De libros
Colección
Bicentenario-Centenario
CONACULTA – INSTITUTO VERACRUZANO DE CULTURA
Jaime Velázquez
INTRODUCCIÓN
A Sergio Villasana Delfín
A Mariana Hernández Jalil
De manos a ojos, triunfo de los libros
América Latina ha dado cabida en la primera década del siglo, en su inquieto transcurrir, a los festejos de sus jornadas independentistas. En una palabra, hemos tenido en nuestros pensamientos doscientos años de avances y retrocesos, incontables guerras, muertes, nacimientos y mucho que celebrar.
En México agregamos además una fiesta más, la de la Revolución , que está cumpliendo cien años. En México las librerías mostraron el entusiasmo de autores que se propusieron volver a contar la historia y la biografía de hechos y protagonistas principales, sin aportar nuevos puntos de vista. Algunos novelistas sí exhumaron a héroes desconocidos. Hubo un programa oficial en la televisión cultural de la capital (canales 11 y 22) que dio a conocer a especialistas muy aplaudidos y a otros, ignorados, provenientes de ciudades que no poseen micrófonos de mayor alcance.
Y en el puerto de Veracruz hubo algarabía, pues, además de las ceremonias convencionales, se publicaron libros de poesía, narrativa, dramaturgia, crónica, crítica literaria. ¿Los autores? Veracruzanos, aunque la convocatoria incluyó a autores de otras partes, que hicieron acto de presencia.
Hay que caracterizar aún más esta Colección. La convocatoria fue abierta a los autores en febrero del 2010 por el director general del Instituto Veracruzano de Cultura, Sergio Villasana Delfín, y hubo quienes pensaron, como yo mismo, que no iban a salir más de unos cuantos libros, dado que debían estar impresos para septiembre. Los primeros títulos empezaron a circular en agosto y los últimos aparecieron en noviembre.
La labor de Mariana Hernández Jalil fue notablemente exitosa, con todo y la complejidad del proceso. En esos meses se hizo cargo además de la organización y funcionamiento sin tropiezos del I Encuentro Latinoamericano de Poesía Veracruz 2010, en el mes de junio, en el que participaron 50 poetas de primer nivel, 17 latinoamericanos, 12 mexicanos y 20 veracruzanos. Estos datos fueron publicados en la revista Lectorum, edición especial del Bicentenario-Centenario, dirigida por Hernández Jalil: estuvieron leyendo poemas en la ciudad de Veracruz cinco académicos de la lengua española de diferentes países, 22 poetas que han sido distinguidos con premios, 24 con más de doce libros publicados, 19 de ellos profesores universitarios y un agregado cultural.
Ayudó en el proceso editorial lo modesto de la Colección. Todos los libros tienen el mismo sobrio diseño de portada y la respuesta de los autores fue inmediata. A través de Internet se estuvieron enviando originales y se recibieron pruebas a la velocidad de la luz y de la disposición de los escritores. Uno de los impresores está en Coatzacoalcos, ciudad distante del puerto de Veracruz cuatro o cinco horas por carretera y los autores residen en diferentes lugares de la alargada geografía veracruzana, del norte al sur del golfo de México.
La actividad literaria de una región presenta altibajos. Hay autores con una sólida formación al tiempo que hay recién llegados a alguna de las tradiciones, con atavismos, diría César Fernández Moreno.
Un piloto aviador retirado, Raúl Márquez Martínez, dejó al morir en diciembre de 2009 un repaso histórico de su ciudad natal, Tlacotalpan, poblado a la orilla del río Papaloapan, que detuvo su prosperidad desde fines del siglo XIX y que sufrió, una vez más en el verano de 2010, severas inundaciones. En el último tramo de su vida, ya abuelo, Márquez Martínez fue un reconocido decimista y promotor de la décima, tal como se conserva y práctica en el Caribe y diversos países, y ahora lo podemos leer como cronista. En su libro encontramos noticias de geografía e historia de Tlacotalpan, cuna de connotados personajes cuyos descendientes ahora viven en el puerto de Veracruz, así como retratos escritos de quienes fueron vecinos en tiempos pasados, descripciones de escuelas, mercados, de corridas de toros, costumbres, etc.
Para otros autores la Colección representó un libro más en su labor, como son los casos de Carla García, Jesús Garrido, Jorge Hernández Utrera, Mary Carmen Gerardo, Armando Torres, Juan Cordero.
Destaco los libros de Marianhe Jalil, quien escribe delicados poemas de amor, y Roberto Arizmendi, poeta de Aguascalientes, cuyos poemas fueron traducidos al maya por Jorge Cocom Pech, al zapoteco por Gabriel Sánchez y Martín Fuentes y al náhuatl por Sixto Cabrera, poeta del que también fue publicado un libro en edición bilingüe con el título Polen de luz. El náhuatl es su lengua materna y cabe mencionar que la versión actual de la Constitución Política de México acaba de ser traducida a esta lengua, con el fin de ayudar en su preservación, dicen los diputados que tuvieron esta iniciativa. Otra escritora de lengua indígena publicada es Judith Santopietro.
Un libro notable es el de Gabriel Fuster, Polo Club. El Oriente que descubrió Tablada y que embelesó a Maples Arce es traído por Fuster como postales que muestran con desenfado la posibilidad de desarmar toda máquina cultural, aun las más lejanas. Fuster tiene veinte años de labor literaria. Es sobre todo un narrador fuera de serie.
Animalias, de Juan Díaz (seudónimo), es un libro de vanguardia. El autor, después de terminar la carrera de Psicología y de trabajar en librerías de la zona central de México (Guanajuato y Aguascalientes) regresó al puerto para volver a salir unos meses después, ahora a Guadalajara, donde abrió un taller literario. Quizás su trato con escritores de esas ciudades le llevó al logro de un libro extraordinario, novedoso, fresco, atrevido. El deseo de darle palabras al erotismo a menudo se estrella con muros altos y ásperos. Juan Díaz consiguió en Animalias un gran acierto poético, encontró el ingrediente que suele faltar, algo quizás cercano que dejamos escapar. ¿Amor? Sí, o dulzura, algo que terminaremos de precisar en una segunda lectura.
Para Martha Elsa Durazzo la Colección representó el momento de reunir narraciones que tenía dispersas en periódicos, revistas y libros antológicos. En Consume lo que Veracruz produce, un slogan que sonó mucho hace unos años, incluyó una novela corta, “¡Viva el sindicato!”, y cuentos brevísimos.
Arte y ensayo son una buena pareja en los trabajos de Ivonne Moreno, que además de crítica es poeta, y de Manuel Salinas, fotógrafo, poeta y estudioso del arte veracruzano. Moreno se ocupa de mujeres creadoras y de Veracruz como “veta artística”. Salinas sigue puliendo su monumental obra histórica El desarrollo de la plástica en Veracruz.
En la novela, Miguel Salvador sigue impresionando por sus acercamientos a pasajes relevantes de la vida en el puerto de Veracruz. Paraíso de locos es su segunda novela publicada y la tercera está a punto de salir de la imprenta. Presidente fundador de una asociación de cronistas, en esta novela revive desde una perspectiva insólita los pormenores de un movimiento de inquilinos que puso de cabeza a los porteños en los años treinta del siglo pasado y superó a José Mancisidor, que escribió sobre el tema en la novela La ciudad roja, vuelta a publicar por el Gobierno del Estado de Veracruz en el tomo II de las obras completas de este autor en 1978.
El libro de Jorge Alberto González, Personajes y perfiles, recupera las entrevistas (hay un volumen anterior y otro a punto de ser lanzado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en la capital de México) que ha realizado para el periódico Imagen de Veracruz. En sus páginas resuenan no sólo las opiniones de artistas y promotores culturales que repasan la intensa actividad que ha tenido lugar en los años recientes en la ciudad de Veracruz. Ya se sabe: buscar, interrogar, interesarse en el arte y la literatura, en asuntos que parecen no ser noticia. Jorge Alberto González ha contribuido a darle al arte el lugar donde la sociedad puede valorarlo y, lo más importante, apoyarlo.
Concluyo esta ojeada a la Colección con la antología de poetas latinoamericanos. Invitados por el Instituto Veracruzano de Cultura en junio, poetas de varios países acudieron al puerto de Veracruz para compartir lecturas y conversaciones. Igual que en la colección Bicentenario-Centenario, hombres y mujeres de edades muy diversas y con puntos de partida múltiples en sus vidas profesionales, los poetas participantes nos dejaron un presente valiosísimo, sus voces al leer sus obras y la impronta de su afecto por México y por América Latina.
Las presentaciones en el puerto han propiciado la relación de poetas de otros lugares con sus pares, como es el caso de Carolina Valerio, de Orizaba, y Mariangel Gasca, de Agua Dulce. Están más cercanos ahora escritores de Xalapa, Córdoba, Orizaba, Papantla, Soledad Atzompa… Incluso un inmigrante, Saúl Ibargoyen, uruguayo avecindado en la ciudad de México. Desde septiembre, los libros de esta colección han estado llegando a los lectores.* Y los autores van recibiendo señales de que, una vez más, el solitario trabajo de escribir confluye con el solitario trabajo de leer, bienes sociales útiles sin duda, que no son nada si no hay inversión privada en el negocio del libro, que todavía lo es cuando una persona entusiasta lo dirige.
Es posible que de lo invertido en la celebración del Bicentenario-Centenario en el estado de Veracruz lo más importante sea la colección de libros que anda por todos lados luchando contra el desinterés rampante.
La plástica según Salinas
Profesor durante casi treinta años en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana y más de treinta en el Instituto Tecnológico de Veracruz, fotógrafo, poeta, Manuel Salinas presentó en el Museo de la Ciudad un disco multimedia sobre artistas veracruzanos en 2005. Dos años después supimos de una segunda edición y lo celebramos en el Cevart (Conaculta-Ivec). En 2010 lo tenemos en libro, en la Colección Bicentenario-Centenario Conaculta-Ivec: El desarrollo de la plástica en la ciudad de Veracruz.
El antecedente más cercano que recordamos es el libro Expresión plástica. 35 artistas de Veracruz (Gobierno del Estado), de 1995, que recoge diversas opiniones sobre artistas y obras, y Los caminos de la forma y del volumen (Ivec), 1996, editado por Carmen Díaz Rivera y que incluye a 22 autores.
¿Prontuario, guía, catálogo? Cincuenta artistas y cuatro o más reproducciones de las obras de cada uno. Manuel Salinas ha invertido muchos años en este estudio, una colección personal; ha hecho entrevistas, ha fotografiado a autores y obras, ha escrito ensayos y comentarios para periódicos, revistas, galerías y para este nuevo libro que celebra esta atmósfera de nuestra historia.
Por edades, los artistas veracruzanos componen tres grupos: de 70 a 79 años, de 52 a 64 años, de 30 a 50 años. El mayor de los incluidos tiene 82 años y los menores, dos jóvenes, tienen 27 y 28 años.
Hay un hueco notorio en la selección, artistas que tendrían entre 65 y 69 años. ¿No hay, no fueron localizados? Hay que decir que once personas no declararon fecha de nacimiento. La estadística es la siguiente: nacidos en la ciudad de Veracruz, 21; en Veracruz estado, 17; en otros estados, 8; en el D.F., 5; seis no declararon lugar de nacimiento. De Veracruz estado las poblaciones de origen son: Córdoba, Xalapa, Orizaba, Otatitlán, Poza Rica, San Rafael, Tierra Blanca, Tlacotalpan. De otros estados son: Baja California, Chihuahua, Coahuila, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Tabasco, Zacatecas. Una pintora, Cassandra Roberts, nació en Singapur.
Aquí faltaría saber a qué edad dejaron sus lugares de nacimiento, desde cuándo radican en Veracruz, cuánto tiempo llevan viviendo aquí. Y muy exigentes seríamos si tratáramos de conocer los motivos de sus traslados.
Resaltamos el trabajo de Ida Rodríguez Prampolini sobre el arte mexicano en el siglo XIX en tres volúmenes, de 1964 (2a. ed., 1997). Salinas retoma algo de lo que escribió Rita Eder al respecto: entre 1958 y 1960, Rodríguez Prampolini “concurría diariamente a los gélidos espacios de la hemeroteca”, “pasaba largas horas revisando el material y transcribiendo a pluma el equivalente de tres tomos impresos”.
Los artistas
Moisés Avendaño, bisagra entre generaciones (nació en 1940), talla madera, como Víctor Manuel Mendoza. Avendaño empezó a exponer en 1994 y Mendoza apenas el año pasado en Xalapa y en Casa Principal, aunque lleva mucho tiempo trabajando. Avendaño ha expuesto en Xalapa y en el DF. La cuestión que entonces surge es sobre las dificultades que los artistas tienen para mostrar sus obras. Mover las pesadas piezas que trabajan no es sencillo, ni barato, por lo que parece necesario buscar alternativas de exhibición.
Al leer las fichas de los artistas seleccionados por Manuel Salinas, en cuanto a exposiciones individuales y colectivas, sobresale una aceptable atención de la oferta. No hay datos sobre la demanda: ¿cuántos cuadros o piezas venden al año?
En cuanto a la difusión fuera de la ciudad, los artistas exponen en Xalapa y en el D.F., a veces en otros estados y muy poco en el extranjero.
Por cercanía, Estados Unidos, y en especial Texas, son lugares favorables al arte veracruzano y sin embargo Canadá es un país más receptivo. Hay interés por Cuba y España como destinos pero no hay un flujo internacional establecido y más bien queda la impresión de que se trata de relaciones casuales. Este año varios artistas veracruzanos fueron recibidos en Holanda, por gestiones del Ivec y el Colectivo Múcar, y artistas holandeses estuvieron en la ciudad de Veracruz.
Podríamos asegurar que hacen falta agentes comerciales que se interesen por el arte veracruzano, pero surge una enorme pregunta: ¿qué pasa con los artistas de otros países y con el mercado del arte? Es difícil creer que en otros países no hay artistas y que los compradores y el público esté ávido de abrir galerías y museos para los veracruzanos. Hace falta movilidad y publicidad.
Si entre el libro Expresión plástica y este de Manuel Salinas pasaron quince años; si la investigación de Rodríguez Prampolini sobre la crítica de arte en México en el siglo XIX tardó más de treinta años en volver a ser publicado; si otros libros, como los de Justino Fernández, de Manuel Toussaint y otros han necesitado de toda una vida para producirse, ¿cuánto tiempo debe pasar para que en la ciudad de Veracruz haya crítica de arte?, aparte de la labor de Ivonne Moreno y Manuel Salinas, que no sean comentarios fugaces, y monografías sobre los autores, tesis, todo lo que son los cimientos del reconocimiento público de los artistas y, sobre todo, de nuestro tiempo?
El que sea, no se me ocurre otra solución que insistir: ¡hay que empezar a diario!
Hay que ayudar a recorrer el camino que ha venido trazando Manuel Salinas.
Vasos comunicantes
La formación académica de Luis Armando Torres Camacho, químico farmacéutico biólogo, lo lleva a enfrentar la muerte con franqueza, con familiaridad, y escribe poemas donde se representa a él mismo en su ataúd. A continuación se ocupa de la muerte de sus padres, de su hermana. Luis Armando ha sido profesor y ha trabajado en laboratorios clínicos y en uno de los hospitales más grandes de Veracruz. También ha pasado días internado como paciente.
Poemas en la niebla (Conaculta-Ivec, 2010) trata de un alma que vaga rodeada de sonidos. “Ecos de soledad” y “Anticipación al eco” son los títulos de las dos primeras secciones del libro. La vida genera ruidos que llegan al poeta sometido a la anestesia, con la percepción agudizada además por lo que está pasando. Cierra los ojos y no sabe si volverá a abrirlos. Va enojado y sus pensamientos giran y aumentan su confusión: “Ven muerte. / ¿Dije ven?” (pág. 26) Al fin, se hunde en el recuerdo de la casa de su infancia, “con reales gentes muertas”: “más muertos que vivos / más fantasmas habitan sus rincones” (págs. 28-29).
Luego sigue con sonetos de forma irrespetada, rota; el vacío lo domina aunque se permite un resurgimiento a la vida que termina en fiesta, y regresa al tema de la muerte. En “Amoroso” celebra la vida y no puede evitar sentirse rodeado por sentimientos oscuros. En “Nuestros hijos” recrea una fiesta que se prolonga debido a una inundación que sitia a los concurrentes. Deja mensajes a sus hijos, les reitera su amor, y sigue peleando, lo rodea el silencio, trata de escaparse de su cuerpo y no puede.
Armando Torres ha publicado una novela, Demencia y crimen, que va en su segunda edición, un volumen de cuentos, Felipe, y, una obra de teatro, Fobia.
La poesía, como la música, nos permite compartir sentimientos cuya hondura suele quedar velada. Las lágrimas, en pasajes importantes de la vida, son el mensaje de la tristeza íntima. El poeta nos habla de sus miedos, de la soledad que siente cuando la salud decae y de las preguntas de los hijos preocupados.
Armando Torres escribe su odisea al ir llegando a los sesenta años de edad. Va por los pasillos donde los médicos someten a monstruos (ruidos) con armas prodigiosas (silencio). Así, le dice a uno de sus hijos:
“Pudiera yo dejarte alguna vez
si no hubiese notado cómo
la risa de tus labios se repite en mis recuerdos
cada segundo de mi divagar alegre y nostálgico.” (pág. 79)
En la actual etapa de su viaje el poeta visita a sus muertos queridos, habla de su esposa, le cuenta aventuras tenidas en las islas cubiertas de niebla, del ruido y el silencio. Cuando cesa el ruido el poeta se cree muerto; lo peor era el ruido que le recordaba la posibilidad de la muerte: “por desgracia / fobias sonoras me atormentan / mi rostro endurece / atosigado por el barullo” (…) “Miro hacia dentro / encuentro al silencio interno” (págs. 82-83).
La poesía mexicana contaba con un poema de Bernardo Ortiz de Montellano, “Segundo sueño”, en el que recuperó su experiencia con la anestesia en un quirófano. La niebla que flota sobre el libro de Armando Torres agrega la situación de quien ha vivido cotidianamente en la ruta que lleva a la sala de operaciones.
“Incómodo por las agudas y escurridizas miradas,
que en ocasiones reflejaban un miedo desvaído,
con recelo,
volví a mi morada abandonada,
doblé las cadenas oxidadas
y cerré los gruesos candados” (pág. 12)
En dos poemas distintos, Armando Torres juega con las mismas palabras, que reordena; asegura a sus hijos que no morirá:
… Es tu ira la ira de mis días
mi dolor grita en el viento suave
de una noche fresca de invierno
con negros nubarrones en los ojos de
los desvelados
Al sentir tu angustia
de mi boca sale un aullido de muerte.
¿Quién podría renunciar a ti? … (pág. 74)
… tu ira la ira de mis días
tu necedad
tu dolor es un grito desgarrante en el viento
suave de una noche fresca de invierno
con negros nubarrones en los ojos de
un desvelado
de mi boca sale un aullido de muerto
al sentir tus angustias
cómo podría renunciar a mí … (pág. 79)
Y lo que falta
La narrativa en la ciudad de Veracruz tiene muy pocos cultivadores. Y mujeres narradoras hay tres o cuatro (Norma Lazo, Martha Elsa Durazzo, Gabriela Velázquez), por lo que el libro La mujer que escapaba de noche (Conaculta-Ivec, 2010), de Glenda Castillo, es una joya. Glenda tardó años en decidirse a publicar y así lo hace constar en el prólogo Ursula Ramos, quien ha atendido el taller de Literatura del Ivec desde que éste abrió sus puertas, a fines de los años ochenta. Así que podemos asegurar que el tiempo de maduración de una escritora se parece al de la planta que termina siendo embriagante tequila, el maguey.
Frecuentador de los relatos escritos por hombres, he sentido especial curiosidad por la producción originada en las formas de ser de las mujeres. Hay que recordar que Aurore Lucile Dupin tuvo que dar a conocer sus obras bajo un seudónimo masculino, George Sand. Flaubert provocó la discusión más conocida en el siglo XIX a propósito de la señora Bovary. Pero los maestros en el retrato novelístico de las mujeres son muchos, el más notable es Leopoldo Alas, autor de la admirada Ana Ozores, en La regenta.
En 2007 llegó a Veracruz el libro Atrapadas en la madre, que unió a Elena Garro, Rosario Castellanos e Inés Arredondo, nacidas en los años veinte, con escritoras que deben haber empezado sus carreras literarias en los años cincuenta o sesenta. Los cuentos de Glenda Castillo muy bien podrían aparecer en un volumen que incluyera a escritoras de las nuevas generaciones, por la calidad de su escritura y por el mundo que describe.
El libro de Glenda trata asuntos con finales abiertos. Son diecisiete textos que tienen como personajes principales a mujeres, excepto dos. Hay en todos un movimiento que le da carácter al libro, imagen de lo que está pasando en la sociedad actual.
El libro empieza en la playa y llega al desierto, a Ciudad Delicias, recorre urbes y lo que hay que preguntarse es por qué se están yendo las mujeres, o a dónde van. Uno de los cuentos se llama “La mudanza”, lo cual remarca esta movilidad. Puede tratarse del impulso que las está llevando a Estados Unidos, o a la muerte. Hay en nuestros días, y en la escritura de Glenda, una violencia contenida y una fuerza que se manifiesta rompiendo el pasado conocido, que acecha en cada página, incluso en el cuento infantil del final, “De princesas y dragones”.
En el primer cuento leemos:
“Los diminutos pies descalzos dejaron un leve rastro en la arena que la marea borró por completo”.
Así abre Glenda su libro, abre las puertas de un mundo cuyos orígenes quedan fuera de la historia. Más adelante, la mujer dice:
“No tengo a dónde ir.”
Y acerca de su nombre, afirma:
“Yo me siento como si tuviera todos” (los nombres).
Entonces la narradora redondea su intención:
“Él no conocía ningún detalle de su vida, nunca preguntaba de dónde venía, ni qué hacía aquella noche en la playa”.
El final, las huellas, la marea, confirman la delicada naturaleza de la mujer, un ser evanescente.
El prodigio del encuentro, como si se tratara de la aparición de una sirena, es también un drama: “el mar bota lo que ya no sirve”, dice un pescador. Encuentro este ambiente, resuelto con trazos rápidos, paralelo al de Las pirañas aman en cuaresma, de Hugo Argüelles, en una versión inesperada.
Cinco personajes no tienen nombre en el libro, lo que incrementa la validez social de los asuntos tratados. En uno de los relatos, la mujer que acude a consulta con un sicólogo insiste: “Díganme Pily”. Vuelvo a la mujer del pescador del primer cuento, de quien se nos dice que “se había acostumbrado al cambio de nombre”, ya que “su nueva vida requería (…) renovada identidad”.
Esto, la búsqueda de identidad, es una de las claves que ofrece Glenda para hablarnos de lo que están haciendo las mujeres en estos tiempos. La señal primera de su nueva condición empieza con el nombre.
Al lado, el hastío masculino, quizás cierto cansancio histórico, descuida la mágica feminidad y –pienso– pierde a Eva, la primera mujer sin nombre de nuestra cultura. Quedamos de esta manera frente a una nueva historia: no habrían sido dos los expulsados del paraíso, sino uno, el huraño, el díscolo hombre.
En otro cuento, “Lo perdí cuando…”, el varón abusivo morirá, a pesar de que “eran otros tiempos, un hombre podía matar a su mujer y nadie decía nada, estaba bien, para eso era suya”, cuenta la nieta. Al huir, cuando era joven la abuela, se pierde al no distinguir en el monte “los caminos de hombre”. Queda claro. La mujer al irse hace un camino nuevo.
En el cuento infantil y en el que trata acerca de una familia, “Casa ajena”, la escritora plantea esperanzas y soluciones. En uno, la princesa no será rescatada eficazmente por un príncipe, aunque sí recibe la ayuda que él le dará, ya que “todas las princesas son rescatadas” –dice la madre a su hija–, pero no para ser adornos de sus palacios sino porque saben “amarse mucho a sí mismas”. El cuento mil veces contado es actualizado con un humor escaso en la literatura: el príncipe le regala una grabadora con pilas “del gato negro” y cassettes de Serrat y Perales, y la princesa pondrá un spa para atender a las damas del reino. Sin embargo, la narradora revelará que fueron felices para siempre, “pero cada quien por su lado”. En la primera ausencia del príncipe, que tiene que ir a ver a una ogra que lo retiene, éste al regresar no encuentra a la princesa: “¿qué pasó con ella?”, pregunta la niña que escucha el cuento. Los lectores deben saberlo. La narradora lo plantea así: si una mujer encuentra al verdadero amor, toma la forma de éste. Ella no espera al príncipe porque “se habría convertido en ogra”.
En “Casa ajena”, el más extenso de los cuentos, una familia llega a un pueblo abandonado y ocupa la casa más habitable, a la que llegará la hija de la difunta propietaria.
“–El pueblo se está muriendo –dijo el hombre–, sólo hay viejos y mujeres; los niños nada más crecen tantito y se van, las chamacas de sirvientas y los varones al otro lado a buscar al padre que hace tiempo no manda nada, ni siquiera una carta, y luego, cuando las mujeres se ven solas sin hijos y sin marido ¿a qué se quedan?... También agarran camino, sólo hay algunos viejos, no se van porque si los desarraigan se mueren, apenas sobreviven con lo poco que algunos envían…” (pág. 31).
Hay aquí una curiosa idea de la narradora. El padre de su relato, un “capitalino”, no conocía la tierra porque había pasado su vida en un departamento y en una fábrica de cemento. Había conocido la arena de Acapulco, pero nada más. La única tierra que recuerda es la que vio de niño en una maceta.
Lo demás lo adelanto aquí porque es otra clave del libro. Los lectores nos preguntamos, a lo largo del libro de Glenda Castillo, ¿a dónde van las mujeres que escapan? Es posible que en “Casa ajena” esté la respuesta.
En dos momentos distintos (en las páginas 31 y 41) surge la interrogante: “¿a dónde vamos?”. Y hay que saber responderla para evitar la separación de la familia. En un viejo vehículo va la abuela paterna, el papá, la mamá, dos hijos jóvenes y dos hijos niños, gemelos. Hay otros personajes: Eustacio, su hija Blanca y Eduviges, la heredera de la casa. Un relato maravilloso, escrito con maestría, ya un clásico para la literatura veracruzana y para México.
Del río al puerto
Si la ciudad de México fuera en verdad capital de la república debería detener su crecimiento con muros y policías fronterizos, como hacen en Estados Unidos. Seguiría entonces el proceso de disminución de su tamaño mandando de regreso a sus provincias a miles de personas, como los indocumentados que viven temerosos en Estados Unidos.
¿Por qué digo esto? Sabemos que los dineros de la república son mal distribuidos, y tarde. Que la ciudad de México se queda con la parte del león, algo que ocurre con aparente naturalidad debido a los millones de personas que viven allá. Si estas personas, entre las que están familiares, paisanos, amigos, vivieran en sus lugares de nacimiento, la Federación tendría que distribuir el dinero de otra manera, en lugares que prosperarían y no tendrían expatriados.
Pero no me hagan caso, como escritor me dejo llevar por utopías que creen encontrar soluciones para cambiar el rumbo de la historia, cuando se que a los políticos les cuesta pensar en llevar a cabo empresas difíciles, cuya complejidad los rebasa.
Empiezo entonces por afirmar que el libro del capitán Raúl Márquez Martínez debe presentarse también en la ciudad de México, que debe distribuirse entre los grandes personajes que viven allá y que son especialistas de diversas instituciones, para que sea útil a más gente, a quienes estén haciendo los atlas histórico-culturales del país.
Los libros de texto gratuito, hechos en la ciudad de México, pasan por alto la diversidad del país, ignoran a sus personajes, sus hechos, sus paisajes. Terminan ocultando nuestras riquezas, naturales y culturales, y nos hacen sentir pobres en un país lleno de riquezas dejadas de lado: soñamos con ir a Las Vegas y cerramos los ojos frente a La Habana. Hubo una propuesta de la SEP para incluir monografías estatales en las escuelas. Pasó sin pena ni gloria y nadie la recuerda, por allí quedaron los libros, inutilizados.
El interés por conocer el pasado llevó a Francisco Javier Clavijero, veracruzano del siglo XVIII, a ser el primer historiador de México. En el siglo XIX Miguel Lerdo fue autor de un valioso estudio, con detalles como el recuento de las mercancías que pasaban por los muelles de Veracruz. Recordamos a Manuel Rivera Cambas, quien dio un jalón a la historia regional con libros como la Historia antigua y moderna de Jalapa y de las revoluciones del estado de Veracruz, Los gobernantes de México (de Cortés a Juárez), y otros. Ya en el siglo XX, un distinguido escritor, Leonardo Pasquel, fundó en el D.F. la Editorial Citlaltépetl y rescató a autores y libros del pasado veracruzano, elaboró estudios. En los años recientes, la Universidad Veracruzana ha auspiciado a historiadores que algo han hecho.
En Tlacotalpan, el arquitecto Humberto Aguirre Tinoco ha sido uno de los promotores de la conservación de la memoria regional.
Algo de todo esto debe haber fructificado en el ánimo del capitán Márquez Martínez que lo llevó a dedicarse al estudio de Tlacotalpan, su geografía, su historia, sus gentes. Su esposa, María del Carmen Silva Murillo, nos dice en el prólogo del libro Desde mi verde ribera (Conaculta-Ivec, 2010), que el capitán trabajó más de diez años para completarlo. “Es un libro histórico, poético, veraz e interesante”, escribe la señora Silva Murillo.
Tuve la responsabilidad de cuidar la edición de este libro, lo leí y me fue conquistando, tanto que ahora lo estoy acompañando de regreso, desde el puerto de Veracruz a esta “verde ribera”, como repetía en sus páginas el capitán, al lugar admirado por ustedes y por miles de personas.
Histórico es, sin duda, por todos lados, incluso por estar en una colección que celebra el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Márquez Martínez le dedica unas páginas a los primeros pobladores, luego a los españoles, a los ataques piratas, a la llegada de la Virgen de la Candelaria , y así entra al periodo que llama el Siglo de Oro de Tlacotalpan, ubicado entre 1813 y 1912.
Raúl Márquez va entreverando personas y calles de Tlacotalpan, de manera similar a como se da la vida, cuando caminamos por las calles pensando en nuestros asuntos. Asoman dos sacerdotes, Juan M. Torres y Juan Bestar, y la preocupación por la enseñanza; está el ministro de guerra de Iturbide, Antonio de Medina, y Eugenio Cortés, ejecutor de los planes para establecer una academia náutica aquí, la primera en el país; siguen las hermanas Carvallo Avila, pero no aparecen hasta que el autor anota al médico Joaquín Carvajal Estrada de Iturralde, padre de Joaquín Carvajal Cházaro, a quien llama “humanitario doctor”.
En esa parte ya hemos recorrido treinta páginas y el barrio de San Miguelito, ya hemos visto fotos de su iglesia y de la parroquia de San Cristóbal, del parque Bravo, una pintura de la plaza de doña Marta, el buque de vapor Tenoya, el buque Tlacotalpan, la casa donde nació el almirante Juan Bautista Topete y Carvallo, “incansable marinero”, y nos hemos detenido ante la majestuosa imagen del navío Asia, representado durante un temporal frente a Perú por Ángel Cortellini, pintor del Museo Naval de Madrid. Y nos damos cuenta que este libro es un museo de papel en nuestras manos. Y, sin ánimo de molestar, me pregunto por los costos de la investigación que llevó por años el capitán Márquez. Me pregunto cuánto aportaron las instituciones del país y si están dispuestas a pagar la continuación de esta obra y otras como esta, ya que no les gusta financiar lo que no está en sus limitados planes anuales.
Y me respondo con una pesada negativa y con toda la irreverencia que puedo permitirme: no, no hay disposición, aparte que será difícil encontrar a la persona que quiera ponerse al frente. Y sin embargo hay que hacerlo. Si se reparten los costos entre más personas, es posible. Para empezar hay que obtener datos, hay que ir preparando la historia del presente. Los especialistas que ya se cansaron de las historias de los gobernantes le llaman historia de la vida cotidiana, también hay obras que tratan de la vida privada.
En el libro, el capitán Márquez mira también la emigración hacia el puerto de Veracruz, recuerda el periódico El Correo de Sotavento y cita las palabras que Juan Malpica Silva escribió para celebrar los treinta y cinco años de este medio, en 1903:
“La agricultura, el comercio, la higiene, las finanzas, las mejoras materiales, los derechos individuales y todo cuanto más ha interesado e interesa a la sociedad, ha ocupado nuestras plumas”.
Pero, debido a la declinante economía de la región, en 1912 cerró el bisemanario que empezó Pedro Lucas Malpica Díaz en 1868, que siguió su hermano Juan y que continuó el sobrino de éste, Juan Malpica Silva, quien fue director del bisemanario por más de quince años. Al final, ante la crisis económica tuvo que convencerse de que debía irse, ¿a la ciudad de México, o a la de Veracruz?
Queda un espacio para la reflexión: ¿quiénes relatan hoy el acontecer de Tlacotalpan? Una parte la cubre El Dictamen, con fotos de celebraciones y comentarios sencillos, ¿y lo demás? Vuelvo a lo que dije antes: lo grande parece más importante que lo pequeño, y por eso vamos perdiendo el piso: el puerto cede ante la capital y ésta ante el D.F., y éste ante Washington y Nueva York. Las instalaciones del canal de noticias CNN en español están en Atlanta, EU, y llega a toda América Latina. Negocio redondo: con sólo unos cuantos locutores millones de gentes vivimos creyendo que estamos bien informados.
El tiempo es uno y el mismo en todos lados, no es flexible, así que las grandes novedades no tienen espacio y sumen en el silencio a nuestro pequeño circo, maroma y teatro.
Se me ocurren dos soluciones: tener cinco televisiones, varios radios y celulares a mi alrededor, funcionando día y noche, para tratar de no perderme nada de lo que pasa en el mundo. O bien, es más sensato dar un paso atrás y recuperar la calma, preparar a jóvenes para que se ocupen de elaborar y distribuir un nuevo bisemanario en donde nos enteraríamos de lo que han hecho estos días nuestros querido vecinos y así podremos ignorar lo que dijo el presidente de Estados Unidos, que en principio no me está hablando a mí. Del conjunto de esas hojas saldrían los libros de nuestra historia presente, que será un regalo para nuestros descendientes.
Poético es también este libro, como dice la señora Silva Murillo, y voy a referirme brevemente a este aspecto.
Raúl Márquez Martínez estudió literatura y el libro incluye quince composiciones suyas, además de poemas de autores como Ramón Caravallo Cházaro, Esteban Quevedo Aguirre, autor del himno de Tlacotalpan, el profesor Avelino Bolaños Palacios, además de que son evocados Gonzalo Beltrán Luchichí, Julio Sesto, Cayetano Rodríguez Beltrán, Luis G. Murillo, hermano de Josefa Murillo, a quien también encontramos aquí, Ignacio M. Luchichí y hay un poema que es una joya, de Juan de Dios Peza, quien visitó Tlacotalpan y le dedicó un poema a su anfitrión, el gobernador Juan de la Luz Enríquez Lara, en 1889, un gran homenaje a “la perla del Papaloapan”, donde escribió, con mirada convencida: “ciudad risueña, / alegre y hospitalaria” (…) “ surge entre las verdes ondas / como una paloma blanca, / porque es la novia del río / más hermoso de mi patria”.
Es musical porque entre sus poetas está Agustín Lara.
Es artístico porque habla de Alberto Fuster, Salvador Ferrando, Gastón Silva Carvajal, Julio Montalvo. Magnífico el retrato de Teodoro Dehesa y Núñez en su juventud, de Fuster, de 1917, y del que inmortalizó a unas jarochas, titulado “Mi abuela en traje de novia”, de Luis Pérez, que representa a la señora Fidela Puente de Olguín.
Es un libro escrito con la sensibilidad con que se escriben los poemas. El libro es además galería y fototeca, pues incluye 17 ilustraciones de pinturas y más de 80 fotografías, algunas de ellas impresas a colores.
Mencioné La Habana , por su arte. En Cuba estuvo Márquez Martínez en 1995 y en 1997, en un festival iberoamericano de poesía, y años después volvió a participar allá con el Grupo Cucalambé y en una jornada cucalambeana de la décima. Pero también anduvo en La Palma de Gran Canaria, en Los Ángeles.
La vida ha sido representada a lo largo del tiempo como un viaje, largo, corto, con muchas vueltas o siguiendo una recta; avanza porque incluso el retorno es una estación que se encuentra adelante. Los viajes de un piloto aviador, ir arriba, bajar, como los niños en el tinguilibote, son aventuras que no encuentran a la primera las palabras para compartirlas. El tamaño del reto que enfrentó Raúl Márquez, del que salió triunfante, se encuentra en este libro, un ejemplo de entereza y amor. Raúl lo dijo en una décima:
Pasión
¡Es tanto lo que yo siento
por la tierra en que nací,
que de no haber sido aquí
negaría mi nacimiento!
Diría que nací en el viento,
en un extraño bohío,
y que el murmullo del río
bajo la luz de la luna
fue el canto que oí en la cuna:
¡Tlacotalpan… pueblo mío!
En el viento, su segunda cuna, Raúl Márquez oyó el murmullo del río de la mariposa, y preparó un homenaje para este lugar que encanta a todos los que vienen a conocerlo; esos viajeros tendrán ahora una guía para ver más que los recios muros que aceptan el agua como el abrazo de una diosa ancestral, verán la voluntad de sus habitantes de perseverar en su destino mágico.
Surca Raúl el viento, recorre la verde ribera, sueña un libro y, gracias a su familia, aquí está, el pasado, un presente para todos ustedes.
La tierra vista por aves y una mujer
En un elocuente prólogo, María Cuthbert se adhiere a México, a la poesía en español y hace una aportación a lo que considera factores constitutivos de la composición poética: la tradición y la “desmedida libertad” que conviven en la literatura mexicana. Adhesión, como el apoyo que se da a un partido político u otro; además, tributo al trabajo de la mujer, desde una poesía que subraya su identidad femenina. También leemos que Siglos de aire (Conaculta-Ivec, 2010) recoge poemas escritos entre 1978 y 2004, en México y Estados Unidos.
Una descripción somera del libro de Cuthbert, sin fechas guía al calce, que abarca un periodo largo de escritura, traza líneas de ascenso, el cielo es el mejor lugar para mirar qué pasa en la tierra, de allí el deseo de volar, la admiración por las aves, primero, y por animales y flores después. En el espacio intermedio pasa el tiempo, “esencia volátil” (pág. 23). El águila “en el tiempo y entre elementos nada” (pág. 62).
Cuthbert le da un lugar destacado a los árboles en general y entre ellos a sicomoros y sauces. Alrededor, flores: hortensias, nardos, gardenias y buganvillas, y un fruto, el durazno. Y animales: caballos, pericos, mariposas, abejas, cangrejos, ranas y un pez. Su poesía es amorosa, pero no conserva imágenes de regocijo o desengaño; es una poesía que interroga la vida de la poeta en un tiempo y en un lugar. En la tierra está su familia, padre, abuela, tía, hermano, hijo, aunque el paisaje puede ser aéreo o marino. El hermano de viaje vuela sobre el océano. El padre es acogido, sus cenizas, “en mares del golfo”.
Cuthbert acepta los retos formales de la poesía y escribe varios sonetos y octavas reales. Adopta a Sor Juana y sigue a Ida Vitale (poeta uruguaya que vivió en México y que ahora vive en Estados Unidos).
Hay varios poetas, a los que denomino juguetes, pues representan el placer de la escritura más que el desarrollo de un tema definido. El más sorprendente es el titulado “Poema de cabeza”, para cuya lectura uno debe voltear el libro y buscar las equivalencias de los signos utilizados: el 13 al revés es un El. Pero hay otros: “Cuando rompe la ola, no rompe; el mar juega a tocar su piano en la arena” (pág. 47).
En el vaivén entre tradición y libertad que señala Cuthbert vemos el camino que va de Sor Juana a Ida Vitale y que pasa por la otra vertiente de esta poesía, la de los cantos dedicados a la patria.
Debemos a Gabriel Méndez Plancarte (1909-1955) la edición de las obras de Sor Juana que publicó el Fondo de Cultura Económica en 1951. Octavio Paz concluyó años después su estudio sobre la monja-escritora, ante el que Tarsicio Herrera Zapién reaccionó con un libro-crítica: Buena fe y humanismo en Sor Juana (Porrúa, 1984), y con un ensayo aún inédito: “¿Puede Sor Juana descansar en Paz?” (1995). María Cuthbert disertó sobre Sor Juana y Paz en Estados Unidos en 2004.
En el poema “Noticia del mundo” Cuthbert visita la tumba de Sor Juana, a quien considera “portentosa”, a quien mira desvanecerse “dejando tus palabras solas”. Hay en el poema un verso que destaco: “se desangra, se desgrana, se desgana”, para enlazarlo con otro, del poema “Amiga”: “de la vieja patria, de la patria amiga y de la patria nueva”. En este poema, María Cuthbert visita la cocina de la poeta Ida Vitale, allí el azar se torna azahar, en un jardín de sílice, agrego yo con el título de uno de los poemarios de Vitale.
Transcribo el poema “Imagen”, que muestra la prosapia de Cutberth.
“Selénica imagen que a tu existencia lleva
transfiere tu alma y a tu cuerpo deja
aunque te sepa yo presente
no hay retorno
no hay visión que tu presencia muestre
luminosa noche de color ausente” (pág. 54).
Del engarzar palabras que tratan de seguirle el ritmo a la música de la versificación española, hay un aprendizaje que Cuthbert extrae de Sor Juana y que reconoce en Vitale: “No seré yo la única que te canta”, dice, y se mete a trabajar con brasas y combustiones (vista, cielo) y obtiene “humo encapsulado entre las gotas”.
¿Qué ocurre con las octavas y los sonetos que enriquecen el libro de Cuthbert? Son síntesis musicales de una sensibilidad que, repito, no se pierde en amores, sino que ama las palabras, que ama elaborar objetos de arte, poemas.
Me detengo en dos poemas que hacen compañía a la música, guitarra aparte, que deja intocada. En “Música de cuerdas” (pág. 58) leemos:
“sabe a durazno el sonido de ese chelo
no huele a nardo ni a gardenia
sino a lluvia
se siente castaño y púrpura
y verde si te quiere tanto
te sigue con pálida sonrisa moribunda”
Y en “Afuera” (pág. 59) pone a vibrar voces: “hacia tu luz tenora”, “soprano veta / de tu voz callada”. En una “ráfaga de música” obtiene una sensación sin par: “cosquillea la garganta /del árbol de las flautas largas”.
Por fin, volvemos a los vuelos de María Cuthbert y atestiguamos una caída. Trata de recordar: “el sonido de mi cráneo en el concreto”, y se pregunta: “¿Sigue aún el alma en mi cuerpo?”.
La poesía es construir con sonidos, es música que también puede verse, es un pasaje de vida que dicta momentos de alto nivel artístico. Una palabra, el paso de los tiempos que une a mujeres distantes, la vida, como la nostalgia por la patria (sabores, olores, colores), el atravesar el espejo otra vez para ver más, para ver mejor. Subir, caer a veces, estar interrogando el lenguaje para divulgar sus secretos.
A esto alude María Cuthbert al final del prólogo de su libro Siglos de aire:
“Estos escritos son un tributo al trabajo de la mujer como colaboradora, amiga, pariente, la india, criolla, mestiza, mulata, y a todo lo que el México de hoy puede hacer, pudo hacer hace un siglo, hace dos siglos y podrá seguir creando a partir de las mujeres”.
Erotismo en el nuevo siglo
En estos años se han publicado libros de poemas como nunca antes en México, prueba de ello es el Mapa poético de México, publicado por Adán Echeverría y Armando Pacheco en Yucatán y que incluye incontables poetas nacidos entre 1960 y 1989. Encontrar un poeta como Juan Díaz (seudónimo), que se estuvo preparando como si fuera atleta para una competencia internacional, no es algo que ocurra todos los días. Me explico: escribir poesía puede ser un deporte y el poeta alcanza trofeos y medallas sin proponérselo. Todo poeta es un campeón, pero entre poetas hay diferencias.
Juan Díaz dio a conocer Animalias (Conaculta-Ivec, 2010) como si hubiera un público lector preparado para recibirlo. Juan nació en Xalapa, estudió en el puerto de Veracruz, trabajó en Aguascalientes y Guanajuato, ahora vive en Guadalajara.
Es un misterio, que espero se conserve así por mucho tiempo, cómo el estudiar Psicología abre las puertas a zonas de la literatura poco exploradas. Hace tiempo, Luis Martín Santos (1924-1964), director del siquiátrico de San Sebastián, fue una sorpresa en la narrativa con Tiempo de silencio (1961). Su tesis doctoral se titula Dilthey, Jaspers y la comprensión del enfermo mental (1955). El libro de Juan Díaz viene a agitar un estado literario más o menos quieto.
Animalias es un libro de exploración en la mente literaria, como quien hace un análisis de mentes inestables. Vale decir que los poetas paisajistas escriben uniendo palabras que lanzan chispas. Otros poetas dejan que el pensamiento ande libre por todos lados, en busca de novedades. Juan Díaz pone en relación (sinapsis) lo primitivo que no deja en paz al ser humano más dueño de su época. Es lo que pasaría en un anuncio de Armani si el modelo sale a la calle desnudo. Juan Díaz llama a sus textos “odas posmodernas” en un pequeño prólogo; también los llama “arte epigramático”.
A los lectores que les da por recorrer sin sobresaltos libros que confirman el estado actual del lenguaje, se estremecerán con los hallazgos de Juan Díaz. Sabemos que los cambios en el lenguaje común y en el literario son lentos, imperceptibles. Juan Díaz establece un reino donde él es el soberano que dispone de vidas y bienes, se expresa entonces con total libertad y el lector, que se busque el diccionario etimológico de Corominas: ¿cuándo dejó de usarse la frase “a pie puntillas”? ¿O sigue en uso? La tecnología avanza y la gente retrocede, vuelve a la edad media donde encuentra su yo anterior, salvaje. La palabra eugénica es la corona del corpus poético. (Eugenesia: aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana.)
“Sobre la planicie de la ocurrente, primigenia invención eugénica, hicimos la puebla de la terredad, anduvimos encuerados de orografía de los otros, aprendiendo a usar del cuerpo, de olores y de suavidades, a reconocernos en primeras veces a gatas y chillidos.”
El paraguayo Augusto Roa Bastos tituló una de sus novelas Hijo de hombre, frase fuerte que dejaba en las orilla el mito del origen divino. Juan Díaz busca más y encuentra a los humanos desnudos y en estado animal, lo que hemos traído hasta nuestros días.
“… en castigo nos arrinconaron, chancla justa, fusta, periódico enrollado; daban ganas de trepar por las paredes y buscar la grieta, la madriguera; a cambio pensamos la hoja de parra: olvidamos.”
Los siglos cambiaron la fusta por periódicos enrollados, aunque hay lugares donde no se ha dado tal cambio. Entonces la palabra clave para entender que andemos vestidos es olvido: cubrimos nuestra desnudez y con ello olvidamos el lugar de procedencia, la parte animal que en la actividad sexual aflora.
El libro contiene partes tituladas “Animalia de los silencios”, “Animalia dispersa” y “Animalia del sentimiento”.
Juan Díaz encontró la manera de trasladarse en el tiempo e instaurar sobre el dominio del hombre salvaje un erotismo real. Así vive una “Tempestad en Salamanca”:
“(Luego de un mes entero de aguaceros el río amenaza romper diques, desbaratar puentes y arrasar el centro histórico)
(…) Se inunda la casa, afuera los gritos apurados, levantando muebles al segundo piso. Gritas, aúllas.
(…) Reventaron las presas, el torrente sórdido arrastra todo lo que a su paso encuentra. De espaldas a mí, veo tu perlado sudor fluyendo a partir del nacimiento de la nuca, sujeto tu cabello, tu cadera resbala de mi mano, y ya no te siento, desbordo (…) lo mismo arrastro todo lo que a mi paso se interpone…”
El psicólogo mira en nuestro interior: en la lucha de la animalidad que mueve hay una humanidad que salva. Eros en el arca de Noé. ¿Y los muertos por agua? El ímpetu reproductivo además es bello. El río se desborda, pasa rugiendo destructivo. La muerte es aceptable a cambio de la vida y ésta tiene una representación estética.
Hay en la poesía mexicana un antecedente: El tigre en la casa (1970), de Eduardo Lizalde, poemario al que siguieron La zorra enferma (1974) y Caza mayor (1979). Juan Díaz va más lejos. En Animalias, en 120 páginas, hay materia para un largo ensayo, un capítulo para la historia universal del erotismo.
En el poema “Testigos oculares”, Juan Díaz escribe:
“… esparces tus trapos por todo el cuarto, te desvistes igual serpiente, igual oruga.”
Para su lectura tenemos que ir enlazando cada parte para llegar al fin a una poesía que no es paisaje ni collage, sí un jardín de las delicias. Fuera del manicomio, entre animales y humanos, las profecías son como un torneo de ajedrez. ¿Por qué Eva? ¿Por qué el silencio previo a su llegada? ¿Por qué el horror junto a ella? Y así, la sucesión de coitos y pesadillas.
Una fina colección
Un gran vacío dejó Edmundo Valadés al morir, y su gran empresa, la revista de imaginación, como proponía el subtítulo de El cuento, no ha tenido seguidores auténticos, sólo encontramos revistas misceláneas, a pesar del dinero que se ha invertido en promover este género literario con su nombre. Aun así no olvidamos su interés por los cuentos breves y brevísimos. ¿Y qué hay de la escasa obra cuentística publicada de Valadés? ¿Se reimprime, se lee? Así somos los llamados lectores, ignoramos con descaro el presente igual que el pasado.
Con el subtítulo de cuentos breves, Martha Elsa Durazzo publicó en 2008 un delgado libro (poco más de cincuenta páginas), De cuantos cuentos y palabras (el título subraya la tarea del escritor, quien empieza su labor sin saber qué extensión tendrá al final, en hojas que quedarán vestidas de palabras y cuentos, dice la autora). Allí hay dos textos que hacen vivir a Frida Kahlo y a Diego Rivera. En uno de éstos cuenta Durazzo que frente a un cuadro de Frida reafirmó su convicción de ser escritora.
En su nuevo libro, Consume lo que Veracruz produce (Conaculta-Ivec, 2010), vuelven a aparecer Kahlo y Rivera, ahora figuras más cercanas, como los nuevos billetes de cien pesos que han empezado a circular este año (2010). Fechado en 2007, en el relato erótico “¿Quién dice que no está vivo?”, dos personas recorren el Anahuacalli, en la zona sureste de la ciudad de México, que resguarda piezas prehispánicas reunidas por el pintor Diego Riera, a quien vemos fugazmente, en un momento en que deja reposar sus pinceles.
Por cierto, el abuelo del texto autobiográfico “Hombre de los ojos café-verdes” también acompaña, después de muerto, a la autora, y una afirmación del personaje Teodoro Cano en el Tajín aporta la clave sobre los sucesos prodigiosos: “Sólo les estaba permitido verlo a ustedes” (“Custodio”, págs. 113-115).
Y en “Aves del paraíso” son ambos, Frida y Diego, los que unen arte y erotismo ante nuestros ojos. En una cocina se besan y abrazan. En una siguiente escena, Frida ama a Teresa y Diego a una bailarina de ballet. Al final, Frida y Diego vuelven a amarse.
“Consume lo que Veracruz produce” es una frase que fue instrumento propagandístico de una política que estuvo de moda hace unos años. Estampada al frente del libro de Durazzo se entiende como una invitación a leer sobre asuntos y personas de esta región, como quien dice lee lo que hacemos e imaginamos las gentes de Veracruz.
Este libro de Durazzo contiene 28 narraciones en 150 páginas, una novela corta y varios mini cuentos, además de un texto inclasificable, apunte de poema en prosa. Al anotar las fechas al final de cada uno de sus escritos, Durazzo dejó el rastro de su labor en esta década, 2000 a 2009 (menos los años 2002, 2003 y 2005, de los que no incluyó ningún texto). Sus años más productivos fueron el 2006, con tres relatos, y el 2008, con cuatro; el mejor fue el 2007, con cinco.
El libro empieza con una novela corta, “¡Viva el sindicato!”. Como egresada de la carrera de Derecho, Martha Elsa mira aquí varios temas como quien estudia un expediente en un juzgado: la corrupción, la pobreza, la poligamia, asesinatos. El testigo es un jovencito que años después recordará el devenir del “llamado progreso”, quien concluirá: “Restaron fuerza al sindicato nacional (…) y la empresa redujo las prestaciones a los obreros”. Titulado de ingeniero y director de una empresa en el extranjero, el protagonista deja por descifrar fechas (¿durante el Salinato?) y asuntos reales de lo que ocurrió entonces y que confirma la pérdida del rumbo de un país nada ficticio, como podemos ver.
Unas páginas adelante se encuentra el relato “Para las mujeres es fácil”, donde el personaje también triunfa por la vía del estudio. Una joven viuda se traslada con su hijo al puerto de Veracruz, establece una agencia aduanal y llega a ser presidenta de los agentes aduanales. Es una empresaria muy ocupada que se da tiempo para atender a su hijo. Otro triunfador es Rubén, en “Conciencia mágica”, que llega a ser gobernante.
El libro de Durazzo muestra un derrotero por la cultura mexicana: lo prehispánico, presente en las apariciones de Cuitláhuac, un ser protector, afable. El nacimiento de la población mestiza está narrado a través de Don Ignacio, Constanza y Xóchitl, en “Arco iris”. Una solución singular, ya que la mujer europea recién llegada no queda embarazada.
Lo que sigue es un mundo partido en dos, uno lento, rural, y otro urbano, inestable y fugaz, como el viaje a París de una mexicana, que no deja de pensar en Cuitláhuac. Esto queda reiterado en el personaje de Frida, que va exponer sus cuadros en aquella ciudad (“Aves del paraíso”, p. 81).
El medio rural (el Totonacapan, Tajín) es enlazado con rituales y magia con la desolada vida urbana, donde abunda el desamor. Y el viaje, una manera de renovar la creencia de que hay un territorio a salvo, como el de los sueños, deviene un encuentro con la fantasía, con el pasado familiar, con el proceso de cicatrización del alma porque el desencuentro a veces puede deberse a un detalle, un número de teléfono mal escrito. En la historia de Durazzo, el paso del mundo antiguo al actual, con sus etapas, conduce a la narradora a Europa en una doble búsqueda de raíces: Cuitláhuac y París, en un doble viaje, de lo rural a lo urbano, interior y exterior, donde París no es un conglomerado de conflictos sino museos y hoteles, la vivencia fugaz. En lo intelectual, la vida va del desamor, de la soledad, al amor y a la fantasía.
En uno de los relatos, la protagonista, atrapada en una inundación, ve llegar a quien la rescatará, un hombre que canta y que le ofrece su embarcación, ¿un veneciano? (pág. 70). Reiteración del papel que le ha asignado a Cuitláhuac. Una vez restablecida la armonía: “Hoy continuamos entre poemas, navegando por esa mar de la vida”, el punto de llegada más alto es el cielo, Dios, o por lo menos criaturas aladas que recuerdan a los ángeles de la cultura cristiana. Hay también ciertos movimientos horizontales, al balcón, a la ventana, para ver el horizonte, lo lejano.
“En pos de una ilusión” trata de una mujer que se convierte en gaviota: “Gracias por el tiempo. Gracias. Disfruta tu carrera” (se refiere a un balón que el viento impulsa en la playa); “será bueno que otros gocen tu colorido –dice en voz baja”. Y “En los cielos las nubes y Gina también”, el viaje lo emprende una joven al mirar las nubes.
“–¡Ah!, esta nube que se viene acercando es una hermosa águila con sus alas desplegadas y en el pico trae una rama de laurel…”
Al final del cuento, la joven verá a un muchacho que la busca, entonces exclamará:
“–Es tan bello que parece un águila…”
El muchacho le ha dejado de regalo un libro, titulado: “Armonía, el lugar de los dioses”. Que también hace referencia a un lugar imposible para la vida de los humanos. Violencia y desamor sólo pueden ser vencidos en un lugar aéreo, celeste, habitado por seres fantásticos y donde puede existir la armonía: un sueño posible.
El trabajo literario de Durazzo presenta a personajes mujeres (de 28 textos sólo en cuatro el personaje principal es hombre) que se desenvuelven en diferentes ámbitos, que enfrentan situaciones difíciles o excepcionales en el amor, en la sociedad, en el rescate de su identidad. Claro que hay textos con mayor densidad, en tanto otros son más ligeros. Una primera selección me llevaría a elegir diez, los titulados “Para las mujeres…”, “La cola”, “Las totolitas”, “Una noche inolvidable”, “Esperanza”, “Juzgado”, “Custodio”, “Vaivén de olas”, “En los cielos las nubles y Gina, también”, “Paricutín”. La mayoría de los textos han sido publicados por separado, en revistas y periódicos o libros antológicos.
Poesía como pintura abstracta
A algunos lectores les gusta pensar que Sor Juana es el inicio y, en un descuido, el final. Pero México, lejos de la veta española, siguió los nuevos capítulos de la historia literaria con apenas un poco de retraso: la literatura tiene varios inicios y no tiene fin. En la segunda mitad del siglo XIX hubo editores e impresores interesados en la escritura de las mujeres en Europa y en América-europea y el siglo XX siguió con sus calmas y se acabó muy rápidamente. Todo indica que estos últimos veinte años han sido el inicio inmejorable de una tercera etapa en América para la poesía escrita por mujeres, etapa que abarca más de veinte años con otras artes, pintura, cine…, aquí y en otros países.
Mary Carmen Gerardo plantea en su tercer libro, Los círculos del edén y del infierno (Conaculta-Ivec, 2010) un reto para la crítica: novedad, ruptura: ¿hay nombre para esta poesía?, ¿puede uno asomarse sin riesgo al abismo de la creación artística?
En 1992, Mary Carmen Gerardo publicó el poemario Vía sin vuelta (Ed. Ezra Michelet) y en 2007, Isla o sirena (Centro Universitario Hispano Mexicano). Conviene releer ambos.
Los poemas de Sor Juana son producto de la introspección filosófica, científica y de la música de la versificación española de su tiempo. Los poemas de Mary Carmen Gerardo proceden de la pintura y de las palabras como seres omnívoros. En el otro lado de la expresividad barroca hay una condensación léxica, una trabazón de líneas como arquitectura románica: punto, círculo, cuadrado. Entre las naves y las cúpulas, la atmósfera está cargada de pinceladas de colores donde surcan figuras fantasmales (pág. 64).
En la parte del libro llamada “Los círculos del edén y del infierno” hay un intento de abstracción, pero todavía son distinguibles figuras: personas y objetos, y el tiempo.
Al despertar, el círculo se cierra
Veo tu imagen en el espejo
En el altar de muertos.
En las otras dos partes, tituladas “El cuadrado” y “El punto”, la poeta avanza en su experimentación y afirma que puede tener “la gama de colores entera”, al tiempo que, en calidad de eco, apunta: “Tengo la certeza / de que no somos nosotros”, lo que requeriría de otro análisis, y junto está algo que dice, en el “Punto IV”: “Una rosa no tenía espinas” (pág. 47) en el “valle de los suspiros. Y en el “Punto I”: “Una hormiga / está construyendo / una ciudad (pág. 44). Serían puntos sobre las íes en una discusión habida o por haber.
En la sección “El cuadrado”, que consta de 34 poemas, entramos en una exposición de arte abstracto plena de sugerencias. Aquí las palabras se han vuelto trazos azarosos que el lector recorre con el asombro de artistas como Tápies:
Cuadro I
Hay un hoyo negro
en la pared
Los ovarios nadan
huérfanos
en un río de sangre
Casi no hay nada más que decir después de la lectura, pues la mirada no se engaña: está el cuadro y en él un círculo negro y pintura roja lanzada sobre el lienzo, unas sombras apenas discernibles representan los ovarios. La poesía descansa en una palabra: huérfanos, y pienso en una bandeja en el quirófano del doctor Farabeuf.
(Huérfanos además está emparentado, en el leguaje popular, con huevos, que se aplica a testículos, viajantes en busca de piscina. En el Diccionario de la Academia Española la acepción tercera de piscina dice: “lugar en que se echan y sumen algunas materias sacramentales, como el agua del bautismo, las cenizas de los lienzos que han servido para los óleos, etc.”.)
En “Punto III” leemos:
Focalizar el punto
la realidad invisible
el encuadre
él no puede estar
en el lugar de los acercamientos
En Dante hay círculos, allí vivos y muertos pasarán la eternidad, pero los poemas de “El cuadrado”, titulados “Cuadro” y seguidos de números romanos, colgados a la entrada del libro, son eso, pinturas en una exposición:
Cuadro II
Es en este sitio
en que el mar olvida
Un triángulo se ve claro
Color rojo
En la desconocida pinacoteca porteña destacan Valdemar Aguirre, Elisa Galván, Raúl Guerrero y Adriana Papayanópulos (ver el libro de Manuel Salinas, El desarrollo de la plástica en la ciudad de Veracruz, comentado al principio), como autores de abismos. Color, luz, proporciones que la poeta retoma.
Cuadro IX
Desarticular un poema
Romperle los huesos a un cuerpo
Es la ilusión del ascenso
La realidad es el primer aliento
El lector se enfrenta a un espacio multidimensional, creado con palabras.
Museo privado
Prólogo (mayo de 2010)
Las mujeres que recordamos del siglo XIX son las rebeldes Josefa Ortiz y Leona Vicario. Alguien como Josefa Murillo (Tlacotalpan, 1860-1898), poeta, autodidacta, queda lejos de todos, en la oscuridad.
Poco después de la muerte de Murillo empezó el siglo XX y todo cambió. Entonces, María Enriqueta Camarillo (Coatepec, 1872; Ciudad de México, 1968) ya había estudiado en el Conservatorio de Música y era profesora de piano. El siglo XX, desde el principio, fue el escenario donde se desenvolvieron mujeres que ya no aceptaron quedarse en casa, hayan tenido o no ganas de estudiar y de salir de su encierro.
Otra veracruzana, Guillermina Bravo (Chacaltianguis, 1923), fue cofundadora de la Academia de Danza Mexicana, también estudió en el Conservatorio y dirigió el Ballet Nacional de México. Los años setenta no serían lo mismo sin las coreografías de la maestra Bravo documentadas en libros como el de Alberto Dallal, La danza en México, de 1986.
Así que el libro de la cultura mexicana anterior al siglo XX, ocupado por hombres, posteriormente requirió un volumen adicional, para inmortalizar las aportaciones de las mujeres. De éste, de páginas dispersas todavía, Ivonne Moreno eligió a algunas de las mujeres que le han dado una nueva relevancia a la vida mexicana en los ámbitos de la literatura, artes plásticas, actuación, incluso como promotoras culturales, sin olvidar a algunas extranjeras, como Alma Reed, autora de una obra maravillosa sobre el muralista José Clemente Orozco, entre otras.
Quienes leemos las páginas culturales de los periódicos hemos encontrado con el paso de los años a los personajes que han tenido un quehacer notable en la cultura y en el arte, pero ¡quién guarda hojas de periódicos si no es la frágil memoria! Los que vivieron en las primeras décadas del siglo XX supieron quién era María Conesa (España, 1892-México, 1978); luego disfrutaron las aventuras de María Félix (1914-2002), pero ¡quién ha tenido la paciencia de contarles a los demás el por qué de la fama y la gloria de estas artistas que fueron abriendo el paso a las nuevas generaciones.
Las últimas décadas del siglo XX tienen sus propias luminarias y sus admiradores; los jóvenes apasionados del presente no están pensando que en el futuro querrán volver a ver sus épocas de goce y distracción y que entonces buscarán las piezas faltantes de su tablero vital, que fueron planetas, constelaciones, estrellas vivas y, por supuesto, noticias, que los periódicos ofrecieron como fragmentos estelares que andaban girando en el aire, en espera del cronista o del comentarista, del atento observador que no quiere que nadie pierda de vista los fulgores que no se apagarán mientras haya alguien que admire lo extraordinario.
Las mujeres que presenta en este libro Ivonne Moreno son fulgores en nuestro firmamento. Sin las mujeres que recuerda y que nos muestra, el cielo mexicano sería gris, habría tenido una oscuridad espantosa y abajo miles de personas andarían buscando a quienes hubo un tiempo en que fueron, y son, el complemento de sus vidas, de sus pasos por este mundo.
Si de algo sirvió la Revolución fue para quitar los obstáculos que quedaban en un país que no terminaba de dejar la incubadora. Sin el arte, sin mujeres que hicieron de su vida un arte, México habría continuado con lentitud la historia que les tocó a Josefa Ortiz y Josefa Murillo, la que superó María Enriqueta. No exagero si digo que el siglo de la Revolución abrió las puertas para que las mujeres salieran adelante.
Nuevo comentario (enero de 2011)
Hablar de las personas ayuda a preservarlas del olvido. Las mujeres de las que más se habla en el arte mexicano son Frida Kahlo, gracias en parte a su inclusión en el club del surrealismo de André Bretón, lo cual ha elevado el precio de sus pinturas en el mercado, y María Félix. Pero antes y después de Frida y María hay otras mujeres cuya fama se ha conservado y llega a nosotros, al inicio de la segunda década del siglo XXI.
Ivonne Moreno eligió a algunas de las mujeres (veintitrés) que le parece son representativas de una época de la cultura, la revolucionaria. Artistas, actrices, escritoras, mujeres que tienen un lugar en la historia, nacidas entre veintidós años antes y quince años después de 1910, en un prontuario titulado Creadoras artísticas (Conaculta-Ivec, 2010).
La primera incluida, por edad, es Esperanza Iris, nacida en Tabasco en 1988, y la última es Ida Rodríguez Prampolini, veracruzana. Iris fue cantante, actriz y empresaria; Rodríguez Prampolini, académica y fundadora de instituciones.
Ivonne Moreno seleccionó a algunas de las mujeres que destacaron en el México revolucionario y en los años siguientes y a algunas extranjeras que recalaron en la nación que se estaba renovando.
La ciudad de México, como capital de la república, atrajo a mujeres que nacieron en Sonora, Jalisco, Durango, San Luis Potosí, Puebla, Yucatán. Algunas murieron fuera del país, como María Antonieta Rivas Mercado y Dolores del Río. Entre las extranjeras contamos a la italiana Tina Modotti, a la alemana de origen ruso Olga Costa, a las estadounidenses María Asúnsolo, Alma Reed y Mariana Yampolski
La dispersión caracteriza a la biblioteca de historia y no se diga la sección de arte. Con todo y balazos la vida siguió, hubo comercio y fiestas, por tanto, hubo música y viajes. Al caer el gobierno de Victoriano Huerta muchos escritores emigraron y otros ocuparon los lugares que dejaron.
Un gran personaje de la cultura durante el Porfiriato fue Justro Sierra. La Revolución favoreció el crecimiento político e intelectual de José Vasconcelos, a quien encontramos ligado a Antonieta Rivas Mercado, que se suicidó en París a los 31 años, lo mismo que con Manuel Rodríguez Lozano (1896-1971), pintor, quien estuvo casado con Carmen Mondragón (Nahui Hollín), “uno bisexual y ella ninfómana” (pág. 52). Vivieron en Francia y tuvieron un hijo que murió asfixiado entre ambos, mientras dormían.
Rivas Mercado fue la “primera escritora moderna en México”, nos dice Ivonne Moreno siguiendo la biografía que escribió Fabienne Bradu, francesa avecindada en el D.F.
Pero hay algo más que destaca en Rivas Mercado y en Mondragón, hijas de padres acaudalados: son patrocinadoras de los artistas y escritores de la época.
Las mujeres viven más que los hombres. Entre las elegidas para esta guía hay catorce que murieron entre los 74 y los 95 años (en promedio, vivieron 83 años). De las seis que murieron más jóvenes dos se suicidaron y una fue víctima del alcoholismo.
En el libro tienen más presencia las actrices: Esperanza Iris, Dolores del Río, Lucha Reyes, Lupe Vélez y María Félix. Iris, Conesa y Reyes fueron también cantantes. Siguen las escritoras: Lupe Marín, Rivas Mercado, Nellie Campobello, Pita Amor y Elena Garro. Pintoras: Carmen Mondragón, María Izquierdo y Frida Kahlo. En danza: Nellie Campobello. Y en la promotoría cultural: Dolores Olmedo y Rodríguez Prampolini, quien destaca además como investigadora y crítica de arte.
Las extranjeras que adoptaron México en algún momento de sus vidas son: Alma Reed, María Conesa, María Asúnsolo, Olga Costa, Mariana Yampolsky. Tina Modotti, fotógrafa, viajó a México en los años veinte, regresó al país a fines de los 30, donde murió de un infarto en 1942.
Al incluir la mención de los maridos y parejas en este recorrido queda en escorzo la unión/desunión que las creadoras fueron dejando como parte de las tribulaciones de un siglo que empezó abriendo puertos, en nada parecido a la “inactividad” femenina generalizada del XIX.
Oro puro: arte, artistas
La divulgación del arte viaja envuelta en palabras: los cuadros son evocados por el nombre de quienes los crearon, por ello creo que hubiera valido la pena que el libro Veracruz, una veta artística (Conaculta-Ivec, 2010), de Ivonne Moreno, empezara con el texto que viene al final: “Veracruz, los ecos plásticos del Sotavento”, donde aparecen los nombres de veinticinco autores acompañados de algunos de sus cuadros y su propio retrato en dos casos. La verdad es que se necesitan más páginas para dar cuenta de lo que ha pasado en el arte veracruzano en los últimos veinte años. Por ejemplo, diez de los anotados por Ivonne Moreno no están en el libro de Manuel Salinas, El desarrollo de la plástica en la ciudad de Veracruz (ver reseña al principio de esta publicación), y una cantidad de los recordados por Salinas no están en libro de Moreno. Y otros no están en ninguno de los dos libros. Y no podemos decir que son cosas que pasan, sino que no ha habido todavía un espacio (libro o museo) donde estén todos, lo que indica que falta mucho por hacer.
En otro de los textos de Ivonne Moreno, “Mujeres por mujeres; el pretexto, la plástica” (pág. 70), donde anota a veintiún artistas, trece no están en el libro de Salinas.
Palabras e imágenes hacen del libro una galería portátil, con subrayados, con indicaciones. Libro que es el reporte actual de una actividad cada vez más dinámica, como lo vimos en la subasta del 11 de diciembre en el fraccionamiento Reforma, o en las exposiciones habidas en el WTC, del Cevart, en la USBI de la Universidad Veracruzana , en la galería Xanatl de la Universidad Colón , en la enoteca del Veneziano.
Directora de la galería Casa Principal-Ivec, Ivonne Moreno reunió en este libro sus comentarios sobre varias exposiciones presentadas en estos años: de Mariana Pazos, Carlos Nieto Arróniz, Adriana Alonso, Sergio Isaías Camacho, Arissa Huerta, Maribel Homs, Arturo Talavera, Estrella Carmona, Maite Rodríguez, Susana García Ruiz, Salvador Flores Gastambide, Irma Ríos, Lourdes Ortiz.
La autora también incluyó textos sobre exposiciones relevantes habidas en otros sitios, como la de Pedro Trueba en el WTC, Gabriel Orozco en Nueva York, Nahum Zenil en el Ágora y Teodoro Cano en la Pinacoteca Diego Rivera, éstas en Xalapa.
Y un poco más: un apunte sobre la hoy llamada Casa Principal, que es galería desde 1998, año en que dejó de ser sucursal bancaria, y dos textos, uno sobre Naolinco, con fotos de Arissa Huerta, y otro sobre Cempoala.
El libro también es un catálogo, sirve para orientar a los compradores: ¿qué hay?, ¿de quién?, ¿qué atrae a la gente?
Entre las obras reproducidas hay unas brillantes, como las de Mariana Pazos en la exposición Calamores, de María Elena Lobería y Magali Goris. Hay abstracción, como en Adriana Alonso y Lourdes Ortiz. Pop art, en estrella Carmona. Surrealismo en Elisa Galván, Susana García Ruiz y Luis Mellado. Arte naïf en Alma Guerrero.
El cuadro de Luis Mellado que comenta Ivonne Moreno se titula “Leyenda” y ella lo relaciona con el arte fantástico de los autores de la Escuela Mexicana de Pintura: un fantasma vaga por un pasillo, bajo los arcos de una casona colonial, y alude a escritores como Hugo Argüelles, Elena Garro y Juan Rulfo. Agrego a Remedios Varo. El tono azuloso y la perspectiva aportan una distancia que Ivonne Moreno relaciona con “el sentir popular del retorno después de la muerte”, con el deseo de terminar algo que quedó pendiente. Luis Mellado plasmó además la nostalgia que acompaña a la humanidad en su lento transcurrir. Puede decirse que las ánimas buscan, como los vivos, la cercanía con los demás, porque es uno quien mira al ausente. Es lo que mueve a las multitudes en distintos escenarios que son un peligro, como las calles en los desfiles de Carnaval, los estadios en partidos de futbol, los foros en los conciertos.
Es evidente que faltan estudios sobre cada autor, así que estamos a tiempo, en el inicio de un nuevo periodo de gobierno estatal, para no dejar pasar lo que haya. Lo cual quiere decir también que me hubiera gustado que Ivonne Moreno anotara fechas, que agregara en su libro unas páginas donde pudiéramos consultar todas las exposiciones que organizó, pues no todas están en esas páginas.
Artistas mencionados en páginas 104 a 111: Ignacio Canela, Bernardo González Peña, Malena Hoyos, Francisco Galí, Maribel Homs, Susana García Ruiz, María Elena Lobería, Alma Guerrero, Moisés Avendaño, Adriana Alonso, Lourdes Ortiz, Estrella Carmona, Bruno Ferreira, Javier Casco, Anny Fernández, Manuel Salinas, Néstor Andrade, Salvador Flores, Luis Mellado, Milburgo Treviño, Daniel Noriega, José Antonio Ramón, Mariana Pazos, Lourdes Azpiri, Margarita Cházaro.
Artistas mencionadas en página 72: María Elena Lobeira, Sofía García, Gladys Villegas, Belén Valencia, Gina Silva, Cassandra Roberts, Dolores Ochoa, Elisa Galván, Magali Goris, Rosy Morales, Wendy López, Estela Jara, Gabriela Peralta, Hurí Barjau, Josefina Ochoa, Leticia Ramírez, Lorena Marrero, Frida Bulos, Lorenia Tamborell, Lourdes Azpiri, Ana Toledo.
Tres en uno
Libro de viajes, de poemas y cuentos, Polo Club, de Gabriel Fuster (Conaculta-Ivec, 2010) continúa una larga trayectoria de literatura antisolemne, postsurrealista, neobarroca.
Polo Club fue uno de los primeros títulos publicados en la Colección Bicentenario-Centenario , así que empieza con un grito de ¡Viva México! y un proverbio de origen dudoso: “Burritos no son lo mismo que tacos, pero tienen chile”, y sigue con una aclaración: para ir al Oriente un Casio sirve tanto como un Rolex.
Llegar a Japón cansado es algo extraño pero vale la pena si se concluye un nuevo libro que tiene como guía a Marco Polo, el atrevido hijo de comerciante del siglo XIII que se volvió escritor para contar su viaje: Gabriel Polo entra al club de Marco Fuster.
Siempre hay alguien que da cursos gratis acerca de lo diferentes que son chinos y japoneses, pero quién les hace caso: black is black. Supongo que a ellos tampoco les agrada, cuando viajan, que les digan cómo es que no son lo mismo argentinos y mexicanos, o los de Chiapas y los de Sonora. Los turistas europeos atraídos por la región maya no reconocen a los descendientes de éstos, encarnados en yucatecos que trabajan como guías de turistas.
Los primeros españoles que llegaron a América se volvieron exploradores pero no sabemos cómo fue la transición que los convirtió en turistas. Un viajero se vuelve pescador esperando que “Pie Grande” llegue antes de que una trucha se trague el anzuelo. Los turistas aparecen cuando un comisionista les asegura que el primo de “Pie Grande” fue visto en China. Y claro que un autobús panorámico no es cien por ciento seguro, según vimos en la Babel de un cineasta apodado “el negro”.
Total, el turista se deja llevar por rutas seguras y lo que más le preocupa es que los dólares le alcancen para comprar “recuerdos” y no perder el vuelo de regreso.
A un presidente que hizo unos cuantos viajes de promoción le llamaron López Paseos. ¿Cómo llamar al que despacha y duerme en avión la mitad de un sexenio? Un boletín oficial informa que no estaría bien visto que apareciera un suplente, en un mundo globalizado, que un diplomático de planta ocupe lugar en fotos en cuyos pequeños pies, o en una maceta decorativa, se lea: “vuelva mañana, el jefe anda de viaje”.
Así el viajero se vuelve turista: no pasa el verano en el campo, descansando, sino unos días en aviones, taxis, en el tranvía que sube el Pico Victoria, en Hong Kong, cuenta Fuster, muy cansado. ¿En los tratados los diplomáticos chinos aceptaron conservar (con su bar) los nombres coloniales, como el de la reina Victoria en un peak y en otros sitios: harbour, bay.
Cuando Oriente se abrió hace un siglo, el afrancesado poeta José Juan Tablada fue a Japón y escribió un libro sobre el arte de la estampa: Hiroshigué y se robó el secreto del haikú. Otro poeta y diplomático, Manuel Maples Arce, veracruzano, también anduvo por allá y escribió sobre el arte japonés. Les siguió el poeta, narrador y viajero Gabriel Fuster, quien vio la devastada Hiroshima y otros sitios.
Viaje relámpago, apenas hay tiempo para anotar algunos nombres sin volverse pólvora del tren bala y para reflexionar sobre los ideogramas según Pound-Fenollosa y las dificultades de los idiomas. Nos quedamos sin entender por qué la prisa, el culto a la eficiencia y la sobreproducción, por el excedente, mientras Fuster se refugia en el recuerdo de E. M. Foster y los trenes calentados con carbón y admira a la mujer que atiende la ceremonia del té. Buena idea, en México podríamos llevar a los turistas a pulquerías VIP, sólo para ellos.
Viaja Fuster por Singapur y conoce su prohibición de fumar (apenas establecida en España, en enero de 2011), y anota un chiste de los nativos: “tener una sección de fumar en los restaurantes es el equivalente de tener una sección de orinado en las albercas”. Con humor envidiable, Fuster sigue con arroz y nuggets de pescado frito, con el control natal, con el tamaño del país, en el que apenas cabe un campo de golf.
En Tailandia la pareja de Fuster aclara, pasaporte en mano, que es oriental de México, lo que no evita que el viajero sienta miradas antisecuestros y el atraco de visas de entrada, de permanencia, de salida: 75 dólares por ver un país que adora los rasca… (edificios con aspecto de pene, aclara el escritor). Los promotores pueden animar a sus clientes con los brincos de Ting, el personaje de Ong Bak, donde un birmano dopado le gana al tailandés corrompido por su tío, episodio nunca visto en El avispón verde.
No es necesario ir a Hong Kong. Igual que allá, en la colonia Anzures, D.F., hace más de viente años pudo uno empezar a ver a los vecinos lavarse los dientes por las ventanas de sus departamentos gracias a los ingenieros con el mal de los mirones que diseñaron los pasos a desnivel del sexenio: del Circuito Interior a Mazarik, o del Camino Real al Ángel de la Dependencia.
Y para qué salir del aeropuerto si el precio es lo que cuenta: duty free o la competencia en primer lugar, paisano. Los ingleses se fueron en 1997 y dejaron sus refrescos de cola traducidos con cólera, es decir, forzadamente. Propongo una tiendota en mi ciudad que venda camisetas de todos los países, para coleccionistas que no viajan.
¿Y China? Hay que leer con cuidado esa parte del libro, pues tiene secretos largos como la inevitable muralla. Docena de Budas a diez dólares. El ejército de terracota. Una pelirroja que cambia su t shirt por consejos y un supositorio.
El libro de viaje se transforma en poemario: Catay y Cipango (China y Japón). Vemos un biombo, “día interceptado”; la labor de traducir lenguajes, ideogramas, blanco y negro: “los pinceles instauran una paciencia gradual”; un abanico de breves poemas, haikú, en la tradición importada por Tablada y promovida por Japan Air Lines en 1994 (que Fuster comparte con Rocío del Alba, Marianhe Jalil y Jorge Hernández Utrera).
Empuja el viento
los velámenes blancos,
alas de cisne.
Y termina con tres cuentos. En el primero hay un incesto que parece corresponder a un suceso vuelto leyenda. El segundo es un cuento perfecto de terror. El tercero es un encuentro feliz entre mujeres que descubren que pueden enlazar los cabos sueltos que dejan los supermercados.
Ficha bibliográfica: Polo Club es el título más reciente de un escritor con una sensibilidad desbordante y sin escrúpulos, de manera que incluso sus datos biográficos han cambiado la invención por la información:
Fuster dice de sí mismo que “decide escribir luego de encarar el engaño de sus padres, que le hicieron creer que fue criado en las junglas de Birmania por una tribu de gorilas, entre los cuales fue afectuosamente conocido como Koontzo antes de firmar con su actual nombre artístico”.
En otros de sus libros ha utilizado nombres de sus amigos y de personajes públicos para realzar las historias que cuenta, al grado de que los lectores pueden pensar en la libreta de anotaciones de un reportero ladino (palabra cuya etimología pasa por los pasatiempos de Bin Laden o cualquier otra vuelta de tuerca que le de el autor, como en el caso del tercer cuento, que rescata de Shangai a Rita Hayworth mediante una digresión prodigiosa de la memoria cinematográfica de Fuster.
De manera que los fríos datos académicos y la materia prima de poemas y cuentos son meros caldos de cultivo de un género arrevesado, novedoso, entre un postsurrealismo y un neobarroco, como escribí al principio, que goza con juegos intelectuales como quien revuelve las piezas del dominó. Irreverente, Fuster es un gran artista de la palabra, el calambur y otras sutilezas.
Los locos estamos perdonados
¿Todavía hay gente que ve telenovelas? ¡Pobre gente! ¡Y con tantos libros por leer! Además, las noticias le van ganando terreno a los cuentos, pero los periodistas no lo saben y los televidentes, los radioescuchas, los lectores esperan que sigan creciendo los espacios donde la “realidad” le gana a los melodramas, ficción corriente.
Tuvimos hace cien años a Martín Luis Guzmán entrevistando a Pancho Villa y luego dirigiendo una revista que fue muy influyente durante mucho tiempo, el semanario Tiempo. ¿Fue literato o periodista? Los hechos cotidianos son noticia y literatura. Ahora Paco Ignacio Taibo II, novelista, volvió al tema y escribió un grueso libro sobre Villa, como periodista.
Con el 68, a la entrevistadora Elena Poniatowska no le bastaron las páginas del periódico con el que colaboraba e hizo un libro que sería famoso: La noche de Tlatelolco. Y se volvió novelista y escribió Hasta no verte, Jesús mío, donde la voz de la protagonista central adquirió dimensión literaria.
Un antropólogo de Estados Unidos, Oscar Lewis, investigó a una familia del D.F. y la metió en un libro que fue un escándalo: ¿los hijos de Sánchez también somos los que no vivimos en los barrios del centro de la capital? Somos sus vecinos, acá vivimos y los Sánchez siguen siendo invisibles, excepto cuando llenan el zócalo para gritar vivas a México los 15 de septiembre de cada año, desde hace no se cuánto tiempo.
¿Y dónde están los historiadores que se han decidido por dejar la escritura académica para contarnos lo que saben como si fueran novelistas? Y, más grave aún, ¿dónde están los historiadores que deberían estar escribiendo la historia del siglo XX de la ciudad de Veracruz?
Luis González alcanzó esa cima, de ser historiador y ser también escritor ameno, y recientemente Celia del Palacio ingresó a estas filas y metió personas y asuntos de la historia conocida del siglo XIX en las dos novelas que lleva publicadas: No me alcanzará la vida y Leona.
Tenemos entonces periodistas, historiadores, literatos y hacen falta muchos más escritores, porque en México nos hemos distinguido por la parsimonia. Y más en el estado de Veracruz.
El cronista Antonio Salazar Páez cuenta que el ex presidente Adolfo Ruiz Cortines lo animó a escribir el opúsculo Cien episodios del Veracruz heroico. Y lo hizo, en unas cuantas páginas, en 1965, y no volvió a pensar en la ampliación de su contribución a la historia de Veracruz de 1914.
Cito una parte del prólogo que escribí hace cinco años para la reedición, cuarenta años después, de ese texto de Salazar Páez, que debería estar disponible en todas las escuelas del puerto, como apoyo para las clases de historia.
“Cuando el profesor Salazar Páez buscó y habló con las personas que vivieron esos días de la invasión, o con parientes y conocidos de las víctimas, estuvo haciendo un trabajo que debió hacerse desde el primer día, de haber conciencia en todos de lo importante que es llevar el registro minucioso de la vida en la ciudad de Veracruz, y en todas partes, todo el tiempo. Y cuando escribió los Cien episodios... (...) no existía el libro de Berta Ulloa, Veracruz, capital de la nación, 1914-1915, concluido en 1985, dedicado al estudio del gobierno de Venustiano Carranza y que reservó sólo un capítulo al 21 de abril. Y esto plantea una grave preocupación que más ciudadanos deberían hacer suya: ¿por qué van tan retrasados los historiadores en sus investigaciones y en la publicación de sus hallazgos? Pero esto también abre la puerta a una solución: todos podemos contribuir a la redacción del texto de la historia de Veracruz, incluso los periodistas, si escribimos de nuestro presente. Cuando por fin los historiadores profesionales lleguen a revisar qué pasó hoy, en un día común y corriente, encontrarán parte de su trabajo ya avanzado, y no importará que lleguen cincuenta o cien años más tarde.”
No importará, agrego, que avancen a paso de tortuga.
Hoy, el entusiasta fundador de un grupo de cronistas, Miguel Salvador Rodríguez Azueta, entra al quite haciéndola de historiador, periodista y novelista con El paraíso de los locos.
Son varios los mecanismos que le dan vida a este libro que se ocupa de un héroe veracruzano poco recordado, Herón Proal, líder de un movimiento social de importancia para todo el país, y de una heroína desconocida, sólo rescatable por medios literarios.
No son pocas las calles de esta ciudad donde todavía funciona aquel tipo de solución al problema de la vivienda que hubo hace ochenta, cien años, “viviendas” tipo “celda” o “closet” anteriores a los edificios de departamentos en condominio y a los “fraccionamientos”, que en conjunto, en su diversidad de ofertas, han merecido el apelativo de “mancha urbana”.
El más reciente y lamentable es el de Puente Moreno, casas construidas sobre humedales, o peor, sobre lagunas cuya existencia y razón de ser natural fue ignorada por todos: inversionistas, autoridades, constructores, compradores. Y eso que ya se tenía la experiencia de lo que es el Floresta.
Durante la noche de fin de año vemos a la multitud dirigiéndose al bulevar, o regresando de éste después del amanecer, y nos preguntamos de dónde sale tanta gente, como si fueran peregrinos que van y vienen de la basílica de Guadalupe los días 12 de diciembre. Lo que descubrimos es que vienen de calles cercanas al mar donde se alberga apretadamente medio mundo (no creo exagerado usar esta frase aquí), vienen de los llamados “patios de vecindad” que siguieron construyéndose por muchos años, presentes incluso en el fraccionamiento Reforma, urbanización que data de los años cincuenta.
Miguel Salvador empieza su novela a principios del siglo XX, cuando el crecimiento de la ciudad de Veracruz propició un buen negocio: construir cuartos y departamentos estrechos, de una sola planta, para renta. Los ciudadanos no necesitaron mucho dinero para volverse rentistas. ¿Estas operaciones fueron un hallazgo procedente de la vieja Rusia que se estaba volviendo URSS, donde las mansiones de dimensiones excesivas, dejadas por sus propietarios, que habían huido o habían muerto, recibían a varias familias? En el libro de Miguel Salvador hay un cuarto en el que apenas cabe un colchón individual en el que duermen dos personas, sin apenas tener poco más que una incipiente amistad.
En esos primeros años del siglo XX empieza el desastre urbano y ecológico de esta ciudad y otras con historias similares.
El libro de Rodríguez Azueta incluye varias fotos. La de la página 23 es extraordinaria: una niña vestida de blanco camina en medio de una calle (la actual avenida Independencia), como quien va de la iglesia del Cristo hacia la catedral. En la página 73 otra foto muestra a una niña que avanza detrás de una mujer. El texto de la foto dice: “Mi madre con su mirada ausente, caminando sin rumbo, con su rebozo que le cubría de sus pecados”.
Quien escribe esto es una mujer de casi sesenta años que regresa de Estados Unidos y que podría ser la niña de la foto. Son sus memorias. Aterrada por la certeza de que uno olvida mucho de lo que vive, va anotando sus recuerdos y los días que está viviendo en su presente, que es el año 1959. En ese presente la novela avanza para volverse una aventura de suspenso y espionaje, en seguimiento de una posibilidad: el gobierno de Estados Unidos no deja de vigilarnos. En ese desarrollo coincide con la novela de otro jarocho, asentado en Jalisco, José Luis Vivar, titulada Niña translúcida (2009), donde también hay una conspiración internacional cuyo origen está en sucesos del pasado.
El paraíso de los locos es la segunda novela de Miguel Salvador y retoma la célebre frase de una recopilación de artículos de un periodista ya desaparecido, “Satanás” Ximénez, quien afirmaba que Veracruz es un “manicomio con vista al mar”.
Sobre el asunto de la novela, cito, de la página 70:
“El movimiento inquilinario crecía día con día a pasos agigantados y estaba a punto de desbordarse, que era el miedo del Alcalde y el Gobernador, pero no deseaban provocarnos, pues ya el pueblo había probado lo que podía hacer en momentos de crisis, como cuando la invasión del catorce. Los jarochos eran gente de tomar muy en serio, podían ser los más grandes desidiosos del mundo pero a la hora de los “trancazos”, ese era otro cantar.
Y de la 71:
“… Recuerdo que Keaton me preguntaba a cada rato, inclusive en sus noches de insomnio, después del fracaso de 1914, cómo veía la situación, preguntaba todo para poder informar a sus superiores; creo que utilizaron hasta psicólogos para hacer un análisis serio de la población veracruzana, en particular del puerto, pues sólo siete meses bastaron para echar por tierra el proyecto de ‘americanización’ del primer puerto de México, todo les salió mal, los ‘marines’ se fueron corrompiendo, se fueron adentrando en el desmadre, los maestros no cooperaban, la población era un enigma.”
En este párrafo pasa la sombra de Samuel Ramos, que en 1934 dio a conocer sus estudios, entre filosóficos y sicológicos, del mexicano, y está la aportación del maestro Antonio Herrera Cerezo, quien estudió la entereza de los profesores ante la invasión y que consta en la bibliografía, al final de la novela. Y más, claro, pues también está ese personaje, Keaton, que por lo pronto se lleva las palmas como homosexual en el ejército de Estados Unidos destacado en México al escaparse de noche para ir a conocer de cerca a sus guapos “enemigos”.
Son varios los planos que va recorriendo la narración, lo que es coincidente con la amplitud que este género admite, y uno de estos planos es el lenguaje que documenta, con buen oído hacia el habla y los dichos porteños. Es necesario que nos preguntemos si durante estas décadas de expansión que siguieron la cultura jarocha ha venido perdiendo identidad. Ocupada nuestra atención por el cambio climático, dejamos pasar otros cambios sin reflexionar sobre su significado.
Miguel Salvador acompaña a la narradora en los primeros años del siglo pasado, cuando el embarazo de su madre causa el repudio familiar. Al mismo tiempo, la gente desvalida es empujada hacia fuera de la vieja ciudad colonial, a los médanos y a refugios provisionales, casi como palestinos empujados por los israelíes.
El mito de la educación como bien para redimir y que pospone las expectativas de la sociedad** es derrumbado por las cifras. En la actualidad muy pocas gentes terminan estudios universitarios y poquísimas pueden vivir de esos estudios, por lo que las actividades comerciales aumentan y los clientes son captados mediante costosas campañas publicitarias.
La narradora no fue a la escuela pero estuvo cerca de personas que le enseñaron el valor de la escritura y la utilidad de preservar la memoria. La presencia del gringo Keaton, y el dejar Veracruz por Estados Unidos, es el elemento estructurante desde el principio de la historia y es parte de la tradición: los marinos de Cortés se dirigieron a la gran Tenochtitlán; los pasajeros españoles se fueron hacia el Macuiltepec; los hijos de españoles que se quedaron en el puerto abrieron panaderías y otros negocios y pasaban la tarde en los portales y el café, y los hijos de los hijos han seguido la ruta a las capitales. Incluso los exiliados de la guerra civil española, luego de desembarcar en Veracruz se fueron rápido a México, que al así llamar a la ciudad de México se la trata como si fuera un país vecino, ajeno en cierta medida.
Mientras, la multitud de indígenas, negros y gente de otros países trabajaban o hacían lo que hubiera y se volvían inquilinos. El término “desheredados de la fortuna” le queda exacto a la narradora, nieta expulsada de casa española.
En los cuartos de renta se unen fugazmente dos ciudades, la alta y la baja, la que cobra y la que paga. En algunos de estos cuartos viven las prostitutas de la ciudad, “las libertadoras” (foto pág. 32). Organizadas en torno a Herón Proal, son fuentes de información privilegiada, son protagonistas que se enteran de vida y milagros de todos. Son depositarias de la esencia jarocha, si cabe amalgamar lo que de otra manera sería incomprensible, y con la aclaración de que en estos ochenta años la desunión originaria, desde el capitán-marinero de tiempos de Cortés, se ha atenuado por otras constantes inmigraciones, de “chilangos” y argentinos notoriamente.
Como cronista e historiador, como novelista, Rodríguez Azueta hizo un trabajo formidable. La novela puede escribirse cuando el escritor tiene qué contar. La misión del escritor ha sido saber reunir y colocar en su lugar las anécdotas, las peculiaridades de sus personajes. El paraíso de los locos es una novela múltiple, abarcadora, es como el cofre del tesoro de los piratas, de manera que es difícil distinguir entre realidad y ficción: ¿qué tanto inventó el escritor? ¿Qué tanto es un gran entrevistador, como Martín Luis Guzmán y Elena Poniatowska? O, dicho de otra manera: supo dotar a su narradora –de estar viva tendría ciento diez años– de una dimensión que es ejemplar. Me refiero, y me repito, que uno no debe pasar por la vida olvidando lo vivido, seleccionando pequeñas partes para contar, sino anotando, en la memoria o en papel, lo que es característico del ser humano: ver y saber qué hacen los demás, nuestros vecinos.
¿Locos? ¿Por qué son locos los personajes de la novela? Miguel Salvador dice que en la vieja ciudad de Veracruz la vida se da al revés. Y sí, con afecto, las gentes se saludan diciendo: “qui’hubo, loco”. En otras regiones dicen “qui’hubo, vato”. Una persona enojada subraya el “mal” comportamiento de otra diciendo: “está loca”. Se debe a que la vida en las ciudades es una locura, por ello son manicomios. Estar loco es no darse cuenta de los detalles de la “realidad” y ello implica estar en el paraíso, ser inocente. Los que no son como uno, son locos y por ello es interesante hablar con ellos y de ellos. Saber quiénes son y qué hacen los demás es el deporte más practicado. Se da sin entrenamiento especial tomando café fuera de casa. De esta manera la narradora es una testigo privilegiada de sus vecinos. Por ello deja en la sombra a los que ha conocido en su cama: más cercanos no podían estar, pero no creo que hayan hablado mucho con ella.
En cuanto a lo que dije al principio, como todavía hay personas que ven telenovelas, quiere decir que los gobiernos no se han interesado por la forma en que nos educamos y divertimos los mexicanos, pues de otra manera ya habrían puesto en orden a los dueños de las televisoras mexicanas.
Flores bajo tierra
El poemario más reciente de Jesús Garrido consta de dos partes: “Jardines inhóspitos” y “Rosarios” (Conaculta-Ivec, 2010). La referencia que surge enseguida es el poema de Jaime Sabines, “Doña Luz”, de una intensidad que conmueve aun a los más fríos lectores.
Es común el uso de la palabra jardín para indicar con suavidad la triste, oscura palabra cementerio. Garrido agrega dureza y nos dice que se trata de lugares inhóspitos, aunque tenga flores. Y con la frase “la tierra es plana” (pág. 20) constata uno de los actos más dolorosos de la vida humana, el de su final, que en el cementerio, donde reina la soledad, refleja el sentimiento de la gente, ocultando lo que hubiéramos querido eterno. Así que otras palabras que están en esos jardines constituyen pasajes imposibles de transitar para quienes nos quedamos viendo sin ver bien: huecos, cuencas, hondonadas, pozos, oquedades, incluso hay sueños en las profundidades que no conoceremos hasta nuestro propio final: ¿adónde van los seres queridos al morir?
Jardines inhóspitos es un canto desgarrado por la ausencia definitiva de la abuela, cuya segunda parte sigue el recorrido de su hija, Rosa, que es flor y plegaria: rosario. Con versos cortos, como lágrimas discretas, los poemas abren con fuerza el alma que duele, mientras la memoria incansable lastima con sus recorridos los días que fueron sucediéndose naturalmente.
Entregados a la celebración de fuegos de artificio, los poetas se miran en paisajes y oyen sonidos donde los cuerpos son sombras; esquivan la muerte, se buscan en su soledad. Con Jesús Garrido, un día la ambulancia se lleva la vida y el atardecer que sigue abre un otoño de flores ignoradas, donde se mira todo con otros ojos, en silencio. En un rincón, las raíces de la poderosa ceiba buscan escapar con “sueños muertos”, en “una ciudad minúscula en penumbras”.
Viene a nosotros el relato de las catacumbas donde los cristianos primitivos se reunían: la tierra tenía una entrada y muertos y vivos se acompañaban. Las costumbres, hasta la instalación reciente en Veracruz de hornos crematorios, no variaron y echamos tierra en la sepultura, echamos llave a la puerta de la cripta y nos vamos.
Pero el poeta ve alrededor, ve a su madre cuando era niña y señala las flores de este sitio que no es jardín.
“Pienso una flor, / fugaz, / como cualquier otra, / madurando la muerte / desde el botón y el rocío.”
También recurre al adjetivo marchita, y más, implacable: “parásita y doliente, / sin fe, / sin tallo, / sin pistilo, / hueco en la retina, / pozo de agua virgen”, escribe: “flor a la deriva / entre los monumentos de las tumbas, / sobre el montículo de luz / y tierra medular, / entre el hormiguero / de espaldas púrpuras y negras”.
Un jardín donde la flor “no crece”, es un lugar inhóspito y por ello queda abandonado. Sin personas no hay flor que quiera vivir. El jardín, cruelmente, parece mostrar un letrero que advirtiera: lleva tu dolor contigo, aquí viven los muertos solos.
La escena ya está en el corazón de cada deudo, se metió por un hueco en la retina. Lo dice Garrido con dureza y claridad: “Aquí no crecen las horas” y “un no sé qué de bárbaro / arranca de cuajo la memoria”.
Sigue en el libro la parte titulada “Rosarios”, donde ocurre algo singular: la voz poética es ahora la de una mujer. En la tradición católica, al sepelio siguen días donde los deudos se reúnen y rezan, un rosario cada día. Esta palabra, como dijimos antes, es nombre de mujer, como Rosario: “Mi nombre es Eva / pero también Rosario”, confirma Jesús Garrido (pág. 36), y como Rosa, que es además flor.
Rodeada de muerte, Eva, Rosa, Rosario es reconocida como la que sufre. La muerte, que “aparece sin previo aviso”, crea una atmósfera donde el hombre es una ausencia. Siguen dominando palabras como oquedad, ahuecadas, ahonda.
Postrada, la mujer repasa su situación: “nadie sabrá más de mí / sino por aquello que lloro”. Pero se recupera. Juzga al hombre, le descubre cierto comportamiento de niño, una equívoca manera de ser hombre. Acompañado de fantasmas, no podrá salir de la tumba adonde está por la imposibilidad de unirse a nadie: “nada de lo tuyo es cosa nuestra”.
Ella se planta entonces, “serena y circunspecta / en el centro del día”, cuando reconoce que “la felicidad es esta sopa caliente, / el cotidiano placer / del guiso y el arroz sin pretensiones”.
Y no estoy seguro que esto sea el siglo que querrán recorrer las mujeres reales, por lo que sigue el vaivén de lo impreciso:
“Ni tú ni yo sabemos más
que el bullir de los números silvestres,
sin forma, sin amor, sin deseos.”
Es el callejón sin salida de siempre: él no está y ni convertido en ella por unas páginas sabrá qué pasa del lado de allá, por las cuentas que repasan sus dedos.
Quienes aseguran que la poesía es un caleidoscopio donde cada lector se detiene en la figura que lo encandila, se pierden el viaje de exploración en pos de las huellas que fue dejando el creador. Toda lectura va abriendo caminos y al final reconocemos que mucho hemos dejado en las orillas, pero habremos descubierto hacia dónde se dirigió y si llegó con bien el poeta.
Jesús Garrido consolida con este libro una obra relevante en la literatura mexicana contemporánea.
Poesía breve, ideas eficaces, un apretón a las palabras para ver qué más dicen sin alejarse de sí mismas; por ejemplo, pasado = recuerdo, presente = lo nuevo, futuro = sueños. El acierto final está en una palabra que aclara: cultivo sueños. Es decir, no sueña sino que cuida y hace crecer sueños que llegado el momento serán lo nuevo, el presente, más vida. Puede decirse que con unas cuantas palabras acerca el futuro para hacer más durable su presente. Y así va Jorge Hernández Utrera, quien junta más poemas a su colección. En Nubes de espuma (Conaculta-Ivec, 2010) suman cincuenta y nueve, entre los cuales hay seis haikú y cuatro minipoemas.
¿Qué hace el poeta en este nuevo libro?*** Balancea su vida, hace el balance de sus cuentas, reflexiona sobre el debe y el haber. Cuenta que le dicen maestro, lo que hace un poeta, que escribe versos, que busca palabras, que vive entre abismos, confiesa desventuras, busca respuestas, caminos imposibles. Destaca la búsqueda de equilibrio entre recuerdos, deseos y sueños. Hernández Utrera dibuja los planos de su vida. Cuando habla de las mujeres que ha tratado en su vida no puede evitar trazar una línea de tiempo, el ayer y el hoy.
El jugueteo del poeta malabarista se interrumpe en las páginas 54-58, donde ubica cinco poemas de mayor extensión, casi dos décimas unidas en cada poema. Toma un respiro. En las manos detiene los aros y las esferas de los regocijos que comparte a manos llenas: pleno, nota que alguien falta.
Piensa en las calles. Hace unos años Jorge Hernández Utrera escribió una columna, “Cotidianas”, en el periódico Sur, hoy Imagen de Veracruz (veinte años cumplidos el pasado diciembre). Eran crónicas de los sucesos de la ciudad, los que no llegan a ser motivo de preocupación fuera de una junta de vecinos. En esos días se ocupó de los llamados vendedores ambulantes, que uno podría imaginar tocando puertas y caminando sin descanso, incluso sobre ruedas, como se les denominó cuando invadían ciertas calles un día de la semana y que se retiraban al anochecer. En el poema que empieza “Hay calles que se alargan”, Hernández Utrera escribe que éstas están llenas “de ambulantes fijos”, es decir, de vendedores que ocupan el mismo lugar todos los días por largas temporadas y más bien para siempre. Las calles, ¿qué haríamos sin las calles? Bien vistas, nos dice el poeta, son rutas “de un viaje imaginario”.
Invertebrado es una palabra que usa para “hamaca” (pág. 42), aplicada a un sentimiento repentino, como en el verso “me cuelgo de la tarde”. También aparece acompañando a sueño, en la neblina (pág. 56).
En el tercero de los poemas que comentamos, el asunto es elegíaco. Una persona, un caracol, el mar, el recuerdo de unas manos: “todo está como siempre / como entonces”. En el cuarto poema agrega una visión cósmica: “y ya no habrá reposo / si se acaba lo inmenso”, “los incendios de sombras / apaga”. Y en el quinto, para disolver el nudo en la garganta, exclama que “Él era apenas un poeta”, que “nunca quiso dejar de ser poeta:
“Fue por ese deseo primigenio
que detuvo la tarde
para quedarse en ella”
Incluye entonces el único poema del libro que tiene título: “La leyenda de los baluartes”, en donde propone la construcción de “una baluarta” que acompañe al solitario baluarte Santiago.
Y vuelve a empezar la música y el poeta lanza los aros y las esferas: sonríe, agradece a las mujeres que le han acompañado en el proceso de construir su vida. Así saluda el poeta a sus lectores, a quienes deja más alegría que la que han podido juntar por sí solos.
Tan cerca, tan lejos
Esencia, brevedad, átomo, condensación. Estas palabras nos ayudan a leer los poemas de Marianhe Jalil incluidos en el libro En un mínimo infinito (Conaculta-Ivec, 2010), quien cita en la primera hoja a Efraín Huerta: poemínimo es una galaxia, algo más grande que el mundo que puede evocar cada persona al leer. Y más, porque incluye humor y libertad de creación:
“…el poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada del Metro. Un poemínimo es unamariposa loca (…) y no lo toques ya más, que así es la cosa, la cosa loca, lo imprevisible”.
He visto a amigos, poetas de tiempo, ¿de peso?, completo, que al caminar ven algo que les llama la atención y les sugiere un verso, o más, algo que sabemos va a ser un poema, o parte de un poema, en cuanto el “inspirado” pueda anotar y borrar y fabricar una nueva obra. El poemínimo, según teorizó Huerta, toma la velocidad de la luz que aman los fotógrafos, el instante. La cámara del poeta son los ojos y en el cerebro, que tenemos lleno de palabras, se crea algo, no una imagen, sino una galaxia, o una “mariposa loca”, si sabemos verla.
En el lenguaje urbano de Huerta, que vivió en la ciudad de México, lo sorprendente está donde uno menos lo espera.
Para los surrealistas lo sorprendente era lo extraño de una combinación. Para Huerta sería lo bien mirado, algo común al que puede despojársele del cansancio con que los transeúntes lo han ido apagando.
José Juan Tablada trajo de Japón hace cien años el haikú y escribió en esa forma. También nos dejó caligramas, como los de Apollinaire. Pero el haikú tenía limitaciones en el número de sílabas, en la combinatoria y, claro, en la sorpresa. El agua y el pincel subyugan a los acuarelistas; la rama y la flor son las mismas y cambian constantemente cuando diferentes artistas las plasman.
Marianhe Jalil mezcla y obtiene obras convincentes:
Aunque es infierno
el caos de esta Tierra,
veo ciruelos en flor.
Y luego, con un ligero cambio, suaviza el paisaje:
Hojas de maple
en el camino a tu casa.
Y es invierno.
De Huerta toma un poco de ironía, lo imprevisible y la “mariposa loca”.
Su libro incluye ocho poemas un poco más largos, escritos con los recursos de versificación tradicionales, del que el titulado “En un mínimo infinito” impone orden. Hay otros dos que son haikú aunque tengan sílabas de más: “Interminable” y “Eterno”.
La frase mínimo infinito, que Rafael Courtoisie identifica como un oxímoron en su texto de introducción al poemario, es una clave: un instante es algo durable (el recuerdo de un amor) y el infinito, un límite cercano. En los poemas de Marianhe Jalil hay una tensión entre ausencia/presencia de la persona que se recuerda/se siente.
El libro empieza con nostalgia. Una mujer espera a su amado (Penélope, Ulises): “Hay eco en mi alma / de tanto vacío por tu ausencia” (pág. 35). Recuerda y se siente encerrada en hielo. Quizás el sol derrita las paredes (págs. 15, 48, 65, 75). Pasa el verano y en el otoño: “Ulula el norte. / Canto de sirenas / en tu ventana” (pág. 54). Al final destaca una palabra portuguesa: saudades (soledad, añoranza) y vislumbra un nuevo estado de ánimo: “Con un buen Rioja / saboreo memorias / de instantes con historia”.
Entonces la poeta usa otra palabra extraña: ecdisis, que lo mismo significa salida que evasión, y que se refiere también a la “muda de los artrópodos” (crustáceos como el camarón y la gamba), cambio de piel como ocurre con las serpientes (p. 68).
El hallazgo es la serenidad:
El hallazgo es la serenidad:
Estás aquí mientras te piense
y me siento hermosa con tu recuerdo.
(…)
En mí te quedas.
En ti me quedo.”
El libro va acompañado con fotografías de Carlos Cano.
El día a día es amar
Hay unos cuantos haikús en el libro Con sabor a mar (Conaculta-Ivec, 2010), continuación del primer libro de Marianhe Jalil, Una pizca de poemas para unas recetas de amor (2003), y de En un mínimo infinito (comentado en el apartado anterior), lo que confirma el gusto que tiene por esa forma poética japonesa que enaltece la brevedad de la expresión.
El amor es el principal tema de los poetas, desde siempre; está en Dante, en Petrarca y Garcilaso. Entonces las mujeres vivían enclaustradas, en sus casas o en conventos y tuvo que aparecer La Celestina. Los enamorados esperaban el día de misa para ver de cerca a las mujeres y en la calle trataban con propios y criadas que podrían acercarlos a sus amas. No queda muy claro qué ocurría con el amor entre las empleadas de una señorita, hay que asomarse a novelas de caballería como Tirante el Blanco. Hoy las mujeres llegan en coche a recorrer los supermercados con pantalones ajustados, miran y tocan todas las mercancías y se sirven solas, como si fuera el fin del mundo. Y los hombres miran con displicencia, sueñan con ¿la amada inmóvil? y regresan a sus encierros, donde trabajan. Claro que también hay señoras que se han cortado el pelo para ganar tiempo, señoras que se aburren y salen a hacer ejercicio.
Las mujeres han pasado ya largas décadas hojeando revistas de modas, se pintan la cara y las uñas; últimamente agregan tatuajes a sus cuerpos y los noticieros destacan que las mujeres están ocupando puestos políticos.
¿Los hombres dejaron de escribir poemas de amor? ¿Ahora es un arte de mujeres?
Cómo decirte que te amo
Cómo decirte que te amo,
si el amor no se dice, se muerde,
se respira, se sueña y se alucina,
se piensa y no se piensa, se siente como el canto.
Cómo decirte que te amo
si estoy aquí contigo, llena de piel,
con olor, saber y sonido a golondrina,
cansada de volar, buscando nido y abrigo en tu regazo.
Cómo decirte que te amo,
si el tiempo se hace eterno en tu ausencia,
y la vida es lenta, sin calma de tu beso
y no pienso y pienso, ya es tarde y es temprano.
Cómo decirte que te amo
si mis ojos te gritan y te imploran,
arrancas versos, arrancas horas y gente sobra;
no creo en mañanas y ayeres, si no es en calma
con tus ojos y olas.
Cómo decirte que te amo,
si el amor no se dice, se siente.
Las mujeres expresan el amor y sus accidentes con la misma vehemencia que lo han hecho los hombres, entonces damos con preguntas nuevas: ¿los hombres encerrados hoy en sus trabajos ya no atienden los requiebros? (El diccionario apunta que requebrar es “lisonjear a una mujer alabando sus atractivos”.) ¿Qué palabra usar cuando es la mujer la que lisonjea a un hombre?
Las canciones populares tratan estos asuntos de maneras muy diversas; voces educadas o no comparten con nosotros quejas y lloro, muy pocos aluden a uniones felices, lo cual va haciendo una “personalidad” que no es la de todos y que aceptamos a la larga como parte de lo que somos. En momentos de felicidad gritamos con los mariachis y repetimos letras que no tienen que ver con lo que festejamos, dejándonos llevar a estados inoportunos en tal momento.
Marianhe Jalil escribe sobre un hombre que la ama/elude y al mismo tiempo reivindica la gastronomía como la actividad central de la vida. Escribe poemas y da a conocer recetas para preparar alimentos con un sabor especial.
¿Es amor todo lo que hacemos?
Eros en la actualidad es una figura domesticada, un genio travieso que junta corazones y los deja a la deriva. El auténtico Eros es terriblemente fuerte, embriaga con vinos dulces, aprieta con brazos ansiosos, palpa con manos que prometen paraísos. Entre sombras, desconocido, vive Anteros, el dios de la pasión, el que castiga a quien rehuye el amor de otra persona; es una criatura vengativa, que vela el amor desdichado. El amor eterno es una lucha entre estos dos seres descubiertos por los griegos. Los cuerpos se unen y se separan en concordancia con eventos impredecibles. Los poemas amorosos son, por tanto, parte de un ritual que susurra ven/vete, ven/me voy.
En sus poemas, Marianhe Jalil le da vueltas al tema del desamor. Cuando una mujer ama entra a un laberinto, donde el día y la noche desaparecen, donde camina junto a la persona amada y siente sus manos, su presencia. Si no es amada, se pierde, descubre miedos, está triste, y empieza a esperar que se de lo imposible, que vuelva el amor, que se quede: “te esforzarías por entregarme todo” (pág. 45). El desamor crece en silencio, en el vacío. El olvido se nutre de soledad y deseo. El tiempo se altera. La poesía se repite, es eco, vaivén entre la oscuridad y la nada. El desamor es adictivo y le da fuerza al lamento.
En el deseo está la salvación: que el momento de amor no se pierda cuando sea reencauzado. Pasa lo mismo que con la muerte, ¿cuánto tiempo debemos llevar luto?
Es útil la figura de Anteros, el vengador que va a alcanzar al amado desdeñoso para cubrirlo con un lienzo negro, el olvido.
En cuanto a la melancolía, Jalil escribe: “Extraño la lluvia en tu compañía (…) no podré enamorarme de nuevo. / Mi corazón está lleno de ti” (pág. 71).
A la depresión que atiende el sicólogo contemporáneo le falta algo brutal que se encuentra en la melancolía incurable de otros siglos. Hay que rever el cuadro de Durero, “Melencolia I”, para asustarnos.
O bien, recordar que en una canción del grupo Maná una mujer ha envejecido en el puerto de San Blas, en Nayarit, esperando el regreso de un marinero.
Jalil incluye tres poemas donde ve mujeres golpeadas, una huelga, un mendigo que fue ingeniero (insisto, hay que ver el grabado de Durero) y que perdió a la mujer que amaba (págs. 83, 85, 88). Y escribe, casi al final de su libro, “en medio del caos de este mundo, / cuando crees que ya todo acabó, / aparece la risa de un niño” (pág. 127). Y es que afuera del laberinto la vida sigue.
El desamor es un problema no resuelto de la humanidad y la poesía lo recicla, como sazona con pericia los días la cocinera. ¿Ocurrirá entonces que el ausente vuelva? ¿El secreto de la permanencia masculina sigue estando en la cocina, como juraban las abuelas?
Lectura pendiente. Carla García
A la deriva
Juan Cordero Medina publicó en 2004 Remembranzas de Veracruz, en 2006 Historias y brisas veracruzanas y en 2008 Mi Veracruz de ayer, libros que son una aportación a las historias de la ciudad. En 2010 presentó un nuevo título, Historias de la calle: el Tiliche (Conaculta-Ivec), en el que se acerca a la gente desvalida, a los pobres y a los drogadictos.
La picaresca está en el inicio de la literatura, empieza su andadura con el Lazarillo de Tormes (1554), con El Periquillo sarniento (1816), y son muy conocidas obras como Oliver Twist (1837), Los miserables (1862) y otras.
Oscar Lewis, antropólogo de Estados Unidos, habló con una familia asentada en la ciudad de México y el resultado fue un grueso y polémico libro, Los hijos de Sánchez (1961). Lo que José Pavón y Dolores Martínez cuentan de Antonio Pérez García, nombre de “el Tiliche” regenerado, lo recoge Juan Cordero y lo da a conocer, aunque se guarda datos y saca un letrero de película: “cualquier parecido o semejanza con la vida real es solo coincidencia”.
En el desastre mexicano de los últimos tiempos, son miles las vidas como las que cuenta “el Tiliche”, por lo que estamos seguros que son reales.
Juan Cordero apunta soluciones para cruzar el pantano y quedar como si nada, y emprende la marcha confiando en las palabras: el contar lo que ha vivido “el Tiliche” puede salvarse, como hacen en AA.
La crónica de Cordero Medina lleva a un final feliz: va del basurero donde vivía a un taller mecánico donde encuentra oficio. Claro que los lectores quisiéramos que más gente encontrara caminos hacia el bien y el éxito, claro que la realidad no le hace caso a Juan.
La realidad aporta números para estadísticas que no se cansan de repasar, para nuestro horror cotidiano: si México está mal, a pesar de sus riquezas, cómo puede tener éxito “el Tiliche”. Hay un nivel en que es posible, en la escritura que trata de convencernos que el problema es individual, que “el Tiliche” tuvo suerte al encontrarse con gente buena. Pero cuarenta millones de tiliches, o más, necesitarían ciento veinte millones de gentes dispuestas a servir a sus prójimos en desgracias, como la profesora que ayuda a “el Tiliche”. La vida de “el Tiliche” no puede verse como la historia de un individuo, sino como la condena que sufren miles de personas y que las instituciones no pueden atender.
“El Tiliche” es una fuente de noticias de terror verdadero. “El Tiliche” cuenta desgracias disponibles en cualquier Ministerio Público y entre los que van y vienen en ambulancias que llegan cuando los menesterosos ya de despidieron de la vida. Está incluido en la corte de los milagros de Víctor Hugo y de Valle Inclán, en las montañas donde se refugian los contrabandistas de Carmen, la mancha de la muerte que se extiende imparable.
Al ir contando, en atroces mil y una noches, “el Tiliche” usa un léxico que Cordero Medina introduce disculpándose:
“… existe un sector muy importante en el mundo, que vive colateralmente marginado y usa jerigonza” (…) “he tratado de eliminar vocablos más fuertes, que si bien son empleados por esta gente humilde, tienen la justificación de no tener una educación familiar que los ubique y les de la preparación…”
En este aspecto del libro creo que el autor debió haber puesto todo lo que se sabe del habla popular sin eliminar nada; los lingüistas y los lectores estarían agradecidos con estos almacenes de palabras en los que la lengua se retuerce mientras se airean los escondrijos donde el silencio es el profesor sin paga, permisivo y que no deja tarea, ¿para qué?
Los personajes van acompañados de sus retratos: Lolis, el galambao, el rorro, el tartas, el tuti fruti…, en escenarios como el basurero, calles, cuartuchos… El autor aclara que las fotos que acompañan sus relatos fueron copiadas de periódicos de Veracruz y de Internet para darles aspecto de dibujos usando la técnica de grafito.
Lamentamos el fallecimiento del escritor Juan Cordero Medina, ocurrido el 10 de enero, tres meses después de la muerte de su esposa, con quien vivió más de cincuenta años y con quien tuvo a sus hijos. Sabemos que había concluido otro libro, que incluía comentarios biográficos de veracruzanos destacados. Esperamos que sus familiares lo publiquen. Él ya no pudo leer estos comentarios sobre su libro.
EPÍLOGO
También hubo libros antológicos y de memorias de lecturas públicas: es imposible formarse una opinión con una pequeña parte de lo que firman los autores.
Por último, diré que esta Colección es un nudo en una cuerda muy larga, que está amarrada al pasado, lo publicado antes, y que llega quién sabe a dónde, lo que falta por publicar, lo que se ha escrito ya entre diciembre de 2010 y enero de 2011, mientras cambiaban los encargados del gobierno estatal y de los gobiernos municipales.
Son tiempos negros, pero la literatura es un alimento que no deja de cultivarse. Quienes creyeron que en el año 2000 se acabaría el mundo ya llegaron al año 2011. Todos sabemos que no debemos esperar que las convulsiones del mundo pasen sin tocarnos. Recomiendo que la gente guarde sus libros en bolsas de plástico y en cajas de acero inoxidable, para que haya qué leer aun cuando sólo queden unos pocos humanos que gusten dedicar su tiempo a esa actividad. Espero que nunca llegue el día en que veamos que fue útil hacer esta labor de salvamento anticipada.
**Es común usar la frase “gente de sociedad” para referirse a los de arriba y gente “de las colonias” para los de abajo.
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