ángulo, de movimiento, jamás de ese “juego a escondidas” que ahora ella, en el mero centro de su habitación comenzó a crear. Desde algún escondrijo de su casa, sentada a su mecedora, caminando por los pasillos. Toña iba atrapando de forma hermética y bella cada una de las cosas que se le atravesaban por los ojos: plantas, gatos, tejados, lluvias y brisa, un amanecer , el golpe del silencio, una jarra azul, polvos de arroz y, sobre todo, ese cuerpo de tiempo que todo lo envolvía en un capullo sideral que más pronto que antes devendría metamorfosis y con ello el juego silencioso de una mariposa cuyas alas (sin sonido alguno) serían lo último que ella viera.

Unos días después de la llamada de Clara, Toñita y yo nos encontramos físicamente por última vez. Su mirada y sonrisa no habían sido borradas por el tiempo. Su resignación a ese descanso que ya no abre los ojos, era estoico: esperaba el fin como se espera el punto final del más grande de sus poemas. Me recitó algunos de sus versos con el mismo entusiasmo que lo hacía en aquella vieja mesa de nuestro Taller. Yo, con los ojos cerrados y la insistencia anímica y cierta de que nos encontrábamos en aquel antiguo edificio, y oyendo a Toña recitar: “Arena y sal ( ruta sensual de olas: / yo frente al mar. Al fin de este principio / iniciaré el principio de otro final”.

Cuando nos despedimos de mano, nos miramos a los ojos con un dejo de complicidad: el ala de nuestra mutua poesía no dio oportunidad más que a hablar ese lenguaje por nosotros entendido: el silencio. Yo sabía que, la volviera a ver o no, su voz –muy conocida por pocos pues no fue de las que hizo fila ni antesala para exhibirse—iría conmigo para decirme: ¡Hey, Ignacio “Vuelvo a vivir / tono a ser siempre / entre las luces del amanecer / al terminar la noche (…) Después de eso, habitamos el espacio / pero nadie nos ve, /…Y seguimos.
girando
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Como bien afirma su hermano Luis, Toñita era rebelde, no sé si en todo, pero en tratándose de poesía jamás se arrodilló ante nadie para dar a conocer su obra, que, ciertamente, abarca el centenar de poemas. Y está bien. La poesía no requiere de mecenas pasajeros ni funcionarios oportunistas; lo que requiere o podría reequerir, ya Toña se lo llevó con ella. Por lo mismo, la poeta se visitió de silencio para que nadie la oyera.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Nacho por reunir, por reunirnos en la lectura nuevamente en torno a Toñita. La poesía vive en el puerto, nos hace vivir, tiene la vida que conocemos los que nos leemos entre nosotros y que queremos compartir en comunidad, comunidad a la que nos debemos como ciudadanos. Toñita seguirá viviendo entre nosotros a través del recuerdo de su trato humano, a través de sus poemas que ya son parte del arte y la cultura porteña.
Un abrazo sentido para su familia y para ti.
Manolo Salinas.

Anónimo dijo...

Lamento mucho enterarme del fallecimiento de Toñita, me tocó convivir con ella y en algún momento visitarla en su casa para recoger algunas colaboraciones, no sé si para Galeón, el Tranvía, o Sólo para intelectuales, no recuerdo...pudo haber sido para las tres publicaciones. En verdad, me conmueve enterarme y gusto saber también que hasta el final estuvo escribiendo con ese entusiasmo e ímpetu que pocos tienen. Un abrazo a sus hermanos y amigos

Juan Joaquín Péreztejada

Anónimo dijo...

Antonia se encontraba con Jesús en la entrada de la casa Salvador Díaz Mirón aquella tarde que fui por primera vez al taller de Nacho, el sonido de su voz cálida, amistosa, llena de energía me llamo mucho la atención y me animo a quedarme; ella escribía por la más autentica de las razones, porque nacía de ella escribir.
Esa misma energía y amor la conservaba para hablar de su hija y sus nietas; la vi hace poco en una lectura en el IVEC, me alegro ahora entre el bullicio de la gente haberme acercado a ella a platicar, a volver a escuchar su voz. Mis condolencias para su familia, ojalá su hija quisiera publicar un libro con sus poemas que la mayoría merece conocer.
Mary Carmen Gerardo